miércoles, 9 de abril de 2014

Etapa 26 (268) Cala Blava-Palma

Etapa 26 (268) 28 de junio de 2011, martes.
Cala Blava-s’Arenal-Son Veri-s’Arenal-Can Pastilla-Cala Gamba-Palma.

Amanece en Cala Blava
Me despierto a las 5:30 h, pero me vuelvo a dormir hasta las 6:15. Me levanto, recojo todo y para las 6:30 h ya estoy en marcha. Donde he orinado, hay restos de sandía sin comer, a los que añado un hueso de ciruela y otro de albaricoque, que como antes de salir. Será mi predesayuno antes de que encuentre un lugar adecuado y de que la fruta se acabe. Las ciruelas son ácidas e insípidas a la vez, pero nunca había comido hasta hoy albaricoques tan ácidos. No he visto, ni oído, ningún mosquito en toda la noche. Sólo un escarabajo grande y negro ha amanecido junto a mi almohada. ¿Me habrá acompañado toda la noche? Lo dejo patas arriba para que no se meta en mi mochila y, antes de marcharme, le doy la vuelta para que pasee. 
 



 Antes de recoger y de partir, saco foto del lugar donde he dormido. Se aprecia el lugar y lo que creí muro construido, resulta ser roca recortada que no sería de extrañar, pudo ser un yacimiento de extracción de piedra. También se aprecian las rocas que defienden el lugar de la entrada del agua de mar. Al fondo se ve parte de la playa de Cala Blava. 
 

No regreso por donde llegué ayer noche y me voy hacia la playa, donde ayer creí ver linternas. Cuando paso no veo ni pescadores, ni a nadie durmiendo en la arena. A las siete, yendo por carretera hacia s’Arenal, tomo la pastilla y me abstengo de beber agua para que no me produzca diarrea con la fruta tan inmadura que he comido. Pasada la playa, asciendo por escaleras hacia la urbanización y, desde arriba, saco foto de la playa de Cala Blava, una forma de decirle adiós.

S’Arenal
Caminando por carretera, salgo a s’Arenal. Por delante van dos chicos de Barcelona, que acaban de terminar el Bachillerato y, sin saber con qué calificaciones, están con viaje de fin de estudios en un hotel. Vienen de pasar la juerga nocturna y gritan a dos amigos que están en el balcón. Traen una botella de líquido amarillo, que no tiene otra apariencia que meada, pero que me dicen es un brebaje con alcohol, que no les dejaron subir al autobús y que lo dejaron escondido y, ahora, lo han recuperado. Para llevarla hoy, están preparando otra estrategia. Como no han dormido en toda la noche, buscan un bar para desayunar, que ha sido mi pregunta y el motivo para contactar con ellos. Así llegamos al bar Caramba.

Caramba. Desayuno
Desayuno descafeinado con leche y dos magdalenas (2,30 €). Uno de los estudiantes pide un bocadillo, pero el otro desayunará cuando empiecen a dar los desayunos en el hotel. Uno quiere ser arquitecto técnico y el otro estudiará Energías renovables. Me desean buen viaje y yo éxito en sus exámenes, que puedan estudiar lo que desean, y que sean felices. 
 
Dejo mi móvil a cargar y en una mesa organizo todo para poder escribir mi diario. Saco foto con la libreta abierta, la nota de pago, el mapa y mis rodillas bajo la mesa. El cuaderno con los dibujos no está a la vista y me pena pues, como me lo robaron, no hay constancia de ninguno de ellos, aunque fueron pocos los que hice en este viaje. Mi intención es ir hacia la playa de s’Arenal, para ver si encuentro la zona nudista, pero tengo suerte de que alguien me dice que hay más posibilidades de que pueda hacer nudismo, retrocediendo hacia Cala Mosques, que está en Cala Blava. Dejo de escribir a las 9:15 h y bajo hacia el puerto. Salgo con la intención de pasar una mañana placentera de baños y de sol y regresar a comer al Caramba, donde dan comidas de menú a buen precio.

