lunes, 5 de mayo de 2014

Etapa 36 (278) Port de Pollença-Puig de María

Etapa 36 (278) 08 de julio de 2011, viernes.
Port de Pollença-Cap de Formentor-(Platja Formentor-Port de Pollença)-Puig de María.


Aunque ayer llegué al Port de Pollença, hoy ya salgo de él a pie y camino hasta el Far del Cap de Formentor. Después de comer en el far, una familia me bajará en su coche un tramo, desde el faro hasta la playa de Formentor y, tras disfrutar de ella, cogeré un autobús que me llevará al Port de Pollença de nuevo. No era cuestión de ir y volver andando por el mismo camino. Esas son las razones de mis paréntesis. Llamo Puig de María, que también lo llaman así, a lo que ayer nombré como Ermita de la Mare de Déu del Puig. El tramo que ayer hice en bus, hoy lo hago andando del Port al Puig.

Despertar en París
Me despierto a las 7:30 y lo primero que hago es tomar la pastilla contra la hipertensión. Durante la noche, después de la inesperada visita, me he levantado dos veces a orinar. Como no hay baño en la habitación, he tenido que salir, cruzar el pasillo, y volver. Cuando me levanto, hago mi primera deposición tras el vaciamiento de Dejà: dos chorizos consistentes son la prueba de que estoy totalmente regularizado. ¡Mejor que mejor! Todo ha vuelto a la normalidad. El agua de manguera que me dio el inglés, y que bebí con temor, no me afectó. Me pongo a escribir el diario y lo dejo a las 8:15 h. Me ducho y bajo a desayunar y es ahora cuando pago. La chica está organizando los desayunos y debo esperar al café. Enseguida, tras de mí, bajan también dos chicas extranjeras. Bimbo con mermelada de naranja, ensaimada y croissant, envueltos en celofán y dos cafés (lástima que la leche está fría). No puedo pagar con Visa los 25 € y pido rollo de papel higiénico, pues se ha acabado el de la habitación. Pregunto dónde puedo dejar la mochila, para no ir tan cargado a Formentor y, de primeras, me dice que no la puedo dejar. Luego me dirá que sí, pero que no la podré recoger antes de las 18:00 horas, que es cuando reabren el bar. Subo a la habitación para seguir escribiendo y, cuando dan las diez, recojo todos, bajo la mochila, la dejo en recepción y me llevo la pequeña con la toalla y demás pequeñeces. Llevo la botella llena de agua del grifo. Le cuento al de recepción de ayer la anécdota nocturna e intuye quien ha podido ser el de la incursión. Estaba poniendo música de Phil Collins (The Paradise). Si no tenía baño en la habitación está justificado que saliera de la cama desnudo al baño, y si era sonámbulo, también. Si lo era, su sonambulismo acabó, ipso facto en el acto, en el momento en que encendí la luz. ¡Despertó de súbito! “¿Será el alemán?”, dice, y con la duda nos quedamos. Lo que sí estaba claro es que no parecía español. (Estoy escribiendo esto en la terraza del Brisa Marina donde cené ayer, con un gin-tonic de Beefeather con dos tónicas, mientras espero a que dé la hora de que abran el bar del hostal París. Ya me conocen y saben el camino que estoy haciendo).

Caminando hacia el Cap de Formentor
He dejado la mochila en un rincón de recepción y, antes de acercarme al puerto, compro una ensaldilla de atún Argal y una baguetina (panecillo) por 2,50 € en el Spar Josefina. La chavalita de ayer que me acompañó en el bus, me dijo que en Formentor todo era muy caro. La ensaladilla será mi tentempié. Me encuentro con un chico de Alcúdia que me dice: “sigue el paseo del puerto y las playas, hasta que te topes con instalaciones militares y, de allí, te sales a la carretera”. Agradezco la información y salgo al puerto por la calle del Brisa Marina. Salgo al paseo y sigo instrucciones del chaval de Alcúdia. 
 
Las playas son artificiales, un pequeño espigón retiene un mínimo de arena que, en algunas ocasiones, da para poner media toalla de canto. La idea no está mal y para algo sirve, pero no son playas como para apetecer quedarse si hay opciones mejores. Por fin, llego a la zona militar. El Ministerio de Defensa pone un cartel que prohibe entrar. 

