lunes, 5 de mayo de 2014

Etapa 29 (271) El Toro-Cala Fornells

Etapa 29 (271) 01 de julio de 2011, viernes.
Platja El Toro-Illes Malgrat-Santa Ponça-Peguera-Cala Fornells-Peguera-Cala Fornells.


Vista en el mapa, la etapa de hoy no parece muy larga, aunque atravesar toda la superficie urbana de Santa Ponça me va a costar mucho trabajo. La duplicidad Peguera y Fornells, no es un error, sino que es cierto que fui dos veces a Cala Fornells, una para investigar y otra para volver a dormir después del concierto músico-coral en Peguera.


Platja El Toro
Me despierto a las seis, salgo del saco, me baño y paseo por la orilla. Cuando estoy ya seco, me doy un último pase con la toalla, que no mojo. Recojo y antes de la media subo al paseo. Saco una foto de la playa, con el puerto al fondo, desde la carretera que va por encima de donde he dormido. 


Avanzo por ella hacia la urbanización enorme y a ras de mar que fotografié ayer al atardecer. Después de pasar el enorme edificio, continúo por el borde del mar hasta donde veo que puedo. No sería imposible continuar, puesto que veo dos playas que parecen ser de piedras, pero luego no veo nada claro que puedan tener continuación hasta la Punta Enguisa que es donde culmina la Cala de ses Penyes Rotges.
 

En la segunda foto se ve el gran espigón del puerto con la bocana de salida al mar, a la vez que el espacio delimitado para bañistas y en el que no pueden, no deben, penetrar las embarcaciones. La tercera foto se orienta más hacia Punta Enguisa y ofrece las dos playas de piedras que he comentado. Es desde allí, de donde inicio el retroceso al interior para salir hacia Santa Ponça. Al pasar por el gran edificio, saludo con la mano a una mujer que se asoma a un balcón.


Amanecer en El Toro
Tengo que retroceder hasta el lugar por donde bajé ayer, que permite ver desde arriba tanto la playa El Toro como el puerto, Porto Adriano, ascender el acantilado, salir de la zona de casas y, aunque ya hace mucho tiempo que ha amanecido, descubrir al sol entre árboles. He tenido que superar el acantilado que se orienta a Poniente para poder ver el sol de Levante. Saco foto de sol semiescondido y, caminando por carretera, voy saliendo de la zona urbanizada de El Toro. Pronto voy a entrar en otra urbanización que ya corresponde a Santa Ponça.

Illes es Malgrat
Estas islas me ofrecen una sorpresa grata pues, aunque están bien marcadas en el mapa, al mapa le hago poco caso y no las esperaba. Para mí me resulta interesante el progreso de la visión. Sobre todo, como en este caso, cuando lo que se ve es un elemento aislado, nunca mejor definida la característica principal de una isla, el juego que ofrece el cambio de visión del caminante al progresar en su avance, permite observar lo cambiante de lo estable. 
 

Quiero decir que, la isla permanece estática, siempre igual durante el tiempo que tardo en recorrer el continente (que, en este caso, también es isla). La variación que se pueda producir en la distancia, es prácticamente imperceptible. Y en cuanto al tiempo, pasará una media hora desde que empiezo a ver la primera isla Malgrat, la más grande, hasta que dejo de verlas. 
 

En la última visión de las Malgrat, sin haber variación real de tamaño, la apariencia es que la menor es la mayor. La razón es simple: es la que está ahora más cerca del viajero. 


La primera visión, todavía sin estar aislada, ya me resulta bonita, pero aún más cuando la veo en su totalidad. Me da envidia no poder pasar y patearla. Apenas costaría un cuarto de hora ir y volver por sus crestas. Por el lado de Levante, el que está iluminado por el sol, no dispone de ninguna playa de arena, toda es de roca viva y con escasa vegetación. No sé lo que ocurrirá a Poniente. Cuando en mi caminar, consigo ver nítido al fondo el Cap des Llamp, lo fotografío entre las dos islas Malgrat, ambas incompletas. Por allí no pasaré hasta mañana. 
 
Siguiendo adelante, ya consigo ver aisladas a las dos islas y un barco completa la foto. El fondo es sólo de horizonte marino. Aunque estoy más cerca de la pequeña, la grande sigue siendo la grande, todavía, mientras no me aleje más, no hay juego de apariencias erróneas. Ninguna, tampoco esta segunda, ofrece playa de arena. Estaré un rato sin ver las islas, pues llego a un complejo hostelero que pareciera ha sido colgado del acantilado. Perfecto por la visión hacia el mar y el horizonte que ofrece, pero poco apetecible en cuanto al acceso al agua. Todo son rocas sueltas y para bañarse hay que ir calzado. Puede que en la zona que está más hacia el Norte, hasta se podría practicar nudismo, pero quizás tenga una alta probabilidad de desprendimientos, ya que está bajo un alto acantilado casi vertical. Paso al otro lado de la cala, donde veo un barco que, probablemente sea el mismo blanco de antes, pero la novedad de esta visión es que me vuelve a ofrecer la Illa del Toro y es Banc d’Eivissa, que ya estaba olvidando de ayer. Llego a un lugar que es mirador y monumento. Un cañón y una fita a los que hace compañía una gaviota. Y, con un vistazo atrás hacia las Malgrat, donde ya se produce la confusión de tamaños, abandono las islas y empiezo el bordeante recorrido por la Cala de Santa Ponça.

