Etapa 19
(261) 21 de junio de 2011, martes.
Cala
Anguila-Cala Mandía-Punta Reina-Cala Estany (Romántica)-Cova
Colom-Cala Falcó-Cala Varques-Magraner-Bota-Antena-Cala
Domingos-Cala Domingos Petite.
Amanecer
en Cala Anguila
Me
despierto poco antes de las seis. He orinado dos veces durante la
noche. Ésta de las seis es la segunda y aguanto tumbado hasta las
6:30 h, en el momento que desaparece el foco iluminador de la playa.
Tenemos todavía media luna y el sol tardará en rebasar la loma de enfrente. A las 6:30 h me incorporo, pero mantengo la cabeza dentro del saco y a las 6:50 h llegan los primeros bañistas. Dos mujeres con bañador de una pieza y un hombre, que se van metiendo al agua en ese orden, nadan hasta las boyas y se mantienen mucho tiempo dentro del agua. Me viene bien que estén alejados, me tomo la pastilla contra la hipertensión, y me baño.
Un baño en bolas cortito como siempre. A esta hora temprana y después del frío nocturno, parece que el agua está templadita. Me seco dándome unos catorce paseos por la orilla, mientras me voy secando al aire marino. Asoma un hombre con perro, dos chicos se entrenan corriendo, bajan las escaleras de Mandía y se pierden por el fondo de la playa. Pasa una mujer con perro hacia Mandía. Cuando el trío de bañistas salga del mar, yo ya estoy vestido. Llega a la orilla una mujer con tres perros. Los nadadores comentan, ellas se visten su albornoz, él se cambia con toalla y se van por las escaleras hacia Mandía. En el momento en que acabo de recoger todo y cargo las mochilas, me da el primer rayo solar de esta mañana en la cabeza.
Tenemos todavía media luna y el sol tardará en rebasar la loma de enfrente. A las 6:30 h me incorporo, pero mantengo la cabeza dentro del saco y a las 6:50 h llegan los primeros bañistas. Dos mujeres con bañador de una pieza y un hombre, que se van metiendo al agua en ese orden, nadan hasta las boyas y se mantienen mucho tiempo dentro del agua. Me viene bien que estén alejados, me tomo la pastilla contra la hipertensión, y me baño.
Un baño en bolas cortito como siempre. A esta hora temprana y después del frío nocturno, parece que el agua está templadita. Me seco dándome unos catorce paseos por la orilla, mientras me voy secando al aire marino. Asoma un hombre con perro, dos chicos se entrenan corriendo, bajan las escaleras de Mandía y se pierden por el fondo de la playa. Pasa una mujer con perro hacia Mandía. Cuando el trío de bañistas salga del mar, yo ya estoy vestido. Llega a la orilla una mujer con tres perros. Los nadadores comentan, ellas se visten su albornoz, él se cambia con toalla y se van por las escaleras hacia Mandía. En el momento en que acabo de recoger todo y cargo las mochilas, me da el primer rayo solar de esta mañana en la cabeza.
Cala
Mandía de nuevo
Cuando
estoy subiendo las escaleras, pasa la mujer de los perros con el más
joven atado y los otros dos van detrás. El perro que va delante
parece padre o madre del atado, muy viejo y asmático; tiene pinta de
que tendrá que morir en breve. El último del grupo es de los que
tienen aspecto de cerdo en forma de perro, horriblemente feo e igual
de asmático. Produce grima verlos subir las escaleras. A mí no me
gusta tener animales en casa, por lo que suponen de atadura para mi
libertad pero, casi estoy seguro, jamás tendría un perro de estas
características.
Bajando a Mandía, me encuentro con un matrimonio de jubilados. Ella es de Manacor, él es andaluz y tienen una casita por allí cerca de la cala, donde viven. Están en ayunas porque hoy les toca hacerse análisis de sangre. De no darse esta circunstancia, “te invitaríamos a desayunar en nuestra casa”, me dicen. Me añaden que, tan temprano, no tendré nada abierto, pero me orientan hacia el hotel. Me despido de ellos, y bajo a la playa.
De momento, me olvido de las escaleras y me voy escorando por el acantilado hacia la bocana de la playa. Sigo avanzando y consigo ver desde allí, la playa de Cala Anguila, aunque la zona donde he dormido, me la tapa su acantilado menor. Estoy en la zona que aparecía iluminada por el sol, cuando he sacado la primera foto esta mañana desde Anguila, donde todavía no habían llegado a aparecer los rayos solares. Desde un poco más arriba, ya en Punta Reina, saco foto hacia atrás, donde ya se ve muy lejana la Torre Falconera que estaba próxima a Coves del Drac.
Bajando a Mandía, me encuentro con un matrimonio de jubilados. Ella es de Manacor, él es andaluz y tienen una casita por allí cerca de la cala, donde viven. Están en ayunas porque hoy les toca hacerse análisis de sangre. De no darse esta circunstancia, “te invitaríamos a desayunar en nuestra casa”, me dicen. Me añaden que, tan temprano, no tendré nada abierto, pero me orientan hacia el hotel. Me despido de ellos, y bajo a la playa.
De momento, me olvido de las escaleras y me voy escorando por el acantilado hacia la bocana de la playa. Sigo avanzando y consigo ver desde allí, la playa de Cala Anguila, aunque la zona donde he dormido, me la tapa su acantilado menor. Estoy en la zona que aparecía iluminada por el sol, cuando he sacado la primera foto esta mañana desde Anguila, donde todavía no habían llegado a aparecer los rayos solares. Desde un poco más arriba, ya en Punta Reina, saco foto hacia atrás, donde ya se ve muy lejana la Torre Falconera que estaba próxima a Coves del Drac.
Punta
Reina. Mar i Cel. Víctor
Siguiendo
este camino, llego a la cima de Punta Reina. Ahora me toca buscar el
hotel pero, cuando estoy en ello, se me abre el mar y el cielo. En
Mar i Cel, un joven me prepara tostada doble de tomate y descafeinado
con leche. “Abro temprano -me dice- porque las azafatas de los Tour
operators, suelen tomar allí el café”. Llega una mujer con
txartela (cartel) de azafata. Un joven comenta que su madre siempre
le aleccionó bien: “para barrer está la mujer”. Un ejemplo de
cómo algunas madres convierten en machistas a sus hijos. Una actitud
de doble filo, puesto que así reducen a su descendencia masculina su
autonomía y, por tanto, les restan libertad. Crean auténticos
negados para la convivencia posterior en pareja o en familia. El
comentario lo ha hecho al llegar y ver al barman barriendo. He pagado
4,50 € y me pongo a escribir el diario. Pensaba escribir las tres
postales que me quedaban de Ciutadella, pero ya son las once y quiero
comprar algo para comer en las playas tan bonitas y vírgenes que
vienen, según me anuncian. Dos chicos y el barman alucinan con el
viaje que estoy haciendo y más con mis dormidas en playas.
Bananas a
precio de oro
Víctor
me orienta para ir a comprar fruta a un Spar, pero no lo veo y llego
a un Supermarket. La única fruta que veo son unos limones
grandísimos, que más parecen membrillos (Me viene la imagen de
Antonio López y Víctor Erice y su El Sol del Membrillo) y unas
bananas a 0,80 €. Yo prefiero el plátano a la banana pero, si no
hay otra cosa… Cojo las tres bananas que quedaban y me acerco a la
caja para pagarlas. Pienso que están a ese precio porque son las
últimas que quedan. Cuando las voy a pagar me dice la cajera: “2,40
€” Es decir, que el precio era por cada unidad. Doy las gracias
por la información y allí se quedan las bananas. Al decirle a la
cajera (parece la dueña) que me parecen carísimas, ella me
responde: “Es lo que hay”, como diciendo, “si quieres las coges
y si no las dejas”. Es lo que hago: dejarlas.
Mar i
Cel. Un bocata
En
vista del éxito, regreso al Mar i Cel. No sé si el Supermarket era
o no un Spar pero, en cualquier caso, mi experiencia de los Spar es
que son carísimos, sus productos no guardan la relación
calidad-precio. Cuando llego a la barra, ya no está Víctor. Es su
padre quien le sustituye. Me prepara un bocadillo de York, queso y
unas lonchas de tomate y ya nos despedimos definitivamente. He pasado
un rato agradable entre el mar y el cielo. Durante el tiempo en que
he estado escribiendo, varios grupos de azafatas han entrado a tomar
café y también se les veía formando pequeños corros en la calle, antes de
iniciar su jornada laboral con los grupos de turistas de los hoteles
de la zona. No he visto ningún azafato.
Punta
Reina. Socorrista y azafata del hotel
Voy
caminando por la parte alta de esta zona urbanizada y llego a un
lugar donde hay un hotel grandísimo, con también gran piscina, y
atestada de veraneantes. Ahora ya se puede decir que estamos en
verano con propiedad, puesto que estamos a día 21. Al pasar por la
mitad, hago una foto central de la piscina circular y de los
surtidores de agua que la renuevan y que están más próximos al
paseo. La socorrista que se encarga de mantener la seguridad de estas
piscinas, se encuentra situada en un lugar estratégico, en la parte
alta, junto a los arbustos, y aprovechando la sombra de los árboles
del paseo. Cuando llego, está hablando con una de las azafatas del
hotel que está haciendo su ronda por todas las instalaciones. La
socorrista le está informando de un suceso de ayer en la que ella
tuvo que intervenir. Tanto azafata como socorrista pertenecen a la
plantilla del hotel y son unas de las clientas por las que Víctor
abre tan temprano su Mar i Cel.