Son Veri. 
Cuando llego al puerto, ni me molesto en fotografiarlo, puesto que está todo rodeado de vallas. La playa es muy urbana y no es apropiada para nudismo, así que si me desnudo, creo que voy a estar incómodo y no es ese mi deseo. Pregunto a dos chicos y me dicen que al otro lado hay playa de arena más pequeña. Esta información me produce muy malas sensaciones. Rodeo el puerto y voy atento mirando atrás para coger la referencia de Caramba al regreso. Por detrás del puerto, entro en playa. Ya va llegando la gente y no veo a nadie desnudo. Es lo que me temía. Así que sigo por rocas amables y llego hasta un lugar donde o me tiro al agua o no puedo continuar. Así que aquí me instalo. 


Luego sabré que a este lugar se le llama Son Veri. Me desnudo y me doy un baño. El acceso es por las rocas y por alfombra vegetal marina. Tengo que tener especial cuidado en un pequeño espacio en el que se ha formado una especie de musguillo que resbala. Me doy seis o siete baños cortos y estoy feliz. Cada vez que tengo calor, y hoy lo hace, ¡al agua patos! Me pongo a dibujar con la vista puesta hacia el malecón del puerto que he pasado, con la Serra de Tramuntana, al fondo. 

Son Veri. Abuelo y nieto
Cuando estoy dibujando, llegan un abuelo y un nieto. El abuelo intenta enseñarle a pescar pero lo hace de una forma tan poco didáctica, que no me extrañaría que el niño, cuando sea mayor, acabe odiando la pesca. ¡Qué abuelo tan poco hábil! ¡Qué mal le enseña! Yo no sé pescar y me libraré muy mucho de pretender enseñar a mis nietos algo que yo no sé. Es mejor que lo aprendan de su padre, que es mucho más hábil pescador. De hecho, de él lo han aprendido y seguro que saben pescar mejor que yo. Les podré enseñar otras cosas, pero no a pescar. Han llegado, se han puesto cerca de donde estoy con mi cuaderno de dibujo. Al llegar, el abuelo no se ha molestado ni en saludar. Estoy preocupado porque, al lanzar la caña al mar, no me claven a mí el anzuelo. Pienso que quizás le moleste mi desnudez y, a tan poco didáctico hombre, me temo que será difícil argumentarle para que, si no respeto, al menos lo tolere. Menos mal que estarán un rato y se irán pronto. Salvo ellos, todos los que van llegando a esta zona de rocas, se quedan en espacios previos. Ya he dicho que yo me he puesto al final, donde ya es imposible continuar. Los que más se acercan, se han quedado en la anterior ensenada. Son tres jóvenes textiles que han traído una colchoneta. Más tarde, uno de los chicos ascenderá por rocas hacia Cala Mosques. 

Pescadores matan peces a panazos
En las rocas del fondo, están pescando otros tres chavales, pero no hacen otra cosa que lanzar panes duros al agua. Parece que los quieren cebar para que se acerquen pero dudo de si lo que pretenden es matar peces a panazos, ya que no lo consiguen con la caña de la forma reglamentaria. Debe estar tan duro el pan que una gaviota intenta pero no lo puede ni comer. Lo que están consiguiendo es que los panes vengan flotando a la orilla de los sitios en que nos estamos bañando. Yo prefiero bañarme y nadar, pero no tragarme un pedazo de pan. Acabarán todos los panes flotando en la orilla de la pequeña playa por la que antes he pasado. Otro de sus juegos consiste en bajarse y subirse el bañador. Uno de ellos enseña el culo con la satisfacción de incumplir una norma. Me acerco nadando hacia la alta roca donde están los malditos pescadores frustrados y les digo que no tiren más panes. La respuesta no tardará en llegar. Vacían la bolsa con los trozos de pan que quedaban y se quedan satisfechísimos. Al menos, no han tirado también la bolsa. Desde lejos les aplaudo. 

Salvador y los niños de primaria
Acabado el show de los jóvenes pescadores, se asoma por mi zona Salvador. Es profesor o monitor de un grupo de chavalillos de primaria que están en colonias de verano. Pienso que pueden tener la edad de mi nieto mayor, Julen. Están cogiendo animalillos de la orilla y, en esa búsqueda, pasan por mi lado y se van nadando hacia la roca de los pescadores jóvenes y el islote próximo. Los pierdo de vista. Antes de que haya podido advertirles, dos niños se han resbalado en la zona musgosa de la roca y se han dado una gran toña sin mayores consecuencias. Cuando todos se han ido nadando, llega un niño con gafas en busca de Salva; no ve a nadie, porque el grupo ya ha doblado la roca-isla de los del pan y me confiesa que quería ir con ellos, pero que solo no se atreve. Yo no le voy a acompañar. 

