martes, 1 de abril de 2014

Etapa 14 (256) Platja de Son Bauló-Artà

Etapa 14 (256) 16 de junio de 2011, jueves.
Platja de Son Bauló-Son Real-Son Serra de Marina-S’Estanyol-Sa Cànova-Colònia de Sant Pere-Cala d’en Sureda-Ermita de Betlem-Artà.


Amanecer en la platja de Son Bauló
Pasa un limpiador de playa que ha empezado su tarea a las seis de la mañana y ayer trabajó, hasta las 21:00 h, en otros menesteres de su misma empresa. A primera hora, cuando empezaba a clarear el día, he visto pasar a un hombre con mochila en dirección Este. Ahora le veo volver, sacando fotos del amanecer. Yo no esperaba que el sol fuera a salir tan frontal a mí. Coincide con la desaparición de la luna por el lado opuesto. “Púsoseme el sol, amaneció la luna”, pero a la inversa. 




Un chico, con una botella de agua, pasa por la orilla y continúa también en dirección Levante, se para relativamente cerca y sube a una especie de bunker. Allí se quedará un rato sentado. Decido bañarme y, cuando estoy saliendo, con intención de secarme al sol, vuelve a pasar en sentido contrario. Pasa otro hombre con su detector de metales. “De vez en cuando alguna moneda o joya caen”, me comenta. 


Cuando estoy terminándome de secar, una mujer se asoma a la orilla. Llega otra pareja, pero sólo se baña ella. También hacia el Este, pasa otro hombre con dos perros. Me visto y para las 7:15 h ya estoy en marcha. Voy combinando arena y orilla con sendero interior, también costero, que se señala con doble flecha bidireccional, como las del camí litoral de Menorca. Por detrás de mí, camina una mujer y la espero.

A los restos fenicios con Wilma
Supone retroceder a época antigua, fenicia, pero no a la de los Picapiedra. Sería muy sorpresivo oír a Pedro o a Pablo llamar: “¡Wilma!”. Esta mujer es italiana, “de Brescia, cerca de Milano”, me dice. 
 
 Cuando llegamos a la punta d’es Fenicios, me enseña las ruinas. Yo pienso que son restos de una necrópolis talaiótica pero, estando en punta de tal nombre, dudo si fueron los fenicios quienes hicieron estas construcciones. No hay ningún experto en los alrededores, y me quedaré sin saber más. Wilma está de vacaciones por una semana y, mientras su marido duerme, a ella le gusta dar este tipo de paseos matutinos. Ha salido de casa a las seis. Me despido de la italiana: “arrivederci”.

Finca Pública Son Real
Nada más despedirme de ella, leo anuncio hacia el interior: Finca Pública Son Real. Y, cuando lo estoy leyendo, pasa un todo terreno que se dirige hacia el interior de la finca. Veo como pasa la entrada, pero yo no entro. Siguiendo adelante, me encuentro con dos fitas, una de ellas desmochada, y observo cómo hay una escalera rudimentaria que pasa el alambrado. Pasar por donde ha pasado el todo terreno era demasiado fácil para mí, yo necesito algo más complicado. 


Bueno, ya estoy en la finca y me dirijo hacia una construcción. Se trata de un albergue que, en estos momentos, no sé si está libre u ocupado y donde tampoco sé si hubiera podido hacer algún intento para dormir bajo techo. Pero como, salvo algo de frío que he pasado esta noche, he dormido bastante bien, pienso que lo pasado bien pasado está. Tampoco sé qué habría que hacer para conseguir la llave. Todo está cerrado a cal y canto y no encuentro a nadie a quién preguntar. 
 

Encuentro un indicador de dolmen y voy a su encuentro pero, por muchas vueltas que doy por los alrededores no veo rastro alguno de tal monumento funerario. Si hubiera visto un menhir andante, a lo mejor si no antes a los Picapiedra, aquí me habría encontrado con Obelix. Según el dibujo, este dolmen debiera estar cercano al mar pero, aunque hacia allí camino, sigo sin verlo. Cojo un sendero, luego otro, y salgo hacia una de las vías principales de gravilla de la finca. 

No me está gustando la dirección que está tomando este camino, puesto que va hacia el interior y me está alejando de la costa, pero estoy empeñado en saber hacia dónde me lleva y continúo adelante. Una tortuga de tierra se me cruza en el camino, demandándome calma supongo, la dejo que siga a su ritmo, pero yo acelero. Mi esperanza es que me saque a alguna carretera que me permita retornar a la costa. No me gustaría tener que retroceder lo andado dentro de esta finca de Son Real. 



Estoy llegando a un edificio que, luego sabré, es el de Información y donde está la puerta de entrada principal.



Iñigo, de Loiola, ha descubierto en la cantería el oficio que le gusta
Pero sin llegar al edificio, me encuentro con unos canteros que están poniendo la base para un nuevo camino empedrado. Me paro a hablar con ellos. Les veo que están haciendo su trabajo con mucho cariño y profesionalidad. 
 
Iñigo está aprendiendo el oficio y ha descubierto que le gusta. Es nacido en Txomin Enea, que está en el barrio donostiarra de Loiola y me permito hacer el paralelismo con el santo patrón de Gipuzkoa y Bizkaia y fundador de la Compañía de Jesús. Iñigo lleva muchos años aquí, en Mallorca, y me dice que para los mallorquines: “siempre seré el de fuera”. Le menciono a Chillida y Oteiza y me responde: “a mi me gusta el arte funcional, no soy partidario del arte por el arte, sólo para ser contemplado por sus valores estéticos”. No cree que ellos sean simples artesanos, pues el muro que acaban de terminar, me dice, “me parece una obra de arte”. Y quizás no le falte razón aunque, sin quitar un ápice a su arte utilitario, a mí también me emocionan ciertas imágenes pétreas que sólo se han hecho para ser contempladas. Y pienso en los Apóstoles y la Piedad, de Arantzazu. He empezado hablando de los Jesuitas para acabar hablando de los Franciscanos. Aprovecho para enseñarle mi Moleskine con los dibujos que hice en Arantzazu y cuento a los canteros la anécdota de Oteiza, cuando le preguntaron, “¿Por qué ha puesto catorce apóstoles?” y su respuesta escueta y, para mí, muy inteligente: “No me cabían más”. No sé si lo he sabido contar bien, ni si le han pillado la gracia. Quizás les ha pillado de sorpresa una respuesta tan ingeniosa. A Iñigo le encantan mis dibujos. Ahora me doy cuenta de que había una razón para entrar y perderme por Son Real. Este encuentro con Iñigo me parece necesario en mi viaje, y recibo el chispazo de sacarle una foto trabajando. No le veis la cara porque se la oculta totalmente el sombrero que le protege de los rayos solares. Le digo a Iñigo que mi intención es buscar salida al mar por la entrada principal, pero no me lo recomienda y me orienta hacia el albergue. Lo que yo no quería hacer, ni por lo más remoto, era retroceder, desandar lo andado, pero le hago caso. El objeto impensado de esta mañana ya se ha cumplido.

