lunes, 19 de mayo de 2014

Etapa 39 (281) Platja d'Es Cavallet-Porroig

Etapa 39 (281) 11 de julio de 2011, lunes.
Platja d’Es Cavallet-Torre de ses Portes-Cap Falcó-Platja des Codolar-Sa Caleta-Punta des Jondal-Cala Jondal-Cala Xarco-Porroig-Cala Xarco-Porroig.

Aunque la última parte del itinerario parezca un error por repetición, la realidad es que fue así. De Porroig regresé a Cala Xarco, sin querer y llevado por informaciones varias, incorrectas, y acabé volviendo a Porroig para dormir mal, en una barca, creyendo que era la mejor alternativa.



Amanecer en Es Cavallet
Sólo me he levantado una vez a orinar en toda la noche. Cuando me despierto a las 6:30 h ya veo un hombre desnudo paseando por la playa. Hace gestos de nadar, como que va a bañarse, pero no lo hace. Grandes nubarrones agrisan el mar. Saco una foto. Me levanto y voy acercándome al lugar, pero está lleno de posidonia y retrocedo para buscar un sitio sin roca que me permita entrar al agua pisando arena. 


Poco a poco irá mejorando el cielo. Veo cómo el hombre entra al agua por arena y yo le imito. El se da un baño más largo que el mío y salgo a secarme paseando por la orilla. Luego, cuando sale, le pregunto si podré pasar a Es Codolar y me asegura que “sin problemas”. Me despido y para las siete ya estoy en marcha. Antes saco foto de la duna, junto a la cual he dormido.


Paso por el Chiringay
Voy andando por la orilla del mar. Mi objetivo más próximo consiste en llegar a la Torre de Ses Portes, que me llevará también a la Punta del mismo nombre, el extremo más al Sur del Este de la isla. También podríamos decir, el extremo más al Este del Sur de la isla. Pero no tardo mucho en llegar al final de la playa, donde está instalado el tercer elemento que ofrece la hostelería de la platja d’Es Cavallet. Como se puede ver en la foto, el nombre de este chiringuito es el Chiringay, donde ya me bañé ayer por la tarde antes de marchar a cenar a La Escollera, donde tan bien me trataron. Saco foto del Chiringay para recuerdo. Avanzando hacia la torre, veo que se asoma por la cima de la duna un chaval en bañador. Le saludo con la mano, puesto que en esta hora tempranera ver a alguien demuestra que uno no está solo en el mundo, y veo cómo baja de la duna. Cuando llega a mi lado, se baja el bañador y me da un abrazo. Yo descargo mis mochilas y nos damos otro, en igualdad de condiciones. Es gay, está en una tienda donde ha pasado la noche, con una pareja heterosexual y él de carabina. Tras el abrazo, nos despedimos, se pone el bañador y vuelve a subir hacia la tienda de campaña.

Torre y Punta de Ses Portes
Me voy alejando del Chiringay y, en un cuarto de hora llego a la Torre de ses Portes, que está ubicada en la Punta de ses Portes. Saco dos fotos de la torre, una luminosa, por estar orientada a Levante y otra más oscura, por estarlo a Poniente. No es difícil saber, cual es una y cual es la otra. La intensidad de la luz recibida por su fachada cilíndrica es la que sirve para determinarlo. Más que un cilindro, sería un cono truncado, puesto que el perímetro de la base es más grande que el de la zona parcialmente almenada o, al menos, así me parece a mí, no creo que sea un efecto óptico producido por mi pequeñez y por estar tan próximo a la base. Esta torre está muy bien restaurada, aunque en el lado de Poniente se puede ver que no ha sido rehecho el balconcillo superior. 
 

La puerta de acceso está cerrada pero no sé si es por la hora, o porque lo está permanentemente. No lograré saber cómo es la escalinata interior de acceso de ninguna de estas torres que voy a ir viendo por Eivissa, puesto que todas las voy a ir encontrando cerradas. La Punta de ses Portes es menos puntiaguda de lo que aparece en el mapa, pero tiene varias islitas. No sé cuál es la Caragoler que figura en el mío. Por la posición, cabría suponer que las sombras que se van viendo a lo lejos, ya corresponden a Formentera, a donde no llegaré hasta dentro de una semana, el 18 al atardecer. 
 




S’Espalmador, la isla intermedia más grande entre Ses Portes y Formentera, serviría de puente de comunicación con Eivissa. 
 

Probablemente, en algún momento de la historia de estas tierras, ambas islas estuvieron unidas por este corredor: Ses Portes-Caragoler-S’Espalmador-Formentera. Es mi opinión en base a lo que me ofrece la geografía, y no ofrezco ningún argumento científico, aunque es posible que exista. La siguiente foto la saco también de la Punta de ses Portes pero orientada hacia lo que me viene. La montaña del fondo corresponde a La Canal, con la Punta de sa Rama y unos pequeños islotes de se desgajan de ella.
Unas platgetes muy coquetas
Antes de llegar a la platja del Migjorn el camino va por roca plana que, a veces, obliga a alguna subida y bajada, pero que, generalmente, mantiene cierta horizontalidad. Luego, paso por playas mínimas que juegan con los elementos propios del lugar: roca plana, arena y, no siempre, posidonia. 
 

Saco fotos de estas playitas coquetas. Son pequeñas y una familia no muy extensa ya es capaz de llenarlas. Tienen el encanto de su minimalismo. De la primera saco dos fotos, para que se vean bien sus características, puesto que además dispone de rocas que la flanquean. El acceso al agua es por arena y, si bien ésta tiene residuos de tipo vegetal, no se puede decir que sea arena sucia.
 
Es la primera playa que veo de estas características y me parece muy caprichosa. Me encanta pero, como me acabo de bañar en Es Cavallet, no me vuelvo a dar aquí otro baño, a pesar de lo apetecible. En la siguiente, que podría tener características similares a la anterior, el problema es que ha sido ocupada por posidonia. Toda la gracia de la otra se pierde aquí por esa circunstancia. 



Las rocas son muy bonitas pero la arena de acceso al agua ha sido totalmente cubierta por el alga. Al que le gustan las algas, por el yodo que aportan, tiene aquí la oportunidad para disfrutar de sus bondades. 

