martes, 1 de abril de 2014

Etapa 20 (262) Cala Domingos Petite-Cala Mitjana

Etapa 20 (262) 22 de junio de 2011, miércoles.
Cala Domingos Petite-Cala Murada-Cala s’Algar-Sa Punta-Faro Punta de ses Crestes- Cala Arenal de los Burros-Portocolom-Cala Marçal-Cala Brafi-Cala Estreta-Cala sa Nau-Cala Mitjana.


Amanecer en Cala Domingos Petite
Cuando me he levantado a las 6:15 h todavía está presente la luna en el firmamento. Va reduciéndose a la mitad. He dormido muy bien y muy tranquilo. Me sentía vigilado y arropado por mis socios protectores desde el Hotel RIU. Me doy el baño matutino y me seco con toalla mientras leo el cartel anunciador de la playa. Así ya puedo registrar su nombre. 

Baño corto, secado rápido y todo recogido, para las 6:30 estoy ya en marcha. Adiós Hotel RIU, adiós Cala Domingos Petite, os llevaré siempre en mi corazón.

Cala Murada
Asciendo por escaleras hacia un restaurante. De no surgir el Hotel RIU, éste hubiera sido ya el último lugar en el que habría intentado cenar ayer. Pero no hubo necesidad. Comenzada la ascensión, saco foto de Cala Domingos Petite, para que quede constancia del lugar donde he dormido y me he bañado y que se vea al fondo el Hotel RIU. 


Luego otra en la que se ve Cala Domingos y Tropicana, con el final del paseo marítimo que viene desde Cales de Mallorca. Llego al restaurante y veo cómo riegan el suelo con la manguera y así lo limpian. Saludo al que está haciendo la limpieza y me indica por dónde continúan las escaleras para seguir por el acantilado. Aquí ya no llega el paseo marítimo de ayer, pero viendo cómo va el camino, éste me gusta más por aprovechar el suelo natural y agreste, combinando tierra y rocas planas (quizá aplanadas). 


Para muestra bien está sacar una foto por la roca sobre la que discurre este buen camino. Bordeando el acantilado, me voy acercando a Cala Murada. En una parte de él, puedo observar un lugar de donde se extraían bloques de piedra para construcción de edificios nobles. 
  

Queda el vestigio, los cortes horizontales y verticales en la roca, que producen formas poliédricas y que han quedado como escultura paisajística. Se llevaron lo que les hacía falta y dejaron su ausencia, que también es bella. Aquí también se podría filosofar sobre el vacío, con Oteiza como referente. Otro sería el proyecto imposible de Chillida de vaciado del Timanfaya. Con estos pensamientos me voy acercando a Cala Murada, donde entro en la urbanización. 
 
El nombre de las calles me traen el buen recuerdo de mi paso por las costas portuguesas: carrer Lisboa, Açores, Madeira. Pero estas formas de denominar las calles nada tiene que ver con alguna improbable dominación portuguesa de la isla. Aquí, como en Ibiza, si alguien domina con su poderío económico son alemanes e ingleses y, el resto, simples turistas, incluidos los viajeros de la península. Por uno de estos carrer, llego a una rotonda privada que ya no me permite continuar. 
 

Consigo bajar a otra carretera que va por el interior, alejada de una costa a la que no me puedo acercar. Aparece un coche conducido por una mujer a la que hago señas para preguntar pero, quizás pensando en que deseo hacer autostop, ni se molesta en parar y me quedo con la pregunta en la boca. Sus razones habrá tenido para no parar. Hay una ambulancia parada en la puerta de una casa. El conductor, prepara angarillas modernas y aprovecho para preguntarle: “¿necesitas ayuda?”. Me dice que no. No sé cómo podrá usarlas él solo, pero veo que sale de la casa su compañera de trabajo, que ha estado atendiendo al que necesitaba la ayuda. Estoy regresando hacia Cala Murada, pues no veo otra opción. No me gustaría retornar a Domingos. Los rayos solares consiguen abrir un resquicio entre las nubes y llegan al mar, pero todavía no calientan la isla. Estos rayos que atraviesan las nubes me proporcionan una bonita foto.

