Etapa 28
(270) 30 de junio de 2011, jueves. San Marcial.
Punta
Negra-Palmanova-Magaluf-Cala de Cap Falcó-Cala Bella Dona-Cala
Portals Vells (El Mago)-Cala Figuera-Cala Rafeubetx-El Toro-Porto
Adriano-Platja de El Toro.
Amanecer
regado en Punta Negra
Aunque
todavía falta una semana para los Sanfermines, me levanto para las
seis. No me baño porque estoy sobre zona rocosa. Recojo todas mis
pertenencias y dejo las hamacas donde estaban cuando llegué.
prohibiciones con total impunidad.
¡No sé para qué está el
equipo de seguridad! De momento sé lo que uno de ellos intentó
anoche: no dejarme entrar, sólo por la apariencia, porque no le
parecí digno para cenar en tan exclusivo lugar. Menos mal que el
personal del restaurante no sólo no fue tan excluyente, sino que
demostró ser muy acogedor. Han empezado a funcionar los aspersores.
Así está de verde la yerba. Tengo la fortuna de que el agua riega
hasta unos centímetros de donde he dormido. ¡Me he librado por
pelos de un suave remojón!
El aire, que ha soplado durante toda la
noche, también ayuda y empuja el agua hacia el Sur. Cuando me pongo
en marcha, lo hago por el jardín entre la piscina y la costa marina.
Esquivo como puedo las espitas de aspersión. Sin salir del recinto
hostelero, encuentro el cartel que indica cómo la Ley de costas
prohíbe sacar del recinto ningún útil de playa. Es lo que me
demuestra que las hamacas que han sido mi dormitorio esta noche,
están en situación de fuera de la ley. He dormido en hamaca ilegal.
Escapando
del hotel sin pagar la estancia
Cojo
un camino costeante que me saca con éxito del recinto del hotel.
Paso por terreno delantero de una casa que no sé si pertenece o no
al hotel, donde un hombre duerme sobre una hamaca. Paso por delante
de él sin despertarlo y enseguida estoy en el lugar donde ayer
llegué con Toni.
Lo que demuestra que he dormido muy cerca de donde habíamos previsto entre los dos. La playa elegida está justamente detrás de mi atalaya. Cuando paso la verja de ayer, se enciende una luz potente pero ya inoperante puesto que tengo una buena luz diurna. También, como ayer, me aferro al tronco retorcido de un árbol que me sirve para continuar en un lugar de paso complicado. Cuando ya estoy fuera, en la carretera, regreso al lugar donde ayer el segurata intentó repeler mi presencia del entorno en que él era responsable de seguridad. Probablemente su actuación habría que calificarla de intento de abuso de poder, pero no tengo conocimiento de qué órdenes explícitas recibe de sus superiores, para poderlo juzgar. Es muy probable que cumpliera con su deber. Cuando llego a la garita del de seguridad, ya no está el mismo de ayer tarde, pues ya se ha producido el cambio de turno. Cuando me acerco a preguntar, el responsable de hoy se dirige a mí de una forma tan intimidante y de tan mala educación, que permanezco mudo ante él, y tras un rato de mirarle y no decirle nada, me doy la vuelta y me voy. ¡Qué podía decir a semejante energúmeno! ¿Qué vigile mejor el cumplimiento de la Ley de costas en el recinto del hotel que él vigila?, ¿Qué esta noche ha dormido un menda en los jardines del hotel y ni se han enterado tan cumplidores vigilantes? Si hubiera estado el compañero de ayer, a él sí le habría preguntado por las razones que le llevaron a no dejarme entrar, le habría comentado lo de las hamacas y mi dormida, pero al nuevo, hubiera tenido que explicarle demasiadas cosas. Cuando lo comente después con Santiago, me dirá que el propietario del hotel es un alemán y probablemente sea él el que les de instrucciones muy estrictas.
Palmanova.
Santiago. Xurxo
Aprovechando
que acaba de pasar un coche, aprovecho la gran verja abierta para
salir a la carretera, sin preocuparme de que me abran la de peatones.
Saliendo del entorno hotelero, me encuentro con Santiago, que está
haciendo su recorrido mañanero antes de que empiece al calor. Tiene
intención de hacer el Camino de Santiago, pero siempre lo va
posponiendo porque nunca se considera con la suficiente preparación
para abordarlo. Quiere empezarlo en Roncesvalles (Orreaga) y yo le
recomiendo Saint Jean Pied de Port. Le estoy contando lo de los
seguratas, y me comenta lo del dueño alemán.
Cuando le estoy
hablando de mochilas y calzado para el camino de Santiago, aparece
Xurxo, que me saluda. Al principio lo confundo con Manu, el que
estaba con Lita en Cala Blava, y que se comprometió a echar al buzón
la postal para Toni, aunque no pillo ni la fabla aragonesa ni la
galega. Se aclara el malentendido enseguida, en cuanto le pregunto
por Lita y me dice que su pareja se llama Alicia. Tengo que hacer un
vertiginoso retroceso a la playa de Es Trenc y rememorar el rato que
charlamos allí, los baños y el desayuno en Ses Covetes.
