martes, 1 de abril de 2014

Etapa 16 (258) Cala Torta-Font de Sa Cala

Etapa 16 (258) 18 de junio de 2011, sábado.
Cala Torta-Cala Mesquida-Cala Agulla-Punta de Capdepera-Cala Gat-Cala Rajada-Platja de Son Moll -Capdepera-Son Moll-Font de Sa Cala.

Amanece en Cala Torta
Me levanto a las seis y me voy al extremo más a Poniente para ver la salida del sol. 

 







La luna sigue llena, y la fotografío después con la mesa ya desmantelada. Recojo todo, pongo la mesa y el banco como estaban y me pongo a escribir. Sólo me pongo el jersey y, cuando ya empieza a hacer calorcito, me lo quito. 

Avanzo bastante, pero hay tanto para escribir, que el diario va lento. Una chica merodea por la playa. Hay instaladas dos autocaravanas. En una está una pareja y, en la otra, más grande, unos amigos alemanes. Uno se me acerca para preguntar. Ahora viene con un niño y se van a bañar. Cuando ya estoy narrando la parte de Toni, donde se quedó en el albergue, se me presenta éste en la playa. Aparca su bici en la arena, apoyada en la base del chiringuito, y me empieza a contar lo acaecido ayer después de que él se quedara en el albergue y yo bajara a la playa.


Toni. Segundo encuentro
Me dice que le cobraban un montón de euros si quería quedarse en el albergue y acabó durmiendo en la Torre Albarca, frente al islote Faralló d’Albarca. Se había comido dos latas, una de foie-gras y la otra no recuerdo, para cuando llegaron los profesores de Latín y Griego, y las profesoras de Inglés y de Física y Química. Cuando oyó que le llamaban “Toni”, me dice, “me sorprendí”. Cuando ha llegado Toni a Cala Torta, dejo de escribir y nos vamos a dar un baño. A mi me ha pillado desnudo al llegar, y así voy hasta la orilla. Él se bañará en calzoncillos. 
 
 Yo salgo enseguida y, mientras Toni nada, yo hablo con la alemana, que utiliza bastante buen castellano. Le hablo de Menorca y del camí de cavalls, ella me habla de la Serra de Tramuntana, y vuelvo al chiringuito para seguir escribiendo. Toni me ofrece agua y se seca al sol. No se va a bañar más. Me dice: “No he visto a nadie que disfrute tanto estando desnudo como tú”. Le digo: “Estar desnudo es una parte importante en mi viaje, es como un plus en el ejercicio de mi libertad, de sentirme más libre”. Van a dar las diez, dejo de escribir y me voy a dar el segundo y último baño en cala Torta. 


Cuando vuelvo del baño, casi ya seco por el camino, me ayuda a subir el banco sobre la mesa. Toni se encarga de poner la cadena, mientras yo recojo y cargo mis mochilas y nos vamos hacia punta de Boc. Como se ve en las fotos, el camino sigue siendo un estrecho sendero. Toni come frutos secos. Me ha ofrecido, pero los he rechazado. Ha repartido el agua que le quedaba y me ha dado mi parte que, eso sí, acepto. Por esos senderos yo voy desnudo y con mochilas y él con su mochilón, que no consigue estabilizar en su bici. Continuamos por ese camino bordeante. Al llegar a cala Mesquida, me pongo el calzoncillo.

Cala Mesquida. Despedida de Toni
Llegamos a La Terraza, que da la impresión que es el restaurante de un complejo hostelero, y le digo a Toni si quiere desayunar. Me dice que no, que se tiene que arreglar con lo que lleva. Me despido de él y le digo que le mandaré las fotos a Palma, cuando llegue a Irun. Pienso que será la última vez que nos veamos en la isla, pero no será cierto. Él se va a comprar más agua y alimentos para sobrevivir.

Desayuno en La Terraza
Entro en la terraza de La Terraza y me ofrecen desayuno continental por 8 €, que pagaré con Visa. Continental breakfast: Zumo de naranja, jarra de café y dos jarritas de leche, dos tarritos Helios de mermelada de fresa y de melocotón, 4 mantequillas Asturiana amarilla, dos tostadas integrales, dos tostadas normales, un panecillo integral y otro cuadrado normal, dos magdalenas, dos croissant. Antes había dudado entre lo que he elegido y dos huevos fritos con bacón, por 4 €, pero que aparte había que sumar la bebida. Creo que he hecho mejor elección. Cuando termino de desayunar, me lavo, cago con revista alemana, una revista sin ningún interés para mí, de características similares a las de Hola. Como veo que hay enchufe, vuelvo a entrar para afeitarme. Cojo agua del grifo, para después, y me vuelvo a sentar. Así hago tiempo para que se cargue la batería del móvil. Desde la terraza veo la playa, al fondo, y estoy en el paso hacia las piscinas. Tal como veo la playa, no sé si encontraré zona nudista. Quizás hacia el lado más a Levante haya alguna posibilidad. El Cap des Freu está aún alejado, siguiendo la playa. Es una costa muy abrupta, el cabo parece no tener faro e, ir para volver, no creo que sea lo que más me pueda convenir. Se puede decir que este cabo podría considerarse el límite entre el Norte y el Este. Sin embargo, en cuanto a importancia, envergadura y tener faro, es muy probable que sea Punta de Capdepera mejor delimitador. Todo es subjetivo, posible y argumentable. Mientras desayuno, una chica, que parece cliente, toca el piano. ¡Qué bien! Música gratis y en directo. 


