lunes, 5 de mayo de 2014

Etapa 38 (280) Port d'Alcúdia-EIVISSA-Platja de Es Cavallet

Etapa 38 (280) 10 de julio de 2011, domingo.
Port d’Alcúdia-(Palma)-IBIZA-EIVISSA-Ibiza-Platja d’en Bossa-Platja de Es Cavallet.

Amanecer en Vista Alegre
Me despierto a las 6:30 h. Recojo las ropas que ya están secas y ya me voy a duchar directamente al baño que no tiene ventana. Se que en este, al menos, el agua no sale caliente. Tomo la pastilla y me voy hacia el puerto, por si algún barco saliera hacia Ibiza. Es algo que ayer olvidé preguntar, aunque creo que si hubiera habido alguna alternativa de este tipo, la chica de información me lo habría dicho.

Pesquisas para ir a Ibiza en el puerto
Pregunto en el control de entrada al puerto deportivo y el encargado que está de guardia me desanima. Los barcos que salen de Alcúdia, casi todos, viajan hacia Menorca. Por si acaso lo intento. Pregunto a los de un barquito que está preparándose para salir y me dicen que no van a Ibiza y, al final del puerto, otro operario me dice lo mismo que el primero del control. Son las 7:15 y me queda todavía media hora hasta la salida del autobús. Me acerco a la parada, donde ya esperan dos negritos. Uno de ellos conversa a través de móvil. También viajan a Palma. Son subsaharianos. Por intentarlo que no quede, y pregunto a un taxista por un sitio para desayunar. Me remite hacia un lugar que está a 500-800 metros en dirección a la Badia de Alcúdia, hacia donde inicié la vuelta a la isla el primer día que llegué, pero me dice que está en segunda línea de playa. Me añade: “Un edificio de hotel blanco”. Como tal edificio no termina de aparecer, “¡ya desayunaré en Ibiza!”, me digo, y me doy la vuelta por línea de playa, saco una foto minimalista de despedida de la playa, que hoy se presenta vacía de personal, y regreso a la parada del bus. El mar está calmo y la foto, sacada a ras de agua, me resulta algo extraña. Las palmeras del dique que separa la playa del puerto deportivo se reflejan en el mar como si fuera en un espejo poco nítido.

Autobús a Palma. Subsaharianos primero
Ahora no está el subsahariano que hablaba por móvil, pero está otro que habla con el que yo antes he preguntado. Regresa el del móvil, pues se había ido a hablar con otros amigos. Llega también un matrimonio mayor alemán. El alemán me pregunta, para confirmar por el nº de autobús. Coincide el número, el 351, y la hora, las 7:45. Así que vamos a ir todos a Palma en el mismo bus. Como nuestros idiomas no son parejos, lo miramos en el poste y lo señalo con el dedo. Un dedo que habla idioma universal. Después llega un joven alemán rastafari que se coloca entre los alemanes y un chico en chancletas que, parece, va a ir a la playa. El bus llega cuando ya ha pasado la hora y el matrimonio alemán toma posiciones para subir los primeros. Aunque trae poca, el bus ya viene con gente, probablemente acaban de montar en Alcúdia y, ésta del puerto, creo que será la segunda parada. Cuando el chófer abre la puerta, el alemán se dispone a subir el primero, ni siquiera se aparta para que suba su mujer por delante. Me interpongo y le digo que los primeros que estaban esperando en la parada eran los negritos. Uno de los subsaharianos dice: “es igual”. Como a mí no me da igual, les pido que entren, y suben los tres. El alemán echa chispas por los ojos y se dispone a subir detrás de ellos, pero le agarro del brazo y paso delante, pues yo soy el que estaba a continuación. ¿Indica que en Alemania no se respeta el orden en las colas? El alemán, muy cabreado, me hace gesto como para que le quite la mano de encima y lo hago, le suelto, pero subo delante de él. Lanza improperios ininteligibles para mí, pero llenos de significado para él. ¿No le habrán hecho esto nunca? Hoy han subido en el puesto que les correspondía en la cola. Si quieren subir los primeros otra vez, ¡que madruguen más! Hoy se van a tener que sentar donde han encontrado sitio pero, en la siguiente parada, en que se quedan libres los dos primeros asientos, se adelantan y se sientan donde querían desde el principio. Son los asientos que están tras el conductor. Pago 5 euros, aunque el precio era 4,90 €. Pero la pelea no ha terminado ahí. El conductor me recrimina por el escándalo. Su argumento: “No ves que hay sitio de sobra para todos”. Le digo que no estoy dispuesto a transigir con los malos modales de los alemanes, por mucho que Europa sea suya. Que los negros pagan y tienen los mismos derechos que ellos y que, con ese comportamiento, los alemanes han demostrado que África empieza en Alemania y no en los Pirineos, como siempre se dijo. ¡Menos mal que todos los alemanes no son así!, me digo para mí. Han intentado implicar en el tema al aleman rasta, y le colocan en situación comprometida, pero no logran atraerlo a la defensa de su causa. Luego le veré en nuestra común espera al barco que nos trasladará a Ibiza y me dirá “¿otra vez aquí?”. Coincidiremos en la cola y en el barco, pero ya no hablaremos más. En el bus, como todo es por interior, no consigo ver nada que me recuerde algo conocido de la isla. Como mucho, el paso por Inca, me trae el recuerdo de los Roca de Lluc. Todo el recorrido voy sólo, con mis mochilas y no consigo ver tampoco el Castell de Bellver. El bus se mete en la Estación de Autobuses subterránea y salgo lo más rápido que puedo para coger bus urbano al puerto.

