martes, 1 de abril de 2014

Etapa 18 (260) Port Verd-Cala Anguila

Etapa 18 (260) 20 de junio de 2011, lunes.
Port Verd-Cala Bona-Cala Millor-Punta de n’Amer-Sa Coma-S’Illot-Cala Morlanda-Cala Petita-Portocristo-Covas del Drach-Cala Murta-Cala Magrana-Portocristo Novo-Cala Anguila-Cala Mendía -Cala Anguila.


Amanecer en Port Verd
El sol sale tras la montaña. Saco una foto a la ermita que está entre las dos casas. 

 



La clave está en la cruz de obra que está en el ángulo superior, en la cima frontal del tejado a dos aguas. Podemos ver el columpio sobre el que empecé a dormir a primera hora de la noche y que, por el balanceo, el ruido que hacían los goznes de las cadenas al cambiar de postura, y el temor a caerme, decidí abandonar y decidí pasar al suelo, de tierra y hierba, donde he acabado durmiendo mejor. 
 

Después saco foto a lo que puedo ver del amanecer. El sol me lo tapan las montañas del fondo y el Cap des Pinar y toda la costa Norte del Este de la isla. Me he levantado antes de las seis y media. El mar no está accesible y tampoco tengo ninguna gana de bañarme, así que me visto, cargo con las mochilas y empiezo a caminar hacia el Sur. Pronto cambiaré la doblez de mi mapa, una vez que pase Cala Millor, el lugar desde donde ayer pude hablar por teléfono con Londres gracias al acercamiento en el coche de Pedro.



La Torre de Port Verd
Me meto entre casas y pronto llego a un arco entre dos torres y cuyo portón está cerrado a cal y canto. En el lateral derecho indica Torre del Port Verd. Este nombre es el que me asegura que el lugar donde he dormido es Port Verd, pues dudaba si la ermita pertenecía todavía a Port Nou.



Restaurante Port Verd de Mar
En cuanto puedo salir a la costa, me encuentro con este restaurante donde no predomina lo verde, sino lo blanco. Está muy bien amueblado y sorprende que sea tan accesible, sien puertas, ni muros que lo protejan. El lugar es muy coqueto y ya empiezan a llegar los primeros rayos solares matutinos, pero supongo que no darán desayunos y, si los dan, será cuando pasen más de dos o tres horas. No me habría importado esperar si los asientos y las mesas hubieran sido más altos, más cómodos para escribir, pero su diseño está pensado para tirarse a la Bartola. 

¡Pobre Bartola como se la tiren todos! Las sombrillas están replegadas pero, en la zona del templete, cuelgan cortinas blancas que le dan un aspecto “Belle Epoque”, parece muy a propósito para veraneantes pijos. Pronto pasaré un canal con agua bastante sucia que es muy probable delimite Port Verd de la siguiente urbanización: Cala Bona.

Cala Bona
Un paseo marítimo repleto de corredores que entrenan en estas primeras horas matinales, antes de que empiece a calentar el sol. 

 



También hay padres y madres que pasean en sillita a sus pequeños dormidos. No sé si porque los acuestan pronto y ya han dormido suficiente, o porque no hay forma de que se duerman y, con el traqueteo de las ruedas sobre el pavimento, consiguen marearlos y dejarlos groguis. 


Un padre joven cambia el pañal de su bebé, otro da el biberón al suyo. ¿Dónde estarán las mamás?, me pregunto, ¿habrán estado toda la noche tratando de dormir al niño y ahora descansan, tras no haberlo conseguido? He visto al menos a seis papás jóvenes y las siete de la mañana me ha parecido una hora demasiado tempranera para pasearlos. 




Antes de llegar al puerto, me encuentro a cuatro hombres y una mujer. Parecen ingleses, aunque no de Gales. Se ríen de mi viaje y de mi rechazo a las tecnologías. Haciendo un camino de rectas y curvas iré llegando, poco a poco, a un puerto deportivo que por su situación no sé si corresponde a Cala Bona o a Cala Millor. En cualquier caso, parece que la pertenencia de ambos es al municipio de Son Servera. Así, estoy seguro de que no me equivoco.




Cala Millor. Dos baños y pierdo las sandalias
Pasado el puerto, ya entro en el paseo marítimo de Cala Millor. En la larga playa, encuentro los primeros castillos de arena, como mesa petitoria de arquitectos frustrados que se inspiran en los castillos de los cuentos de hadas. El primero que veo está algo distante del paseo marítimo pero, tres minutos más tarde, antes de llegar a la zona de los parasoles y las hamacas, llego a otro mejor terminado, más próximo al paseo y más sofisticado. 


