lunes, 19 de mayo de 2014

Etapa 41 (283) Cala d'Hort-Cala Comte

Etapa 41 (283) 13 de julio de 2011, miércoles.
Cala d’Hort-Cala Carbó-Cala Vadella-Cala Molí-Cala Tarida-Cala Corral-Cala Codolar -Cala Comte.


Amanecer en Cala d’Hort
Me despierto a las seis y cuarto. Traslado todo a la primera hamaca de la playa. Hago un hoyo y cago cerca de la orilla. Lo tapo todo bien para que se lo coman los animalillos del subsuelo. ¡También tienen derecho a la vida! Me doy el baño matutino siempre en presencia de la isla de mis sueños, me seco paseando al aire y acabo haciéndolo con la toalla. Llega un coche, aparca y baja a la playa un pescador, pero no se decide. Por fin va hacia la zona de los embarcaderos que, por cierto, muchos están deteriorados, en desuso. Vuelve al poco rato y dice: “hace demasiado viento en el mar”, por lo que ha decidido no salir en su barca y retorna al coche. 
 


Recojo, me visto y salgo de la playa de Cala d’Hort por el lado Norte, por donde vi cómo subían algunos ayer. Antes he sacado una foto de illas Vedras con mis ropas sin recoger en la hamaca. He vuelto a mi cueva donde me he apoderado esta noche de la guarida de la rata que, obligada por su correría nocturna, ha tenido la gentileza de no volver.
 
Antes de salir de la playa, saco foto a la zona de embarcaderos, hacia donde el pescador tiene su barca, y en donde se puede apreciar el deterioro de los nichos o garajes de guarda de los pequeños barcos de  pescadores.





Despedida de Illas Vedras
El paseo por el acantilado va a ser bueno hasta llegar a Cala Carbó. 

Nada más iniciar el camino, que es sendero a poca altura del mar, encuentro una pequeña construcción, que pudo ser refugio, pero que ahora está sin techo. Aunque no de la lluvia, todavía puede servir de abrigo del viento.

Enseguida veo un islote, que no deja de tener su encanto. Cuando llego a Es Pla, saco nueva foto de Illas Vedras. Es una forma de despedirme de ellas, volviendo la vista atrás sin pena, agradecido por el regalo. Ya más alejado, otra foto previa a Cala Truja. Aquí una roca, probablemente la que ya he visto antes, envidiosa de la magnificencia de las otras, se entremete en mi panorámica.
 
Es pequeña pero, por su posición, parece grande. Es así como llego a Cala Truja, que dispone de un bonito entrante de mar, pero que no tiene arena.

 





Todo su contorno es de rocas y, aunque parecen rocas amables, no me agradan para animarme a acceder al mar. Al fondo, bajo el Puig Pelat, ya se empiezan a ver otro grupo de construcciones, que completan las de Sierramar. Antes de llegar a Cala Carbó, saco foto de Illas Vedras, con los Cap Blanc y des Jueus a la izquierda y la torre del Pirata.

Cala Carbó
Saco foto desde el acantilado. En cuatro hamacas están tres chicas y un chico, una de ellas dormita, al igual que él. Hablo con las dos despiertas que me dicen: “acabamos de llegar”. Ni se les pasa por la mente darse un baño a estas horas, y yo les digo: “es cuando más caliente la vais a encontrar”. La cala está bien, quizás demasiado bien ordenadita, pero desde la arena, ya no se ven las illas Vedras. 

Hablo con ellas en el inicio de la playa y, al lado contrario, hay como tres nichos para guardar embarcaciones. Han dejado un espacio muy estrecho para que entren y salgan, de tal forma que el área reservada para los baños ocupa el 95 % de la playa. Pero los barcos que quieran pueden dejarlos más hacia el mar. De hecho, allí hay dos neumáticos a motor. También una bonita torre.

