Etapa 33
(275) 05 de julio de 2011, martes.
Banyalbufar-Valldemossa-sa
Foradada-Deià-Sóller-Port de Sóller-Cap Gros.
Esta noche
llegaré al Cap Gros y dormiré en el Refugi de La Muleta, pagando, mal
atendido, con una luz de faro que penetra por todas las
ventanas y durmiendo peor que en cualquier playa gratuita. Para
colmo, diarrea. Quizás por el agua que bebí ayer noche de la
cascada de la cala de Banyalbufar.
Me
despierto a las seis. Me levanto. Cojo jabón y el botellín de agua
vacío. Me baño. La entrada al agua por rocas, aunque tiene algo de
arena, es mala, así que me remojo con el romper de la ola,
agachándome. Resulta un baño simbólico. Voy a la cascada grande y
lleno mal el botellín de agua. Se llenaba mejor ayer en la otra
menor.
Me doy jabón y me aclaro bajo el chorro de la cascada. El agua, al pegar con fuerza en hombros, cuello y espalda, me relaja. Como es temprano y el sol, aunque haya salido por Levante, tardará en llegar a esta hondonada de la Cala de Banyalbufar, donde me encuentro, hoy me seco con toalla. Saco una foto de la cama donde he dormido y otra de la zona vallada en la que la autoridad local prohibía el paso. Se aprecia también parte de la subida desde la cala al acantilado, desde donde ayer disfruté de la puesta de sol.
Me visto y para las 6:20 h ya estoy en marcha. Subo las escaleras y ya voy camino de la urbe.
Me doy jabón y me aclaro bajo el chorro de la cascada. El agua, al pegar con fuerza en hombros, cuello y espalda, me relaja. Como es temprano y el sol, aunque haya salido por Levante, tardará en llegar a esta hondonada de la Cala de Banyalbufar, donde me encuentro, hoy me seco con toalla. Saco una foto de la cama donde he dormido y otra de la zona vallada en la que la autoridad local prohibía el paso. Se aprecia también parte de la subida desde la cala al acantilado, desde donde ayer disfruté de la puesta de sol.
Me visto y para las 6:20 h ya estoy en marcha. Subo las escaleras y ya voy camino de la urbe.
Despedida
de Banyalbufar
Subidas
las escaleras, el camino me lleva a la plataforma desde donde se
domina toda la cala. A las seis y media estoy ascendiendo hacia el
pueblo. Hoy los bancales sólo me dejan ver sus muros de sujeción.
No se aprecia tanto el vergel, puesto que de abajo hacia arriba, los
árboles plantados y la floresta no se ven. Por la posición del
pueblo, en la foto que saco, se ve claramente que todo el camino va a
ser subir y subir.
Un gato gris de un tono que recuerda al de un gran ratón, se me cruza en mi camino. Como no es negro y no soy supersticioso, pasa sin pena ni gloria. En el dintel de una casa semiderruida veo una paloma y escucho su zureo. Paso de soslayo por un pueblo sin vida a estas horas tempraneras y, poco a poco, me voy alejando de él. Hacia las siete ya lo he superado y saco una bastante completa fotografía desde el lado Norte como despedida de Banyalbufar. Ya me estaba acostumbrando a su grafía.
El sol ya empieza a iluminar por encima del pueblo. Todavía tendré que subir bastante más, pero esta subida ya será por carretera, la misma Ma-10 que traje ayer desde el Coll de sa Grenola. Por ella llegaré hasta Sóller. Como ahora mi primer objetivo va a ser Valldemossa y todo va a transcurrir hasta allí por interior montañoso, saco una foto del acantilado por el que no voy a pasar y que retomaré por la zona de Miramar, poco antes de llegar a Deià. La neblina no permite ver más allá de Sa Foradada.
Un gato gris de un tono que recuerda al de un gran ratón, se me cruza en mi camino. Como no es negro y no soy supersticioso, pasa sin pena ni gloria. En el dintel de una casa semiderruida veo una paloma y escucho su zureo. Paso de soslayo por un pueblo sin vida a estas horas tempraneras y, poco a poco, me voy alejando de él. Hacia las siete ya lo he superado y saco una bastante completa fotografía desde el lado Norte como despedida de Banyalbufar. Ya me estaba acostumbrando a su grafía.
El sol ya empieza a iluminar por encima del pueblo. Todavía tendré que subir bastante más, pero esta subida ya será por carretera, la misma Ma-10 que traje ayer desde el Coll de sa Grenola. Por ella llegaré hasta Sóller. Como ahora mi primer objetivo va a ser Valldemossa y todo va a transcurrir hasta allí por interior montañoso, saco una foto del acantilado por el que no voy a pasar y que retomaré por la zona de Miramar, poco antes de llegar a Deià. La neblina no permite ver más allá de Sa Foradada.
Carretera
a Valldemossa
Me
esperan unas cuantas horas de subida hacia esa ciudad de historia y
leyenda, de literatura, música y amores. Nada más dejar la costa,
entre el boscaje, me sale a saludar un hermoso ejemplar de cabra. Se
me queda mirando y la inmortalizo para la posteridad. A estas horas,
la carretera sin arcén, por suerte para mí, no soporta casi
circulación.
Tras un rato de caminar sin ver un alma, veo desde la carretera, abajo, una casa de payés. Una luz ilumina todavía uno de sus patios, produciendo un bonito contraste de tonalidad.
Continúo y, a falta de personas, me cruzo con una familia de cabras. Hoy parecen mostrar su simpatía hacia el caminante viajero. La más grande hace sus equilibrios en un murete de la carretera, mientras arranca hojas y frutos de una encina. Al ver que me acerco, deja de tirar del árbol y de rumiar, y me mira antes de emprender su huída con el resto de sus congéneres.
La carretera se sigue alejando cada vez más de la costa y, llegando a una curva, veo un poblado importante hacia el interior, en dirección Palma y saco la conclusión de que no puede ser otro que Esporles. Me resulta curioso que, después de siete etapas, esté todavía tan cerca de Palma. Como Esporles está en un valle y por detrás tiene unas altas montañas, es imposible que, sin coger altura, las supere y pueda ver desde aquí la capital. Pero, desde Valldemossa, ya será otra cosa.
Son las nueve de la mañana, cuando la ascensión cede y empieza un rato de llanear. En esta zona veré olivos ancianos y, más que retorcidos, lo que me produce curiosidad son sus formas, producto del paso del tiempo y de las inclemencias, tiempo físico y mental. El primero que me sorprende me trae a la mente a dos personajes propios de Alicia en el País de las Maravillas, como si discutieran con enfado. Sólo faltaría que una ráfaga de viento agitara sus encopetadas testas. Hasta parece que el tronco de la derecha empujara con violencia al otro personaje que parece que se va a caer hacia atrás. ¿Os parece que imagino demasiado o también vosotros os hacéis partícipes de lo que digo?
Siguiendo el camino y acostubrándome rápido al plácido llaneo, veo una construcción rara en la cima de una alta montaña a mi derecha. Creyendo que puede ser Valldemossa, ya empiezo a resoplar, pero será falsa alarma. No logro saber a qué pueblo corresponde aquella construcción y las pocas casas que observo en la ladera de la montaña, tampoco me dan pistas suficientes, pero podría muy bien tratarse de Son Cabaspre. Espero y confío en que, alguien más docto que yo y que conozca bien el lugar, me lo confirme o me lo rebata, sustituyéndolo por el nombre verdadero.
