martes, 1 de abril de 2014

Etapa 23 (265) Colònia de Sant Jordi-Ses Covetes

Etapa 23 (265) 25 de junio de 2011, sábado.
Colònia de Sant Jordi-Archipiélago de Cabrera-Castillo-Faro de n’Ensiola-Sa Cova Blava-Colònia de Sant Jordi-Pltaja es Trenc-Ses Covetes.


Despertar en hostal y desayuno
Me despierto a las siete y veinte y tomo la pastilla. Esta noche, sólo me he levantado una vez a orinar. Me afeito, lavo y coloco la mesita cerca del balcón, para tener mejor luz, y lo abro para que se seque mejor la ropa que lavé ayer noche. Sólo lo abro media hoja y media persiana, para que no se me vea desnudo desde la calle. Empiezo a escribir en el diario. Tengo un día muy intenso por narrar. Sin acabar de ponerme al día, bajo para desayunar a las nueve. El camarero me explica cuál es el sistema. 

Baja a desayunar una familia que vive al Norte de París que, probablemente, sean normandos y les cuento lo que estoy haciendo y la vuelta a la península que inicié en la etapa Saint Palais-Saint Jean Pie de Port (País Vasco-francés o Pirineos Atlánticos) y que finalicé en Collioure (Cataluña francesa o Pirineos Orientales). 
 
Luego bajan Mireia, Víctor y sus tres hijos: Marcos (11), Pablo (10) y María (6). Después de dos ensayos, llegó la niña. En agosto van a hacer sus vacaciones en otro sitio diferente, pero como los niños echan en falta lo bien que se lo pasaron aquí los veranos anteriores y, para reencontrarse con los amigos de aquellas vacaciones, pasan aquí unos días. Les cuento mis viajes, algunas anécdotas y les doy mi blog, por si quieren ampliar lo que les cuento. 
 

Retorno a la habitación, para continuar el diario, y paro a las 11:50 h. Hago la mochila y organizo lo que quiero llevar a Cabrera. Dando las doce en el reloj de la iglesia, estoy devolviendo la llave y guardando mi mochila en un cuartito trastero reservado, sobre cojines de sillas. He sacado foto de la terraza donde cené ayer noche y ahora lo hago con la playa que da al Sur.


Un paseo por Colònia de Sant Jordi
Salgo para conseguir información y paso por la iglesia que ayer noche no pude o no quise ver. Hoy veo que es una iglesia muy moderna en su fachada exterior, situada en plaza con escalinata suave y con un campanario separado de la iglesia, de forma cilíndrica, que parece más una alta columna o minarete, donde un muecín se fuera a dirigir a sus fieles entonando sus oraciones, que un campanario. 
 

En Información, cojo mapa del archipiélago de Cabrera y, para el poco tiempo que tengo hasta la hora de salida del barco, me recomiendan hacer una visita rápida al Acuario, que está hacia el final, siguiendo el paseo marítimo. Me acerco a la oficina de Marcabrera y pago 38 € por el pasaje en la Zodiac. Luego añadiré 5 € más por la propina al piloto e informador. La chica que me cobra con la Visa, me dice dónde debo estar para embarcar a las 12:50 h. También paso por la playa que está orientada hacia el Este, por donde ayer pasé, ya anochecido, y no pude ver, tras haber dejado a Rosario, Enric y Franc.

Acuario
Con el trámite para ir a Cabrera ya efectuado, me voy acercando al Acuario. Ya de lejos observo que es un edificio curioso pero, no sólo en su parte externa, sino que también me agrada la entrada y su interior.