Regreso y baño azul entre rocas de posidonia
Retrocedo hacia el albergue, cogiendo el camí nº 2. Encuentro a unos cerdos en su cochiquera. Los árboles están protegidos por empedrado que, seguramente, también es trabajo de los canteros con los que he hablado. Voy encontrando carteles que dan información sobre aves que se pueden observar en la finca, por ejemplo, el Mirlo (Turdus), que en nuestra tierra lo conocemos más por Tordo; animales de cuatro patas, como la Oveja (Aries); y de floresta, como el pino y otros. Llego al albergue y me doy cuenta que no he preguntado a Iñigo si tiene camas para pernoctar. Quizás no lo haya preguntado por no tener necesidad. Sería avanzar muy poco y esta noche me espera su alteza en Artá. Vuelvo a saltar la valla y me encuentro de nuevo en la playa, junto a la fita. 
 

Por el camino viene un hombre con un atillo de ropa. Camina desnudo y va con su perro. Me alegra ver a un señor mayor que yo con tanta despreocupación. Él se acerca al mar para remojarse y yo también le imito, me desnudo y me doy un baño. El lugar es peculiar. Un fondo de arena en espacio marino poco profundo, da sensación de una transparencia azulada y, en la orilla, hay una especie de grandes rocas, con líneas curvas muy femeninas que, al acercarme, compruebo que no son pétreas, sino de posidonia. Es tal la acumulación de este alga seca, que parece un aglomerado. Lo veis en la foto. Cuando las he visto al llegar, antes de meterme en Son Real, no me han causado sensación especial, pero ahora que las veo desde dentro del mar, recupero el encanto que no había sabido apreciar. Me baño, pues, cerca de las montañas de posidonia. Su lado más bonito. Tendría gracia que éste fuera también el sitio en que se ha bañado Toni desnudo. Ya conoceréis a Toni más tarde. Tras el baño, me acerco al anciano nudista y me dice que puedo seguir tranquilamente desnudo hasta Son Serra de Marina.

Cala Serralot. Ángel y Pepe
Hago caso a los mayores y, cuando ya estoy seco, cargo las mochilas sin vestirme y sigo adelante. La costa sigue siendo suave con acceso fácil al mar, pero con más bordes de piedra que de arena. Me paro ante una imitación de fita, de las que hacen los caprichosos colocando piedra sobre piedra. Es una fita que poco sirve de guía a los pescadores. Quizás haya sido útil a escultor frustrado, que así se ha entretenido, o un juego de niños, que así se han divertido. En cualquier caso, lo que me interesa es ver que, al fondo, los cabos de Menorca y des Pinar, ya permiten ver, por detrás y a lo lejos, el precioso cap de Formentor, al que llegaré dentro de 22 días. 


Pronto llego a una gran playa que, Ángel y Pepe, me dirán que es la Cala Serralot. Son los únicos en la playa y toman el sol desnudos. Cuando llego, están los dos leyendo. Saludo, descargo y me baño. Cuando salgo, les cuento mi viaje. Cuando me seco, les enseño mis dibujos. Toman nota de mi blog. Tras un segundo baño, me seco y me voy hacia Son Serra, ya que aún no he desayunado. 
 
Ángel me dice que allí hay un colmado, el de las hermanas Pou, y que también puedo desayunar en el puerto, en el Club Náutico. También añade: “de mayor, quiero ser como tú”. Sigo adelante y me encuentro con un brazo de río truncado, que no acaba de salir al mar y, si lo hace, será filtrando sus aguas por entre las piedras y la arena. No afecta a mi camino. Podría ser la desembocadura del río sa Teulada.

Desayuno en el Club Náutico
Es el primero que encuentro al llegar a Son Serra de Marina. Como una magdalena de chocolate, un croissant y un gran vaso de leche con descafeinado. Me cobran 4 €. Hablo con unos y con otros. El presidente del club, no me sabe escribir en balear algo que yo creo que debiera saber. Luego hablo con otro que tiene una explicación para conocer las razones de la crisis económica que estamos padeciendo (algunos más que otros). 


Tiene una visión optimista de la juventud. Opina que el PP se cargará las pensiones, pues ese partido considera que todo el mundo, a lo largo de su vida, ha tenido obligación de amasar buenas fortunas y hacerse un buen plan de jubilación y vejez consistente. Lamenta ser tan pesimista, y no entiende que yo esté haciendo un viaje tan a la ventura y con tanto optimismo. En el lado en que estoy empieza a calentar el sol y me cambio de sitio para estar más fresco. 


Tengo que escribir el diario pero, por bobo, me meto en la conversación del presidente, que está hablando con el comisario en pruebas de deporte de pesca submarina. Hablan de Suances y Donostia, de la cantidad de rico pescado que había en el Cantábrico en los años cuarenta. Dice: “el marisco, es mejor el de aquí”, y que no le gusta el marmitako. Le digo que es difícil hacer un buen marmitako. Para que sea bueno, el bonito debe estar muy poco hecho, hay que meterlo en el último momento, si no, se queda muy seco. Decido no contestarle porque, si no, no acabo nunca de escribir el diario.
 