 

En la tercera playa que presento a continuación, se plantean las dos opciones, acceso de arena para entrar a bañarse, en la zona más hacia Poniente, y posidonia hacia Levante. Aquí tenemos para todos los gustos. Al fondo volvemos a tener La Canal y la Punta de sa Rama. Y en la cuarta y última, la playa vuelve a ser de las mismas características que la primera que he visto, quizás ésta algo más hermosa, como para dos familias bien avenidas y con muchos niños.

Un escultor caprichoso
Por aquí llegó un artista que no tenía mucho dinero, no tanto como para poder comprarse una piedra y tallarla en casa, y aprovechó ésta, que estaba al lado del mar, que no era de nadie y era de todos, y nos hizo este regalo para solazar nuestras miradas a la vez que contemplábamos el mar. El mar y un barco velero que ahora surca esta rada. Se trata de escultura figurativa, de personajes humanos con mucha licencia de proporcionalidad. Lo mismo mezcla cuerpos de un tamaño medio, como se puede ver una cabeza descomunal. Pero eso también lo podemos ver en Gustavo Doré, artista reconocido sin ningún género de dudas, cuando hace grabados ilustrativos del Quijote y presenta al ilustre hidalgo rodeado de los personajes propios de los libros de caballería. En esta escultura que nos ocupa, también se ve algún elemento floral.

Tránsito de rocas a arena. 
Limpieza de playas
Ya se va terminando la zona en la que he venido caminando por rocas y viendo las playas que he definido como coquetas. Ahora voy transitando de esta roca suave y con buen camino hacia la playa de arena. Por la playa ya veo una camioneta para recogida de las bolsas de basura que se van generando. A derecha, en primer término un cordel, con sus soportes, invita a que nadie lo traspase y dañe la duna protegida. Un poco más adelante, máquinas de limpieza están listas esperando para poder hacer las tareas de cribado y alisado de la platja del Migjorn, que es a la que ya estoy llegando.

Platja de Migjorn. Dunas
De esta forma parsimoniosa, como lo estáis viendo y leyendo, entro en la platja de Migjorn. La duna aquí es muy alta y corre peligro de desmoronamiento, es normal que pongan medios para su protección. A pesar de que ya llevo andando unos tres cuartos de hora desde que he salido del Chiringay hasta que llego a esta duna, en realidad estoy en el mismo grupo de dunas en que el chaval y yo nos hemos abrazado.

Si el recorrido lo hubiese hecho duna a través, no habría caminado ni diez minutos para llegar donde estoy. En la rada se ven veleros con altos mástiles y construcciones que pertenecen a Ses Salines, pero no logro saber en qué momento la playa cambia de nombre, de ser de Migjorn a ser Ses Salines. Probablemente Ses Salines sea la zona frontal con más inclinación de arena y rocas, aunque también pudiera ser a partir de los barquitos cuyos mástiles se observan en la arena. Antes de llegar a los barquitos, me doy el segundo baño de la mañana, me seco paseando y me voy acercando hacia Ses Salines.


Ses Salines
Aunque me supongo que estarán cerca, los montones de sal que vi ayer tarde, un poco antes de doblar la carretera hacia platja Es Cavallet, hoy no los voy a ver. Para ver las salinas, tendría que ir hacia interior, pero yo prefiero ir bordeando por la costa. No sé qué será peor. Una vez seco y vestido, me voy acercando a las construcciones que hace tiempo llevo viendo al fondo de la bahía, bajo la montaña que en mi mapa viene con el nombre de La Canal. 
 
Lo primero que me llama la atención al llegar es un artilugio que yo considero propio de alguna máquina para la obtención de la sal marina, pero sin ningún sustento en base científica, puesto que soy lego en la materia y de mecánica ando bastante pez. Este mecanismo, o máquina, lo tienen expuesto a modo de escultura, aunque no lo sea. 


De cualquier manera, tiene que ser algo de mucho significado para los salineros, si no, no lo pondrían tan a la vista. Pintada en negro, los tubitos que conducen el combustible brillan como dorado bronce, y destaca la parte superior, pintada de rojo, como si de una cabeza llamativa se tratara. Luego, el edificio más alto, pudiera ser la salina propiamente dicha, donde la sal se libra de impurezas. Pero tampoco lo sé y no encuentro a nadie para preguntar, aunque hoy es lunes y casi son ya las ocho y media. 
 
Lo que queda por ver aquí ya son las casas y me asomo para ver si de ahí parte algún camino hacia la Punta de sa Rama. Pero no lo encuentro y camino hacia el cabo. 
 
 



Avanzando un poco más, me vuelvo y veo un embarcadero con cintas transportadoras en el extremo, donde me supongo que harán la carga de la sal a los barcos que la van a transportar por mar.

Punta de sa Rama
No sé si me voy a subir a la punta de la rama, pero sí es cierto que me va a tocar un buen rato de subidas y bajadas hasta que pueda llegar a la platja des Codolar. Pero vayamos por partes. Una vez dejadas atrás las casas y la fábrica de transformación y depuración de la sal obtenida en las salinas, que da la denominación de Ses Salines al lugar, me voy adentrando en la montaña de La Canal.  

Antes de llegar a la punta de sa Rama, hago una primera ascensión a la montaña, pero tendré que volver a descenderla y llegar de nuevo a ras de mar. Esta primera subida a la cima, me permite ver por dónde va el camino que luego voy a llevar hasta la primera punta. Un pequeño entrante de mar es el referente al que ahora tengo que acceder. Desde arriba saco la primera foto que ilustra bien lo que estoy diciendo. En cinco minutos estoy de nuevo a ras de mar. La entrada al mar está anegada de posidonia, pero aquí lo que da singularidad al lugar es la hermosísima planta de hinojo marino. ¿Lo habéis probado? Yo lo he comido encurtido y dando sabor especial a ensaladas. Es conveniente no pasarse en la cantidad. Yo lo prefiero al sabor especial de las alcaparras. Saco foto de esta pequeña rada con su posidonia y su hinojo marino. 
 
Un bonito trampolín al mar. Aunque sea fijo y le falte la flexibilidad de los trampolines, es un buen puntal para tirarse de cabeza al mar. Aunque hay que conocer bien el terreno antes de hacerlo, ver la profundidad del fondo y la facilidad o dificultad de acceso para salir del mar. Pero no es por este trampolín por lo que os enseño aquí la foto, sino porque en el horizonte, ya se puede apreciar bastante bien la punta de Ses Portes, con su torre, da idea de que algo he avanzado esta mañana, la isla Caragoler, la isla de s’Espalmador, que a veces, en mareas sumamente bajas y mar calmo, se une por arena a su madre, y Formentera. Están lejos. ¿Las veis? No os preocupéis. Dentro de una semana ya tendréis ocasión de verlas más de cerca. 
 