El corredor de entrada es de color terroso rojizo que, en forma espiral laberíntica, te produce la sensación de que estás entrando en una cueva. Es pura apariencia, pues se ve claramente que es artificial, pero impacta. Es efectiva. Sorprende en primer lugar la situación de los ascensores, puesto que parten del interior de las piscinas o acuarios donde nadan, aleteando y coleando, los peces. Es como un preludio, o un muestrario, de los peces que no veremos en Cabrera, si no buceamos. En el acuario, la que informa es Sara y, me dice, “en Cabrera la que os recibirá será Lidia, mi hermana”. Las dos son de Cádiz y le cuento mi paso en chinchorro por Sancti Petri. “Cuando llegues a Cabrera, tómate un granizado de almendra”, me dice. Ya veremos. Disfruto en el acuario, me encanta, y eso que no dispongo de tiempo para leer las leyendas y las explicaciones en pinturas y paneles de la rampa.
Rampa que va llevando en espiral hacia las plantas superiores y que finaliza en la terraza, desde donde se puede ver una bonita vista de la ciudad. A pesar de que es evidente, me encanta la imitación y la ambientación de grutas y cavernas. Saco alguna foto desde la cima del edificio.




En una de ellas se aprecia Cabrera y su archipiélago y la otra la enfoco hacia la parte baja del acuario, donde hay una gran piscina circular con paseos entablillados de acceso que ofrece un espacio de relajo y aparentemente frescor. No lo puedo asegurar, ya que no tengo tiempo para ir a comprobarlo. El cilindro del hueco del ascensor llega hasta arriba, como se ve en esa foto.


Desciendo de la terraza, saco foto al ascensor desde el exterior del acuario translúcido y me sale con tonos azules, pero entre lo que se ve, lo que se adivina y la foto anterior en la terraza, nos podemos hacer una idea de cómo es el ascensor. Y finalmente, tengo que salir aprisa y corriendo para no llegar tarde a la Zodiac que me está esperando en el puerto.

 





Visita al Archipiélago de Cabrera
En realidad, sólo visitaremos la isla principal, la de Cabrera aunque, con la Zodiac, también nos acercaremos a Illa dels Conills (isla de los conejos, que no es lo mismo que Conejera, que avistaré desde Ibiza) y otras menores, finalizando dejando de lado, el faro de Na Foradada. Cuando llego al puerto, ya están todos montados en la Zodiac. 
 

Somos doce y el timonel y yo voy el cuarto por la derecha. Me coloco la mochilita por delante, para tener a mano agua y cámara de fotos y me colocan el chaleco salvavidas. 

 









No tardamos ni veinte minutos en llegar a la rada de desembarco. 



Lo peor de este viaje es la música machacona que llevamos. ¡Es una pena! Con lo bonito que es el sonido que produce el neumático al chocar con el mar y la música en forma de lluvia que surge al salpicar y pulverizar las olas. Entramos por el faro de Sa Creueta que cierra la dársena, dejamos a nuestra izquierda el Castell y arribamos a puerto. 

 


Saco foto desde la lancha del desembarcadero. Bajamos de la lancha neumática, nos despojamos de nuestro salvavidas que, por suerte, no nos han hecho falta, y caminamos hacia donde está el servicio de Información. 
 

Allí nos espera Lidia, quien nos comunica lo que podemos y no podemos hacer y, dependiendo de cómo andemos, los recorridos recomendados y los tiempos que se tardan en hacer. Como la isla es un enclave militar, no nos podemos salir del camino señalado y, para ir hasta el faro de la Punta de N’Ensiola, es necesario un permiso. Pido permiso y me lo hacen en el momento.

 
Subida al Castillo
Este será mi primer objetivo, aunque visto a posteriori, debiera haberlo dejado para el final, puesto que es lo que está más próximo al puerto de embarque, a donde hemos llegado y de donde regresaremos. Según voy cogiendo altura, saco foto de la dársena que, con la nueva perspectiva, ya se empieza a ver bien en toda su dimensión. 
 

Hay veleros, además de otras embarcaciones, fondeados allí, y el embarcadero a mis pies. Subido ya a las almenas, la perspectiva se amplía y ya puedo ver el camino que me llevará al faro. También, en la parte que está debajo del castillo, junto al mar, será donde luego me daré un baño en bolas. 
 