La camarera me dice que siga un camino y que me llevará a Cala Agulla. Me añade: “está bien señalizado”. Me recuerda que debo recoger el móvil. Cuando lo recupero, me entran dudas: “¿sabré ponerlo en marcha?” Ayer recibí una llamada que acaba en 500, que no logro saber de quién puede ser. Hoy un mensaje de publicidad. Van a dar las doce cuando me dispongo a bajar a la playa.

Playa en Cala Mesquida
Bajo hacia la playa con muy poca fe, pues temo que no vaya a poder bañarme desnudo. Paso por una piscina que está muy preparada, con motivos de piratas, para agradar a los niños. 
 
 Ya en la playa, camino hacia el Levante y, me sorprende que, siendo tan urbana, en este final de la playa haya gente desnuda. ¡Qué bien! Me desnudo y me doy un rico baño. El día no está limpio. Las nubes tapan el sol. Pero la temperatura es buena y me doy dos o tres baños más. Uno, que está con bañador, acaba quitándoselo y, a pesar de que allí estamos todos desnudos, llegan y se instalan textiles. Intentan hacer que nuestro espacio limitado sea también de ellos. Me gusta, aunque me gustaría también que nos dejaran hacer lo mismo en sus espacios textiles, algo que rara vez ocurre. Estos son más argumentos para reivindicar que todas las playas sean mixtas, con las dos opciones. Luego contaré el show de Cala Agulla y la reivindicación vecinal para salvar su arenal. He disfrutado de esta Cala Mesquida y ya me voy a marchar, cuando, antes de vestirme, veo pasar a Silvia.

De Mesquida a Agulla
Silvia se ha quedado calzándose al final de la playa, al inicio del camino que lleva a Agulla. Es alemana. La veo que va segura, con la certeza de quien sabe a dónde va. Mientras yo me calzo, ella ya se va alejando. Voy a tratar de alcanzarla. Nada más iniciar el camino llega, en sentido contrario, un chico con mochila. 



Siento la curiosidad de saber qué recorrido está haciendo pero, cuando ya se está acercando, en lugar de dirigirse hacia la playa, o por el paso elevado sobre la duna, se mete directamente en la duna, saltándose las prohibiciones. Me he quedado sin poder preguntarle y espero hasta que alcance la cima de la duna. Demasiado tarde para sacarle una foto lejana y, como mucho, habré logrado que salga su cabeza, que sería como la cabecita de un alfiler, o sea, imposible de descifrar en la foto. Escribí en mi diario: “lo veré en el ordenador”, pero mi ordenador es tan listo como su dueño y todavía no hace milagros. Sigo por un camino ancho que, en alguna de las encrucijadas, me hace dudar. Hasta que avisto de nuevo a Silvia y, ahora sí, acelero para alcanzarla. Al llegar a su lado, le hablo y nos entendemos en inglés. Ella está de vacaciones más al Sur. Vamos charlando y, al llegar a una cala muy bonita, pero de rocas, nos asomamos y le saco una foto. Después me dirá David, un socorrista de la playa de Agulla, que en esa zona donde fotografío a Silvia, hay una playa de arena, donde él suele ir a hacer nudismo. Y yo, tontamente, me la dejo pasar.