Cala y puerto de Santa Ponça
El acantilado sigue siendo de farallones de roca alta, con muchos entrantes de mar y donde las construcciones se asoman por la cima, con algo de vegetación, aunque escasa. Predomina el cemento. En la primera foto, desde el acantilado de la cala, ya puedo ver al fondo Peguera, y empiezo a vislumbrar la posibilidad de realizar lo que ayer me pereció impensable: 
 
Ver y oír cantar allí a mis amigos Alicia y Xurxo. Ahora me parece factible y apetecible. ¿Los encontraré?, ¿lograré encontrar el lugar de la actuación? Dudas que se irán resolviendo por la tarde y que me llevarán a ajustar el recorrido a este deseo mío. Si ayer no hubiera encontrado a Xurxo al salir del hotel Punta Negra, hoy no habría tenido ningún condicionante y, muy probablemente, habría avanzado más que hasta Cala Fornells, que pertenece a Peguera, según creo. 
 
Bordeando el acantilado, veo unas escaleras que descienden y las bajo. 

 




Llevan a una casa estratégicamente ubicada en un lugar precioso, con islote junto al gran farallón de roca, pero acaba en terraza sin buen acceso al mar. La gran Malgrat parece más pequeña que la pequeña Malgrat.


Desde que me he bañado esta mañana en la playa El Toro, es el momento en que estoy más próximo al agua. Avanzo un poco más y llego a otras escaleras, éstas mucho más empinadas que las anteriores y que llevan a una especie de plataforma que también es mirador. 

El sitio es bonito pero no tiene mucho sentido bajar hasta allí para no poder llegar tampoco al mar, aunque sea una playa de pedruscos. 

 



El sitio es ideal para estar allí aislado, leyendo, dibujando o pintando, con el silencio del lugar y el arrullo del mar al romper la ola. 


He bajado noventa escalones y me entran ganas de cagar. ¡Qué magnífico es caminar para colaborar en el buen funcionamiento del aparato digestivo! Me aparto de la escalera y dejo un choricillo que oculto con hierbajos. Subo a la carretera y continúo por la cima del acantilado. Entre casas, puedo ver el malecón del puerto de Santa Ponça que, siendo corto, es suficiente como para protegerlo de este Mediterráneo que no tiene visos de estar nunca embravecido, aunque no sea yo quien para decirlo. Bajo hacia el puerto, pero me quedo en una playita.

Petanca y polvo
En la playa juegan a petanca. Al unísono una operaria de limpieza levanta una polvareda impresionante. Yo no sé quién inventó tal sistema, pero es para mí uno de los inventos menos ecológicos que conozco. Produce contaminación, al levantar mucho polvo, especialmente para los alérgicos, pero incluso para los que no lo somos, ese polvo acaba dentro de nuestros pulmones y, por otro, la contaminación acústica que produce. Normalmente, la persona que lo usa como herramienta de trabajo, ya se protege con auriculares, que cumplen la función de tapón insonorizante, pero los ciudadanos, que no somos precavidos y no los llevamos, somos sufridores pasivos de tan inadecuado sistema de limpieza. Yo abogo por la utilización de aspiradoras potentes, más silenciosas y que no contaminan el ambiente. En mi periplo europeo, veré una muy buena en Concarneau, actuando en la Ville Vielle, en verano de 2012 y otra, con cubo de basura acoplado que cuando se llena se saca y se vacía, más al Norte, antes de llegar a Bélgica, en el verano de 2013. A ver si los ediles responsables de propiciar tan infausto sistema se enteran de que hay otras fórmulas, probablemente más caras, pero mucho más eficaces y menos dañinas para la ciudadanía. No me quejo de quien lo inventó, pues un error lo tiene cualquiera, me quejo de quien los compra y hace perdurar el invento, que sólo sirve para trasladar la mierda de un sitio a otro. Pero volvamos a la escena. La pareja que juega a la petanca, se queja de la polvareda. La limpiadora, que está de espaldas a ellos, ni se entera del desaguisado que está produciendo. Camina de culo y con los cascos que lleva puestos para taparse los oídos, no oye nuestras quejas. La trabajadora, trata de trasladar, lanzando el chorro de aire a presión hacia el suelo, todos los elementos que hay en el suelo: hojas, tierra y arena. Como la mujer ni ve ni oye la queja de los jugadores de petanca, ni a mí tampoco, doy un rodeo y le toco en el hombro. La playa está empolvada, el compañero de la trabajadora se acerca con su rastrillo arrastrador de hojas y otros elementos más voluminosos (un palo con una docena de varillas dobladas y como uñas en sus extremos), que tiene un mal gesto pues tira de malas formas su rastrillo al suelo. A la mujer de la petanca le sienta mal y el marido le defiende. Me dice el limpiador que, si quiero protestar, que llame al ayuntamiento por teléfono, que ellos tienen obligación de hacer así su trabajo. Tengo claro que no me voy a gastar ni medio euro para engordar a Telefónica (MoviStar). Parece que, al final, todos estamos de acuerdo en lo inadecuado del invento, pero ellos son unos mandados. 