Los perros de Ulrich
Vienen por la carretera dos perros, se me acercan y ¡oh novedad!, no me ladran. Veo al más grandote que se mete en una propiedad privada y pienso que, cuando yo pase, se me pondrá a ladrar, como defensa de lo suyo, pero vuelve a salir y no me hace ni caso. ¡Qué bien! Hoy, hasta los perros me quieren. Al doblar la curva me encuentro con Ulrich, de 65 años, un año menor que yo. Es suizo y lleva jubilado más de diez años. En eso es más veterano. Todo este tiempo lleva viviendo en Mallorca y se siente feliz de haber venido a pasar el resto de su vida en esta isla, donde disfruta del sol, del mar y de los paseos con sus perros. “Como aquí no se vive en ninguna parte”, me dice. Le gusta la vida tranquila y sus perros le hacen compañía. Al inicio le había tomado por alemán, corroborado por el nombre pero, probablemente, proceda de la suiza alemana, donde estuvo Carlos Iglesias en los años de emigración de los sesenta, cuando un franco suizo valía catorce pesetas y cuya experiencia contó en aquella preciosa película. “1 franco, 14 pesetas”. El próximo 28 de marzo de 2014, algo cambiará con “2 francos, 40 pesetas”. Otra película que promete buen humor. Entre medias dirigió e interpretó “Ispansii”, una triste y bellísima película que no recibió el favor del público y fue no muy bien valorada por la crítica. El tiempo se encargará de poner las cosas en su lugar.

Tras esta digresión, volvamos a Cala Murada. Pasa de nuevo la ambulancia y saludo al conductor. Ahora, junto a él, va la copiloto, que ya ha terminado de hacer el servicio a domicilio que se le había encomendado. Estoy retrocediendo con Ulrich, pues me dice que hay un camino que sale de la carretera. Para mí ha pasado desapercibido y ha sido un acierto encontrarme con él, que lo conoce bien y sabe que me va a servir muy bien para mi acercamiento a Portocolom. Ulrich me coloca en la entrada del camino y me dice: “tendrás que pasar por una tapia semiderruida, bajar unas escaleras, traspasar una puerta-verja metálica pequeña y, así, llegarás a la cala s’Algar”. Con tan exactas instrucciones, me despido de Ulrich agradecido. ¡Que seas feliz en Mallorca!, le deseo y me meto por el camino señalado. ¡Hasta siempre! Este encuentro con el suizo es de los que no tienen ninguna repercusión para el futuro, no mantendremos correspondencia, pero que son de gran utilidad para el viajero en el momento en que se producen.

Camino de s’Algar. Jaime
Más que camino, es un sendero pero, a veces, se ensancha. Marcho muy seguro por él y con pocas dudas, que voy resolviendo fácilmente. El cielo sigue cargado de nubes y el sol no puede atravesarlas. No está nada mal el día para hacer este recorrido por el interior, que no se volverá costero hasta que llegue a s’Algar. Un conejo se me cruza por el camino y se pierde de mi vista.


En la llanada no hay matorral y el conejo no se puede esconder. En todo caso, o lo he dejado de ver porque estoy perdiendo vista a pasos agigantados o porque ha encontrado ya su madriguera. Lo he podido seguir mucho rato, algo que no es habitual. Luego, llegando a s’Algar, me toparé otro, pero éste será visto y no visto. Aparece Jaime con dos perrazos. Está siendo mañana de perros. 


Igual que Ulrich, ha salido a pasearlos y que se desfoguen con sus correrías. Me dice: “sigue por encima del acantilado y te encontrarás la carretera”. La playa de s’Algar está también llena de posidonia y no se puede ni intentar entrar al agua. Las algas parecen arenas movedizas. Dice Jaime que esta cala era de piedras y rocas, luego recuperó arena y, finalmente, ha sido el alga posidonia quien se ha adueñado de ella. Me despido de Jaime y me voy por donde él me recomienda. Pero los caminos son diáfanos, aparecen y desaparecen, los pierdo y los vuelvo a encontrar. Paso por una construcción de piedras apiladas que hacen como una torre truncada. Son un apilamiento de piedras naturales del lugar. 
 
Luego encuentro otra versión más sofisticada de las mismas características. Esta segunda es más coloristas y quizás sean esos toques de color los que la convierten en singular. La gama de colores de las piedras que han sido pintadas van desde el lila, rosa, rojo, naranja, amarillo, verde y azul, hasta el morado. Con varias tonalidades de verde, azul claro y azul oscuro. Me gustan estos colores que hacen artificioso algo tan natural como estas piedras y me hacen recordar otras propuestas artísticas como el Bosque de Oma y otras experiencias más elaboradas como las del Valle de Erro, en Navarra. También fotografío esta torre truncada. Así como las de Navarra tienen una función ecológica y pretenden la defensa de un espacio natural amenazado, el Bosque de Oma y este apilamiento de piedras colorista de Portocolom, sólo obedecen a una función estética. 


