lunes, 19 de mayo de 2014

Etapa 42 (284) Cala Comte-Punta Galera

Etapa 42 (284) 14 de julio de 2011, jueves.
Cala Comte -Punta Sa Torre -Cala Bassa -Port des Torrent -Sant Antoni de Portmany-Cala Gració-Punta Galera.


Amanecer en Cala Comte
Durante la primera parte de la noche no he dormido bien. La luna, aunque ha estado presente gran parte de la noche, ha hecho un arco celeste descendente, de Norte a Poniente que, por la orientación de la playa y por la altura del acantilado, me ha mantenido en la sombra. He conseguido ver la Osa Mayor. Me he levantado tres veces a orinar. Es normal, pues ayer bebí mucho líquido por la tarde, dos cervezas, y el Acuarius de David. 

Si en la anterior noche me salió la rata de la madriguera, en ésta me ha visitado el erizo de tierra, un animal menos repugnante pero que puede hacer estragos en el caminante si, por un descuido, lo hubiera pisado. Ni las hormigas que corretean por la arena, ni los mosquitos anunciados, me han molestado. Junto al negrito que dormita en su cabaña, todos, persona y animales, acompañan mis sueños. La segunda parte de la noche ha sido más placentera. A las 6:30 h me doy el primer baño del día, me seco con toalla, recojo todo, me visto y para las siete ya estoy en marcha. La primera foto que saco del día que comienza es de las islas. Al fondo, incompleta porque la tapa illa Des Bosc, Sa Conillera.


Sa Conillera a la vista
Transvaso el Acuarius a mi botellín y echo el envase al primer contenedor que encuentro, así no tengo que ir con un trasto que, aunque no pesa, supone una molestia. Salgo por el acantilado hacia la torre de Punta sa Torre y voy obsesionado viendo cómo va cambiando de forma la isla Sa Conillera. Al pasar, veo que la puerta del chiringuito está entreabierta con las llaves colgando de la cerradura. Supongo que el chico subsahariano prefiere que entre aire. Subo las escaleras. En la explanada inclinada de arriba, un empleado municipal recoge las mierdas que han dejado desperdigadas otros. Me dice que él se encarga de la limpieza de las playas. Le pregunto, “¿Esto también es playa?”, puesto que es el terreno inclinado que va de la playa nudista a la otra más grande que vi ayer, y me responde: “¡Todo es playa!”. 
 
Avanzo y llego al chiringuito y también restaurante, Des Roques, donde ayer bebí la cerveza. La illa des Bosc ya me deja ver el inicio de Conejera, pues antes me la tapaba. Según estoy dejando atrás los restaurantes, la torre me juega malas pasadas, pues la configuración de la costa me hace creer que me estoy alejando de ella. 


El camino me va llevando y, al final, no me queda más remedio que retroceder si no quiero pasar sin acercarme a ella. Cuando estoy del otro lado de la playa que había perdido arena, compruebo que hoy, con la marea algo más baja, efectivamente el acceso al agua es de arena. Saco foto a la zona de Cala Comte que estoy abandonando y aparece al fondo la illa de S’Espart. 

Creo que va a ser la última vez que la vea. Salientes y entrantes de mar, me ofrecen un bonito embarcadero, de garitos y tejados mejor cuidados que los vistos en otros lugares. Da la impresión de que estos cumplen su función y los propietarios los usan. Avanzando más, la distancia de separación entre la isla des Bosc y Sa Conillera, se va ampliando.






Punta de Sa Torre
Sin llegar todavía, pero ya muy cerca de la torre, saco una última foto de Cala Comte y de la isla del Esparto, así que la anterior era la penúltima. 
 

Poco más tarde ya avisto Sa Torre y la fotografío de lejos. Sacaré otra foto de más cerca, para que se vea bien su construcción, con puerta, balcón y ventana bien restaurados y Sa Conillera, en el mar, a sus pies. 

 


La cornisa central, que no cumple más función que la de ser decorativa, está en perfecto estado de conservación. También la terraza y el murete que la protege, se ofrece muy completa. 

 

Abandono la torre y continúo el acantilado pues me resulta muy grato el paseo tan cercano al mar. Siendo como es el tipo de suelo, no hacen falta ni los caminos, pues se va muy bien bordeando el acantilado. 

Así llego a Cala Roja, pero la paso de largo, pues es toda de rocas, sin ningún rastro de arena. Cuando estoy en el otro lado, saco una última foto a la Torre, a la Punta de Sa Torre y a Sa Conillera, que no volveré a ver hasta la tarde y de muy lejos, de Punta Galera. 