Poco después, disipadas las dudas y sabiendo que no voy a tener que hacer semejante ascensión, me encuentro con otro olivo con forma peculiar. También a este le saco una foto. Me parece un animal cuadrúpedo del que lo que mejor se aprecian son sus cuartos traseros. El pecho estaría como vaciado, como si de una entrega total, espiritual, oteiciana se tratara. También me viene a la mente el caballo metálico que vi ayer en Estellencs, con su aparato digestivo al exterior. Aquél más arificioso, éste hecho por la propia naturaleza. Si Miguel Hernández cantó a los troncos retorcidos de sus olivos jienenses, ¿qué nos diría de este curioso ejemplar? Llegando a Valldemossa ya he conseguido ver la costa de Palma hasta Cap Blanc, pero he olvidado sacar una foto, así que no os podré mostrar lo que afirmo. Teniendo en cuenta que Valldemosa está muy alto, no es difícil presumir que desde aquí se pueda ver Palma. Me hace gracia porque yo dejé la capital hace una semana. Y caminar tanto para tenerla a tiro de piedra… ¡Tiene bemoles! En el último tramo, antes de entrar en Valldemossa, cojo de un árbol una ciruela, todavía algo inmadura y me la como; luego tres ciruelitas más maduras pero también más insípidas. No sería de extrañar que estas ciruelas tengan consecuencias negativas para mi estado de bienestar. Un grupo con guía, que ha bajado de un autobús, inicia una visita guiada. Llegando a la urbe, un hombre me orienta, para desayunar, hacia Can Molinas. He tardado tres horas y media en llegar, desde que he salido de Cala de Banyalbufar.
Tras un rato de caminar sin ver un alma, veo desde la carretera, abajo, una casa de payés. Una luz ilumina todavía uno de sus patios, produciendo un bonito contraste de tonalidad.
Continúo y, a falta de personas, me cruzo con una familia de cabras. Hoy parecen mostrar su simpatía hacia el caminante viajero. La más grande hace sus equilibrios en un murete de la carretera, mientras arranca hojas y frutos de una encina. Al ver que me acerco, deja de tirar del árbol y de rumiar, y me mira antes de emprender su huída con el resto de sus congéneres.
La carretera se sigue alejando cada vez más de la costa y, llegando a una curva, veo un poblado importante hacia el interior, en dirección Palma y saco la conclusión de que no puede ser otro que Esporles. Me resulta curioso que, después de siete etapas, esté todavía tan cerca de Palma. Como Esporles está en un valle y por detrás tiene unas altas montañas, es imposible que, sin coger altura, las supere y pueda ver desde aquí la capital. Pero, desde Valldemossa, ya será otra cosa.
Son las nueve de la mañana, cuando la ascensión cede y empieza un rato de llanear. En esta zona veré olivos ancianos y, más que retorcidos, lo que me produce curiosidad son sus formas, producto del paso del tiempo y de las inclemencias, tiempo físico y mental. El primero que me sorprende me trae a la mente a dos personajes propios de Alicia en el País de las Maravillas, como si discutieran con enfado. Sólo faltaría que una ráfaga de viento agitara sus encopetadas testas. Hasta parece que el tronco de la derecha empujara con violencia al otro personaje que parece que se va a caer hacia atrás. ¿Os parece que imagino demasiado o también vosotros os hacéis partícipes de lo que digo?
Siguiendo el camino y acostubrándome rápido al plácido llaneo, veo una construcción rara en la cima de una alta montaña a mi derecha. Creyendo que puede ser Valldemossa, ya empiezo a resoplar, pero será falsa alarma. No logro saber a qué pueblo corresponde aquella construcción y las pocas casas que observo en la ladera de la montaña, tampoco me dan pistas suficientes, pero podría muy bien tratarse de Son Cabaspre. Espero y confío en que, alguien más docto que yo y que conozca bien el lugar, me lo confirme o me lo rebata, sustituyéndolo por el nombre verdadero.
Poco después, disipadas las dudas y sabiendo que no voy a tener que hacer semejante ascensión, me encuentro con otro olivo con forma peculiar. También a este le saco una foto. Me parece un animal cuadrúpedo del que lo que mejor se aprecian son sus cuartos traseros. El pecho estaría como vaciado, como si de una entrega total, espiritual, oteiciana se tratara. También me viene a la mente el caballo metálico que vi ayer en Estellencs, con su aparato digestivo al exterior. Aquél más arificioso, éste hecho por la propia naturaleza. Si Miguel Hernández cantó a los troncos retorcidos de sus olivos jienenses, ¿qué nos diría de este curioso ejemplar? Llegando a Valldemossa ya he conseguido ver la costa de Palma hasta Cap Blanc, pero he olvidado sacar una foto, así que no os podré mostrar lo que afirmo. Teniendo en cuenta que Valldemosa está muy alto, no es difícil presumir que desde aquí se pueda ver Palma. Me hace gracia porque yo dejé la capital hace una semana. Y caminar tanto para tenerla a tiro de piedra… ¡Tiene bemoles! En el último tramo, antes de entrar en Valldemossa, cojo de un árbol una ciruela, todavía algo inmadura y me la como; luego tres ciruelitas más maduras pero también más insípidas. No sería de extrañar que estas ciruelas tengan consecuencias negativas para mi estado de bienestar. Un grupo con guía, que ha bajado de un autobús, inicia una visita guiada. Llegando a la urbe, un hombre me orienta, para desayunar, hacia Can Molinas. He tardado tres horas y media en llegar, desde que he salido de Cala de Banyalbufar.
Valldemossa.
Can Molinas. Jeroni
El
informador me recomienda su coca de patata. Llego a Can Molinas, que
tiene horno propio. Pido tres cocas, la de patata recomendada, otra
de cabello de ángel y otra de crema. Bebo un vaso de leche con
descafeinado en sobre y, previamente, he tomado un zumo de naranja
natural. Como mientras escribo tomaré una tónica, pagaré 10,30 €.
Jeroni se lo monta mejor que yo, puesto que el que sabe lleva
ventaja. Tampoco cenó ayer y tiene que desayunar fuerte. Come
bocadillo de jamón y picotea aceitunas y pepinillos. Es joven. Él
no sufre de hipertensión. Tiene un mecenas en un terreno para el que
trabaja y puede hacer aquí lo mismo, pero con mayor libertad, que lo
que hacía como técnico en televisión. Ahora tiene que empezar a
rodar en la finca en que trabaja. Con amigos, hace reportajes
nocturnos en lugares decrépitos que, camuflados por las luces,
aparentan ser casi hasta bellos. “Entraré en tu blog”, me dice.
Le agrada que esté feliz caminando por Mallorca. He cagado, afeitado
y son las 12:20 h cuando salgo de Can Molinas.
Jeroni me recomienda que baje a la costa por camino, pero resulta que ese bajar, implica primero subir a una altura de más de ochocientos metros y, ahora que la carretera va a ir bajando hasta Deià, la verdad es que me apetece bien poco subir. Ya sé que la recomendación de Jeroni supone ganar en belleza, pero también la comodidad cuenta.
Jeroni me recomienda que baje a la costa por camino, pero resulta que ese bajar, implica primero subir a una altura de más de ochocientos metros y, ahora que la carretera va a ir bajando hasta Deià, la verdad es que me apetece bien poco subir. Ya sé que la recomendación de Jeroni supone ganar en belleza, pero también la comodidad cuenta.
Un paseo
por Valldemosa
El
pueblo, a estas horas del mediodía, está muy animado. Saco una foto
del paseo. Como toda ciudad turística, la oferta hostelera y de
recuerdos es importante.
También la oferta cultural y la histórica giran alredor de los amores de George Sand y Chopin. En todo el tiempo en que estoy aquí, no oigo ni una nota del pianista, ninguna interpretación al piano. Probablemente se escuchen llegada la hora más romántica del atardecer, pero entonces ya no estaré aquí. Hay demasiado gentío a esta hora. ¡Tendré que huír! Veo el exterior de la Cartuja. Me asomo a la puerta. La guardesa me dice que el ticket vale 7,50 €. Le pregunto precio de jubilado y me dice que es propiedad privada y que no hay precio rebajado para nosotros. “¿Ni para caminantes?”, pregunto. “Tampoco”.
No sé si la Cartuja tiene claustro, tampoco sé si merece la pena verlo pero, como me asomo a la iglesia y no le veo ningún interés, supongo que el resto igual no lo tiene y no me siento inspirado para pagar inútilmente. Si alguien me asegura que he dejado de ver una maravilla, me pesará no haberlo visto, pero me voy sin verla. En la entrada pone Yglesia de la Cartuja y lo mejor que tiene es la lámpara que ya se ve desde fuera. Visito una sala de exposiciones. Los grandes cuadros son obra pintada por un pintor ruso que, cuando entro, está enmarcando unos pequeños cuadros que, me dice, “pinta mi mujer” y que, me añade: “es lo que más se vende”.