El de la limpieza me orienta para desayunar en La Rotonda y me voy hacia donde me indica, casi teniendo la seguridad que seguirán produciendo más polvo y ruido, pero ya no seré yo el pagano. Paso por cerca del puerto y me dirijo hacia el sitio recomendado para desayunar. Veo una cruz en una atalaya y voy a verla. La cruz es relativamente pequeña si la comparamos con el altísimo pedestal sobre el que la han colocado. Es como para epatar a los no católicos, pero estamos donde estamos. 


La vista desde el lugar es bonita y sobre la inutilidad de la cruz hay algo útil, un pararrayos que nos protege. Lo que se ve desde la atalaya es bonito. El malecón del puerto, desde aquí, parece más grande que en la anterior apreciación y, al fondo se ve ya con más precisión el Cap des Llamp, que sigo dejándolo para mañana, pues el objetivo Peguera se va consolidando según sigo avanzando. Cuando esté en el comedor de Susana y Fernando, un cliente me dirá que la cruz es para la Conmemoración del desembarco de Jaume I el Conqueridor. 

Continúo avanzando por la cala pero de nuevo a ras de mar. Se ven barquitos anclados o amarrados a boyas. Son lanchas neumáticas, motoras y algunos veleros de altos mástiles. Sigo avanzando hacia la playa central, pero paso por otra más pequeña en la que unos submarinistas se sumergen dejando su lancha neumática en la orilla. De esta forma sigo, y acabo llegando, a la playa central de Santa Ponça, que coincide con el final de la cala. Entro por zona de pinos y, en la plaza, busco La Rotonda.


Alt Wien
Desayuno en Santa Ponça. Cuando llego a La Rotonda una mujer me dice que allí no dan café y ella misma me orienta hacia Alt Wien, que en inglés sería Old Vien, es decir, la Vieja Viena, para que nos entendamos. Tomo un gran vaso de leche con sobre de descafeinado, dos tostadas con tomate (que creo llaman media ración), y apple-strudel caliente. Hay que aprovechar que, aunque esto es Viena, parece que estamos en Alemania. Pago 3,65 € (el precio se ajusta más al de nuestros lares), pero ha sido a consecuencia de que le cuento mi viaje y la señora me hace una rebaja. “Rebaja por caminante”, me dice, y se lo agradezco. 
 
Como ya he acabado la hoja donde apunto los pagos, aprovecho para hacer la suma de lo que llevo gastado desde que empecé el viaje en Barcelona. Estos son los resultados: Pagos con Visa: 828,33 €, pagos en efectivo: 593,99 € y si todavía no he olvidado sumar, total: 1.422,32 €. En un mes casi me he comido la pensión de junio y eso que he dormido mogollón de días en la playa. Pero volvamos a la vieja Viena. 


He llegado a las nueve y he puesto a cargar la cámara, que ya estaba protestando, lanzando rayos, pidiendo batería. Son las 11:45 h cuando acabo de escribir. Recojo la cámara fotográfica que ya está completamente cargada y voy a coger agua. Aprovecho para afeitarme. Me despido agradecido de la señora y salgo hacia la pineda previa a la playa.
La playa de Santa Ponça
Atravesando de nuevo la zona de pinos, llego a la playa y me acerco al socorrista quien, para no variar, me dice que no hay zona nudista. Sigo por la arena hasta que llego a una riera seca, canalizada con murete, que parte la playa en dos. Lo cruzo y hago piruetas por el bordillo, algo parecido a lo que hace el bañista equilibrista en la foto y, por el borde de la playa, salgo a un paseo de plataformas y paso por una playita de piedras donde hay una decena de personas bañándose.

Hotel Jardín del Mar.
Siguiendo las rocas, me llevan hasta la piscina de un hotel. Llego así a un lugar de donde ya no puedo continuar. Retrocedo a la piscina y pregunto a un cliente del hotel, que se está duchando, “¿por dónde está la salida?” Me la indica. Entro en el edificio, pero el piso sólo comunica con habitaciones. Pregunto a una pareja extranjera que me responde: “para Shopping salir por planta 4ª”. 