Xurxo va a
trabajar y le acompaño hasta el hotel en que trabaja, tienen horario
flexible y todavía no están en la temporada álgida y no hay mucho
trabajo. Ha sido una sorpresa muy agradable volverlo a ver, y no será
la última. Manu, el de la postal, vivía en Palma y Xurxo por aquí
cerca, en Palmanova. Al despedirnos, me dice que actuarán con el
grupo de canto mañana en Peguera. No prometo nada, puesto que ni sé
dónde está Peguera, nos damos un abrazo y saludos para Alicia de mi
parte. Hemos pasado las dos primeras playas de Palmanova y nos
despedimos en la tercera. Luego pasaré a Magaluf.
Magaluf.
Un rabo descomunal
La
playa aparece partida en dos por un malecón. Me sitúo en el inicio
y, en cuanto salgo de la zona de sombra de los edificios, me doy un
rico bañito en bolas. En el agua, una pareja joven se baña. Parece
que están también desnudos, pero se ve en ella una sombra azul. Él,
por detrás, descubre sus melones que afloran como dos boyas
flotantes, y simula que se la está metiendo por el berenguti. Un
juego más entre parejas que es permitido, en especial en horas tan
tempranas. Salgo y vuelvo a tirarme al agua tras una pequeña
carrera. El agua está deliciosa y salgo para secarme al aire y al
sol, paseando por la orilla. Algunos noctámbulos dormitan en las
hamacas de la playa. La pareja lleva ya mucho rato en el agua pero no
sale. Finalmente él se decide a salir y ella se queda sola en el
agua. La salida del muchacho es apoteósica pues lo hace con el rabo
erizado y con un gesto en la cara muy especial, entre avergonzado y
orgulloso de poseer semejante aparato. Se lo agarra, en un intento de
ocultamiento, pero se vuelve hacia el mar para mostrárselo de lejos
a su chica, mientras ella se ríe. No sé si ella no quiere salir del
agua, por miedo de lo que pueda intentar él o por vergüenza. Luego
sabré por qué: sólo lleva una camiseta corta azul y se niega a
salir hasta que su chico le lleve una prenda blanca. Cuando él se la
lleva, ya salen los dos, aunque ella intentando ocultar su ausencia
de bragas. Al muchacho ya se le ha bajado algo la hinchazón peniana
pero, sin estar flácido, aún muestra un hermoso pene.
Llegan y se
sientan en la arena, un grupo de turistas extranjeros jóvenes que le
miran entre extrañados y envidiosos. Solamente uno de ellos se baña
con bañador y hace comentarios jocosos desde el agua, aunque en
idioma que yo no entiendo. Lo de jocosos lo sé por el tono y por las
risas que provoca en sus compañeros. Ya seco, me visto y me voy y,
al pasar junto al joven liberal estrecho su mano dándole la
enhorabuena por su desinhibición. Si hubiera sido en otra hora más
tardía, no le habrían dejado estar así en la playa y,
probablemente, lo habrían detenido. Pero la hora es propicia y a mí
y al grupo nos ha proporcionado un espectáculo gratuito. No sé si a
los otros, pero a mí no me ha ofendido. Quizás porque soy nudista y
me ha parecido una muestra de liberalidad. El problema es que se
relacione esta práctica con el nudismo familiar de otras playas,
donde el sexo no se practica a la vista.
A primeros de abril de 2014
se ha estrenado en Donostia una película, El desconocido del lago,
que se desarrolla en el espacio natural de un lago nudista. Todo se
presenta con naturalidad, los nudistas se presentan tal cual ante las
cámaras, sin esas muestras típicas de demostrar sin mostrar o
poniendo elementos varios delante de las partes pudendas. Es lo mejor
de la película, ofrecer nudismo sin complejos. Pero en esta playa
sólo hay hombres y el ambiente es de encuentros homosexuales. Ya
estamos hablando de algo más que nudismo. La escena que he
presenciado hace unos momentos, nada tiene que ver con lo que
normalmente se ve en una playa nudista. Además, ésta de Magaluf no
lo es ni lo será nunca, puesto que es muy urbana. Al fondo de la
bahía está la isla de Sa Porrassa.
Buscando
desayuno
Saliendo
de la playa, un poco más adelante, veo un bar, pero no abren hasta
las nueve y todavía no son más que las 8:10 h. Había preparado la
pastilla y la había metido en el bolsillo del pantalón, pero se me
ha perdido y saco otra y me la tomo a las nueve. En la playa veo a un
chico borracho y rebozado en arena. Doy una vuelta y acabo en un bar,
sin darme cuenta que era el mismo que he visto antes pero al que
ahora accedo por distinto sitio.
Unos hombres esperan en la calle.
Son camareros de un hotel, a los que obligan a llevar pañuelico rojo
y que me traen recuerdos de San Pedro, San Marcial y San Fermín. Y
se da la circunstancia de que ayer fue la romería de San Pedro en
Altsasu y hoy el alarde de San Martzial en Irun. El borracho es
jovencito, sube como puede las escaleras y se mete en las cocinas del
hotel. Voy saliendo de Magaluf en dirección a las calas Vinyes y del
Cap Falcó. Segunda visión de Illa de sa Porrassa.