Son las 12:15 h cuando reinicio la marcha. Al alejarme saco foto de la terraza en que he desayunado, donde ya casca el sol y del puerto deportivo que recibe el nombre de Santa Margalida.

Hacia S’Estanyol. 
Cantera marina de extracción de piedra
Llego a una zona de costa, donde ya no hay resquicio de playas. Todo lo que se ve al borde del mar es un bajo acantilado rocoso que me proporcionará alguna grata sorpresa. 


Caminando hacia S’Estanyol, encuentro un lugar junto al mar donde, en algún tiempo se extraían bloque de piedra. Me recuerda en algo a la piedra especial que sacaban en Denia, una piedra tosca, como la de Chiclana, formada por aglomeración y con conchas marinas. Otro paralelismo, en Hondarribia, también junto al mar, por donde los romanos transportaban los bloques de arenisca en barcazas. Pasada esta zona de roca baja, empieza de nuevo una larga playa, por la que iré descalzo.


Sa Cànova. Nudista. Miquel atleta de triatlón
Ya he llegado a S’Estanyol. Estoy descalzo por la playa y, cuando veo a los primeros nudistas, me baño. El mar es una balsa con alto grado de salinidad, a juzgar por lo que mi cuerpo flota. Cubre poco, pero lo suficiente como para poder nadar a gusto y genial para hacer la plancha. Me voy secando al sol por la orilla y llego a un lugar en el que la playa dispone de un pico de rocas que hacen que parezcan dos playas, la de Poniente, donde me he bañado, y la de Levante, hacia la que voy y que recibe el nombre de Sa Cànova. Paso por detrás de las rocas. Aquí sigue habiendo nudistas. Hay unas escaleras al fondo con pasarela por encima de la duna, y me asomo para ver el panorama. Hacia el fondo se observa cierto trasiego, que tiene todo el aspecto de ser homosexual. Después de pasar por tantas playas, uno acaba cogiendo cierta experiencia. No lejos de la pasarela, cercano a la playa, un hombre muy alto se pierde en la duna. Allí tiene su atalaya estratégica. Un hombre vestido, también observa el trasiego lejano y, al regreso, cuando se acerca donde estoy yo, me pregunta: “¿estás solo?”, “¿quieres algo conmigo?”. Aunque no me lo dice, me da la impresión de que es rumano. Le digo que estoy feliz desnudo, disfrutando de la naturaleza. Como ve que su proposición no va a ser aceptada, continúa caminando por la playa. Bajo las escaleras y me doy un nuevo baño. El día continúa caluroso y la gozo con baños cortos y cada poco tiempo. Refrescarme y volverme a secar al sol. A la vez que yo, se baña la pareja vecina. También lo hace un señor mayor que yo, muy moreno y delgado, al que le cuelga el pellejo y que, me da la impresión de que es la primera vez que se baña en toda la mañana. ¡Es que algunos son muy frioleros! Sólo toma el sol tumbado en su toalla. Cojo las mochilas y sigo andando desnudo por la orilla. Un chico en pantalón corto va por delante. Lo adelanto y, al pasar le digo: “buen día”. Su respuesta escueta es “O.K.” y veo que es extranjero, que no sabe castellano o que no quiere hablar. 


Así que sigo mi camino. Llego a los últimos nudistas de Sa Cànova. Miquel no se baña. Yo he seguido bañándome a lo largo del paseo. Estoy a punto de alcanzar al “O.K.”, cuando le veo que se ha metido por entre la posidonia del fondo y está a punto de zozobrar y mojarse los bajos del pantalón. Se los remanga lo que puede, pero se ve obligado a retroceder. Ha querido acortar para llegar a las rocas y le ha salido el tiro por la culata. Luego le veré volver por la urbanización anterior a la Colònia de Sant Pere. El “O.K.” se ha ido por las rocas y yo me he quedado hablando con Miquel. Está a punto de participar en un triatlón y se está preparando. El triatlón consiste en 3 Km. nadando, 80 Km. en bicicleta y (no lo retengo) nosecuantos Km. corriendo. Le digo: “no hagas burradas”. Cuando le digo que he recorrido la costa menorquina y que he empezado a abordar la siguiente, se queda sorprendido y me da alguna idea para lo que me viene y me propone algún recorrido bonito. Quizás su sorpresa haya sido más por la edad, que por la dificultad del recorrido. ¿O acaso a él no se le hubiera ocurrido nunca que se pudiera dar la vuelta a sus islas? Me recomienda que siga por la costa a la urbanización Betlem y continúe hasta Punta d’es Caló. Como de allí no puedo continuar por el Cap de Ferrutx, que coja por un camino que me llevará a la ermita de Betlem. Es un camino que sale cerca de Punta d’es Barraca hacia Son Morei. Que me asome a un balcón, de donde se observa la visión más bonita de la Badia de Alcúdia y, después, que coja hacia Albarca para pasar al otro lado del cap de Ferrutx, donde hay también una serie de bonitas playas, algunas también nudistas. Agradezco la información que, a la postre, se irá yendo al garete cuando reanude la marcha por la tarde. Me desea suerte en el viaje y yo le deseo que no se machaque para llegar feliz a la edad de jubilación. Nos despedimos y, cuando me voy él se va a bañar. Cuando estoy iniciando el ascenso hacia las rocas, para salir de la playa de Sa Cànova, miro hacia atrás para sacar una panorámica. Miquel está saliendo del agua y yo subido en la posidonia. 


Luego, de más arriba, volveré a sacar otra más de conjunto. Me supongo que Miquel estará en la orilla o tumbado en su toalla. Yo me he vuelto a ir desnudo con mis mochilas. Voy siguiendo un sendero, más que camino, llego a una urbanización previa, donde veo caminar al extranjero “O.K.”, llego a la carretera y allí me pongo el calzoncillo, cuando veo que viene un coche.


Colònia de Sant Pere. Es Mollet
Enseguida encuentro el restaurante Es Mollet, que me ofrece verduras de temporada, asadas, pulpo con cachelos (patatas a la gallega), menta poleo y no recuerdo la bebida, todo por 25,80 € y que pago con Visa. Me ha atendido muy bien Jordi, un búlgaro. Allí vivía más cerca de Bucarest que de Sofía. 
 