Cala Agulla. Jóvenes alemanes borrachos
Silvia y yo, llegamos a Cala Agulla. Una playa textil con socorristas cada cierto espacio. Silvia no tiene intención de bañarse, así que me despido de ella y yo voy observando por si hay alguna posibilidad de bañarme desnudo. La playa es bastante larga y llego donde un grupo de empleados auxiliares de playa, que van llevando de la orilla hacia el centro de arena seca unas cuantas embarcaciones para diversión marítima. Pregunto a uno de los empleados por una zona para hacer nudismo y me dice que debo volver atrás, lo mismo que luego me dirá el socorrista. Me dice que allí no puedo hacer nudismo y que: “lo único que encontrarás será alemanes borrachos”. Le pregunto: “¿pero se desnudan?” y me responde que no. No he avanzado ni veinte metros, cuando me encuentro a un joven alemán desnudo, tumbado en la arena, rodeado por un grupo de compañeros textiles, más o menos, embriagados. Así que me digo: “si un alemanito puede estar desnudo, un españolito, también”. Así que descargo las mochilas, me desnudo y me doy un baño. Extiendo la toalla y me tumbo cerca de la orilla, un poco más debajo de donde están ellos. Los otros, cubren de arena al desnudo, le dan la vuelta, lo colocan de decúbito supino. Un compañero se baja el bañador y se sienta encima de su flácido y enarenado pito. Los juegos propios de jóvenes reprimidos por educación teutónica, que no saben hacer uso de su libertad, ni saben beber con medida. ¡Qué ejemplo dan de su país!, ¡esa Alemania que quiere ser modelo para Europa y para el mundo! El modelo conservador de educación alemán, sirve tan poco para hacer hombres libres, como el nuestro. Los conservadores alemanes y los nuestros no buscan ciudadanos libres, sino lo más obedientes de normas, cada vez más restrictivas, posibles. Pronto empezarán a tratar de reformar algunos de los avances de los socialistas: Ley de matrimonio homosexual, Ley sobre el aborto, y otras, donde irán siempre de la mano de los retrógrados por excelencia, es decir, la iglesia católica. Yo ahora mismo, tengo la convicción de que estoy cometiendo un acto pecaminoso, escandalizando a los pequeñuelos alemanes. Los jóvenes alemanes son tiarrones hechos y derechos. Estos jóvenes llegan a Mallorca para hacer lo que en su país no les dejan hacer. Seguro que son muy limpios en Alemania, pero aquí son unos guarros. A mi lado, en la arena, hay una colección de botellas y latas de cerveza, agrupadas en la arena, entre 20 y 30, que ya están vacías y que, de alguna manera, justifican que el joven desnudo no haga más que eructar. Le vienen náuseas y en cualquier momento pienso que se va a poner a vomitar. Finalmente decide levantarse y desnudo, rebozado de arena, se va hacia la orilla. Con una mano se va tapando los huevines y el pitilín y, con la otra, lleva el bañador y se lo pone encima de su trasero. Va desnudo, pero parece invisible. Como los niños que esconden su cara tras el cojín y, como no ve, piensan que los demás tampoco lo ven. Uno de los amigos, que también va bien servido de alcohol, se tumba paralelo a donde estoy yo y se quita el bañador. Ya somos tres, con el que está en el agua, pero su actitud no la comparten los demás. Sin embargo él no se siente incómodo, como si estuviera experimentando lo que se siente estando desnudo. Se toca y se recoloca el miembro y se queda diez o quince minutos tumbado a mi lado. Otro de los compañeros se acerca a mí y me empieza a cubrir las piernas con arena, con intención de ir subiendo y taparme mi pito también, que es lo que su mentalidad ni admite, ni puede concebir. Me niego a que siga, desentierro mi toalla y me pongo un poco más arriba, junto a mi equipaje. Mi compañero desnudo, coge su calzoncillo y su bañador y se va al agua, donde está el otro, el de las náuseas. En la orilla alternarán ratos de pie y ratos mecidos por las olas del mar al romper. La situación con tanto borracho que no entiende mi actitud, ni la de sus compañeros, nudistas improvisados, tras experimentarla, empieza a ser incómoda para mí, así que decido darme el último baño y largarme de allí. Cuando voy hacia el agua, pasa el auxiliar de playa que antes me había dicho que allí no podría hacer nudismo. Está retirando unas boyas. Le digo que, si los alemanes pueden estar desnudos yo también. Lo comprende. Cuando las boyas están más cerca, el nauseabundo se engancha a ellas y rodea su cuerpo con las gruesas cuerdas, así que el playero debe tirar de ellas para que el alemán las suelte y lo va arrastrando por la orilla. Me meto en el agua y me doy el último baño en Cala Agulla. En el agua estamos los tres desnudos pero, para salir, ellos se van poniendo sus prendas. El único que sale como ha entrado soy yo.


Reprimenda del socorrista. Refuerza David
Cuando estoy de pie, cerca de la orilla, secándome, junto a las mochilas, llega un socorrista sudamericano. Me dice: “no puedes estar desnudo en esta playa”. Me dice que vaya a la anterior y yo reivindico mi derecho a estar desnudo en todas las playas de la nación. Me dice que ellos tienen otras instrucciones y, como yo no me visto todavía, hasta que no me seque, va en busca de refuerzo para hacer valer su autoridad. Como ya veo el panorama y el único que queda desnudo soy yo, decido vestirme. Cuando ya estoy casi vestido, llega David, que no sé si es un socorrista raso o jefe de socorristas y que, con corrección, me da sus argumentos. Uno de ellos es el archisabido escándalo público y le replico cabreado: “¿Tú sabes que Franco murió en el 75?”, “¿sabes que aquellas leyes antidemocráticas quedaron abolidas por nuestra Constitución?” Le digo que en tema de nudismo, nuestra Constitución es más liberal que muchas de las normas básicas de otras naciones europeas que presumen de ser más democráticas. Le doy todos los argumentos que suelo esgrimir en casos como éste, y le digo que su tarea en la playa es la de socorrer y curar, pero no la que ejercen de aspirantes a policía. 
 