Cala
Estany
La
azafata sigue su ronda y me despido de la socorrista, deseándole que
hoy no tenga que salvar a nadie, que no tenga ningún percance que le
obligue a intervenir. Vamos, que le deseo un día tranquilo de
verano. Continúo por la acera que, pronto, iniciará el descenso y
llego a un camino con murete defensivo bastante burdo. Me asomo a él
y ya veo Cala Estany, que también recibe otro nombre: Cala
Romántica. Esta cala es más amplia que las dos últimas y ofrece un
precioso color azul que invita a baño pero, por la forma de la
playa, ya intuyo que no va a ser sitio adecuado para mi baño. La
visión de la cala es interesante, desde esta altura, y a esta hora
ya tiene muchos usuarios, y se bañan más de los que hasta estos
días era habitual ver en el agua. Saco una foto del panorama,
continúo bajando hacia la arena, con intención de cruzarla y
arrancar por su lado más al Sur. Desde donde estoy ya empiezo a
vislumbrar caminos que me permitan hacer el recorrido que quiero.
Según estoy bajando la cuesta y llegando a la playa, pregunto a un
señor mayor, muy alto, quien me dice: “tienes dos caminos”. Me
acerco a donde el socorrista, que está en el extremo Norte, quien me
dice: “aquí no puedes hacer nudismo”. Hoy no estoy con día
peleón y me abstengo de rebatirle. Más teniendo la información de
las playas vírgenes con que me voy a encontrar en breve. Le pregunto
por dónde pasar al otro lado y me dice que, yendo por detrás de la
playa el acceso al siguiente acantilado es más suave, pero que
también lo puedo hacer por una roca que está al otro lado de esta misma
playa.
Peripecias
con roca y tamarindo.
Familia ayudadora
Familia ayudadora
Llego
al extremo, asciendo como una especie de duna y llego a la roca. Casi
pegado a la roca crece un tamarindo y pienso que con un pie en ella y
otro en el tronco retorcido del tamarindo, puedo acceder al camino
que transcurre por encima. Empiezo a subir por el tamarindo y, algo
que es relativamente fácil de hacer, con el peso de las mochilas,
resulta prácticamente imposible. Sobre todo, el peso de la mochila grande
que me obliga a un esfuerzo sobrehumano. Me falta la fuerza necesaria
para poder arrimarme a la roca y darme el último empujón.
Estoy subido en el tronco y apoyado en la pared de roca y, como no puedo más, decido quitarme las mochilas y dejarlas en lo alto de la roca, en el camino. Dudo de que mi altura me lo permita. En éstas estoy, cuando aparece una alemana, su hijo y dos amiguitos. Si ayer fue Gabriel, hoy será una Ángela rubia alemana la que me ayudará. Providencialmente, ella me ayuda a subir las mochilas y yo, ya sin peso, asciendo con relativa facilidad pero, para ello, tengo que pasar por entre dos de las ramas retorcidas del tamarindo. Una vez arriba, agradezco la ayuda a la alemana y saco dos fotos, una del tamarindo junto a la roca y otra de la alemana con los tres niños. Tendrán algo más para contar. Así acaba mi aventura de la salida de Cala Estany que, para mí, no ha sido nada romántica.
Estoy subido en el tronco y apoyado en la pared de roca y, como no puedo más, decido quitarme las mochilas y dejarlas en lo alto de la roca, en el camino. Dudo de que mi altura me lo permita. En éstas estoy, cuando aparece una alemana, su hijo y dos amiguitos. Si ayer fue Gabriel, hoy será una Ángela rubia alemana la que me ayudará. Providencialmente, ella me ayuda a subir las mochilas y yo, ya sin peso, asciendo con relativa facilidad pero, para ello, tengo que pasar por entre dos de las ramas retorcidas del tamarindo. Una vez arriba, agradezco la ayuda a la alemana y saco dos fotos, una del tamarindo junto a la roca y otra de la alemana con los tres niños. Tendrán algo más para contar. Así acaba mi aventura de la salida de Cala Estany que, para mí, no ha sido nada romántica.
Cala Falcó
Si
ayer pasé por la torre Falconera, dentro de un rato podré llegar a
la Cala Falcó. Se ve, por los nombres, que en algún tiempo, no sé
si ahora también, por aquí habría muchos halcones. Esta es una
cala muy abierta, en la que el recorrido lo quiero hacer sin perder
nada del precioso y abrupto acantilado, donde se vuelven a apreciar
los bonitos azules de los fondos marinos.
Ya de lejos se puede observar que bajo el acantilado más al Sur, hay una gran cueva a la que, en el transcurso de mi recorrido, no dejaré de ver entrar a embarcaciones de distinto tamaño. Si son de poco calado, la entrada puede ser con más profundidad, pero los grandes barcos que llevan a turistas de excursión, se posicionan bajo el acantilado y hacen un pequeño circuito que simula más una aproximación que una entrada real a la cueva.
Por mi posición, tampoco puedo afirmar cuánto se aproximan, puesto que el propio acantilado no me deja ver toda la maniobra. En un momento determinado, los barcos desaparecen de mi vista y, después, vuelven a aparecer. No pasa mucho intervalo de tiempo, lo que me hace intuir lo que antes he dicho. Como se verá, no sólo es interesante la cueva para los turistas, también es un atractivo para los espeleólogos. Desde donde estoy, ya les veo cómo caminan por el sendero que está enfrente de donde voy, pero luego los veré colgarse de sus cordajes.
Cuando he iniciado el camino hacia esta cala de la que os estoy hablando, la primera parte está bastante despejada, aunque no está tan limpio de matorral como a mí me habría gustado. Como llevo las piernas bastante magulladas, cualquier roce de matas espinosas, me levanta las postillas, lo que hace que vuelvan a sangrar. Con todo, es un camino del que no me puedo quejar.
Salvo a los espeleólogos, será un camino por el que no voy a coincidir con nadie más. Sólo un poco antes de llegar a la cala Falcó, me cruzo con una pareja de extranjeros que regresa a la cala Romántica. Nos enseñamos nuestras heridas en las piernas y nos reímos los tres, aunque la que lleva él es más seria que las más superficiales que llevo yo. Nos decimos adiós y cada uno sigue su camino divergente. Los espeleólogos me dirán que la cueva se llama Colom. Pasado el primer tramo del acantilado de Cala Falcó, el camino comienza a descender. Inicio la bajada, haciéndome a la idea de darme el segundo baño de la mañana. Desde arriba me parece ver playa con arena y el agua sigue ofreciendo transparencias pero, al llegar abajo, compruebo que lo que creía arena es posidonia.
Estas algas son aquí muy altas y me da la impresión de que no están ancladas sobre la arena, sino sobre rocas, lo que me producen un plus de inseguridad. Temo pisar sobre un manto de algas y que me vaya abajo entre rocas. Aquí no hay socorrista alguno que me venga a salvar. Pero Gabriel no me abandona. Por el rincón, no me atrevo a bajar al agua, donde el mar está más tranquilo, por temor a que luego tenga dificultad para salir y por el otro lado, la ola pega con algo de fuerza. Decido desnudarme y que la propia ola al llegar me bañe-duche, mientras yo me aferro a la roca.
Aunque no es un baño placentero, al menos me sirve de refresco. Me seco al aire y me voy a vestir a lugar más seguro, al sitio donde he dejado la ropa. Tras el refresco marino, abordo el siguiente tramo de la cala Falcó. Vuelvo a ascender al borde del acantilado y allí será cuando me encuentro con los espeleólogos que había visto un rato antes. Antes caminaban, pero ahora se están colgando con sus cuerdas. Son chico y chica. El primero que inicia el descenso es él, pues parece el más experto. Pretenden ir bajando por el acantilado hacia la cueva Colom, donde siguen asomándose embarcaciones con curiosos y turistas. Me despido de los espeleólogos y continúo camino a Cala Barcas (en mi mapa Cala Varques).
Ya de lejos se puede observar que bajo el acantilado más al Sur, hay una gran cueva a la que, en el transcurso de mi recorrido, no dejaré de ver entrar a embarcaciones de distinto tamaño. Si son de poco calado, la entrada puede ser con más profundidad, pero los grandes barcos que llevan a turistas de excursión, se posicionan bajo el acantilado y hacen un pequeño circuito que simula más una aproximación que una entrada real a la cueva.
Por mi posición, tampoco puedo afirmar cuánto se aproximan, puesto que el propio acantilado no me deja ver toda la maniobra. En un momento determinado, los barcos desaparecen de mi vista y, después, vuelven a aparecer. No pasa mucho intervalo de tiempo, lo que me hace intuir lo que antes he dicho. Como se verá, no sólo es interesante la cueva para los turistas, también es un atractivo para los espeleólogos. Desde donde estoy, ya les veo cómo caminan por el sendero que está enfrente de donde voy, pero luego los veré colgarse de sus cordajes.