Cojo el ascensor, le doy al 4º piso, donde está recepción, coincidiendo en el momento en que el recepcionista abandona su puesto con un cliente. Ya estoy en la calle. Si en el RIU-Bonanza de Ses Illetes, fueron ocho pisos los que ascendí en el ascensor, aquí, en el Jardín del Mar, sólo han sido la mitad. He entrado por la salida y he salido por la entrada. Una vez fuera, sigo la calle, hasta que llego a una zona de rocas contigua a playa de piedras, donde me da la sensación de que voy a poderme bañar en bolas.

Un baño en las rocas
Es zona de rocas grandes y en las plataformas acordonadas previas no hay nadie. Las he pasado por encima. Una mujer se da protector solar. Tampoco se baña nadie en este entrante de mar, aunque el agua es transparente. Las rocas tienen un buen acceso al agua. Hay peldaños para salir con facilidad del agua. Me doy un largo baño y veo cómo es el trasiego de los que van a la piscina natural que luego veré al pasar. Tomo el sol tumbado en las rocas mientras, por la parte de arriba pasa un camino, poco transitado, y de donde no me importa que me vean los pocos que pasan. Algunos se asoman y miran. Tras estar algo más de media hora, ya seco, me visto y me voy. No lo hago por donde he venido, sino que por las rocas asciendo al camino. Saco foto del lugar desde encima de las rocas y continúo camino hacia Punta des Castell. Me voy acercando hacia lo que he llamado piscina natural que no es otra cosa que una roca que se une a la plataforma, en que la gente toma el sol, mediante un puente sencillo y los accesos para bajar y subir del agua son escaleras de acero inoxidable propias de piscinas.


Cormorán pescando
Paso la piscina natural por arriba y la fotografío para que se aprecie el islote y todo el conjunto. Cuando vuelvo al borde del mar, sobre un fondo de rocas, está sumergido, pescando, un cormorán, que a lo mejor es un somormujo, puesto que ambas especies pescan de forma parecida. Les ves sumergirse y desaparecer y, pasado un rato, aparecen por donde menos te lo esperas pues cambian de trayectoria en su bogar submarino. Lo más emocionante para un inexperto fotógrafo de fauna como yo, es la nitidez con que lo he captado. En el momento, tengo dudas de si habrá salido el animal en la foto, pero cuando lo metí en el ordenador y lo pude ver, me quedé maravillado de mi acierto. Vosotros sois el jurado.

Punta des Castell. Un uruguayo de Alemania
Siguiendo las rocas, llego a un lugar en que se ve una punta con acantilado caminable a ras de mar, pero con suelo de piedras y rocas, que me lo hace poco grato. Hay muy poquita arena en las orillas. Tiene varios entrantes, o playitas, que delimitan grupos de rocas más voluminosas. En todas hay gente tumbada, y también bañándose, pero son muy poquitos para todo el espacio que el acantilado permite. Me da la impresión de que allí voy a poder practicar nudismo sin problemas. En el primer espacio, con torrentera que llega desde la carretera o de más lejos, todos son textiles. En la segunda zona, me encuentro con un hombre desnudo. En la tercera, una pareja textil y dos chicos desnudos que, para bañarse, se ponen el bañador. Es algo que nunca entenderé. Una de las sensaciones más placenteras que conozco es ese sentir el agua deslizarse por todo el cuerpo, que nos retrotrae al anfibio que fuimos. Pero cada uno puede hacer lo que le plazca. Más lejos una sombrilla con pareja, aunque en la distancia no sabré sexo. Hay también un adulto muy moreno al fondo, pero yo no llegaré, puesto que decido regresar al segundo espacio. En realidad a este moreno le veré cuando me marche, pues el lugar de ascenso a la cima del acantilado se encuentra por donde está él. El hombre del segundo hueco es un alemán que trabajó muchos años en Italia y Uruguay. Todavía, al hablar en castellano, conserva el acento uruguayo. En un principio he creído que era argentino. Me doy un baño y me seco mientras sigo hablando con él. Este alemán no es muy comunicativo y las pocas palabras que le sonsaco brotan a cuentagotas. El alemán se viste y se va, no sin antes decirme por donde tengo una buena subida para llegar a las casas de arriba, las últimas de Santa Ponça. Yo también me visto y me voy.
Hispanoalemán que perdió el castellano
Camino por las rocas hasta el lugar donde estaba el moreno y empiezo a ascender por la torrentera y, tras subir un montón de escaleras, salgo a una carretera que me obliga a subir todavía más arriba, por cuesta empinada, hasta la última cima construida. Me asomo a un balconcillo, donde vuelvo a recuperar la imagen de las Malgrat, a lo lejos, y coincido con un joven de nacionalidad alemana, hijo de español y de alemana, cuyos padres consideraron que era mejor hacerle alemán auténtico. Hoy en día le pesa no saber castellano. Está haciendo ejercicios de calentamiento. “Mi padre era único”, me dice, “no tenía más parientes, ni tíos, ni nada”. Este joven está ahora aquí de vacaciones, pero mañana se le acaban y vuelve a su país. Tiene un niño de dos años. Aprovecha que el niño duerme para disfrutar de un rato de ejercicio, un tiempo dedicado a sí mismo. Me dice que, poco después de que pase la cima, ya voy a entrar en terrenos de Peguera. Nos despedimos y le deseo un feliz regreso. Como está corriendo, me pasará luego y una tercera vez en que, escorándose por camino lateral, lo perderé definitivamente de vista. Este encuentro me hace recordar a una amiga de mi ex mujer que se casó con un alemán de Dusseldorf, tuvieron dos hijos, chica y chico, y a ninguno enseñó el castellano. Cometieron el mismo error.