Continúo por el acantilado y llego donde un hombre está lanzando su larga pita al mar. La distancia desde la cima de la roca hasta el agua es muy considerable y quiero ver cómo, con tanta lejanía, es capaz de detectar cuando le ha picado un pez. Pero cuando estoy a punto de fotografiarlo, el pescador recoge la caña, pone el cebo en el anzuelo y se traslada a otro lugar. Pronto se vuelve a sentar, pero el lugar elegido ya pierde el encanto que habría tenido la primera posición si yo hubiera sido más raudo en apretar el disparador. ¡Lo intenté! El acantilado hacia el faro sigue siendo muy bonito e intrincado y ya empiezo a ver la costa por la que continuaré esta tarde, después de comer. El faro está en Punta de ses Crestes.

El faro de Portocolom
Portocolom pertenece ya a Felanitx y, llegando a punta de ses Crestes ya empiezo a ver el faro que orienta el lado derecho de la bocana para la entrada de los barcos al puerto. 




No sé si este puerto se puede comparar con el de Maó, pero tiene profundidad y similar abrigo natural. Llegar a Punta d’es Jonc me llevará mucho tiempo.
Entre desayunar y comer, se me irán unas siete horas. Así que en Portocolom pasaré gran parte de la jornada. Hoy será día de recuerdo de mi amigo y vecino Antonio Colom, recientemente fallecido, me sentiré nostálgico y compraré postal para mandársela a su viuda, Añú. Las características del acantilado me obligan a meterme en la carretera y, por ella, llego lo más cerca que puedo al faro. Finalmente me meto por un camino que me lleva a una tapia y tampoco me deja seguir adelante. Bajando por carretera, tuerzo a la izquierda y consigo otra bonita visión del mismo. Resulta complicado llegar a algunos faros y este es un ejemplo que ilustra la dificultad. En Andratx la dificultad se incrementará.


Arenal de los Burros
Continúo bajando la carretera y llego a la orilla de este mar interior tranquilo y protegido que forma la rada de Portocolom. Abandono la carretera y me acerco a la primera playa que veo. Luego me informará Lourdes que se trata del Arenal de los Burros y me añadirá que la siguiente es el de Los Hombres y el otro el de Las Mujeres. 



Cuando llego son algo más de las 8:30 h, la playa está en sombra y se están bañando dos personas. Veo que la más cercana es un hombre, así que me desnudo y me meto al agua. Ya dentro y nadando, compruebo que el otro también lo es, así que me despreocupo. Cuando me estoy secando paseando por la orilla, veo como los dos hombres han ido a un sitio a ducharse. Bueno, ésa es la sensación que a mí me da. Así que, ni corto, ni perezoso, voy a mi mochila, cojo jabón y me dirijo a la ducha. Mi disgusto será mayúsculo cuando al llegar compruebo que la ducha no tiene agua. ¡Lástima!, ¡lo he intentado!


Arenal de los Hombres, arenal de las Mujeres
Mientras estoy desnudo en la playa, pasa hacia el faro Lourdes. Me seco, me visto y me voy hacia la playa próxima, más amplia y soleada, pero con más bañistas. Voy pasando por la siguiente playa, el Arenal de los Hombres que, como he dicho tiene más sol, pero no me animo a bañarme pues no es tan solitaria como la de los Burros y como me he dado el baño, ya no me importa. 
 
La pequeñita y siguiente, que todavía no llego a verla es el Arenal de las Mujeres. La explicación que luego me dará Lourdes es la siguiente: En la primera, es donde dejaban amarrados a los burros cuando llegaban a la feria de Portocolom, la siguiente es donde se bañaban los hombres y la tercera donde lo hacían las mujeres. Creo que los burros no se bañaban, aunque ¿quién sabe si alguno? 


Tras pasar por la playa de las Mujeres, continúo por el borde del mar. Llego donde unas cañas pescan solas. No veo a nadie que las esté vigilando y creo que si con pescador es difícil arrastrar a un pececillo, sin las manos del experto me parece que será más inverosímil. Ya con la foto de las cañas, se empieza a ver el otro lado de la población. 

 
 Para llegar a él todavía me queda dar un buen rodeo, puesto que este primer brazo de mar tiene gran profundidad. En ese núcleo urbano ya se aprecia la primera iglesia que, como todas, destaca sobre las construcciones civiles. Todavía en este lado de la bahía, la veré de más cerca. 
 

Así como en este lado de la costa, no hay calado suficiente y, por tanto, no se ve ningún barco amarrado, según vaya acercándome al fondo, se encontrará una buena cantidad de ellos. Cuando llego frontal a la iglesia, también allí se amarran algunos, pero ya de uno en uno, puesto que no hay pantalanes. Ya he pasado la iglesia y continúo hacia el final.