 
El constructor lo ha perfeccionado, colocando un conjunto de abetos, también de arena, hechos con el sistema de dejar filtrar gotas de arena por entre los dedos de la mano o, al menos, como no lo he visto hacer, es ésa la impresión que me da. Es el sistema que yo uso cuando juego en la arena con mis nietos. Hacemos castillos y luego añadimos torretas puntiagudas, lo más altas que podemos. Después horadamos su parte central y esperamos a que el mar se encargue de deshacer lo hecho. Pero aquí, no sólo son esos abetos los que extrañan, pues entraría dentro de los complementos de arena, sino que han colocado un conjunto de focos para iluminación nocturna. Así que este castillo servirá para recaudar monedas mañana, tarde y noche. Sabiendo lo recaudado, y el tiempo de presencia de la obra, se podría hacer un cálculo de rentabilidad. Me acerco a la orilla y en el primer sitio que considero más apropiado, junto a unas hamacas apiladas, me desnudo y me doy el primer baño de la mañana. Luego me seco al sol junto a las tumbonas, que me sirven de protección de las miradas de los que caminan por el paseo marítimo, que queda a considerable distancia. Una vez seco, me vuelvo a vestir y sigo caminando por la orilla hasta el final de la playa. Allí me doy el segundo baño. Hay un negrito por las rocas. Me paseo para secarme al sol, pues hay muy poca gente y, una vez seco, me visto y me encamino hacia el paseo con idea de buscar un sitio para desayunar. He visto que el camino continúa por la costa hacia Punta de n’Amer. Es entonces cuando me doy cuenta de que no llevo las sandalias. Vuelvo al sitio donde me he desnudado y por allí no hay ninguna sandalia. Dudo si las ha podido coger el negrito o si me las he dejado en el lugar del primer baño. Para llegar más rápido, voy por el paseo marítimo y bajo a la orilla por lugar similar al de la primera vez, pero sin localizar bien el lugar y mirando en distintos sitios posibles, las sandalias ya no aparecerán. Salgo de la playa y me calzo con las vibram. No me importan mucho las perdidas puesto que ya estaban muy desgastadas en la suela y con gran deterioro en el resto. Tendré otra experiencia similar en Nordwick, en Holanda, donde tras perderlas y darme cuenta después de diez o doce kilómetros, retrocedí y me las encontré. Alguien se había encargado de retirarlas de la orilla para que no se las llevara la marea al subir y las había puesto a buen recaudo sobre un contenedor de basuras. Probablemente, si se hubiera encontrado éstas, las que he perdido hoy, las hubiera tirado directamente a la basura.

Desayuno en bar Palentino
Como en primera línea de playa, en el paseo marítimo, el sol da de pleno, decido buscar un sitio por el interior. Ninguno empieza a dar desayunos hasta después de las diez. Pero encuentro el bar Palentino. Como una raja de sandía, tostadas con tomate y aceite y un gran vaso de leche con sobre descafeinado. Pagaré 4,50 €. Pregunto al del bar por Punta de n’Amer y me dice que continuando el Arenal de Son Servera, puedo ir a Sa Coma directamente por carretera o dando un rodeo por Punta de n’Amer, que él me recomienda. Cago y voy a afeitarme cuando ya son las once de la mañana. Antes de partir del Palentino, escribo alguna más de las postales que compré en Ciutadella: Gureak, Jokin, Foro, Arantxa y Martín y Arturo. Son las 11:45 cuando abandono el bar. Cuando salgo del bar, me como el plátano que me quedaba, antes de que se pudra y lo tenga que tirar. ¡Está muy maduro, en punto mermelada!

Otra vez por el paseo marítimo. Negra y Buda
Terminado el recorrido de Cala Millor, corresponde el paseo al Arenal de Son Servera. Ya lo he pateado dos veces, aunque un rato he ido por la playa, y ahora lo hago por tercera vez. Por eso, cuando me preguntan: “¿cuántos kilómetros haces al día?”, suele ser difícil de calcular y, visto sobre el mapa, muchos piensan que añado kilómetros a lo que hago en realidad. ¡No, por cierto! Otras veces digo: “Es imposible de calcular”, y no ando descaminado. En el paseo encuentro a una mujer negra, opulenta, con un vestido colorista y llamativo, que se sienta en silla de playa a la sombra bajo un tronco retorcido, no de olivo, sino de tamarindo. Me parece una imagen bonita y no me resisto a fotografiar y luego a ajustar en tamaño. Ofrece peinados exóticos. 