Entran una madre y una hija para contratar el banquete de una boda para el primero de octubre. Quieren un menú que contengan platos mallorquines y persas, puesto que el novio es iraní, aunque no creo que se enrolle como las persianas tanto como yo. Vienen a pedir presupuesto, pues lo pidieron en otro restaurante, va pasando el tiempo, y no acaban de dárselo. Van a dar las 16:30 h cuando voy al servicio. 

Jordi me ha llenado de agua mi botella a la que he añadido unas gotas del limón que me han sacado con las verduras asadas. Hace mucho calor. ¡Qué pereza me da salir! Pregunto a Jordi si ese nombre es también de su país y me dice que allí es Georgi. Salgo al paseo y veo que allí había otras opciones para comer, restaurantes con sus terrazas, casi seguidos hay tres. Pero, probablemente, bajo sus toldos habría pasado mucho más calor que, dentro, donde he estado en Es Mollet.




(Aquí se quedó parado el diario y ya no lo retomaré hasta mañana por la tarde en el chiringuito de Cala Torta, cuando me lo dejen para mí solo y para dormir en él. Escribo después de haber comido, bebido espirituosos y bañado en bolas con un solo bañista pelotudo: Pau. Había muchísimo que escribir, como veréis).

Sigo caminando en dirección al cap de Ferrrutx, pero no llegaré ni a la Urbanización Betlem, así que haré caso omiso de lo que me ha recomendado Miquel el del triatlón. Mañana veré el cabo de más cerca, cuando llegue con Toni cerca de Cala Fosca, que tampoco veré. Paso el puerto deportivo, con sus veleros de altos mástiles, de Colònia de Sant Pere, y luego una playa demasiado familiar para mi gusto e intereses, donde un alto y desgarbado acaba de ducharse. 


La playa es artificial. Han hecho un dique para que retenga y el mar no se lleve la arena. Voy bordeando el acantilado. Después de la comida me apetece otro baño, y también por el calor, pero sólo veo rocas sin playa de arena. Bajo a una de las playas donde alguien se baña entre la posidonia, pero nadie desnudo. 

 Avanzo hasta la última fita que ya he visto de lejos, desde la playa de la Colónia de Sant Pere y regreso. Este será el punto más a Levante de la Badia d’Alcúdia al que llegaré.

Cala d’en Sureda. 
Juan, Stefan y los congrios voraces
Al intentar salir de ella, pensando en que el camino me va a llevar a la carretera, veo que el camino rula entre pinos, con lugares propicios al ligoteo. No hay nadie y entro por un lugar en que el camino me vuelve a sacar a la costa. 
 

Tras dar unos pasos en esa dirección, me encuentro con Juan, que me pregunta si llego bajando de la torrentera. Por lo que me dice, él no sabía que se podía acceder por donde yo he salido. Le explico cómo lo he hecho y de qué playa he salido para coger ese camino. Parece que lo entiende. “Así que has salido por la torrentera”, me repetirá entre preguntando y afirmando. Le digo mi intención de pasar al otro lado de la Badia d’Alcúdia y del Cap de Ferrutx y de pasar por la ermita de Betlem y me dice que el camino que debo coger es el que traía. Le expreso mi deseo de darme un baño en bolas y, como él tiene intención de estar un rato haciendo pesca submarina, salimos a un lugar de rocas lisas con buena entrada al mar, que me dice es Cala d’en Sureda. Un chico llega a la vez que nosotros, se coloca a prudencial distancia, se desnuda y toma el sol, pero no le vemos más que la cabeza. El lugar al que hemos llegado, ya estaba ocupado por otro nudista, Stefan. Está tumbado sobre su toalla y le saludamos al llegar. Nos ponemos a charlar los tres. Juan hizo la mili en Valencia, creo recordar que en aviación. Conoce muchas zonas del Norte de la Península, porque hizo amistad con gente de todas las provincias. Me doy un baño. Luego se meterá Juan al agua. ¡Está buenísima! Hacemos pie o nadamos, pero seguimos hablando. Me habla de su experiencia con los congrios y las morenas. De cómo, si los acechas cuando están escondidos en sus cuevas, se lanzan voraces. Es muy probable que debajo de donde nosotros estamos, haya alguno paseando. No pretende atemorizarme, pero pareciera. La verdad es que la experiencia de que me muerda uno de estos animalejos, tan voraces, no es nada tranquilizante. Para que no esté alerta, me añade: “si no los agredes no te hacen nada”. Como los conoce bien, me informa de que tienen unos dientecillos muy afilados, que fácilmente te pueden producir un desgarro. Yo ya conozco el congrio de la pescadería, aunque la cabeza no la suelen vender ni para hacer caldo. La parte de la tripa es la más apreciada y el tronco, muy espinoso, se emplea para sopa o como complemento de la paella. Tanta espina, da problemas para desmigar. Quiero pensar que esos dientecillos son similares a los de la merluza que, cuando compras un cogote, la pescatera te los machetea para evitar rasguños innecesarios. Cuenta Juan cómo, a un chico que buceaba con traje de neopreno, le mordió una vez un congrio y le llevó un gran trozo de brazo, con su cacho de neopreno correspondiente. Cuando salimos los dos del agua, nos ponemos a hablar con Stefan. Hablo de Georgi y de su compañero en Es Mollet, pues son búlgaros, como él. Stefan y Juan se enrollan con temas de la zona, referentes a problemas de construcción. Hablan del pladour y dicen que, ya todas las casas, se construyen con ese material que es podo pesado, dúctil y más manejable y que, todo ese conjunto de condiciones, lo convierte en más económico, aunque no lo sea. Dicen que algunos constructores y albañiles ya están empezando a usar otro material más grueso y, aún menos pesado, que se corta con sierra y se trabaja con la misma técnica que el pladour, pero no me saben decir cómo se llama. Yo me echo de nuevo al agua, coincidiendo con el otro chico nudista que está allí cerca. Él nada hacia la otra playa, donde ya se ha ido la mayoría de la gente que allí estaba y, sólo en las rocas, queda un grupito de jóvenes textiles. Él nada lejos y yo no le sigo. Salgo del agua. Será mi último baño de hoy. Me espera la peripecia del día. Juan y Stefan siguen con su tema y yo, una vez seco, me voy vistiendo para proseguir mi marcha. Luego el reloj me hará una mala pasada, pero creo que cuando me despido de ellos son las seis de la tarde. Me gustaría pasar por el cabo Ferrutx para continuar por la costa del Norte que queda al otro lado del cabo, pero todos me dicen que por allí no puedo pasar, que no hay camino. Todos parecen coincidir que es la ermita de Betlem la mejor opción. En el momento en que me estoy despidiendo de Stefan y Juan, aparece un vejete, gran conocedor de la zona, al que ya había visto antes, y que Juan me dice que me puede orientar. Si hubiera seguido la orientación de Miquel, las cosas me habrían ido mejor. Me despido de la pareja y me voy con el vejete. Éste me dice que mire la vaguada entre dos montañas y que por allí está el camino que me lleva a Betlem. Con más o menos dudas, el camino por el que me orienta, me saca a la carretera, la que en mi mapa va de sa Cànova a Colònia de Sant Pere y a Punta d’es Caló. Cuando llego a la carretera, no sé a que lado tirar. Si hubiera seguido la instrucción de Miquel, hubiera llegado a Punta d’es Caló y habría preguntado por el camino a Betlem, o habría llegado a la Urbanización Betlem y lo mismo. Ahora veo un camino ancho.