Cuando he iniciado el camino hacia esta cala de la que os estoy hablando, la primera parte está bastante despejada, aunque no está tan limpio de matorral como a mí me habría gustado. Como llevo las piernas bastante magulladas, cualquier roce de matas espinosas, me levanta las postillas, lo que hace que vuelvan a sangrar. Con todo, es un camino del que no me puedo quejar.
Salvo a los espeleólogos, será un camino por el que no voy a coincidir con nadie más. Sólo un poco antes de llegar a la cala Falcó, me cruzo con una pareja de extranjeros que regresa a la cala Romántica. Nos enseñamos nuestras heridas en las piernas y nos reímos los tres, aunque la que lleva él es más seria que las más superficiales que llevo yo. Nos decimos adiós y cada uno sigue su camino divergente. Los espeleólogos me dirán que la cueva se llama Colom. Pasado el primer tramo del acantilado de Cala Falcó, el camino comienza a descender. Inicio la bajada, haciéndome a la idea de darme el segundo baño de la mañana. Desde arriba me parece ver playa con arena y el agua sigue ofreciendo transparencias pero, al llegar abajo, compruebo que lo que creía arena es posidonia.
Estas algas son aquí muy altas y me da la impresión de que no están ancladas sobre la arena, sino sobre rocas, lo que me producen un plus de inseguridad. Temo pisar sobre un manto de algas y que me vaya abajo entre rocas. Aquí no hay socorrista alguno que me venga a salvar. Pero Gabriel no me abandona. Por el rincón, no me atrevo a bajar al agua, donde el mar está más tranquilo, por temor a que luego tenga dificultad para salir y por el otro lado, la ola pega con algo de fuerza. Decido desnudarme y que la propia ola al llegar me bañe-duche, mientras yo me aferro a la roca.
Aunque no es un baño placentero, al menos me sirve de refresco. Me seco al aire y me voy a vestir a lugar más seguro, al sitio donde he dejado la ropa. Tras el refresco marino, abordo el siguiente tramo de la cala Falcó. Vuelvo a ascender al borde del acantilado y allí será cuando me encuentro con los espeleólogos que había visto un rato antes. Antes caminaban, pero ahora se están colgando con sus cuerdas. Son chico y chica. El primero que inicia el descenso es él, pues parece el más experto. Pretenden ir bajando por el acantilado hacia la cueva Colom, donde siguen asomándose embarcaciones con curiosos y turistas. Me despido de los espeleólogos y continúo camino a Cala Barcas (en mi mapa Cala Varques).
Ya veo
la cala mucho antes de llegar, desde arriba del acantilado. Desde la
cima, en acantilado suave, se ven dos playitas, separadas por rocas.
No sé cuál de las dos será Varques, pero yo trataré de quedarme
en la que vea algún nudista. Todavía me queda mucho para llegar.
Acabado
el acantilado de Cala Falcó, la parte de acantilado que continúa hacia Cala Varques, está mucho más deteriorada pero, a la vez, es mucho más bonita quizás, por las cuevas y puentes que se han formado en su proceso de hundimiento.
Así voy pasando desde el lado de tierra y viendo los trabajos de filigrana que ha ido haciendo el mar al horadarlo. Como no tengo barca, entro a estas cuevas desde tierra y el espectáculo que ofrecen mirando al mar es bellísimo, mucho más bonito que a la inversa, que entrando desde el mar. Primero veo un puente natural que se puede considerar con cierta reciedumbre. Después otro más liviano, que produciría vértigo si caminara por arriba. Toda esta costa pertenece a Son Josep.
Acabado
el acantilado de Cala Falcó, la parte de acantilado que continúa hacia Cala Varques, está mucho más deteriorada pero, a la vez, es mucho más bonita quizás, por las cuevas y puentes que se han formado en su proceso de hundimiento.
Así voy pasando desde el lado de tierra y viendo los trabajos de filigrana que ha ido haciendo el mar al horadarlo. Como no tengo barca, entro a estas cuevas desde tierra y el espectáculo que ofrecen mirando al mar es bellísimo, mucho más bonito que a la inversa, que entrando desde el mar. Primero veo un puente natural que se puede considerar con cierta reciedumbre. Después otro más liviano, que produciría vértigo si caminara por arriba. Toda esta costa pertenece a Son Josep.
Quizás
debiera decir en la cuerda tensa. El acantilado continúa a menor
altura, según me voy acercando a Cala Varques. Dos amigos juegan a
subirse y tirarse desde la roca al agua transparente.
Desde allí, veo cómo en el siguiente entrante de mar, un grupo más numeroso, juega a un deporte más difícil de conseguir.
Han extendido un grueso cordel y lo han amarrado al acantilado de enfrente. Durante un buen rato, y hasta que doble el siguiente tramo que ya me oriente a la cala nudista que busco, les iré viendo el empeño que ponen en conseguir lo que se proponen. Ciertamente, las posibilidades de éxito no dejan de ser escasas. A juzgar por lo que veo, creo más bien, es tarea imposible. Ninguno avanza más de dos metros por la cuerda. La cuerda parece bastante tensa y, probablemente sea adecuada para un buen funámbulo, pero estos jóvenes parecen bastante inexpertos. Quizás tampoco lleven el material más adecuado en los pies. Si seguimos el ejercicio, alguno da un paso, quizá el segundo y ¡patos al agua! Ya en el otro lado de la cuerda tensa, veo a un adulto que da la mano a una niña, pero el resultado será idéntico al de los demás.
Abandono el lugar y al doblar el siguiente promontorio, me encuentro con otro espacio previo a las dos playas a las que estoy a punto de llegar. Aquí vuelvo a ver una cueva, unas rocas y hay actividad para todos los gustos. Una pareja está saliendo del camino por donde yo pasaré dentro de poco. Otros bucean por los fondos marinos de la cueva; no sé si estarán haciendo o no submarinismo o si, simplemente, observan la naturaleza con gafas adecuadas. Otros suben y bajan por las rocas. No sé si salen del agua o se van a tirar de cabeza, o de pie, al mar. En fin, que la foto que saco ilustra bien las distintas opciones y cómo cada uno elije la que más le gusta o conviene en este momento.
Desde allí, veo cómo en el siguiente entrante de mar, un grupo más numeroso, juega a un deporte más difícil de conseguir.
Han extendido un grueso cordel y lo han amarrado al acantilado de enfrente. Durante un buen rato, y hasta que doble el siguiente tramo que ya me oriente a la cala nudista que busco, les iré viendo el empeño que ponen en conseguir lo que se proponen. Ciertamente, las posibilidades de éxito no dejan de ser escasas. A juzgar por lo que veo, creo más bien, es tarea imposible. Ninguno avanza más de dos metros por la cuerda. La cuerda parece bastante tensa y, probablemente sea adecuada para un buen funámbulo, pero estos jóvenes parecen bastante inexpertos. Quizás tampoco lleven el material más adecuado en los pies. Si seguimos el ejercicio, alguno da un paso, quizá el segundo y ¡patos al agua! Ya en el otro lado de la cuerda tensa, veo a un adulto que da la mano a una niña, pero el resultado será idéntico al de los demás.
Abandono el lugar y al doblar el siguiente promontorio, me encuentro con otro espacio previo a las dos playas a las que estoy a punto de llegar. Aquí vuelvo a ver una cueva, unas rocas y hay actividad para todos los gustos. Una pareja está saliendo del camino por donde yo pasaré dentro de poco. Otros bucean por los fondos marinos de la cueva; no sé si estarán haciendo o no submarinismo o si, simplemente, observan la naturaleza con gafas adecuadas. Otros suben y bajan por las rocas. No sé si salen del agua o se van a tirar de cabeza, o de pie, al mar. En fin, que la foto que saco ilustra bien las distintas opciones y cómo cada uno elije la que más le gusta o conviene en este momento.
La
primera de las Barcas
Cuando
llego, me llevo la primera decepción. ¡Todos son textiles! Lo
comento con dos jóvenes. Les cuento mi intención de nudismo y mi
vuelta a Baleares. Les digo que, si en la otra playa gemela no
encuentro posibilidades de hacer nudismo, regresaré a esta. Al menos
en su zona, no voy a encontrar enemigos.
Llego
a la segunda y, como me temía, tampoco hay nadie desnudo. Menos mal
que veo más posibilidades que en la anterior, ya que en el lado más
Sur, hay un espacio de arena con buen acceso al mar, con una roca
delimitadora próxima al agua. Coloco las mochilas contra la roca,
extiendo la toalla, me desnudo y me doy un rico baño. El agua sigue
estando limpísima, azul, fresquita, ¡genial! Salgo del agua por el
mismo sitio por el que he entrado. Poco a poco iré cogiendo
confianza y, en alguno de los siguientes baños, ya me atreveré a
salir por el extremo contrario y volveré andando por la orilla.