Yo, aunque me los regalara, no los quiero, y no porque alguno no tenga gracia. En el fondo hay pintados unos angelotes que tanto me pueden recordar a Fra Angélico como Andrei Ruvliov y se lo comento al ruso. Hablamos del Ermitage y de la Galería Tetriakov. Después de dar un vistazo rápido a la exposición y comprobar que, salvo la curiosidad de los angelotes, ninguno de los cuadros me entusiasma, salgo a la calle con intención de iniciar mi descenso de los cielos hacia el mar. “¿Tendré oportunidad de darme un baño decente en el mar en la tarde de hoy?”, me pregunto. Tras sacar cuatro fotos que ilustran mi estancia en Valldemosa, abandono el lugar por donde he venido. Al salir a la calle, me encuentro de nuevo con Zane y sus hermanos. Nos saludamos, nos besamos todos y nos despedimos. Todo visto y no visto. Están de visita cultural y luego bajarán a Sóller. ¿Nos veremos?, pero la realidad será que no. Ya he visto al llegar el lugar por donde arrancaba la carretera hacia Deià. Pero cuando salgo estoy algo despistado y un conductor que va hacia su autobús y al que hablo de las propiedades privadas que interrumpen caminos, me dice que aquí los políticos no obligan a que los propietarios cumplan la servidumbre de paso en caminos que existen de tiempo inmemorial. Me añade: “Esta isla es el único lugar en que esto ocurre”. Comprobaré que en Ibiza ocurre tres cuartos de lo mismo.
También la oferta cultural y la histórica giran alredor de los amores de George Sand y Chopin. En todo el tiempo en que estoy aquí, no oigo ni una nota del pianista, ninguna interpretación al piano. Probablemente se escuchen llegada la hora más romántica del atardecer, pero entonces ya no estaré aquí. Hay demasiado gentío a esta hora. ¡Tendré que huír! Veo el exterior de la Cartuja. Me asomo a la puerta. La guardesa me dice que el ticket vale 7,50 €. Le pregunto precio de jubilado y me dice que es propiedad privada y que no hay precio rebajado para nosotros. “¿Ni para caminantes?”, pregunto. “Tampoco”.
No sé si la Cartuja tiene claustro, tampoco sé si merece la pena verlo pero, como me asomo a la iglesia y no le veo ningún interés, supongo que el resto igual no lo tiene y no me siento inspirado para pagar inútilmente. Si alguien me asegura que he dejado de ver una maravilla, me pesará no haberlo visto, pero me voy sin verla. En la entrada pone Yglesia de la Cartuja y lo mejor que tiene es la lámpara que ya se ve desde fuera. Visito una sala de exposiciones. Los grandes cuadros son obra pintada por un pintor ruso que, cuando entro, está enmarcando unos pequeños cuadros que, me dice, “pinta mi mujer” y que, me añade: “es lo que más se vende”.
Yo, aunque me los regalara, no los quiero, y no porque alguno no tenga gracia. En el fondo hay pintados unos angelotes que tanto me pueden recordar a Fra Angélico como Andrei Ruvliov y se lo comento al ruso. Hablamos del Ermitage y de la Galería Tetriakov. Después de dar un vistazo rápido a la exposición y comprobar que, salvo la curiosidad de los angelotes, ninguno de los cuadros me entusiasma, salgo a la calle con intención de iniciar mi descenso de los cielos hacia el mar. “¿Tendré oportunidad de darme un baño decente en el mar en la tarde de hoy?”, me pregunto. Tras sacar cuatro fotos que ilustran mi estancia en Valldemosa, abandono el lugar por donde he venido. Al salir a la calle, me encuentro de nuevo con Zane y sus hermanos. Nos saludamos, nos besamos todos y nos despedimos. Todo visto y no visto. Están de visita cultural y luego bajarán a Sóller. ¿Nos veremos?, pero la realidad será que no. Ya he visto al llegar el lugar por donde arrancaba la carretera hacia Deià. Pero cuando salgo estoy algo despistado y un conductor que va hacia su autobús y al que hablo de las propiedades privadas que interrumpen caminos, me dice que aquí los políticos no obligan a que los propietarios cumplan la servidumbre de paso en caminos que existen de tiempo inmemorial. Me añade: “Esta isla es el único lugar en que esto ocurre”. Comprobaré que en Ibiza ocurre tres cuartos de lo mismo.
Descenso
hacia Deià. Miramar
La
carretera está pesada con el sol de mediodía. Hay alguna pequeña
subida, pero casi todo será de bajada. Todavía en el entorno de
Valldemosa, saco foto a otro olivar, en el entorno de una gran encina
bellotera.
Una torre almenada con cierto estilo árabe musulmán, me parece interesante y también la inmortalizo. Empiezo a sentir molestias intestinales. “¿El agua de la cascada, las ciruelas?”, me pregunto.
Ya iniciado el descenso, veo otro olivar con casa y torre que, desde donde estoy, puedo ver su escalera de acceso a lo que muy bien pudiera ser almacén de algún producto o despensa alejada de los roedores.
Descendiendo, ya me voy acercando a la costa de nuevo.
Estoy aproximándome a Miramar. Además de la costa, lo que se me ofrece es un gran caserón, pero ni me acerco al mirador que se recomienda. Tampoco al claustro que anuncian. La carretera lateral que se presenta, tiene todo el aspecto de ser de ida y vuelta. Llevo urgencia por llegar a comer. Continuando la marcha hacia la Punta de sa Foradada, ya de lejos veo la gran casa y, desde la distancia, la fotografío, no vaya a ser que estando más cerca no tenga oportunidad de hacerlo. No ocurrirá lo temido y la fotografiaré con parsimonia.
Una torre almenada con cierto estilo árabe musulmán, me parece interesante y también la inmortalizo. Empiezo a sentir molestias intestinales. “¿El agua de la cascada, las ciruelas?”, me pregunto.
Ya iniciado el descenso, veo otro olivar con casa y torre que, desde donde estoy, puedo ver su escalera de acceso a lo que muy bien pudiera ser almacén de algún producto o despensa alejada de los roedores.
Descendiendo, ya me voy acercando a la costa de nuevo.
Estoy aproximándome a Miramar. Además de la costa, lo que se me ofrece es un gran caserón, pero ni me acerco al mirador que se recomienda. Tampoco al claustro que anuncian. La carretera lateral que se presenta, tiene todo el aspecto de ser de ida y vuelta. Llevo urgencia por llegar a comer. Continuando la marcha hacia la Punta de sa Foradada, ya de lejos veo la gran casa y, desde la distancia, la fotografío, no vaya a ser que estando más cerca no tenga oportunidad de hacerlo. No ocurrirá lo temido y la fotografiaré con parsimonia.
Sa
Foradada
Aquí
hay tres puntos a destacar. Uno tiene que ver con la naturaleza y se
refiere a la Punta de sa Foradada, que es lo que origina todo lo
demás. Otro el Mirador de sa Foradada, construido para poder admirar
el paisaje natural. Y, el tercero, se refiere a la casa construida en
paraje tan magnífico y que no cumple más función que ser una
propiedad privada, de disfrute privado, pero de propietarios venidos
a menos que enseñan la casa, o una parte de ella, previo pago de la
entrada correspondiente.
Yo trataré de ver todo lo que pueda, pero sin pagar, pero lo voy a hacer más tarde. Según me voy acercando a Sa Foradada, saco foto entre árboles de un templete al que se accede por el interior de la casa que he fotografiado de lejos y está en su jardín.
Estando más cerca, saco foto del conjunto de la casa, de lo que me permiten los árboles y la distancia todavía considerable. Dsepués me asomo al mirador para poder observar lo más bonito del lugar que es el saliente rocoso que no sólo es una punta de roca que se avalanza hacia el mar, sino que el detalle más pintoresco y de donde recibe su nombre es un gran boquete en el extremo final, el más próximo al mar: foradada (horadada).