Autobús urbano Palma-Puerto
Ahora el tiempo es oro. Pregunto a conductor de bus parado en semáforo y me responde: “El nº 1”. De una parada de más atrás, en ese momento, está saliendo el número 1 sin ninguna posibilidad de retenerlo. Cuando llego a la parada, el panel luminoso de llegadas, indica que en 6 minutos llegará el siguiente. Cuando la de información de Alcúdia me dijo que el bus a Palma tardaría hora y cinco minutos, ya sabía que iba a andar con el tiempo justo, pero ha tardado menos de 55 minutos. El bus me cuesta 1,25 €. Para las 9:05 h ya estoy en la taquilla de Balearia comprando billete para Eivissa-Ibiza. Pago 60,40 € que, para Eivissa es obligado pagar con Visa. No ha habido que esperar las dos horas de rigor y el billete que me dan es para el barco que sale a las 9:30 h. 
 
Me parece que todo me ha salido genial, como me había pronosticado la chica de la Oficina de Turismo de Alcúdia, pero entre pitos y flautas, la espera, el traslado en bus a la otra terminal, la nueva espera y el desamarre, no saldremos del puerto hasta poco antes de dar las once. Ha sido más de hora y media de espera. 
 

Calculo que si la hora prevista de llegada a Ibiza era las 13:15 horas, saliendo a las 9:30, calculo que saliendo a las once, llegaremos a las 14:45 ¿O no? Al barco hemos entrado directamente con el autobús interno del puerto que nos ha trasladado entre las dos terminales. Con dos policías que controlan, el bus espera la cola para entrar en la panza del transbordador. Entramos. Subimos los pasajeros. Los salones están vacíos. No han abierto ni el bar. El self-service lo abrirán a las 12:30 h.


Balearia a Eivissa
Me coloco en mesa cómoda y para las once ya estoy escribiendo el diario. El bar lo abren hacia las 11:30 h y desayuno un gofre de chocolate y descafeinado con leche (4,15 €). No dejaré de escribir hasta la una. 
 

Recibo un mensaje en el móvil: “MoviStar informa: Sus llamadas realizadas y recibidas en el barco: 4,50 €/minuto + IVA. Establecimiento de llamada: 2,50 € + IVA. SMS: 1 € + IVA”. Yo no voy a llamar y espero que no me llame nadie. Y si me llaman, con no coger… ¡Que engorde a Telefónica Rita! Juan ha estado haciendo un trabajo en la mesa de enfrente. En la de al lado está estudiando una chica. A Juan le he preguntado si estaba preparando algún examen y me responde que no. Se va. 

Luego me lo encuentro en cubierta. Empleo mi táctica de siempre: “¿solo, con tus pensamientos, conversar?”. Su madre era de Ibiza. “Te van a gustar Ses Salines”, me dice. Le explico cómo es mi viaje sin tiempo, con programa muy abierto, frente a cómo funcionamos siempre pendientes de las agujas del reloj. Le hablo de la colonización alemana y todavía no he encontrado a nadie con argumentos válidos que me rebatan mi opinión. La conversación se interrumpe a menudo, puesto que le llaman varias veces al móvil. Le digo si él no ha recibido el mensaje de MoviStar o ¿es que esas tarifas no rigen para los isleños? Se lo enseño. Él tiene Vodafone y no le ha dicho nada. Dos posibilidades: o le cobra sin avisar, o tiene tarifas menos draconianas. 


Pasarán unos años, pero en diciembre de 2013 ya me cambié a Lebara que, para lo que yo uso el móvil, me resulta más barato. Juan me habla de los descubrimientos que están haciendo en el casco antiguo de la capital de los primitivos ibicencos que poblaron la ciudad. Hay mucho material para investigación arqueológica e histórica. Según nos vamos acercando saco varias fotos. Una con Ibiza todavía en la lejanía. Luego acercándonos a Illa Grossa y tres más de nuestra aproximación a la ciudadela, que ya empieza a traerme buenos recuerdos de lejana época vacacional especial. La ciudadela se ofrece y presenta majestuosa intramuros. Es un buen augurio que me reciba así. Quizás sea más exacto decir, que yo la perciba así.




E I V I S S A - I B I Z A



Eivissa
Llegamos a Ibiza y continuaremos la conversación en el bus. Le hablo de mi blog y me da pistas para reducir peso en las fotos. También hablo con el alemán, que viaja sin equipaje y que está hablando con joven alemana que lleva mochila excesiva y con saco de dormir y esterilla fuera. Alucina el alemán con mi viaje. Cuando baja del bus una chica le espera con besos y abrazos. Está claro que no necesita más equipaje. Estrecho su mano como despedida. El autobús nos ha dejado en el puerto antiguo y Juan se despide, baja en la primera parada. Le esperan para comer.

Es Port des Mariner
Buscando restaurante veo uno con menú por 8,50 € que, con la cerveza, subirá a 11,25 € que pagaré en efectivo. Se trata de Es Port des Mariner. El puerto de los marineros. En Eivissa seguimos con la “s”. No recuerdo lo que como y, al no apuntarlo, ya lo olvidé. Me desean buen viaje y, si llego sano y salvo, ¿y por qué no?, prometo visitarles al regreso. Lo haré, pero no estará la señora que me ha atendido.

 
Eivissa no muy distinta de la Ibiza que conocí
Asciendo a la ciudad antigua y recibo ramalazos de lo que ya conocí hace cuarenta años. El verano de 1971 fue en el que me casé y a Ibiza fuimos en nuestro primer viaje de casados. Se suele decir, mal dicho, en viaje de novios. Por ello, retornar después de tanto tiempo a esta isla, tiene un encanto especial. Ibiza sigue siendo una bonita ciudad. He empezado entre calles que vienen del puerto y voy llegando a los muros que hay que penetrar para poder entrar en la ciudadela. En tiempos del Medievo las ciudades se presentaban con grandes muros de defensa que protegían de los ataques enemigos. Elvissa no podía ser una excepción. La ciudadela, en lo alto, tiene una posición estratégica para controlar a los navíos invasores. Si al inicio del recorrido, pizzerías y hamburgueserías han acabado por invadir la oferta hostelera autóctonas, todavía se pueden encontrar pescaditos recién traídos del mar. La siguiente calle ya me va acercando hacia la muralla. 
 