En las almenas, pido que me saquen foto, pues no voy a tener muchas ocasiones de que esto ocurra en Cabrera, con la illa dels Conills al fondo, que es la segunda en importancia, si nos ceñimos al concepto tamaño. Los criterios de importancia pueden ser otros con visión de estrategia militar. Mirando hacia atrás sin ira, pero dentro de la propia isla en que estamos, también se observa una pequeña construcción que tiene toda la apariencia de ser algo militar. Está hacia el Cap Xoriguer. 
 

Más tarde, cuando me encamine hacia el faro, pasaré muy cerca de un acuartelamiento militar. Veré algunos soldados. Pero no adelantemos acontecimientos, puesto que me estoy limitando a contar lo que estoy viendo desde las almenas del Castillo. Inicio el descenso y saco foto a la escalera de caracol que está en el interior de la torre almenada. Mi sombra y mi pie son inevitables si quiero obtener la forma del caracol. 

Y bajando me paro a fotografiar, desde una ventana tronera, la parte de mar y monte que veo.

Primer bañito en Cabrera
Cuando llego abajo, cago en servicios públicos que están muy limpios. Pone que no se puede pasar hacia la costa, y paseo por el atracadero, pero en él, no hay ninguna escalera para subir a la plataforma después del baño. Desde allí veo a un matrimonio con dos niños que están donde indican prohibido. Ellos han llegado a esta costa nadando, desde su barco que está fondeado bastante cerca. Y sin pensarlo dos veces, me digo, “si ellos pueden, yo también”, e incumplo la prohibición y así me alejo del embarcadero. Camino por las rocas próximas al mar y, en un lugar que creo adecuado, me desnudo y me baño. Bajo el Castell, hablo con el pater familias, me seco al sol, me visto y me voy por donde he venido, hacia el bar.



Hoy comida frugal, para compensar
Cuando llego al bar, no hay mucho donde elegir. Sólo bocadillos. Pido uno de atún con tomate (3,50 €) y me lo voy comiendo por el camino. Una forma de compensar el dispendio de la noche anterior. Me dirijo hacia la primera playa, puesto que, donde me he bañado, no lo era. Me estoy acercando al campamento y veo a los primeros militares. Saludo a un soldado. Me da la impresión de que no lleva ninguna graduación. Pienso que es un soldado raso. Así empecé yo en el campamento de Araka y, en el acuartelamiento de Vitoria llegué a un rango superior al de él en mi carrera militar: en el momento de mi licenciatura adquirí el grado de soldado de primera. 

Allí veo otra playa que reservo para baño al regreso. La siguiente playa a la que llego, es muy familiar y está a tope y, en la tercera, me desnudo, baño, seco, visto y arranco por el camino que ya indica la dirección hacia el faro. El sitio donde me he bañado se puede considerar una estribación de la playa S’Espalmador. Desde allí saco foto hacia la bocana.

Faro de la Punta de N’Ensiola
Ha pasado un gordito que iba asfixiado y, a medio camino de la primera cuesta, me lo cruzo de regreso. Me dice, “no tengo tiempo ni de subir a la primera loma para verlo”, todo jadeante. En la loma me encuentro con un hombre que regresa de ver el faro. 
 
Detrás vienen sus más fieros seguidores; delante su hijo mayor y, detrás, su mujer y su otro hijo. No me quiere decir lo que me viene, “por no desanimarme”, me dice. En cuanto avisto el recorrido, empiezo a darme cuenta de que voy a andar muy justo si quiero llegar al faro y volver para la hora señalada. 
 

La foto que saco es muy ilustrativa y ofrece muy claro el camino, con el último repecho en rebuscado zigzag. Desciendo y puedo ver la punta de N’Ensiola bien delimitada por su mar por los lados Oeste y Sur. 

 


 En el istmo, casi se une un lado con el otro. Es por allí por donde va la pasarela de troncos de madera de árbol. Parece que no avanzo, pero avanzo. El faro está cada vez más cerca, pero el reloj también continúa su inexorable marcha. 
 