Fondeado veo una especie de gabarra con dos accesos de escalera y que no sé si entra dentro de uso público o militar. Al fondo, detrás de un espigón defensivo, veo un avión raro, amarillento rojizo, que muy bien pudiera ser un hidroavión para apagar incendios o reducir plagas. No parece que sea un aeropuerto. Saco una foto del lugar y otra en dirección al paseo que he finalizado. Ahora la única opción que me queda es salir a la carretera. Poco después veo una señal que pone: “En 18 Km. raya discontinua”. De esta manera puedo intuir que estos son los kilómetros que faltan para llegar al Cap de Formentor. Finalmente serán unos 20. El día es genial para caminar, pues el sol se resiste a salir de detrás de las nubes y eso favorece al caminante, sobre todo, en los momentos de ascensión. Más tarde el panorama va a cambiar, el cielo se pondrá azul y el sol brillará impoluto pero, para entonces ya estaré en la playa, disfrutando de ambos, del sol y del mar. Pero no adelantemos acontecimientos, pues primero toca subir. 


Lejos veo una pareja andando, aunque él lleva el tandem pero, si para uno ya es muy difícil mantenerse en el sillín y más complicado volverse a montar cuesta arriba, lo será más para dos. Tendrán que esperar a llegar a la cima si quieren montar y reanudar la marcha. Dentro de tres curvas les adelantaré. También paso a otra pareja que va a pie algo más rezagada. Para mí, sin mochila, es como coser y cantar. Como veo que son extranjeros, ni intento entrar en conversación. El camino empieza a ser precioso, pero mi cámara empieza a dar señales de falta de batería. Confío en que aguante el día de hoy.

Mirador con monumento
Tras caminar algo más de media hora, unos tres kilómetros, casi todo el tiempo de subida, llego a un mirador en el que han erigido un pedrusco, de la familia de los fálicos, en homenaje al ingeniero que diseñó el trazado que lleva al cabo y al faro.

 
Sin acercarme al mirador, la parte baja está hasta los topes de coches, autobuses y gente. Parece la procesión del Rocío. Sorteo al personal y desde este mirador saco varias fotos. 

 





Una es hacia la punta de la Troneta, un farallón vertical en dirección a Poniente que, para mí, significaría el final de una costa que, desde el Torrent de Pareis, no he podido ver; como indicando que ahí se cierra la parte de costa del Norte que me va a quedar desconocida. Luego fotografío el monumento que, por cómo es su estructura, da la impresión de que se va a acabar desmoronando de un momento a otro, como quizás ocurra algún día con el trazado de la carretera que, con el autor, también es objeto de homenaje.


Hacia Levante, saco foto a la punta de la Nau que es la que cierra la rada y que coincide con la zona de mar correspondiente al mirador y al monumento y, otra con más campo de acción que la Nau, que ya intenta vislumbrar a lo lejos el Cap de Formentor, pero sin llegar a conseguirlo, puesto que el cabo está detrás. 

 

Sin querer llegar tan lejos, saco foto de otra parte del mirador a la que se accede bajando escaleras, donde turistas y viajeros contemplamos el paisaje. 

 



Sobre el trazado de la carretera que seguiré a continuación, una hermosa montaña de roca, nos ofrece en su cima un castillete, al que me libraré muy mucho de intentar subir. Para llegar aquí ya he tenido que bajar unas cuantas escaleras, pero si quiero llegar a la última plataforma, habrá que descender alguna más. 


El mirador está diseñado con cierta gracia y, a pesar de que hay mucha gente, todos encontramos sitio para mirar y admirar el paisaje. Este mirador tiene además la particularidad de que, además de mirar hacia el lado más abierto de Poniente, también se orienta hacia la Badia de Pollença, pero la foto en esa dirección la sacaré al regreso. 