Son Veri. Aarón
Más tarde llega Aarón, que no quiere nada. No viene ni a bañarse, ni a hablar, ni a tomar el sol. Dice que el agua está fría pero, por sus pelos mojados, ya noto que se acaba de bañar en algún lugar previo. Aarón, nombre que también pusieron mis amigos de Huelva a su hijo, se ve que ha recibido una educación estricta en su familia de Testigos Cristianos de Jehová. Mis amigos también lo son por tradición familiar. (Cuando estoy escribiendo esta parte, quizás por el Ribeiro, doy cabezadas de sueño). Aarón acaba diciéndome que le gustan los hombres, así que, pienso: ¡Más “tela” para el remordimiento!, ¡sufre mamón!, el daño que hacen las religiones y qué felices los que nos hemos podido librar de ellas. Aarón se baja un poco el bañador. Por la raya blanca que aparece, está claro que no es nudista. ¿Le gustaría?, pero no se atreve. Ahora tiene una buena ocasión, pero la desaprovecha. Al cabo de un rato, se va por donde ha venido. 

De nuevo Salva y sus niños y regreso de Aarón
Estoy en sitio estratégico. Regresa Salva y sus secuaces (5-6 chavales) y le digo que, el Atlántico, en su rasa intermareal, le daría mucho más juego que lo que le pueda dar este Mediterráneo con tan poca variación en las mareas. Cohombros, actinias, anémonas, algas, caracoles… Pero él me responde que ya le da suficiente juego este mar que es el suyo. Me he puesto como parapeto, para que ninguno pise la zona musgosa. Se van a jugar a petanca a la zona de arena donde está el resto del grupo colonial. Luego, a mi regreso, hablaré un rato más con Salvador. Vuelve Aarón, se ve que lo ha pensado mejor. Esta vez, haciendo un enorme exceso, se quita el bañador y se queda con el calzoncillo. No desesperemos, por algo se empieza. Probablemente él se considere así semidesnudo. Me dice que le gusta el dibujo que ya he terminado. He tenido que acortar el malecón del puerto deportivo de s’Arena, así que ha salido una versión del mismo, no lo que veo. Aarón, con el calzoncillo puesto, se empalma y, sin enseñar nada, pero deseando que alguien lo vea y que se le note, se sienta en la roca, en el agua, para que le baje la hinchazón. Ni se masturba, ni hace gesto alguno. Sólo tiene 19 años. Como yo no pretendo hacer nada con él, finalmente se viste y se va. Esta última escena, da fe de una de las razones por las que muchos jóvenes no hacen nudismo: Tienen temor a que se produzca una erección que ellos no son capaces de controlar. Aarón se ha ido, y yo también me visto después y me voy. Al pasar por la playa, hablo con Salva. Está todo este mes de monitor de colonias y, el que viene, se irá de vacaciones. Le hablo de mi viaje y él del suyo por Tailandia, donde piensa ir. Me dice que yo también disfrutaría allí. Que, aún no sabiendo idiomas, cree que me comunicaría bien. Tengo mis dudas. Podría tener una comunicación puntual, pero no con la calidad y el lenguaje preciso para comunicar sensaciones y sentimientos. Me despido de Salvador y sus chavales y me encamino hacia el Caramba.