Llega una pareja de maduritos alemanes y se colocan al fondo, en el
extremo contrario a donde estoy yo. Estoy convencido de que se van a
desnudar y, al no estar yo solo, poder estar más tranquilo, más
arropado. Pero no se desnudan. ¡Mi gozo en un pozo! Pero no sé si
es porque me ven o por qué razón, el caso es que ella, al cabo de
un rato se desnuda. ¡Ya somos dos! Más tarde lo hará él y se va a
bañar. Se dará varios baños. Irán llegando parejitas jóvenes que
no se desnudan y se suman a los que ya estaban con bañador. En el
extremo, más allá de los alemanes, ocultos por toallas y trapos,
para hacer sombra, hay una pareja con una niña. Dos mujeres, dos
hombres y dos niños, juegan en la orilla haciendo barcos de arena y
en el agua, con tres palas y pelota, de tal forma que los de las
palas tienen que tratar de no perder la pelota y evitar que el que le
toca estar en medio la coja. Se marchan antes que yo. A última hora,
otra pareja se desnudará y se pondrá muy cerca de la orilla. Con
los únicos que hablo es con la pareja textil que está más próxima
a donde estoy yo. Son Elizabet y Leo. Son los que me dicen que estas
dos calas llevan el mismo nombre de Varques, que siempre fueron calas
nudistas. Les hablo de mis experiencias en Maro y en Agulla. “Aquí
nadie te puede decir nada por estar desnudo”, me dice Eli. Me
hablan de las siguientes playas y me dicen que trate de llegar a
Portocolom. He comido 2/3 del bocadillo. Me doy el último baño. He
estado muy a gusto, bañándome, charlando, tomando el sol y, con
pena, me visto con intención de continuar el camino. Me despido de
Eli y Leo y me voy.
Caló
des Serrall
A
partir de ahora, el acantilado empezará a volverse abrupto, pero con
algunas playas interesantes. Nada más salir de la arena de Cala
Varques, y tras caminar un pequeño tramo por la roca, encuentro un
espacio horadado de forma no natural. Parece como una rampa para uso
de pescadores, como para subir y bajar deslizando embarcaciones.
Quizás esta construcción elemental es la que más justifica el
nombre de la cala. Por aquí entraría y saldrían las barcas del
mar.
La estructura de la roca es curiosa y fluctúa entre unas zonas que son aptas para caminar por ella con tranquilidad y otras en que ésta dispone de aristas muy cortantes, como si fueran trozos duros de silex.
De repente el camino se va perdiendo, probablemente por falta de uso, y empiezo a temer más magulladuras en mis piernas, así que, cuando no puedo seguir bien, salgo al acantilado. Lo prefiero a pesar de las rocas con aristas cortantes. Al menos sé que por él, voy siempre al borde del mar y, aunque dé más vuelta, no me voy a perder. Pero me pierdo. Cuando estoy perdido, sin lograr encontrar camino, me encuentro con un pescador que me dice por dónde debo ir para cruzar la siguiente valla. Este nuevo acantilado, el Caló des Serrall, tiene unas partes muy altas y otras más bajas, con algunos entrantes de agua curiosos.
La roca está estratificada y forma como bancales que permiten caminar a diferentes alturas. Muy lejanas todavía, se empiezan a ver construcciones que, por lo que veo en mi mapa, podrían indicar la proximidad de Cales de Mallorca, pero todavía tardaré en llegar a esa urbanización, debido a que me voy a encontrar con una serie de calas muy intrincadas que no me van a dejar avanzar tanto como yo hubiera deseado. Las casas que veo parecen relativamente cercanas, pero estarán lejísimos.
Más continuemos caminando. Tras avanzar por el roquedal, veo una construcción aislada que, da la impresión de ser algo más que una residencia unifamiliar.
Pero para llegar a ella, aún tengo que pasar otro entrante de mar. Un entrante de mar que, al asomarme, veo ya que culmina en playa solitaria, que no lograré saber cómo se llama y a la que considero como una más del Caló des Serrall. Como luego veré en la licencia de reparación del edificio, todavía seguimos en las costas de Manacor, de donde no saldré tampoco esta noche.
La estructura de la roca es curiosa y fluctúa entre unas zonas que son aptas para caminar por ella con tranquilidad y otras en que ésta dispone de aristas muy cortantes, como si fueran trozos duros de silex.
De repente el camino se va perdiendo, probablemente por falta de uso, y empiezo a temer más magulladuras en mis piernas, así que, cuando no puedo seguir bien, salgo al acantilado. Lo prefiero a pesar de las rocas con aristas cortantes. Al menos sé que por él, voy siempre al borde del mar y, aunque dé más vuelta, no me voy a perder. Pero me pierdo. Cuando estoy perdido, sin lograr encontrar camino, me encuentro con un pescador que me dice por dónde debo ir para cruzar la siguiente valla. Este nuevo acantilado, el Caló des Serrall, tiene unas partes muy altas y otras más bajas, con algunos entrantes de agua curiosos.
La roca está estratificada y forma como bancales que permiten caminar a diferentes alturas. Muy lejanas todavía, se empiezan a ver construcciones que, por lo que veo en mi mapa, podrían indicar la proximidad de Cales de Mallorca, pero todavía tardaré en llegar a esa urbanización, debido a que me voy a encontrar con una serie de calas muy intrincadas que no me van a dejar avanzar tanto como yo hubiera deseado. Las casas que veo parecen relativamente cercanas, pero estarán lejísimos.
Más continuemos caminando. Tras avanzar por el roquedal, veo una construcción aislada que, da la impresión de ser algo más que una residencia unifamiliar.
Pero para llegar a ella, aún tengo que pasar otro entrante de mar. Un entrante de mar que, al asomarme, veo ya que culmina en playa solitaria, que no lograré saber cómo se llama y a la que considero como una más del Caló des Serrall. Como luego veré en la licencia de reparación del edificio, todavía seguimos en las costas de Manacor, de donde no saldré tampoco esta noche.
He
llegado a la calita que está situada bajo la construcción que he
comentado. Luego la veré desde el otro lado, desde la siguiente
playa. El brazo de mar que entra sigue ofreciendo un agua translúcida
e invitadora a baño. Por el borde del descendente acantilado, llego
a la arena.
Pareciera que esta playa la quieren convertir en privada, puesto que han construido una puerta verde, que abre y cierra, pero que no delimita nada, todavía, puesto que no abre vano a ningún muro, a ninguna verja, ni reja, ni valla, ni alambre de espino. Es como poner puertas al viento o en el desierto. Luego veré que en la playa del otro lado ocurre tres cuartos de lo mismo: otra puerta verde aislada, que no aísla nada.
Tras desnudarme y darme un baño en playa solitaria, pienso en Robinson Crusoe en su isla, gozando de su libertad, aunque añorando que llegue Viernes. En la orilla, el agua no está limpia, se acumulan algunas porquerías que ha arrastrado el mar, pero como sé que el brazo de mar está impoluto, avanzo y me baño en agua muy saludable. Tras darme dos baños, me seco, me visto y asciendo por una escalera que va desde la puerta verde inútil y en dirección a la casa en rehabilitación.
Cuando llego arriba, aparece la nota: “particular: prohibido el paso” y allí sí, la puerta cierra el recinto con arbustos y no me permite seguir adelante. Como no puedo continuar, saco foto de la casa y vuelvo a descender por la escalera. Ha sido la foto más cercana que he podido sacar de la casa que pretende hacer privado un espacio público. Cuando estoy bajando las escaleras, dudo si seguir por el acantilado pero, no sabiendo con qué problemas me voy a encontrar al otro lado, decido rodear la finca por el interior.
Luego sabré que he cometido un error, pues me ha obligado a dar un gran rodeo y el paso por el borde del mar era factible. Por otro lado, si lo hubiera hecho, habría perdido información sobre la rehabilitación, así que lo “comido por lo servido”. Mientras no tenga el don de la ubicuidad y quiera seguir haciendo un camino no planificado, estas cosas me seguirán pasando y, además, quiero que me pasen. ¡No todas!, claro.
Pareciera que esta playa la quieren convertir en privada, puesto que han construido una puerta verde, que abre y cierra, pero que no delimita nada, todavía, puesto que no abre vano a ningún muro, a ninguna verja, ni reja, ni valla, ni alambre de espino. Es como poner puertas al viento o en el desierto. Luego veré que en la playa del otro lado ocurre tres cuartos de lo mismo: otra puerta verde aislada, que no aísla nada.
Tras desnudarme y darme un baño en playa solitaria, pienso en Robinson Crusoe en su isla, gozando de su libertad, aunque añorando que llegue Viernes. En la orilla, el agua no está limpia, se acumulan algunas porquerías que ha arrastrado el mar, pero como sé que el brazo de mar está impoluto, avanzo y me baño en agua muy saludable. Tras darme dos baños, me seco, me visto y asciendo por una escalera que va desde la puerta verde inútil y en dirección a la casa en rehabilitación.