Lo mismo me ocurrirá un poco más tarde cuando me encuentro a un hombre que, por sus glándulas mamarias colgantes y su prominente tripa, me recuerda a un Buda viviente, aunque nunca he visto a ninguna estatua de Buda que lleve grabado en el pectoral el nombre de su amada: en este caso es Jenny. Ambas fotos se pueden considerar robadas, puesto que no he pedido permiso para hacerlas. A la mujer, porque la he sacado algo de lejos, antes de llegar a donde está ella, y al hombre, por no despertarle. Tiene un gran cardenal amoratado en el brazo y ha sufrido alguna operación de rodilla, lo que me hace predecir tendrá dificultades para caminar y que podrían justificar su panza. Luego veo el primer castillo de arena, ahora con papás que quieren fotografiar a sus niños junto a él. El realizador de la obra coloca a los niños de tal forma que no deterioren su obra. Así mantiene en buenas condiciones lo que le va a dar de comer, hoy y los próximos días.

Punta de n’Amer. Hidroavión
Continúo por el paseo marítimo y, cuando se acaba, tengo que entrar por la arena para seguir el camino por el suave acantilado hacia Punta de n’Amer. Estoy por la zona donde me he dado el segundo baño de la mañana y donde me he dado cuenta de que había perdido las sandalias. 
 

Yendo ya por el camino hacia el castillo que está en la punta, veo que ameriza un avión anfibio y llena de agua salada su panza. Puedo colegir que está ensayando y que no hay ningún incendio que apagar, porque enseguida de empezar a elevarse le veré vomitando su agua de nuevo al mar. Tras una vuelta, volverá a repetir la operación. 


Es curiosa la imagen que se retiene en mi retina, como si fuera una montañita nebulosa sobre la lisura del mar. La segunda vez, retiene más tiempo el agua en sus depósitos porque, si la hubiera lanzado antes, habría caído todo el agua salada encima de un barco que por allí pasaba totalmente ajeno a los ejercicios que el hidroavión estaba haciendo. Abandono la zona de amerizaje del hidroavión y voy buscando algún camino de acceso a la costa. 


Busco Cala Nau, pero no hay ningún indicador, ni encuentro ningún camino en dirección a la costa Norte de la Punta de n’Amer.


Castillo de n’Amer. Cuatro mujeres
Cuando llego, saco una foto desde el castillo hacia los caminos que me llevarán a Sa Coma y S’Illot y, como a partir de ahora lo dejaré de ver, será la última instantánea hacia Capdepera, que ya no me espera, puesto que lo dejé atrás.


En el castillete se exponen arcabuces, trabucos y otros objetos guerreros que no me despiertan ningún interés, ninguna curiosidad. Más a gusto estoy hablando con cuatro mujeres, una madrileña y tres cántabras, con las que comento mi paso por Santander y lo acontecido en el albergue del Camino de Santiago. 

Como una es de Liébana, le cuento cómo al pernoctar en 2006, en el año lebaniego, tuve problemas con una granadina que me puso morritos porque me hice un hueco cerca de su cama. Por la tarde, después de comer, me volveré a encontrar con la madrileña y la de Santo Toribio. Al castillete se accede por un trozo de cemento que simula un puente levadizo. Me despido de las cuatro mujeres y reinicio el camino hacia Sa Coma.

Camino a Sa Coma. Dos mujeres con perro
Por el camino hacia Sa Coma y S’Illot, también van dos mujeres. Nos cruzamos con dos niñas montadas en unos caballitos. La primera va acompañada por su papá, que va a pie, y la segunda, lo mismo, pero quien va a pie junto a ella es su mamá. A las mujeres que van con perro y me acompañan, les cuento lo que estoy haciendo y me dicen que en las rocas, las que están en la costa a la par del camino que estamos recorriendo, suelen hacer nudismo. Pero a mí las rocas me apetecen poco. Como ya veo la estructura de playa a la que nos estamos acercando, y sé que no podré darme baño como en Millor y Son Servera, decido retroceder hacia las rocas poco apetitosas y me despido de las dos mujeres con perro. Me doy un paseo por las rocas en vano, pues no veo ni nudistas ni un lugar apetecible para quedarme, así que regreso de nuevo por el camino que había traído antes. 