Ca’s Pou. Desayuno
Sigo por carretera y me precipito a entrar en un cruce que no es el que debo coger. Un hombre que ha aparcado su coche y que viene con basura para echarla en los contenedores, me orienta hacia el siguiente cruce. Cuando llego a Ca’s Pou, veo que tiene un SuperSpar y decido desayunar allí. Como sandía, pastel de manzana y descafeinado con leche. El señor que me atiende me dice que compre la sandía en el Spar y que así me saldrá más barata. Todo me cobra 5 € haciéndome alguna rebaja. La sandía es menos dulce que la de Codolar, pero me alegro de comerla porque, ya que bebo tan poca agua, es una forma de meter líquido en el cuerpo. La señora que limpia es ibicenca y tiene muy buen humor. Hacemos un trío de intercambio con un granadino separado, y nos dice que su exmujer vive en Mallorca. Tiene un hijo al que verá en unos días. “Mantengo buena relación con ella, pero somos incompatibles”, nos dice. Me pongo a escribir. Cuando acabo, me afeito y vuelvo a cagar. Voy de nuevo al supermercado y compro dos naranjas, dos nectarinas y una botella grande de agua. Pago 2,03 € y paso parte del agua a mi botellín porque está demasiado fría, así se va calentando y la puedo beber. A mediodía comeré pollo y el limón que me saquen lo exprimiré en esa agua. Me despido de los que puedo y salgo hacia Cala Vadella.

Cala Vadella
Cuando llego son ya las 10:15 horas. Hay bañistas en la orilla y en la playa secándose o vistiéndose los que ya se han bañado. La playa es convencional con buena arena y mejor entrada al mar. Amplia zona de baño y, tras el perímetro acotado, barquitos, veleros y yates esperan a sus dueños para zarpar. Nada más llegar veo el nombre del restaurante, María Luisa, pero no es hora de comer, así que no me preocupa. 
 
Si hubiese llegado antes aquí, es fácil que me hubiera dado un baño desnudo, pero a esta hora no me apetece tener problemas, así que me voy hacia la zona de embarcaderos que, quizás, me ofrezca un lugar más deshabitado y discreto. Esa zona se puede ver en el lado derecho de la segunda foto que saco en esta cala. Me dirijo hacia esa dirección. Ya en medio de la playa saco otra con los dos lados de la bocana. 
 
Aquí, las protagonistas son las embarcaciones, que luego lo volverán a ser desde el embarcadero y después desde la cima del acantilado. De momento hay buen camino entre roca y cemento, con pequeñas escalerillas que pueden ser de madera o de obra. Por allí voy avanzando hacia la bocana. Hay algunos que bogan en sus pequeños barcos, quizás sean los encargados de tener a punto las embarcaciones para cuando llegue el momento de zarpar.

Llego a un lugar en que me parece que no voy a ser molestado, ni nadie me va a llamar la atención, así que me doy un baño bajando por la roca. Me cubre lo suficiente y no nado mucho rato. Cuando salgo, me seco al aire, como puedo, puesto que no dispongo de sitio suficiente como para pasear. Me habría gustado más en la playa, pero este sitio ha servido, al menos, para refrescarme. El día está bueno. Saco una foto desde el embarcadero, donde se ven las rocas en las que me he bañado y, sobre todo, las construcciones que configuran este municipio de Cala Vadella. 
 
A pesar de estar cerca, creo que ya no pertenece a Sant Josep de sa Talaia. Tras el baño y una vez seco, me visto y retrocedo para seguir por el acantilado. Cuando llego a la parte alta, saco una foto de la bocana, con sus veleros y un catamarán a vela también. Antes de dar las once y continuando por el acantilado, todavía sin acabar de salir de la bocana, una foto tirada hacia atrás, hacia lo que he ido dejando esta mañana, me permite ver todavía un poquito de Illas Vedras.

A última hora de la tarde, desde Cala Comte ya no las veré. Antes de salir a la carretera, podré continuar un poco más por la costa.

Punta de sa Llosa
El acantilado sigue siendo interesante y, al llegar cerca de la Punta de sa Llosa, me paro para fotografiarla con la mira puesta en el horizonte. Allí se puede apreciar el archipiélago de Formentera, al que todavía me quedan unos días para llegar. 
 