Santa Ponça-Peguera. Último acantilado
Ya se está acabando Santa Ponça y todavía puedo ir por la cima del acantilado. Éste es muy similar a la zona donde me he bañado y tengo dudas si aquella punta que he dicho que era des Castell, no es esta la que recibe ese nombre. Mi documentación es mínima y sólo pasando días por estos lugares, acabaría aprendiendo bien la concordancia de los lugares con sus topónimos. La diferencia del primero con éste, estriba en que aquél era un acantilado bajo construcciones y éste es más virgen y con más dificultad de acceso y con mejores condiciones para un baño nudista, pero el borde del mar sigue siendo de piedras y rocas, muy parecido al otro, y es hora de buscar un lugar para comer. Si no, es probable que hubiera bajado. Veo a un nudista haciendo la plancha, y algún bañista suelto más. Con tanta distancia, parecen menores que cabecitas de alfiler. He conseguido bajar por todo el entramado de casas del monte que separa Santa Ponça de Peguera y llego a un lugar, en el descenso, en que se me cruza la autopista que viene de cerca de Alcúdia y Pollença, pasa por Palma y llega a Andratx, cuya costa será objetivo para mañana. Empiezan mis temores, “¿por dónde la cruzo?”, pienso.

Autopista a Peguera
Tengo la autopista delante, pero la carretera que llevo se escora hacia la derecha, es decir, hacia el lado contrario a donde quiero ir. Me supondría retornar a Palmanova y no estoy por la labor. Veo un camino que sube casi vertical desde mi carretera hacia la autopista. Asciendo, la cruzo con mucho miramiento, pues se juega la vida del artista, y llego a pista para ciclistas y caminantes que va por el lado derecho y paralela durante un gran trecho. ¡Qué alivio! Probablemente, si hubiera seguido la carretera que traía, en algún punto más lejano, el paso a esta pista habría sido más racional, pero no voy a retroceder para comprobarlo. Pregunto a uno que me pasa corriendo haciendo ejercicio y me confirma que esta pista me lleva hasta Peguera. En la autopista veo un cartel azul en que aparece este nombre en la parte alta y ramificaciones a calas y hacia interior, como es Capdellà. Carretera que me llevaría a visitar a Xabier Castilla en Puigpunyent. Pero no voy a ir puesto que, como sabéis, hoy tengo algo que hacer en Peguera. Se me está haciendo tarde. Son ya las 14:30 h. Tengo hambre y me meto en el primer sitio que encuentro, un restaurante tailandés. Después de estar un rato mirando la carta para elegir, me dicen que las comidas las empiezan a dar a partir de la seis de la tarde. ¡Me lo podríais haber dicho antes! Y me voy enfadado. ¿Para qué me han estado entreteniendo si sabían que no me iban a dar de comer?

Susana y Fernando
Veo señal de Casal y pienso que, si dan comidas, es un lugar que me podría convenir, puesto que suelen hacerlas con un precio arreglado para el poco poder adquisitivo de algunas personas mayores. Pero pregunto y nadie sabe decirme dónde está el Casal. Sigo un poco más arriba y entro en el restaurante Susana y Fernando. “¿Qué me ofrece Susana?”, pregunto a la cocinera, “¿y qué Fernando?”, le pregunto a él. Como una buena sopa mallorquina y, con el lenguado, me llevo sorpresa. Lo esperaba con la espina central, pero lo que me presentan son un par de filetes que, si me dicen que es panga o fletán, no habría tenido argumentos para dudarlo. Bebo dos copas de una sangría muy rica y pido un chupito de hierbas semisecas. Al decirles que son muy dulces, me obsequian con otro de secas. Hoy, sin hielo, las saboreo mejor. Hojeo y doy una ojeada al periódico. Nadal en semifinales. Durante la comida, hablo con los asturianos que están comiendo enfrente. Les hablo de la costa que más me gusta: Celorio, Torimbia, Tapia de Casariego, Guipiyuri (playa de interior). Con Fernando de mi camino y de Orense, de donde es él. De mi estancia en el balneario de Baños de Molgas y de las termas a la vera del Miño. La factura la pago en metálico: son 22 €. No me admiten Visa. Voy a intentar localizar el Casal. Cojo agua. Son las cinco de la tarde. Demasiado tiempo para estar en Peguera. Empiezo a pensar en la posibilidad de llegar hoy hasta Port D’Andratx o, al menos, acercarme para llegar allí a primera hora. No será así. Me despido de Fernando y de Susana y continúo mi camino.