Como ya estoy vestido, ya no tiene argumentos para echarme de la playa, ni para llamar a la policía. Le digo además que, mientras han estado desnudos los alemanes, nadie les ha dicho nada y, ahora que lo he estado yo, es cuando a mí, sí me llaman la atención. David me dice que, sus jefes, les tienen dicho que tienen que prohibir el nudismo, que hay una orden municipal. 
 


Le digo que no puede haber una orden municipal que contradiga a la Constitución, y aventuro: “seguro que el gobierno local es del PP” y, por su gesto, me doy cuenta de que he acertado, y añado: “Junto con la Iglesia, son los que nos han jodido toda la vida y, encima, les votamos”. “¡Lo tenemos bien merecido!” Con estas palabras empiezo a caminar hacia el Sur.
 

Hacia la Punta de Capdepera
Sigo por la playa hasta el final, asciendo un pequeño montículo, y avisto una zona como portuaria, muy coqueta y con terracitas, donde está la escuela de buceo. Pero me queda al otro lado y no iré hasta allí. Me queda muy abajo y tengo que dar un gran rodeo. Así que me dirijo por el interior hacia el faro de Capdepera. Pero me da la impresión de que voy en dirección incorrecta y me decido a entrar a preguntar en recepción del hotel Turo Pins. 
 

Me dan un plano y me dicen que retroceda toda la calle por la que he subido y que allí encontraré el indicador que me llevará al faro. Llego al final y me encuentro con una señal que me resulta confusa, pues me manda hacia donde vengo. Pregunto a una señora del gremio de hostelería y me la recomienda: “lo mejor que puedes hacer es retroceder, sigue la señal y coge la segunda a la derecha”. “Tienes que darte contra un muro”, me añade. Procuraré no darme muy fuerte, no vayan a salirme cuernos. El muro me va a obligar a tirar hacia arriba, por el lado izquierdo. 
 
Obedezco las instrucciones y, de camino, me encuentro con una parejita joven. Son bretones y con ellos hablo en mi francés elemental. Son Erwan y Pauline y les digo que conozco Dinan, Dinard, St. Maló y St. Michel (que ya es Normandía). Entonces no sabía que los tres últimos los iba a visitar en 2013. En aquella ocasión el viaje lo hice en autobús-litera, pero en 2013 lo haré caminando, con ayuda de barco entre Dinard y St. Maló. Me despido de la pareja y continúo hasta el final de la calle. Las opciones que me ha ofrecido el muro son así: Puerto (abajo a la derecha) y Faro (arriba a la izquierda). Sigo la dirección Faro. Una vez acabada la acera de esa calle, todo el camino siguiente será por carretera y sin arcén. Menos mal que la circulación de vehículos es escasa. Cuando llego a un hotel, hay un indicador que pone: Cala Gat. Tomo nota del lugar y la dejo para el regreso del Faro. Ya he divisado el faro de lejos y ahora saco alguna foto de mi acercamiento.


Faro de Capdepera
Una pareja madurita alemana va por la derecha y les digo que lo más correcto para su seguridad es ir por el lado izquierdo, viendo venir los coches de frente. Me dicen que sí, pero hacen lo que les da la gana. 

 


Cuando estoy llegando al faro, saco foto de la zona que ha quedado más al Norte. Al fondo se ve el Cap des Freu y delante las puntas de: na Foguera, Agulló y de s’Olla. 


Un acantilado muy abrupto que, desde mi atalaya, se podría decir que no tiene playas. Ya sé que no es cierto, puesto que yo me he bañado en Cala Agulla. Pasa un coche con matrícula HDX (Hijo de Incógnita, que habrá que despejar para saber quién es el padre de la criatura. Igual ocurrirá con HDY y HDZ). Saco foto del Faro de cerca y ahora ya veo la costa que va hacia el Sur, hacia donde voy. Una vez visto y despedido del faro, desando el camino para meterme hacia la playa anunciada.

Cala Gat
Llego al hotel y me escoro a la izquierda. Cuando llego, compruebo que la playa es muy pequeña y familiar. Es un rincón coqueto y, tras sacar una foto, voy en busca de un lugar más adecuado para darme un baño desnudo. El primer intento me falla. Unos niños suben de unas rocas y, cuando me cruzan veo que vienen mojados, así que me hago a la idea de bañarme allí, en el sitio que ellos han dejado libre. Uno de los chicos, al pasar por mi lado, le recuerda a otro que se ha dejado abajo, en las rocas, la camiseta. Veo desde arriba la camiseta roja sobre las rocas de un islote. Pero allí hay tres chicas en bañador sacándose fotos. Como el niño desde tierra firme no alcanza la camiseta, pide a las chicas que se la acerquen; pero éstas no le hacen ningún caso. Cuando les grito yo desde arriba, ellas se dan cuenta de lo que quiere el chaval. Una de las chicas la coge y la va a lanzar y, lo que temo, es que vaya al agua. Pero no, la camiseta vuela en buena dirección y el chaval la alcanza al vuelo. 
 