Por fin, llego a la segunda cima y desde allí saco foto de la Punta de sa Rama con sus pequeñas rocas que van al mar, como si la montaña quisiera seguir surcándolo. Pero lo que me permite esta subida, no sólo es ver este segundo cabo de la mañana, sino que ya me ofrece una vista de la parte a la que me dirijo ahora, que es Es Codolar.
 
Lo que veo me produce cierta inquietud, puesto que me da la dimensión de la montaña en que estoy, La Canal, y las subidas y bajadas que voy a tener que hacer hasta llegar a Ses Salines, a las piscinas en que se evapora el agua para la obtención del mineral salino. Una vez esté a nivel de mar de nuevo, ya veo la platja des Codolar, que me vuelve a inquietar, puesto que me parece que la salina sale al mar y me puede crear problemas para pasar. 
 

Lo único que me da tranquilidad es que nadie me ha dicho que no puedo pasar. ¡Adelante, pues! También veo parte de la pista de aterrizaje y despegue del aeropuerto. Algún avión, que veo llegar, me da la pista de su ubicación. Con las dudas que planteo, voy en busca de continuidad de camino, pero antes bajo hacia la Punta de sa Rama, verla desde este otro lado y decirle adiós. También tiene su encanto y la foto me permite ver cómo han echado una red para pescar. Desde esta altura que nos permite el acantilado, podemos apreciar su dimensión y su forma de rectángulo. En la primera foto del cabo sólo veíamos una parte de dicha red y cómo un velero se acercaba. Desde aquí lo que apreciamos mejor, además de la red, son los fondos marinos, con más arena que roca y algas.

Cap de Falcó
No lograré saber por qué unas veces los denominan punta, y otras, cabo a estos salientes de la tierra hacia el mar. En la costa atlántica francesa, me pasará lo mismo, cap y pointe indistintamente. El camino que voy a seguir es precioso, a pesar de lo rompepiernas que va a resultar, puesto que sube, baja, sube, baja, sin interrupción. Pero el hecho de que vaya al borde del acantilado le da mucha vistosidad. Para los que andamos por este tipo de caminos, es un gran aliciente. Sólo los consideran peligrosos los pusilánimes, los temerosos y yo no me considero especialmente valiente, ni temerario. Creo, como decía Aristóteles, que en el justo medio está la virtud, y virtuoso es el que se sitúa entre temeroso y temerario, entre valiente y cobarde, entre atrevido y retraído, entre precavido y ¡viva la virgen! Preparar el viaje de forma mínima pues, el exceso de conocimiento previo, anula el factor sorpresa. 
 

Es necesario estar alerta para no tener ningún descuido y saber cuándo parar cuando las fuerzas flaquean. Según escribo esto me vienen a la memoria cuatro momentos de mi vuelta a la península en que me encontré algo desvalido, con dificultades. Los que seguís mi viaje, ya lo sabéis, pero os lo recuerdo. En terreno de Vila do Bispo, en el Algarve portugués, quería bajar del monte a la playa y la carretera me daba un montón de vueltas y no estaba por la labor. 

Para llegar a ras de mar no tenía más que bajar una loma, pero ésta estaba plagada de jara con ramas altas y endurecidas, me pinchaban y no me dejaban continuar. Pero bajé, todo magullado, pero bajé a la praia de Castelejo. De Tarifa a Algeciras, el camino era precioso, pero se fue cerrando con aliaga, también la llaman aulaga. Es una planta pinchosa que, en un momento en que el sendero pasaba entre dos aliagas y utilicé la estrategia que me propició el momento, quedé colgado sobre el acantilado, sujeto al camino por mi mochila. 
 

Con total tranquilidad decidí qué hacer para salir de allí. De Agua Amarga a la playa de Los Muertos, en Carboneras, no se me ocurrió cosa mejor que ir por el acantilado. Si lo conocéis sabréis lo difícil que es ese acantilado que pasa por debajo del faro. Me agarraba a las piedras y éstas se desmoronaban y caían al abismo. Confiaba en no ir tras ellas hasta el fondo. Pude aferrarme a unas plantas que son como escobas y que enraízan bien en la tierra, pero se acabaron y había que salir de allí. La torrentera seca de piedras sueltas la pasé como pude y creo que el repecho final lo hice a modo de escalada, ascendiendo a tramos la mochila que me desequilibraba. 
 
Y como última, la más tonta y que más problemas me causó. Llevaba muchas horas caminando, había salido de la platja del Senyor Ramón, en Girona, y estaba llegando a Roques Planes de Sant Antoni de Calonge. Llegué a las rocas, que es zona nudista, con ganas de darme un baño. 



Paré para elegir el sitio donde dejar las mochilas y desnudarme y, cuando lo tenía ya decidido, doy un paso sin mirar, meto el pie en una grieta de la roca y me rompo el peroné. Tres kilómetros andando hacia puesto de socorro, enyesado en el hospital de Palamós y regreso a casa con muletas y cargado con las mochilas en bus y tren. Lo mejor de esta mala experiencia es toda la gente que me ayudó y que nunca olvidaré, mientras no llegue el señor Alzheimer.  

A pesar de lo que os cuento, sigo pensando que Aristóteles tenía razón. Desde la cima del cap Falcó, ya se ve lo que va a ser una constante hasta llegar a la platja des Codolar. Ese camino, más que camino, sendero que va por el borde precioso del acantilado y que, al que va caminando le produce menos sensación de peligro que al que lo ve de fuera o en un reportaje filmado. ¿Habéis visto ese anuncio de Vodafone de unos escaladores colgados en uno de los Mallos de Riglos, donde se disponen a pernoctar, y suena: “D’ont worry, be happy”?









De Cap Falcó a la platja des Codolar
Paso el cap Falcó y continúo el sendero. Un gran yate de formas muy aerodinámicas está varado en la bahía. Es una distracción para el caminante que no puede distraerse en ningún momento. Es bonito ver la punta final de la montaña, la que se aproxima a Ses Salines y observar cómo va cambiando de orientación. Al inicio la veía como en paralelo y acabo viéndola en vertical, hasta que ya no veo más que una bajada de una loma, sin camino definido y que por la inercia de la bajada me va llevando hacia el mar. Los pasajeros del yate, si no están dormidos, han podido ser testigos de mis subidas y bajadas. 
 