Enlazo de nuevo con las dos mujeres y, la más joven, me dice: “tras el tramo que se ve a lo lejos, está Cala Morlanda, que la primera no es nudista, pero sí la siguiente, que siempre fue nudista pero que ahora, al perder arena la primera, muchos textiles van allí porque recuperó la arena que la otra perdió”. Con esta información continúo adelante.

S’Illot
O Sa Coma es la primera parte a la que llego y ni me entero, o está más al interior, y tampoco. El caso es que cuando llego a la playa me dicen que es la de S’Illot. Si lo miro en mi mapa, Sa Coma y S’Illot son dos núcleos de población que, junto a Cala Morlanda, forman un único conglomerado urbanístico. Toda esta costa por la que estoy pasando hoy, y la que pasaré mañana, entran dentro del ámbito de acción municipal de Manacor, de donde estaré relativamente lejos. Ni me asomaré a ver sus famosas perlas cultivadas. Como en Taiwan por 9,35 € pero, como no lo he anotado, ahora no recuerdo nada de lo que he comido. Taiwan pertenece a Sa Coma. La playa de S’Illot es muy urbana con una estructura que me recuerda en algo a Playa Canyamel, donde también, como aquí, había un puente sobre un río, o salida de marisma que, aquí, tampoco llega al mar. Saco foto de la playa familiar y textil, así como del puente que cruza el brazo de río marismeño. Como ya tengo buenas referencias de Cala Morlanda, hacia allí me dirijo.

Cala Morlanda. Dos polacos de Krakovia
Como ya me había dicho la joven de Punta de n’Amer, llego a la primera cala que está más cerca del núcleo poblacional y continúo a la siguiente. Hay que dar un buen rodeo y, cuando llego a la otra, observo que al agua se entra por arena y también la hay en el fondo de la zona de baño, pero en la parte en que se puede tomar el sol, sólo hay piedras y pequeños espacios de arena. Al llegar, una mujer toma el sol en un trozo con arena, como para dos personas y media. 

Un poco más al Sur hay un chico con toalla que está organizando el lugar, pero no sé si acaba de llegar o lo está preparando para quedarse. Arriba, en el acantilado Sur, hay otro chico. Cuando saludo a la chica, la que está sola, al poco baja el que estaba arriba. Así compruebo que están juntos. Visto el panorama, decido subir al lugar que él ocupaba arriba. Me pongo a hablar con ellos. Me dicen que están de vacaciones y que son polacos, de Krakovia. Ella está interesada en el castellano y lo aprende con libros y cassettes. Me hace algunas preguntas para afianzar el poco castellano que sabe. 

 Cuando se van a meter al agua, se piensan que un caparazón de jibia que se encuentran flotando es un pez muerto. Lo cojo y trato de explicarles lo que es, pero no logro que lo entiendan: “No Octopus, no calamar, similar…”, les digo. Si hubiera habido más arena húmeda, lo hubiera dibujado. El agua está deliciosa y me baño varias veces y, aunque no es el sitio ideal y por la playa de piedras no se pueden dar paseos, me quedaré bastante tiempo. Dudo en ponerme a dibujar, pues sólo tengo el dibujo de Cala Pregonda y el que inicié en Llucalari, pero no me acabo de animar. Habría sido el primero de Mallorca.