Como el lugar ya está ocupado por las tres chicas, busco alternativa. Veo unas escaleras que bajan de interior y que parten por detrás de una casa. Temo que sean privadas. Cuando me estoy acercando veo otra alternativa mejor y ya veo a un chico desnudo en rocas con fácil acceso al mar, bajo una sombrilla y con su chica que bucea con gafas en la zona de mar más próxima. Bajo hacia otras rocas algo más distantes, pero el sitio donde voy a bañarme acabará siendo cercano al de la chica buceadora. No hay muchas alternativas para baño en el lugar. Ante la inevitabilidad del lugar de baño a compartir, su chico me hace seña de que no hay ningún problema. El muchacho tiene un parche en su pierna izquierda. Se dañó en las rocas y, ahora, “tengo que estar unos días, sin poderme bañar, hasta que cicatrice, para que no se me infecte”, me dice. Su chica sale del agua, sube a la roca y estarán juntos un rato. Luego ella se tumbará en la toalla y él se pondrá a pescar. El agua está genial, aunque quizás sea el lugar de las dos islas en que he encontrado el agua más fresquita. Quizás una temperatura similar a la playa de las filtraciones de agua dulce de Cala Trebalúger, aquella playa en la que tuve uno de los encuentros más bonitos de Menorca, donde disfruté con los amigos Claudio, Víctor y Marc. Tras el segundo baño, aparecen unos observadores de los fondos submarinos. Se han puesto aletas y gafas submarinas, pero van sin traje de neopreno. Me dicen: “por ahí suele haber morenas”. “Hay una cueva profunda bajo las rocas”, añaden. 
 
Un gran barco, con unas diez o doce personas a bordo, está amarrado a no mucha distancia. Veo cómo, desde cubierta, se tiran al mar de cabeza. Elevan el ancla, que les permite estar fondeados y quietos, y se va el barco con ellos dentro. Yo también me doy el último baño, me seco al aire, me visto, cargo con mis mochilas y me voy. Desde arriba del acantilado saco foto de la zona con el chico castigado sin baño para evitar la ulceración de su herida en la pierna. 
 

Adiós a estas rocas próximas a Cala Gat. Cuando salgo a la carretera, sigo la indicación con flecha en dirección al Puerto, que antes he dejado de lado cuando me dirigía al faro, y voy por paseo marítimo hasta el puerto de Cala Ratjada.

Cala Rajada
El paseo es bonito. Lo separan del mar hermosas rocas. Un restaurante ofrece comida, con la especialidad de carne argentina como principal atractivo. Max, el cocinero, está en la terraza, comiendo, tardísimo. Me supongo que come cuando puede, cuando su trabajo se lo permite. Hablo con él y le dejo que siga comiendo. 
 
Harto de oír hablar en alemán, un castellano, aunque sea criollo, lo recibo con agrado. Poco después el castellano será uruguayo. Converso con Paola y Andrés hasta que se acaba el paseo marítimo. Ninguno de los dos conoce a mi amiga Sara Volpe, también uruguaya, que vive en Vigo y que conocí a mi regreso de patear las costas portuguesas. Vamos charlando un rato y me dicen por dónde ascender hacia Capdepera. Estoy dudando si hacerlo o no, puesto que me tengo que desviar hacia el interior, pero me añaden: ”tiene un castillo en lo alto, desde donde se divisan bonitas vistas del interior y de la costa”. 


Poco antes de llegar a la platja de Son Moll, un grupo escucha y observan las instrucciones de un monitor de baile y las ponen en práctica bailando en pareja. Cuando saco la foto, intento que en ella se refleje el movimiento de los danzantes. “¿Lo conseguiré?”, me pregunto. Cuando intento seguir las indicaciones de Andrés, me doy cuenta de que no puedo continuar por donde él me había indicado y una pareja con niño me orienta mejor.

Capdepera y su castillo
El castillo de Capdepera ya se ve de lejos, recortado en la cima contra el cielo. Se me hace más lejano de lo que me había parecido en un primer momento. Inicio la cuesta hacia arriba y veo un Lidl y pienso hacer una parada al regreso para aprovisionarme pero, más arriba, encuentro un Eroski y será allí donde pararé a la vuelta. Voy deseoso de parar a beberme una pomada en cualquier terraza de bar de Capdepera. Llego al Teatro Municipal, donde me dicen que hay una actuación musical de los niños del Conservatorio municipal, como ejercicio de fin de curso. Yo también suelo acudir a estos acontecimientos a los que son invitados los familiares de los niños y jóvenes intérpretes. Al abuelo se le cae la baba cuando veo actuar a mis nietos, pero comprendo que no habiendo ningún atractivo familiar, no tiene sentido quedarme a escuchar y quitar sitio a los invitados con más derecho e interés. 
 