Al encontrármela frontal, tendré que tomar la decisión de qué dirección tomar. Cuando avisto la iglesia en lo alto, haciendo uso del zoom del objetivo de mi cámara, ya la fotografío aunque, como se ve, todavía no he penetrado en la ciudadela, tal y como lo demuestra el lienzo exterior del muro que la contiene. 


 

Avanzando paralelo al muro, llego a avistar, por fin, una de las puertas de acceso a la ciudad. Una rampa suave, ascendente, me va a permitir llegar a la gran portada. Para que no puedan subir vehículos motorizados, cierran la rampa dos jardineras que lo impiden, aunque alguna moto fácilmente se puede colar. Los visitantes de la ciudadela pueden ocupar todo lo ancho de la rampa aunque, quien la diseñó, puso aceras para limitar el espacio de los mismos, lo que hace pensar en que los vehículos también circulaban por su zona central. 

La experiencia es la que habrá determinado que los vehículos no deben estropear el deambular peatonal por la ciudadela y finalmente se han reducido los accesos para ellos. Eso habrá que hacer en todas las ciudades, pueblos y villas. Los vehículos son una peste y deterioran de una manera brutal el buen desarrollo de la vida cotidiana de todos los ciudadanos, los vehiculados y los pedestres. Al fondo se puede observar el gran portón de acceso, hecho con piedra de sillería, las cadenas que servían para soportar el puente levadizo, que aislaba la ciudadela de extramuros, y el gran escudo de armas que adorna el lienzo mural, colocado sobre el portón de acceso. No es un portón simple, sino un doble portón, que enlaza con un espacio también porticado, como veremos cuando traspasemos la doble portada, para acceder a la siguiente. Al ser varios los arcos, los espacios y las luces, convierte en algo precioso en su sencillez este acceso a la ciudadela. Un acceso simple y recio a la vez. 
 


Pero todavía no entramos en la ciudad medieval propiamente dicha. Traspasado el primer grupo de arcos, llegamos a un espacio, corredor, una especie de plaza porticada. Un buen refugi para el caso de que llueva o castigue un sol riguroso. Una gran bancada de piedra, a lo largo del mismo o de otro nuevo muro, permite el solaz, el descanso, de viandantes, ya sean visitantes o autóctonos. Al final de este espacio, un nuevo portón abierto en el muro, nos permite entrar definitivamente en la ciudadela.




Eivissa intramuros. Dalt Vila
Por el recorrido que hago voy con idea de no regresar, sino con miras a salir de la ciudadela por su lado más Sur o, como mucho, por Poniente. El último arco me saca a calle empedrada típica ascendente. Se que estoy muy cerca del Museu Contemporani, pero a estas horas no estoy para museos. Vemos a la izquierda el muro exterior del espacio porticado que acabo de dejar atrás. En un nicho del muro, un gran personaje romano, no puede observar nada de lo que ocurre, puesto que está descabezado. Enfrente de Gepetto, que me trae al recuerdo las mentiras de Pinocho, un hombre sin camisa saborea un helado. Rechupetea su cucharilla y, sobre el murete, en espera, el refresco que reparará la sed que el helado le va a dejar. Este descamisado no podría estar así en las calles de una ciudad tan elegante como Barcelona. ¡Aquí le dejamos! Creo que nadie la va a llamar la atención. Que aquí, en vez de un nombre ibicenco, aparezca uno italiano, como Gepetto, no nos debe de extrañar. Menos ahora que he acabado hablando de Barcelona. ¿No vinieron tantos romanos a Hispania, a Tarraco y otras ciudades de la península?, ¿no estuvimos los españoles tantos años en el reino de Nápoles? Siendo Ibiza una isla de paso, es lógico que nos encontremos con Gepettos y romanos. Lo raro sería que ese trasiego no hubiera dejado ninguna huella.

Reflexión sobre zonas peatonales
La calle estrecha por la que voy subiendo, da acceso a otra más ancha y que también continúa siendo peatonal. Aquí hay espacio también para jardineras, que cumplen la función de delimitar zonas para crear terrazas en sombra al bajar los toldos que se apoyan en las fachadas de los establecimientos hosteleros. Así, estos espacios que parecen anchos, al ser ocupados, acaban siendo de nuevo estrechos. Es aquí difícil determinar lo que es espacio público de lo que es privado. Es una tendencia que va proliferando. Primero se crean zonas que se llaman peatonales y que permiten dar fluidez al movimiento de los ciudadanos por la ciudad pero, cuando el espacio público ya está consolidado, los que más se opusieron a la peatonalización, basándose en que sin acceso de vehículos perdían clientela, son los primeros que pagan impuestos a sus ayuntamientos, para privatizar con sus terrazas, una parte de la ciudad que ya era de uso público. Pero, ¿se puede decir que estas terrazas no sean públicas? Todo el mundo que pueda y quiera gastarse unos dinerillos en un aperitivo, en un café, o en una comida, tiene acceso y se le invita a que se siente. Ofertas atractivas de menús o de pinchos juegan como reclamo y ocupan más espacio. No se puede decir, por tanto, que no sean espacios de uso público, pero es de uso público siempre que pagues lo que consumas. Es lo mismo que si entras en el espacio interior, con la diferencia de que, al ser espacios más visibles, son más atractivos en épocas de estío y en los lugares en que el verano es más largo. Como es lógico, los ayuntamientos se frotan las manos con esta oportunidad extra que les permite recargar más las arcas municipales que, a la postre, son para los ciudadanos, puesto que los ediles solamente están al servicio de la ciudad. Y lo digo con seriedad. Para mí lo más paradógico, y quizás me fijo más en ello por mi condición de caminante, es que un espacio peatonal, que se habilita para que los peatones caminen con fluidez por la ciudad, se acerquen para ver los escaparates de las tiendas, se paren a charlas con sus ciudadanos, sin corsés, sin apreturas, acaben siendo espacios con mesas y sillas para estar sentados. A un espacio para sentados, nunca llamaría yo peatonal.