 

En estas miradas hacia atrás, se da el caminante cuenta de que avanza. Ya se van perdiendo de vista también las islas de des Bosc y de Sa Conillera. Esta última, no hace más que unos minutos que la veía a los pies de Sa Torre y, ahora, la enmarca y flota por encima, como si volara. 
 

Pocos minutos más tarde, consigo sacar, ¡por fin!, la primera foto en que Sa Conillera aparece al completo y en sentido longitudinal. Cuando por la tarde pase por el Norte de Sant Antoni de Pormany, la visión longitudinal de la isla será mucho más perfecta, pero ya la distancia será mucho mayor y me obligará a meter mucho zoom para poder apreciarla. No sé exactamente cual de las ensenadas que he pasado es Cala Roja, pero toda esta costa está cortada por el mismo patrón: rocas al mar sin nada de arena.


Cap la Bassa y Cala Bassa. Marc
No puedo sacar foto hacia Sant Antoni de Portmany, puesto que es la dirección al Este, donde está el sol. Toda la mañana estoy caminando hacia Levante. Lo más interesante de esta foto es que lo que se ve a lo lejos son dos cabos, el Cap Nunó, a donde no llegaré hasta mañana y el Cap Negret, que está algo antes que Punta Galera, que va a ser el lugar donde voy a dormir esta noche y de donde veré la más bonita puesta de sol de toda mi estancia en las islas Baleares. 


Antes de llegar a Cala Bassa encuentro una tienda de campaña, grande y de color verde, que está muy próxima al camino. Un poco más adelante, me adentro en un pinar y planto un pino, lo tapo con trozos de servilleta y lo disimulo un poco más con púas de pino.


Espero que algún animalillo del bosque se lo coma todo, ¡y engorde! Desde el Cap la Bassa saco foto de la bocana de Cala Bassa. Enfrente veo la costa por la que luego deberé continuar. Avanzando por la bocana vuelvo a tener una visión hacia el mar y hacia el Cap Nunó y otra de la playa, al fondo de esta pequeña bahía. 
 
Un par de veleros, alguna motora y embarcaciones menores están amarrados o anclados en la bahía. Es así como llego a Cala Bassa. Una playa muy ordenada, con hamacas, pero sin sombrillas. Es lo que más me sorprende de ella, que no haya ninguna sombrilla abierta, más estando el día despejado.


Puede ser que haya sombrillas, pero todavía no las han puesto. Son las ocho de la mañana. Llego a la playa, descargo mis mochilas, me desnudo y me meto en el agua por una entrada de arena en pendiente suave y que pronto cubre. Todo ha sido perfecto, la entrada y también el baño. Es mientras me seco paseando por la orilla cuando me encuentro y hablo con Marc, que es uno de los que cuida la geometría, el orden, de la playa, es brasileiro mezcla de cuatro razas.

Entre sus ascendientes, hay sangre india americana. Me dice que es de tez muy blanquita, pero que tiene una capacidad asombrosa para broncearse rápidamente. Lleva quince años en la isla, está casado con una alemana, pero no tienen hijos. Le digo que si su mujer alemana le da hijos, el enriquecimiento de razas se acrecentará en él. Le hablo de mi viaje por la costa balear y me dice que me quedan unos 25 kilómetros para llegar a Sant Antoni de Portmany.

En mi mapa indica 16 por carretera, hasta San Antonio Abad, otra forma de hablar del mismo sitio. Parejas mayores y alguna mujer sola se bañan y ocupan hamacas. Cuando me seco, me visto y acompaño a Marc, mientras él sigue haciendo su trabajo. Coloca hamacas y, en mi diario aparece que también sombrillas, aunque en las fotos no las esté viendo. Yo le sigo hablando. Nos despedimos con un apretón de manos, yo con mi mano desnuda y el con su mano enguantada, el guante que está usando para su trabajo pero, por eso, el apretón no pierde ni calidad, ni calidez. Me dice que la de Port d’es Torrent no es playa tan bonita como Cala Bassa. “¡Que seas feliz, Marc!”, es lo último que le digo. 
 
Saliendo de la playa por el lateral que da al Este, y continuando por la arena, llego a una especie de laguna que desagua en la playa. Paralelo al riachuelo o desagüe, va una plataforma de madera, que lleva a carretera de tierra, o camino ancho, hacia el interior. Pero prefiero seguir por la costa que, hoy, después de tanto entrar y salir, me está entusiasmando.

 

Continúo por el bajo acantilado y cuando estoy llegando al final del lado Oeste de la bocana, hay una falla del terreno que, formando un puente natural, permite el paso del mar por debajo. Saco una foto como puedo, y lo quiero hacer más difícil pues pretendo que se vea el agua que pasa bajo el puente, pero sin perder la posición del mar y el horizonte. Todo, sopas y sorber, no puede ser.