En mi diario escribo: “¡Si hubiera actuado Paco de Lucía, a lo mejor me habría quedado…” y, ¡oh funesta casualidad!, escribo esto en marzo de 2014, a los pocos días de que el citado guitarrosta ya haya finado. Ya no podremos verle más en vivo y en directo con sus ágiles dedos y su irrepetible virtuosismo musical. Luego veo que se dirigen hacia el Teatro Municipal niñas con guitarra. ¿De ellas podrá nacer alguna tan genial? Sigo subiendo por la ciudad y llego a una desviación que ya orienta hacia la entrada al castillo. También asciende una pareja de austriacos. Les hablo de mi viaje en autobús por Centroeuropa de 1992, el año de las Olimpiadas de Barcelona, de mi visita a Innsbruck, de la casa con su tejado de láminas de oro y de mi baño en Viena, en el Danubio. Saco una fotos del exterior del castillo y otra de ellos leyendo uno de los paneles explicativos. 

 Tras mi visita al castillo, comienzo el descenso. Una pareja con niño equilibrista está subiendo hacia el castillo. “¡Ya falta menos!”, les digo, y continúo hasta posicionarme en el lado de Capdepera opuesto al que vengo, desde donde observo la vega. No soy aún consciente de que mañana, debido a la configuración y las dificultades para continuar por la costa, será por ahí por donde tendré que caminar, retrocediendo, para poder acercarme a la Cova d’Artà. 

Después de tres días de Abandonar Artà, aún estaré dentro de su radio de acción. Pero volvamos a Capdepera. Veo un bar restaurante con terraza atractiva, pero un empleado ataviado de negro, que está apoyado en el quicio de una ventana, me dice que no funciona como bar. Me recomienda que vaya a la plaza. Paso por la iglesia que, por su fachada exterior, me parece muy fea y ni me molesto en intentar entrar. Llego al Club Tercera Edad “Ca Nostra” (mañana volveré aquí para desayunar). 
  

El que atiende el bar es un hombre muy especial, que resulta muy brusco al que no le conoce, como es mi caso. Hablo con él y él mismo se considera una mala persona. Yo más bien creo que es una pose, con la que se encuentra cómodo. Le digo que, en Menorca, me ofrecía pomada para refrescarme y le pregunto: “¿aquí que ofrecéis?” Me responde: “No me voy a inventar una fábrica de ginebra donde no la hay. Usted pide imposibles”. 
 

Un grupo de jubilados espera en el bar a que se libere la sala de arriba, donde están a punto de finalizar el juego del Bingo. Ellos forman parte de un grupo más numeroso de un coro y, cuando acabe el juego, empezarán el ensayo. Una señora gruesa me explica cómo han hecho actuaciones en Andorra y en Italia. “Así que sois un grupo internacional”, le digo. Más tarde desde la calle, cuando hable con Alejandro, el frigorista, les oiré ensayando algo de su repertorio. En “Ca Nostra” acabo bebiendo un gin-Kas que me cuesta 2,80 €. A lo tonto, a lo tonto, ha ido pasando la jornada sin haber comido. Con el potente desayuno de la mañana, voy aguantando.

Alejandro, el frigorista que fue gordo
Me lo encuentro al salir del hogar de los jubilados. Se dedica a la reparación de aparatos frigoríficos. Como su empresa tiene pocos empleados y hay mucha demanda, tiene demasiado para reparar y, a esta hora tan tardía, acaba de regresar de hacer su último trabajo de la jornada. Está a deseo de darse una buena ducha. Ha aparcado su coche a la puerta de su casa y me despido, tras contarle el paseo que estoy haciendo por su isla. Cuando ha entrado en su casa, a cuya puerta se accede subiendo un pequeño tramo de escaleras exteriores, recuerdo algo que me hubiera gustado preguntar. Subo y llamo a la puerta. Me la abre Alejandro. La pregunta que le hago se refiere a Serrat y a la canción en que habla de su padre: “…alfarero de Capdepera…” y mi duda es si tiene que ver con esta ciudad o con algún pueblo catalán de la península. No sabe, no contesta. No conseguiré aclararlo y hoy es el día en que aún no lo sé. Alejandro, aunque no está casado oficialmente, convive con su pareja y tienen una hija en común. Yo a eso le llamo matrimonio. Alejandro tiene una gran estructura ósea, en cuya cara, destacan dos mandíbulas potentes. Se podría definir como: “está cachas”. Me confiesa que, no hace mucho tiempo, pesaba entre 120 y 130 kilos. Me parece increíble, así que para atestiguarlo entra a otra habitación y me enseña una foto de cuando era gordo. También su foto en el carnet de identidad lo vuelve irreconocible. Acabamos yo en su puerta, él en su ventana. Se observa movimiento por el interior de la casa. Una conversación muy peculiar. Me encuentro feliz. Deseo a Alejandro que continúe así, me despido y sigo mi camino hacia la costa. Es ahora cuando oigo cantar a los jubilados. En todo el entramado urbano estoy viendo escudos medievales, parece que es así como engalanan la calle los habitantes de Capdepera, pero no pregunto la razón por la que lo hacen.