De hibiscos y otras especies arbóreas
En algunas de estas calles el ascenso ya no se hace por suelo empedrado, sino que llega un momento en que no queda más remedio que subir escaleras. Llego a una esquina en que lo que más me llama la atención es que de una especie de tiesto, que comunica directamente con la tierra, surge un emparrado que asciende frondoso por balconadas. Otros caen como sauces llorones en cascada desde sus tejados. En el caso que nos ocupa no es tanto la parra que me parece glicinia, aunque veo tan pocas flores azuladas que no me lo permiten asegurar, me faltan los racimos a los que las glicinias me tienen acostumbrado. 

 


Probablemente algún experto sabrá decir qué otra planta es. Pero la planta no la fotografío por la glicinia, que también la llaman wisteria, sino por las flores rojas del hibiscus. El primer hibisco que vi, y que fotografié en mi vida, fue aquí, en Ibiza, hace cuarenta años. No os extrañará, por tanto, que lo fotografíe, no sólo por la belleza de sus campánulas rojas, si no también por lo entrañable, por el significado, que esta planta tiene para mí. Enseguida llego a un espacio mucho más abierto, tanto, que permite que haya una zona ajardinada en su interior. Los habitantes de las casas aledañas se podrán solazar en su contemplación. Además de las palmeras, que también, lo que más me sorprende es este árbol que, siendo uno, parece pertenecer a dos especies diferentes. Observando la zona izquierda, de un verde más amarillento, contrasta con el verde más oscuro de el lado derecho, y os aseguro que no ha habido manipulación de fotoshop. No creo que esta dualidad diferencial sea producida sólo por los juegos de la luz y sombra.

Mirando al mar
Por un resquicio, una ruptura de la muralla que mira al mar, me asomo al Mediterráneo. ¿Qué es lo que veo, lo que más me llama la atención? En primer lugar, cómo ha quedado configurada la Badia de Eivissa. 
 

Lo que en su día fue Illa Grossa, ha quedado actualmente como península, unida a Talamanca y, por el lado del mar, con su largo espigón, han cerrado una rada que protege más de los embates del mar al puerto de la capital. Se ha aprovechado la posición de la isla como elemento natural. Por esa zona de la Badia parece que está enclavada la zona más industrial. Sorprende ver el faro en el inicio del dique, en zona más próxima a lo que fue isla, en lugar de en su extremo más próximo a la bocana. Seguro que quien tomó la decisión sabe por qué, o ¿es que el faro ya estaba hecho cuando se construyó el dique? Tras sacar foto para ilustrar lo que digo, saco otra del lado de bocana más próximo a mí, el del Sur. Aquí también han construido un espigón, aunque menos largo, pero que también cumple la misión protectora del puerto. Las casas construidas cuelgan sobre el bajo acantilado. Un conjunto encalado en blanco que también resulta bello, en contraste con la roca que baja al mar. Aquí el faro guía de bocana está puesto en el lugar correcto. Me parece que ésta será la linterna roja y me da pie para insistir en que la verde está ausente y debiera estar en el otro extremo del dique, que ya he echado en falta. 

El acantilado ha ido ascendiendo hasta donde estoy y veo una parte de la muralla alta que está en perfectas condiciones. Sin embargo este amplio espacio desde donde me asomo al mar, ha perdido todo su lienzo de muralla, que no recomienza hasta que, de nuevo, el terreno horizontal vuelve a subir con muralla rampante hacia la iglesia que se corona en la cima. En la zona baja, se forma una playa de piedras, que no parece muy limpia a juzgar por la espumilla que flota en el agua y los desperdicios que se acumulan en sus orillas. Tampoco se ve claro que tenga fácil acceso, salvo una especie de cueva que podría tener acceso desde las casas próximas al puerto, o dejándose colgar de alguna de las casas. No podría asegurar que no hay nadie en esta playa. Desde la muralla, una plantación de chumberas baja hasta cerca del mar. Pienso que recoger sus higos chumbos será tarea de gran complejidad. Probablemente se perderán sus frutos. La tercera foto, y con ella concluyo este relax marítimo, ofrece la zona frontal y hacia el Sur. Dos islotes, el más próximo con una farito-linterna y, el más alejado, que puede ser la Illa de ses Rates. No iré a comprobar si hay ratas o no por allí. En el saliente al mar más próximo, se solaza un grupo de jóvenes, mientras un nadador se baña junto a las rocas, que parecen de fácil accesibilidad.

Siguiendo por interior de la ciudadela
Ciutadella, sería el nombre ibicenco, pero no lo pongo para no confundirlo con la ciudad a Poniente de Menorca.Casi desde el mismo lugar en que estoy viendo el mar, fotografío estas casas tan bien blanqueadas que, por la forma de sus tejados, parecen más capillas de iglesia que otra cosa, y es probable que lo sean. La única ventana del último edificio con apuntamiento gótico, así lo confirmaría. No sería aventurado concluir que todo esto pertenece a la Catedral de Santa María. Farolillos coquetos en las esquinas iluminan para un eventual paseo nocturno. 
 
Las flechas orientan hacia La iglesia de Sant Domingo, el Museu d’art Contemporani, la Plaça da Vila, y el Portal de ses Taules. También saco foto a la casa Governamental, con escudo de castillos sobre castillo, que encuentro en el recorrido. La muralla que, desde el Balearia, he visto cómo va llegando a la cima de este hermoso promontorio que configura esta ciudadela fortificada y abaluartada que es Eivissa, la voy ascendiendo ahora por su interior. Así llego al lugar en que Juan ya me ha advertido esta mañana en el Balearia, que están haciendo excavaciones y encontrando nuevos documentos que van explicando mejor la historia de esta ciudad. 
 

Aquí presento cuatro paneles explicativos. Los dos primeros presentan en tres rectángulos apaisados y giratorios, con base triangular, las explicaciones de lo encontrado. Los dos de arriba presentan numismática encontrada y las explicaciones giratorias, pero en base cuadrada, se ofrecen en cuatro idiomas. Vemos la que está en alemán, ya que aquí no me importa darles prioridad. La posición de estos paneles giratorios da a entender que las monedas se encontraron en este lugar y que se pretende continuar excavando. 

