(291.1)
Regreso a casa sin prisa
Anochecer
en Balearia
Para
las 20:30 h la chica de la taquilla me dice que siga al fondo de las
cadenas y que me ponga a la cola. La sala de espera está más
animada que cuando vine en el Maverick de Ibiza. “¿Todos habremos
pagado tanto?”, me pregunto. A pesar de que me parecía que había
mucha gente, la zona de butacas, una vez subidos al barco, va
bastante vacía. La gente se ha dispersado por todo el barco. Yo
estoy sin ganas de escribir postales. Aunque el movimiento del
Balearia sea leve, no deja de ser un barco. Creo que la ensalada no
me ha sentado nada bien. Me está produciendo desgana o, a lo mejor,
es la acumulación de los 49 días de viaje, más los previos. La
azafata saluda por megafonía, el capitán también. Son sus prerrogativas. Ni yo,
ni nosotros, podemos saludar ni al capitán, ni a la azafata. Cuando
sale el barco, enfila hacia el sol, así que va a ser difícil que
podamos ver la puesta. La playa donde he dejado a Jose ya va quedando
muy lejos y ya no puedo distinguir el lugar y mucho menos la pulguita
del amigo que allí se ha quedado. Quizás si, al salir del puerto
hubiera subido a cubierta, le podría haber visto y también la
puesta de sol, pero la desgana me puede y hace que me quede sin
moverme en el asiento. La película de la factoría Disney que nos
ponen es penosa, y el que la maneja más penoso todavía. Hasta emite
anuncios que nada tienen que ver con la compañía Balearia. Hay
gente que coge manta para ir más arropado y que luego la tendrá que
devolver a la voz de mando: ¡Ar! Hora prevista de llegada a Denia,
las 23:30 h. pero, para cuando salgo del barco, el penúltimo, casi
son las 00:00 h.
Denia
El que
viene el último, detrás de mí, me dice: “la playa la tienes a la
izquierda, hacia el Sur”. Recuerdo las rocas nudistas del Sur, pero
quedan demasiado lejos y no hay arena como para dormir a gusto. Voy
caminando por el paseo marítimo. Grupos de jóvenes charlan y beben,
o beben y charlan, a lo largo del pretil del paseo. Unos sentados,
otros de pie, otros preparando los potingues, las mezclas. ¡A ver si
conseguimos que el colocón sea ipso facto en el acto! No sé qué es
lo que les iluminará más si la bebida o las potentes farolas. Un
hombre me dice que si quiero dormir en la playa, que mejor me vaya
hacia el final. Pero el final de la playa aún recibe un haz de luz
de las farolas que creo me va a molestar durante la noche. Tampoco veo
claro si la playa ya ha sido limpiada, ni si hay posidonia. Cuando
llego a zona en que no llega la luz de las farolas, la playa ha
dejado de ser de arena y a pasado a ser de piedras y rocas. Llego a zona
de casas y un hombre que sale de la suya me dice que es mejor que
duerma en la playa del Norte, que es más ancha, con más zona de
arena seca y que me permitirá alejarme de la orilla y del paseo sin
correr ningún peligro. Le hago caso y deshago lo andado. Hay algún
grupo de jóvenes que ya estaba antes, otros se han ido, otros
nuevos. Voy pasando por delante de ellos y algunos ya pensarán “¿qué
hará este vejete dando tantas vueltas con sus mochilas?” Será la
una y media cuando me acuesto en una portería de futbito playero,
protegido de cualquier máquina de limpieza que le dé por ponerse en
marcha de madrugada. Duermo bien unas cinco horas. Pasan dos grupos de noctámbulos
con conversaciones coherentes. No me levanto ni una vez a orinar.
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