Hacia Port d’es Torrent
En un pequeño malecón natural, que probablemente haya sufrido alguna alteración humana, veo que alguien trata de bajar al mar una moto acuática. Dos mujeres miran desde arriba. 
 
 

Cuando ya estoy al otro lado, él se tira al agua y compruebo que ya lo ha conseguido, pero todavía tardará un rato en surcar los mares como si de una autopista sin límites se tratara. La foto de la bajada al mar apenas se puede distinguir, pero sí el cabo punzante que pincha al mar y los dos cabos lejanos, el Negret y el Nunó, que ya veré de más cerca. La segunda foto, con la moto ya en el agua, nos ofrece en la distancia una perspectiva de Cala Bassa que ya ha quedado atrás. 
 
Llego a una cala sin nombre, al menos en mi mapa que, muy bien podría recibir el nombre de cala Estreta. Lo malo de esta cala es que es poco accesible por las rocas laterales y finaliza también en rocas. ¡Si, al menos, hubiese tenido un final de arenita…! Esta cala es un ramal que pertenece todavía a Cala Bassa. Estoy tratando de llegar a la Badia de Port de Torrent, otro pincho más incisivo que el de antes, penetra en el mar. 
 

Es muy llamativo, pues el acantilado ya ha subido en altura y el descenso hacia el mar le da forma de aguijón. En la primera lo he fotografiado entero pero, al acercarme, ya no me lo permite la cámara, así que lo fotografío en dos trozos. Creo que no pondré esta foto en el reportaje aunque, empalmándolas, daría una imagen más exacta de lo que a mi me está llamando más la atención. Mi desconocimiento de cómo empalmar una foto con otra, no va a permitir que lo podáis disfrutar. La tercera foto, la saco estando más perpendicular y el pincho ya ha perdido espectacularidad.

Port d’es Torrent
La parte más ancha, la que da a tierra, ya ofrece alguna construcción sencilla, quizás sirva para guardar barcas, y ya se aprecia a lo lejos una urbanización de Port d’es Torrent. Paso por un puertecillo natural que parece está en desuso y, por una plataforma lateral de cemento sobre rocas, me acerco a la playa. 
 
Parece que poca gente se ha animado hoy a venir a la playa. Dos o tres paseantes de orilla y para de contar, pero aquí las sombrillas ya están colocadas. Hay que tener en cuenta que ya han pasado de las nueve y empiezo a sentir ganas de desayunar. Paso por restaurante de playa, pero no me apetece meterme allí. Paso por entre dos supermercados y veo un sitio que me atrae más

Don Quijote, bueno para quitar el hambre
Y no precisamente de aventuras caballerescas. Entro, y me atiende un chaval argentino. Después será un peninsular. Como una tostada con tomate y un vaso grande de leche con sobre descafeinado (3,40 €). Mientras escribo el diario, bebo una tónica (1,80 €). Hacia las 11:30 h cae una ruidosa tromba de agua, pero que será de corta duración. Cuando amaina salgo a la calle para que me moje un poco y poder oler el grato aroma del asfalto caliente al ser mojado. Volverá a caer otro poco más y ya no volverá a llover el resto del día. Los dos jóvenes juegan a la escoba y observo que es diferente la escoba argentina que la que jugamos nosotros. Cuando llega algún cliente, el que atiende la barra es el peninsular. En la tele hacen historia futbolística y empiezan a ofrecer un partido, pero ellos quitan el sonido y ponen música latina. Está algo fuerte de volumen pero, al menos, no es de chumpa chumpa. Papá con su hijo llegan para jugar al billar. 
 
Ya he pasado del mediodía y creo que llegaré a comer a Sant Antoni de Portmany. Bajo a la playa que, al despejar, la gente se empieza a animar. Se nota en la arena las zonas que han sido bañadas por la lluvia, diferenciadas de las que permanecen secas. 

 
La mayoría de las sombrillas son blanquecinas, pero llegando a la mitad y aprovechando que saco foto de la bocana, la coloreo con una sombrilla multicolor. Pero lo que más me llama la atención es la escena que ofrece la pareja que se protege debajo de la sombrilla. En el lema de la foto escribí al regreso: “No la sueltes, es toda tuya”. Y esta frase, viendo la foto, ofrece un doble significado por lo que respecta al hombre de debajo de la sombrilla.