Comida en Caramba. Raúl
Regreso al Caramba por el camino conocido, aunque ha habido un momento en que me he liado. Como un platillín de ensaladilla rusa con txaka falsa y unos calientes de: 3 albóndigas, callos y pulpo en picadillo, un segundo plato de pescado rebozado frío, pisto de cerdo mallorquín y sangrecilla con cebolla, cuyo gusto me recuerda a la morcilla de cebolla. Aparto la cebolla, por estar excesivamente empapada en aceite. Si lo hubiera elegido al inicio, seguro que no la habría dejado, pues tenía rico sabor. Como no tienen ningún postre casero, como un bombón de nata recubierto por chocolate, pero sin palo. Lo hacen en Mallorca pero, al no tener palo, resulta algo incómodo para comer, pues el chocolate se derrite entre los dedos. Habría que comerlo con cuchillo y tenedor. Aunque se me cae a pedazos, no desperdicio nada. Aunque está muy rico creo que el diseño es fallido. En mi modesta opinión, no es un producto comercial bien logrado. No sé en qué momento hablo con Raúl, que es de Jaén. Le recito el poema de Miguel Hernández, pero es joven y lo desconoce. “¡Vaya aceitunero altivo!”, le digo. Se ha terminado la botella alargada de Ribeiro que me había sacado (sólo quedaba para dos o tres tacitas) y abre otra, con envase de otro formato, para continuar. “Es el mismo”, me dice, y yo me lo creo puesto que está igual de bueno. Bebo tres tacitas más y paro. 
 
Voy bien servido, pero controlando bien la situación; aunque tengo que dejar de escribir porque se me cierran los ojos. Raúl, el barman, ha terminado su turno y se pone en su puesto un tío suyo. Me dice: “enséñame el dibujo”. Se ve que algo le ha contado su sobrino. Se lo enseño, me despido y me voy. Compro postales (4x0,25 y 5x0,20) por 2€.

Platja de s’Arenal
Bajo a la playa que he visto esta mañana. 
 

La tarde está magnífica y muchos extranjeros, que vienen buscando el sol, se esconden de él a la sombra de una hermosa palmera. A la izquierda está el puerto, que he dibujado de lejos esta mañana, pero me olvido de él y me dirijo hacia la orilla. Me descalzo y todo el recorrido por s’Arenal lo voy haciendo mojándome los pies. Una piedra de arenisca camuflada en la orilla con el mismo color de la arena, me juega una mala pasada. Como no pierdo ni un segundo de atender a lo que acaece en la arena, parasoles y tumbonas, no me fijo dónde piso y me hago daño en el pie derecho. Empieza a haber ambiente guiri. El tropezón me produce un fuerte dolor que crece al pisar pero, en el calor de la marcha, va aminorando y se me va olvidando. No será hasta que llegue a Palma que me daré cuenta que se me ha puesto amoratado todo el dedo más próximo al gordo del pie derecho, el equivalente al índice en la mano. Si antes ya estaba feo con la uña negra, ahora parece una morcillita. En toda la playa, no veré a nadie desnudo. 


Veo algún espacio más despoblado y me voy animando a darme un baño, pero estos espacios coinciden con llegadas de agua fría de interior, poco saludables y poco apetecibles. Desisto. Mi recorrido playero es bastante crítico. Encuentro sobre colchoneta a una joven tostándose al sol. Para que no se le reconozca le corto la cabeza. Está roja rojísima e insiste. Tiene las marcas que le ha ido dejando el bikini y que han ido dibujando rayas varias sobre su piel blanca. Ella no me ha dado permiso para fotografiarle, pero yo lo hago como muestra de algo que no hay que hacer. Con una piel tan blanca hay que dosificar el sol o darse un buen protector solar. Había pasado por el lugar de la joven sin sacar foto y regreso para hacerlo. Una señora, parapetada por su esposo, me mira con cara de no muy buenos amigos. ¡Ni que la hubiera fotografiado desnuda!
 
Jóvenes extranjeros y cerveza
Llego a una zona de playa con parasoles y demás parafernalia, coincidente con un hotel al fondo. Empiezo a ver jóvenes, de mayoría masculina, que me recuerdan a los de Cala Agulla. Seguramente habrán venido con un paquete de vacaciones similar. Objetivo: cogorza diaria. 


Un grupo de jóvenes, que están de pie, tienen sobre una mesa una maleta y juegan a un juego que se llama Oldesloer. No acabo de ver nada claro en qué consiste. El de la camiseta Surfing no sé y, salvo otro, los torsos que lucen son bastante fofos, poco atléticos, pero todos tienen una cerveza en sus manos, que hará la enésima del día. 

Lo mismo ocurre con otros dos boronos subidos sobre un catamarán aparcado en la arena. Cada uno luce su botellín de cerveza. 