Me voy desnudo por los caminos que se dirigen hacia Cala Petita, pero ni siquiera llego a la serie de ensenadas previas a ella. Me encuentro con gente en el camino que, aunque me ven desnudo y ellos van vestidos, nadie dice nada. Hay que tener en cuenta que, tanto Morlanda como Petita, ambas son nudistas. Así que es normal que haya gente desnuda en los espacios intermedios. Cuando regreso a Morlanda, una pareja se tumba en la parte alta del acantilado y, más tarde, les veo que se bañan por la bocana. Así que, algo que creía que no tenía acceso al mar, lo tiene. En la zona donde estamos los polacos y yo, ha llegado un hombre gordo que se sitúa en la parte alta de las piedras. No parece que tenga intención de bañarse y sólo veo que se la toquetea y juega con su cosita, sin ningún resultado aparente. No sé si se bañará después de que yo abandone el lugar. A última hora, llega otro tan gordo como el primero y se pone a menos de tres metros. Este último, se tumba más arrepanchigado. Tras el primer gordo, han llegado dos alemanes. Él es corpulento y con un estómago tipo barrica de cerveza, que es una gordura muy diferente y localizada. Ella es rubia y ambos se desnudan. Se quedan unas dos horas en el hueco entre piedras que han elegido y no bajan ni una vez al agua. Llega una parejita que se coloca al otro extremo de donde estoy yo que, en cuanto se han ido los polacos, he ocupado su sitio. La joven se desnuda, pero él mantiene el bañador puesto. Cuando se van a bañar, ella también se pone la braga. Nos visita una mujer que se coloca en medio de la playa, entre los jóvenes y yo. Otro chico llega y saluda a la joven desnuda y, como me voy a marchar, le ofrezco el sitio que abandono. Pero prefiere la zona alta en la que me había puesto al llegar. Un hombre se había colocado arriba, se ha desnudado y ha bajado a bañarse por donde yo estaba. Llega un chico ecologista que, por su cuerpo delgado y fibroso, se supone alimentado con poca grasa animal. Saluda a la señora de delante y se coloca algo más arriba y en zona central. Una de sus dedicaciones favoritas es la de recoger todos los desperdicios que encuentra: plásticos, cuerdas y papeles. Le ayudo a meter todo en una bolsa que también ha encontrado. Pero la bolsa se rompe al meter las porquerías y no le quedará más remedio que hacer un atillo con todo lo encontrado. Luego lo llevará para tirarlo a la basura. Charlamos un rato sobre su visión del mundo, la ecología, le hablo de los alemanes jóvenes de Agulla, de nudismo. También le ofrezco mi sitio, puesto que ya, definitivamente, me voy, y también prefiere quedarse donde está. Le he entendido que tenía que preparar un examen para hoy pero más tarde. Al desearle suerte en el examen, me informa que él no es el examinando, sino el examinador. “¡No seas demasiado rígido!”, le digo. Me desea suerte en lo que me queda de viaje y, cuando paso a la zona alta, los mismos deseos expresa el otro joven que ha ocupado mi plaza anterior. Cargado con las mochilas, me dirijo en busca de Cala Petita.

Cala Petita. Gonzalo
La primera parte del camino va muy bien, puesto que la hago por camino ya conocido en mi primera incursión. Pero en un momento determinado me pierdo y, para mayor seguridad, salgo hacia las rocas del acantilado. Aunque las rocas tienen muchas aristas, con cuidado, al menos sé que me van a llevar por buena dirección. Finalmente llego a la cala muy bonita, con dos yatecitos fondeados y muy poca gente. Desde arriba y en la zona de la orilla no veo a ningún nudista pero, luego, en zona más hacia el interior, encuentro desnudo a Gonzalo. Le hago un saludo protocolario, puesto que está con cascos oyendo música. Responde atento. Me asomo a la orilla, pero la entrada al agua está muy sucia. Aquí tendría tarea el ecologista que he dejado en Cala Morlanda. En las rocas hay dos hombres con bañador. El que llega último es el primero que se baña. Han llegado dos chicas jóvenes con cuatro perros. Los perros hacen carreras y ellas les jalean. Cuando estoy tumbado, uno de los perros salta por encima y me roza con una de sus patas. Grito a la chica para que lo retenga y ella se disculpa, “se me ha escapado”, dice y parece que con eso, ya ha resuelto el problema. Gonzalo me dice que esa chica y esos perros vienen a menudo y siempre ocurre lo mismo. Pero ese incidente desagradable, ha dado pie a que Gonzalo y yo nos pongamos a hablar. Así, de algo malo, ha surgido algo interesante. Me pregunta de dónde soy y, tras responderle, le pregunto: “¿Y tú?” Primero me responde: “De cerca de Vigo”, pero hablando, me dice que es de Redondela. Me dice que Cesantes y Chapela también pertenecen a Redondela. Y le cuento lo ocurrido después de Vilaboa con aquél perro que quería morderme, frente a la isla de San Simón. “Te acuerdas muy bien”, me dice. “Aunque es de 2006, lo acabo de incorporar a mi blog y está reciente”, le explico. Pero Gonzalo en ningún momento me pide cómo se accede a mi blog, ni yo le doy las claves. Ahora está viviendo en Manacor, pues consiguió plaza en el Inem. Le gustaría volver a Redondela, pero sabe que, hasta que no consiga los puntos necesarios, lo tiene crudo. De momento, seguirá en Mallorca pues, en Redondela, salvo su familia, nadie le reclama. Le dijeron que las peores ciudades de la isla son Inca y Manacor. Fue Inca el primer lugar en que ocupó plaza y ahora, Manacor, es el segundo. Así que a peor ya no puede ir dentro de la isla.