Cala
Vinyes
Esta
primera cala la veo desde las inmediaciones del Hotel Barceló. Saco
una foto entre los pinos, que sólo me permiten ver un trocito de
arena, que podría ser de cualquier playa. Saco otra desde una
atalaya y orientada hacia el hotel y el mar. Todavía asoma sa
Porrassa.
Como las personas que están pasando ahora, yo he caminado
por la pasarela que dispone de una trama acristalada. Se ve que todo
el tinglado, aunque parece que está hecho recientemente, ya ha ido
fallando y ahora hay operarios reconstruyendo el desaguisado. La
están reforzando con elementos metálicos. Entre las cintas
preventivas, los obreros y los materiales para la reparación, el
paso de los peatones no resulta nada cómodo.
Una vez visto todo
desde arriba, ni me molesto en bajar a la Cala Vinyes, puesto que ya
me he bañado en Magaluf y me gustaría desayunar, pero ni me molesto
en pedir precio en el Hotel Barceló y voy siguiendo por arriba hacia
la cala siguiente. Para llegar a ella tendré más problemas. Dejo y
cojo nuevos caminos y carreteras mal asfaltadas. Cuando vuelvo a
salir a la costa, veo un acantilado irregular con pino bajo y con
entrantes poco claros. A pesar de no ver nada claro, la siguiente
cala está a mis pies y en cinco minutos ya estoy abajo. Será aquí
donde desayunaré.
Cala de
Cap Falcó
Ya
desde arriba del acantilado se veía un islote que ahora, desde la
propia playa, se ve más nítido en mi foto hacia la bocana. Parece desgajado del continente. El
descenso a la playa ha sido fácil, primero por buen camino y
finalizando por un tramo de escaleras que bajan de más arriba.
También será muy suave la entrada al agua, en un no demasiado largo
brazo de mar, que permite el acceso desde las rocas laterales que van
desde la playa de arena hasta la bocana.
La cala me parece preciosa, solitaria, en la parte interior, al fondo, hay un chiringuito y un hombre limpia las hamacas. Como en la zona de la orilla no hay nadie, me baño en bolas y, cuando me seco al aire, me visto y voy hacia el chiringuito. La distribución es de un parasol de paja seca por cada dos hamacas de los que habrá una veintena como mucho. Cuarenta personas prácticamente llenarían la playa. A pesar de que ayer cené bien, hoy, quizás porque ya llevo andadas unas cuantas horas, me decido a hacer un desayuno potente.
Tomo zumo de naranja, un plátano,
un vaso de leche con descafeinado y un trozo de ensaimada gigante
rellena de una especie de crema de huevo que muy bien podría decirse
que es crema catalana. Está muy rica. Me cuesta 11 € y me acuerdo
que he olvidado sacar dinero en cajero en donde podía haberlo hecho:
Palmanova o Magaluf. Es tarde para regresar y mi lamento llega a
destiempo.
Hablo con todos, con la mujer de la barra, con el que
cocina y con el que limpia. Cuando estoy escribiendo el diario
aparece por la playa Adrián.
Adrián,
masajista argentino
Añora
a sus padres que los tiene en Argentina y a los que en nueve años no
ha visto más que una sola vez. Su padre tiene 69 años y está con
la salud muy deteriorada. Dice que lo mejor que pudo hacer es venir a
España, pero le gustaría traérselos. Tiene trabajo en la playa con
clientes bastante estables y le digo que me da mucha pena no hacerle
trabajar, ya que no le puedo pagar. Me dice que me lo puede dar
gratis cuando vuelva de nadar. Se pone gafas de agua y me dice que
tardará unos 20 o 30 minutos y, si no me he ido me vendrá a
buscar. Se va. Tengo diario para rato. Cuando regresa todavía me
queda un rato de escritura. Coge sus útiles de masaje y nos vamos
hacia el lateral derecho de la playa donde tiene preparada la cama.
Me quedo en calzoncillos y me da un masaje genial. Empieza por las
piernas y le comento mi rotura de peroné en 2009. “Todavía tienes
nódulos en la pierna izquierda”, me dice. Su acción en el hombro
izquierdo me duele, pero me hace bien. Le cuento lo que me pasó,
pero me dice: “en una sola sesión no te puedo curar”. El calor
final en el cuello y en el culo produce sensación placentera. En dos
momentos de su masaje, he perdido la noción de mi cuerpo y me he
evadido de este mundo.
Cuando termina, me dice que si quiero playa
nudista la tengo a diez minutos en la cala Bella Dona. Menos mal que
es separado (bella mujer), pues todo junto (belladona) sería un
veneno. Agradecido por el masaje y sin dinero para darle (hasta la
tarde no encontraré un cajero de La Caixa), me vuelvo a mi sitio
para seguir con el diario. Son las 14:10 h cuando termino, recojo y
me voy. Adrián está dando un masaje a una mujer. Me acerco para
despedirme pero lo veo tan concentrado en su tarea que no me atrevo a
distraerlo. En poco rato me ha hecho dos regalos: un masaje que me ha
dejado mejor si cabe de lo que ya estaba, y la información de playa
nudista próxima. Muchísimas gracias amigo Adrián.