 Abandono el lugar, pues no quiero buscar monedas que no puedan tener curso legal. En primer lugar, porque si cojo alguna, la voy a tener que entregar por ser patrimonio nacional y, por cogerla, van a faltar los datos y la información del lugar donde la encontré, profundidad del terreno y otros fundamentales para la datación y para la historia. Prefiero encontrar euros para la hucha de mis nietos.


Vista del Port y Catedral de Santa María
Enseguida llego a la Seu de Santa María. Fotografío la fachada principal y me asomo hacia la dársena portuaria. Frontal a donde estoy, veo un Balearia. Es donde hemos atracado este mediodía, pero no sé si es el mismo transbordador que nos ha traído de Palma. En la zona más interior, más a Poniente, otro barco de la misma compañía espera. Será allí donde a mi regreso, tras dar la vuelta a la isla, cogeré el barco a Formentera. Entre medio de las dos estaciones marítimas, hay un pequeño espacio de la dársena dedicado a tener amarrados algún yate al exterior y barquitos de menor calado con sus pantalanes de acceso correspondientes. Ya en la otra foto del puerto, más hacia la que fue isla Grossa, se aprecian unos pantalanes más grandes con barcos de un mayor calado. 
 
Además de la Catedral, en su fachada principal y con su pórtico de entrada y su torre, que no puedo decir campanario, puesto que no veo campana alguna, lo que más me sorprende son las seis ventanas de dicha torre pero, en especial, la que está sobre el reloj a su derecha, que es más ancha que las otras. Me hace pensar en que en algún tiempo se hubiesen diseñado estas ventanas como nichos para estatuas de santos y en éste, en que he detectado la irregularidad, hubieran previsto poner a San José carpintero, acompañado de Jesús niño o, ya que la Catedral está consagrada a Santa María, la Virgen María con Jesús, también niño. 
 

Puestos a especular y temiendo que José o María estarían mejor juntos con el niño, representando la Sagrada Familia, pero temiendo que tres, dos adultos y un niño, no tendrían espacio suficiente, propongo la opción más verosímil: Santa Ana con la Virgen niña. ¡Y ya está bien de especular! Fotografío también una puerta que me ha gustado por el trabajo de filigrana que se tomaron los artesanos o artistas (acordándome de Iñigo de Loiola en la Finca Pública de Son Real, en la Badia de Alcúdia). Entre el escudo de las barras catalanas y la filigrana, aparece una leyenda que no logro descifrar. Sabiendo lo que ahí pone, se podrían obtener datos para saber algo más del edificio.

La cumbre de Dalt Vila
He llegado a lo más alto. En la zona hay edificios antiguos, que mantienen muros recios como murallas. Lo que más me destaca de aquí es que los nuevos que han construido, viéndose claramente que son modernos, les han dado tonalidad ocre para que ni destaquen ni desentonen del conjunto donde están ubicados. Me parece una buena solución. Me refiero al primer edificio de la derecha.









Descenso hacia el Baluard de Sant Jaume
Han quedado atrás los baluards de los Sants Bernard i Jordi y ahora comienzo el descenso hacia el de Sant Jaume. 

La bajada es buena, aunque algo empinada (peor para los que vengan de frente) y está muy bien construida, pero a mano derecha hay otro tramo en que se trabaja con nuevas excavaciones. Se descubren nuevos muros que darán muchas explicaciones y es muy probable que se encuentren objetos complementarios. Todo vendrá bien para la Historia. No sé si ésta puede ser la Necrópolis Fenicia. Cuando paso, un gato se aplasta contra el muro buscando la frescura de la sombra. En el baluarte, el alma de los tres cañones se orienta a tierra y no al mar. Abajo, la ciudad de Eivissa, extramuros, se muestra impersonal, como cualquier ciudad de la península. Tampoco sobresale ningun edificio monstruoso, como los que pueden verse en Madrid o Barcelona. Hay más horizontalidad que verticalidad en los grandes edificios.

Festival de Cine Gay y Les
Dejando atrás a San Jaume (que me suele sonar Jauma, como Carmen, Carma), sigo hacia el baluard de Portal Nou. Ya estoy en el lugar más a poniente y muy próximo a la ciudad. Voy descendiendo hacia un recinto con una verja cerrada desde donde, abajo, veo colocadas sillas como a propósito para presenciar algún espectáculo en un escenario que no puedo ver. Tampoco por la izquierda veo que el murete me vaya a ofrecer salida y regresar todo para atrás me apetece bien poco. Por fin veo una alternativa hacia la derecha que me lleva al Portal Nou. Llego a una puerta, quizás la que da acceso al lugar en el que he visto se ofrecen espectáculos, donde un gran cartel anuncia: Festival del Mar. Festival Internacional de Cine Gay y Lésbico de Ibiza 2011. Se celebra del 4 al 16 de julio en el baluard Sant Pere que, por mucho que miro en el mapa no lo encuentro y que me puede hacer pensar que es en el que estoy ahora, que puede recibir ese nombre y el de Portal Nou. Hoy hay sesión pero nadie me sabe decir nada de la hora. No arriesgo.
Saliendo de Dalt Vila
Adiós a la ciudadela fortificada. En el baluard de Portal Nou es en el primero donde veo ya coches aparcados. La entrada al Festival de Cine era libre. La bajada final hacia Portal Nou vuelve a sacarme a una calle ancha, muy parecida a la que me he encontrado al entrar en la Dalt Vila. 
 


Luego se irá estrechando. Un joven, con perro atado, va por delante. También unidas a cuatro soportes dos gruesas cadenas protegen una fuente. Tres soportes tubulares con pesada base hacen pensar que la anchura de la calle también va a ser ocupada por otra terraza “para peatones”, de las que ya he comentado. 

Siguiendo por la calle que se va estrechando, acabo saliendo del recinto amurallado. Paso dos arcos y esto ya es asfalto y no hay espacio peatonal. Tras un buen rato en Dalt Vila, la abandono definitivamente.