Más de una hora, perdido entre matorrales
En la primera parte, el camino está bien marcado y, muy pronto, me lleva a la verja de una finca privada. Dudo si entrar en ella. Intento levantar la falleba por dentro, pero no hay forma de hacerlo. Retrocedo y veo carretera adelante un montón de tierra que intercepta un antiguo camino. Pienso que puede ser que hayan puesto la tierra para que no pasen coches, y me aventuro por allí. Así que decido seguir ese camino que parece rodear la finca. 

Pero el camino se va cerrando y desapareciendo y acabo yendo por una tapia desvencijada. Sigo la tapia, pero no hay manera de pasar al otro lado, así que, subiendo y subiendo, acabo entrando en la finca en la que antes no pude penetrar. Empiezo a sentir sensaciones parecidas a la de Tarifa-Algeciras. ¡Parece mentira que vuelva a las andadas! Asusto a unas ovejas que están tranquilas en su terreno con sus corderitos. Paseo un rato por la arboleda, que me sirve para tranquilizarme un poco, pero no veo manera de salir de allí. Sigo hacia la montaña esperando encontrar otra puerta que me saque del atolladero, pero esa deseada puerta no aparecerá. No me queda otra opción que volver a la tapia que se desmorona e intentar por allí descender una vaguada y llegar al camino que parece verse por el otro lado. Veo un lugar en que me parece que en algún tiempo hubiera un camino descendente. Confío en que ese camino me conecte con el otro que he visto al otro lado de la vaguada. Ese otro camino que intuyo lleva a la ermita, pues va a la V que el vejete me señaló entre dos montañas. 
Así que este camino parece que me lleva hacia donde quiero ir. Pero, la realidad es que esto se está complicando. Cada vez proliferan más las aliagas y los brazos y las piernas se me empiezan a llenar de arañazos. ¡Menos mal que llevo el pantalón que tiene las perneras más largas y el más grueso! Pero su largura, me crea mayor problema para caminar. Utilizo varias estrategias. Una de ellas es: asciendo sobre los arbustos amables y paso por encima de los pinchosos. 
 

Cuando llego a una especie de palmitos, me dan buenas sensaciones pero, observo que del tallo, desde donde luego se expanden sus hojas en abanico, brotan innumerables pinchos, que son más filosos y cortantes que los pinchos de la aulaga. Así que utilizo los palmitos sólo para agarrarme de sus hojas, evitando hacerlo de sus tallos. Estoy magullado, con desasosiego, porque no veo la posibilidad de salir, con las piernas magulladas y sangrando y, en ese momento de tanta zozobra, casi piso una tortuga de tierra. A pesar de mi desesperación, con mucha sangre fría, localizo mi cámara fotográfica y saco una foto al animalucho con mi pierna sangrante. 

Cuando estoy en zona alta, aprovecho para sacar foto del camino que me parece me puede salvar. En ningún momento he perdido la intuición del lugar donde estoy, pero lo grave es que no puedo salir. ¡Estoy atrapado! No sé para dónde tirar, aunque sé qué dirección coger. Si antes he pensado en el 112 y lo he rechazado porque, ¿cómo iba a identificar el lugar en donde estoy?, ahora, en mi desesperación, empiezo a gritar, a pedir auxilio, por si alguien que pasara por allí y me oyera, me pudiera socorrer. Todo en vano, no responde ninguna voz. Por fin llego a donde hay un gran árbol que, al menos, bajo su copa no crece la maleza, pero tampoco veo claro por dónde continuar a partir de su tronco. Tras un rato de mirar en una u otra dirección, me parece vislumbrar un camino y, sin pensar más en que me pincho o no, acabo llegando a él. Cuando estoy en él, me doy cuenta de que no es un camino, sino el lecho seco de la torrentera. Inicio hacia arriba, pues parece que está despejado, pero pronto se vuelve a cerrar con nuevas plantas pinchosas. Desciendo, y ocurre lo mismo. Estoy en el centro de la vaguada, ya sólo queda ascender por el otro lado de la vaguada y arriesgarme a pincharme lo que sea necesario hasta llegar al buen camino. Me pincho lo necesario, pero llego. Mas el camino por el que ahora transito ofrece dos opciones y elijo la peor. Me lleva a una especie de presa, que permite el cierre de la torrentera, cuando baja crecida y, ahora que está seca, la cruzo sin peligro por arriba y me vuelvo a encontrar en las mismas. Ninguno de los caminos me gustaba, así que sigo adelante. De nuevo, trepando entre pinchos, mi cabeza renace como saliendo del centro de la tierra, como un nuevo brote, a la altura del camino que lleva a Betlem. Acabo de renacer.