Él, tumbado, con la mano derecha, que nos oculta el bolso, está tocando a su pareja femenina (“no la sueltes, es toda tuya”) y con la izquierda se agarra el paquete (“no la sueltes, es toda tuya”). Nada más salir de la playa me encuentro con una excursión de colegiales. Todos son alumnos de primaria. Hablo con alguno de los maestros, les cuento la vuelta balear que estoy dando, pido permiso para sacar una foto, me autorizan, saco la foto y continúo adelante.

De Port d’es Torrent 
a Sant Antoni de Portmany
Continúo por la costa y saco la última foto de la playa de Port d’es Torrent. Empieza bonito, pero pronto el camino va a ser bastante feo, un combinado de playas, más o menos artificiales, más o menos de arena y posidonia, más o menos cercanas a paseo o en entornos de hotel, que se las apropian para uso privado de sus clientes. 

De vez en cuando el acantilado es abrupto y a ratos es suave. Ya fuera de la rada de la playa-puerto y orientado de nuevo hacia Levante, se aprecia a lo lejos la ciudad con edificios altos y hoteles de Sant Antoni de Portmany. A pesar de parecer que está cerca, aún me costará un buen rato llegar. Más o menos hora y media. Fotografío poco de esta costa, puesto que tiene poca gracia.

Llego a una zona de hoteles y veo una torre, muy similar a las que he venido viendo a lo largo de mi periplo balear, pero esta tiene una particularidad: ¡es falsa! Funciona como barra de bar. Para cumplir esa función, la parte baja tiene una hendidura horizontal que no habrían permitido hacer a una torre histórica original. Lo que más me gusta del lugar es el banco de madera, esculpido en el tronco de un árbol. Éste sí tiene el sabor de lo auténtico. También, apoyándose en troncos, han construido un toldo de madera que no defiende del todo ni del sol ni de la lluvia, pero queda un espacio, quizás lo más bonito de mi paseo, a pesar de su artificialidad. 

Llego a otra zona de construcciones, que todavía pertenece a Sant Josep de sa Talaia, con playa y motoras, donde se aprecian entradas al mar propias de embarcaderos, pero las casetas que podrían servir para guardar las barcas han desaparecido. El lugar puede servir de juego para que los niños se lancen al agua desde estos trampolines de cemento, pero sólo en la marea alta.
 
Otra foto indica la posición de San Antonio Abad, al que ya voy viendo más cerca. El acceso al mar es por roca llana con recovecos. 

El camino me lleva a un lugar similar al anterior pero los hoteles a los que me estoy acercando siguen siendo de San José. 

 
Es muy probable que este bloque de cemento que se ha construido aquí, junto a la orilla, sirva de embarcadero para paseos en naves de recreo, excursiones panorámicas desde el mar y para algún uso privado. Se supone que hay algo de profundidad en esta zona marítima. En caso contrario los barcos embarrancarían.



Me acerco a otra zona con muchos hoteles y una playa larga aunque de poco fondo de arena. Está bastante animada. Está a punto de dar la una del mediodía. A mi también me apetece tomarme un baño y lo voy a conseguir en un próximo tramo, tras pasar esta urbanización. Llego a playa, con pequeño bosque detrás, en un momento en que hay poca gente. Me desnudo, me doy un baño y vuelvo a secarme atrás, cerca de los árboles. 


Muy próxima hay una hamaca con toallas, pero sus propietarios se han debido de marchar a comer a casa o al restaurante y lo han dejado todo allí, ocupando espacio y sin miedo de que nadie sustraiga sus pertenencias. Me gusta esa prueba de confianza, se parecen a mí. Me estoy secando al sol entre árboles. Una pareja está bajo uno de ellos. 
 
Cuando él se ha ido al agua, a bañar, aparece un subsahariano que intenta vender unas gafas a la mujer. Él sale del agua, pero ni se acerca, ¡que se las arregle sola!, pienso que piensa. Unos italianos jóvenes, desde la terraza de un piso, incitan a jóvenes féminas que pasan por debajo de la casa. Dicen algo de “top-less”. Yo ya me he vestido y sigo mi camino. No sé cómo habrá acabado el intento de venta de gafas del subsahariano. Ya me han dicho cuales son los hoteles que separan los municipios de Sant Josep de sa Talaia y de Sant Antoni de Portmany, hacia ellos me dirijo. El camino es bueno. Creo que el molino que está junto a los hoteles y que fotografío, es el último perteneciente a Sant Josep de sa Talaia. Hoy será el quinto día de estancia en este amplísimo municipio. Los únicos lapsus han sido el tiempo de Cubells y el de Cala Vadella.