Cala
Bella Dona
Salgo
por el camino indicado que me lleva, sin dudas, a la playa buscada.
Bella Dona es peor playa que la cala de Cap Falcó. Sólo hay margen
para una persona tumbada entre las piedras, los arbustos y la ruptura
de la ola. Es imposible hacer dos filas; quizás en el rincón, con
algo más de espacio en el ancho pasillo de la entrada, donde se
pondrán tres argentinos con su perro.
Nada más llegar, un
trenecillo tipo txu-txu muy corto, no sé si uno o dos vagones, se
lleva a dos mujeres con algún niño, y no sé si a alguien más que
ya estuviera montado. Los lleva hacia el hotel, que pone un servicio
periódico con horario fijo, haya o no clientes, y que está incluido
en el precio del hotel. Me ha venido bien que se hayan ido nada más
llegar yo, así me puedo desnudar y bañarme tranquilo. Pero vienen
dos jovencitas que llegan y se meten al agua antes de que yo lo haga.
En las rocas de la derecha hay dos chicas que leen y, un poco más
hacia la bocana, dos chicos, uno hasta con camiseta y que busca para
esconderse la sombra de la cueva.
Más tarde llega otro amigo con
atuendo para pesca submarina. Entretanto, el amigo que estaba al sol
se ha bañado. Por el otro lado, una pareja se está vistiendo para
marchar. Observo para ver qué camino toman y poderlo coger yo luego.
Van por un camino que continúa por una escalinata. Luego lo seguiré.
Otra parejita ha quedado en su zona: leen y se bañan. Él pasea
luego por la zona. Ya ha regresado el tren txu-txu, y el conductor
está subido sobre una roca detrás de mí. Otea el horizonte. “No
me puedo dar un baño en horario de servicio”, me dice. Como no
conoce la zona, no me puede orientar. Los vecinos, que se han puesto
a mi lado, tampoco.
Los argentinos, menos. Hablo con ellos. Conocen a Adrián, ella lo ve casi todos los días: “me despediré de él de tu parte”, me dice. Después de otro baño, cuando ya me voy a marchar, llega un habitual de la playa, que no sé si es nudista o no, y se coloca en el espacio que yo abandono. Me confirma que la salida de la playa es subiendo la escalinata por la que él ha bajado. Con esta seguridad, abandono la cala Bella Dona.
Sol
de Mallorca y Cala de Portals Vells
Subidas
las escaleras y ya en la cima, encuentro a un chico que va a montar
en su coche tuneado. Le ha puesto unos alerones que casi rozan el
suelo. “Cuando lo pongo en marcha, asciende”, me dice. Y cuando
lo hace, puedo reafirmar que es cierto.
Me dice: “sigue hasta el
Casino y, al bajar, encontrarás la Cala de Portals Vells”. Ya al
otro lado veo un puerto muy abrigado y el conjunto del entrante de
mar. Se trata de una cala con tres o cuatro ramales (dibujando una
mano con tres dedos).
En la primera de las subcalas, compro bocata.
La chica que me lo prepara es muy agradable. Tardará bastante,
puesto que hace el pan en el momento (unos 8 minutos). Me da agua en
un vaso.
Bebo parte del agua que me ha dado y, el resto, lo echo a mi
botellín. Cuando está hecho el bocadillo de tortilla de patata con
tomate (4,50 €), le pido que me lo corte por la mitad y, así,
guardo medio y me voy comiendo el otro medio por el camino. Para
cuando llego a la siguiente subcala, ya me lo he terminado de comer.
Paso por una zona donde el acantilado de arenisca, por efecto del
agua y el viento, ha producido una especie de cueva natural abierta.
Esta segunda cala se llama El Mago
pero no sé si es porque así se llama el chiringuito de la playa, o
el chiringuito se llama así porque es el nombre de la playa. Tanto
en la arena como en las rocas, la mayoría de la gente está desnuda,
pero la cala no me gusta.
Hay poco sitio para todos los que estamos y
está llena de piedras. Menos mal que las rocas amables laterales,
del lado izquierdo, permiten acceder al agua, y así no se hace
necesario entrar por la arena pisando piedras.
Tras el segundo baño
y casi sin sitio en la arena para secarme al sol, me desplazo para
andar desnudo por las rocas. Llego hasta el tontorro (punta, cabo)
que me permite ver la primera playa.
De regreso, pregunto a un
cuarteto (dos parejas). Sólo uno de los dos chicos está desnudo, y
es el que me da información sobre un camino que estamos viendo
enfrente.
Me recomiendan que visite las cuevas, se interesan por mi recorrido y me desean buen viaje. Vuelvo a mi sitio, me visto y me voy hacia las cuevas.
El camino, de lejos, parecía que iba al ras de
las rocas, pero va por más arriba. Al llegar frente a las dos
parejas, les saludo de lejos con la mano y una de las mujeres me
responderá con efusión con las dos manos. Es a la que más le ha
emocionado mi viaje. Terminan saludando los cuatro. Me siento
observado y feliz, como si su mirada fuera un compañero de viaje que
me arropa y acoge. Visito las cuevas que me parecen más grandes de
lo que imaginaba en la distancia. Son enormes y me meto dentro para
sacar alguna foto que resulte más interesante. Lo logro a medias.