Las fotos que voy sacando me parece que van a ser suficientemente ilustrativas del recorrido que estoy haciendo. Por fin llego al faro de N’Esiola. 
 

Calculo: lo que me ha costado una hora en llegar, lo tendré que hacer en tres cuartos al regreso. Comerle 15 minutos a una hora me parece imposible, pero lo tengo que intentar. No me quedará más remedio que perderme el último bañito que había previsto y no podré tomarme el granizado de almendra recomendado.

Retorno de N’Ensiola en tiempo record
Saco una foto de la zona Occidental, donde se ve S’illa de ses Rates (isla de las Ratas) y el Cap Vermell. 
 
 



Hacia el lado Sur se aprecian las islas de las estrellas: S’Estell Xapat, S’Estell de s’Esclata Sang, S’Estell des Coll y S’Estell de Fora. L’Imperial, ya más grande, se oculta tras el Cap L’Imperialet. 

Salvo S’illa de ses Bledes, que queda hacia el Este y que no podré verla, el resto de islas que completan el Archipiélago están al Norte y casi todas las veremos en la visita a bordo de la Zodiac, al regreso, tras arrimarnos a Illa dels Conills. 
 

Aunque me está costando contar el contenido, las dos fotos en sí, apenas me han restado tiempo y me han permitido un pequeño respiro junto al faro. Cuando llego al embarcadero, ya están todos montados en la lancha neumática. Me excuso por haberme tenido que esperar y, al mostrar mi preocupación porque no sabía si iba a poder llegar a tiempo, el piloto me dice: “sin ti, no nos íbamos a marchar”.
 
Sa Cova Blava
Arrancamos suave hacia la Cueva Azul. Como ya la está visitando otra embarcación, tendremos que hacer turnos. 



Esperamos y nos esperan. El piloto nos invita a darnos un baño pero, desde arriba de la Zodiac, él vigila los lugares donde se ve alguna medusa. 

 

Unos cuantos nos lanzamos al agua, aunque yo seré el único que lo haré en bolas. El lugar es de un azul muy intenso, un azul inestable en sus tonalidades, dependiendo de los fondos marinos. El baño ha sido grato y el piloto nos invita a subir. Yo espero a secarme antes de vestirme. El piloto me invita a que me vista pero, una vez que me cubro con la toalla, me dice que es suficiente. Cuando me seco, me visto. 
 
Una vez terminada la visita a Cabrera, con el colofón de sa Cova Blava, empieza el tiempo de diversión.





Los juegos 
y la recuperación ecológica de mi visera
Este es el momento en que el piloto juega con la Zodiac y sus tripulantes. Hay que dar emoción a un viaje tranquilo. El motor crece en potencia y la lancha gana velocidad. 

 

Empezamos a hacer círculos, saltos y brincos. En uno de los círculos con el mar bajo a mi derecha, meto el brazo y me lo mojo con el agua marina. Todos estamos de nuevo con el salvavidas y agarrados a la cuerda que circunda la embarcación. 
 
En una de estas maniobras lúdicas, vuela mi gorra. Pienso. “Ya la he perdido” y me doy cuenta que el piloto vira para ir a recuperarla. “No te preocupes, déjala, la encontré y no tiene gran valor para mí”, pensando que lo hace por mí. Pero su respuesta va más allá que lo puramente individual, es más social y ecológica. Dándo un círculo, la recupera del agua y da su razón: “lo hago por no dejar una porquería más en el mar”. ¡Bravo!, te has ganado la propina y, al bajar, le doy 5 €. No por la recuperación de la visera, sino por su actitud en defensa de la ecología marina. ¡Ha sido toda una lección!