Peguera playa
Para salir a la playa tengo que pasar por una bonita pineda, muy bien acondicionada con mesas para aquellos que llegan a la playa y luego quieran comer en condiciones y con sombra. La buena distribución de arbolado y mesas, permite que algunas estén al sol. Sombra y sol para todos los gustos. El paseo marítimo separa las zonas de arbolado y las de playa. 
 

Así llego a la playa. En la foto que saco al llegar, la inclinación de los árboles es un indicador de que por aquí corre mucho el viento, aunque hoy es un día calmo. Al fondo, en el horizonte, se ven bien recortadas las islas Malgrat que tan cerca las he tenido esta mañana. Parece que aquello ocurrió… ¿cuándo ocurrió? ¡Qué jugarretas juegan el tiempo y el espacio! La playa me parece muy grande, pero no veo que tenga posibilidades para bañarme desnudo en ninguno de sus extremos. Pero lo voy a explorar hacia la zona que ya he visto desde la parte alta y última de Santa Ponça.

Bañito de refresco en rocas
Así, retrocediendo hacia el principio de la gran playa, llego a otra más pequeña y, al fondo, veo unas rocas amables con camino que discurre entre ellas, que me acaba llevando a playa de piedras. Avanzo hacia las rocas y veo un agujero por el que no me va a quedar otro remedio que pasar. 
 

Con mis mochilas va a ser tan dificultoso como el proverbio mayúsculo de dificultad como es, pasar un camello por el ojo de una aguja. Antes de pasar por el aro, saco una foto de una isla que está frontal a la playa. 
 



Desde el agujero pétreo que permite pasar las rocas y que fotografío, veo en el siguiente tramo a una pareja. Están situados en el extremo del fondo. Sólo él está desnudo. 

Bajo a esa playa, me aproximo a la pareja mixta (textil y nudista), pero sigo adelante en previsión de encontrar el acantilado que he visto desde arriba, donde me he encontrado con el alemán de padre español que no sabía castellano, y desde donde he visto que alguien hacía la plancha desnudo. 
 
Pero las siguientes rocas, ya no me dejan pasar. Este último tramo está más concurrido, puesto que tiene un acceso para las personas que están en un hotel que no se ve a primera vista, pues está en lo alto, pero que antes lo he visto desde las grandes rocas con una fachada de color terroso rojizo. Hay un grupo de jóvenes que pescan y la mayoría, también jóvenes, son extranjeros. Un chaval inglés busca caracolas de mar y me enseña una. He intentado pasar a la siguiente y el inglesito también, pero los dos tenemos que desistir por la imposibilidad de hacerlo. Al regreso, en zona anterior al grupo de extranjeros, me desnudo y me baño. Las piedras me incomodan y también la poca profundidad, así que sólo me refresco. Salgo mojado del agua y me siento en rocas a esperar a secarme. Un submarinista ha salido del mar y se queda en calzoncillos en la orilla. Cuando me estoy marchando llega, saliendo del agua, el compañero neoprénico. Tras esta incursión no demasiado brillante, regreso al paseo marítimo de la playa.

Buscando el Casal
En el paseo marítimo pregunto por el Casal. Me dicen que vaya por la alameda pero, después de visto, habría sido más correcto si me hubiera metido por la playa y los referentes: farmacia, correos, chino, iglesia y casal. Tras muchas idas y venidas, vueltas y revueltas, consigo llegar al lugar que busco. Me confirman que el espectáculo músico-coral empezará a las nueve de la noche. Me recomiendan que vaya un poco antes porque no tiene mucho aforo. Una vez sabida la hora y olvidándome de Andratx para hoy, como tengo mucho tiempo por delante, dedico un tiempo de esta tarde a buscar lugar adecuado para dormir esta noche. No saco foto al Casal, pues me ha parecido un edificio con poca gracia, como un pabellón industrial, pero sí a la iglesia, que dispone de unas altas y extensas pérgolas aunque me da la impresión de que no es zona buena, como si fuera un espacio que no ha tenido éxito, sin ningún atractivo. Parece que ni la proximidad de la iglesia, ni la del casal, han sido suficientes como para llenar este espacio de contenido.

