martes, 1 de abril de 2014

Etapa 24 (266) Ses Covetes-Cala Pi

Etapa 24 (266) 26 de junio de 2011, domingo.
Ses Covetes-Es Trenc-Ses Covetes-Sa Ràpita-S’estanyol de Migjorn-Cala Pi.

Amanecer en la platja de Ses Covetes
Me despierto a las 6:15 h. Sólo me he levantado una vez a orinar en toda la noche. Todavía no ha superado el sol el chiringuito de atrás. Veo en la arena un bulto que se mueve. La primera en levantarse a orinar será ella. Luego lo hará él. Los que estaban dormidos son de Soller. Han llegado hacia la una de la madrugada. Son los que me dicen que ha pasado la máquina de limpieza. Como para esa hora hacía tiempo que yo ya estaba tumbado, ni me he enterado. Está claro que estaba en mi paraíso particular. Hablo un rato con ellos y me dan información interesante para mi paso Soller-Calobra. 

Me recomiendan que lo haga en barco y que el plan lo organice en Andratx, que es donde comienzan los recorridos por la Serra de Tramuntana. Tras tomar la pastilla, bebo agua, recojo el tenderete y me doy un baño. Cuando me estoy secando al sol, pasan dos que van a hacer nudismo hacia Es Trenc y voy caminando y hablando con ellos.


Alicia y Xurxo en Es Trenc
Les acompaño hasta el lugar en que deciden quedarse. Me baño. Tras otro rato de charla, decido volver por mis mochilas para traerlas y quedarme un rato más con ellos. Llego donde mis cosas, me vuelvo a bañar y hablo con los de Soller, me despido de ellos y voy desnudo, cargado con mis mochilas donde Jorge y Alicia. Los dos son separados de sus respectivos. Jorge tiene un hijo casado en Soria y está esperando de él el primer nieto, y una hija soltera. Ella tiene un hijo que cree que nunca le hará abuela, pues lo considera bastante inmaduro y machista, y dos chicas. Dicen que se llevan bien entre hermanastros, cuando se ven, aunque eso se produce muy pocas veces en Mallorca. Hablamos mucho, y también me dan detalles técnicos para cuando vaya por la Serra de Tramuntana. Estaremos los tres juntos un gran rato, mientras la playa se va animando con domingueros. Ellos han montado un quitavientos que es casi tienda de campaña, y abandonándola allí, después de darme otro par de baños, pues el agua está exquisita, nos vamos todos hacia Ses Covetes. Ellos van con bañador y continúan para tomar café y comprar periódicos y yo me paro en el lugar donde he dormido para vestirme. A los de Soller ya no les veo. Me vuelvo a encontrar a Alicia y Xurxo en el mismo bar.

Desayuno en Noray
En el restaurante Noray de Ses Covetes, puedo comprobar que ya pertenece a Campos, aunque el núcleo poblacional está muy hacia el interior y sus lugares de costa más importantes son Sa Ràpita y S’estanyol de Migjorn, por los que pasaré más tarde. Compro un supercroissant y napolitana de chocolate (2 €), pues está diferenciada la zona de bollería de la zona de bar, y bebo zumo de naranja y descafeinado con leche e invito a Alicia al café (7,20 €). Charlamos un poco más hasta que la pareja se va. Curiosamente, este encuentro también será en tres tiempos, como el de Marga Bennasar en Menorca, pero no voy a adelantar acontecimientos. De momento, Xurxo, al que llamo indistintamente así y Jorge, me da su e-mail y prometo escribirles cuando termine el viaje. Alicia es mallorquina y Jorge-Xurxo gallego. Ya solo, me pongo a escribir el diario, pero dejo de hacerlo al recibir llamada de Altsasu. Marco, cuelgo y me llama mi hermana Luchy. Hablamos bien un buen rato, hasta que la mala comunicación, que no nos deja entendernos bien, nos obliga a colgar. A las 11:30 h dejo de escribir y salgo de nuevo hacia la costa.