Regreso a Colònia de Sant Jordi
El regreso está siendo más ameno que la ida. En vez de música, tenemos explicaciones pero, lo que está bien y se entiende con marcha lenta, se va perdiendo al ir ganando en velocidad. Al llegar, igual que yo, las dos parejas de alemanes también le dan propina. Ha sido un bonito viaje y yo he disfrutado como el que más. Si no me hubiera atrevido a echarme desnudo al agua en la Cueva Azul, me habría quedado sin baño, puesto que no llevo bañador. 

Habrá gente que no lo entienda. Mucha gente que no practica nudismo no lo aprueba y no es cuestión de dar explicaciones. Otros no practicantes respetan mi libertad para hacerlo. Hay quien sólo se muestra tolerante. Albert Camus, el Premio Nobel, en Bodas, hablando de la desnudez de los mozos de la playa Padovani de Argel, que pasan todo el año al sol, dice: “Estar desnudo guarda siempre un sentido de libertad física…” Este sentido, este deseo de libertad, es el que justifica mi desnudez. Es mío y no tiene por qué ser compartido.

Un catalán salao
No os voy a hablar de nadie en concreto, sino del idioma de las islas Baleares. Después de este rato lúdico en la Zodiac, tocando el agua con mi mano en altamar, me vienen recuerdos para la reflexión. Cuando llegué a Ciutadella en Balearia y cuando crucé de allí al Puerto de Alcúdia en Iscomar, también lo hice surcando por altamar pero, el monstruo marino primero y el transbordador menor que me llevó de Menorca a Mallorca, no permitían la comunión con el mar tanto como esta lancha neumática de color amarillo, que contrasta tan bien con este azul brillante del agua del archipiélago. Tras el baño natural en Sa Cova Blava, el juego que nos regala tan buen piloto haciendo piruetas marinas, y el salpicar del agua salina, y tras dar el repaso a los nombres de las islas, islitas e islotes, muchas de ellas con su “ese” siseante, y otros topónimos de lugar, me viene el recuerdo de algo que creo me dijeron los habitantes de la cueva que estaba sobre Son Bou. “En Baleares -me decían- los artículos se llenan de “eses”. Así “la” se vuelve “sa”, “las” cambian a “ses”, a veces la “a” de “sa” desaparece si la palabra comienza por vocal y se une con signo de apóstrofe”. Así, se considera el catalán de las islas como un catalán más salao. No vamos a entrar en el debate de cual de los idiomas fue el primero, de quien copió a quien pero, después de mi paso por las comunidades valenciana, catalana y balear, lo que sí tengo claro es que las tres provienen de la misma lengua madre. A más no voy a llegar, puesto que no soy técnico en la materia, ni tengo argumentos para rebatir a eruditos. Como estoy en las islas, sí oí decir que los peninsulares provienen de la lengua madre que es el idioma balear. Otras cosas diferentes oyeron mis castos oídos al pasar por los paísos Valenciá y Catalá. A esa sal del idioma balear, no puede ser ajena la flor de sal cocó que ayer veía cómo recogían en el Cap de Ses Salines.

Colonial: Granizado de almendra y pomada
Tras este bonito viaje, del que nunca me arrepentiré, me decido a resarcirme del granizado que no he podido tomar en Cabrera. Me acerco al Colonial, donde ayer no pude conseguir habitación, y pregunto si tienen granizado de almendra. Lo tienen y me tomo uno. Pago 2,80 €. Está muy rico pero me deja con más sed. Pido una pomada que me sabe más rica que ninguna de las que tomé en Menorca. “La hacemos granizada y con limón natural”, me dice el camarero. Cuando la estoy bebiendo, pasa Pablo, el hijo del matrimonio de Barcelona y me saluda: “Hola Javi”. Me agrada que se dirija a mí con mi nombre. Se ve que esta mañana en el desayuno estaba atento a lo que hablaba con sus padres, a mis anécdotas acaecidas en mi viaje. Pablo sigue hacia el hotel. Pago al camarero la pomada 4,50 € y le digo: “es la pomada más rica que he bebido en mi estancia por Baleares”. Él me lo agradece y yo estoy feliz. Suenen las campanadas de las siete en la iglesia próxima. No me queda ya más que ir al hotel, orinar, coger la mochila y agua y salir hacia Es Trenc. “¿Me comerán los mosquitos?”, me pregunto.