Sant Antoni de Portmany
Pasado el molino, enseguida abordo el paseo marítimo de San Antonio Abad. La playa es larga, estrecha, sobre todo al inicio, impersonal, con mucha gente joven y guapa. Gente de vacaciones que se dedica a darle gusto al cuerpo, a solazarse. Casi todo el mundo está comiendo o bebiendo algo. Esta playa no es muy buena, pues el acceso al mar es por rocas. Sólo en la parte central de la playa se combinan rocas y arena y el acceso al mar es de arena. Con todo, la playa es bastante estrecha para absorber a tanta población. La mayoría de la gente está abajo, en la arena, pero algunos jóvenes y no tan jóvenes, prefieren estar sobre plataforma de madera, aunque esté algo alejada del agua. Como es habitual en zona donde hay mucho extranjero blanquito, algunos ya se han enrojecido la piel con serias quemaduras. Como me quedé sin sandalias de repuesto, tengo que reponerlas y me han dicho que aquí puedo encontrar algo interesante en Deportes El Coral. Me han dicho que Coral está en la zona de la Plaza Major, pero nadie me sabe decir por dónde llegar a esa plaza. Pregunto a unl barman, pero hasta que no le digo “Coral”, no obtengo la respuesta adecuada. Me lo indica exactamente: “derecha, izquierda y fondo izquierda”, me dice. Todavía, estando ya cerca, lo quiero confirmar y una señora me dice, “la tienes a la par de la furgoneta que está aparcada allí adelante”.

Deportes El Coral
Entro en el amplio establecimiento, en el que hay varias secciones de calzado deportivo. La mujer a la que pregunto, me orienta hacia la zona de la derecha. La dependienta, que es además sabia, está atendiendo a otros clientes y espero a que termine con ellos. Ahora se centra en mí. Le digo lo que quiero y me da una explicación exacta de para qué está más indicada la suela Vibram. En el último congreso de zapateros quedó claramente especificado: es idónea para andar por rocas, por su capacidad de adherencia y esto no quiere decir, como yo creía, que son buenas para hacer grandes recorridos. Sólo tienen un modelo de sandalias con suela Vibram, y son demasiado cerradas para mi gusto. Como alternativa me ofrece unas Geos y, y otras, no de peor calidad, con mejor precio y que, con un 20 % de descuento, se me quedan en 52 €, que pago con Visa. Les cuento el recorrido que estoy haciendo y me orientan hacia un restaurante bastante económico, el Hostal Marí o, si no, Sa Presa. No los podré comparar antes de decidir, puesto que Sa Presa no se me aparecerá a los ojos.

Hostal Marí
Entro en este hostal recomendado en Coral. Como ensalada con huevo duro y salsa rosa, de segundo, conejo en salsa de cebolla y patatas fritas, de postre, un pudding casero y una copa de hierbas ibicencas. No recuerdo con qué bebida acompaño la comida. Le digo al camarero que me lo han recomendado las empleadas de El Coral, y me dice “son muy majas” y yo le respondo, “¡tienes razón! Me han atendido muy bien al elegir el calzado y me han recomendado un buen sitio para comer”. El primer plato lo he dejado limpio y reluciente, y el segundo más. El conejo está exquisito con su salsita de cebolla. Pido cortar una hoja del periódico, pues hay una noticia sobre nudismo en Cala Comte, cuya narración me sorprende. También la muerte de una chica por sobredosis de éxtasis adulterado y otras personas afectadas en d’en Bossa, la playa ruidosa. De primeras me dicen que no, puesto que es el periódico del día, pero finalmente me dejan recortarlo. Pregunto al camarero cómo salir para ir hacia el Norte y un chico, que está comiendo con su familia, se acerca y me ayuda, dándome algunas claves para mañana. Me dice, “sigue la calle recto, hasta el final, y sales a la costa”. Al final, aunque paso cerca, me he quedado sin ver la iglesia. La comida la he pagado en metálico 11,30 €.

Despedida de Sant Antoni de Portmany
Dos jóvenes extranjeros vienen agarrados por la calle, el que está más mamao es forofo del Aston Villa, anda a trompicones, presume de bíceps, se encuentran con otros y cantan la canción emblemática del club. Sigo adelante y llego al paseo marítimo, donde fotografío a la gente en la playa y continúo hacia un suave acantilado. 

Me acerco a un entrante de mar, con aguas traslúcidas, con gente en las rocas, niños bañándose y poquita arena. 

 




El mar continúa con puntas, salientes y cabos de diversa intensidad. Como la costa es tan variada, resulta un paseo precioso. 

Llegando a un saliente hacia el mar, coincido con un grupo de extranjeros que se acercan a la punta. 