Poco más adelante encuentro un círculo de botellines enterrado en la arena por el gollete. Tienen dos cubos que, seguramente, los han traído con hielos para conservar las cervezas frescas, pero ahora, en lugar de meter en ellos los cascos vacíos, los dejan allí, dando una apariencia de suciedad y dejadez en la playa. Me supongo que luego se los llevarán pero, de momento, el aspecto es deplorable. Se los llevarán si la cogorza se lo permite. Les saco foto como ejemplo de lo guarros que son los alemanes, pues su lenguaje me hace asociar al hablar germano, pero resulta que he levantado falso testimonio, pues son austriacos, paisanos que odian y, a la vez, imitan a los alemanes. 
 

Llego donde otro grupo con camisetas o toalla protegiéndose del sol; sólo uno con el torso desnudo. Dos de ellos llevan pelucas de colores llamativos y que, si estarían bien peinadas, podrían dar imagen del estilo punki. Aquí no es más que pura extravagancia y algo de lo más inapropiado para estar en la playa, donde apetece más la desnudez. Tampoco aquí falta la cerveza. 
 

Todavía me encontraré con otro grupo que tampoco sé a qué juega. Todos vestidos y con vaqueros se tiran en la arena con un simulacro de esconderse de alguien. Parecen sudamericanos y a estos parece que el presupuesto no les da para cerveza. Algo habrán bebido para la juerga que se traen y para andar tirados por los suelos. 

 

Como veis, este paseo es entretenido, pero acaba por cansar y más ahora que lo estoy relatando. Tiene tan poca gracia que ni contándolo se la encuentro. Perdonad por estaros aburriendo. Acabada la playa de s’Arenal, se me ofrece a lo lejos el puerto de Can Pastilla.

Can Pastilla
En el puerto de Can Pastilla hay muchos veleros fondeados. No me acerco al puerto y, de la playa, entro en el paseo que va rodeando todo. Luego llego a una parte en que la playa está alrededor de una especie de balsa que poco tiene de apariencia marina. 
 
Por la parte de atrás, en lugar sin gente, está la ducha. Un chico que acaba de ducharse, hace estiramientos y se tumba en el pretil para secarse. Yo me protejo con el pretil en lugar similar, pero al otro lado, con los pies en la playa. Cuando veo que está libre el panorama, me doy una ducha rápida en bolas y regreso al lugar donde sigo protegido de miradas y con la intención de secarme al aire pero, la aparición de gente, me obliga a secarme con toalla. Lo hago como prevención de alguna muestra de intolerancia. Pasado el puerto y la playa de Can Pastilla, así como las construcciones aledañas, aparecen rocas bastante accesibles. Observo que por ellas anda gente desnuda y yo, que me temía que en toda esta bahía de Palma no iba a poder hacer nudismo, me llevo esta buena sorpresa. Me acerco a las rocas que están más próximas a la orilla, me denudo, y me doy un baño. Un extranjero, con un arete metálico en el prepucio, intenta provocarse una erección y provocar al personal, pero sin éxito en ambos cometidos. ¿Será consecuencia de su piercing metálico? Otro chico que ha llegado, y ha dejado su toalla enfrente de él, se baña con bañador. Coge un erizo de mar y le apetece comerlo, pero desiste porque no se atreve a matarlo con una piedra. Otro nudista maduro, que estaba leyendo, deja el libro y se levanta para darse un baño. 
 

Durante toda la tarde estoy viendo en medio de la Badia de Palma un gran trasatlántico. Alguien me dice que no veo bien, sino que es un portaviones americano y, alguien más que estará anclado allí 3 o 4 días. Otro me dice que estará fondeado en la Badia hasta que se lo lleven para el desguace. Por esta zona, una vez salido del paseo marítimo, el camino va cambiando. Senderos anchos se combinan con estrechos y van en paralelo con carril para bicicletas. Tras el baño y el secado al aire, me visto y continúo por esos caminos.