Algún velero y algún yate se ven fondeados en su entorno, en el lado Sur. Son las dos de la tarde pero, como aún no he comido, podría decir que son las dos del mediodía. Un cuarto elemento que, aunque pensaba llegar a comer a Deià, influye para que me quede aquí, es que cerca del mirador hay un chiringuito que me ofrece una atractiva escalivada y a buen precio.
Sa Foradada. Comida en chiringuito
Cuando la voy a pedir, la están borrando de la pizarra anunciadora, al igual que los pimientos de Padrón. Se han agotado. Así que, aunque el cuerpo no lo tengo muy saludable, pido una ensalada muy completa y de la que como casi todos sus ingredientes. Guardo trozos de queso y jamón, que habían sido picoteados por avispas amigas durante la comida. Termino con pulpo a la gallega, pero sin cachelos. Está rico pero le han echado demasiada sal Maldon. Pregunto si no es la natural que rcogen en el Cap de Ses Salines, pero me dicen que no. Llega un matrimonio con un hijo. Echan un vistazo a la oferta del chiringuito, pero deciden marchar. Luego les veré salir del restaurante donde han comido en Dejà. Una razón para ponernos a hablar y que me recuerda a otra escena similar que se produjo en Maro, próximo a Nerja, en verano de 2008. Una familia holandesa ha llegado a comer más tarde que yo. Son matrimonio y dos hijos. Todos piden pizza, menos el hijo mayor que ha pedido una ensalada como la mía y se ve que la disfruta. De postre comen helado. Pago y me voy. Como no anoto el importe, no lo puedo poner aquí y también todas mis cuentas quedarán desvirtuadas por esta falta que ya no puedo subsanar. Si hubiera sido en un restaurante normal y pagado con Visa, al menos, podría recurrir a los cargos bancarios, pero no fue así y no tiene ya remedio. En la carretera he visto una matrícula HFF, pero no me inspira nada. Me dispongo a visitar la casa que llamaré palacio.
Yo trataré de ver todo lo que pueda, pero sin pagar, pero lo voy a hacer más tarde. Según me voy acercando a Sa Foradada, saco foto entre árboles de un templete al que se accede por el interior de la casa que he fotografiado de lejos y está en su jardín.
Estando más cerca, saco foto del conjunto de la casa, de lo que me permiten los árboles y la distancia todavía considerable. Dsepués me asomo al mirador para poder observar lo más bonito del lugar que es el saliente rocoso que no sólo es una punta de roca que se avalanza hacia el mar, sino que el detalle más pintoresco y de donde recibe su nombre es un gran boquete en el extremo final, el más próximo al mar: foradada (horadada).
Algún velero y algún yate se ven fondeados en su entorno, en el lado Sur. Son las dos de la tarde pero, como aún no he comido, podría decir que son las dos del mediodía. Un cuarto elemento que, aunque pensaba llegar a comer a Deià, influye para que me quede aquí, es que cerca del mirador hay un chiringuito que me ofrece una atractiva escalivada y a buen precio.
Sa Foradada. Comida en chiringuito
Cuando la voy a pedir, la están borrando de la pizarra anunciadora, al igual que los pimientos de Padrón. Se han agotado. Así que, aunque el cuerpo no lo tengo muy saludable, pido una ensalada muy completa y de la que como casi todos sus ingredientes. Guardo trozos de queso y jamón, que habían sido picoteados por avispas amigas durante la comida. Termino con pulpo a la gallega, pero sin cachelos. Está rico pero le han echado demasiada sal Maldon. Pregunto si no es la natural que rcogen en el Cap de Ses Salines, pero me dicen que no. Llega un matrimonio con un hijo. Echan un vistazo a la oferta del chiringuito, pero deciden marchar. Luego les veré salir del restaurante donde han comido en Dejà. Una razón para ponernos a hablar y que me recuerda a otra escena similar que se produjo en Maro, próximo a Nerja, en verano de 2008. Una familia holandesa ha llegado a comer más tarde que yo. Son matrimonio y dos hijos. Todos piden pizza, menos el hijo mayor que ha pedido una ensalada como la mía y se ve que la disfruta. De postre comen helado. Pago y me voy. Como no anoto el importe, no lo puedo poner aquí y también todas mis cuentas quedarán desvirtuadas por esta falta que ya no puedo subsanar. Si hubiera sido en un restaurante normal y pagado con Visa, al menos, podría recurrir a los cargos bancarios, pero no fue así y no tiene ya remedio. En la carretera he visto una matrícula HFF, pero no me inspira nada. Me dispongo a visitar la casa que llamaré palacio.
Palacio
de sa Foradada
A
juzgar por la exposición de aperos de labranza que se exponen en un
de las salas, habría que concluir que este que ahora llamo palacio,
en tiempos fue una floreciente casa de payés. La elegancia de su
torre, sus zonas ajardinadas, son las que me hacen considerarlo un
palacio. No creo que ande descaminado en mi apreciación.
Las dos fotos que saco ahora, después de haber comido, intentan recoger dos de los ángulos del patio de entrada, que da imagen a lo que digo. En la primera, el edificio noble de la izquierda, que continúa en la derecha de la otra foto, es el más altisonante, con un grandioso ventanal abalconado, siendo el de abajo el que permite ver la colección de aperos de labranza que antes he mencionado. Ese gran ventanal, bién podría ser el gran salón cubierto para banquetes con, quizás, espacio para conciertos y bailes. Es cuestión de echarle imaginación.
El otro lado, el más liviano, ofrece otra balconada exterior con paseo y una estructura cubierta a modo de baldaquino, muy a propósito para celebrar comidas familiares con vistas a la Punta de sa Foradada, en un idílico y envidiable paisaje. Sobre la siguiente foto, una vez hablado del lado derecho, indicaré que allí se encuentra la puerta de entrada, los horarios de visita, el precio de la visita, así como, en primer término, el arranque, o la base de la torre principal, la que da magnificencia al palacio. Luego sacaré una foto del lateral con su torre. A continuación saco tres fotos más. La primera presenta la fuente bajo una balconada.
La segunda, el corredor que da paso al jardín, donde una larguísima manguera para riego amarilla afea el espacio, y donde se pueden observar profusión de especies de plantas diversas, y que se complementa con la tercera que ya está dedicada exclusivamente al jardín.
Jardín donde vemos una gran palmera central, alrededor de la cual se dispone todo lo demás, tiestos, arriates, paseos, etc. No llego a ver desde aquí el templete blanco que he visto al pasar por el exterior cuando venía de Miramar.
Las dos últimas fotos las dedico a dos espacios que ya he mencionado. Una es la torre y el edificio que probablemente acoja las habitaciones en su parte alta y la cocina y zona de estar en la base inferior. Es una fachada limpia y maciza y lo único que destaca como detalle es una doble ventana con columnilla central que le da un aire de medieval y que parece totalmente reconstruida. La torre tiene en su parte superior ventanales acristalados que se supone estarían en tiempos totalmente abiertos como espacio ideal para vigía de probables ataques. Actualmente me represento ese espacio luminoso como ideal para la contemplación del entorno, el paisaje, solaz de paz, y como para dejar volar la inspiración de cualquier artista: pintor, escritor o creador de belleza. Se ve el balcón típico de una torre de defensa, con el hueco suficiente como para echar aceite hirviendo a cualquier merodeador inteseado. ¡Y sigo pariendo!
La última foto, sin traspasar la barrera acristalada, ofrece la exposición mencionada de aperos de labranza que, a la postre, era lo más importante de esta finca en los momentos álgidos en que fue productiva. Ahora sólo produce paz, sosiego, tranquilidad a sus moradores, si es que supieron amasar fortuna y conservarla para la vejez. El hecho de que enseñen la mansión con pago de entrada, puede ser un síntoma de que no amasaron suficiente fortuna o que fueron demasiado ambiciosos y ahora son ricos venidos a menos.
No tengo más argumentos para afirmar o negar lo que digo. Ni me planteo que aquí pudiera haber caminos con servidumbre de paso. Olvidaba una última foto que saco en la puerta principal y que presenta el portal corredor que lleva directamente a las dependencias de la planta baja y al jardín. Como no me salió muy nítida, dudo si la colocaré en el blog o la desecharé. La coloco.