Despedida del Hostal Playa
Llego al hostal, recupero la mochila del cuarto donde la había dejado y hablo con la hija de la dueña. Sé que es ella porque por la mañana me lo había dicho Mireia. Es una mujer asequible que sabe escuchar y le cuento mi bonita excursión por Cabrera. No le digo nada de lo mal que me atendió ayer noche la camarera que estaba menos pendiente de atender bien que preocupada por su carnet de conducir. Tampoco le digo nada de lo cara que me salió la cena. Ya es agua pasada, aunque hay cosas que no se olvidan. Una cosa es perdonar y otra, bien distinta, olvidar. No quedará otro remedio si algún día me visita el señor Alzheimer. 
 

Sí se lo había comentado al camarero del Colonial y me ha dicho: “aquí te habría salido una cena más económica”. Tiene la prudencia de no añadir: “y mejor”. Me despido de la hija de la dueña del Hostal Playa y comienzo a caminar.

Hacia la platja del Marqués
Salgo hacia la terraza por el lado de la playa del Sur. Es temprano y sábado, y todavía hay bastante gente en la playa, pero no saco foto, puesto que ya la he sacado esta mañana y ya tengo suficiente para el recuerdo. Acabada la playa, voy paseando al par de zona de rocas. La foto que saco, ya será foto de despedida de Colònia de Sant Jordi. Han quedado atrás la playa y el faro y, muy a lo lejos, el archipiélago de Cabrera, donde tanto he disfrutado esta tarde. En un momento determinado hay un obstáculo que no me permite seguir por el exterior cara al mar y me tengo que meter entre calles. Dos parejas hablan de Ibiza y Formentera y escucho por si algo de lo que dicen me pudiera interesar. Pero son Gonzalo, Carmen, Tino y Aurora, que están hablando en broma. Les cuento y les encanta mi viaje.  


Sigo adelante y voy combinando paseo de baldosa con otro de madera que se irán intercalando hasta que llegue a la playa del Marqués. Pero antes veo una curiosidad. Una de las casas tiene un pilar que la sujeta por uno de sus flancos más marítimos y no se les ha ocurrido cosa más insólita que ese pilar sea un ancla de altura. Me gusta la idea y valoro al caprichoso que la ha tenido. 

 







Más adelante veo una escultura formada por tres elementos metálicos, como de hierro oxidado. No veo título ni autor pero, a pesar de su tosquedad, lo interpreto como la Sagrada Familia, quizás me trae al magín la distancia, la lejanía, de la mía. Veo a la virgen, al niño y a la víctima, San José. Es el que peor parado sale de la historia, aunque aquí, el autor, lo presenta como el más grande. Todo basado en la interpretación de la obra, que yo me invento. 
 


En realidad, esta playa del Marqués es la misma playa que luego será Es Trenc, pero que va recibiendo distintos nombres. Al llegar aquí, dejan de aparecer edificios y empieza un paraje más natural. Desde un pequeño espigón embarcadero, preparado con escaleras de piscina para que accedan con facilidad los que se lanzan de cabeza al agua, saco una foto de la platja del Marqués que tiene estructura de playa urbana, aunque las casas de la derecha no se ven en la foto, y con estructura dunar que ya va a ser más o menos uniforme en la siguiente de Es Trenc. Al final de la playa del Marqués, veo a cuatro mujeres árabes. Les digo: “¿No tenéis calor con tanta ropa?”. Se sonríen y no responden, deben estar comodísimas y fresquísimas.