Será dentro de cinco días. De momento desde aquí, puedo ya contemplarla y hacerme una idea de sus dimensiones. Para mí Formentera tiene un significado especial. Cuando estuve en viaje de recién casados en Ibiza, un día la visitamos con nuestros entonces recientes amigos Lluisa y Natxo, de Barcelona, mucho más jovencitos que nosotros, pero con un año de experiencia matrimonial. Lo más maravilloso de aquel encuentro es que nuestra amistad perdura a día de hoy y que aún puedo contarlo. ¿Ha llovido algo desde 1971, no?

El otro dato, más anecdótico, es que fue en Formentera donde yo, en solitario, hice mi primera práctica nudista, y me gustó. Tras sacar foto de Formentera desde sa Llosa, ya no me queda más remedio que salir a carretera. Aún sacaré tres fotos más. 

 
Una de ellas, hacia el Norte. Al fondo vemos Cala Conta y la isla de sa Conillera. La que siempre estudiamos como Conejera. En la otra, continuamos en la misma dirección y el primer cabo más sobresaliente es propiamente la Punta de sa Llosa. Para finalizar las fotos que saco de esta zona, ya entre árboles, fotografío la siguiente isla, de tamaño similar a illa Vedranell y que se llama illa de s’Espart o S’Espartar, que ya estará muy próxima a donde voy a dormir esta noche.

Cala Molí
Busco esta cala, pero la carretera se va complicando. Pregunto y ya puedo divisar lo que me espera, pues la siguiente cala, Cala Molí, tiene mucha profundidad y hay que ir descendiendo desde lo alto que he llegado, visitar la playa, y volver a ascender hasta llegar a una cota similar a la que estoy. Me armo de valor y confío en que Cala Molí merezca la pena. Por la carretera pasa un HFH (no se me ocurre nada con tanta mudez), la chica que lo conduce, acompañada de amigas, me dice que vaya por la carretera de arriba. Ya bajando hacia Cala Molí, una pareja me dice que la cala está bien. Me parecen franceses, luego italianos, viven en Alemania y la conclusión que saco es que él es griego y ella rumana. Como no aclaré nacionalidad y no los tengo a mano para preguntarles ahora, quedémonos con que son europeos. ¡En fin, ciudadanos del mundo! Él me invita a subir al coche y le tengo que explicar las razones de mi rechazo y agradecer su buena disposición. Cuando llego a la urbanización, encuentro un indicador que me parece muy complicado y que me lleva a equivocarme. Una niña francesa me dice que vaya para arriba, pero yo sigo empeñado en que no. Ella me dice, “por donde vas no hay paso” y compruebo que tiene razón. Debo retroceder, como me indicaba la francesita y, en una construcción, un marroquí me dice que haga caso de los indicadores hechos a mano y que aparecen en el bordillo. 

La carretera empieza a descender, de nuevo, y veo una flecha roja que me lleva a una senda y, por fin, me saca a la playa. Saco foto de la playa. Al llegar a la orilla, saludo a la pareja que, sin ser germanos, vive en Alemania, y charlamos un rato. Se dan todas las condiciones para que no me quede aquí. La playa es de piedras, el chiringuito tiene aspecto de ser caro y aún es muy pronto para comer. Sin pensármelo dos veces, digo adiós a la pareja y salgo a la carretera hacia Cala Tarida. Desde la profundidad, saco una foto de Cala Molí, donde se aprecia mejor la cala que, sin ver las piedras, resulta casi hasta bonita.

Cala Tarida
Saliendo de Cala Molí, la carretera empieza a ascender y hay que armarse de valor. Esta subida es lo peor, puesto que hace calor y ni se ve ni el mar. Es necesario llegar a la cima y acercarse al acantilado, para que las perspectivas mejoren. Aunque ya veo la playa desde arriba, no saco foto hasta que no vuelvo a descender todo lo subido. 
 