Buscando Oficina de Información
No me gusta empezar a patear un lugar, en este caso una isla, sin tener un mapa que me oriente pero, por la hora en que he llegado, así ha tenido que ser. Una vez que ya he salido de la ciudadela, empiezo a buscar alguna Oficina de Turismo pero, cuando llego a Vara del Rei, ya han cerrado a las dos de la tarde, por ser domingo. Siguiendo adelante, entro en un hotel y el de recepción, muy amable, rebusca en el fondo de un cajón, encuentra uno y me lo da. Me servirá en la medida en que no encuentre otro mejor. Adelantándome, diré que daré la vuelta a la isla en nueve etapas, y no es que tuviera intención de correr. Me informa de que playa nudista no tengo hasta Es Codolar, y eso está depués del aeropuerto. Seguro que hoy no llego hasta allí, pero sí me agradaría darme un baño hoy.

Antes de d’en Bossa. Bañito en espigón
Las playas iniciales son pequeñas, algunas con rocas, otras con el paseo muy próximo a ellas, o el hotel que ocupa la playa. Paso la Platja de Ses Figueretes. Finalmente, llego a un espigón, me acerco para ver si puedo bañarme oculto por allí y veo a un hombre desnudo y, un poco más adelante, a otro. Magnífico. Ellos no se bañan, pero uno me indica el mejor acceso al agua. Me denudo y me baño sobre rocas alfombradas de un musgo alguífero. Tras el segundo baño, me seco al sol. El gordito alemán, barrica de cerveza, se va y yo también a continuación. Sólo se queda el primero que he visto.

Platja d’en Bossa. ¡Qué horror!
Enseguida llego a la playa d’en Bossa, tan afamada como la mejor de Ibiza. Fotografío la parte inicial, la que todavía no es muy ancha y está bastante tranquila. Al final, muy a lo lejos, se puede apreciar la torre Sal Rossa. Va muy próxima al paseo o, más bien, el paseo va muy próximo a la playa. Luego se ensancha la zona de arena y está atestada. La playa seguro que no es mala, a juzgar por la cantidad de gente que atrae. Está plagada de chiringuitos, a cada cual con música más estridente y machacona. Todas las músicas, que voy oyendo según voy pasando por los distintos chiringuitos, son primas hermanas. Las de chumpa-chumpa. Las que producen mayor contaminación auditiva. No se oye melodía alguna y, si la tienen, se pierde en el ruido ensordecedor. ¡Qué horror! ¡Tener que aguantar en vacaciones tamaño despropósito! Un par de policías vigilan con aparente seriedad. Bromeo moviéndome al son del ritmo chumpachumpero, y me miran con cara de sabuesos. ¡Yo que pretendía que hicieran unas risas! Parecen seguratas alemanes. Van de negro con algo amarillo. A lo mejor vienen incluidos en el pack de vacaciones de los jóvenes alemanes que aquí también vienen a atiborrarse de cerveza. 
 
Por fin, llego al final de la playa d’en Bossa y salgo por la Torre Sal Rossa. 
 
Torre e Illa Sal Rossa
Es muy bonita, pero está excesivamente reconstruida. Sobre todo la torreta central de arriba con su media cúpula. Lo que mejor ha quedado ha sido el friso, que tiene partes incompletas y un boquete irregular que no han rellenado. 
 

Hasta el balconcillo, para lanzar agua o aceite hirviendo, parece antinatural. Pero el efecto de la torre como contraste con el verde del paisaje, después de las ganas de salir de playa con tan pocos atractivos, me parece hasta una belleza. No hay mal que por bien no venga. Pasada la torre veo una pequeña rada y una isla que también lleva el mismo nombre. 
 
Los caminos, más bien senderos, son buenos y me agrada pasar por ellos, pero un murete me da mala espina. Saco una foto mirando hacia atrás, hacia d’en Bossa, hacia Eivissa, y ya me hago una idea del camino recorrido. Está claro que a Es Codolar hoy no llego. Además, la montaña que viene a continuación, la del Corb Marí, que en mi mapa figura con una altura de 160 metros, que coincide con la punta del mismo nombre, que es la que en la foto sale más hacia el mar, tampoco me apetece subirla para tenerla que bajar, así que me voy escorando hacia la derecha, con el fin de salir a la carretera verde. Pasa corriendo un hombre que entrena por la carretera. Le paro, pregunto, y me orienta hacia Es Codolar. Entre medio tengo las salinas y el aeropuerto, así que, de momento tengo que seguir la carretera y luego escorarme hacia la derecha.

Ermita de Ses Salines
Al otro lado de la carretera hay una ermita muy blanqueada, es la de Ses Salines, como el aeropuerto, como las salinas. Si esta ermita no estuviera tan próxima a la carretera, sería preciosa para celebrar alguna romería. En el cruce, el corredor me vuelve a orientar. Le hablo de nudismo en Codolar. 

Sigue adelante, pero se lo piensa mejor y regresa. “Si quieres hacer nudismo -me dice- no vayas a Es Codolar, es mejor que vayas a la Platja de Es Cavallet, que la tienes más cerca”. ¡Se me abre el cielo! Me dice que para encontrarla, coja la primera desviación a la izquierda. Agradezco, nos despedimos, y sigue corriendo. 


Sacos dos fotos más hacia las salinas. En la primera, además de los depósitos llenos de agua, donde se decanta la sal, se ve una casa bastante desvencijada que, al no estar encalada, pasa más desapercibida. En la segunda, que se orienta ya hacia la montaña de La Canal, por la que pasaré mañana por camino más marítimo, aunque elevado, y no podré ver el lugar donde se acumula la sal, desde aquí ya se ve el edificio y las montañas de cloruro sódico. El espectáculo, aunque lejano, es bonito. Me recuerda a otras salinas por las que ya pasé: Santa Pola y las del Sur de Faro, en el Algarve portugués. En este momento no me vienen más al recuerdo.