Toni. Encuentro en cuatro tiempos. 
Primer tiempo:
Toni en el camino que lleva a Betlem
Toni está ascendiendo por el sendero, desmontado de su bicicleta, cuando observa cómo resurjo del camino, de entre las plantas. Primero una cabeza y, a continuación, el hombre que ha estado a punto de perderla. Yo digo “¡Por fin a salvo!” y nos saludamos. Para salir, me he aferrado a una piedra del camino. Con mi desorientación, no sé si sube o baja de Betlem y le pregunto: “¿qué tal está el camino?” Me responde que él también va a Betlem. Decidimos seguirlo juntos hasta la ermita. 

El camino que, en realidad, es sendero, no es propicio para ir conversando. Ni yo con mi anchura de mochila, ni él, con su bicicleta y su mochila aún mayor que la mía, podemos caminar en paralelo. Vamos en fila india. A pesar de ello, nos vamos contando nuestras peripecias. Después de tanto tiempo herido y con tanta incertidumbre, siento ganas de gritar y lo hago. Se lo advierto a Toni, para que no se asuste y doy un grito. Estoy convencido que he segregado mucha adrenalina en el matorral. Espero que no se haya desperdiciado y que me sirva para algo. Espero haber aprendido algo más en esta experiencia. Toni me dice que ha estado en la necrópolis de la punta d’es Fenicios y recogido todos los plásticos que allí ha encontrado. Me dice que él no ha entrado en la Finca de Son Real pero que, en información, ha cogido folletos que ilustran los recorridos internos. Le cuento mi encuentro con Iñigo y los canteros. Toni me habla de su experiencia en la Serra de Tramuntana, donde hay muchos tramos imposibles de recorrer, ni en bicicleta, ni a pie. Me recomienda que, cuando llegue a la Serra me limite a hacer del 5º al último tramo. Me habla de la bajada que ha hecho a Pollença: “a tumba abierta”, me dice. No sé si la hizo ayer, o la ha hecho hoy. Las distancias hechas en bicicleta nada tienen que ver con las caminatas hechas a pie. Me habla también de los albergues, donde previamente hay que reservar y las posibilidades que tienen algunos de poder ofrecer comida. Todo lo que me dice sobre albergues no me preocupa ahora, puesto que ni puedo prever cuándo llegaré ni, por tanto, hacer ninguna reserva hasta que llegue a ellos.


Ermita de Betlem
Lo primero que hacemos al llegar a Betlem es coger agua. Saco una foto a Toni bebiendo agua de manantial de una escudilla, pero lo hace con mucho cuidado para no apoyar los labios en el borde. En realidad está simulando que bebe. Se ve que es sumamente escrupuloso y temeroso de perder la salud. Yo soy menos cuidadoso y es probable que alguna diarrea me sobrevenga por ese descuido. En primer lugar no le ha gustado la tina donde reposaba el agua que manaba, puesto que quedaba al ras de la boca por la que ésta fluía. A mi me parece un temor absurdo pues el agua que mana es igual que la depositada. 


Él no quiere que le entre agua depositada dentro de su botella. Luego nos lo confirmará María Victoria, en Artà. Yo no soy amigo de religiones, pero no tengo problemas para entrar en iglesias. Parece que Toni, aunque sin definirse, muestra más rechazo que yo y se niega a entrar. Dice: “me dan mal rollo las iglesias”. Me hace gracia porque, luego, cuando salgo, quiere saber lo que he visto dentro. Y lo que he visto ha sido la Sagrada Familia en un nacimiento en la cueva de Betlem de Judá. Parecía como si fuera con Adoración de pastores. Probablemente la cueva estuviera inspirada en una de estalactitas de la famosa cueva de Artà. Cuando estoy fuera, me saca una foto con la ermita, con mi cámara. Él no lleva cámara. No es necesaria para su camino y bastante peso lleva, sobre todo mañana, cuando la cargue de agua y algún zumo. Toni venía a Betlem con la idea de montar allí su tienda de campaña pero, como yo voy con intención de ir a dormir hacia Cala Fosca, se acopla a mi programa. Pero mi plan iba bien si no me hubiera estado una hora sin poder salir del matorral y, ahora, me temo que se nos eche la noche encima. 


Si él hubiera hecho plan de dormir allí y parece ser que su tienda era espaciosa, aunque no la vi, quizás me habría adaptado yo, pero él no insiste. Creo que estábamos lo suficientemente cansados y quedarnos a dormir en Betlem habría sido el mayor acierto, pero seguimos carretera con intención de ir hacia Albarca. Si nos hubiéramos quedado en Betlem, no habríamos tenido ocasión de conocer a María Victoria, sus cachorros y toda la experiencia, para Toni y para mí, de dormir en su casa. Seguimos carretera ascendente hasta que llegamos a la cima. Primero nos asomamos a dos miradores que nos permitirán despedirnos de la Badia de Alcúdia. Al fondo, en la grisura del atardecer, podemos ver los tres cabos: de Menorca, des Pinar y de Formentor y un trocito de la Badia de Pollença.

Perdido el camino por la costa
Empezamos a descender. Continuamos la carretera, que presenta bastantes curvas, mientras empieza a oscurecer. Llegamos a un cruce pero el indicador habla de una cadena de presos y no está nada claro. Pone a 1 km un lugar natural y unos itinerarios. Lo dejamos pasar y es el que debiéramos haber cogido. 
 
 Mañana deberemos retroceder hasta aquí para poder salir a la costa por Albarca. Cogemos un atajo que, siendo de descenso, es bastante majo. Traspasamos una arboleda con tierra roturada. Estando Toni con la bicicleta parada, se acercan unos ciclistas creyendo que pudiera tener una avería y se ofrecen para ayudar. No hace falta, pero agradecemos su gesto. Llegamos a un lugar en que un mandarino ofrece sus frutos a los caminantes. Paramos a recoger algunas. Ha sido Toni, como más joven, quien ha subido a la tapia agarrado a la verja. Desde su atalaya, me va lanzando las mandarinas. Cogemos seis, tres para cada uno. Son las peores mandarinas que he comido en mi vida. Están consumidas y no se puede sacar de ellas ni una gota de zumo. Como es tarde y no hemos cenado, yo me como hasta la pulpa. Va oscureciendo y, desde el último vistazo a la bahía de Alcúdia, ya no sacaré foto alguna hasta mañana. Este mandarino lo podré fotografiar mañana con mejor luz.