Pero primero voy a sacar la foto del último espacio donde un guitarrista, del cono sur americano, toca y llora en su canción la muerte de su papá. “Falleció hace unos meses”, me dice. Ofrece CDs de su música y en ellos viene su nombre, pero olvido tomar nota. Cuando le voy a desear suerte y que supere la muerte de su padre, llega alguien que quiere sacarse foto con él y su guitarra. Le digo: “me ha gustado escuchar tus acordes y tu voz melodiosa”. Con la petición de foto de los otros, ya no puedo despedirme de él y subiendo las escaleras voy hacia la cima del mirador. Cuando llego es cuando saco la foto hacia la bahía de Pollença y donde se ven los autobuses parados, los coches y el gentío que se va incorporando al lugar. 


Abandono con deseo esta romería. Salgo con ganas a la carretera y, cuando estoy caminando por el lado frontal, saco foto hacia el mirador. Lo más curioso es ver recortadas en la cima de la montaña, la cantidad de personas que salpican la cresta, ahora si que parece una fila de procesión. Sólo faltan los cirios.

Península de Formentor
Más de una hora sin hacer fotos y no es por el aviso de la batería. La carretera sigue teniendo mucha circulación y aún no son las doce del mediodía. La siguiente foto no la haré hasta que llegue a Cala Figuera. De momento entro en lo que se llama Península de Formentor, debido a que se forma un estrechamiento entre esta zona contigua al mirador, al otro lado de Punta de la Nau y por el lado de la Badia de Pollença con la Cala Pi de la Posada y la Platja de Formentor donde me bañaré por la tarde. El caos se ha quedado atrás y los coches circulan muy atentos a la calzada y al caminante. A pesar de ello, algunos estacionan en cualquier parte sin tener en cuenta el daño que producen a la buena marcha de la circulación. La carretera ha empezado a descender. Me da rabia, porque luego me tocará subir de nuevo. Se ve que al que diseñó el trazado no le preocupó mantener la horizontalidad, o hizo lo que pudo. Tras la bajada, llegamos a la zona en que la gente aparca para ir a la playa de Formentor, que ni me asomo a mirarla, pero tomo nota del lugar para el regreso. Pregunto a una chica si la playa queda lejos y aventuro, “¿un kilómetro?” y la sudamericana, por no callar, me dice: “algo así”. Luego comprobaré que está ahí mismo, como a dos minutos.

El guarda del aparcamiento
Como la mujer, con esta mala información, ya ha perdido mi confianza, para la siguiente pregunta me dirijo al guarda que controla la entrada al aparcamiento de coches. Me dice que de allí parten autobuses que van al Port de Pollença y que tengo uno a las 15:45 y otro a las 17:30 h. Me dice que, si voy hasta el cabo y pretendo regresar andando, al primero será difícil que llegue a tiempo para cogerlo. Y, sobre el otro, que ya es el último, suele ir muy lleno, aunque admite de 25 a 30 personas de pie. De todas formas, me dice: “vete tranquilo, porque los autobuses de la mañana han llegado con poca gente, ya que el día no ha amanecido suficientemente claro”. Agradezco al controlador toda la información valiosa que me ha dado y que me va a servir para tomar alguna decisión de qué hacer después de comer en el faro y cabo. Como estoy a ras de mar, la carretera se reinicia suavemente ascendente.

Cala Figuera
La carretera ha ido cogiendo altura y ya, con menos circulación de coches, voy con relativa tranquilidad por esta calzada sin arcén. Un cruce indica la Cala Murta hacia la derecha que, quizás, esté también conectada con Cala en Gossalba, pero no sigo hacia ellas y continúo. En este ámbito, se forma el 7º itinerario de mi FI-19, tantas veces mencionado, que es un recorrido que forma una especie de triángulo. 
 

Comienza y acaba en el cruce mencionado y, sin llegar a Cala Murta, ladea Puig Garballó, llega a Roca Blanca a 329 m de altitud y vuelve por carretera y túnel al punto de partida. Llego a Cala Figuera. Desde la carretera, lo primero que diviso es la bocana, con la punta de Catalunya, a Poniente y la d’en Tomás, a Levante. Una chica, con su chico, que suben de ella, me dicen: “merece la pena”. Desde donde ellos han subido, sigo sin ver la playa, pues la hierba alta me la tapa, pero voy avanzando y ya la consigo ver una vez pasada. Continuando la carretera que sigue subiendo, ya la puedo fotografiar en todo su esplendor. Me han dicho que tiene arena, pero desde arriba la impresión que me da es que tiene más piedras que arena pero, como no me he decidido a bajar, no lo puedo ni afirmar ni negar.