Buscando platja de Es Cavallet
Un acierto puesto que para dormir esta playa es mejor, ya que es de arena, y Es Codolar, me han dicho que es de piedras. Mañana lo sabré. Después de dar mucha vuelta por la carretera, puesto que tengo que rodear el Puig Corb Marí, que creo es la cima de un parque natural protegido llamado La Revisa, para un coche que viene de frente y el conductor, quizás el copiloto, me dice: “¡Coge una pistola y obliga a los coches a que te lleven!”. “Pero si voy andando”, le respondo. “Es igual”, insiste, y continúa rodando con sus compañeros. 

 




Llegando al cruce que debo coger a la izquierda, me encuentro con otra bonita ermita escondida entre la foresta. Parece que está incorporada al espacio protegido de La Revisa. También está muy blanqueada y el campanario es más esbelto. Por fin llego a la desviación. La carretera pasa por encima del canal de alimentación de agua marina a las salinas. Se forma una espuma gruesa, como si allí se quedaran todas las impurezas.

Platja de Es Cavallet
Dos chicas que vienen de la playa me dicen: “Estás a diez minutos”. Un italiano me informa: “el chiringuito más próximo, es moderno y un poco pijo y el de más al Norte, es más clásico”. ¿A cuál de los dos iré? Pero no me habla del tercero, el Chiringay. Voy al moderno, el más cercano, y me dicen que cierran a las ocho. En vista de lo cual, y como tengo margen, me voy a dar un baño.
 
Cuando decido el lugar en el que me voy a bañar y me desnudo, me doy cuenta de que la entrada al agua es por roca plana pero llena de boquetes que la hacen algo peligrosa para mi gusto, así que decido retroceder un poco para bañarme en zona con entrada de arena al mar. Para secarme, voy caminado por la orilla hacia el final de la playa y es entonces cuando descubro que hay otro chiringuito y que, por su nombre: el Chiringay, ya sé la condición de este último tramo de la playa. No sólo hay parejas homo, también las hay heterosexuales. Nadie muestra un comportamiento escandaloso. Nada más llegar, veo a un hombre que toquetea el chichi a su chica o mujer, tratando a la vez de enderezar su rabo, aunque sin lograrlo. También en este fondo de playa aparece otra torre, si la de antes era Sal Rossa, ésta es de Ses Portes. Coincide con la punta del mismo nombre y es el punto más al Sur de la isla. Tras un segundo baño en esta zona final, habiendo dejado abandonadas al albur todas mis pertenencias (nunca he tenido ningún disgusto y lo he hecho en muchas ocasiones), vuelvo de nuevo por la orilla secándome. 
 
Nadie pasea desnudo, pero a mí me da igual cuando sé que una playa está declarada como nudista. Me visto y a las 19:45 h ya estoy en el chiringuito del medio y pido un bocadillo. Me dicen: “La cocina está cerrada desde las siete”. Les digo que si me hubieran dicho eso cuando he venido antes, habría cogido el bocadillo entonces, pero al decirme que a las ocho… Me remiten al encargado y le pido una excepción puesto que ellos me han informado mal. 
 

Me dice que no pueden hacerlo, puesto que ya no hay nadie en la cocina. “Vete a La Escollera”, me dice. Podía ser como: ¡vete a hacer gárgaras!, pero no, La Escollera es el restaurante del Norte, el que el italiano ha calificado de clásico.

La Escollera. Narguile
Nada más llegar, un chico extranjero me ofrece narguile de hierbas. “No es tabaco”, me dice. Para los que no lo sepan, narguile significa nuez de coco, pues de este material se hace la cápsula del utensilio para fumar. El humo generado se filtra y depura a través de agua. No soy un experto, nunca fumé tragando el humo y nunca he fumado narguile. En el único sitio donde observé el placer con el que fumaban el narguile fue en Turquía, en la península de Anatolia. 

No me importaría nada volver con mi amigo Txema en el verano de 2015, aunque para caminar por allí haciendo la Ruta Licia, ya con los 70 años cumplidos, tendré que estar muy fuerte física, mental y espiritualmente (todo el ser se complementa con esta trinidad), y mi amigo Txema, también. Volviendo al restaurante. Agradezco el ofrecimiento al joven, pero no acepto la invitación. Tampoco veo a nadie que se acerque a fumar a las pipas preparadas. Quizás, pienso, después de cenar, alguien se anime.
 
Navajita Plateá
Me dicen que suele haber bastante ambiente aquí. Dos días por semana hay sesión de flamenco. Hoy no toca, pero esperan que siendo domingo se acerque alguien a cenar. El programa de La Escollera, que se presenta como Tardes Lunares, se ofrece en julio y agosto, los miércoles y viernes. Este año el artista de auténtico flamenco es Navajita Plateá.

Cena en La Escollera
Poco a poco voy conociendo a los distintos camareros. Uno de ellos me dice que mire la carta sin ningún compromiso. La veo y los precios me parecen caros. Aunque es difícil valorar el precio si en el binomio calidad/precio no hemos catado el producto. Sin cenar no me voy a quedar, así que me planteo la posibilidad de hacer una buena cena, aunque la pague bien. Me tienta la lubina a la sal, pero me iba a salir por veintimuchos euros. Finalmente decido una ensalada ibicenca. Pregunto, y me dice: “es como un trampó que incluye patata y huevo cocidos y con mayor consistencia de lo vegetal”. “Y no lleva pimiento verde”, añade. “El pimiento rojo que lleva es o asado o enlatado”. Pido cerveza y luego beberé una segunda. Cuando el camarero, el que lleva el pinganillo para dictar las comidas a la cocina, y al que he dicho que no cenaré más que la ensalada, me trae aceitunas y ali-oli, le digo “¿me las vas a cobrar?” y me responde: “No. A ningún cliente se le cobran”. Pero hay muchas fórmulas de cobrar pues, aunque luego en la cuenta no figuran, si aparece un concepto de “Servicio” con 3 €. Me ha gustado esta ensalada ibicenca. Es del estilo de las que yo me suelo hacer en casa, de las completas, con lechuga, tomate, aceitunas y con huevo, patata y zanahoria cocidos previamente. Lo que no echo es pimiento rojo (ni asado, ni de lata) y tampoco sabía que la mía podría llamarse ensalada ibicenca. Le pido agua para esta noche y para arrancar mañana. Me ofrece una de ½ litro, y sabiendo que la voy a tener que pagar, acepto. Pero luego viene diciéndome que no hay, que sólo hay grande y que se la pida cuando me vaya a marchar. Pago la cuenta con Visa 22,57 € y así me entero de que esta playa de Es Cavallet, que está al Sudeste de la isla, pertenece al municipio de Sant Josep de sa Talaia, que está en el interior, pero más cercano a la costa Oeste. Aparentemente, este municipio es de gran extensión.