Fernando el hortelano
Continúo bajando hacia la costa. Llegando a un grupo de casas en que una de ellas dispone de un pequeño terreno, entre patio y huerta, pregunto a un chico, que está trabajando con la azada, por el significado de los escudos. Me dice que en Capdepera se hace una Feria Medieval en la que participan los propios habitantes del pueblo y que la heráldica que aparece son los escudos de sus apellidos. Fernando, en su pequeño huerto, tiene plantadas: lechugas hoja de burro, ajos, cebollas y algo más, para consumo propio. A Fernando también le gusta caminar, pero disfruta más subiendo montañas. Me pide mi blog y se lo doy. Me despido de él y por la otra calle, salgo a la rotonda.

Cenando garbanzos directamente del tarro de Eroski
Enseguida llego a Eroski. Voy con intención de hacer una compra mínima. No quiero cargarme con más peso, pues considero que ya llevo suficiente. Entro y compro un tarro de garbanzos ya cocidos (0,45 €) y cuatro plátanos de los que están ya muy maduros y los han rebajado al 50 % (0,56 €). Aunque la cantidad es ridícula, presento mi tarjeta de Socio de Cuota. Es la primera vez que la ven y no tienen ninguna clave en la caja como para poder obtener el 5 % de descuento. Pago 1,01 € y me voy. Me como un plátano nada más salir y, bajando la cuesta, abro el bote de garbanzos. Como no llevo ni cuchara ni tenedor, me los voy comiendo fríos tal y como salen del recipiente de cristal inclinándolo hacia mi boca. Cuando lo termino, deposito los restos (tapa de envase y vidrio) en contenedor apropiado y termino de postre como he empezado: comiendo dos plátanos. Me quedará uno para mañana. Hablo por teléfono público con Mikel y Vera, a la que oigo pelear con Gari (supongo que será por tema de mal comer). Les digo dónde estoy. Ellos me dicen que por allí todo va bien. El teléfono público se ha comido 0,75 €. Cuando llego abajo de la cuesta, saco una foto hacia la ciudad alta, que ya se va oscureciendo puesto que estamos a Levante y el sol ya va siguiendo su descenso por el lado contrario. En el cielo ya hay muchas nubes, aunque no parecen amenazantes. Por la noche desaparecerán y me darán tranquilidad para dormir en el hotel de más estrellas.
De nuevo, a vueltas con la posidonia
Ya en las primeras casas, veo la asociación de vecinos que, con una gran pancarta, tratan de parar el desaguisado que se está llevando a cabo en cala Agulla y que no he comentado cuando he estado esta mañana en la playa. Bastante tenía con los jóvenes alemanes y con pelear con los socorristas. En la reivindicación se lee: “Associaió de Veïns “Es Faralló”: Salvem Cala Agulla, Volems arena”. La asociación de vecinos está cerrada, así que no puedo entrar a preguntar, pero en una de las casas aledañas, hablo con gente del lugar y me informan. Toco un timbre y un hombre joven me lo explica. Como a los alemanitos no les gustan los filamentos del alga posidonia, los hosteleros y los que regentan los chiringuitos proponen al ayuntamiento que la hagan desaparecer. Alguien con poder municipal ordena que la quiten del litoral playero y ya hay una zona de playa que se ha quedado sin la arena que estas algas protegían. “Yo creía que queríais salvar la playa de borrachos alemanes”, le digo. Y él me comenta lo de todos: “que sigan viniendo borrachos alemanes, que nos den trabajo y nos dejen su dinero pero, para ello, debemos mantener las algas protectoras. Este es un tema que se va a repetir en distintas playas de las islas y sobre el que volveré a incidir cuando me las vaya encontrando. Ya tuve un contacto con el mismo problema en el parque natural de las Salinas de San Pedro del Pinatar, en la playa La Llana, donde habían tenido una actuación similar que, junto con la construcción de un puerto deportivo, había derivado en otra reducción de aquella playa murciana. Así que se ve que en cala Agulla, sin escuchar la experiencia de los que tratan de preservar la naturaleza, y probablemente, con total inconsciencia e ignorando las consecuencias, prefieren contentar al extranjero y quedarse sin playas. Es lo que llamo: “pan para hoy y hambre para mañana”. Mañana, cuando no haya ni posidonia, ni playa, los extranjeros irán a donde la haya. Los primeros que se quedarán con el hambre serán los que hoy piden pan quitando posidonia. Durante la conversación con los vecinos reivindicadores no me venía a la mente el nombre del alga y ellos tampoco lo sabían o no lo recordaban. Me despido agradecido por la información y, cuando ya estoy en la calle, me acuerdo y les grito a los más cercanos: “¡Posidonia!” y continúo mi camino.