Es así como, al estar a ras de mar Ses Salines, llego a una playa de piedra gruesas, más que de cantos rodados, como veis en la foto, me desnudo sobre el cemento de esta conducción y me doy un baño relajante. Pasar La Canal, de Ses Salines de un lado, a Ses Salines del otro, me ha costado casi dos horas. En el intermedio, he sudado la gota gorda.

Platja des Codolar. Pedruscos
¡Qué manera de sudar! La visera de la gorra me goteaba en la montaña. Suelo sudar poco pero, ¡jamás había sudado tanto en toda mi vida! Goterones que caían y parecía que no era yo, sino la visera la que sudaba. Pienso que, a lo mejor, son las secuelas de la fiebre nocturna, y con el sudor, me quedo totalmente libre de otros síntomas. Cuando he llegado, todavía no habían abierto el bar y parece que no tienen ni intención de abrirlo. Son más de las diez de la mañana. O no dan desayunos o los darán a la hora de comer. Cuando salgo del agua, ya refrescado, sale de una casa bajita, de tejado marrón y piedra gris, que queda algo camuflada, un hombre con bañador y chancletas. 


Al llegar al lugar donde me he bañado, se quita las chancletas y se pone tapones en los oídos. Estamos sobre una pasarela de agua de salinas que ha quedado ya obsoleta. Me pegunta: “¿Hay medusas?”. “¡Tú sabrás, que conoces esto mejor que yo!”, le respondo. Por lo que me dice, parece ser que estos días ha habido alguna. No parece que le den mucho miedo las medusas, a juzgar por lo lejos que va y el tiempo que tarda en volver. 
 

Nada variando, un rato de espalda y otro a estilo croll. Me seco y me voy, antes de que regrese. No habré estado ni veinte minutos. El camino de piedras por esta playa de Codolar me resulta penoso, ando fatal y la playa es muy larga. Me acerco a la salina para verlas y para probar si por allí se anda mejor que por la orilla, pero se anda parecido. Saco una foto de uno de los depósitos que ofrece como una capa superficial amarillenta. 

Continúo avanzando. Paso por donde están los canales de llenado y vaciado de las salinas. Es fácil de pasar. Me fijo en el sistema. Una polea muy roñosa creo que ya está inservible, pero los dientes del piñón y la cadena parece que están en buen estado. 

Cuando llego a un edificio, que no está tan perfecto como creo que debiera si todavía tiene utilidad, el tinglado de canales, conductos y pasos de agua, se multiplica. Parece un laberinto. En otro edificio aledaño, más de tejado y medio se ha hundido y las tejas estarán en el fondo, si es que alguien no se las ha llevado ya. 
 

Cuando me sobrevuela un avión, ya sé que está quedando atrás el aeropuerto. Leo muy bien I-TOPB, pero no puedo saber de qué compañía es. Tampoco sé con que compañías trabaja el aeropuerto de Ibiza. Van a ser las once y todavía estoy sin desayunar.

 


Platja des Codolar. Ahora de arena
Cuando ya he terminado la pesadez de las piedras y llego a una playa de arena, respiro. Hay un chiringuito pero, antes de ir donde está, me quiero dar un baño y relajarme un poco. Ya no voy a desayunar, sino que me tomaré un tentempié y comeré. Hay un hombre desnudo antes del chiringuito y otro después. Me paro cerca del primero, me desnudo y me baño. Este hombre da poco juego, apenas tiene conversación, y cuando me estoy dando el segundo baño se viste para marcharse. Subo al chiringuito, donde están preparando tomate para los empleados. “¿Y para mí?”, pregunto. “Es otro menú”, es su respuesta. “Abrimos a las doce”. Y son las 11:30 h. Cuando bajo a la arena, el nudista que se va me dice: “hay otro restaurante detrás de los árboles”. Por lo menos, si no conversación, al menos me ha dado buena información.

El Rincón de Codolar. Almuerzo y comida
Se queda el otro nudista y yo me visto y entro en El Rincón de Codolar que, además de bar, es supermercado y se puede hacer un combinado. He entrado con las mochilas en calzoncillos pero, como hace fresquito, me visto rápido. Ofrecen zumos pero veo una sandia apetitosa y como un cuarto enorme que me cobrarán a peso y un pincho de tortilla de calabacín, cebolla y berenjena, que está riquísima también y me añaden tres trocitos de pan, para untar y rebañar. Aunque fuera hace calor, incluso en la sombra, no veo otra fórmula que salir para poder escribir el diario con un poco de tranquilidad. Me dicen que van a hacer ensalada de lentejas y a la una me avisan que ya está. Han tenido tiempo de cocerlas y enfriarlas. Como no hay miedo de que se enfríen más y me conviene adelantar el diario que tenía muy atrasado, no me dispongo a comer hasta las 14:15 h. Me ponen la ensalada en un platillo, pero en forma de montaña, y cunde. Luego pido otro trozo de tortilla como la que he comido antes y compro una botella grande de agua de Lanjarón. “¿Me tocará balneario allí?”, pienso para mis adentros. El establecimiento es curioso. A la entrada, topas con dos puertas bajas y abatibles, como cuando alguien entra en un supermercado. El cliente tiene la opción de vitrina con productos precocinados o al corte, donde elige y una mujer atiende, o va a la barra del bar. El horno para cocer el pan está a la vista y la de la barra mete la masa fermentada y reposada, también puede meter empanadas. Esa misma mujer hace varios tipos de tortilla en la cocina y los oferta en el mostrador. Algunos clientes se autosirven y otros son servidos. Asoma un tal Maxi, argentino, que es muy demandado, aparece y desaparece. Hay dos mesas fuera, a la sombra, pero hace calor y dentro se está fresquito, así que permanecen vacías, salvo el rato en el que he usado yo una antes. Fuera hace un calor de rigor. También la italiana de Génova dice que tiene calor. “Me gusta este señor”, dice, refiriéndose a mí. La que ha hecho las tortillas, se apena de que no haya probado la de patata y me agradece que le haya dicho que la otra estaba muy rica. La loza y el cristal para limpiar se acumulan en el fregadero. Llega el cambio de relevo. Una chica onubense, que pasa allí las vacaciones, se las costea ayudando. Vive en Munich el resto del año, pero procura ir una vez al año a Huelva. Lleva tantos años en Alemania que no parece andaluza. Hablamos de la costa de su provincia y me dice: “Conoces mi costa mejor que yo”. La cuenta sale 20,10 €, pero me cobran veinte, con redondeo a mi favor. Y con el agua en la mano, me despido y me voy “¡Buen viaje”, me dicen.