Platja de sa Ràpita
Como esta zona urbanizada de Ses Covetes es pequeña, llego pronto a una nueva playa. Al inicio es muy familiar y, cuando pregunto al socorrista, me dice que toda la playa es nudista pero que los desnudos los empezaré a ver mayormente entre los dos Bunkers. Llego al lugar y me desnudo entre Bunkers. El agua está buenísima, pero la arena acumulada en la orilla es tanta que no deja que el cuerpo se sumerja y el agua lo cubra. Para que cubra medianamente hay que avanzar mucho hacia el horizonte. Por ello, opto por tumbarme y hacer la plancha. Después de estar un rato más allí tumbado tomando el sol y debido a que han llegado más textiles que están por el primer garito militar, me voy hacia el otro. Me baño y me paseo para secarme entre dunas. Me parece raro, pero no veo a nadie merodeando por allí. Llega a la playa un extranjero con un gran tatuaje, se desnuda y le brilla en el prepucio un piercing plateado. Su amigo se protege a la sombra del bunker, al otro lado, y periódicamente viene a hablar con él. Como ya me he bañado varias veces, paseado, visitado la duna, decido seguir hacia Sa Ràpita.

Sa Ràpita. Llum de Mar
Cuando estoy llegando, veo un chiringuito de playa que se llama Llum de Mar y, tras dos cenas con buen pescado, aquí como algo más frugal: un par de huevos con patatas fritas, una ensalada de tomate y un tinto de verano. 17,82 € que pago con Visa. Es caro para lo que como, pero lo disfruto con gusto. Hay una camarera potolita pero muy simpática, que me atiende muy bien. 
 

Hay otra más delgadita que me recuerda a Maite, amiga de mis hijas, que es quien me ha servido la comida. Las dos son muy activas y agradables y les encanta el paseo que estoy dando. Es el dueño quien me cobra con la Visa y me desean feliz culminación de mi proyecto. Antes de marcharme saco foto del restaurante Llum de Mar y otra de la playa por donde he llegado y donde me he bañado, aunque los dos Bunkers no se ven, pues han quedado bastante lejos. Cuando salgo de la playa, entro en el puerto.

Enric no calafatea
Camino por la parte interior del puerto y encuentro a un hombre que está pintando su embarcación que está cubierta con toldo blanco. También le quita el sol un toldo azul y, no contento con ello, se protege la cabeza con un sombrero de paja. Pregunto a Enric si está calafateando y me dice que no, y que tampoco barniza puesto que, en realidad, lo que está dando en el cordón no es otra cosa que aceite de Teca. Me enseña cómo es la parte de la madera lijada y antes de dar ninguna capa, para que compare cómo va quedando ya con la octava. Puedo comparar lo que hizo el año pasado y comparar con lo actual, aunque no sé en qué capa va. Si seguimos hablando, hasta él perderá la cuenta. Enric es muy agradable y es capaz de valorar los aspectos que hacen de mi camino un viaje singular. Cuando nos estamos despidiendo me ofrece el agua con limón que le queda puesto que él ya está a punto de terminar. Me quiere dar la botella, que tiene dentro un gran pedazo de hielo, pero me conformo con que vacíe la parte licuada en mi botellín. Acabo quedándome con la botella para ir aprovechando el líquido a medida que se vaya licuando. Agradezco su regalo y me despido de él.

Ducha gratis
Un poco más adelante veo el sitio donde están ubicados los restaurantes del entorno portuario pero, como ya he comido, no muestro ningún interés por ninguno. Tras una puerta abierta, veo a dos chicos lavándose en un lavabo y me meto. Son servicios para usuarios de embarcaciones y personal portuario, pero a mí me vienen de cine para darme una ducha. Como no están cerrados, no es necesaria ninguna clave para entrar. Me desnudo y me ducho sin jabón. El agua fría ya sale suficientemente caliente pero, por error, le doy a la caliente y casi me abraso. Cuando se lo cuento a los chicos que se lavaban y que luego encuentro al salir al acantilado, se ríen de la anécdota, no de que casi me haya abrasado. Ahora están hablando con una chica. Como no quiero mojar la toalla y los servicios no están en zona de paso, me seco saliendo desnudo a la calle. Cuando veo que se acerca alguien, me meto dentro. Una vez seco, me visto, salgo del puerto y sigo adelante.