Salvaré al menos una para complementar la que he sacado del
exterior.
Para salir de la Cala de Portals Vells, asciendo desde las
cuevas por un camino lateral que abandona el principal para asomarse
al acantilado. Hay veces que da la sensación que me mete hacia el
interior separándome de mi objetivo costero, pero la realidad es que
me acerca y aleja de la costa según me voy aproximando al Cap de
Cala Figuera. La verdad es que se va complicando llegar a él.
Cap de
Cala Figuera
Con
este cabo se acaba la Badia de Palma y pasaré a la parte Sudocidental
de la isla mallorquina. Pero aún tendré que bregar. Me encuentro
con jóvenes con un atuendo verde de camuflaje, que no sé si son
militares o forestales. Como no les pregunto, me quedo con la duda.
Al que pregunto, me responde que siga siempre el sendero más
costero, que es el que me llevará al faro del cabo de Cala Figuera.
En varias ocasiones me parece que lo tengo ya a tiro de piedra, pero
serán espejismos producidos por las ganas de llegar.
Algunos
entrantes de mar, con su garganta de torrentera, me obligan a dar más
rodeo que el deseado.
En uno de ellos encuentro fondeado un yate grande y unos jóvenes dan vueltas en una motora menor. Parece que están haciendo alguna investigación hacia las rocas del acantilado de la bocana de la rada.
Por fin, avisto el faro y es ahora cuando
empezarán las verdaderas dificultades. Son los espacios protegidos
los que no me dejan avanzar. Se ve que algunos faros son más
estrictos que otros para permitir acercarse a ellos. ¿Dependerá del
valor estratégico militar?, me pregunto. Este faro está sobre una
pequeña península y hay tapias previas que me dificultan el paso.
Tapias y Bunkers con antena que también fotografío.
En vista de la
dificultad de acceso, me limito a fotografiarlo lo más próximo que
puedo y continúo mi camino. Un poco hacia el Oeste y, luego,
ascendiendo hacia el Norte.
Abandonado el faro, inicio la ascensión
hacia un torreón que, de primeras parece en buen estado de salud y
que, por detrás, comprobaré que está en fase de demolición
natural, si no hay alguien con poder y dinero público que evite el
previsible desaguisado.
Saco al torreón de frente, de costado, por
detrás. En una se ve su desmoronamiento por la base. En otra se está
desmoronando por la cabeza. En mi mapa veo una carretera que llega al
faro, pero no la encuentro por ninguna parte.
Según lo que veo es
una carretera inexistente, salvo que esté camuflada. No me fío y
continúo el camino que va por encima bordeando el acantilado. Paso
por un espacio alambrado pero que no intercepta el camino y me
permite continuar por el acantilado que, pronto, se abre en forma de
gran rada que será la de Cala Rafeubetx.
Acantilado
hacia la Cala Rafeubetx
Es una
cala impresionante por la altura de su farallón. El camino es bueno
y continuamente me saca al acantilado. Me lleva hacia el interior y
me vuelve a sacar. Me hace disfrutar de la vista pero se me va
haciendo muy largo, larguísimo, interminable. Los elementos que me
van interesando son: los islotes que empiezan a aparecer de Es Banc
d’Eivissa y que culminan en Illa del Toro, donde aparece otro faro
al que no podré acercarme, pues lo tendría que hacer a nado; un
barco con turistas y altavoces potentes que perturban la tranquilidad
silenciosa del abrupto lugar; y un bunker, que me recuerda al que vi
en Cap Blanc.
Hasta que no llegue a El Toro, no voy a saber si estoy
o he salido de la zona presuntamente militar.¿Cuándo doblaré la
isla del Toro?, me pregunto, pero aún tardaré un buen rato.
Entretanto, he visto acercarse al barco excursionista hacia la rada y
observo como se detiene al pie del acantilado y el altavoz que emite
un vocerío abominable.
Si a mí que estoy lejos me llega tan fuerte, probablemente por el efecto bocina del propio acantilado, ¡cómo estará poniendo la cabeza a los que están más cerca! Desde arriba, aunque camuflado por el brillo reflejado del sol en los rizos marinos, me da la impresión de que los excursionistas se están tirando desde el barco y bañando en el mar. No lo puedo asegurar.
Empiezo a ascender hacia la parte más alta del acantilado, que tiene cuevas debajo, por la parte más próxima al mar. Saco foto hacia la isla de El Toro, antes del bunker y otra después.
El camino ya ha empezado a descender. Empiezo a ver una posible carretera, pero se trata de una carretera militar abandonada y muy deteriorada, que me conduce hasta un portón que, por la derecha, me permitirá pasar por un hueco desalambrado.
Ahora ya sé que, definitivamente, he salido de la Zona Militar, pues al salir veo un cartel en el suelo, herrumbroso y desvencijado que pone Stop Zona Militar. Me he bebido toda el agua y suspiro por una cerveza.