Platja des Codolar. Despedida con ingeniero de sonido
Salgo satisfecho de El Rincón de Codolar, donde he desayunado algo que, más bien, ha sido almuerzo, donde también he comido muy bien, y donde he pasado un rato divertido, con mujeres que saben trabajar y hacerse querer. Casi he estado allí cuatro horas, entre supermercado, barra, escritura y charla. Cuando llego a la costa, de nuevo, lo primero que hago es darme un baño en el final de la playa des Codolar, más cerca que donde me he bañado al llegar. Allí hablo con un hombre que es propietario de un negocio de instalaciones de sonido. En estos momentos tiene tres personas a su cargo, pero el mercado está difícil. Llegó a tener hasta siete empleados. El diseño que ofrece es de muy buena calidad de sonido, pero cuesta venderlo. Ahora tiene a su cargo un local con buena clientela “pero hasta los buenos te pueden dejar de pagar”, me dice, “¡tiempo de incertidumbre!” Luego se bañará cerca de las salinas. Cuando ya me voy a ir, aparece vociferante uno desde una barca. Arriba, dos intentan abrir una verja para que pueda salir un tractor. Consiguen abrirla a duras penas. El otro, con la barca en la orilla, sigue pegando gritos. Resulta muy desagradable y me voy, desnudo, hacia la carretera y allí me visto. Puedo ver parte del camino que he hecho hasta llegar aquí esta mañana. El más espectacular, visto desde aquí, es el corte de la montaña de La Canal, desde Punta de sa Rama, hasta donde me he bañado. Se completa la foto con el pedregal, las salinas y el aeropuerto. Saco foto del recorrido para el recuerdo.

Sa Caleta. Embarcadero semicircular
El camino de ahora es mucho más suave y los caminos tranquilos. En unos minutos llego a un embarcadero semicircular, con casetas para guardar pequeñas embarcaciones. Pero aunque hay rampas para todos, no todos los espacios con portones guardan barcas. Algunos tienen otros usos más como habitáculos de ocio y contemplación. En algunos hay bañistas, alguno está desnudo. El sitio es bonito. 
 

Saco foto de conjunto aunque no me da el espacio para fotografiarlo al completo. Como ahora voy a ir a la playa nudista de Sa Caleta, volveré a este embarcadero puesto que, en la montaña que hay por encima de él, se encuentran unas ruinas fenicias que, al pasar, ni me enteraré que existen. Máxime, porque cuando voy por el pinar, antes de salir a la carretera, me da el apretón y descargo copiosamente. Menos mal que el pinar no está nada transitado y que llevo mi arsenal de servilletas a mano. Salgo a carretera y no tardo mucho tiempo en llegar a la playa nudista de Sa Caleta. Se accede por una cortada que, en su tiempo, hizo una torrentera pero que, ahora, es un aparcamiento polvoriento. Veo indicador de Pueblo Fenicio, pero no me aclaro con las flechas indicadoras, así que lo dejo para después del baño. Francamente, está muy mal indicado, como si no estuvieran muy convencidos de su valor.

Sa Caleta. Platja nudista
Tras la cortada, me dirijo hacia la izquierda, que es playa de rocas pero, además de no ver a nadie desnudo, el acceso al agua no me gusta, así que tiro hacia el otro lado. Pasando por playa textil de arena, llego al último tramo, que es nudista. Me temía que la textil fuera de arena y la nudista de piedras, pero no, ¡he tenido suerte!  


Nada más llegar a esta zona del Poniente de Sa Caleta, ya veo a alguien desnudo en el agua. ¡Buena señal! En la orilla, está desnudo un joven inglés y sacando medusas con una pala, un autóctono. Aún sacará dos más del agua y las dejará en la orilla. Nada más llegar me desnudo y me baño. Es después cuando veo en la pala del nudista una de las medusas de las que está limpiando la zona. En el fondo, hacia las rocas, está desnuda una chica muy tatuada y un rastafari. Pronto se visten y se van. Como el que nos limpia el mar de medusas está en el inicio de la playa y el inglés, que no se baña, en la parte final, me acerco donde este último y le hablo de las medusas. Su respuesta es la clásica: “no entiendo, soy inglés”. “Si con esa respuesta crees que la medusa no te va a picar, vas listo”, le digo, a sabiendas de que no me está entendiendo lo que le estoy diciendo. Me enfada que sigan poniendo tan poco interés en algo que les puede convenir saber. Parece que tienen la mentalidad de que, cuando alguien se dirige a ellos, es para pedir algo y no para ofrecer. Pienso que yo pondría interés en enterarme de lo que me dicen y si la diferencia idiomática no nos lo permite, al menos intentar, con gestos o dibujos en la arena, llegar a donde no llegan las palabras. Me acerco donde el buen vecino, cojo la pala con la medusa, y se la enseño al inglés. Da muestras de saber lo que es. Sólo hubiera faltado que me dijera: “Octopus”. Me siento y observo que, el que está desnudo cogiendo las medusas, se pone un bañador que casi le llega a los tobillos. “¡Hombre de extremos!”, pienso. Su chica está con un minibikini y tiene un perrucho que molesta a todos los de alrededor, es de las liberales y no lo tiene atado, aunque patea toallas, las suyas y las de otros. El rasta y la tatuada vuelven a la playa, pero ahora no se desnudan. Tras varias llamadas de móvil y comer algo, se desnudan y meten al agua. Pero eso será cuando decida marcharme. Entretanto, llega otra pareja madurita que también se desnuda. El inglés se coloca en el hueco que ha dejado otra pareja que se ha ido. Cuatro chicas en la orilla esperan a meterse en el agua a que se seque el barro con el que se han embadurnado su cuerpo. Un chico se ha dado también barro él solo, por lo que lo tiene esparcido con cierta irregularidad. No ha pedido ayuda, se le ha secado, se lo ha quitado en el agua y ahora toma el sol. Tras quitarse el barro, pienso que estará muy suave. Otra pareja prefiere sentarse sobre la posidonia que, en poca cantidad, también hay en esta playa. Tras un rato, él se quita el bañador. Más tarde, después de que me haya ido, llegarán más nudistas que veré después de que vea el poblado fenicio y vaya camino de la Punta des Jondal. Como esta playa es bastante pequeña, casi toda la voy teniendo bajo el control de mis observaciones. Esto que escribo es una muestra de ello. Me divierte. Si estuviera acompañado, escucharía y hablaría más pero vería menos. A lo largo del tiempo en que estoy allí, yo también me doy algo de barro, pero no en las piernas, puesto que me las deja resecas. La experiencia de Cala Meco, cerca del cabo Espichel, en Portugal, fue aleccionadora. El barro que me doy no me gusta y tendrá consecuencia: picores en los genitales. Cuando se seca el barro, me baño, seco, tomo el sol, me visto y me voy. En conjunto, no habré estado en Sa Caleta ni hora y media.