 




Lo más interesante de esta foto con extranjeros asomándose a la punta de una roca, que quizás sea la Punta de ses Briades, es que, al fondo, se ve la isla de Conejera (Sa Conillera), que ya había intuido esta mañana que desde aquí se iba a poder ver, aunque muy alejada, en toda su dimensión.

Bañito en playa de piedras
En la rada siguiente, hay una motora varada y, al fondo, una playa de cantos rodados. Si hubiera tenido arena, habría sido una de las playas más bonitas de la isla. Lástima que no he sacado foto antes de bajar. Tres chicas que allí estaban, ahora se van. Estaré más tranquilo. Bajo, me desnudo y me doy un baño. Como precaución, no me apoyo en la rampa resbaladiza. Nado hasta la mitad y regreso para secarme sentado en un pretil que está muy calentito, pues lleva todo el día dándole el sol. No sé si aquí habrá llovido o no. Tengo que poner las manos para no quemarme el culete. Cuando estoy sentado, secándome, aparecen por la cala David y Laura, su excuñada. Se ha venido con él, en moto, a pasar unos días en Ibiza. Viven en Barcelona. A él le cuesta entrar al agua y a ella, lo único que le preocupa es que las algas le toquen al entrar. Me doy un segundo baño y, al salir, mojo el pretil de apoyo como protección. 

Los extranjeros que he fotografiado antes, van llegando y se van tirando al agua desde una altura bastante respetable y con cierto peligro puesto que no hay mucha profundidad. El barco que estaba varado, que era de una familia, matrimonio con dos hijos, se ha marchado. Se está genial en este txoko tranquilo, pero tanto los catalanes como yo nos tenemos que marchar. Caminamos un rato y al llegar a una playa, nos despedimos. Cada uno en una dirección diferente. Hemos tenido que pasar por unas rocas, entre un muro y el agua, para llegar a la playa. 
 
Paso por la playa y por el otro lado de la dársena y sigo por el acantilado. Cuando finalizo éste, saco foto de la playa que acabo de dejar atrás y de la próxima que está a continuación. No sé si ésta, la anterior, o ambas, pueden ser la Cala Gració. En ambas la zona de arena es bastante pequeña, pero para los usuarios parece que es suficiente.

 

Al fondo, en la primera de las playas, se ve un edificio con todo el aspecto de ser un hotel. Paso por unas instalaciones que muy bien pudieran ser de una planta depuradora pero que no lo puedo asegurar. Saco una foto para que lo dictaminen los expertos y me digan para qué función pueden ser esos artilugios. Continúo por el borde.

Un refrigerio antes del ocaso
El acantilado, va cambiando de condición. Ha pasado, de ser bajito y de ir muy próximo al agua, a ser más alto y a obligarme a ascender. Veo un bar con terraza que se asoma al acantilado, al que se puede acceder sin dificultad desde la costa, aunque su entrada principal la tiene por la carretera, que pasa por el otro lado. 

Subo y me tomo una cerveza en la terraza. El atractivo de este bar está en este lado, el que da a poniente y los que pasan por la carretera no lo pueden apreciar. Pero supongo que los que lo conocen serán asiduos. Es el sitio ideal para ver las puestas de sol, pero todavía es muy temprano, faltan unas horas para el ocaso. Sin embargo, ha llegado una pareja de orientales a tomar posiciones. 

  
De momento se han quedado en zona de sombra, pero su intención es, llegado el momento, la de ir a una mesa que está más abajo pero que ahora está recibiendo todo el sol. Pago 2 € por la cerveza y me voy. En ese momento, una mujer pide un vaso de agua, y aprovecho para que el camarero complete mi botellín, aunque todavía lleva restos del Acuarius de David. He sacado fotos en dirección Norte, donde está la casa de franceses por donde luego voy a pasar, encima del acantilado, y hacia el Sur donde, más que Portmany se ven los últimos coletazos de sa Talaia, por abreviar. Según voy cogiendo altura, se va haciendo más visible San Antonio Abad, pero será por poco tiempo.

Envidiosos de mi viaje
Bajo de nuevo al borde del acantilado y continúo ascendiendo hasta una casa que está arriba, muy próxima al borde. Cuando paso, unos franceses, chicas y chicos, están en la piscina que casi toca el camino y el agua desborda. Están metidos en el agua mientras toman el sol y hablan conmigo. ¡Qué lujo! 

Les cuento desde mi salida de Saint Palais en 2006, haciendo un resumen de mi itinerario. Se asombran y me desean un buen final de viaje. Paso por una gran roca que tiene un acceso al mar por una escalera inverosímil. La llegada al agua es sobre roca y no ofrece ninguna garantía de ser un lugar cómodo para estar y es dudosa la accesibilidad al agua. Así mismo, dudo de que estén todos los peldaños necesarios. Parece evidente que falta un tramo amplio. Me olvido de ella y sigo adelante. Lo más interesante de este lugar, es que ya estoy viendo, relativamente cerca el Cap Nunó. 