Punta d’en Tomás. 
Túnel o escalera labrada incierta
Pasada la Cala Figuera, lo siguiente que se me presenta es un túnel taladrado en la roca que corresponde a la Punta d’en Tomás. Según me voy acercando, veo unas escaleras labradas en la propia roca, que arrancan con firmeza y que avanzan por un camino colgado sobre el acantilado, y tienen continuidad en otro tramo similar. Sin subirlas, voy mirando cómo evoluciona el camino, pero no me da ninguna confianza. 


Parece como si se perdiera en las paredes del acantilado. Así que me olvido de él y de las escaleras y me decido a atravesar el túnel horadado lo más rápidamente que puedo, con el fin de no encontrarme con ningún coche cuando esté dentro de él. Pero coincido con dos coches que vienen de frente. El segundo me obliga a empujar su espejo retrovisor externo derecho hacia el interior y se dobla sin consistencia, sin que mi mano note resistencia alguna. 

Salgo del túnel. Así llego a un segundo mirador, menos ampuloso que el de antes donde, sin subir a mirar, pregunto y un madurito me dice que desde allí ya se ve el faro. Entonces subo y lo fotografío. El faro apenas destaca con lo luminoso que ha acabado quedando el día, pero está ya al final del último acantilado del Cap de Formentor. Todavía me queda un buen trecho. Aparecen indicadores de camí vell, que es un camino de cabras cuyo aspecto me resulta disuasorio y ni se me ocurre ir por él.

 








Cap de Formentor
Una vez visto el cabo, leo: kilómetro 18. Los coches aparcan como pueden. El último túnel que he pasado ya no permite que lo atraviesen los autobuses. Los visitantes que vienen en ellos o se quedan sin ver el cabo o tienen que hacer este último tramo a pie. Les vendrá bien hacer un poco de ejercicio. 
 
Ahora diviso el Cabo Formentor y lo veo desde el lado de bocana de la Badia de Pollença. Desde aquí se ve mejor y se observa muy bien la carretera por la que se accede a él. Ahora desciende y volverá a subir, coincidiendo con nuevas escaleras que parece son a donde conducía el camino de cabras que antes he visto y que no he querido aventurarme a coger. 
 

Son las dos y cuarto cuando inicio el ascenso por la escalinata hacia el faro. Estoy ya en el punto más al Norte de la isla de Mallorca. Mañana llegaré al Port d’Alcúdia, donde daré por finalizada mi vuelta a las costas de Mallorca. Decir costa es mucho decir, puesto que el día de Valldemossa y desde Sa Calobra y la Punta de la Troneta, poca costa pude ver.

Comida en el Faro de Formentor
Detrás de la sombra del faro, como mi ensaladilla, con un tenedor de plástico partido en dos. Cuando termino, guardo el trozo de tenedor por si me vuelve a hacer falta. Como la ensaladilla de atún con tanta ansiedad, que me olvido que llevo pan y luego el pan se me hará una masa imposible de tragar y acabo tirándolo con los restos plásticos a la papelera. Cuando ya he dado por finalizada la comida, me doy cuenta de que hay un self-service y, aunque la chavalita del autobús de ayer tarde ya me dijo que aquí todo era muy caro, entro para ver qué se me ofrece. Y de lo que veo, como hace tiempo que no como fruta de postre (salvo la que me ofrecieron los Roca en Lluc), elijo eso y un dulce.