Cuando llego arriba, aparece la nota: “particular: prohibido el paso” y allí sí, la puerta cierra el recinto con arbustos y no me permite seguir adelante. Como no puedo continuar, saco foto de la casa y vuelvo a descender por la escalera. Ha sido la foto más cercana que he podido sacar de la casa que pretende hacer privado un espacio público. Cuando estoy bajando las escaleras, dudo si seguir por el acantilado pero, no sabiendo con qué problemas me voy a encontrar al otro lado, decido rodear la finca por el interior.
Luego sabré que he cometido un error, pues me ha obligado a dar un gran rodeo y el paso por el borde del mar era factible. Por otro lado, si lo hubiera hecho, habría perdido información sobre la rehabilitación, así que lo “comido por lo servido”. Mientras no tenga el don de la ubicuidad y quiera seguir haciendo un camino no planificado, estas cosas me seguirán pasando y, además, quiero que me pasen. ¡No todas!, claro.
Reforma Vivienda Unifamiliar
Bueno,
lo cierto es que no intento el paso por las rocas y me voy hacia el
interior por camino paralelo a la finca que, enseguida, aparece bien
delimitada por barrera arbustiva. En el camino, por el que no pasará
casi nadie, o lo hará muy de vez en cuando, asusto a un cabrito que
arrastraba con su lengua prensil hojas de los arbustos. En cuanto me
oye y ve, pega un gran salto y huye despavorido. ¡Qué susto le he
dado!, ¡como para haberle dado un infarto! Por fin llego al final de
los arbustos delimitadores de la finca privada, doy un giro de
noventa grados y continúo haciendo casi un cuadrado irregular (el
lado del acantilado que no veré). Yendo por el lado más
continental, llego a la puerta de entrada oficial a la finca. En ella
leo el cartel anunciador que aparece en la foto y del que entresaco
lo que para mí es más interesante. Se lee: “Nº Expedient
364/2008”, donde aparece el año en que se autorizó la reforma. El
concepto: “Reforma Vivienda Unifamiliar”, donde se verifica que
es un espacio privado y que, por las dos puertas verdes que he visto,
tienen intención de privatizar más que lo que sería estrictamente
necesario. Aparece la fecha de inicio de la rehabilitación: “Data
inici 13-10-2009” y “Términi d’obra: 2 anys”. Así que para
el próximo mes de octubre deberá estar finalizado todo.
Sería interesante saber si aún se pueden utilizar por el público las dos playas que están a cada lado del edificio, o si ya los dueños de la finca se han apoderado de todo y han conseguido hacerlas privadas. Es cuestión de poner en el Ajuntament de Manacor a un equipo de gobierno de la misma cuerda que el dueño de la finca, o que sea sensible al dinero. Tan fácil como reconvertir en urbano un espacio rural, retocando el plan parcial de urbanismo. Tras la foto, doblo hacia el otro lado. Ahora ya se ve que la delimitación por aquí transcurre por valla metálica, amén de lo que otros arbustos ayuden a hacer la finca más inaccesible.
Así llego a otra calita menor y con menos arena que la del otro lado, también algo más sucia, con agua más concentrada y con un tinglado en la arena de una rueda y medio arco que protege del aire que llega del mar y dos grandes troncos que cumplen función de techado.
Si tuviera toldo, defendería del sol y de la lluvia, pero no es éste el caso. Como tampoco logro saber el nombre de esta otra playa, haré la misma consideración que con la anterior y la sumaré a las del Caló des Serrall. Para hacer pocos metros, me ha costado mucho hacer el recorrido entre las dos últimas playitas, pero lo más complicado para llegar a Calas de Mallorca, me queda por sufrir. Un sufrimiento relativo, puesto que el acantilado abrupto que me queda, que tiene alguna similitud con Les Abers de Bretaña, y que el próximo verano de 2012 conoceré, es realmente impresionante, majestuoso. Saco foto de la playa al llegar y luego otra de la puerta verde que, aislada, no tiene ningún sentido.
Ya en la orilla, saco otra foto hacia la bocana de salida al mar y, en la zona de rada entre rocas, es donde más se parecen las dos últimas playas. Cuando estoy en esta segunda playa, aparece un hombre de amarillo que viene por el acantilado de la que acabo de abandonar. Viene con auriculares y no me oye cuando le llamo. Cuando se da cuenta, se los quita, pero no atiende a mi pregunta. Yo ya estaba caminando por el otro lado de la cala, así que no puedo ni intento alcanzarlo.
Veo que se da la vuelta y regresa por donde ha venido, lo que me hace pensar, tanto por la venida como por la vuelta, que el camino que yo no he intentado, habría sido fácil y me habría ahorrado semejante rodeo. Desde este lado del acantilado obtengo otra instantánea de la casa, desde donde se aprecia al menos dos plantas, si es que no hay una tercera, por el muro que se ve en la parte delantera, la que mira frontal al mar. Sigo pensando más en una mansión que en una vivienda unifamiliar.
Sería interesante saber si aún se pueden utilizar por el público las dos playas que están a cada lado del edificio, o si ya los dueños de la finca se han apoderado de todo y han conseguido hacerlas privadas. Es cuestión de poner en el Ajuntament de Manacor a un equipo de gobierno de la misma cuerda que el dueño de la finca, o que sea sensible al dinero. Tan fácil como reconvertir en urbano un espacio rural, retocando el plan parcial de urbanismo. Tras la foto, doblo hacia el otro lado. Ahora ya se ve que la delimitación por aquí transcurre por valla metálica, amén de lo que otros arbustos ayuden a hacer la finca más inaccesible.
Así llego a otra calita menor y con menos arena que la del otro lado, también algo más sucia, con agua más concentrada y con un tinglado en la arena de una rueda y medio arco que protege del aire que llega del mar y dos grandes troncos que cumplen función de techado.
Si tuviera toldo, defendería del sol y de la lluvia, pero no es éste el caso. Como tampoco logro saber el nombre de esta otra playa, haré la misma consideración que con la anterior y la sumaré a las del Caló des Serrall. Para hacer pocos metros, me ha costado mucho hacer el recorrido entre las dos últimas playitas, pero lo más complicado para llegar a Calas de Mallorca, me queda por sufrir. Un sufrimiento relativo, puesto que el acantilado abrupto que me queda, que tiene alguna similitud con Les Abers de Bretaña, y que el próximo verano de 2012 conoceré, es realmente impresionante, majestuoso. Saco foto de la playa al llegar y luego otra de la puerta verde que, aislada, no tiene ningún sentido.
Ya en la orilla, saco otra foto hacia la bocana de salida al mar y, en la zona de rada entre rocas, es donde más se parecen las dos últimas playas. Cuando estoy en esta segunda playa, aparece un hombre de amarillo que viene por el acantilado de la que acabo de abandonar. Viene con auriculares y no me oye cuando le llamo. Cuando se da cuenta, se los quita, pero no atiende a mi pregunta. Yo ya estaba caminando por el otro lado de la cala, así que no puedo ni intento alcanzarlo.
Veo que se da la vuelta y regresa por donde ha venido, lo que me hace pensar, tanto por la venida como por la vuelta, que el camino que yo no he intentado, habría sido fácil y me habría ahorrado semejante rodeo. Desde este lado del acantilado obtengo otra instantánea de la casa, desde donde se aprecia al menos dos plantas, si es que no hay una tercera, por el muro que se ve en la parte delantera, la que mira frontal al mar. Sigo pensando más en una mansión que en una vivienda unifamiliar.
Cuando
salgo por el acantilado, las rocas son bastante fáciles para
caminar, aunque no haya ni camino, ni sendero. Nada más salir,
encuentro una formación geológica curiosa y la fotografío.
En una roca veo un cormorán, que ni se inmuta cuando paso. Me acerco a él y tras un movimiento brusco que yo hago, ¡por fin!, se lanza y se sumerge en el mar. A lo mejor no era un cormorán sino un somormujo. Ya veis lo que entiendo de ornitología. Sigo bordeando cerca del agua, aunque cada vez más alejado en altura y, al volver la vista atrás, hacia el Caló des Serrall, del que ya me voy alejando, cada vez que veo la mansión de más lejos, más grande me parece. De repente me empieza a llegar un olor nauseabundo. ¡Os libráis porque Internet es todavía sin olor, pero todo se andará! Este olor me recuerda a otros conocidos, propios de las curtidurías de cuero. Lo experimenté por primera vez en Altsasu, de niño. Cada vez que pasábamos delante de ella, hacia el barrio de la estación, nos tapábamos la nariz para no oler o para oler menos. Luego ya, de casado adulto, en un viaje a Turquía en 1994, donde nos llevaron a un lugar de artículos de piel que tenía un espacio donde las curtían y donde olía igual de mal. Por tercera vez, en viaje solitario pero en grupo de desconocidos organizado por agencia de viajes, visité otra curtiduría en Marrakech, y más de lo mismo. Eran unos olores fortísimos, pero el de aquí es mucho más pestilente. Pronto descubro el origen de tan desagradable olor.