Si a mí que estoy lejos me llega tan fuerte, probablemente por el efecto bocina del propio acantilado, ¡cómo estará poniendo la cabeza a los que están más cerca! Desde arriba, aunque camuflado por el brillo reflejado del sol en los rizos marinos, me da la impresión de que los excursionistas se están tirando desde el barco y bañando en el mar. No lo puedo asegurar.
Empiezo a ascender hacia la parte más alta del acantilado, que tiene cuevas debajo, por la parte más próxima al mar. Saco foto hacia la isla de El Toro, antes del bunker y otra después.
El camino ya ha empezado a descender. Empiezo a ver una posible carretera, pero se trata de una carretera militar abandonada y muy deteriorada, que me conduce hasta un portón que, por la derecha, me permitirá pasar por un hueco desalambrado.
Ahora ya sé que, definitivamente, he salido de la Zona Militar, pues al salir veo un cartel en el suelo, herrumbroso y desvencijado que pone Stop Zona Militar. Me he bebido toda el agua y suspiro por una cerveza.
Me
encuentro ya al otro lado de es Banc d’Eivissa e illa del Toro. En
un mirador a propósito para disfrutar de este fenómeno que alarga
la ínsula hacia el Sur, quizás más hacia el Sudoeste, hacia Ibiza
(Eivissa). Madre e hijo también se asoman y les pregunto. Él me
dice que siga por la segunda calle y que, al final, en la rotonda,
encontraré un bar. Escucho perros ladradores al pasar junto a las
casas. Llego al bar Snooker. Dan comidas pero, ni con monedas, mis
caudales llegan a 10 €. Pido cerveza y me sabe riquísima y pago 2
€. La chica que me la sirve es eslovaca. Lleva poco tiempo aquí,
de hecho, esta misma mañana ha tenido que ir a Palma para presentar
los papeles de la Seguridad Social. Después ha vuelto, comido,
preparado las mesas y se ha echado dos horitas de siesta. Ahora,
cuando habla conmigo, ya está descansada del trajín mañanero.
Pasan por delante de mis narices platos apetitosos. La dueña
controla sus pasos para que no se entretenga tanto conmigo, que busco
conversación, y haga bien su trabajo. Es normal, ella le paga por
hacerlo. Así, nuestra conversación se irá produciendo de forma
bastante entrecortada. No compartió gusto por la división de su
país, “¡después de tantos años juntos!”, me dice. “Fueron
los checos los que más pujaron por que se separaran”, añade, “y
ahora también tienen problemas con las minorías húngaras”. Me
dice que le encanta Praga y, en menor medida, Budapest. Los estudios
que tiene son los de filología, en los que está graduada, pero le
faltan dos años para completar la carrera. Le gusta mucho la poesía
y el teatro de Federico García Lorca, pero empezaron con Machado,
cuya poesía también le gusta. Hablamos de la dificultad añadida
que tienen los traductores de poesía para conservar la música de
las palabras, la adecuación al otro idioma, sin perder ni rima ni
contenido, obligados a cambiar las palabras, sin desvirtuarlas. La
edición bilingüe es una solución, pero lo traducido requiere
presentar varias visiones, muchas variables: la literal, la intención
del poeta, la búsqueda de equivalentes anclados en el ideario
colectivo del idioma original y del del idioma a que se traduce. A
pesar del control de la dueña, hemos podido compartir e intercambiar
acerca de una parte de su interés por la filología. Le deseo suerte en Mallorca y
que pueda terminar los dos cursos que le quedan para ser filóloga.
Ella a mí me desea éxito en la culminación del bonito viaje que
estoy realizando. Hablo también con la dueña del Snooker, que lo
regenta desde hace 25 años. Es inglesa. Lleva casada 40 años con un
belga y tienen un hijo mallorquín. “No me puedo quejar”, me
dice. Tras despedirme de eslovaca, inglesa y belga, sigo mi camino.
Con
dinero. “Hola Don Pepito”
Sigo
bajando la calle de El Toro que finalizará muy próximo a la playa.
Un hombre espera en la calle a que se libre el cajero automático. Me
fijo bien y leo: ServiRed, así que espero yo también y saco 300 €
con una comisión de 40 céntimos para La Caixa. Un niño que va con su papá
canta: “Hola don Pepito, hola don José” y yo continúo: “¿Pasó
usted ya por casa? Por su casa yo pasé…” El niño se muestra
vergonzoso y se esconde tras parapeto publicitario. Me asomo y le doy
un pequeño susto. Su papá me sigue el juego y el niño va cogiendo
confianza y me provoca, de nuevo, con su canción. Ya sabe que ha
sido lo que ha dado origen a nuestro juego. Finalmente, ellos y yo
seguimos nuestro camino. En lugar de seguir hacia la playa, doblo
hacia el puerto.
Porto
Adriano
Es el
puerto de El Toro. Pero cambio de opinión y primero me dedico a
observar qué lugar de la playa me va a convenir más para dormir.