Sa Tafona de Son Fony
Llegamos a un restaurante con intención de saber por dónde estamos. Me acerco a preguntar y me responden que estamos a un kilómetro de Artà. Añaden que, si lo que queremos es ir hacia la costa, que cambiemos el rumbo al llegar a la gasolinera. Toni quiere comprar agua. Entra en el restaurante y yo le espero, pero le iba a salir el agua cara y vuelve sin ella. Salimos de esa carretera y, en la siguiente bifurcación, preguntamos a un señor muy amable y nos dice cuál es la que nos llevará a Artà. En las condiciones en que vamos, y lo oscuro que se ha puesto ya el día, somos un peligro para nosotros y para los vehículos que circulan por allí y que, por suerte, son escasos. No llevamos nada reflectante. Propongo a Toni montar en un descampado la tienda, antes de que nos acerquemos más a la ciudad. Allí mismo se nos ofrece una campa propicia a dejarse pinchar por las clavijas que sujetarían la tienda para darle firmeza y que no nos la vuele el viento. Pero Toni se aferra a mi propuesta inicial y no accede.

Artà. Última propuesta
Ya estamos entrando en Artà. Hago a Toni otra propuesta. Le hablo de coger una pensión que pagaría yo, a sabiendas de su condición de parado, sin derecho a paro, y que ha salido de viaje con pocos recursos económicos. Consigo que no le parezca mal y me deja actuar en consecuencia.

Mar de Vins. Isabel
Estamos ya en una de las calles, Antonio Blanes, y en el nº 34 se nos ofrece el restaurante Mar de Vins. Entro yo solo y me atiende Isabel. Me dice que ella no conoce ninguna pensión barata por la zona, pero coge el móvil y llama a su amiga María Victoria, pues suele alquilar a veces una habitación de su casa, aunque generalmente para varios días y no acoge a gente de paso. Por lo que dice Isabel, es una casa con encanto. Como no le coge en el fijo, llama al móvil. Por fin contacta con su amiga. Le explica mi situación de caminante por la isla y, al pedirle un precio alto, Isabel negocia por nosotros, ya se ha dado cuenta de que no somos acaudalados, y consigue rebajar el precio de la habitación por una noche a 50 €. No me parece un precio descabellado, teniendo en cuenta que somos dos, aunque la vaya a pagar yo solo, y doy mi conformidad. Isabel me advierte que la habitación sólo tiene una cama de matrimonio, pero que es lo suficientemente grande como para que no nos molestemos. Una vez acordado y sin más opciones, apechugaremos con lo que hay. María Victoria nos esperará, con la luz del portal encendida, en Ses Roques, 38. Agradecidos por su ayuda, nos despedimos de Isabel, que sale a la calle para indicarnos por dónde llegar a la casa. Tras dos titubeos, llegamos a un portal abierto que lanza al exterior un haz de luz de su interior iluminado.

María Victoria Maroto. Grande de España
Saludamos a la anfitriona y a un amigo que está de visita, que también se llama Toni. Está pasando unos días en Artà. Nos hace pasar a una casa abarrotada de muebles y adornos, por la que es casi imposible circular. La razón es que está reconstruyendo un nuevo edificio en el patio de su casa, para poner su estudio y, todo lo que allí tenía, lo ha tenido que concentrar en el espacio habitable. Para colmo su perra boxer ha tenido once cachorros y la cesta donde duerme y los amamanta, ocupa mucho espacio en la cocina-salón. Le pago los 50 € acordados y me quedo sin dinero. Pagar con Visa es imposible, pues no tiene aparato. María Victoria nos hace pasar al cuarto de la plancha y, desde allí, ascendemos al segundo piso por una escalera artesanal de obra de fábrica, como de estuco, y pintada en blanco. Me recuerda a algo ya visto en casas antiguas de Ucrania y a los accesos de la casa a las cuevas de Ausejo, en La Rioja, de donde era mi suegra. Una vez en la habitación, vemos la cama grande. Es de hierro forjado. Creo que es grande, como me había advertido Isabel, pero a Toni no le parece suficiente. Yo me habría adaptado, pero Toni es un jovencito de 27 años y no está dispuesto a arriesgar su virginidad. A pesar de que le aseguro y le doy mi palabra de que no le voy a tratar de meter mano, él todavía no me conoce lo suficiente como para fiarse. El caso es que ya estamos arriba, tomando posición de lo que hemos alquilado para esta noche y, la verdad, todo es alucinante. La habitación tiene ocupado prácticamente todo el espacio con la cama férrea y dispone de un balcón que da a una terraza. María Victoria nos ha acompañado a la habitación y nos ha enseñado dónde está el baño que, también, está atestado de muebles. Toni no tiene ropa de repuesto para cambiarse después de la ducha y el otro Toni nos deja dos camisetas suyas, de manga corta. A mí no me hubiera hecho falta, pero la acepto para ser igual que mi compañero. La camiseta hará las veces de pijama y, luego Toni, con ella puesta, aprovechará para hacer su colada, tras su ducha. Toni elige la naranja y yo la blanquiverde. Me la pongo y me siento andaluz. Toni se sentirá holandés. Cuando María Victoria ha dado sus instrucciones y baja, yo me ducho. Toni, desde la terraza, habla con la anfitriona, que está en el patio. Pienso que está hablando por móvil con su madre, a la que no comunicó que iba a hacer esta aventura por la isla. Salió con intención de recorrer sólo la Serra de Tramuntana. Pero una cosa es salir y otra hacer lo que está haciendo. Este camino le va ser de mucha ayuda en su proceso de maduración y, probablemente, al volver a su casa ya no sea el mismo Toni de la partida. Hoy ya ha hecho algo que nunca había probado: bañarse desnudo en una playa. Bien es verdad que era en una playa solitaria y él estaba solo consigo mismo, pero por algo hay que empezar. Primero tiene uno que aceptarse como es, para luego tener seguridad y poderse presentar a otros con naturalidad. Toni es un chaval majo y creo que lo conseguirá, pero todavía le falta mucho camino por recorrer. Por estas y otras razones, no llegaré mañana con él hasta la costa. Pero cuando salgo de la ducha, oigo que Toni ni está hablando con su madre, sino contándole cosas de su viaje a María Victoria, que está siendo una buena interlocutora para él. Como Toni no tiene otra ropa de recambio, se duchará a la vuelta de la cena. Yo, antes de la ducha, he hecho la colada y ni me he preocupado de si se han quitado o no las manchas de sangre de mi pantalón. Luego cuelgo todo en el tendedero que hay en la terraza de la habitación de María Victoria pero, como no encuentro las pinzas, lo hago doblando las prendas. Confío en que no haga viento esta noche y me las tire al suelo.