Cuando descubro una cabra muerta ya sé de dónde viene y, en vez de escapar corriendo, haciendo de tripas corazón, saco la cámara, la fotografío y, ahora sí, huyo despavorido. ¡Me falta aire!, pero no quiero respirar tan mal olor y casi me asfixio. Huyendo de la cabra muerta, ¡ni que fuera un cabrón vivo que me persiguiera!, acabo por entrar en zona donde anidan aves. Ellas están despreocupadas porque por aquí apenas pasa nadie y ponen sus huevos donde se les pone…
Por eso, cuando estoy llegando, las gaviotas se muestran alborotadas. Quizás ya lo estuvieran por la presencia de la cabra difunta. Ya conocí experiencia similar de gaviotas alborotadas en una de las islas Cíes, la illa do Monteagudo, en Pontevedra, y en ilhas Berlengas, próximas a Peniche, en Portugal. Las gaviotas chillan, algunos llaman reidoras, a una de sus especies. Yo no me río cuando alguna me pasa muy cerca de mi testa. En illas Cíes, un experto me dijo que no pican en la cabeza de los merodeadores molestos, sino que les pegan con una de sus patas palmípedas. Por si acaso, no me agradaría experimentar lo que hacen, ni cómo lo hacen, ni con qué. Por si acaso no me voy a quitar la visera, aunque con el voladizo que me protege la vista del sol, las controlo peor y no las veo hasta que las tengo cerca. Las gaviotas comparten espacio con los cormoranes.
En mi alejamiento del lugar, llego a una alambrada que dispone de una especie de puerta también con alambre de espino. Basta con soltar dos alambres, pasar y volverlos a poner. Creo que lo dejo igual que me lo he encontrado y, cuando avanzo un poco, veo una gran bocana de salida al mar que corresponde a un entrante de calas múltiples que me hacen entender la dimensión de lo que aún me falta para llegar a Cales de Mallorca.
En una roca veo un cormorán, que ni se inmuta cuando paso. Me acerco a él y tras un movimiento brusco que yo hago, ¡por fin!, se lanza y se sumerge en el mar. A lo mejor no era un cormorán sino un somormujo. Ya veis lo que entiendo de ornitología. Sigo bordeando cerca del agua, aunque cada vez más alejado en altura y, al volver la vista atrás, hacia el Caló des Serrall, del que ya me voy alejando, cada vez que veo la mansión de más lejos, más grande me parece. De repente me empieza a llegar un olor nauseabundo. ¡Os libráis porque Internet es todavía sin olor, pero todo se andará! Este olor me recuerda a otros conocidos, propios de las curtidurías de cuero. Lo experimenté por primera vez en Altsasu, de niño. Cada vez que pasábamos delante de ella, hacia el barrio de la estación, nos tapábamos la nariz para no oler o para oler menos. Luego ya, de casado adulto, en un viaje a Turquía en 1994, donde nos llevaron a un lugar de artículos de piel que tenía un espacio donde las curtían y donde olía igual de mal. Por tercera vez, en viaje solitario pero en grupo de desconocidos organizado por agencia de viajes, visité otra curtiduría en Marrakech, y más de lo mismo. Eran unos olores fortísimos, pero el de aquí es mucho más pestilente. Pronto descubro el origen de tan desagradable olor.
Cuando descubro una cabra muerta ya sé de dónde viene y, en vez de escapar corriendo, haciendo de tripas corazón, saco la cámara, la fotografío y, ahora sí, huyo despavorido. ¡Me falta aire!, pero no quiero respirar tan mal olor y casi me asfixio. Huyendo de la cabra muerta, ¡ni que fuera un cabrón vivo que me persiguiera!, acabo por entrar en zona donde anidan aves. Ellas están despreocupadas porque por aquí apenas pasa nadie y ponen sus huevos donde se les pone…
Por eso, cuando estoy llegando, las gaviotas se muestran alborotadas. Quizás ya lo estuvieran por la presencia de la cabra difunta. Ya conocí experiencia similar de gaviotas alborotadas en una de las islas Cíes, la illa do Monteagudo, en Pontevedra, y en ilhas Berlengas, próximas a Peniche, en Portugal. Las gaviotas chillan, algunos llaman reidoras, a una de sus especies. Yo no me río cuando alguna me pasa muy cerca de mi testa. En illas Cíes, un experto me dijo que no pican en la cabeza de los merodeadores molestos, sino que les pegan con una de sus patas palmípedas. Por si acaso, no me agradaría experimentar lo que hacen, ni cómo lo hacen, ni con qué. Por si acaso no me voy a quitar la visera, aunque con el voladizo que me protege la vista del sol, las controlo peor y no las veo hasta que las tengo cerca. Las gaviotas comparten espacio con los cormoranes.
En mi alejamiento del lugar, llego a una alambrada que dispone de una especie de puerta también con alambre de espino. Basta con soltar dos alambres, pasar y volverlos a poner. Creo que lo dejo igual que me lo he encontrado y, cuando avanzo un poco, veo una gran bocana de salida al mar que corresponde a un entrante de calas múltiples que me hacen entender la dimensión de lo que aún me falta para llegar a Cales de Mallorca.
Cala
Magraner
El
acantilado que he visto desde la bocana es impresionante, pero
tardaré mucho en bordearlo. Siguiendo hacia el interior por el alto
borde, pronto diviso frontal, al lado Sur, el contrario de donde
estoy, la Cala Virgili. En el acantilado que corona la playa de Cala
Virgili, patrulla un coche de la policía local de Manacor. Más
tarde hablaré con su conductor y me dirá que realiza tarea de
vigilancia.
Parece increíble, pero ver un coche, aunque tan a lo lejos, me ha dado cierta tranquilidad. Lo que me hace pensar es que si hay coche, hay carretera o camino bueno y, si lo hay, no estoy totalmente perdido en esta maraña de entrantes y salientes marinos. ¡Cuántas ganas tengo de salir de este atolladero! Pero todavía tendré que sufrir un poco más. El sendero que va por encima del acantilado, va bajando poco a poco hacia la vega, hacia un probable río. El camino desciende y desciende pero nunca llega abajo.
Me empiezo a impacientar, pues se va escorando más y más hacia la derecha. El camino desaparece de vez en cuando o, simplemente, lo pierdo. Ya estoy viendo abajo el camino que quiero coger, pero no hay forma de llegar a él. Y no quiero seguir más a la derecha. Por otro lado, he visto al pasar una playa que es de piedras y tampoco me resulta nada atractivo volver a ella pero, aunque no sea para bañarme, me interesa pasar al otro lado de la vega del río.
Cuando pasaba por encima de esta playa de piedras, desde arriba del acantilado, ya he visto por dónde ha aparecido un ciclista y, en bañador, se ha refrescado un poco en el agua y se ha ido río arriba. Ya cansado de no encontrar camino para bajar y que me estoy alejando innecesariamente de la playa de piedras, decido parar. El terraplén que queda ya no es muy inclinado, ni muy profundo.
Veo un árbol que me puede servir de amortiguador de peso, que me puede frenar el ímpetu, y por allí me tiro. Me agarro del árbol y, dándome una culada, llego al camino, sano y salvo. Ya abajo, camino hacia el mar. Lo que pudiera ser río, aunque dudo si no es agua de mar estancada, se concentra en una especie de meandro sin salida, dejando entre ambas aguas, la del río (?) y la del mar, esa especie de playas de piedras que ya he visto desde arriba. No sé lo que ocurrirá si en tiempo de lluvias por aquí baja mucha agua. Sería bonito verlo. Me acerco a ver un cartel en el que oficialmente no viene el nombre de la playa, pero alguien a puesto, escrito a mano: Cala Magranera. Al menos me sirve para situarme en mi mapa, donde aparece como Cala Magraner.
Parece increíble, pero ver un coche, aunque tan a lo lejos, me ha dado cierta tranquilidad. Lo que me hace pensar es que si hay coche, hay carretera o camino bueno y, si lo hay, no estoy totalmente perdido en esta maraña de entrantes y salientes marinos. ¡Cuántas ganas tengo de salir de este atolladero! Pero todavía tendré que sufrir un poco más. El sendero que va por encima del acantilado, va bajando poco a poco hacia la vega, hacia un probable río. El camino desciende y desciende pero nunca llega abajo.
Me empiezo a impacientar, pues se va escorando más y más hacia la derecha. El camino desaparece de vez en cuando o, simplemente, lo pierdo. Ya estoy viendo abajo el camino que quiero coger, pero no hay forma de llegar a él. Y no quiero seguir más a la derecha. Por otro lado, he visto al pasar una playa que es de piedras y tampoco me resulta nada atractivo volver a ella pero, aunque no sea para bañarme, me interesa pasar al otro lado de la vega del río.
Cuando pasaba por encima de esta playa de piedras, desde arriba del acantilado, ya he visto por dónde ha aparecido un ciclista y, en bañador, se ha refrescado un poco en el agua y se ha ido río arriba. Ya cansado de no encontrar camino para bajar y que me estoy alejando innecesariamente de la playa de piedras, decido parar. El terraplén que queda ya no es muy inclinado, ni muy profundo.