Camareros de La Escollera
Se acerca otro camarero y se pone en cuclillas a mi lado. Me agrada, pues así se muestra más cercano que en la verticalidad del camarero y, además, él dice que está acostumbrado puesto que es piloto. ¿De avión, de Fórmula Uno? Este chico me está resultando útil para mi vuelta a su isla. Me abandona un rato, puesto que están haciendo desaparecer los elementos propios de la hora de playa y están poniendo los más adecuados para las horas nocturnas. Ha llegado un joven negro que no se pone el atuendo del resto de camareros y colabora en los cambios estéticos que están efectuando los demás. Pero luego aparece como el resto: atuendo negro y mandil rojo. Todavía sin ponerse el delantal le digo: “ahora pareces negro de verdad” y le cuento el chiste. “Uno pregunta a otro: “¡Oiga!, ¿es usted negro?” y el otro le responde: “no ceñó, e un luná” (para los cortos de entendederas es como decir en cubano: “no señor, es un lunar”). El negrito no lo sabía y me ríe la gracia. Es que la tengo por arrobas. Y no tengo abuela, ni nunca la tuve. Estos camareros están contratados para hacer de todo. Supongo que no cocinarán, pero seguro que ayudan en la cocina también, en preparativos previos. Ahora están moviendo los soportes de las sombrillas, que son muy pesados y, en uno de esos movimientos, el camarero que lleva en la oreja el pinganillo, se daña un pie. Uno que ha aparecido por allí con vestuario azul, me dice que mañana no podré acceder a la playa Es Codolar por la costa, puesto que hay muchas rocas. El camarero que me ha dejado leer la carta me trae una botella grande de agua y me dice: “escóndela en la mochila” y no me la cobra. Se lo agradezco. Me despido del piloto. Me agrada mucho su mirada limpia, y se lo digo. Intuye que nos volveremos a ver. Pero no ocurrió entonces y ahora, si lo viera, ya ni me acuerdo de cómo era. Y, al regreso, cuando terminé de dar la vuelta a la isla, volví tan enfadado, sobre todo de la última etapa, la 46, que el propósito que tenía de volver a La Escollera y a Es Cavallet, se esfumó rápidamente. Lo que quería era huír de la isla cuanto antes. Van llegando comensales y los camareros creen que van a tener noche movida. Me despido de los que puedo y voy caminando por la playa.

Nocturno en la platja de Es Cavallet
Cuando paso, el otro chiringuito parece que ya está cerrado del todo. Luna en creciente, muy luminosa y con aureola. Ilumina tanto, que apaga las estrellas. Aparece también alguna nubecilla no amenazante. Me encuentro con dos chicos, uno vestido y el otro en calzoncillos. Les digo: “¡cuidado, que llega la hora de los mosquitos!”, hay que tener en cuenta que estamos cerca de las salinas con mucha agua estancada. Aunque son extranjeros, han entendido lo que les digo, pues uno hace mención de picar, juntando índice y pulgar. El que está en calzoncillos se agacha y se cubre con las rodillas pues parece ser que tenía el rabo tieso y fuera. Otro que viene de lejos, les lanza una voz y es cuando se pone de pie y reconstruye su figura, se viste y desaparecen los tres.

Mi cama en Es Cavallet. Sudores nocturnos
Yo ya he localizado el lugar en donde pienso dormir. En un pequeño entrante, cercano al cartel de prohibición de paso a la duna. Me desnudo y me instalo. Aunque me doy repelente, no veo ningún mosquito en toda la noche. Me doy también masaje de Aloe-Vera. Las luces de La Escollera, tardarán en desaparecer. Buena señal. ¡Habrán tenido mucha clientela! A lo largo de la noche, la luna desaparecerá por detrás de la duna. La duna tapa la luna. Antes he sacado foto de nubes rosadas de ocaso, con luna en lo alto. Pero la luna ha ido bajando de las alturas y a aterrizado para mí. Ahora puedo ver las estrellas, pero no veré la Osa Mayor. Las islas que se ven son las des Freus, poco nítidas y muy a lo lejos. Formentera quedará para el regreso tras la vuelta a Eivissa. “En un día la ves”, me dice el piloto hablando de Formentera. De madrugada me levanto para masturbarme, pues no consigo dormirme. ¡A ver si cansándome lo consigo! Creo que, durante la noche, he tenido fiebre. Me despierto muy sudado y el saco, por dentro, está empapado. Lo acabaré secando por la noche con mi propio calor corporal. A pesar de todo, considero que duermo bastante bien y totalmente despreocupado. “¿Quién va a venir aquí?”, me digo para darme confianza.

Balance de la última mañana en Mallorca y de la primera noche en Eivissa
Lo mejor fue Menorca. Mallorca que me produjo muchos enfados en la Tramuntana, ha dejado un buen sabor de boca en mi recuerdo. De destacar el incidente del aleman con los subsaharianos y la reacción del conductor. En el viaje, bien con Juan, pero de no ser por su móvil, creo que me habría informado más y mejor sobre una isla que conoce bien. Muy bien el mapa que me ha dado el recepcionista de hotel y la información del corredor sobre la platja d’es Cavallet. Dos buenos baños en dicha playa. Muy bien atendido en La Escollera. Muy bien dormido junto a la duna, a pesar de la fiebre. Bonito paseo por la capital y buen ejercicio de observación de lo fotografiado.

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