Regreso al Mar de Vinos dispuestos a ahogarnos en él y a emborracharnos
Es un decir, que me pone a huevo el nombre del restaurante. En realidad volvemos allí como una forma de compensar a Isabel por su ayuda, pero será compensación relativa. Confío en poder pagar la cena con Visa. Cuando llegamos, está ya cerrado, ya no queda ningún cliente. Sólo dos amigos acompañan a Isabel. Creo entender que la otra es una sobrina asturiana y recordar que él se llama Queco. No lo anoté y ahora no estoy seguro. Queco, avivando los rescoldos de las brasas, consigue hacernos unos pinchos morunos. Se trata de una receta bereber y les hablo de los Tuareg y de mi viaje por el Norte del desierto del Teneré en Níger, al sur de Argelia. A mi me resultan muy especiados y muy fuertes para digerirlos por la noche, pero están ricos. Bebemos vino tinto, creo recordar que era un buen crianza, o un mejor reserva riojano, que me estaba sabiendo riquísimo. Para la espera nos saca un alioli hecho con leche, ya que con huevo está prohibido, para evitar la salmonelosis. Tiene poco sabor a ajo y su textura es la de una mousse de queso. Isabel nos abandona, pues tiene que estar descansada para mañana, y hablo con la asturiana, que también es Isabel. Le hablo de Celorio, Torimbia, Guilpilluri. Ella conoce otra playa de similares características a la última mencionada. Son playas que surgen en espacios de interior, aunque alejadas del mar, conectadas de algún modo con él y que resurgen con las subidas de las mareas. Le digo por dónde tiene que entrar para poder acceder a la de Guilpilluri. Queco nos echa la segunda copa de vino. Toni no está acostumbrado y no puede con la segunda. La acabaré bebiendo yo. No saben que mi niñez se desarrolló entre barricas. Se está haciendo tarde. No he podido pagar con Visa, pues Toni se ha empeñado en pagar él, como una forma de compensar mi gasto, pero el dinero lo ha dejado en Ses Roques y nos comprometemos a que daremos los 25 € a María Victoria, para que haga de intermediaria. Antes de salir de su casa nos ha dicho que, cuando volvamos, encontraremos el ventanillo abierto para entrar sin que le tengamos que despertar.

Durmiendo en compañía pero solo en mi cama
Cuando llegamos a la casa, y ya en la habitación, me meto en la cama con la camisola verdiblanca. Toni lava camiseta y calzoncillo y los tiende en una silla en nuestra terraza, pero por la mañana no se le habrá secado lo suficiente. Yo, sin embargo, tendré más suerte, como podréis comprobar. Toni se ducha y prefiere dormir metido en su saco y en el suelo. El lugar que elige está entre la cama y el balcón, que deja entreabierto. Para no violentarlo más, no insisto. Ya es mayorcito y debe atender lo que le dicta la razón. Solo insisto en que se ponga algo más mullido bajo el saco de dormir, por ejemplo, el pesado edredón que yo he retirado de la cama, pero Toni, es terco o quiere poner a prueba su capacidad de sufrimiento, y no me hace caso. Duermo muy bien. No me levanto ni una sola vez a orinar en toda la noche. Mientras estoy en la cama, esperando a que Toni se acueste, observo algunos objetos de la habitación. Hay unos dibujos a carboncillo. Uno de ellos representa un Cristo y el otro, como tengo algún objeto delante, no acabo de ver bien su contenido. No quiero levantarme para quitar de delante la cosa que me lo impide. Mañana sabré que los hizo María Victoria hace muchos años. Por la mañana me dirá Toni que no he roncado. Yo tampoco le he oído roncar a él.

Balance de la segunda jornada en Mallorca
Lo más significativo de mi viaje va a ser este encuentro con Toni. En primer lugar, porque supone un cambio radical, en alguien que viaja solo, hacerlo hoy en compañía. Es otra forma de viajar, hay que consensuar, elegir pero sin decidir, ceder, dialogar, todo eso propio de humanos, que complementa el libre albedrío de quien viaja en solitario. El camino es muy distinto, siendo los mismos los lugares por los que pasamos. Lo que se dice aventura en solitario, ahora se ha convertido en aventura compartida. Hay diálogo frente a monólogos y soliloquios. Es más, los soliloquios, los recuerdos y reencuentros con mi historia personal, prácticamente desaparecen. Al hacer balance, esta tarde-noche con Toni, casi ha eclipsado toda la bonita mañana y primera parte de la tarde de hoy. Y es cierto que he tenido encuentros bonitos. El muy significativo con Iñigo de Loiola, que me ha servido para reflexionar sobre arte. El cortito con Wilma. Georgi y Stefan, los búlgaros. Juan el de los congrios y las moreras. Miquel el atleta de triatlón. El anciano nudista. Pepe y Ángel, que me ha dicho: “cuando sea mayor, quiero ser como tú”. Y la tortuga que me decía en Son Real: “calma, no vayas tan deprisa”.


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