Rouiller-Chillida
Me encuentro con una escultura, me sorprendo gratamente y me digo: “¡Vaya. Un Chillida que no conocía!” 


Me resulta tan familiar su estilo… Pero, al leer la placa me doy cuenta que es de otro autor: Albert Rouiller (1938-2000). Habría que saber en qué fecha se hizo la escultura para saber quién "copió" o quién inspiró a quién. El Ajuntament de Felanitx la puso en 2004. Podría hacer un sinfín de reflexiones y preguntas: ¿Rouiller era admirador de Chillida?, ¿se inspiró en Chillida para este homenaje a Portocolom?, ¿no es un plagio, sino una versión? 
 
 No se puede decir que cuando Picasso pintó su serie de Las Meninas, copió o plagió a Velazquez, sino que hizo su versión. Cuando estoy en esas reflexiones, me encuentro con Lourdes, que ya está volviendo del faro, y le pregunto. No sabe responder a mis dudas y luego olvido ir al Ajuntament a preguntar. Si alguien me puede dar una respuesta, lo puede anotar al final de esta jornada en el apartado señalado para ello.

Paseo con Lourdes por Portocolom
He cogido a Lourdes por banda. Es burgalesa, aunque su madre era mallorquina. Siempre venía aquí de vacaciones. Le encantaba el lugar. Vivían en Cala Marçal, en cuya playa se bañaban, pero pusieron un macrohotel y se cargaron la playa. Me lo cuenta con mucho disgusto. Hoy en día la han regenerado, está muy bien y muy limpia. Me explica lo de las tres playas que, ordenadas por orden de importancia: 1º Burros, 2º Hombres y 3º Mujeres, coinciden con el orden de llegada a la feria y con el orden que impone el alfabeto. "El burro por delante para que no se espante". Frase que se dice cuando alguien se menciona a sí mismo por delante de los demás. Vamos los dos muy a gusto, charlando, y me orienta hacia Spar porque dice que hacen unas ensaimadas muy ricas, en horno de panadería. Agradezco a Lourdes su información y me despido de ella. Pero, cuando llego y voy por una, en Spar me dicen que las últimas ensaimadas que quedaban se las ha llevado una mujer y que hoy ya no van a hacer más.

Cristóbal Colón. Natural de Felanitx
Hago un aparte con esta teoría sobre el descubridor de América que me ha contado Lourdes. Parece ser que un estudioso, interesado en la historia local y, en particular, en la figura de Colón, defiende su nacimiento en Felanitx. Dice que fue hijo ilegítimo del Príncipe de Viana y fue su pertenencia a este linaje lo que le permitió que fuera recibido en la corte por los Reyes Católicos, de los que sería su sobrino. El apellido Colom lo cogió de su madre. Así que ni napolitano, ni lusitano, aunque Mallorca y el Reino de Nápoles, en aquella época, ¿no eran más de lo mismo?

Desayuno en Es Racó
Pido y como un croissant, un ocho de crema y un gran vaso de leche con descafeinado de sobre. Pago 4,20 € y escribo la postal a Carmen, Gurutz y Telmo y compro una del lugar para Añú, la viuda de mi amigo y vecino Antonio Colom. He puesto a cargar el móvil y, por ahora éste que compré en Ciutadella, me va funcionando bien y resulta suficiente para lo que yo quiero. 
 
Terminadas de escribir las postales, cargado el móvil, la chica que me ha atendido me dice que para ir a Cala Marçal no necesito seguir por todo el puerto, sino que puedo atajar subiendo por el interior de la ciudad. Visto en el mapa, Portocolom tiene tanto volumen de construcción como Felanitx, municipio de pertenencia, pero aún más tiene Cala d’Or, que veré mañana, y que tiene mucho más que su ajuntament de Santanyí. Paso el puerto, paso la playa más urbana de Portocolom y siguiendo las instrucciones, me acerco al paseo marítimo de Cala Marçal.


Cala Marçal. Restaurante Mar
Aquí era donde Lourdes, la burgalesa, disfrutaba de playa. Todo se jodió cuando construyeron el Hotel. Pero como ha dicho que ya la regeneraron, no tengo ningún inconveniente en comer aquí, antes de proseguir. Paso por un restaurante donde no me decido a comer porque la música que tienen es poco grata a mi oído y tener que estar todo el rato con tapones, que no tengo, me resulta poco grato. Entro en la terraza del Mar que, al menos, tienen de fondo a The Beatles. 
 