Veo un árbol que me puede servir de amortiguador de peso, que me puede frenar el ímpetu, y por allí me tiro. Me agarro del árbol y, dándome una culada, llego al camino, sano y salvo. Ya abajo, camino hacia el mar. Lo que pudiera ser río, aunque dudo si no es agua de mar estancada, se concentra en una especie de meandro sin salida, dejando entre ambas aguas, la del río (?) y la del mar, esa especie de playas de piedras que ya he visto desde arriba. No sé lo que ocurrirá si en tiempo de lluvias por aquí baja mucha agua. Sería bonito verlo. Me acerco a ver un cartel en el que oficialmente no viene el nombre de la playa, pero alguien a puesto, escrito a mano: Cala Magranera. Al menos me sirve para situarme en mi mapa, donde aparece como Cala Magraner.
Madre e
hijo fueron al cortijo
Cuando
estoy leyendo el cartel, por el camino que yo he pensado continuar,
bajan una madre con un hijo. El joven es alemán vive en Madrid, pero
le gusta más el Norte y Barcelona. Me resulta grato que hable
castellano, y tan bien, y se lo digo. A él no le gusta que vengan
los alemanes sólo para hacer turismo y que no muestren ningún
interés ni por la lengua, ni por la cultura española. Me dicen que
el camino que pretendo coger lleva a una propiedad privada. Pero yo
no tengo otra opción. Me despido de la pareja. La madre, que me he
supuesto que también es alemana, no ha dicho ni Pamplona. Continúan
por la vaguada, siguiendo la vega del río que no tengo ni idea de
adonde les llevará, pero por donde parece que van seguros. Es muy
probable que les lleve a s’Hospitalet o a s’Espinegar Vell.
Quizás a algún hotel intermedio donde estén hospedados, o a algún
sitio donde hayan aparcado su coche.
Cala Virgili
Nada
más iniciar el camino, no me queda otro remedio que retroceder. El
camino que cojo ahora es ancho, pero no me gusta nada su orientación
hacia interior, pero sin saber la estructura del entrante de mar, no
tengo ni idea si no es lo más correcto. Me lleva hacia otra cala
cuyo nombre no figura en mi mapa, así que la información me
despista todavía más. No me lo dicen tampoco dos mujeres jóvenes alemanas que
se están bañando en ella. También es de piedras. Se bañan entre
fango y posidonia. Para colmo, sus dos perros me ladran y no puedo
entender lo que me dicen. Consiguen que entren los dos en el agua y
dejen de ladrar. La mayor me dice que continúe el camino y que, en
el primer cruce, doble a la izquierda. Agradezco la información y
voy haciendo lo que me han dicho. Cuando estoy llegando al cruce,
aparece patrullando la policía local. Va montados en el
coche-furgoneta que he visto hace tanto tiempo y se me venía
resistiendo. Por fin parece que estoy en el buen camino. Para el
vehículo y me muestro quejoso de los caminos, de las malas
señalizaciones, de las construcciones privadas que cortan caminos.
Sin quitarme la razón, pero sin dármela, defiende a un alemán
porque, gracias a él, ese camino en el que estamos se ha podido
construir. Y algunos otros que están en perfecto uso. Yo no me quejo
de lo bueno que hayan podido hacer algunos, sino de la casa
unifamiliar sobre el Caló des Serrall, con licencia y avalada por el
Ajuntament de Manacor, que es al que él pertenece. Que de
unifamiliar no tiene nada, pues parece construida para un regimiento.
Me surge la duda de si estamos hablando de la misma vivienda, si del
mismo alemán. Dejando aparte las quejas, el policía local me
informa de que las calas Virgili y Bota son de piedras y que me puedo
ahorrar bajar a ellas porque no tienen ningún interés. Me añade
que continúe el camino sin meterme a la derecha hasta que llegue la
gran barrera metálica de salida a carretera. Y, siguiéndola, podré
llegar a Cales de Mallorca. Al decirle que me he quedado sin agua, él
da un trago a su fresquita botella de litro y medio y me la da. Doy
un trago y me despido, agradecido por la información y por el agua.
Cala Bota
Sigo
mi camino y él va hacia Magraner. Ya en el cruce me tiro hacia la
izquierda, como lo que me queda del bocadillo, bebo más agua,
relleno mi botella pequeña y el resto me lo iré bebiendo por el
camino hasta que se acabe y busque un lugar adecuado de reciclaje
para tirar el envase. No lo podré hacer hasta que llegue al hotel
Canario de Cales de Mallorca. Aunque el policía local me ha dicho
que no baje a la cala porque es de piedras, ya que estoy cerca, me
meto por el camino y bajo a verla. Saco foto sólo para el recuerdo.
Pero a la Virgili no he bajado desde el camino, puesto que me convenzo de que era la que estaban las mujeres alemanas con perro ladrón. Estas playas tan diversas y poco agraciadas, si
tuvieran arena, serían perfectas para mí. Ya se que hay personas
que consideran más limpias las playas de cantos rodados, porque
filtran y depuran mejor el agua. Otra razón por la que no he bajado
a Virgili cuando estaba en el otro lado, ha sido la siguiente: cuando estaba llegando, el policía
local salía de ella y nos hemos vuelto a cruzar.
Hacia
Cales de Mallorca
Antes
de llegar a la verja de salida del recinto protegido, me cruzo con un
chico. Pero va hablando por el móvil. “¿A dónde vas?”, le
grito. Y su respuesta: “A Magraner” y continúa su camino
hablando con el móvil. Cuando llego a la verja, está cerrada con
llave imposible de abrir, no recuerdo bien, pero creo que tenía
candado. No me da tiempo a ponerme nervioso porque, investigando, veo
que tiene paso por el lateral, aunque parece estar camuflado.
Paso pronto por un edificio rehabilitado, al que me asomo sin demasiado interés. Podría ser una casona o una gran casa de payés, pero no veo a nadie. Enseguida salgo a la carretera, desde donde ya voy viendo la urbanización Cales de Mallorca que, como sabemos, sigue perteneciendo a Manacor. Se ve que Manacor es un municipio poderoso. He dado una vuelta enorme por calas poco interesantes, total para pasar 200 o 300 metros.
Sigo por el camino y ya estoy más cerca de Cales de Mallorca. Cuando llego al Hotel Canario, busco contenedor de basura. Sólo tiene verde y no hay amarillo para reciclaje de plástico, así que no me queda más opción que echarlo donde no me hubiera gustado de haber tenido otro más adecuado.
Continúo por el acantilado y avisto a lo lejos el acantilado Sur sobre el que han construido un gran hotel por el que luego pasaré. De momento, la orografía me obliga y me va llevando por donde ella quiere. Yo no puedo hacer otra cosa más que seguir. También en el mismo acantilado se ve una cueva que no sé qué profundidad tendrá. Sería gracioso que comunicara por galerías con la playa Antena que ya estoy viendo al pasear por encima de la bocana.
Paso pronto por un edificio rehabilitado, al que me asomo sin demasiado interés. Podría ser una casona o una gran casa de payés, pero no veo a nadie. Enseguida salgo a la carretera, desde donde ya voy viendo la urbanización Cales de Mallorca que, como sabemos, sigue perteneciendo a Manacor. Se ve que Manacor es un municipio poderoso. He dado una vuelta enorme por calas poco interesantes, total para pasar 200 o 300 metros.
Sigo por el camino y ya estoy más cerca de Cales de Mallorca. Cuando llego al Hotel Canario, busco contenedor de basura. Sólo tiene verde y no hay amarillo para reciclaje de plástico, así que no me queda más opción que echarlo donde no me hubiera gustado de haber tenido otro más adecuado.
Continúo por el acantilado y avisto a lo lejos el acantilado Sur sobre el que han construido un gran hotel por el que luego pasaré. De momento, la orografía me obliga y me va llevando por donde ella quiere. Yo no puedo hacer otra cosa más que seguir. También en el mismo acantilado se ve una cueva que no sé qué profundidad tendrá. Sería gracioso que comunicara por galerías con la playa Antena que ya estoy viendo al pasear por encima de la bocana.
Cala
Antena
Descubro
la bajada que me llevará a Cala Antena, pero hago caso omiso de
ella, para asomarme al acantilado abrupto del otro lado. Un hombre
con perro que, con la excusa de sacarlo a pasear, quiere echar un
pitillo tranquilo mirando al mar, me dice que por esa zona no hay
nada interesante.
He sacado alguna foto y voy bajando hacia Cala Antena que, aún estando muy escondida y siendo muy umbría, no deja de ser una playa muy urbana. Cuando llego, una pareja se hace fotos. Él le saca a ella montada en una barca con tobogán. Obviando a la pareja, me acerco a la orilla, me desnudo y me baño. Tenía ganas. No me había bañado desde que salí de Cala Varques. Aunque el agua remansada de la orilla no está nada limpia, y es poco apetecible.
Hay infinidad de plásticos flotando. Me seco al aire. Ha llegado una pareja de extranjeros y se tumban en sendas hamacas. Por el paseo elevado pasa gente que se para, se asoma, y mira sorprendida. Ya veo desde la playa por qué lugar y qué escaleras se accede a ese paseo que me conviene. Me va a llevar por el paseo marítimo de Cales de Mallorca.