De Can Pastilla a Cala Gamba
En este recorrido, que es muy variado, encuentro otra zona donde, en algún tiempo, se dedicaban a la extracción de piedras. Los cortes en las rocas y sus aristas, muestran lo que ha quedado del yacimiento. En un recodo de los caminos veo a un hombre en bañador que acaba de llegar en su bicicleta y se está dando un baño. Veo que, aunque son rocas, la entrada al mar es buena y la olita ayuda empujando para la salida hacia una zona musgosa, muy similar a la de por la mañana en Son Veri, así que me desnudo y me doy otro rico bañito, salgo, me seco al aire y hablo con el ciclista del bañador. Le encanta mi camino. El hombre, ya seco el cuerpo, se pone el pantalón sobre el bañador mojado y se va en su bicicleta. ¡Qué ganas de provocar con humedades daño en la zona lumbar! Mientras estoy secándome, llega un chico en pantalón corto. Viene corriendo y perseguido por dos perros. No entiendo cuál es la razón por la que corre, pero pronto me entero, pues grita hacia una embarcación que pasa no muy alejada de nosotros: “Son mis padres”, me dice tras la carrera y haber logrado el objetivo que perseguía: que sus padres supieran que él estaba en las rocas.

Cala Gamba
Me seco, me visto y me despido del chaval de los perros. Salgo al camino que, en breve, va a volver a ser paseo marítimo. Entre el primero y el segundo baño, en estas dos zonas de rocas, habré pasado aproximadamente una hora. Se trata de combinar baños refrescantes sin dejar de avanzar. Así llego al puerto de Cala Gamba y al anuncio de Club Náutico. Subo al bar del primer piso y bebo una caña (1,50 €) y me sacan copa helada de un pequeño frigorífico que lo tienen repleto de copas vacías. Me ha servido una mujer que ha desaparecido y le pido al barman que me deje un plano de la ciudad para que localice la situación de la calle Salva. Me dice que no tiene y, al pedirle el listín telefónico, me responde que está en la oficina. No pone ningún interés en tratar de solucionar mi problema y ni se molesta en preguntarlo a otros clientes que están en la barra. Saliendo del Club Náutico, como ya he mencionado, el camino cambia. Será paseo marítimo hasta llegar a la capital.


Es Coll d’en Rabassa
En este paseo marítimo y por lo que respecta a zonas de baño, se va configurando de la siguiente manera. Cada cierto tiempo se pueden encontrar rocas echadas en el mar, que van construyendo playas artificiales. En algunos casos la fórmula permite crear una playa única con dos orillas para el acceso al agua, una al Norte y otra al Sur, mientras las rocas protegen el embate de las olas por el Oeste.  


En otras la fórmula es un saliente de rocas hacia el Oeste, creando una playa hacia el Norte y otra hacia el Sur. Cualquiera de las dos fórmulas crea playas artificiales donde no las había. 

 


No es mala solución, aunque estas playas tengan poca gracia. En algunas fotos de las que voy presentando ahora, se puede ver el portaviones para desguace al fondo, como suspendido en el horizonte. A veces lo que se aprovechan son rocas naturales y se juega con el paseo marítimo, como se puede ver en estas dos primeras fotografías. 
 


Continuando las primeras rocas que han configurado esta miniplaya, aparece nueva playa larga de arena que, aunque estrecha, vuelve a configurar una gran playa. Así llegará hasta las siguientes rocas, donde también hay construcciones bajas propias de zona playera. 

 


Llego a un lugar donde un espigón sirve para canalizar la salida de aguas que vienen del otro lado de la carretera, como si fueran aguas de marisma o la salida al mar de algún río. La colocación de estas piedras en forma de dique, también permiten habilitar otra zona amplia de playa. 

Se podría considerar que ésta es la playa más próxima a la capital, aunque probablemente Palmanova y Magaluf, al sudoeste de la capital, se lleven la palma. 

 






Al poco rato llego a otra playa artificial del tipo primero, de las que tienen el parapeto de rocas hacia Poniente. Ya aproximándome a Palma, encuentro un monolito, como si fuere un homenaje a los faros pues me da la impresión de que este no tiene una finalidad de orientar a pilotos. 
 