S’Estanyol de Migjorn. De nuevo Enric
Voy por carretera que va paralela al acantilado que, todavía por aquí, sigue siendo bajito. Así continuará hasta llegar a S’estanyol de Migjorn y, después de otro tramo suave hasta después de Punta Plana, volverá a ser abrupto. Cuando voy por la carretera, oigo que me llaman: “Javier” y veo que llega Enric en bicicleta (quizás fuera motocicleta) y me ofrece llevarme a su casa. Me resulta grato volver a verlo. Le digo que ya he comido y que no necesito más que el agua de limón que me ha dado. Se le ve deseoso de compartir, pues demuestra que entiende muy bien mi filosofía viajera. Su invitación a comer en su casa va en esa línea de este deseo de compartir y alargarlo en el tiempo. Y se lo vuelvo a agradecer. “¡Hasta siempre!”, se despide. Si no hubiese comido, habría aceptado de mil amores, pues Enric entiende que este tipo de encuentros son los que hacen singular mi camino. “¡Gracias Enric, éste es el mejor regalo!”, digo para mí. 
 
Sigo adelante y en este acantilado bajo, descubro a una parejita tratando de hacer sus primeros pinitos nudistas en un entorno discreto y posible, pero hay un mirón que no les deja tranquilos. Controla desde arriba. Cuando paso pregunto al mirón si hay alguna playa de arena por allí cerca. Me responde que no. Llego y paso el puerto de S’estanyol de Migjorn, donde no se produce ningún encuentro; es un puerto que no me resulta nada del otro jueves, y continúo adelante. Puede ser un puerto interesante pero no lo he sabido apreciar.

Punta Plana
Poco después de salir del puerto de S’estanyol de Migjorn el acantilado continúa bajo y, aunque tiene alguna arena acumulada, el acceso al agua no puede hacerse más que por rocas. Ya de lejos se ve el faro de Punta Plana y, toda la costa que veo hacia allí, no me ofrece mucho atractivo para baño. No tardo ni cinco minutos en llegar al faro y saco una foto de él para el recuerdo. Aunque realmente no sea un faro emblemático, me supongo que cumplirá su función.

Cala en Timó
Pasado el faro llego a la Cala en Timó. El paseo sigue siendo magnífico y los acantilados siguen teniendo poca altura. El agua es muy transparente y eso que al atardecer en el sur, el mar empieza a perder nitidez en sus fondos y a llenarse de lentejuelas de ocaso. Al otro lado de Cala Timó, un poco más alejada, ya se empieza a ver una torre, a la que llegaré poco después. 
 

Todavía me espera otra sorpresa que me va a deparar el día, pero habrá que esperar. Pasados unos diez minutos, y terminada la vuelta a la Cala Timó, llego a la torre que había avistado de lejos. Tiene aspecto de haber sido restaurada, por la disparidad en la forma de colocación de las piedras que lo componen, pero se ve que está bastante bien conservada. La zona almenada es irregular pero no sé con qué finalidad.

Hacia Vallgornera y Punta de sa Dent
El camino por el acantilado continúa genial y ya va cogiendo mucha altura. Con la altura, en las siguientes calas, ya vuelvo a recuperar la nitidez de los fondos marinos. Vallgornera la pasaré sin enterarme y, a lo lejos, ya veo la Punta de sa Dent. Entre esos dos puntos, me encuentro con un grupo de amigos. 

 


Uno de ellos está en el agua, bajo el acantilado, es Julià, el único autóctono del grupo. Me sorprende verlo allí pues, de lejos, da la sensación de que camina por el agua, como si fuera un Jesús cualquiera paseando por la superficie del lago Tiberíades. Yo no me atrevería a bajar y subir acantilado tan abrupto, pero el que sabe sabe.