Platja es Trenc. Nudismo y sexo
Pasando la platja del Marqués, puntualmente, empiezo a ver algún nudista. Algo más adelante encuentro a tres chicas y dos chicos sevillanos. Les doy un poco de envidia. Una envidia sana. En la zona de hamacas, la gente ya empieza a huir de los mosquitos. Tras caminar más de media hora por las dos playas, llego a una casamata bien blindada en la que, en su fachada circular indica: “Sex Zone y Couples”, que una flecha orienta hacia las dunas y en la fachada que mira al mar: “Zone Only Nudist”. Pero lo único que veo allí es una sombrilla plagada. O todas las parejas o “parejos” están en las dunas, o en este tramo no hay nadie. La duda: ¿dónde estará y quién será el dueño de la sombrilla? Pero sigo un poco más adelante y, en el siguiente bunker, el ambiente ya es más evidente. Un hombre avanza con el pene erecto, una mujer y un hombre juegan con sus sexos, otro les mira sin perder detalle, un hombre sale de la duna, otro viene por detrás. Queda claro que no es una zona sólo nudista y que el sexo no está sólo adscrito a las dunas, sino que también es palpable en la zona más abierta al mar de la playa Es Trenc. Como busco tranquilidad y no me apetece este trasiego, continúo más adelante. 

En mi diario lo he narrado de otra forma: “En la siguiente encuentro a cuatro o cinco empalmados, masturbándose mientras una mujer, desnuda pero con toalla por los hombros, parece que hiciera el papel de calientapollas. Al pasar yo, los hombres no se cortan un pelo en su actividad masturbatoria. Algunos se van hacia las dunas.” Las dos versiones son correctas. Esta última la escribo al llegar a Ses Covetes, donde cenaré, y la otra basándome en una foto que saco de lejos, a toro pasado. Esta foto no pretende delatar a nadie, sino constatar lo que he podido ver al pasar. Continúo playa adelante y, cuando ya se está acabando Es Trenc y veo hamacas, donde la gente ya ha huido por los mosquitos, me desnudo, me doy el baño, me seco paseando al aire y me encamino hacia un lugar donde pueda cenar. Hay que tener en cuenta que en Cabrera sólo he comido un bocadillo. En esta playa queda una pareja. Él tiene una profesión relacionada con la sanidad y me completa la información que ayer me dio Rosario sobre transmisión de Sida por picadura de mosquitos. Me dice que sí pueden contagiar pues, para poder absorber la sangre líquida, tienen que inyectar previamente un líquido anticoagulante. Es en esta operación cuando los mosquitos pueden ser transmisores del Sida. Me despido de la pareja y me voy al último paraíso.

El Último Paraíso
Encuentro el restaurante El Último Paraíso, que ya está situado en terreno de Ses Covetes. Todos los auxiliares de la playa se meten dentro, con sus enseres, escapando de los voladores picones. Me atienden la dueña y el cocinero. El cocinero me protege de los mosquitos con Aután, y me propone su trampó y lenguado. Acepto, como comparación con la cena de ayer. El trampó lo podré comparar, pero será complicado hacer comparaciones entre un rapé y un lenguado. El trampó lo como tan a gusto que el de ayer, quizás más pues los trozos de tomate son más pequeños y así la parte frutícola es más visible. No recuerdo si llevaba o no alcaparras. Si las llevaba estaban muy perdidas en el conjunto. Lo que está exquisito es el lenguado, pero me sorprende que me saque la cabeza cruda. El cocinero me da las explicaciones pertinentes. 
 
Lo saca así con toda intención, para que se vea que es un lenguado fresco. Estoy de acuerdo con la finalidad, pero a mí me suele gustar rechupetear los huesos de la cabeza y hoy, estando cruda, la tendré que dejar como está. Ha acompañado el pescado con papas arrugás, mojo verde y mojo picón. Le pregunto la razón y me dice que, aunque es de Huelva, trabajó mucho tiempo en Canarias. Me invita a infusión pero tiene trabajo y ya no podré hablar con él de las costas onubenses de su provincia. ¡Una pena! Luego hablo con la dueña y le cuento anécdotas de mi viaje. Le pago con Visa 25,25 €. La música que tienen en el local es muy agradable, lo malo es que es limitada y la repetirán varias veces. Hay dos familias que han venido a comer paella y están sentadas en la mesa de al lado. Les hablo del viaje que estoy haciendo y alucinan. Son franceses. El te verde, al que me ha invitado el cocinero, está buenísimo, pero lo tengo que tomar en vaso de plástico porque van a cerrar el establecimiento. He aguantado dentro todo lo que he podido para dar tiempo a que se vayan a dormir los mosquitos. Son las 23:30 h cuando salgo a la calle. 