Donostiarras embarrados
Salgo con intención de probar fortuna, a ver si yendo desde aquí tengo más oportunidad de encontrar el camino al poblado fenicio. Nada más pasar a la zona textil de Sa Caleta, veo a una pareja madurita embadurnándose, uno a otra y otra a uno, de barro. Cuando paso a su lado, ella le está poniendo barro a él en su cabeza monda y le digo: “ten cuidado, no se le vayan a suavizar las ideas”. Por su respuesta, digo afirmando: “¡del Norte!” y acierto. Son de Donostia. Se suelen bañar en La Zurriola, pero no son nudistas. “¿No querrás que esté saludando en bolas a toda la oficina?”, me responde él. Me despido de ellos, y salgo por el aparcamiento polvoriento buscando a los fenicios.

Sa Caleta. Poblat Fenici
Tras el barro, el sol y los baños, me dispongo a ir hacia el Poblado Fenicio de Sa Caleta, del siglo VII a.C. Tampoco ahora, de regreso, el camino me lleva bien y acabo bajando al embarcadero semicircular. Pregunto a un grupo, y el único que está desnudo me dice por dónde puedo llegar sin tener que echar marcha atrás. A otro hombre que pregunto, y que parece propietario de otro de los portones del embarcadero, me dice que no tiene ni idea de que por allí haya ningún poblado fenicio. 
 

Me hago cruces, pues lo tiene al lado de su propiedad. Es probable que su desconocimiento sea por causa de su poco interés, de su escasa curiosidad. Por fin llego al poblado. El recinto vallado donde están las ruinas, lo poco que de ellas han descubierto, está formado por dos núcleos diferenciados y no me parece que esté bien presentado. 

Da la sensación de haber reconstruido mucho y me produce cierto tufillo a falsedad. Los muretes llegan a la altura que han decidido que no deja de ser una altura convencional y que es demasiado regular. Habría quedado mejor con menos reconstrucción, pienso. Un cartel indica que es del siglo VII antes de Cristo, que se refiere al barrio del Sur, y va indicando por dónde estaban: el horno, un taller, edificios y estancias varias. Saco foto del cartel y de una vista del Poblat Fenici entre rejas. No me voy muy satisfecho de esta visita. Sin embargo, cuatro gaviotas parece que admiran las ruinas extasiadas. ¿Serán gaviotas con ascendencia fenicia?


Punta des Jondal
Antes de bajar del altiplano, donde está ubicado el Poblat Fenici, avanzo y me posiciono sobre el acantilado, puesto que me permite ver todo el conjunto de la playa de Sa Caleta. Saco una foto para que se pueda ver bien el inicio de rocas, el corte que permite el acceso hacia las dos bandas, y el final, de nuevo de rocas, tras la zona nudista en que he estado y que ya os he narrado. 

Por el lugar en que vuelvo, no tengo necesidad de entrar en la playa, pero no me queda otro remedio que pasar por el aparcamiento polvoriento, que hubiera preferido evitar, para ir ahora hacia la Punta des Jondal. El camino es bueno y está bien señalizado. Enseguida llego por encima del acantilado a la zona nudista en la que antes he estado y donde he fotografiado al inglés de la visera amarilla y que ya sabía lo que era una medusa. Para mejor ilustración de lo que contaba antes de la playa, y tener mejor idea de sus dimensiones, esta fotografía aérea informa más y mejor que mil palabras. 


Ahí continúa el inglés de la visera amarilla, entre otros, unos nuevos y algunos que ya estaban cuando yo me he marchado. Continúo camino hacia la punta. Parece que la tierra lanza un pincho afilado para pinchar al mar. Saco una foto desde el lado que forma la rada des Codolar y Sa Caleta, que es donde se ve más nítida. El acercamiento a la punta es muy peliagudo y no lo podré conseguir. Me encuentro un asfódelos florido, el primero que veo en mi recorrido isleño, y lo fotografío para el recuerdo. 

Este lo encuentro solitario, pero casi siempre lo suelo ver crecido en familias. 


 












Como tengo dificultad para continuar a la punta y, además, va a ser recorrido de ida y vuelta, me limito a sacar otra foto de la Punta des Jondal desde el lado de la otra bahía, la correspondiente a la Cala des Jondal. Aquí lo que ofrezco es una foto de un peñasco por la parte más azotada por los vientos y que parece que se desmorona en dirección a la punta que, por el otro lado se iba afinando de forma mucho más regular. Desde este lado pareciera que en pocos milenios nos que daremos sin Punta des Jondal. “¿quién será el que lo verá?”, me pregunto con mucha ironía, pero no lejana a la crítica, no tanto en lo que estoy comentando, puesto que la naturaleza va a continuar imparable, pero sí en lo que respecta a la destructividad humana. 
 

Al sacar foto de esta penúltima visión de la punta des Jondal, pasa un avión en dirección a la pista de aterrizaje del aeropuerto de Ibiza. Ya que estoy aquí, aprovecho para girar mi cámara hacia el otro lado, donde se ve la Cala des Jondal y la península de Porroig, abreviatura de Puerto Roig, aunque, camuflada como está, no podamos ver la Cala Xarco, a la que después iré. En la badia hay anclados muchos barcos, la mayoría yates, y algún velero. Más al fondo, en tono muy grisáceo, el Cap Llentrisca, será el final del Sur de la isla donde, más a Poniente, está la sorprendente Illa Es Vedra.

Cala des Jondal
Según me voy acercando por la Fita des Jondal, me empiezan a llegar a mis oídos sones de música chumpachumpera, de la que no me va, y menos en un espacio público. Cada uno en su casa es libre de meter el ruido que quiera, pero siempre que no moleste a los demás. En estos espacios públicos, debiera ocurrir lo mismo. 
 