Julià con Martín, Pol y Jon
Cuando llego a la parte alta del acantilado, encuentro a sus tres amigos, todos estudiantes de tercero de Arquitectura en Barcelona. Gritan algo a Julià desde arriba. Hablo con ellos. Uno es Martín, de Reus; otro Pol, de Barcelona; y el tercero resulta ser un paisano: Jon Iriondo, de Donostia-San Sebastián. Si no me equivoco, me dice que su madre es Amaia Goena, no sé si dentista u ortodoncista, que tiene su consulta en el paseo de Colón de la capital de Gipuzkoa. 
 


Todos están invitados por Julià, de Palma, a pasar unos días de vacaciones con él en la isla. Han llegado en bicicleta y conocen un lugar para descender y ascender por la aparentemente escarpada roca. Cuando les pregunto por nudismo en la zona, me dicen que alguno de ellos se ha desnudado allí pero, ahora, todos están con bañador. Ha sido un encuentro breve pero bonito. Jon tiene familiares en Irun y vivió un tiempo en Hondarribia. Como mi yerno estudió arquitectura en Barcelona, me preguntan por su nombre, pero no le conocen y, por los datos que les doy, al decirles que imparte una asignatura en la facultad de Arquitectura donostiarra, me dicen: “seguramente dará Estructura”. Me despido de ellos y continúo mi andadura hacia Cala Pi.

Cala Pi
Por la carretera veo un coche con matrícula HDY y me viene Heidy. Demasiado infantil como para que me inspire algo. Quizás ese nombre quiera decirme que todavía no he perdido el niño que fui. Las chicharras no dejan de cantar, pero yo no noto el calor sofocante que suele acontecer cuando ellas cantan de forma tan estridente. En realidad cantar, cantar, no cantan; mueven y hacen vibrar sus élitros. Con esa música, entro en la urbanización de Cala Pi. 

Al inicio, continúo por el acantilado, pero el último tramo será un intento inútil y arriesgado. Lo hago casi colgado del precipicio sobre la Cala Beltran. Salgo de allí como puedo y lo vuelvo a intentar por otro lugar que parece tener continuidad. 
 



Llego a propiedad privada con mucha gente. Pregunto si es un hotel y me responden que no. Nadie me invita a pasar para salir por su puerta a la calle y el acantilado no me deja continuar más adelante. Son extranjeros. ¡Con su pan se lo coman! Regreso por donde he venido y al pasar la carretera, cerca veo otro curioso entrante de mar que, también, me obliga a dar nuevo y mayor rodeo. Por fin, entro de lleno en la urbanización. Un hombre, éste español, me dice: “por ahí vas bien hacia la playa”. Ya, con esa seguridad, entro en el restaurante Ca’l Reiet.







Ca’l Reiet. Cerveza
Un chico rumano, muy majo y con ganas de agradar, me sirve una caña (2 €). Le pregunto si dan cenas y si el precio de la paella es para dos y me dice que sí, así que me olvido de ella. Le pregunto por dónde se baja a la playa y me acompaña a la puerta para enseñarme por donde empieza el arranque de la escalera descendente. “Son muchas escaleras”, me dice. Regreso al comedor y leo la carta para la cena de después. Paso por el segundo restaurante y me agrada menos.

Platja de Cala Pi. Emilio y el checo
Bajo a la playa y hablo con Emilio. Es un hombre de ochenta años que, al igual que yo, también suele viajar con el Imserso. No en este momento del encuentro, ¡está claro! Como quiero que me cuente cosas sobre el lugar al que acabo de llegar, le hago preguntas. Él está sentado en un tronco y quiere que me siente a su lado, en una zona en que parece que no hay hormigas, pero las hormigas están correteando por todo y no dejan resquicio alguno. 
 

No tengo ganas de que recorran el interior de mi cuerpo serrano. Me acuerdo de la fábula de Samaniego de la Cigarra y la Hormiga. Si al venir me han amenizado las chicharras con su melodiosa música, ahora me encuentro con las hacendosas hormigas. Preferiría que, por un rato, dejaran de trabajar almacenando comida para el invierno, y que fueran más generosas con las músicas. A Emilio le gusta el paseo que le estoy contando desde Alcúdia y se lo comenta al checo que está con él. 