He sacado alguna foto y voy bajando hacia Cala Antena que, aún estando muy escondida y siendo muy umbría, no deja de ser una playa muy urbana. Cuando llego, una pareja se hace fotos. Él le saca a ella montada en una barca con tobogán. Obviando a la pareja, me acerco a la orilla, me desnudo y me baño. Tenía ganas. No me había bañado desde que salí de Cala Varques. Aunque el agua remansada de la orilla no está nada limpia, y es poco apetecible.
Hay infinidad de plásticos flotando. Me seco al aire. Ha llegado una pareja de extranjeros y se tumban en sendas hamacas. Por el paseo elevado pasa gente que se para, se asoma, y mira sorprendida. Ya veo desde la playa por qué lugar y qué escaleras se accede a ese paseo que me conviene. Me va a llevar por el paseo marítimo de Cales de Mallorca.
Como
ya me he secado, me visto y asciendo. Al acabar las
escaleras y llegar al paseo, saco una foto mejor de Cala Antena con
sus parasoles y hamacas. Una vez recorrida la primera parte del
acantilado, la que da sobre la playa de Cala Antena y de su bocana,
el paseo marítimo mejora ostensiblemente, esta construido con esmero
y con un deseo de conectar bien Calas de Mallorca y Tropicana.
En el acantilado siguiente hay varios pescadores lanzando sus cañas al mar y se puede apreciar bien el soporte recio de piedra que contiene encima tan bonito paseo. El camino me va llevando hacia un hotel que, sin querer me mete dentro de su redcinto. Pero compruebo que, igual que me ha metido, me saca.
Estando todavía dentro del espacio hotelero, hay un conjunto de itinerarios que llevan hacia el mar pero, tal como lo veo desde allí, no puede ser más que un espacio mínimo y ni me asomo. Espero no haber cometido un grave error. El paseo continúa grato y está bien protegido. Por él llego a Tropicana, que encuentro un lugar repleto de hoteles.
En el acantilado siguiente hay varios pescadores lanzando sus cañas al mar y se puede apreciar bien el soporte recio de piedra que contiene encima tan bonito paseo. El camino me va llevando hacia un hotel que, sin querer me mete dentro de su redcinto. Pero compruebo que, igual que me ha metido, me saca.
Estando todavía dentro del espacio hotelero, hay un conjunto de itinerarios que llevan hacia el mar pero, tal como lo veo desde allí, no puede ser más que un espacio mínimo y ni me asomo. Espero no haber cometido un grave error. El paseo continúa grato y está bien protegido. Por él llego a Tropicana, que encuentro un lugar repleto de hoteles.
Cala
Domingos. ¿Un sitio para cenar?
Paso por
hoteles, pero por el paseo no se ven más que terrazas con bebidas.
Los restaurantes de los hoteles no están a la vista. Se ve que con
sus clientes ya los llenan. Los chiringuitos que veo a continuación,
están cerrados. En uno que ofrece paellas Paellador, han cerrado a
las seis. Entro en Cala Domingos y también es en vano. No hay nada
que hacer. Ningún restaurante, ni abierto, ni cerrado. Paso por la
playa que tiene hamacas y parasoles con un buen aspecto, con todo
recogido y muy limpia, pero no tengo otro remedio que continuar.
Parece que todo me está saliendo mal en este atardecer, pero es que
me espera la sorpresa del día. No es bueno desesperar.
Cala
Domingos Petite. Hotel RIU
Entro
en Cala Domingos Petite y veo cómo en el Hotel RIU se están
encendiendo las luces. Mucha gente se agolpa en la puerta y pienso
dos cosas. Una que van a empezar a dar las cenas y otra que ya están
terminando y saliendo. Pero será lo primero. Me acerco y sobre la
escalinata y antes de la entrada, dando la bienvenida a los que van a
cenar, están un negrazo vestido de negro y un morenazo travestido en
morenaza. Parece que forma parte de lo festivo del día. Es probable
que sean los animadores del hotel. El gerente y las
empleadas y empleados, camareras y camareros, van acompañando a sus
mesas a los clientes. Pregunto si puedo cenar, aún no estando
hospedado en el hotel, y me responden que sí, pero que debo coger
ticket y pagar en recepción. Que es cena de buffet y que cuesta (no
recuerdo si 17 o 14 €). Mientras me asignan mesa, les cuento el
recorrido que estoy haciendo por Baleares, que ya he dado la vuelta a
Menorca y llegado desde Alcúdia a Domingos por la costa. Para
evitarme la molestia de buscar recepción, el jefe dice que, al
finalizar la cena, puedo pagar a uno de los empleados. Así quedamos
y una chica me acompaña a la mesa 107, que es la que me han
asignado. Como el comedor es grande y estamos tantos cenando a la vez, la
camarera que me ha acompañado me dice que puedo hasta marcharme sin
pagar. Le digo que no se preocupe, que aunque esté haciendo un
recorrido en el que procuro abaratar durmiendo en las playas, tengo
dinero suficiente como para pagar esta cena. Quiero ir al retrete y
me acompaña la chica, puesto que está en el recinto donde está el bar.
Retorno al comedor y me fabrico una hermosa ensalada a mi gusto, una
ensalada colorista, para hacer honor a la doctora nutricionista que
nos dio el curso de Cocina Sana. A la ensalada le añado un poco de
foie-gras, queso fresco, pescada con salsa rosa y un bocadito
caliente que me lo como por el camino, antes de llegar a la mesa. La ensalada la he
aliñado en la primera zona, pero la sal la echo en la mesa. Está
todo muy rico.
“Es un
honor que usted cene con nosotros”
Cuando
estoy disfrutando de la ensalada, se acerca uno de los empleados y me
pregunta: “¿Ya le han dicho que está usted invitado por el
gerente del hotel?” y, como le digo que no y le miro con extrañeza,
continúa: “Es un honor que usted cene con nosotros”. Me deja
anonadado y a la vez contento por la atención. Después se acerca el
señor Velasco con unos clientes. Se ve que también colabora con el
servicio cuando la necesidad de echar una mano lo requiere,
acomodando a la clientela en horas punta. Me levanto para agradecerle
y me responde que con que haga una reseña en mi diario será
suficiente agradecimiento. Recibo la sugerencia como si fuera mi
sponsor. Pero mi diario es privado y quién sabe si este viaje lo
narraré o no en mi blog. Bastante trabajo me está dando contar mi
vuelta a la península que tampoco sé si acabaré de narrar. Le digo
al señor Velasco: “Trataré de ponerlo en mi blog”. El señor gerente se va a otros menesteres y yo continúo con mi cena. Como dos
trozos de pescada. El cocinero me dice: “es el nombre que nosotros
damos a la merluza”. Está muy buena, no pasada, sino poco hecha,
como a mí me gusta. La complemento con unos guisantes, pues el resto
de salsas me parece que pueden resultar fuertes. Cojo un postre con base de arroz con
leche, al que añado unos trocitos de pastel. Todo riquísimo y
regado por tres copitas de un tinto a granel que se sirve cada uno de
un grifo. Muy agradecido. Me anoto en mi diario: Hotel RIU, gerente:
D. Cándido Velasco. Es Domingos Petites. MANACOR. Una de las
camareras, María Jesús, con la que más hablo, está embobada con
mi viaje. Al principio ni se lo creía. Me da su domicilio en Huelva
para que le escriba. Está en Huelva el resto del año, en
Villablanca, pero en el verano trabaja aquí. Me da también su
e-mail. Tras cenar bien y agradecer a todo el mundo su atención,
salgo a la playa.
Noche
placentera y tranquila en la playa de Domingos Petite
Bajo a
la playa. Busco una hamaca por el centro, para estar en lugar
discreto y me acuesto bajo sombrilla vegetal que tiene un único
inconveniente: Me tapa la Osa Mayor. La luna sigue menguando y la
tendré buena parte de la noche. Sólo me tengo que levantar una vez
a orinar y para las 6:15 h ya estoy bañándome desnudo, secándome y
recogiendo todo en las mochilas. Voy secándome con la toalla hasta
el letrero que anuncia el nombre de la cala. Para las 6:30 h ya estoy
en marcha. Pero esto que cuento ya pertenece al día de mañana.
Balance
de la jornada
Lo más
sobresaliente de la jornada ha sido la invitación a cenar en el
Hotel RIU, ha sido algo totalmente inesperado. El despertar y el baño
en Cala Anguila ha sido bonito y también el rato de baño en Cala
Varques. El desayuno en Mar i Cielo ha sido también grato, así como
el recorrido por el acantilado de Cala Falcó, con todos los
entretenimientos que me ha ofrecido: el propio acantilado, sus cuevas
y sus puentes naturales, el trasiego de embarcaciones que acudían a
Cova Colom, los espeleólogos, los funámbulos que caían al agua… El otro acantilado
con una sola bocana pero muy ramificado con playas como Magraner,
Virgili, Bota, y alguna no identificada, habría estado bien si no
hubiera sido tan confusa e impredecible la salida. La casa mansión
en rehabilitación me ha despertado el disgusto de la primacía de lo
privado sobre el bien común público. En cuanto a encuentros
personales, habría que volver al hotel RIU, su gerente y la atención
de los camareros, el rato de charla con Víctor, de Mar i Ciel y, en
Cala Varques con Eli y Leo. Un bonito día para recordar.
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