Las dos fotos que saco ahora, después de haber comido, intentan recoger dos de los ángulos del patio de entrada, que da imagen a lo que digo. En la primera, el edificio noble de la izquierda, que continúa en la derecha de la otra foto, es el más altisonante, con un grandioso ventanal abalconado, siendo el de abajo el que permite ver la colección de aperos de labranza que antes he mencionado. Ese gran ventanal, bién podría ser el gran salón cubierto para banquetes con, quizás, espacio para conciertos y bailes. Es cuestión de echarle imaginación.
El otro lado, el más liviano, ofrece otra balconada exterior con paseo y una estructura cubierta a modo de baldaquino, muy a propósito para celebrar comidas familiares con vistas a la Punta de sa Foradada, en un idílico y envidiable paisaje. Sobre la siguiente foto, una vez hablado del lado derecho, indicaré que allí se encuentra la puerta de entrada, los horarios de visita, el precio de la visita, así como, en primer término, el arranque, o la base de la torre principal, la que da magnificencia al palacio. Luego sacaré una foto del lateral con su torre. A continuación saco tres fotos más. La primera presenta la fuente bajo una balconada.
La segunda, el corredor que da paso al jardín, donde una larguísima manguera para riego amarilla afea el espacio, y donde se pueden observar profusión de especies de plantas diversas, y que se complementa con la tercera que ya está dedicada exclusivamente al jardín.
Jardín donde vemos una gran palmera central, alrededor de la cual se dispone todo lo demás, tiestos, arriates, paseos, etc. No llego a ver desde aquí el templete blanco que he visto al pasar por el exterior cuando venía de Miramar.
Las dos últimas fotos las dedico a dos espacios que ya he mencionado. Una es la torre y el edificio que probablemente acoja las habitaciones en su parte alta y la cocina y zona de estar en la base inferior. Es una fachada limpia y maciza y lo único que destaca como detalle es una doble ventana con columnilla central que le da un aire de medieval y que parece totalmente reconstruida. La torre tiene en su parte superior ventanales acristalados que se supone estarían en tiempos totalmente abiertos como espacio ideal para vigía de probables ataques. Actualmente me represento ese espacio luminoso como ideal para la contemplación del entorno, el paisaje, solaz de paz, y como para dejar volar la inspiración de cualquier artista: pintor, escritor o creador de belleza. Se ve el balcón típico de una torre de defensa, con el hueco suficiente como para echar aceite hirviendo a cualquier merodeador inteseado. ¡Y sigo pariendo!
La última foto, sin traspasar la barrera acristalada, ofrece la exposición mencionada de aperos de labranza que, a la postre, era lo más importante de esta finca en los momentos álgidos en que fue productiva. Ahora sólo produce paz, sosiego, tranquilidad a sus moradores, si es que supieron amasar fortuna y conservarla para la vejez. El hecho de que enseñen la mansión con pago de entrada, puede ser un síntoma de que no amasaron suficiente fortuna o que fueron demasiado ambiciosos y ahora son ricos venidos a menos.
No tengo más argumentos para afirmar o negar lo que digo. Ni me planteo que aquí pudiera haber caminos con servidumbre de paso. Olvidaba una última foto que saco en la puerta principal y que presenta el portal corredor que lleva directamente a las dependencias de la planta baja y al jardín. Como no me salió muy nítida, dudo si la colocaré en el blog o la desecharé. La coloco.
Cuando
me voy a marchar del palacio, llega la familia holandesa y hablamos
del hinojo marino que han añadido a mi ensalada. Por lo visto al
chaval no se lo han puesto, pero a cambio sí olivas. Así que tengo
que rectificar y la ensalada del chaval holandés no era tan igual a
la mía. Era igual, pero con variaciones. Luego, cuando van
descendiendo por carretera hacia Deià, me saludarán al pasar
desde su coche.
Dos negros, asfixiados de calor, trabajan al sol, reponiendo dos bloques de pretil deteriorados por algún vehículo. No sabemos si el coche se iría a tomar vientos y está confundido entre rocas en el acantilado. “Si se chocan, es porque van con exceso de velocidad”, les digo. Asienten. Me parece una crueldad tenerlos trabajando a esta hora, ¿no podrían ponerles este tipo de tarea en las horas menos calurosas de la mañana y del atardecer? O, ¿ponerles una sombrilla en el espacio de trabajo? Yo también estoy en las mismas condiciones que ellos, pero yo no trabajo, camino por gusto, por el placer de caminar, mientras que ellos trabajan por necesidad. Otros dirán: “no te preocupes, son negros, están acostumbrados al duro sol africano”. Pero no me consuela y a ellos menos.
Dos negros, asfixiados de calor, trabajan al sol, reponiendo dos bloques de pretil deteriorados por algún vehículo. No sabemos si el coche se iría a tomar vientos y está confundido entre rocas en el acantilado. “Si se chocan, es porque van con exceso de velocidad”, les digo. Asienten. Me parece una crueldad tenerlos trabajando a esta hora, ¿no podrían ponerles este tipo de tarea en las horas menos calurosas de la mañana y del atardecer? O, ¿ponerles una sombrilla en el espacio de trabajo? Yo también estoy en las mismas condiciones que ellos, pero yo no trabajo, camino por gusto, por el placer de caminar, mientras que ellos trabajan por necesidad. Otros dirán: “no te preocupes, son negros, están acostumbrados al duro sol africano”. Pero no me consuela y a ellos menos.
Deià
Sigo
bajando la carretera y saco foto del acantilado. Los edificios que se
observan no destacan en el paisaje. Deià no se ve, pues está
escondido hacia el interior. Paso de no ver nada del pueblo a verlo
todo al completo en un lapso de minutos, y me irá ofreciendo zonas
cultivadas en bancales, como ayer ocurría en Estellencs y
Banyalbufar como relaté al pasar.
Pero el núcleo principal de Deià está mucho más elevado y por eso el vergel que contemplo es aún más impresionante que el que vi en los dos pueblos de ayer. Así como la carretera de Deiá hacia Sóller, la estoy viendo desde aquí, al otro lado y discurre horizontal, casi en paralelo a donde estoy, sin altibajos, y luego descenderá hacia Sóller, el programa que se me presenta ahora es menos atractivo pues, todo lo que voy a tener que continuar bajando, que será mucho, luego lo voy a tener que subir hasta el núcleo principal de población. Me lo tomo con filosofía. Nada puedo hacer para evitarlo. Los edificios que veo se camuflan en el paisaje, son del mismo color de la roca y no producen ningún impacto ambiental. Es como si todo fuera roca, arbolado y matorral. Es otra forma de concebir el paisaje.
Aquí se prioriza la belleza de la naturaleza y, en los pueblos blancos, el contraste con ella. También hay belleza en ellos. La iglesia de Deià se encuentra en un saliente central, como si fuera un cono dentro de un embudo. Ya la veremos de más cerca cuando pase por allí. Pero sigamos bajando y colaborando conmigo en la subida.
En la segunda foto panorámica que saco de Deià, todavía voy en paralelo con la otra carretera que veo frontal y a la misma altura de la iglesia, pero en la tercera, ya he iniciado el descenso. El descenso continúa y la iglesia ya se me va alejando. Ya está muy arriba. Esta nueva situación, me sirve para fotografiarla y poner más atención a los bancales para sacar provecho a la tierra. En la foto se muestran estos bancales de forma más completa y da mejor idea de lo que estoy contando.
Antes de empezar a subir, la iglesia en la cima de la loma cultivada en bancales y las casas de Deià ya se escoran a la izquierda. Ya en fase de ascenso, ¡ayudadme a subir!, ¡un empujoncito!, saco uno de los bancales que va próximo a la carretera, en el que se ven unos limoneros con sus frutos amarillos y que no me vendrán mal para producir extreñimiento.