Emilio lo conoció en Praga, su lugar de nacimiento, y ahora está invitado en Cala Pi. También están aquí los hijos de Emilio y el checo ha venido de vacaciones con su mujer y sus dos hijos. Alguna vez también han estado invitados a la casa de Emilio en Barcelona. 

 




El checo cuenta que estuvo una vez en Tolosa y, en Boinas Elosegi, compro una txapela, por lo que en Praga le llaman el vasco. Aunque sólo viene en vacaciones, conoce muchos sitios del País Vasco. En Praga trabaja como ingeniero técnico electricista. 
 
Los niños checos también están disfrutando y han cogido dos cangrejos con un salabardo. Tras un rato más de charla sobre mi viaje, hago un recorrido con el fin de buscar el lugar idóneo para pernoctar. Decido que me quedaré a dormir en un rincón, sobre las hamacas encadenadas que están detrás del puesto de vigilancia. Me despido de Emilio y el checo y me quedo sin ver el fondo de la playa. 

Cena en Ca’l Reiet
Asciendo las escaleras y subo al restaurante. Ceno spaghetti Boloñesa, con salsa potente, y bacalao con piquillos, que dudo que lo fueran; al menos no tenían la calidad ni el sabor de los que yo estoy acostumbrado. 


Acompañan a la cena dos copas de sangría. En la tele hay futbol y me parece que es repetición del partido de la Sub-21, que ganó la final a Suiza por 2-0 y que no pude ver. Me traslado de lugar y en la otra tele dan otro partido que no me interesa. Pago 27,20 € con Visa. Para lo que he cenado, me parece otra comida cara. El otro camarero me pregunta curioso por mi viaje y estoy dispuesto a decirle hasta con quién me acuesto si sirve para saciar su curiosidad. Me despido de los camareros y bajo a la playa de nuevo.

Noche en la playa de Cala Pi. Christofer, Jan y Nil
Calzo las hamacas para que se mantengan horizontales y veo que han instalado a mi lado una tienda de campaña naranja. Mañana la fotografiaré y la veréis. Está entre mis hamacas y el puesto de socorro. Veo unas sombras que vienen de la orilla y son las de Christofer con sus dos hijos Jan y Nil. Se disculpa por haber montado la tienda tan próxima a mi sitio, pero él qué sabía que yo pensaba dormir allí. Lo cierto es que hasta prefiero, me apetece estar en tan grata compañía. Suele hacer este tipo de experiencias de vida en la naturaleza con sus hijos, aunque vive en Cala Pi. No habla ni de mujer, ni de madre, y yo no pregunto. Doy un par de besos a los hijos de Christofer y él los acuesta en la cama, se despide de mí, se mete dentro y cierra la tienda con cremallera. Yo también me he ido metiendo en mi saco a la vez y nos deseamos las buenas noches. Para las diez estamos todos en el catre. Me he dado masaje de Aloe-Vera en los pies y repelente para los mosquitos, pues pululan.

Balance positivo de un día que pudo ser anodino
El encuentro de la mañana con Alicia y Xurxo, será lo más importante del día. Más teniendo en cuenta que me volveré a encontrar con Xurxo entre Palmanova y Magaluf en mi etapa 28 y que les oiré cantar en Peguera al día siguiente, ya uno de julio. También han sido bonitos los encuentros con los amigos estudiantes de arquitectura, así como al anochecer, con Christofer y sus dos hijos, Jan y Nils, que serán vecinos de sueños. Muy gratas las camareras de Llum de Mar, entusiasmadas con mi viaje. La charla en Cala Pi con Emilio y su invitado checo. Para cabrearme ha estado bien el intento de paso en Cala Pi sobre Cala Beltran y que la urbanización me ha cortado. Una vez mas lo privado vence a lo público. Y dejo para el final el bonito encuentro con Enric el navegante que mimaba su embarcación con aceite de teca y que ha compartido conmigo mi filosofía singular de viajar.


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