La foto la hago desde una terraza, donde se puede apreciar la doble playa de arena. Son como dos playas con unas rocas centrales que, a vista de pájaro, se podría describir como un ave (que serían las rocas), con las alas abiertas (que serían las dos playas de arena). Son dos playas urbanas y muy familiares y se ven construcciones que parecen hoteles clásicos. Hay otro que se camufla mejor con el paisaje al ser de color tierra, o siena tostado. Más lejos, hacia las rocas, hay una isla a la que hay gente que se acerca nadando y de allí se tira de cabeza al agua. En el acantilado del fondo se forma otra pequeña playita que será donde acabaré acomodándome. Esta Cala Tarida pertenece al municipio de Cala Vadella y tiene mucha oferta hostelera. Trataré de comer luego aquí. Camino por la orilla de la primera parte de la playa y saco una foto de la roca que hace de epicentro entre ésta y la segunda. A esta roca se accede desde las dos playas por un pequeño istmo de arena. Las paredes erosionadas de esta pequeña península que, con mareas vivas, es muy probable que se convierta en isla, le dan una configuración muy agradable. Continúo adelante y paso por la segunda parte de la playa.

Baño nudista en playita de Cala Tarida
Al llegar al final, las rocas no me dejan continuar a la que ya de lejos he pensado puede ser mi playa de baños antes de la comida. No me queda otra opción que subir al aparcamiento de coches y buscar el lugar más adecuado para descender a dicha playa. La fotografío desde arriba y ya elijo el lugar donde me voy a poner. Será a continuación de los tres últimos chicos que están en esta playa tan pequeña. Por suerte, no voy a tener ningún problema por bañarme y estar tumbado desnudo al sol. En el islote, dos chicos se lo piensan muy bien antes de lanzarse desde arriba al agua. El descenso a la playa es una mezcla de rocas, tierra y arena y bajo sin ningún contratiempo. Me voy al extremo Norte, me desnudo, me baño, me seco de pie al sol y luego me tumbo. Esta operación la repetiré en los tres baños que me doy. La entrada, la hago discretamente por entre rocas que no ofrecen ningún peligro. Los que estaban más próximos a mí, no se si amigos o emparejados, se van pronto, lo que aprovecho para ocupar un espacio más próximo a mis mochilas. Es así como, una vez seco, puedo tener mayor espacio para extender mi toalla y estar más cómodo de cara al sol. Se van unos y vienen otros. Un chico y una chica llegan, dejan sus pertenencias con la sombrilla baja y, se van con su cámara a la isleta. Allí sacan fotos con poses y no vuelven antes de que yo me vaya. Lo curioso es que el chico, que no parece ser nudista, quiere tener fotos de desnudo en la isla, que le va a sacar su chica, para lo cual él se desnuda dos veces. Las fotos que ella le hace serán de espalda y con los brazos en cruz, para lo cual nosotros le vemos desnudo frontal. Estoy más de hora y media entre baños y sol, pero no me apetece nada dibujar. Llegan tres chicas que se colocan a mi altura pero por la parte de atrás y, antes de marcharse, hablan conmigo. Más tarde me las encuentro en el primer restaurante.

Chiringuito Cas Mila. Comida
Cuando llego, ellas ya han pedido, pero veo la carta y me parece caro, así que me voy a otro que será el Cas Mila y pido medio pollo con patatas y ensalada. También pido ensalada con feta, aceitunas negras machacadas, a la que no pongo vinagre. 
 
Como siempre, lo más seco y difícil de comer del pollo será la pechuga, por lo que la como lo primero, así disfruto más del muslo y, sobre todo, del ala. Me lo han sacado con una salsita rara, pero que está rica y no puedo terminar las patatas fritas. Pago con Visa 22,55 € y salgo mal orientado por la camarera que, aunque ha sido atenta conmigo, en esto se ha equivocado.


Cala Corral
Aunque el arranque lo hago equivocado, consigo enderezarlo y corregir el error inicial. Es así que muy pronto llego a Cala Corral, pero no logro encontrar una cala con playa, que es lo que yo creía iba a lograr, sino que la tal cala es como un puerto en que amarrar embarcaciones. Cuando estoy al otro lado, saco foto hacia la bocana. En el muro o pared del lado más al Sur se lee en grandes letras LIFE PORTS. 
 
Todo el espacio lo ocupan las embarcaciones varadas a uno y otro lado, dejando muy poco margen para las maniobras. Hacia la bocana, consigo llegar a la zona de embarcadero, con el sistema que ya va siendo clásico y cuyo ejemplo más perfecto me pareció el semicircular de Sa Caleta, al Sur de la isla. En Cala Corral, alguno de los embarcaderos conserva los raíles, otros han perdido hasta las traviesas.