Platja de Son Moll. 
En Malibú también se habla español
Cuando he estado esta tarde en la zona de baile de Cala Rajada, he fotografiado dos copas de cerveza de los danzantes donde se veía, al fondo, la platja de Son Moll, la que ahora veo más de cerca. Lo primero que veo al llegar es el chiringuito Malibú y, lo más sorpresivo de él es ver el anuncio de las pizarras. En una de ellas se lee: Komm, Eiskaffee, Trinken y en la otra: AQUÍ TAMBIÉN SE HABLA ESPAÑOL.


De Son Moll a Font de sa Cala
Un chico que ha sacado a su perro a pasear, para que camine y haga sus necesidades, me recomienda una playa adecuada para lo que quiero. Me dice que finalizado el camino por el que voy, encontraré carretera y que siga por ella unos 20 minutos. Unas mujeres que vienen de frente también me la recomiendan: “Es una playa que te protegerá de la Tramuntana”, me añaden. 


Bordeando la playa, pues es una playa muy urbana, voy llegando hasta un hotel con una preciosa buganvilla de color lila. 

 





Cuando llego a Font de sa Cala, puedo comprobar que se trata de una playa rodeada de hoteles y donde se oye una música que hoy, siendo sábado, no sé hasta que hora va a durar. Con esa música y la gente que se aproxime, me pueden arruinar la noche. Yo necesito otro lugar más deshabitado, más tranquilo, donde las condiciones y el entorno me permitan descansar. La playa en sí no está mal y dispone de sombrillas de techo de paja, pero buscaré otra cosa aunque esté menos al abrigo de la Tramuntana.

Font de sa Cala. Luna nocturna
Paso por delante de otro hotel. Una chica realiza tareas de limpieza al exterior. Me saluda como si fuera extranjero y, al ver que le respondo en castellano, se me acerca. Le digo que busco una playa tranquila para dormir. Ella es andaluza. Me dice que tengo una buena opción a 7 o 10 minutos de allí. Que, cuando llegue a dos contenedores, encontraré un hueco en el muro y unas escaleras descendentes de la carretera hacia el acantilado. Estas escaleras pasan por entre un pequeño bosque. Le agradezco su información y busco lo que ella me ha dicho. 
 

La explicación ha sido perfecta. Llego al lugar y encuentro un claro entre rocas, que dispone de muy poca arena. El acceso al mar no es nada fácil, así que me quedaré sin baño. El último del día habrá sido el delicioso de cala Gat. Da la impresión de que allí no va a llegar la marea alta y el lugar ofrece la tranquilidad deseada. Echo en falta más arena. No me dedico a hacer prospección de la zona y mañana veré desde arriba otro lugar que tiene aspecto de tener más suelo arenoso, aunque probablemente estaría menos protegido. Organizo la cama. Duermo bien. Sólo me levanto una vez a orinar en toda la noche. Oculta entre las nubes, la luna me mantiene escondido al inicio de la noche pero, según va pasando irá apareciendo por el mar y, ya avanzada la madrugada, me la ocultará la roca que tengo más próxima. Hoy he conseguido ver la Osa Mayor, que casi se ajustaba al recorte de mi roca.

Balance del primer día al Este mallorquín
Con la despedida definitiva, de Toni, que califico como bonita experiencia, vuelvo a mi camino en solitario. Sin haberlo pensado, no será la última vez que estaré con él en su isla. Un bonito baño nudista en cala Mesquida y otro en cala Gat, ha tenido un intermedio más farragoso en cala Agulla, con el show de los jóvenes alemanes borrachos y los socorristas que, en vez de preocuparse por la salud de los playeros cumplen funciones de policía, están mal informados de los derechos de los nudistas y tratan de prohibir al peninsular lo que no se atreven a prohibir a los extranjeros. Otra prueba más, como constataré con los hosteleros, que las islas están vendidas a alemanes e ingleses, por ese orden. Como son los que traen dinero y pagan, tienen derecho a que nos bajemos los pantalones… pero no en las playas. Los encuentros de hoy, después del de Toni, entre las calas Torta y Mesquida, no han sido muy significativos, aunque complementan mi viaje. Silvia entre Mesquida y Agulla, los bretones hacia el faro de Capdepera, el nudista de la pierna herida en cala Gat y los submarinistas, Max el cocinero de la carne argentina, los uruguayos Paola y Andrés, todos en Cala Ratjada, el chico del perro, las mujeres y la chica de limpieza del hotel, que me ha llevado a dormir en lugar tranquilo. Más significativos han sido los tres encuentros en Capdepera. El del barman del Club de jubilados, menos arisco de lo que aparenta y con el que volveré a estar mañana desayunando, Alejandro, el frigorista que, por un esfuerzo de voluntad, ha pasado de ser un hombre obeso, a ser un joven cachas. Y, para finalizar, Fernando, el hortelano que me ha dado una explicación del significado de la heráldica que engalana la ciudad de Capdepera en su Feria Medieval que organizan los propios ciudadanos. También ha estado interesante lo bien que me han explicado los vecinos las consecuencias de quitar posidonia en cala Agulla. Con pequeñas cosas, éste ha sido un día muy completo. Aquí termina mi primera libreta-diario.

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