La comida es a base de tapas y me sale bastante cara para lo que como. Ensalada de tomate y cebolla, espárragos verdes gratinados, muy ricos, y gambas al ajillo (9 gambas) que, junto a una strudel (tarta de hojaldre de manzana) con helado y dos cervezas me sube a 26,20 €, que pago con Visa. Es caro pero he comido muy a gusto y con buena vista desde la terraza hacia la playa de Cala Marçal, con la bocana de salida al mar del puerto de Portocolom y el faro de Punta de ses Crestes. 
 

He estado muy bien y no me arrepiento. Otras veces he pagado más y comido peor. A las 14:30 h, tras pagar, salgo bien alimentado por el acantilado hacia Cala Brafi. Desde el acantilado, saco foto de la cala, del lugar donde he comido y, al fondo, se aprecia el gran hotel que había mencionado Lourdes.

 


Hacia Cala Brafi
El agua que he cogido en Racó parece desalinizada, sabe algo salada y como a bicarbonato, pero a todo se acostumbra uno. 


El camino hacia Cala Brafi es estupendo y va combinando rocas bastante planas por el acantilado, rocas más puntiagudas en algunos tramos y caminos con poco arbusto. En la bocana hay un barco con la botavara muy elevada con botellas de oxígeno y gente que se dedica a hacer y enseñar a hacer inmersiones submarinas. Ya me voy alejando de la bocana. El faro se va quedando a lo lejos. 


En las rocas se ve una oquedad, como si fuera una pequeña cueva. A la par del acantilado se ve también un islote desértico, como una gran roca enclavada en el mar. Esta roca se verá también desde Cala Estreta. 

 



Dos chicos con mochila van por delante, pero les pierdo de vista. Cuando doblo el lado norte de la bocana, ya veo a algunos desnudos, así que creo que no voy a estar solo. El camino desemboca encima de dos mujeres. 
 
 
Una joven, en bañador, y otra rubia de más edad, es la que, me dice: “me echan sesenta”. Está de buen ver. Hay otra mujer en bañador, que está tumbada en la sombra, mientras su pareja hace sus pinitos con aletas desnudo en el mar. 


Un cincuentón alemán muy alto va hacia el fondo de la playa y un autóctono, de unos ochenta, irá por allí poco después. Me baño y cuando salgo y paseo para secarme y conocer el lugar, los dos hombres se separan. Se ve que se estaban toqueteando. Sigo como si no hubiera visto nada y, cuando se acaba la arena y empiezan las rocas y piedras de la torrentera, como voy descalzo, no sigo y regreso a la playa, a mi sitio. Al pasar por donde los hombres, les digo: “podéis seguir, por mí no os cortéis”. 
 

Ya he visto las posibilidades que ofrece el entorno. Me tumbo en la arena sobre mi toalla. La playa no es muy grande y se alternan huecos de arena con espacios de posidonia. La entrada hasta que cubre las rodillas no está muy limpia pero, a partir de allí, está genial. Llegan dos parejas que se apoderan de un lugar de rocas que forman un círculo y se tumban. Todo el tiempo estarán a la sombra. Pero una de las parejas se va pronto al agua y estarán un buen rato bañándose. Saco foto hacia la bocana con esa pareja bañándose. El alto alemán se viste y se va. Y el vejete se sienta en un hueco entre roca y posidonia y se pone a leer. En un momento en que deja de leer, hablo con él. Le pregunto si los dos mochileros han parado en la playa y me dice que no, que han seguido adelante. Llega otro paisano que le conoce, que trabaja en hostelería y ahora tiene un rato de descanso y nos ponemos a charlar los tres en la orilla Norte, que en este momento es la zona más limpia. “Es vieja pero está de buen ver”, comentan sobre la rubia que me ha dicho que le echan sesenta. 
 

El de ochenta me dice que, por la edad, ya no va ni a Cala sa Nau, ni a Mitjana, pero que antes disfrutaba mucho en esos paseos. También me dice que no deje de visitar Cala Estreta, que ni siquiera aparece en mi mapa. “Te la encontrarás si sigues el acantilado”, me asegura. Me visto y me despido de ellos con la mano, en la distancia, y abordo un nuevo camino, parecido o mejor que el anterior.


Cala Estreta. Manfred de München
Así como la Cala Estreta que conocí al Norte de Palamós, se llamaba así porque la playa que quedaba entre la foresta y el mar era muy estrecha, en ésta, la estrechez la marca el acantilado, que acoge un estrecho entrante de mar que culmina en playita de arena en miniatura. La zona de arena sirve para entrar al mar con suavidad, pero la mejor manera de entrar es desde el bajo acantilado, tirándose de cabeza, o de pie, a gusto del usuario. Tenía razón el señor mayor de Cala Brafi, esta cala es muy bonita. Cuando llego por el lado Norte del acantilado, veo al otro lado a Manfred, que al pasar a su altura, me confirma que es Cala Estreta. Entre Manfred y la arena, también en el acantilado Sur, un alemán con bañador y camisa hace fotos y su mujer, con bañador entero está sentada apoyada en la roca. 