Pero parece que eso es lo que atrae a la juventud, y eso es lo que ofrecemos para atontarla más. El problema es que no puedo continuar por el acantilado hacia la cala des Jondal, debo retroceder lo andado desde Sa Caleta y, por el aparcamiento, salir a la carretera. Al volver, saco una panorámica de toda la cala de Sa Caleta. Por carretera llego a la Cala des Jondal. Cuando llego, pregunto a un chico hasta cuándo va a durar esa música endiablada, y su respuesta es clara y concisa: “Hasta las tres”. Bien, gracias y adiós. 

Paso por un chiringuito, pero ni siquiera pregunto por el precio de los bocadillos. Salgo por un lateral ascendente y llego a la cima de la montaña. Ya me he alejado del ruido y ahora desciendo a Cala Xarco, que es tan pequeña, que ni figura en mi mapa.

Cala Xarco I
Cuando llego, sin ver la playa, voy a un restaurante y, aunque todavía es pronto, pregunto precio de menú. Me dicen que su especialidad es marisco y pescado. Ni me molesto en mirar la carta. Al preguntar, me dicen que no preparan bocadillos, sólo platos. 

Como me voy, una de las chicas, la valenciana, me dice que, al menos, eche un vistazo a la carta. Le digo, primero quiero ver la playa, para ver si me gusta. Quien me había hablado de esta playa, y que me ha servido para anotarla en mi mapa, ha sido un cliente en la barra del Rincón de Codolar, me ha hablado de hamacas y me ha dado otras pistas. Justo cuando salgo del restaurante Es Xarcu, que así se llama el que he visitado, aparecen las hamacas. Aunque la entrada al agua es de arenita, la playa es toda de piedras cubierta de posidonia. Me desnudo, me baño, pero no extiendo la toalla. Cuelgo la camiseta en púas de ramas de pinos, pensando en que colgada algo se secará. El día continúa con mucha humedad. Sólo veo a una mujer desnuda tumbada encima de la posidonia. Más cerca de mí, otra pareja echa la siesta. Me paseo por la orilla, admirando la cortada de Punta des Jondal, cuyo acantilado no me ha permitido continuar. Me doy un segundo baño. El hombre de la pareja de la siesta se despierta y se pone a leer. Juega con su pito y eyaculo. Llega un grupo sin intención de playa. La mujer, que viene con belgas y franceses, se interesa por mi viaje. Los demás se han ido, pero ella se queda hablando conmigo y me habla de su Camino de Santiago que hizo desde Oviedo. Hace quince días, volvió de Cabo Norte. Le pregunto si vio las auroras boreales, el sol de medianoche, los fiordos noruegos. Se interesa por mis viajes convencionales a Marrueco, Italia, Grecia, Noruega y Dubrovnik. Le digo que, desde que he empezado a viajar a pie, estos viajes anteriores, tan convencionales, ya no me interesan. Quizás el último, a Croacia pero con base en Dubrovnik, es el que más se asemeja a algo que me gustaría. Le explico otros proyectos para períodos más cortos, que yo llamo viajar en flor y que consiste en localizar un lugar base, que sería como los estambres amarillos de una margarita, y hacer recorridos, como los pétalos blancos, con inicio y llegada al centro base. Estos recorridos serían de distancia limitada a no más de 40 kilómetros y en los que se podría jugar con ida o vuelta en tren o autobús. De momento dudo si seguiré el año próximo con la vuelta a Canarias, pero me parece que las islas africanas van a quedar para mis viajes con el Imserso. Regresan los de lengua francesa y un chaval se asombra de mis sorprendentes viajes a pie, cuando les hablo de mi recorrido dando la vuelta a la península, partiendo de Saint Palais (Francia atlántica) y con final en Collioure (Francia mediterránea). Cuando ellos se van, yo me visto y me asomo por Es Xarcu, para ver la carta. Todos los pescados tienen el precio de 55 €/Kg., así que me voy diciendo a la valenciana “es demasiado caro para mí, que voy de mochilero a pie”.

Caminando hacia Vista Alegre, 
retrocediendo a Porroig
Subo por camino polvoriento y salgo a carretera. Mi pensamiento me dice que, aunque no llegue a lugar interesante, al menos voy avanzando por el perímetro de la isla. Pero Cala Xarco no me ha gustado para dormir y menos la anterior con su anunciada juerga hasta más allá de la madrugada. La carretera me va alejando de la costa. Me parece que hasta demasiado, y empiezo a temer que haya cogido un ramal hacia interior y que me aboque en Sant Josep de sa Talaia. 
 

Cuando doy una curva, que parece que me va a orientar de nuevo hacia la costa, veo los indicadores de Jondal, Xarco i Porroig. No entiendo nada, pues Porroig podría suponer adelantar algo, pero si por la carretera que traigo vengo de Jondal y Xarco, no concibo que esta nueva carretera me lleva a donde vengo. En otra desviación pregunto a unas chicas, pero son sudamericanas y no me saben responder. Aunque me muestre algo maleducado, me marcho rápido antes de que empiecen a inventar lo que no saben. Por agradar, es lo que suelen hacer, inventar. 
 
Y yo no estoy para inventos. Según voy avanzando, me da la impresión de que me estoy acercando demasiado a la cortada de Jondal. Como lo que busco es un sitio donde poder cenar y un chico con dos perros me dice que bajando y metiéndome a la izquierda hay restaurantes, sigo adelante. Voy viendo una zona donde hay pequeñas barcas varadas y me voy haciendo a la idea de que puede ser un lugar tranquilo para dormir esta noche. Cuando, por fin, llego al final de la carretera, un coche sale de la zona de las barcas varadas. 
 

El conductor me dice que siguiendo un camino entre árboles, el mismo que me ha dicho el de los perros, está la Cala Xarco. Ahora soy consciente de la inútil vuelta que me he dado. No inútil del todo porque, después de cenar, regresaré por este camino que ahora ya conozco y en menos de diez minutos estaré durmiendo en una de las barcas que ya he localizado bajando la cuesta. Hora y media, más de 8 Km., en balde.