Postre en el Faro de Formentor. Rompo un plato
Elijo de postre: Una napolitana de cabello de ángel, una manzana, un plátano, un trozo de piña y un Acuarius, al que me voy aficionando, y una copa de vino tinto. Todo por 12,80 € y que pago en efectivo. Pero ocurre un accidente. Por evitar que se me caiga una copa vacía que he cogido para beber el Acuarius, se me cae el plato con la napolitana y lo rompo. Ya no puedo decir que no he roto un plato. Aunque el plato ya no tiene remedio, trato de salvar la napolitana, pero la chica que lo recoge todo del suelo me obliga a dejarla, por si tiene alguna esquirla de la loza y es peor el remedio que la enfermedad. Me da otra napolitana. Es una lástima, porque la que ahora tengo que comer es de crema y me apetecía más la de cabello de ángel, por algo la había cogido. La chica recoge y barre el suelo pero, los extranjeros que están en la cola, no hacen ni mención de apartarse para que ella pueda hacer bien su tarea. ¡Algunos son increíbles! Les he contado cómo ya estoy terminando de dar la vuelta a la isla y, cuando estoy comiendo, se acerca una de las empleadas y me dice que ellas acaban hacia las cuatro o cuatro y media, cuando dejen todo recogido, y que me pueden bajar en su coche. Se lo agradezco, pero voy a intentar que me baje alguien que se vaya cuando yo termine. La manzana es acuosa y le falta sabor y gracia, el plátano es francamente malo, ¿será banana?, y casi no puedo acabar de comer la napolitana pero, aunque caro, me doy por satisfecho al haberlo elegido por la vitamina de la fruta. De la piña, sólo dejo trocitos del tallo central. La chica me vuelve a decir que, si no encuentro a nadie que me baje, que ellas me recogerán por el camino. Se lo agradezco y me voy.

(En coche a Platja de Formentor). Eva y Ricardo
Nada más empezar a bajar la escalinata del faro, coincido con un matrimonio que también está bajando: Eva y Ricardo. Viajan con sus hijos: Álvaro y Ana (nombre de los personajes principales de La Regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”). “Cuadró así”, me dicen. Les pregunto, y se ofrecen a llevarme. Son gallegos, de A Coruña, aunque de primeras a Eva no le he pillado el acento galego; luego sí. Les cuento mi noche en Perillo (Oleiros), durmiendo en la puerta de la casa de cultura, la noche anterior a entrar en la capital, A Coruña. Mi paso por As Combouzas y Barrañán. A ellos les agobia el gentío y no quieren bajar a la playa de Formentor que es donde les he pedido que me dejen. Me bajo, les agradezco, y Eva pasa al asiento delantero.

Platja de Formentor
La playa está a unos minutos de donde me dejan. El panorama que se me ofrece es de playa muy familiar y tras ver la zona de playa hacia Cala Pi de la Posada, reculo hacia Pollença. Un edificio sobresale hacia el mar, al que pegan las olitas al romper. En esta zona no hay nadie, así que llego, me desnudo y me baño. Sólo me verán tres hombres que se acercan porque vienen paseando haciendo todo el recorrido por la arena de las dos playas y una mujer que va hacia el malecón siguiente. 
 
Las rocas semienterradas que hay en la orilla no son problemáticas, puesto que se pueden pisar y hacer por arena el camino hacia el mar. Lo peor es que hay dificultades para tomar bien el sol, puesto que es zona de arbolado y obliga a estar en sombra. Menos mal que la tarde ha quedado calurosa y, a la sombra, se está muy bien. En la primera foto de la playa, lo que vemos al fondo es la Cala Pi de la Posada y la montaña corresponde a la península de Formentor. En el mar el Illot de Formentor. En la segunda, volvemos a ver el illot, casi tapado por la púa de un pino, los veleros y motoras, anclados y, al fondo, el Cap des Pinar con el Santuari de la Victoria. Entre ambas moles se configura la bahía de Pollença. Tras el segundo baño, me seco entre sol y sombra, me visto y voy hacia la parada del autobús.

(Autobús al Port de Pollença)
Voy a tratar de coger el bus de las 15:45 h. Así que no me entretengo en tomar nada en el chiringuito que hay al salir de la playa. Como pronto estaré en el puerto, no me crea problema el estar sin agua. Llego a la parada y saludo al controlador del aparcamiento, al que en breves pinceladas le cuento cómo me ha ido el resto de la jornada. Sin dar la hora, antes de las 15:40 h, arranca el autobús, así que el que se haya confiado en el horario oficial se tendrá que quedar al último, el de las 17:30 h. Pago 1,10 € y me considero afortunado. Me pongo en la izquierda, pero luego paso al lado derecho. Pasamos las playas por detrás y entramos al puerto pasando por la esquina de la calle Magallanes y para en el mismo Port. Retrocedo por el Brisa Marina.