Me acerco al triangulito de arena, descargo las mochilas y me desnudo. Aquí tampoco falta posidonia. La suciedad de la entrada es menor que en Brafi y voy entrando al agua poco a poco. ¡Qué delicia! Voy nadando por el desfiladero entre los dos farallones inaccesibles. Llego a la altura en que está el bañador de Manfred, pues lo tiene colgando de una roca alta tras él, pero a él no le veo. Así es imposible iniciar una conversación. Digo algo, pero no responde. Regreso nadando y salgo a la arena por el mismo sitio por el que he entrado. 


Cojo la cámara fotográfica, me pongo las sandalias y me voy andando hacia donde está Manfred. Le vuelvo a saludar. Saco foto hacia la bocana de la cala y le pido que me saque una foto nadando. Como no calculo la profundidad, me tiro al agua de pie, “tipo bomba”, no vaya a ser que me descalabre la cabeza, y toco fondo con los pies ¡Menos mal que es de arena! Podía haberme echado de cabeza, con un poco de cuidado.   


Me saca cinco fotos, pero tendré que seleccionar. Regreso por la orilla de arena y estamos un rato en el inicio metidos en agua hasta el tobillo. Se baña y, mientras, voy trasladando mis mochilas a su sitio. Luego saco foto de la cala con él saliendo por la arena, regresa y seguimos charlando. El alemán textil y fotógrafo, también se ha bañado, pero ella no. Algo me quiere decir, pero no nos entendemos. Le cuento mi encuentro con Ulrich de esta mañana y le digo el recorrido que estoy haciendo a pie. 


Manfred es joven, unos cuarenta y pico, está separado de su mujer desde hace seis años. Tiene un hijo que vendrá a pasar las vacaciones con él en Alcanada, próximo al Port d’Alcúdia, y que sería curioso que nos volviéramos a encontrar allí en julio (pasaré por allí el día 9, pero no le veré). Ahora pasa cinco días aquí porque el jueves es fiesta en Múnchen, que no tiene nada que ver ni con San Juan, ni con el solsticio de verano. Tiene una empresa con dos empleados y medio. Aclaramos que en Alemania, con todo lo avanzados que están, no produce medias personas, sino que una de las empleadas está a media jornada. “Los únicos medios hombres que hay allí, están en Cala Agulla”, le digo y explico el porqué. 
 
Me da pena marcharme de allí, en un lugar tan magnífico y en tan buena compañía, pero creo que debo continuar. Me doy el último baño. Le digo que, al inicio, me había parecido italiano y me explica que trabajó unos años en Italia y el castellano le sale con algo de ese acento. Probablemente haya empleado algún vocablo italiano. Vestido y con las mochilas ya puestas, le abrazo y le doy un par de besos. ¡Suerte!

Sa Nau
El inicio del acantilado es similar a los anteriores, pero se irá complicando, con más matorral que me araña las piernas, y un final bastante dificultoso que hace casi imposible el descenso a la playa. El acantilado va ofreciendo entrantes de mar que acaban en playa, menos complicados que los que tuve ayer entre Cala Varques y Cala Antena. 
 

Cuando llego a la bocana de Cala sa Nau, ya veo la playa al fondo y unos cuantos veleros y yates fondeados en la parte previa a la zona de baños. Pero primero han sido los matorrales y ahora un acceso sin camino, los que me dificultarán la llegada hasta la arena. 

 


Paso por unas rocas de arenisca, que se desmoronan y no dan mucha seguridad cuando me apoyo en ellas. Contienen una especie de cuevas que serían buen refugio en caso de necesidad. No será éste el caso ni el momento. 
 

Avanzo y no me queda otra opción que la de trepar por el siguiente roquero de similares características. Cuando llego a la cima, me sitúo sobre una plataforma que va por encima de la zona de baños y donde sigue habiendo embarcaciones fondeadas. Todavía tendré algún problema para llegar a esa plataforma, pero por allí consigo acceder a la playa de esta cala. Supongo que la gente que la está disfrutando habrá accedido a ella por alguna carretera que yo, desde esta posición, ni vislumbro. Unos se bañan subiéndose al acantilado por debajo de donde estoy pasando. Ascienden y se tiran al agua, de pie o de cabeza, a gusto del consumidor. Yo me aferro a las ramas para bajar a la plataforma, medio colgado de ellas. Ya estoy viendo que, cuando llegue a la playa, la posibilidad de baño nudista será inexistente, pues está atestada de playeros. 