Finalmente, llego a un lugar complicado. Una flecha indica una dirección hacia el interior. Pregunto a unos operarios de una casa y me dicen que el camino va por delante. Acabo bajando por rocas y llego donde están un padre con su hija y otro amigo joven. Se entusiasman con mi viaje. Les parece precioso. Les cuento lo del erizo de tierra de esta noche y la aventura mallorquina de Betlem. Me desean suerte.

Punta Galera
Estoy llegando a un brazo de mar que me parece un sitio bonito, pero es una alta roca con no muy buenos accesos al mar y, lo bonito se anula con lo poco práctico, así que continúo adelante, donde ya veo zona de rocas, con mejor acceso al mar y en las que hay un buen número de personas. Todo el conjunto recibe el nombre de Punta Galera y en el saliente más espectacular, que lo voy viendo por arriba, en su parte más próxima a tierra, se ven unas construcciones muy elementales, parecidas a las que albergan barcos en los embarcaderos que tanto proliferan en la isla. 

Pero aquí no parece que cumplan esa función, pues no hay rampa de acceso para embarcaciones. Quizás los hubo en algún tiempo y el mar se los haya llevado. El camino me va llevando hacia el aparcamiento de coches que conecta con las rocas. Es lo que menos gracia me hace. Uno llega andando y los demás a motor. Es injusto el dispar esfuerzo realizado por los demás en relación al que yo he hecho, pero hay que verlo en positivo, ¡mejor para mí!, ¿quién lo disfruta más? 
 

“Pero tu esfuerzo te ha servido para algo”, me dirá luego una chica. Y tiene toda la razón. Ya en las primeras rocas, encuentro a alguien desnudo, en la primera parte dos o tres hombres de edad y, en el lugar donde descargo las mochilas, un chico desnudo con su amigo en bañador. Serán ambos motivo complementario de mis fotos de puesta de sol y una de ellas, ampliada, la presentaré al concurso de fotografía Ciudad de Irún, aunque no pasará la primera criba. 

El valor que la foto tiene para mí, su significado, nunca podrá ser comprendido ni compartido por un jurado que sólo mide la calidad fotográfica y estética del producto final ampliado. Él y yo seremos los únicos que estaremos desnudos hasta que el sol nos abandone, y un rato más, mientras las rocas continúan cálidas. La temperatura es deliciosa. Más hacia el extremo norte, hay también otra pareja mixta nudista, pero se hayan ocultos por una roca. Bajo a las rocas para darme un baño. El acceso es bueno tanto para tirarme al agua como para ascender después por la roca. Voy desde un extremo al otro del acantilado que aquí hace de playa sin arena, en roca lisa.


Un alemán y mi cena
Junto a mí, está desnudo un alemán con sombrilla, que se dedica a traer bebidas y las que no vende se las bebe é. Creo que se financia su bebercio con el comercio, pues por lo poco que veo que vende, no creo que le saque mayor rendimiento al negocio. Al menos se lo pasa bien, está al aire libre, en plena naturaleza, cuando quiere se da un baño, ¿dónde de Alemania podría mantener esta actividad siendo tan feliz?  Hablo con él.
 
Algunos extranjeros, como éste, se han adaptado bien a la idiosincrasia del país. Vinieron a conquistarlo y han aprendido algo de él. El alemán tiene una nevera portátil, donde va sustituyendo latas llenas por vacías. Viene todos los días, aparca su coche, y el único esfuerzo que tiene que hacer es el peso que trae en el tramo de venida pues, al regreso, con las latas vacías, el peso ya no es peso y, si le sobra alguna llena, se la bebe y en paz. Olvidaba que también tiene que traer y llevar la sombrilla. Luego veré que no se la lleva, la esconde. Los productos que vende son: Coca-cola, Fanta, cerveza y agua. Lo que él bebe, como buen alemán, es cerveza. 
 

En otra zona, hacia la mitad, una chica ofrece mojitos, capirowska y algún combinado más. La capirowska es como la caipiriña pero de vodka. Me doy un segundo baño. Hablo con el alemán, pero poco, puesto que no quiero interrumpir su lectura. Le compro un botellín de agua (2 €), pues ya sé que hoy no voy a poder cenar y la que llevo ya se está acabando. Abro lo que compré para un caso como éste y como avellanas y pasas de corinto.