Ayudada por la construcción del puerto y del dique que lo contiene,
se ha creado esta playa que resulta muy artificial. Probablemente
algo de arena ya habría antes de la construcción del puerto, pero
la de ahora es una hermosa playa. La arena se acumula gracias al
espigón. Esto que digo es una especulación derivada de lo que veo,
pero no está basada en nada de tipo histórico o de ninguna
información que reciba de los lugareños.
En función de cómo iluminen la playa, elegiré el lugar que más me convenga para dormir. Ahora no lo puedo saber. Salgo de la playa hacia el puerto y saco fotos. Me llama la atención un largo arriate de campanillas blancas, del tipo de las petunias, aunque también pueden ser de otra planta similar que echa flores más en cascada y que no recuerdo su nombre. Tras sacar dos fotos con el arriate sano y florido y los yates y veleros amarrados en el puerto, me voy por el espigón y saco fotos de la playa de El Toro.
Una rampa de acceso al mar a embarcaciones, está delimitada por otro pequeño espigón. En la foto se puede apreciar las dimensiones de la playa, las construcciones de altos pisos en la cima del acantilado que está sobre ella y, a la izquierda, varias construcciones hoteleras.
Se ve que El Toro ha crecido por aquí al arrimo de Porto Adriano. Como está lejos de los hoteles, me voy haciendo a la idea de que el mejor sitio para dormir será el extremo contrario de la playa, pero la decisión la tomaré después. Desde el otro lado de la rampa y ya en el dique principal, saco foto de otro gran edificio que no sé si es hotel, apartamentos o viviendas. Por suerte, este complejo ya queda más alejado del lugar de la playa que he elegido, aunque está más a nivel de mar y, por tanto, ofrece más accesibilidad a la playa.
En función de cómo iluminen la playa, elegiré el lugar que más me convenga para dormir. Ahora no lo puedo saber. Salgo de la playa hacia el puerto y saco fotos. Me llama la atención un largo arriate de campanillas blancas, del tipo de las petunias, aunque también pueden ser de otra planta similar que echa flores más en cascada y que no recuerdo su nombre. Tras sacar dos fotos con el arriate sano y florido y los yates y veleros amarrados en el puerto, me voy por el espigón y saco fotos de la playa de El Toro.
Una rampa de acceso al mar a embarcaciones, está delimitada por otro pequeño espigón. En la foto se puede apreciar las dimensiones de la playa, las construcciones de altos pisos en la cima del acantilado que está sobre ella y, a la izquierda, varias construcciones hoteleras.
Se ve que El Toro ha crecido por aquí al arrimo de Porto Adriano. Como está lejos de los hoteles, me voy haciendo a la idea de que el mejor sitio para dormir será el extremo contrario de la playa, pero la decisión la tomaré después. Desde el otro lado de la rampa y ya en el dique principal, saco foto de otro gran edificio que no sé si es hotel, apartamentos o viviendas. Por suerte, este complejo ya queda más alejado del lugar de la playa que he elegido, aunque está más a nivel de mar y, por tanto, ofrece más accesibilidad a la playa.
Cena en
El Faro de El Toro. Xabier Castilla
De
regreso, me acerco y veo la carta de La Canasta. Me apetece comer un
buen pescado, pero en la carta no aparecen animales marinos, así que
me inclino por un gazpacho y una hamburguesa. Cuando llega el
camarero a anotar la comanda, le pregunto: “en el puerto y ¿no
ofrecéis ningún pescado?” y, muy amable, sin preocuparle perder
un cliente, me dice: “si quieres comer pescado, sigue un poco más
adelante y cena en El Faro”. Tenía que ser así, la noche de San
Marcial debía acabar en el restaurante de un irunés: Xabier
Castilla.
Como me había apetecido gazpacho y aquí también lo tienen, es lo que pido. Me lo sirven en cazuela de barro y está riquísimo. De segundo, y por primera vez en mi vida, como Carpaccio de atún. Está exquisito. Es la única forma que conozco de comer un atún jugoso y sin perder sabor. Llega acompañado de unas poquitas verduras gustosas, que al final aliñaré y comeré, y de limón y pimientas varias para macerarlo. Normalmente el atún, en el País Vasco, lo comemos a la parrilla, sin pasarnos de tiempo, o con tomate o en marmitako con patatas y algún pimiento. Rara vez ha salido jugoso; casi siempre muy seco. Por esa experiencia he podido disfrutar tanto de este atún crudo de hoy. He tomado un vaso de sangría. Pago 23,50 € con Visa y Xabier me ha perdonado el alioli y el pan y me ha obsequiado con un chupito de un alcohol rosado. Está rico también, y lo bebo de un trago. Exprimo el limón en mi botellín y Xabier me vierte de su agua mineral hasta llenarlo. El agua del grifo me ha salido caliente. Me da sus tarjetas, de éste y otro restaurante de igual nombre en Santa Ponsa.
También se dedica a organizar excursiones por el mar con Planet Sea Rescue y me dice que vive en Puigpunyent, por si le necesito cuando pase por la Serra de Tramuntana. No habrá lugar a ello, puesto que yo iré mucho más próximo a la costa, a partir de mi visita a sa Dragonera. Lo más cercano a su domicilio que estaré será cuando llegue a Estellencs. Muy agradecido por su invitación, su información y sus deseos de buena continuación, me despido de Xabier, habiendo rememorado el día del alarde de su pueblo, en el Irun de mis desvelos.