 

El socorrista me asegura que no puedo bañarme desnudo. Me dice: “tengo órdenes de prohibirlo”. Le digo: ”estás mal informado”. Y su respuesta me sorprende: “Puedes hacerlo, pues son las seis y ya acaba mi turno”. Le digo que esté tranquilo pues ya vengo de Brafi y Estreta donde he estado muy a gusto sin ropa y con poca gente. Atravieso un camino, sin salir hacia el acantilado y aparezco, al otro lado del mismo, en el mar.


Cala Mitjana. Prohibido prohibir
Encuentro una roca horadada en una pared acantilada. Sigo por camino bordeante del mismo acantilado, con matorral y, a lo lejos, hacia la siguiente punta, donde empieza la bocana de Cala Mitjana, veo un mástil. 

 
Por la altura que alcanza, que supera el acantilado, pienso que tiene que ser un potente velero con altísimo mástil. Cuál no será mi sorpresa al llegar, cuando lo que yo creía mástil es, en realidad, una antena vertical bien aferrada a la zona rocosa más alta del lugar. En realidad, no es ni mástil, ni antena, es como si hubieran hecho una escultura en punto estratégico del paisaje. 


Está muy bien sujeta con tirantes muy tensados y, a lo mejor, cumple alguna función más que la puramente decorativa. Cuando me he asomado a la bocana sale un velero, con las velas recogidas, hacia el mar. Ya tendrán ocasión de lanzarlas al viento cuando llegue a alta mar. Por fin llego al recinto de la presunta antena y me sorprende que no esté protegida, que pueda acceder a ella con tanta facilidad. No tardaré en darme cuenta que estoy en lugar prohibido, en propiedad privada. Desde arriba ya veo la playa de Cala Mitjana, sin apenas gente y, como ocurría en Cala sa Nau, con embarcaciones fondeadas. Estoy descendiendo hacia la arena, por un camino y llego a una cuerda con un letrero que dice: “no pasar”, pero yo vengo del lado en que, teóricamente, no se puede pasar, el lugar prohibido donde no debiera estar. 
 
 
Digo teóricamente porque, en la realidad, si he podido hacerlo y he llegado a este lugar sin haber cometido ninguna infracción, pues nadie, ni ningún cartel, me ha prohibido llegar aquí desde el acantilado. Como estoy en el lado de la cuerda en que no debo estar, incumplo la orden y paso, para cumplir el deseo de quien puso el letrero. Es como si me hubiera encontrado un cartel: “¡Pase inmediatamente al otro lado!”

Playa de Cala Mitjana. Daniella y Antonio
Ya estoy cumpliendo la legalidad. Desciendo hacia la arena por camino delimitado por pequeños postes que sostienen las dos cuerdas. Es una mezcla de camino y escaleras. Cuando llego a la playa, Antonio lee tumbado y con bañador y Daniella se apoya en la roca, en bikini, luciendo panza, donde se cobija el que será el primogénito de la pareja. Están muy ilusionados y a la espera y no quieren saber el sexo del que les viene. ¡Que llegue bien!, es lo que desean. Ella es de la Suiza alemana y él italiano de Lecce. Son majos. Se levantan, se interesan por mi viaje y me dicen que ellos están de vacaciones en Cala Ferrera, que yo no veré hasta mañana. No me la recomiendan para dormir y creen que será mejor que duerma aquí, donde estamos. Me doy varios baños y el sitio me parece delicioso. Aunque esté rodeado de prohibiciones, nadie me prohíbe estar desnudo. La delimitación del espacio público y del privado es contundente. Sólo es de uso público el acceso acordado, la playa y el mar. Estoy en el agua cuando la pareja se levanta para marchar, se abrazan, se besan y Antonio (éste si será de Padua y no de Lisboa), toca la periferia de la gran bola, como acariciando todo un mundo, que es el mundo de su bebé y comprueba la temperatura de la caliente tripita de su Daniella. Se han vestido, nos saludamos con la mano y se van. “¿Les veré mañana en Cala Ferrara?”, me pregunto.