¡Me van a hacer falta! Ya en Deià, me encuentro con el matrimonio con hijo que no han querido comer en el chiringuito donde yo comía y han preferido hacerlo en el restaurante de donde les veo salir. Son de Bilbao y salen satisfechos de lo comido y pagado. Me despido de ellos y continúo hacia la iglesia.
Pero el núcleo principal de Deià está mucho más elevado y por eso el vergel que contemplo es aún más impresionante que el que vi en los dos pueblos de ayer. Así como la carretera de Deiá hacia Sóller, la estoy viendo desde aquí, al otro lado y discurre horizontal, casi en paralelo a donde estoy, sin altibajos, y luego descenderá hacia Sóller, el programa que se me presenta ahora es menos atractivo pues, todo lo que voy a tener que continuar bajando, que será mucho, luego lo voy a tener que subir hasta el núcleo principal de población. Me lo tomo con filosofía. Nada puedo hacer para evitarlo. Los edificios que veo se camuflan en el paisaje, son del mismo color de la roca y no producen ningún impacto ambiental. Es como si todo fuera roca, arbolado y matorral. Es otra forma de concebir el paisaje.
Aquí se prioriza la belleza de la naturaleza y, en los pueblos blancos, el contraste con ella. También hay belleza en ellos. La iglesia de Deià se encuentra en un saliente central, como si fuera un cono dentro de un embudo. Ya la veremos de más cerca cuando pase por allí. Pero sigamos bajando y colaborando conmigo en la subida.
En la segunda foto panorámica que saco de Deià, todavía voy en paralelo con la otra carretera que veo frontal y a la misma altura de la iglesia, pero en la tercera, ya he iniciado el descenso. El descenso continúa y la iglesia ya se me va alejando. Ya está muy arriba. Esta nueva situación, me sirve para fotografiarla y poner más atención a los bancales para sacar provecho a la tierra. En la foto se muestran estos bancales de forma más completa y da mejor idea de lo que estoy contando.
Antes de empezar a subir, la iglesia en la cima de la loma cultivada en bancales y las casas de Deià ya se escoran a la izquierda. Ya en fase de ascenso, ¡ayudadme a subir!, ¡un empujoncito!, saco uno de los bancales que va próximo a la carretera, en el que se ven unos limoneros con sus frutos amarillos y que no me vendrán mal para producir extreñimiento.
¡Me van a hacer falta! Ya en Deià, me encuentro con el matrimonio con hijo que no han querido comer en el chiringuito donde yo comía y han preferido hacerlo en el restaurante de donde les veo salir. Son de Bilbao y salen satisfechos de lo comido y pagado. Me despido de ellos y continúo hacia la iglesia.
Tras
ver a los de Bilbao, el bajo vientre ya no me responde y temo no
poder retener lo que mi cuerpo me pide expulsar. En esta parte noble
a la que he llegado, no hay ni un bar y, cuando estoy pensando en
atravesar una cadena y perderme por lugar solitario, veo un
sanitario, llego a él y casi sin darme tiempo para bajarme el
pantalón, me vacío como un grifo. Volveré a vaciarme un poquito
más en Petanca de Sóller. Me quedo como nuevo pero, ¿ahora qué
como, qué bebo? Me acerco a la iglesia y saco una foto lo más
completa que puedo, aunque la rodeo no encuentro otro enfoque mejor.
No parece ni que sea iglesia. Menos mal que ya la vengo fotografiando
de lejos desde hace un buen rato. Me atrae por su situación
estratégica sobre la loma.
Paso también por el Ayuntamiento que, éste sí, no tiene nada de interesante. En una puerta pone Cases de la Vila y en la otra Oficinas municipales. Tres banderas: la española en el centro flanqueadas por la Mallorquina y por la de Deià. Se diferencian poco una de la otra. Cuando bajo de la iglesia y del Ayuntamiento, ligero de equipaje, retrocedo y llego donde me he encontrado con los bilbaínos, subiendo unas escaleras, entro en un bar y pido menta poleo. La jarrita está tan ardiente que me quemo la yema del corazón de la mano derecha, junto a la uña, y me saldrá una pequeña ampolla. (Cuando escribo el diario y la veo, me gustaría reventarla, pero no tengo nada para hacerlo). Los de Bilbao me han dicho que beba Acuarius para no perder sales minerales. Como en el bar no tienen me dicen que vaya al Supermini de enfrente y que compre allí. Al que me atiende le explico la razón y, cuando estoy pagando, le veo cara seria. Opina que debiera haber evitado mi comentario escatológico. Seguramente él nunca ha tenido cagalera (al escribir el blog, hasta el ordenador se me muestra reacio a escribirlo y me transforma la palabra en “canalera”, pero insisto y lo corrijo. Soy partidario de llamar a las cosas por su nombre). ¿Le habría gustado más quizás que hubiera utilizado la palabra diarrea? Por el Acuarius y la menta poleo he pagado 2,90 €. El comentario se lo he hecho al muchacho por si me ofrecía un remedio más eficaz. No era mi intención ofenderle. En Sóller seguiré con más Acuarius.
Paso también por el Ayuntamiento que, éste sí, no tiene nada de interesante. En una puerta pone Cases de la Vila y en la otra Oficinas municipales. Tres banderas: la española en el centro flanqueadas por la Mallorquina y por la de Deià. Se diferencian poco una de la otra. Cuando bajo de la iglesia y del Ayuntamiento, ligero de equipaje, retrocedo y llego donde me he encontrado con los bilbaínos, subiendo unas escaleras, entro en un bar y pido menta poleo. La jarrita está tan ardiente que me quemo la yema del corazón de la mano derecha, junto a la uña, y me saldrá una pequeña ampolla. (Cuando escribo el diario y la veo, me gustaría reventarla, pero no tengo nada para hacerlo). Los de Bilbao me han dicho que beba Acuarius para no perder sales minerales. Como en el bar no tienen me dicen que vaya al Supermini de enfrente y que compre allí. Al que me atiende le explico la razón y, cuando estoy pagando, le veo cara seria. Opina que debiera haber evitado mi comentario escatológico. Seguramente él nunca ha tenido cagalera (al escribir el blog, hasta el ordenador se me muestra reacio a escribirlo y me transforma la palabra en “canalera”, pero insisto y lo corrijo. Soy partidario de llamar a las cosas por su nombre). ¿Le habría gustado más quizás que hubiera utilizado la palabra diarrea? Por el Acuarius y la menta poleo he pagado 2,90 €. El comentario se lo he hecho al muchacho por si me ofrecía un remedio más eficaz. No era mi intención ofenderle. En Sóller seguiré con más Acuarius.
Me voy
del bar donde exponían cuadros pintados a la venta. No me gustan. Ni
regalados habría adquirido ninguno. Inicio mi salida con intención
de llegar hoy a Sóller, aunque voy falto de fuerzas. Menos mal que
ahora va ser casi todo bajar. No me atrae nada la casa que se anuncia
de Robert Graves, el escritor de best-sellers, especialista en temas
de emperadores romanos. Llegar a Sóller me va a costar y más en las
condiciones en que voy. Bajo el pistón de marcha, pero aún así…
En el paseo de salida ofertan a los poseedores de perros Pipican,
unas bolsitas para coger la caca de sus perros ¿las venderán en el
Supermini? Impreso en la bolsa se lee: Sistembos “Pipican”.
Me gustaría saber cómo la recogen cuando están con diarrea. Me parece bien que el municipio ponga medios para que el pueblo esté limpio, pero quienes debieran costear el gasto son los propietarios de sus mascotas, llevando sus propias bolsas. No es lógico que este gasto corra a cargo de los impuestos municipales, contribuyendo lo mismo quien tiene perro que quien no lo tiene. Supongo que habrá opiniones para todos los gustos. Ésta es la mía.
Alejándome de Deià, me vuelvo para sacar foto desde esta otra parte del pueblo, con la iglesia en la cima y de la que volvemos a tener una nueva visión, tan distinta a la que he fotografiado antes de cerca. Entre Llucalcari (la playa de piedras de Menorca era Llucalari) y Alconasser, paso cerca de otra casa-palacio de payés. Quizás ésta sea todavía más señorial que la de sa Foradada, al menos vista desde la distancia, desde la carretera. No sé si se puede visitar o no, pero no hago nada por acercarme. Quede esta foto para el recuerdo de mi paso por allí.