Brisa Marina. Gin-tonic
Pido un gin-tonic pero con dos tónicas. Pago 5,90 €. Cuento cómo me ha ido desde la cena de ayer y la anécdota nocturna, escribo, subo a orinar al retrete, pues está en el primer piso. Cojo agua para subir al Puig de María, pues tengo intención de dormir esta noche allí. Dejo de escribir a las 18:15 h, dejando un margen por si se retrasan en abrir el bar del hostal París. Veo a una niña jugando con un gusanito y compro cuatro para mis nietos 2,99 x 4 = 11,96 €. Es un gusano que se hace pasar por entre los dedos de la mano. Espero que les guste esta pequeñez que tiene la ventaja de que no me pesa. He ido a comprarlo donde me ha dicho la niña y regreso al Brisa Marina. Me despido del camarero, que ha sido muy atento conmigo, aunque tiene un lenguaje con unos latiguillos verbales algo repelentes.

Despedida del hostal París
Llego al hostal donde pernocté anoche y he desayunado esta mañana y el señor inglés que me atendió ayer, me señala dónde está la mochila. Ya está informado de lo que me pasó anoche, se muestra algo pesaroso, por si me pudo molestar, pero le quito hierro al tema y no le doy importancia; en todo caso una anécdota más para contar de mi camino.Me despido de él dándole la mano y los tres de la barra también me desean buen viaje. Salgo al paseo marítimo y enfilo hacia Pollença, para hacer el recorrido que ayer no hice, puesto que vine en autobús. ¡Estaba tan cansado!


Retorno a Pollença. 
María (no es la Mare de Déu)
Cojo todo recto por la carretera. Una mujer me confirma que voy bien si sigo por el camino de bicicletas. Llego a una rotonda que es sobrevolada por un avión de mentira, un homenaje a la aviación. Su estela lo sostiene. Tengo intención de hacer dos cosas antes de enfilar hacia el Puig. Primero, acercarme al pont romá que ayer no pude fotografiar cuando llegué tan cansado y después, acercarme a la policía local para agradecer su gestión para encontrar hostal. 
 

No haré ninguna de las dos cosas, puesto que me he metido por una carretera que ya me lleva hacia la ermita donde hoy pretendo pernoctar. Hacer lo que quiero me supone retroceder y no quiero llegar muy tarde al Puig de María. Trataré de hacer mañana ambos proyectos. Me encuentro con una zona de arbolado, donde lo que más me sorprenden son unos olivos. Fotografío el que más me llama la atención. Por la carretera pasa María, la policía municipal que me ayudó ayer, y nos saludamos. No será la última vez que la vea. Estoy muy cerca de la montaña en cuya cima está enclavado el albergue, pero como no sé de qué lado arranca la carretera de subida, sigo preguntando. La gente me dice que voy bien y que la encontraré a mano izquierda.


Hermita de la Mare de Déu del Puig
Cuando llego al inicio, un chico está descargando de su coche enseres de carpintería y desechos y los está dejando junto a los contenedores. Le pregunto cuantos kilómetros hay de subida y, aunque no me responde exactamente a mi pregunta, me dice: “te costará entre 20 y 30 minutos”. Nada más dejarle, me encuentro un cartel en que indica una hora de ascenso. “¿Quién tendrá razón, la información verbal o la escrita?”, me pregunto. Se lo digo y él insiste: “menos”, y añade, “la parte final es más empinada”. Tiene razón en cuanto al tiempo, puesto que tardaré una media hora. En el arranque, el suelo es de carretera asfaltada, pero luego tendrá tramos magníficos empedrados, como si fuera una recuperada calzada romana. Si Pollença tiene un puente romano, ¿por qué no iba a tener también una calzada romana? Por el camino, una chica habla por móvil. Es una agresión al silencio y recogimiento del lugar. Otra chica baja corriendo. En realidad, no es que quiera correr, sino que, lo empinado de la cuesta abajo, le obliga a ello. Cuatro personas hablan bajito sentadas en un banco. Saludo y responden. Se acaba la carretera y veo dos coches aparcados. Llego a la calzada empedrada, saco foto de uno de esos tramos, y continúo ascendiendo. Parece la ascensión de Jesús a los cielos, más que la asunción de María, transportada por los ángeles. No hay angelote alguno que colabore y ayude en mi subida. Hay presupuesto para la total recuperación del camino empedrado y, lo recuperado está muy bien conservado. Cuando llego a la cima, un chaval extranjero no me sabe decir por qué puerta es por la que debo entrar. Veo tres o cuatro alternativas pero ninguna clara. Me enfado con él, pues me parece que lo que quiero saber es evidente, vengo con mochila, le hago saber que quiero dormir, pero el muchacho o no lo sabe o le importo bien poco. Responde algo en su idioma y se desentiende de mi problema. De poco me sirve lo que haya dicho. ¿Qué habrá captado de mi pregunta?