Voy caminando muy bien por esta superficie inclinada y logro subir por el acantilado. Desde arriba, veo a dos submarinistas que aletean en la superficie marina. 
 




Puig del Delfín
Continúo el camino que me lleva por el acantilado. Es así como llego a Puig del Delfín. Desde allí saco foto al bonito acantilado que, en su punto más próximo, la roca parece el mascarón de proa de un gigantesco navío y, al fondo, sigo viendo casi al completo la isla Es Vedra. 
 
Sigo adelante y encuentro una pequeña rada y, al fondo Cala Conta y, en el mar, la isla de s’Espart. Un poco más tarde, llego a un nuevo entrante de mar. La playa es de rocas y piedras. Una persona toma el sol sobre toalla y su pareja, un hombre, lo toma desnudo sobre la colchoneta en lugar más fresquito, en el agua. Seguir el camino no es difícil, pero llega un momento en que las casas se meten hasta el borde y no me dejan seguir sin que corra algún peligro, así que decido meterme por terreno privado, en el que todavía no han construido, y vuelvo a salir, saltando un muro, a la carretera interior de la urbanización. Al saltar, topo con una austriaca que se entusiasma al conocer el viaje que estoy haciendo. Me ayuda a salir del atolladero y me dice la dirección que debo coger cuando llegue a la rotonda. 
 
No lo he debido de interpretar muy bien, pues acabo saliendo al conjunto de piscinas y paseos. Por intuición voy hacia el extremo, por donde salgo al acantilado y ya puedo seguir adelante. El acantilado es muy alto y veo una mansión que temo me cierre el paso pero, por suerte, el camino la va rodeando. Así llego hasta Cala Codolar.

 

Cala Codolar. Colimbo o cormorán
Me resulta poco atractiva esta cala que, al igual que la anterior, también es de piedras y rocas, aunque tiene una escalerita de acceso que parece bastante cómoda. 


La playa dispone de un pequeño chiringuito y, para el tamaño que tiene, sin estar llena, está bastante repleta. Hay muchas hamacas y más de la mitad ocupadas. Son pocos los que se bañan. A pesar de que no tengo intención de bañarme, máxime teniendo en cuenta que la siguiente, Cala Comte, es nudista recomendada, bajo a la playa. Tras sacar una foto antes de verse la playa y una segunda con la playa casi al completo, decido bajar.

 
Quizás lo más interesante va a ser algo inesperado. Sobre la roca posa un ave que creo puede ser un cormorán. No sólo posa, sino que apenas se mueve cuando me acerco. 

 


Eso me hace pensar que probablemente no lo sea. Mi experiencia con alguno de ellos es que son aves agresivas y escapan de la cercanía de los humanos ¡Con lo bonito que hubiera sido para el título: Cormorán en Codolar! Con posterioridad al viaje, un día recibo la revista Txingudi y veo que quizás sea un Colimbo grande (Aliota handia o Gavia immer). No seré yo quien lo discuta. Saco dos fotos al ave y me voy buscando mejor playa. Encuentro a dos italianos que recorren la isla en moto y también me recomiendan Cala Comte. Ellos me preguntan por Cala Tarida y yo les doy mi versión. También me preguntan por Codolar y yo les digo que está sucia. “¡Porca!” me dicen, y yo les respondo “¡porca miseria!”


Cala Comte
Por el acantilado llego a Cala Comte. Al asomarme a la primera playa, ya veo gente desnuda. La dejo de lado y me voy a ver las siguientes, para elegir la que más me conviene. Según voy avanzando, ya me voy haciendo a la idea de que voy a tener que volver a la que he visto en primer lugar. 
 
En el entorno hay mucha oferta de hostelería. Si no ceno de fundamento, no será por falta de oportunidades. Regreso a la única zona nudista, me acomodo en la arena, me desnudo y me doy un baño. Hablo con una autóctona asidua a esta playa desde tiempo inmemorial Pero ella hace memoria: "Entonces formábamos cuadrilla y organizábamos fiestas.