Me da la impresión de que es más un adorno del paseo, aunque no lo puedo asegurar. No estamos ya muy alejados del gran puerto de Palma de Mallorca. Es como una pirámide, aunque de base exagonal y mi intención es sacar una foto con efecto similar a lo que hice con el faro de Barra de Aveiro, en Portugal. En aquella, el sol parecía que era la luz que provenía del faro o, al menos, el sol quedaba por detrás de él. En esta ocasión, al ser muy estrecha la parte más alta, lo que consigo es que el sol trunque la punta, dejando como volando al elemento más etéreo del monolito. No he conseguido el efecto deseado, aunque sí otro, pero la ola me ha mojado las sandalias. 


Luego saco otra foto sin el efecto del contraluz, para que se aprecie mejor cómo es el monumento del que os estoy hablando. Pero, como estoy tan próximo, tengo que truncar el pincho superior y ha desaparecido el volátil. Veremos el pájaro volador en la siguiente, ya alejándome de la zona y pasando por la siguiente playa.

Port de Portitxol
En el paseo marítimo me encuentro con un policía municipal. Guía en mano me dice que la calle Salva está una vez pasada la Catedral, en paralelo con una ría y con la Avenida Argentina y que es una de las calles que la cruzan. Con esta información ya sé que hasta que no pase la catedral no debo preocuparme de volver a preguntar. Paso un puerto, que luego sabré que es el de Portitxol, y saco una foto que ilustra mi camino. Llegando al lugar donde tienen aparcado el coche, me encuentro con una pareja de catalanes: Roser y Pere, a los que les parece un viaje muy bonito el que estoy haciendo y me animan. 
 
Saco una foto de la playa con bandera azul indicativa de calidad, dos conteneros amarillos en el centro no la convierten en la mejor de las fotos, aunque demuestren cierta concienciación en reciclaje, pero me sirve para que veamos de nuevo el portaviones americano para desguace y que me lleva a hacerme una pregunta: ¿si los americanos se han servido de él para sus incursiones bélicas, ahora que no sirve, por qué no lo desguazan en USA? Y, de paso, se comen toda su mierda. Desguazar cualquier barco supone una agresión a la ecología del lugar y un atentado a la salud de las personas que lo realizan, por la cantidad de materiales peligrosos con que se fabrican. Por esa razón y por el desprecio a la vida de las personas que no sean USA, muchos de estos barcos se desguazan en la India. ¿Vale menos la vida de un indú que la de un europeo, que la de un americano? Parece que sí.

Palma. Catedral
El reflejo de la catedral en el agua, que se suele ver en tantas fotos,  me hace pensar en la proximidad del mar pero, la realidad es que se refleja en un estanque. Con este error, he avanzado innecesariamente, me he pasado el semáforo que me convenía para atravesar la calzada, muy concurrida de vehículos, y no tengo otra opción que retroceder. Antes de subir hacia el monumento, echo una meada, oculto entre arbustos de los jardines de la zona baja. 
 

En una de las puertas de entrada a la ciudadela, otro policía local me termina de explicar cómo llegar a la calle Salva. Saco alguna foto de la Catedral, fotos de exterior, puesto que mañana trataré de visitarla en su interior, con la curiosidad de ver lo que ha hecho Barceló, y voy hacia donde el policía me ha recomendado para salir: “la puerta más antigua”, me ha dicho. 
 

Por ella, salgo del recinto, veo el puerto con barcos, sigo la riera, que desaparece oculta bajo el pavimento, el asfalto, aceras y jardines, y aflora más hacia la derecha, ya más canalizada, sin agua y a golpe de cemento. Llego a la Avenida Argentina, que arranca paralela, pero se va escorando hacia la izquierda. Por fin llego a la calle Salva. La numeración es extraña, números que se repiten y que toman prestadas letras. Para colmo, el número que busco está camuflado entre cables de teléfono y me cuesta encontrarlo.