Albergue del Puig de María. Caty
Entro por una de las opciones, y merodeo por puertas y pasillos. En un comedor veo a un hombre esperando que le sirvan la cena. Me dice: “hay una campanilla”. Mañana ya os presentaré a Gabriel. ¡Qué menos que un Gabriel anunciador en un Puig de María! Gabriel, como aquél que conocí en la Cova del Drac, también vigila. “¿Los nombres orientan las profesiones?”, me pregunto. Hay también una mesa preparada para seis personas. Finalmente llego al mostrador de recepción, toco el cencerrico y hablo con Caty. “No hacía falta que tocaras, ya te he dicho que ya voy”, me dice al entrar, y le respondo: “No te he oído”. Me ofrece la celda nº 11, sin cilicio, y sin televisión, pues ninguna la tiene y sería el mayor cilicio, el más agresivo, en este remanso de paz. De haberla tenido, con no ponerla en marcha habría sido suficiente. Me informa de que las cenas han empezado a las ocho y que elija algo de la carta. Mi elección es trampó con garbanzos y lentejas. Van a ser las primeras que comeré después del bote de Eroski que comí frías bajando de Capdepera el 18 de junio, ya hace veinte días, aunque parece que hayan pasado siglos. Pagaré 14 € por la cama mañana y 18,50 € por la cena cuando cene. Todo en efectivo, pues no admiten Visa. Escribo Caty para no confundir con Katy de Sant Elm.

El Puig. La celda nº 11. 
Una habitación con vistas
Subo a la celda nº 11 con las sábanas que me ha dado Caty. Hay dos camas y elijo la grande. La hago. La encimera, bordada, me parece más áspera que la bajera y las pongo a la inversa. Saco una foto de la sencilla y amplia habitación, donde se respira tranquilidad. Cojo mi toalla y me voy a las duchas. Utilizo como gel corporal, el común de manos. No doy al agua caliente, pues la fría está buenísima. Da la sensación de que hubiera poca gente hospedada. Lavo mi camiseta gris que hoy está empapada de sudor. Sólo la he sudado viniendo del Port al Puig. 
 
Las vistas hacia la Badia de Pollença son muy amplias, pero la altura del Puig está condicionada por los tejados que aparecen delante de mi ventana, que son correspondientes al resto de las dependencias de ermita y albergue. Sabré que hay un taller y un puesto para control de incendios. Pero eso será mañana. En la primera foto que saco de la bahía, se ve perfectamente en la distancia la bocana de la Badia de Pollença. A la izquierda, hacia el Norte, el Cap de Formentor y, a la derecha, hacia el Sur, el Cap des Pinar, donde está el Santuari de la Victoria que, a pesar de la recomendación, finalmente no visitaré. 
 

En la última foto del día que, al igual que la anterior, enfoco en primer término los tejados más próximos bañados por los últimos rayos del sol próximo al ocaso, y está dirigida más al Sur, lo que se ve ya es más propio de Alcúdia, a donde mañana llegaré y se acabará mi periplo mallorquín. Tras tender la camiseta, me encamino hacia el comedor por entre amplios pasillos recoletos.