Cada uno se encargaba de traer algo, el dueño del chiringuito se enrollaba y les dejaba el local. Ya no se parece en nada a lo que fue esta playa. Ahora ni se conocen los que van. Solía venir una pareja de Bilbao”. “Como protesta -me añade- ahora no consumimos nada en el chiringuito, ni una cerveza. Se subieron a la parra en los precios”. Cuando he bajado a la playa, un subsahariano traía y llevaba cosas al chiringuito. Es el que se encarga de las hamacas y de las sombrillas y también atiende a ratos el bar. Yo sigo hablando con el matrimonio, y se interesan por mi viaje, sobre todo él, pero aún le quedan diez años para jubilarse. Le produce envidia sana. Junto a mis mochilas se ha tumbado David, riojano que trabajó y vivió entre Astorga y León. Le digo: “no has acertado poniéndote tan cerca de mis mochilas, con sudor acumulado de 40 días de marcha”. “No me importa”, me responde. Extiendo mi toalla a la par y me voy a investigar por la zona donde antes no he hecho otra cosa que echar un vistazo superficial.

Un paseo por Cala Comte
Dejando mis pertenencias en la playa, confiando en que entre David y el matrimonio asiduo de la playa estén suficientemente protegidas, me voy para investigar por las playas que suben hacia el Norte. Mañana me tocará seguir la costa hacia el Este. Me han dicho que esas playas se habían quedado sin arena, pero que este verano ha vuelto a entrar. La primera playa está bastante bien de arena, pero con mucha posidonia y llena de gente. Cuando llego a las últimas, la recepción de arena ha debido ser un espejismo, pues apenas tienen justo en la entrada al agua, pero no hay arena seca como para dormir. El resto es todo de piedras y rocas. En vista de ello, desando lo andado y decido que dormiré donde tengo las mochilas. En el primer chiringuito, paro y pido un bocadillo. Me dice que sólo me pueden servir un plato de algo, en vista de lo cual sólo bebo una cerveza y pago 2 €. Es en el restaurante Des Roques. En el segundo, ni pregunto, puesto que veo las mesas muy peripuestas, como para cena elegante. Un empleado, monta en su coche y hace un arranque rápido, levanta una gran polvareda, sale despavorido, y desparece hacia Cala Conta. ¡El conductor se habrá quedado tranquilo! A un compañero que se ha quedado mirando, le muestro la polvareda y le digo: “dile que no lo vuelva a hacer”. Los objetos más perjudicados por el polvo son, precisamente, las copas y platos de su restaurante. En el tercero sirven buffet pero sólo de 10:00 a 16:00 horas y ahora tampoco preparan bocadillos. Lo que oferta un restaurante oriental tampoco me anima, así que vuelvo a la playa nudista sin comprar nada.

Bocadillo en el chiringuito del negrito subsahariano
Cuando llego, el matrimonio con el que he estado hablando se está preparando para marchar. Me doy el último baño con ellos y nos despedimos. Una vecina ha pedido un mojito y se lo trae a la arena el negrito. “Eres la envidia de toda la playa”, le digo, y ella se disculpa. El camarero me dice los bocatas que tiene y le pido uno de bonito y le digo que me lo prepare y que ya iré yo a recogerlo. Al poco voy a cogerlo y pago, con una cerveza, 9 €. Ya me habían advertido que cobraban caro, pero las opciones que he intentado antes no me han sido de utilidad.

Charla con David
David está en Ibiza porque fue novio de una granaína que vive aquí. Rompieron la relación por teléfono hace tiempo y, desde entonces no se habían vuelto a ver. Ahora le ha dejado su coche y mañana se lo tiene que devolver. Eso no quiere decir que su relación de pareja se haya reanudado. David dice: “No me vuelvo a coger una novia andaluza…” Se dedica a la venta de filtros para empresas vinícolas y farmacéuticas. 