Cala Fornells
En esta tarde noche iré allí dos veces. Bajo del Casal hacia la playa de Peguera, pero llego al final y ésta no tiene continuidad. Debo adentrarme en el pueblo y llego a una escalera ascendente bastante empinada. Una señora en su casa, que está en el lugar estratégico de arranque me dice: “la carretera de arriba te llevará hasta Fornells y tienes un paseo de poco más de un kilómetro, que merece la pena”. 
 

No he andado mucho hoy, pero estoy cansado y me cuesta llegar. El tipo de construcción que hay por el camino es bastante amable, no hay grandes edificios. Son casitas de dos o tres plantas, que se encaraman al monte por la derecha; muy pocas, alguna puntual, se asoman al acantilado. Olvidándome de los edificios me centro más en el paisaje marino. Hay pequeñas ensenadas, pequeños salientes al mar, breves radas con rocas, alguna terraza y la constante al fondo que, hasta que supere el Cap de la Mola no dejaré de ver, de Illes es Malgrat. 
 
Sólo al fondo, donde acaba la Cala Fornells, hay dos hoteles. El más alto está frontal y va a ser bajo él donde elegiré el sitio para dormir. En el otro, que queda oculto hacia el interior, bailaré al regresar por la noche. Por la carretera veo un coche con matrícula HDZ y me sugiere la palabra “huidizo”, aunque yo no estoy huyendo de nadie ni de mí mismo, sino todo lo contrario, o al menos eso creo, en comunión con la gente. 

 
Se me ofrece una terraza privada desde donde creo que voy a sacar mejor foto, así que salto una baja valla donde han aparcado algún coche y penetro para fotografiar la ensenada. La terraza la fotografío al volver. Abajo, una chica en bikini se baña y la pillo subida a una roca, donde tiene su ropa. 


Llegando al final, hay una playa pequeña que si está bien para darse un baño, la encuentro muy a la vista y próxima a la carretera y al paseo, ambos inconvenientes para dormir esta noche. Es por ello que me acerco a la plataforma de cemento del tope final, la que está bajo el gran hotel, y decido que dormiré allí, en un pequeño hueco que queda entre la zona baja del hotel y la propia plataforma. En estos espacios hay colocadas algunas sombrillas y hamacas. Una de ellas me servirá como cama, puesto que el suelo elegido es de piedras. 


Tres o cuatro chicos de Port d’Andratx que se están bañando, me recomiendan el lugar que he elegido, diciéndome “es un sitio tranquilo”. “A lo mejor nos vemos mañana en Port d’Andratx”, les digo, pero no ocurrirá tal encuentro. Ya elegido el sitio para dormir, voy regresando a Peguera. Al pasar, me fijo más en la playa de Fornells. 

Es playa de arena, pero las rocas que vienen de interior por debajo, afloran en la orilla, lo cual no crea inconveniente para entrar al mar siguiendo arena. Estas rocas, en pequeños tramos, hasta hacen más bonita la playa. En la parte trasera, ascendiendo en plataformas, hay filas de hamacas bien alineadas, con la uniformidad propia de la mayoría de playas. Por lo demás, la parte de arena está exenta de más mobiliario. Sólo veo un cubo para la basura. Retrocediendo, paso por la terraza que antes he allanado y es ahora cuando saco una foto del lado de las casas para ilustrar lo que he dicho antes. Me dicen que la Oficina de Información está en la Lonja del puerto.

De regreso en Peguera: merienda
Viniendo por calle interior, creo que es la avenida principal del pueblo, entro en un pakistaní y compro un plátano y una manzana que me cuestan 1,20 €. Por este precio podía haber comprado en Irun un kilo de algo. Me los como en el propio paseo sentado en un bordillo y después me voy acercando al Casal, puesto que ya son las 20:30 h. No hago más que hablar del Casal y muchos que no seáis catalanes, no sabréis de que se trata. Es como un centro cívico, una casa de cultura, donde se desarrollan actividades, talleres, actuaciones, en función de los intereses de sus asociados. Generalmente lo gestiona el ayuntamiento con personal contratado y con voluntariado. Llego al casal. Voy donde la máquina de café para completar mi merienda y aprieto el botón descafeinado, pero me temo que no lo sea y luego no me deje dormir. Por suerte, no ocurrirá tal desaguisado. Pago 50 céntimos. Señalo en mi mapa mi llegada a Cala Fornells. Así me siento obligado a tener que volver, aunque todo puede cambiar y no acabe durmiendo allí. Lo que sí tengo claro es que hasta Cala Fornells ya he llegado y, después del concierto, no creo que pueda avanzar más allá de noche.