 

Ocaso en Punta Galera
Va a ser la más bonita puesta de sol, y la última, que voy a poder disfrutar en esta isla de Eivissa. Hay ciertas expectativas con el sol, pero se están formando nubes por el norte que amenazan y que, casi seguro, nos van a evitar ver el rayo verde. 
 
Creo que además, por la posición que estamos en lo alto de la roca, no podríamos verlo. El rayo verde exige horizontalidad. Ojo y sol en la línea de la superficie marina. Se lo digo a los dos amigos que están en el borde del acantilado que van a ser involuntarios modelos fotográficos. Esta será la única conversación que mantengo con ellos. La gente va desfilando sin esperar al ocaso, pero otros llegan con la única finalidad de verlo. 

Para mí, el lugar es ideal y será uno de los sitios más relajados y de los que traigo mejor recuerdo, junto con illa es Vedra, de Ibiza. Tampoco puedo olvidar la primera tarde nudista de Cavallet. Algún visitante tardío, llega cuando el sol ya ha desaparecido. El alemán recoge la sombrilla, la envuelve en una tela y la esconde en lugar discreto. Sólo si alguien le quiere hacer una faena, se la puede hacer, pues no lo hace con ningún disimulo. Así compruebo que ese peso no lo tiene que llevar al coche. El soporte de la sombrilla lo deja donde está. No molesta a nadie. No se limita a llevar los envases vacíos que ha ido metiendo en su nevera portátil, y los que le han devuelto, sino que busca otros vacíos que alguien a dejado sin recoger y se los lleva para reciclar. Un buen alemán y ecologista.
 

Me parece genial que además del reciclaje, se preocupe de mantener bello y limpio el lugar donde él ha creado tan lindo negocio. Confío en que la chica de los mojitos haga lo mismo. La pareja de amigos contrastan información para hacer de mañana un día interesante. Los de los mojitos son dos, la chica que los prepara y el chico que se encarga de la música. Una música suave que no me ha molestado en absoluto. Les digo que me voy a quedar a dormir allí esta noche. 
 
Él se los pensaba llevar pero, al saber que me voy a quedar, esconde los baffles en una cueva poco profunda para que yo sepa dónde están y que nadie se los lleve. No será un trabajo de segurata el que me ha asignado y no tendré mucho que vigilar, pues sólo quedan ya cuatro chicos en la cima del extremo Norte y pronto se irán. Ella, la de los mojitos, dice que me dé repelente contra los mosquitos. 
 

El alemán estaba de acuerdo en que Relec es más eficaz que Aután. Se marchan los cuatro chicos que quedaban. Ya estoy solo. Me doy masaje de Aloe-Vera en los pies y se me acaba. También me embadurno de Relec. ¡A ver si me dejan tranquilo los mosquitos! Las nubes empañan al sol y echo en falta el áurea rosada que suele quedar en el horizonte. 
 
He preparado cama en plano liso de roca y bastante horizontal y me acuesto junto a roca todavía calentita por el sol de la tarde, que también me protege del viento del Sur. La luna me la tapa también mi roca y permanecerá oculta gran parte de la noche pero, finalmente, aparece y está casi llena. De madrugada, dará luz tan intensa que llega a molestar. Tengo el Carro, o la Osa Mayor, a la vista.
 

Las nubes se han disipado y se me ofrece una noche sin amenazas climatológicas. Durante la noche me he tenido que incorporar para hinchar la esterilla autoinflable, pues va perdiendo aire. Todavía tendrá que durar para mi periplo francés.

Balance de mi segunda 
y última jornada completa a Poniente
Mañana ya dormiré en el Norte. Lo más bonito ha sido el colofón del día en Punta Galera. 
 
Incluido el alemán, todo ha sido muy coral, en un paisaje magnífico y con el sol como principal protagonista. Por la mañana ha sido bonita la charla en Cala Bassa con Marc, el brasileño, y el rato que he estado protegido de la lluvia en Quijote de Port d’es Torrent, bien atendido, desayunando y escribiendo. Ha sido un acierto la compra de las sandalias en El Coral de Sant Antoni de Portmany, la buena atención de las zapateras, su buena información sobre las Vibram, que sigo comprando a día de hoy, a sabiendas de que son adecuadas más para aferrarse a las rocas, pero que a mí me aguantan bien las largas caminatas. Y muy buena también la orientación hacia la comida del Hostal Marí, donde he comido todo muy a gusto. También ha sido bueno el baño en cala sin nombre entre Punta de ses Briades y Cala Gració. Lástima que fuera de piedras y no de arena. Un día más en que muchos han envidiado el viaje que estoy haciendo.


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