Ahora la venta está doblemente complicada, pues no basta con saber vender a buen precio, sino que el énfasis hay que ponerlo en la solvencia de los compradores, en la seguridad de que se cobre lo que se vende. Él cobra a comisión y le pagan no en función de las ventas, sino que tiene que esperar a que los clientes hayan pagado. Ya he dicho antes que David es de La Rioja y la granadina le dijo que ella nunca se iría a vivir al Norte. Él viaja mucho y, dentro de unos días, tiene previsto pasar una semana en Gante, donde hacen fiestas tan llamativas como en Brujas (en verano de 2013 visitaré Bruge, que nada tiene que ver con las brujas, significa algo similar a dique). 
 
También ha trabajado en Brasil y otros lugares. “No estoy aferrado al terruño”, me dice. Cuando lo dejaron fue porque ella tenía otro merodeando, pero también aquella relación finalizó mal. Ahora, David teme que quiera volver y, a la vez, se da cuenta que todavía sigue enamorado de ella. “¡Aclárate David!”, le digo, y le deseo suerte en su toma de decisión. Estudió Agrónomo pero no terminó. Tiene el título de Ingeniero Técnico Agrícola, como mi hija mayor. Se acaba de preinscribir para un curso sobre Enología, pues su hermana tiene viñedos y hay tradición familiar. Lo malo es que hay poco espacio para una nueva bodega y presentar un nuevo vino. Me dice: “No te puedo invitar a venir a casa, pues estoy invitado en casa de un amigo”. Me da su resto de Acuarius, lo que queda de una botella de litro y medio, y se lo agradezco. Le comento que, para mí, el mayor fallo que tiene el Acuarius es que esté tan azucarado. Me dice que lo beba y deje el agua para mañana. Nos despedimos deseándonos lo mejor, que yo termine bien mi viaje y que él acierte en su decisión. A lo mejor, en este momento en que escribo el blog en 2014, casi tres años después, ya son matrimonio. Cuando se va, ya sólo quedan en la playa los italianos.

Anochecer en Cala Comte
Los del mojito se han ido antes. La italiana camina hacia el chiringuito y él le fotografía, quizás le filma. Otra pareja también se está yendo. Como el bocadillo y, cuando se ha ido David, como una naranja fea, pero muy rica, dulce y jugosa y, también, una nectarina, que también está dulce y jugosa. A los italianos les pregunto si han llegado a ver alguna vez el rayo verde y les hablo de la novela de Julio Verne y de la película de Eric Rohmer. Les cuento mi viaje y muestran su asombro. Ya se han ido los italianos y estoy solo con el subsahariano que, cansado, se tumba en una hamaca y fuma con la mano derecha. Aprovecho para ir preparando mi cama. Al irse, le digo que las chicas le han apilado tres hamacas. El negrito se va, y yo me acuesto. La última música y la puesta de sol, han atraído gente al chiringuito y también se agrupa gente en el borde del acantilado para ver el ocaso. Ya se han ido todos. El chiringuito, después de recoger todo, lo ha cerrado el negrito, pero se mantiene dentro alguna luz encendida que filtra hacia el exterior. Por fin la apaga. Veo su silueta salir al exterior y la brasa de un cigarrillo encendido asciende las escaleras. Al rato veo que baja una sombra, se mete en el chiringuito y ya no le vuelvo a ver más. Inicialmente, ha quedado un anochecer naranja, muy bonito, con pequeñas islas al fondo. Desde mi dormitorio, las islas grandes no las veo. De madrugada, en la zona iluminada por la luna, que recorta la sombra del acantilado, aparece la sombra de un animal que pudiera ser una rata, pero la veo que camina muy parsimoniosamente y me hace pensar en otro animal. Según se va acercando se va confirmando lo que yo pienso que es y, efectivamente, es un erizo de tierra. Me incorporo un poco en el saco, le echo arena y reacciona escapando algo más rápido que la velocidad que traía.

Balance del día
Ha sido un día tranquilo, donde los encuentros más interesantes se han dado al final de la jornada. El matrimonio que me ha contado comportamientos de antaño con añoranza y David con su dilema de renunciar al Norte por la granadina o seguir como está, que no está mal. La otra opción es crear una nueva bodega en La Rioja y poner en práctica los conocimientos vitivinícolas que está adquiriendo. El paseo por calas ha sido variado y el día ha sido estupendo en cuanto a sol y temperatura.

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