Casal: Concierto de los coros de Calvià y Son Servera
Que canta Jorge (Xurxo) ya lo sé, y también me han dicho que están ensayando para ajustar las voces y mejorar, pero trato de buscar a Alicia para ponerme con ella. La gente de la organización no sabe cómo la puedo encontrar y a otras mujeres que pregunto, resultan ser familiares o amigas del Cor de Son Servera, así que poco me pueden ayudar. Tardaré más de un mes en saber que Alicia también canta en el coro. Ya me lo dijeron, pero lo había olvidado. Nos han dicho que abrirán las puertas del salón un cuarto de hora antes, pero pasan los minutos y no acaban de abrirlas. Por fin, cuando entro, tengo buen cuidado de ponerme en un extremo, a la izquierda, para salir rápido cuando finalice la actuación. Me da pena no poder saludar a la pareja, pero es que luego ellos tendrán que regresar a sus casas o cenar y no quiero que se haga muy tarde y andar muy de noche hacia Fornells. Estoy en la 3ª o 4ª fila y pongo las mochilas en el suelo, evitando que salgan al pasillo. En el escenario hay instrumental en el lado izquierdo del espectador, lo que me hace pensar que es un concierto músico-vocal. 
 
El primero del coro que sale al escenario es Xurxo, cuya imagen recuperé ayer en Palmanova, pero cuando sale Alicia no la reconozco. Probablemente saliera la primera de las mujeres y puedo pensar que es la que está debajo de su pareja. Comienza el concierto y disfruto mucho: Serrat, La Misión, Beatles, Gershwin, Cole Porter, El fantasma de la Ópera… Quizás esta última ha sido la que menos me ha gustado. Para no interferir la actuación, he hecho una foto al inicio, y hago algo para que me vea Xurxo, pero será en vano. La foto, como casi todas las de interior, me sale pésima, pero no tengo otra para poner y aquí la coloco. Al menos se ve que es un coro, aunque las caras sean difícilmente reconocibles. Un padre joven tiene que salir de la sala pues su niño ya no aguantaba dentro. Con los aplausos finales, ya estoy cargando con las mochilas. Yo también aplaudo, puesto que el concierto me ha gustado y salgo del salón. Para aligerar la posible cafeína del descafeinado, me he tragado toda el agua que me quedaba, así que antes debo pasar por los lavabos para rellenarla.

Concierto de Margalida y su acompañante
Salgo, relleno mi botellín, y recorro todo el camino conocido. Es una ventaja haberlo recorrido todo antes. Ahora no tengo problemas ni dudas para llegar. Cuando estoy llegando al primer hotel, el que está a la derecha del paseo, en la terraza, al exterior, se oye que alguien canta. Cuando llego pregunto y me dicen que es Margalida, una cantante mallorquina. Bailo al son de las canciones de Margalida, colocado en la acera de enfrente y sin quitarme de encima las mochilas. Cuando he preguntado el nombre de la diva, empieza a cantar él, que creo que es el que acompaña al piano, ¿o era otro instrumento? No lo puedo recordar. Pero ahora ya no pregunto el nombre del cantor. 
 

Margalida me ha recordado a la cantante de fado Rita, la que conocí en ilha Berlenga. El de recepción del hotel me dice que Margalida es mallorquina. El guarda de noche tampoco me podrá decir mañana el nombre de él. “Cuando llegué a trabajar, el espectáculo ya había finalizado”, me dice. Cuando estoy bailando, unos extranjeros que ocupan una mesa en la terraza, me hacen gestos de ánimo. No necesito que nadie me anime para seguir bailando. Los de otra mesa me invitan “¿drink?”, me dicen, y les hago gesto de no. Al final, me saluda Margalida desde su lugar de actuación. Se ve que también se ha fijado en mí. El resto aplaudimos. Son poco más de las once cuando todo acaba. Había una pareja en la terraza que bailaba bien, según los cánones y lo que enseñan en las academias de baile, pero han salido muy pocas parejas a bailar. Hay una pareja que no se atrevía a bailar en la pista, baja a la playa, se descalza y bailan allí. La arena no es el mejor piso para bailar, pero ellos están a gusto.

Hamaca en Cala Fornells
Acabado el concierto, desciendo unos escalones y, entre las hamacas, me voy acercando al lugar elegido para dormir. Llego, bajo la hamaca más cercana, y organizo mi noche. Tengo sobre mi cabeza dos grandes pinos con sus redondeadas copas. Me quitan una parte importante del firmamento y no logro descubrir la Osa Mayor. Me doy repelente contra los mosquitos y el gel de Aloe-Vera ya se me está acabando. Duermo muy bien, con el arrullador romper de la ola a dos metros de mí.

Balance del día
Ha sido un día no demasiado brillante en encuentros. El que hubiera sido el mejor, en el Casal, lo he visto sin ser visto. Curioso el del alemán de padre español que no le enseño a hablar castellano. Bien atendido en el desayuno y en la comida, con detalles de agradecer, tanto en la Vieja Viena como en Susana y Fernando. Enfado en el tailandés. Bonitos conciertos de los coros Son Servera y Calvià y el de Margalida y su acompañante al piano.


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