Toni. Tercer encuentro
Una vecina me descubre dónde está el número del portal que busco. Toco el timbre y me responde la madre de Toni. Se pone él al telefonillo y baja. Llega al portal sudoroso, sin camiseta, estaba haciendo ejercicios con pesas. Nos saludamos y le espero en una plaza próxima, mientras él se ducha y se pone guapo para salir. Me tumbo en un banco recostado en mi mochila pues, aunque he caminado menos que ayer, hoy mi avance lo he hecho prácticamente sólo por la tarde, y estoy muy cansado. Cuando baja Toni, me dice que su casa está petada pues, además de su hermana soltera, están pasando unos días su otra hermana casada, su cuñado y su sobrino. Así que, aunque le gustaría, no hay sitio para mí. Llama a un amigo, que sabe que tiene sitio en su casa, pero no responde. Llama a un primo para que le oriente hacia algún hostal y nos vamos hacia Bellver. Aunque estoy cansado, todavía andamos mucho. Preguntamos, y en un bar nos dan dos referencias e iniciamos por la más próxima. Me piden 34 € en el Hostal Pinar y me parece bien. No tengo muchas ganas de andar buscando otra alternativa. Pago con Visa y subimos a la habitación donde, mientras yo dejo las cosas, Toni me pone en marcha el aire acondicionado. Lo dejamos así. Ya lo quitaré al regreso, después de que haya refrescado la caliente habitación. Decidimos cenar donde él suele tomar las litronas de cerveza por 3€ y ¡cosa rara en mí!, me encuentro inapetente. Todo lo que pedimos para cenar se quedará a medias: pescaítos fritos, pimientos de Padrón, ensalada. Al menos, Toni, acaba con las croquetas pues, a mí, lo único que me entra es la sangría. ¡Beber sin comer no es lo más recomendable!, pero… Cuando pago 20 € y nos vamos está sonando una guitarra y está llegando un segundo guitarrista. No nos quedamos a disfrutar de la música. Lo siento por los músicos y por mi amigo, al que sé que le gusta escuchar conciertos aquí. Toni me acompaña al Hostal y quedamos citados en la puerta para mañana a las nueve. A lo mejor Toni regresa para oír a los guitarristas.

Noche en hostal
Después de tres noches durmiendo al raso: Ses Covetes, Cala Pi y Cala Blava, tras la anterior en cama en Colònia de Sant Jordi, tengo ganas de coger ésta. Mi premio por haber llegado andando desde Alcúdia hasta la capital, Palma. Se puede decir que en catorce días he recorrido más de media isla. Ya sólo me queda el Sudoeste y la costa correspondiente a la Serra de Tramuntana hasta Pollença. Once días me quedan para llegar de nuevo a Alcúdia. Subo a mi habitación, apago el aire acondicionado, pues la habitación está suficientemente fresca y no quiero coger un pasmo, me ducho y estoy tan muerto que no tengo ni fuerzas para lavar la ropa. Cuando apago la luz, me doy cuenta de que no me he dado el masaje de Aloe-Vera y hoy, con el dedo del pie negro como morcilla, lo necesito más que nunca. Me levanto, me masajeo el pie y me vuelvo a acostar, sin más ropa por encima que la sabanita. Es una sábana muy grata, algodonosa, que me transportará a las nubes, con un sueño placentero, en brazos de Morfeo. Me levanto sólo una vez a orinar en toda la noche. Sueño que viajaba. Nunca un sueño se ha acercado más a la realidad.

Balance de la jornada
Lo mejor del día ha sido el reencuentro con Toni, tercera jornada con él desde que nos conocimos subiendo a Betlem, y el interés que ha puesto para buscarme un buen acomodo. Ha sido una lástima que yo no estuviera en plenas facultades, inapetente y cansado, y que hayamos desaprovechado la cena y el que prometía ser un bonito concierto de guitarra. Al menos, en el Hostal Pinar, disfruto de un descanso reparador. Bien atendido por Raúl en el Caramba, donde he desayunado y he comido a buen precio, y disfrutado en Son Veri, aunque el baño haya sido entre rocas y sin arena. Interesante el encuentro con Salva y sus niños de colonias, y curioso lo que una educación restrictiva estaba suponiendo a la construcción de la personalidad del joven Aarón. En el fondo, me da pena y me recuerda mi educación en un franquismo agravado por un catolicismo cataclísmico. Después de Cala Agulla, pasar por s’Arenal ha sido como repetir más de lo mismo y no quiero repetirme más con el tema. Y hay que dejarles, porque nos traen dinero y mejoran nuestro estándar de vida. ¡Con su pan se lo coman! No está mal soñar que viajaba.


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