Me gustaría saber cómo la recogen cuando están con diarrea. Me parece bien que el municipio ponga medios para que el pueblo esté limpio, pero quienes debieran costear el gasto son los propietarios de sus mascotas, llevando sus propias bolsas. No es lógico que este gasto corra a cargo de los impuestos municipales, contribuyendo lo mismo quien tiene perro que quien no lo tiene. Supongo que habrá opiniones para todos los gustos. Ésta es la mía.
Alejándome de Deià, me vuelvo para sacar foto desde esta otra parte del pueblo, con la iglesia en la cima y de la que volvemos a tener una nueva visión, tan distinta a la que he fotografiado antes de cerca. Entre Llucalcari (la playa de piedras de Menorca era Llucalari) y Alconasser, paso cerca de otra casa-palacio de payés. Quizás ésta sea todavía más señorial que la de sa Foradada, al menos vista desde la distancia, desde la carretera. No sé si se puede visitar o no, pero no hago nada por acercarme. Quede esta foto para el recuerdo de mi paso por allí.
Soller
En un
recodo de la carretera, me encuentro frontal a la gran ciudad de
Sóller.
Aunque la población está construida, si no a nivel del mar, a menos a menor altura que los tres más costeros e importantes pueblos que llevo pasados en estos dos días: Estellencs, Benyalbufar y Deià, este mantiene similitudes con aquellos, pero como tiene dos núcleos diferenciados, el de interior y el del puerto y playa, hay un espacio intermedio de cultivos y un tren que los comunica. Éste, u otro tren similar, pone en comunicación también Sóller con Palma.
Esta conexión con la capital hace que Sóller sea una de las ciudades más importantes de Mallorca. Desde que he visto la ciudad, hasta que llego, pasará un buen rato. Si antes he sacado una vista panorámica, vuelvo a hacerlo de más cerca. Además de la apariencia de ciudad compacta, destaca por detrás la Serra d’Allabia, que abarca un tramo dentro del conjunto de la Serra de Tramuntana. Es impresionante. Yo mañana la soslayaré pasando por la aledaña Serra Son Torrella, para alcanzar el lago de Cúber. Pero eso ya lo contaré mañana.
Aunque la población está construida, si no a nivel del mar, a menos a menor altura que los tres más costeros e importantes pueblos que llevo pasados en estos dos días: Estellencs, Benyalbufar y Deià, este mantiene similitudes con aquellos, pero como tiene dos núcleos diferenciados, el de interior y el del puerto y playa, hay un espacio intermedio de cultivos y un tren que los comunica. Éste, u otro tren similar, pone en comunicación también Sóller con Palma.
Esta conexión con la capital hace que Sóller sea una de las ciudades más importantes de Mallorca. Desde que he visto la ciudad, hasta que llego, pasará un buen rato. Si antes he sacado una vista panorámica, vuelvo a hacerlo de más cerca. Además de la apariencia de ciudad compacta, destaca por detrás la Serra d’Allabia, que abarca un tramo dentro del conjunto de la Serra de Tramuntana. Es impresionante. Yo mañana la soslayaré pasando por la aledaña Serra Son Torrella, para alcanzar el lago de Cúber. Pero eso ya lo contaré mañana.
Petanca
Llegado
a Sóller, entro en el Club Petanca. Se ve que aquí hay mucha
afición a este juego. Me tomo un Acuarius. Dejo allí la mochila y
me voy a buscar la Oficina de Información. Una mujer me dice que
abren de 9:00 a 15:00 h. Vuelvo a por el segundo Acuarius. Pregunto
por la afición a la petanca. En el pueblo hay dos grupos; son
rivales pero están bien avenidos y forman una piña cuando compiten
contra otros pueblos de Mallorca. Hay más de ochenta equipos en la
isla. Tercer Acuarius (1,50 x 3 = 4,50 €).
Me voy del Club de Petanca, pero regreso para ver y fotografiar la iglesia y el ambiente. Me parece una iglesia demasiado señorial, con visos de catedral. Saco una foto desde el lateral, donde se aprecia también las dimensiones de la plaza con terrazas de hostelería, pero cuyo arbolado no me permite ver la iglesia en su totalidad.
Luego saco foto del Ayuntamiento, donde además de las dos banderas vistas ya en Deià: la mallorquina y la española, aparecen dos más: la de Sóller y la europea. Vuelvo a sacar otra vista de la iglesia desde el frontal de la fachada principal. En esta ocasión, en primer término se ve la fuente central de la plaza. Siendo un martes de verano y, a pesar de que muchos estarán todavía en la playa, hay mucho ambiente por el centro de la ciudad.
Me voy del Club de Petanca, pero regreso para ver y fotografiar la iglesia y el ambiente. Me parece una iglesia demasiado señorial, con visos de catedral. Saco una foto desde el lateral, donde se aprecia también las dimensiones de la plaza con terrazas de hostelería, pero cuyo arbolado no me permite ver la iglesia en su totalidad.
Luego saco foto del Ayuntamiento, donde además de las dos banderas vistas ya en Deià: la mallorquina y la española, aparecen dos más: la de Sóller y la europea. Vuelvo a sacar otra vista de la iglesia desde el frontal de la fachada principal. En esta ocasión, en primer término se ve la fuente central de la plaza. Siendo un martes de verano y, a pesar de que muchos estarán todavía en la playa, hay mucho ambiente por el centro de la ciudad.
En mi
lista de Refugis del Consell de Mallorca, el primero que figura es el
de La Muleta. En ella figura una página web y dos teléfonos para
reservar entre las 9:00 y las 14:00 horas. Como yo no puedo prever
cuándo voy a llegar a estos refugios, no puedo hacer la reserva de
antemano y prefiero arriesgarme a que me digan que no hay sitio, a
reservar y no llegar a tiempo. Así que una vez visitadas la plaza,
el ayuntamiento y la iglesia, voy bajando hacia el puerto. A pesar de
lo que he dicho, ni me acordaba para nada del refugi y es cuando voy
yendo hacia el puerto que veo el indicador de Refugi de La Muleta.
Entonces me acuerdo de que en Alcúdia me dieron la lista de Refugis
y me preocupo de encaminarme hacia él. Los referentes en la lista
son: Far des Sóller, Cap Gros y Port de Soller y todo encaja en mi
mapa. Me parece que esta puede ser una buena ocasión para conocer el
primer refugio de mi visita a Baleares. He pasado dos sin
necesitarlos por Valldemossa y Deià y pasé otros que ya conocí,
como el de Son Real, que ahora veo figura con el nº 16 y el de
s’Arenalet, donde provisionalmente se quedó Toni y yo me duché
con manguera. Había dos más por Cala Torta, que no vi y otros en
Alcúdia, Domingos y Palma. Acordarme de esta lista, me sirve para
repasar y confirmar algunas dudas, por ejemplo, cuando conocí el de
Son Real, que aquí lo sitúa como perteneciente a Can Picafort,
donde cené paella, me regalaron banana Split, hubo eclipse total de
luna y dormí en la playa de Son Bauló. ¡Que buenos recuerdos!
Tambien los de Cala Torta, también los del RIU de Domingos Petite.
Recordarlo me hace pensar que todo aquello ocurrió hace siglos. Con
este refugio, se me va disipando la idea de dormir hoy en la playa.
¡Craso error! Sin abandonar todavía el núcleo de población de
Sóller, paso por una calle donde, al fondo, veo otra iglesia menor y
la fotografío.
Ya he
salido de la zona de casas y me voy acercando al puerto. Llego a un
cruce en el que tengo que tener en cuenta los coches que vienen de la
playa y el puerto, los que vienen de Sóller y los que van hacia la
Serra de Tramuntana. Pero también los trenes que vienen y van. Este
tren también me hace pensar en la conveniencia de hacer el recorrido
Sóller-Palma-Sóller pero, sabiendo que todo el recorrido lo voy a
hacer por el interior y sin pasar por ningún lugar conocido por el
que yo haya caminado a pie, tal como me ha venido la idea la borro de
mi mente. Será más interesante hacer por barco Sóller-Sa
Calobra-Sóller, que será lo que me propondré hacer mañana. Ha
pasado algún tren playero, pero no he estado con la agilidad
suficiente como para fotografiarlo. Trataré de subsanarlo mañana.