Como me había apetecido gazpacho y aquí también lo tienen, es lo que pido. Me lo sirven en cazuela de barro y está riquísimo. De segundo, y por primera vez en mi vida, como Carpaccio de atún. Está exquisito. Es la única forma que conozco de comer un atún jugoso y sin perder sabor. Llega acompañado de unas poquitas verduras gustosas, que al final aliñaré y comeré, y de limón y pimientas varias para macerarlo. Normalmente el atún, en el País Vasco, lo comemos a la parrilla, sin pasarnos de tiempo, o con tomate o en marmitako con patatas y algún pimiento. Rara vez ha salido jugoso; casi siempre muy seco. Por esa experiencia he podido disfrutar tanto de este atún crudo de hoy. He tomado un vaso de sangría. Pago 23,50 € con Visa y Xabier me ha perdonado el alioli y el pan y me ha obsequiado con un chupito de un alcohol rosado. Está rico también, y lo bebo de un trago. Exprimo el limón en mi botellín y Xabier me vierte de su agua mineral hasta llenarlo. El agua del grifo me ha salido caliente. Me da sus tarjetas, de éste y otro restaurante de igual nombre en Santa Ponsa.
También se dedica a organizar excursiones por el mar con Planet Sea Rescue y me dice que vive en Puigpunyent, por si le necesito cuando pase por la Serra de Tramuntana. No habrá lugar a ello, puesto que yo iré mucho más próximo a la costa, a partir de mi visita a sa Dragonera. Lo más cercano a su domicilio que estaré será cuando llegue a Estellencs. Muy agradecido por su invitación, su información y sus deseos de buena continuación, me despido de Xabier, habiendo rememorado el día del alarde de su pueblo, en el Irun de mis desvelos.
Mi nieto
Lander
Al
escribir sobre mi cena de El Toro, me viene el recuerdo de una comida
familiar en Donostia-San Sebastián, del pasado 2013, invitados por
mi hermana y mi cuñado que viven en Londres. Habían venido de
vacaciones y nos quisieron obsequiar a hermanos, sobrinos y sobrinos
nietos en un restaurante de Riberas de Loiola. Mi nieto Lander, que
cumplió 9 años en diciembre, es el que más amplitud de comidas
admite, y no nos sorprendió cuando eligió gazpacho como entrante.
Yo no recuerdo qué otra cosa había pedido. Cuando sacaron a Lander
el gazpacho, se quedó desagradablemente sorprendido y, al
preguntarle, nos dijo: “yo lo que quería comer era Carpaccio”.
Como Carpaccio no había en la oferta y los entrantes estaban
servidos, intercambiamos nuestros platos. Lander se comió el mío y
yo el gazpacho.
Noche en
la playa de El Toro
Salgo
del puerto de Porto Adriano por camino conocido y me dirijo hacia la
playa. Puesto que la zona más próxima al puerto está más
iluminada, me voy por la orilla hacia el otro extremo de la arena.
Una chica se baña y se sienta en la orilla. Según me voy acercando,
se va deslizando cual sirena, se sumerge en el mar y desaparece en
las profundidades. Más que en sirena pienso en una serpiente
viperina o en el monstruo del lago Ness.
Me acerco a la última pared
y noto que todavía está caliente. Se ve que le ha dado de pleno el
sol del atardecer. Con este dato, cambio de orientación y coloco las
mochilas contra el muro de rocas y con la cabeza hacia el mar. Durante la
noche sólo tendré dos focos lejanos que no me molestan y que me
vienen de la parte derecha. Las del puerto me quedan en un lateral y a
mi espalda. Ya está oscuro, me desnudo, hago mi almohada con la ropa
que me he quitado y preparo esterilla y saco de dormir. A unos 20-30
metros, un hombre habla alto con su móvil. El cielo está poco
estrellado y a las 12:15 h descubro la Osa Mayor, que parece como si
se quisiera incrustar en mis rocas. Orino y me vuelvo a dormir. Hoy
las mochilas están a buen recaudo, apretadas por mi cuerpo contra
las rocas. Duermo bien.
Balance
del día tras salir de la Badia de Palma
Tras
cuatro jornadas caminando al borde de la bahía de Palma, hoy ha sido
un día variado. El reencuentro con Xurxo, el show del extranjero
empalmado de Magaluf, el magnífico masaje de Adrián en la cala de
Cap Falcón, los baños en Bella Dona y Portals Vells. Algo penoso el
recorrido antes del Cap de Cala Figuera y, después, hasta llegar a
es Banc d’Eivissa, y el barco vocifereante de Cala Rafeubetx. La
bonita charla con los dueños y la camarera filóloga eslovaca del
Snooker, ya en El Toro. La buena orientación del camarero de La
Canasta, ya en Porto Adriano, que me ha permitido finalizar la
jornada con una cena apropiada al día de San Marcial, en restaurante
de un irunés y acabando con un placentero descanso en la arena de El
Toro, que no es lo mismo que dormir en el coso taurino.
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