Cala Xarco II. Es Xarcu. Cena
Cuando entro en el restaurante, la valenciana se sorprende. No es para menos, ¡soy una aparición! Le cuento toda la vuelta que he dado para volver al mismo sitio. Estaba predestinado que tenía que cenar en Es Xarcu, y ya no me resisto más. Me enseña la carta y me dice que la lubina, que me podía apetecer, tiene que ser para dos. Me dice también la camarera valenciana que, si quiero pez rojo, me pueden preparar la mitad. Intento adivinar cuál es el pez rojo, y acabo sabiendo que es la crabarroca y, por etimología, voy pasando por el cabracho cántabro, por Cap Roig que, abreviando y centrándonos sólo en su sonido, sería “Caproch” o “Cabroch”, que no difiere mucho de cabracho. Dudo entre si roig es rojo o roca, por el sonido similar de “roch”, tratando de llegar a la roca de la crabarroca y al rojo del pez rojo o de explicar si la palabra crabarroca se ha construido por una deformación de craba y rojo, pues los franceses llaman al cangrejo crave y, entonces, crabarroca sería una deformación de cangrejo rojo. Está dando juego este pez rojo, saboreando primero la fonética de la palabra y, después, degustándolo. La fonética y la semántica. Me traen el pez rojo antes de cocinarlo para que lo vea. Efectivamente, es una crabarroca o un cabracho. Pesa 1,200, me servirán la mitad y me cobrarán 600 gramos. Pido que no me traigan nada para picar. Comento con la camarera de Valencia, que estudia enfermería. ¡Que pena que no estudie ictiología marina! Aunque ya está diplomada, continuará estudiando el siguiente curso. Le recomiendo que se especialice en Geriatría, que es carrera con salida actualmente y con mucho futuro, habida cuenta de la guerra que vamos a dar los ancianitos, y hablamos también de calidad de vida y eutanasia. Cuando me presentan el cabracho, ha quedado reducido a menos de la mitad, pero está exquisito. Chupo y rechupeteo todas y cada una de las espinas que voy apartando. Me salen algunas escamas y comento a ver si tienen por costumbre servirlo sin desescamar y me dice la camarera que todos los días lo primero que hacen por la mañana, antes de que lleguen los bañistas a la playa, es desescamar los pescados en la orilla del mar. Alguna de ellas, después de la juerga nocturna. Varias camareras van pasando por mi mesa. Han presentado el cabracho como un filete y patatita panadera, con una salsita también muy rica. Cojo de la fuente tapada con un plato para que no se enfríe, retiro la agalla y también dejo mondas las espinas. Lo mismo hago con la cabeza. Ha sido un fallo pedir cerveza, debí haber pedido una copa de vino blanco. Con la camarera valenciana, a la que he propuesto que sea futura gerontóloga, hablo de la confusión entre lenguado, gallo, pez San Pedro, al que nosotros llamamos muxu-Martín, y la platuxa. Todos son de la familia de los peces planos, como el rodaballo. El pez San Pedro tiene un círculo negruzco característico en su lomo, próximo a la cola. Decido no comer postre y pido la cuenta y pago 36 € con Visa. Varias camareras han pasado interesadas en saber si estaba cenando a gusto. Pienso en dormir en una de las hamacas de la playa, pero se ha ido animando el comedor y puede que al salir armen jaleo. Ha entrado una pareja de Bretaña que, como yo, también ha pedido pez rojo. También se han interesado por mi viaje. ¡Qué lástima que no sabía entonces que el verano próximo iba a llegar hasta la costa más al norte de Bretaña! Ella me quiere invitar a café, pero agradezco y rechazo, pues no quiero que me desvele y, además, debo ir a buscar acomodo. El bretón habla muy bien castellano. Cuando me cobran, los del restaurante me ofrecen un chupito de hierbas ibicencas con hielo. No se produce el efecto pastiche. Me despido de todos y salgo a la noche xarqueña, hacia Porroig. Por la nota que me dan al pagar con Visa, veo que Cala Xarco también sigue perteneciendo a Sant Josep de sa Talaia. Salvo Cubells y su entorno, que tiene ayuntamiento propio, prácticamente todo el sur pertenece a ese municipio de Sant Josep.

Porroig (Puerto Roig). Cama-barca
Salgo al camino por el que he llegado. Aunque ahora de noche, es camino ya conocido. Llego al lugar donde me he encontrado con la pareja en coche y que me ha orientado hacia el Xarcu, aunque yo no había querido saber nada de él. He pagado caro pero no me arrepiento, pues el pez roig estaba riquísimo. Bajo por unas escaleras donde he visto aparcados algunos coches y llego a zona de embarcaderos privados. No consigo localizar exactamente el lugar que he visto bajando la carretera del acantilado y decido dormir en la única barca que encuentro varada en sentido horizontal. Para que no se me escore, coloco una piedra de apoyo en el lado más próximo al mar. Confío en no deteriorar el casco. Organizo todo, me desnudo y no subo del todo la cremallera del saco de dormir, puesto que hace mucho calor. El cielo se presenta con claros y nubes. Creía que lo oscuro eran las nubes, pero era el cielo. No me percato de ello hasta que veo brillar una estrella. Tengo media luna, lo que me permite ver bien todo lo que hago. El ruido del mar es mínimo, ya que no rompe la ola. Debiera haberme embadurnado de repelente, puesto que, durante la noche, oigo zumbar a un par de mosquitos. En el transcurso de la noche, veo llegar una barca que produce reflejos rojos y verdes en sus ocupantes y atraca y amarra en el desembarcadero.

Balance de la única jornada casi completa al Sur en Ibiza
Lo más destacado del día se ha producido en los dos establecimientos hosteleros, tanto en El Rincón de Codolar, como en Es Xarcu. Siendo muy distintos, en los dos he comido con calidad y he sido atendido con calidez. En especial la valenciana, en Xarcu y la onubense de Munich y la que hacía las tortillas, en Codolar. La estancia en la playa de Sa Caleta la he disfrutado y me lo he pasado bien observando. Además me ha gustado mucho el embarcadero semicircular. Ha sido una lástima que su Poblat Fenici no haya cubierto mis expectativas. Simpático el encuentro matinal con el joven gay, aunque todo se haya limitado a un abrazo. A gusto en la charla con el empresario de sonido en Es Codolar. Bonito intercambio con la mujer que acompañaba a belgas y franceses en Cala Xarco. Curioso el encuentro con los donostiarras embarrados en Sa Caleta. Lo peor será que el barro que me he dado me llevará a afeitarme los pelos púvicos para siempre. El sitio donde dormí ayer en Es Cavallet, fue mejor que la barca que hoy he elegido. Comer pez rojo (cabracho) era lo más apropiado para cenar junto a Caproig. Oportunidad perdida con los bretones que me han querido invitar. Si hubiera sabido que en 2012 iba a caminar por las costas de Bretaña…

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