El trenecillo con el que me he cruzado, viene de la playa. Va
bastante concurrido. Me ha quedado la imagen de dos vagones. Con el
referente del Cap Gros, pregunto a un niño que viene de la playa él
solo. Me indica por dónde continuar, pero la información más
completa me la da un señor. Me dice: “pasas un puente, llegas a
las ruinas de un hotel y allí empiezan las señales”. Agradecido,
“así lo haré”, le digo. Esta información me obliga a abandonar
la dirección del puerto, pues el camino al refugi está previsto
para caminantes. Comprobaré que es otro error, que me alarga mucho
la llegada al refugi y que me hace perder la prevista bonita puesta
de sol de hoy. Al menos ayer la pude ver en lugar tranquilo en el
acantilado de la Cala de Banyalbufar.
Camino de
La Muleta
Hasta
que logro cruzar el puentecillo, voy algo confuso. El hotel que se
desmorona ya lo he localizado. Muy cerca de los escombros, tirado en
el suelo, un sudamericano que no suelta la botella (de no sé qué) de
la mano, me dice que tardaré en llegar cuatro horas. Es algo
imposible de creer y el muchacho no me ofrece credibilidad. Como el
camino es Sóller-Deià, a lo mejor se ha creído que yo iba para
Deià. Pero las señales no indican ni distancia ni tiempo previsto,
hasta que llego a una en que dice que me quedan 35 minutos.
Pronto, desde la altura, veo a mi derecha el puerto de Sóller y saco la penúltima fotografía del día. ¿Podré sacar la última con la puesta de sol desde el faro? El camino está bien indicado y consigo avistar el faro pero, como va entre propiedades privadas, me va escorando y alejando y los 35 minutos se me van haciendo eternos. Más si cabe, por haber visto el faro desde hace tiempo. Si no hubiera hecho caso a los indicadores y hubiera llegado al puerto, el acceso al faro y al refugi habría sido inmediato.
Pago la novatada del que no conoce y no he tenido suerte de encontrar al informador idóneo. El camino es bonito pero hoy hubiera preferido la eficacia a la belleza y haber podido apreciar la belleza del ocaso solar, de ver al sol perderse por el horizonte. Aquí, el único perdido voy a ser yo. Cuando veo que ya va a ser imposible que vea la puesta de sol, fotografío el lugar por donde se filtran los últimos rayos y me contento con eso. He pasado un camino empedrado muy bonito, pareciera una calzada romana.
Pronto, desde la altura, veo a mi derecha el puerto de Sóller y saco la penúltima fotografía del día. ¿Podré sacar la última con la puesta de sol desde el faro? El camino está bien indicado y consigo avistar el faro pero, como va entre propiedades privadas, me va escorando y alejando y los 35 minutos se me van haciendo eternos. Más si cabe, por haber visto el faro desde hace tiempo. Si no hubiera hecho caso a los indicadores y hubiera llegado al puerto, el acceso al faro y al refugi habría sido inmediato.
Pago la novatada del que no conoce y no he tenido suerte de encontrar al informador idóneo. El camino es bonito pero hoy hubiera preferido la eficacia a la belleza y haber podido apreciar la belleza del ocaso solar, de ver al sol perderse por el horizonte. Aquí, el único perdido voy a ser yo. Cuando veo que ya va a ser imposible que vea la puesta de sol, fotografío el lugar por donde se filtran los últimos rayos y me contento con eso. He pasado un camino empedrado muy bonito, pareciera una calzada romana.
Refugi de
La Muleta. Un guarda me trata mal
Cuando
llego al refugi, el sol hace rato que feneció. Encuentro a un gran
grupo de jóvenes alemanes. Me entiendo mal con ellos. No hay nadie
en recepción. Nadie sabe castellano. Pregunto y me dicen que el
albergue no está completo, que quedan muchas camas libres. Consigo
entender que una mujer se ha situado en una litera que me indican y
que no pertenece al grupo de los jóvenes alemanes. En una gran
habitación están situadas todas las literas. Coloco mi mochila en la
cama de al lado de donde me han dicho que se ha puesto la solitaria y
bajo para ver si tengo suerte de verla, es española y puedo hablar
con ella. En recepción sigue sin aparecer nadie. No encuentro a
ninguna mujer que esté sola, ni a ningún otro adulto que parezca
que no pertenece al grupo de jóvenes. Recepción sigue estando
vacía. Subo a mi cama que todavía no es mía, saco jabón de la
mochila, la toalla y me ducho. Lo mejor de la tarde. Lavo camiseta y
calzoncillo y los pongo a secar en una ventana. Bajo a recepción y,
el recepcionista, que es un hombre mayor o de mi edad, me echa la
gran bronca. Me dice: “Usted si llega a un hotel, ¿sube
directamente a la habitación? No, espera. Pues aquí también” Le
he explicado que al no haber nadie y tener necesidad de saber si hay
plaza o no, he preguntado y me han dicho. Le sienta mal que haya
dejado ya la mochila arriba sin antes haberme recepcionado, seguido
los trámites y pagado los 11 € que pago en metálico, sin derecho
a desayuno. ¡Mejor!
Un faro
en mi cama
El
mayor inconveniente lo compruebo cuando ha empezado a funcionar el
faro. Se mete en la cama de todos a ráfagas y, con tanto ventanal y
algunos abiertos para evitar el calor del día y que entre el
fresquito de la noche, es imposible evitarlo. Así se pasará toda la
noche. Destello tras destello, así que me protejo con la almohada de
la cama de al lado. No sé quien fue el artífice de poner el
albergue en este lugar. Cualquier vaguada de más abajo habría sido
mejor sitio para ubicarlo que el actual. Para desnudarse los
alemanes, los chicos se muestran mucho más pudorosos que las chicas.
Casi todos se ponen el pijama sobre el calzoncillo. ¡Con el calor
que hace! Realmente, se duerme con mejores condiciones en la playa,
aunque aquí el colchón sea más muelle. Al menos aquí he
disfrutado de la ducha. A pesar de los pesares, duermo bastante bien.
Sólo me he levantado una vez para orinar. Mi vecina es mallorquina y
viaja con demasiada mochila.
Balance
de un día casi todo por interior
Aunque
he amanecido cerca del mar en playa de piedras y me he duchado en
cascada próxima, hasta llegar a Sóller no he vuelto a estar cerca
del Mediterráneo aunque, también, alejado del agua. Hoy ha sido día
de mucho subir y mucho bajar. Valldemossa ha sido el lugar más alto
por el que he pasado y donde he estado mucho tiempo, sin sacar mucho
en claro. Quizás un día también de pequeñas cosas. Hasta las
cabras han tenido su protagonismo. Ver de nuevo Palma desde la
altura. El encuentro con Jeroni a la hora del desayuno en Can Molinas
ha sido bonito, aunque no he seguido su recomendación de camino más
agreste, pero ha valorado bien mi gusto por viajar a pie por su isla.
La charla con el pintor ruso que me ha llevado a los ángeles de
Ruvliev y de Fra Angélico y que lo que mejor vendía era los
cuadritos que hacía su mujer. Mi pedantería al narrar el palacio de
sa Foradada. Lo peor mi diarrea y curiosa la reacción del vendedor
de Acuarius que me ha calificado de escatológico, aún sabiendo que
no le falta razón. Lo soy, pero por voluntad de mostrar que el estar
bien de alma, pero también de cuerpo, es fundamental para hacer bien
y disfrutar de un buen viaje. Me enfada el comportamiento del
recepcionista de La Muleta. Si hubiera estado en su puesto o
fácilmente localizable, no habría ocurrido mi intromisión sin
autorización. Ya sé que en un hotel no lo habría hecho, pero en un
hotel siempre está presente el receptor o, al menos, hay un timbre
para pulsar y llamar.
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