Los Fierro. Una finca de familiares de Franco
Me he quedado solo. Alguien me da la información después de la propiedad de la finca. Me lo dirán en el desayuno de mañana, en Cala D’Or. Me dirán que es propiedad de los Fierro, parientes de Franco. Que han rehabilitado el lugar y les han obligado a abrir el paso de acceso a la playa. Da la impresión de que, con la delimitación de los espacios, nos están haciendo un gran favor dejándonos estar en la playa cuando, en realidad, todas las edificaciones que están en el entorno, incumplen lo prescrito en la Ley de Costas. Se supone que, en algún tiempo, pretendieron que la playa fuera también privada, pero no lo puedo asegurar. Debo tener en cuenta que el ochentón de Cala Brafi me ha dicho que él solía venir a esta cala caminando, así que hará mucho tiempo que está permitido el uso de la playa. Si ahora ya no viene, es por causa de la edad, no por razón de las prohibiciones. Ya solo, aparece un empleado de la finca. El trabajador ha llegado en su moto. Va y viene. Pone en marcha las espitas para riego de la hierba y los arbustos. Riega manualmente con manguera los jardines. Viene, va, vuelve y acabará desapareciendo.


Los alemanes del catamarán
Del catamarán más próximo, donde ya he ido viendo a una mujer, un hombre y cuatro niños, parte una lancha neumática a motor y se acerca a la playa. Allí, en la orilla, la dejan varada los niños. Pasarán un rato jugando junto a mí con juegos de niños. Las edades que yo calculo son: 15, 13, 10 y 7 años. Los mayores son niños y la pequeña es niña. No entiendo nada de lo que hablan. La mujer sale en bañador del catamarán y llega nadando a la orilla y se baña con ellos. El único que se baña desnudo es el hombre y lo hace nadando próximo a su catamarán. Le veo bajar al agua, nadar y volver a subir y secarse. Mientras veo la escena alemana, y espero que no sean familiares de Goering, por poner nombre a posibles amigos de los familiares de Franco, me pongo a hacer un dibujo con mis pinturas acuarelables. Me sale un dibujo muy distinto al boceto que hice en Llucalari. Éste me queda muy pastelón. Llevaba 12 días sin dibujar. Ninguno de estos dibujos los podréis ver, puesto que me birlaron el cuaderno, y no tuve la prevención de fotografiar ni escanearlos antes. Dejan de jugar los niños en arena y agua, recogen y montan en la lancha neumática y regresan a su barco familiar. Todavía volverán nadando a la zona donde estoy, el mayor y el tercero, con gafas subacuáticas. Como son muy rubios, pregunto al mayor: “¿Sois noruegos, holandeses…?” y me responde que son alemanes. “¡Germany!”, me dice. Es todo lo que he entendido de su idioma.

El velero de la derecha
Un velero con alto mástil y velas recogidas está anclado a mi derecha. Oigo voces pero no logro distinguir a nadie. Tampoco veo que nadie se bañe. Durante el inicio de la noche, veo luces en el catamarán pero, más tarde, sólo unas luces en el mástil. Del velero de la derecha y de otro que está anclado más hacia la bocana, sólo me llegará el destello de una luz intermitente. Cago haciendo un agujero profundo en la arena, próximo a la orilla. y lo tapo. Espero que se lo repartan los animalitos de las profundidades: cangrejos, pulgas de mar y sabirones. Para las ocho ya he comido mi Bi-Manan. Preparo la cama. La colchoneta ya la tenía hinchada de cuando me he puesto a dibujar pintando. El gran hinchazón central se ha acrecentado al sentarme encima y cargar todo mi peso. Aunque es de día, ya estoy acostado a las 20:40 h. Aunque no veo ninguno, me he dado repelente de mosquitos. He visto hormigas y una especie de pulguitas, pero molestarán menos de lo que me temía. Cuando me despierto, tras el primer sueñecillo, veo a la Osa Mayor a mis pies. ¡Me adora! Tengo la cabeza orientada hacia el mar. Paso una buena noche aunque, siendo la arena tan fina, resulta poco mullida. Sólo me levanto una vez para orinar.

Balance del día
Los momentos mejores del día de hoy han sido los que he disfrutado en Cala Estreta y Cala Mitjana. Partiendo de Domingos Petite, donde he despertado con el bello recuerdo de la cena de la víspera en el RIU, y con un breve baño, el paseo por los acantilados ha sido soberbio. El segundo baño en el Arenal de los Burros y la charla con Lourdes, tras descubrir al falso Chillida, también han sido bonitos para recordar. El encuentro con Ulrich, el suizo enamorado de Mallorca ha sido, además de grato, muy útil. También con perros, el de Jaime. Pero con quién más he intercambiado y ha sido la figura del día ha sido con Manfred, de München que pronto recibirá a su hijo y a lo mejor nos vemos en Alcanada en julio, cuando yo termine de dar la vuelta a la isla en Alcúdia. Muy bién también con Daniella y Antonio y sus esperanzas alrededor de su mundo privado, el de su futuro bebé, todavía escondido en su barriguita dorada por el sol.

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