Los del Último Paraíso me han dicho que hasta hace dos años tenían la concesión del chiringuito de la playa, pero como ya no se lo conceden, es por lo que se han decidido a abrir este local. Tienen confianza en que les va a ir bien, pero hay que esperar, pues acaba de comenzar el verano. Trabajan durante el año nueve meses y paran los meses de diciembre, enero y febrero. Les digo que, durante esos tres meses, alquilen el local a un grupo de sicólogos para que organicen allí terapias de grupo. El local y el lugar se prestan para ello. Salgo contento porque solo me han cobrado el lenguado; el trampó, las aceitunas, el pan, el mojo y la sangría blanca, que estaba riquísima, estaban incluidos en el precio. Les doy las gracias por lo a gusto que he estado y lo bien que me han tratado y les deseo éxito con el nuevo proyecto.

Noche en Es Trenc-Ses Covetes
No tengo muy claro si la parte final de la playa sigue siendo Es Trenc o, los parasoles y las hamacas donde he dormido pertenecen ya a Ses Covetes. Sean de uno o de otro, el caso es que el lugar está bien localizado. Cuando salgo de nuevo a la playa, ya está muy oscurecido, pero me apaño suficientemente bien. Todas las hamacas están ahora apoyadas contra el palo que soporta la sombrilla, de un lado y del otro, pero encuentro una sola que tumbo poniendo la parte alta de la cabecera a los pies. Organizo mi cama y me dispongo a dormir tranquilamente pues, donde estoy, protegido de hamacas y parasoles, no puede venir ninguna máquina de limpieza que me vaya a llevar por delante. En la orilla hay dos pescadores de caña. Uno lleva lucecita en la punta de la caña y linterna en la cabeza. Veo varias veces resplandores de linterna lejana que da en los parasoles. Después de un rato, los pescadores se van. Dos parejas pasan semidesnudas por la playa. Da la sensación de que estaban durmiendo en algún sitio y les hubieran echado. Van a paso rápido. Y, por lo que me dirán los de Soller, la máquina de limpieza ha pasado por la playa. ¡No me lo puedo creer! ¿Estaba yo tan profundamente dormido que no me he enterado de su paso? Lo más probable, pienso, es que haya pasado antes, cuando todavía estaba en El Último Paraíso. “¿Estaría realmente en mi Paraíso privado cuando ha pasado?”, me pregunto.

Balance de la jornada en que he visitado Cabrera
Hoy, con la visita a Cabrera, el avance por la costa ha sido escaso. No por eso doy por perdido el día. Todo lo contrario. Ha sido un día muy rico en experiencias. He disfrutado en el Acuario, en Cabrera, en el recorrido que he hecho al castillo y al faro de N’Ensiola, también con el baño en Sa Cova Blava, en aguas tan azules, y en los juegos que nos ha propiciado el piloto de la lancha neumática y la experiencia ecologista de mi visera. El camarero del Colonial y su rica pomada, la charla con la hija del Hostal Playa, también con la dueña y el cocinero del Último Paraíso, donde he cenado muy bien y con buena relación calidad-precio. El paso por la zona sex de Es Trenc ha sido rápida y no sé que pensar, ¿ha sido una alucinación? Me da pena. ¡Con lo a gusto que habría estado con ellos si hubieran sido nudistas normales! Otro día más de dormir en la playa.


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