Cena en el Puig de María. Toni
Bajo al comedor y me atiende Toni. Otro más de los Antonios buenos que me sigue deparando el camino desde que lo empecé en 2006. Primero me trae el perolo de lentejas que han sido cocinadas con verduritas varias (como se encuentran en las sopas secas mallorquinas), pero aquí con el caldillo espeso que van soltando las lentejas al cocer lentamente. Me lo como todo y no me importa que se quede algo del trampó (lechuga y tomate) sin comer. De las aceitunas negras y los garbanzos, sólo dejo los huesos que ya no darán origen a nuevos olivos, y menos tan bonitos como los que he visto esta tarde. También dejo alguna alcaparra, que ya admito algo mejor, pero que siguen sin agradarme. ¡A pesar de Menorca! Mientras estoy cenando, ha llegado un alemán con su hijo y dos amigos. Después se añadirá otro adulto más al grupo, que viene con otro chico. Uno de los dos mayores es austriaco, pero no sé cual, si el primero que he dicho que era alemán o el segundo. Mientras esperan comento el viaje que estoy haciendo y les parece magnífico. Como forman grupo y tienen tema de conversación, no consigo encontrar ocasión para ampliar más el tema. Me hubiera gustado más hablar sobre el modelo de Europa que quieren los alemanes. Estos chavales alemanes se ve que tienen un buen comportamiento cívico en presencia de adultos que, seguro son además los que van a pagar la cena, pero me gustaría verlos solos con más amigos. Probablemente no diferiría su actuación de los jóvenes de Cala Agulla y de s’Arenal. Será difícil que me pueda olvidar de aquellos. Los tres primeros chavales son altos y el cuarto algo más bajito, aunque es el que mayor fluidez tiene de lenguaje. Lo capto, a pesar de que no entiendo ni papa de lo que dicen. Viven la mayor parte del año en Pollença y sólo suelen subir de vez en cuando al Puig para comer la paella de marisco. Primero han pedido una ensalada para todos y, cuando Toni les ha traído la paella, la ha dejado en el centro de la mesa y ellos mismos se la han ido sirviendo a su gusto. Creo que a estos alemanes les gusta más así, sin la parafernalia de hoteles y restaurantes. De esta forma el reparto es más equitativo y de lo que queda en la paellera, cada uno se vuelve a echar más si quiere cuando termina. Desaparece todo por completo. Pido ayuda a Toni para pergeñar el programa para mañana y me pide que espere cinco minutos, hasta que acabe con el grupo.

Preparando con Toni el plan de mañana
Voy a mi habitación a recoger el mapa para hacer el plan con él a la vista. Bajo de nuevo y Toni me recomienda ir al cabo entre las dos badias y que en Alcudia visite la ciudad romana y la medieval. El Antonio de su nombre no es el de Padua, sino el de los pajaritos, San Antonio Abad. Creo que dijo el 17 de enero. Tema para investigar y completar. Me dice que los desayunos se empiezan a dar a partir de las ocho de la mañana. Hoy pago la cena, 18,50 € y mañana pagaré la habitación, 14 €. Me despido de Toni y para las 22:45 h estoy ya en la cama. Confío en que el exceso de cena no me perjudique para dormir bien y que el cansancio lo compense.

Balance de la víspera del fin
El día ha compensado la zozobra de los últimos días de la Serra de Tramuntana. Hoy he recuperado los baños de mar que se me estaban olvidando desde Sa Calobra. En realidad, sólo me quedé sin baño el día de San Fermín, un santo de interior. Aunque con demasiada carretera, no ha estado mal la visita al Cap de Formentor. Las camareras del faro han dado fe del buen nombre que, desde la canción, tienen las chicas de Formentor, que me han ofrecido bajarme en su coche a Pollença. No ha hecho falta porque me han bajado los gallegos: Ricardo y Eva con sus hijos Álvaro y Ana. He estado a gusto en la platja de Formentor y me ha ayudado el guarda del aparcamiento. Gracias al hostal París, he podido ir a Formentor sin la mochila. También gracias a la coincidencia con el hostal de Ciutadella, París será un referente para 2012, en que iré andando de Irun a Saint Brieuc, en Bretaña y, en 2013, con tren hasta París, desde este último punto hasta la isla de Tescherling en Holanda, a cinco jornadas a pie aproximadamente de Alemania. La tarde noche en la Mare de Déu del Puig, ha sido el mayor acierto como colofón de la jornada, muy bien atendido por Caty y Toni. ¡Qué felicidad!

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