Paseando con Gonzalo hacia Portocristo
Gonzalo tiene autobús a las ocho para Manacor, pero prefiere y va a tratar de coger el de las siete. Así que se viste, yo también, y nos vamos juntos. ¡Qué bien! Un tramo de camino despreocupado, dejándome llevar por alguien que lo conoce. Me dice que me vienen playas muy bonitas en la siguiente costa, hacia el Sur, y algunas son vírgenes. Me las termina de explicar mientras espera en la parada de autobús. 

Allí me orienta cómo bajar al puerto de Portocristo, que tiene mucho barco de recreo varado en sus pantalanes. Llega el autobús y me despido de Gonzalo, deseándole suerte dentro de Mallorca y un traslado no muy lejano a Redondela. He pasado un rato muy grato con él, a pesar o gracias a los perros molestos.




Portocristo
Con Gonzalo me he quedado en zona urbana de Portocristo, pero todavía sin salir al mar, ni siquiera puedo verlo. Desde arriba entre pinos veo la playa y voy caminando hacia el puerto. 


Un chico me dice que si voy a pie el puerto tiene salida por el otro lado. Me temía que, para salir de él, tendría que desandar por donde ahora voy caminando. El puerto dobla hacia la derecha, y yo también, y encuentro un bar donde ofertan cerveza por 1,60 €. La pruebo y me voy al servicio para llenar mi botella de agua. 


Lo hago a duras penas, ya que el hueco entre grifo y desagüe es escaso y no deja espacio suficiente a mi botella. Lo consigo ¡Ya casi soy un experto! Cuando he llegado a la barra, me he puesto al lado de una chica de buen ver, pero al regreso, se ha transformado en Alberto. “¡Vaya cambio!”, le digo, y él se ríe. Le cuento lo que estoy haciendo por la isla y se enrolla un rato conmigo. Me da alguna pista para lo que me queda de tarde pero, a pesar de su ayuda, andaré bastante despistado. 
 

Tampoco las señalizaciones me ayudan mucho para caminar por los lugares más adecuados. Acabo de beber la cerveza y, ahora, ya con agua, estoy más tranquilo. Me voy acercando hacia la salida del puerto y, una vez conseguido, hacia la bocana. Salgo del puerto por una cuesta arriba que había visto al llegar desde la loma de la pineda, pero al otro lado. Nada más salir, veo indicador de dirección hacia la Cova del Drac. 



Da la impresión de que la cueva ya no puede estar demasiado lejos, pero aún me costará un rato en llegar. Dudo si ir hacia la bocana del puerto de Portocristo, con un roquero de aspecto magnífico, pero también me anuncian la Torre des Falcons y acabo cogiendo esa dirección.


Torre des Falcons
Hacia allí me dirijo y pronto la veo. La torre tiene el aspecto de haber sido restaurada no hace mucho. Como no sé en que fase de deterioro estaba, no tengo argumentos, pero me da la impresión de que más que restaurar la han reconstruido. No del todo, puesto que de la puerta de entrada cuelga una escala metálica y, según parece, antes había una escalera de acceso de piedra, de la que sólo quedan los tres primeros escalones. Probablemente la escalera no llegara a unirse a la torre. Si se utilizaba como granero, que no lo sé, una escalera no unida evitaría el acceso a los ratones. 
 
Cuando llego, una parejita se saca fotos. El chico de otra pareja, me dice que no puedo llegar por allí a Cala Murta y que si quiero llegar a ella, tendré que ir bajando por el acantilado hacia Cala Magrana y, luego, retroceder por carretera interior. No será cierto. Como la Torre des Falcons no da para mucho más, retrocedo al cruce de Cova del Drac, no sin antes asomarme al alto acantilado que irá descendiendo hacia Magrana.

Cova del Drac. Gabriel
Llego al indicador de las covas y no tardo nada en llegar allí. Gabriel es el arcángel guardador del Drac. Es más que un ángel guardián. Podría haberse llamado también Jorge y haber vencido al dragón. Cuando llego, está recogiendo unas cadenas de eslabones rojos y blancos y, aunque las cuevas ya están cerradas, me dice: “La entrada la tienes un poco lejos, pero la salida la puedes ver”. Las cuevas por dentro ya las tengo vistas, en aquel viaje familiar de hace ya muchos años, pero sí quiero llevar para mi reportaje una foto, aunque sólo sea de la salida. Voy, la saco y regreso. Le pregunto: “¿por dónde tengo que salir para llegar a Cala Murta?”. Y me explica cómo hacerlo, siguiendo por el propio recinto de las cuevas. Es como salir por la tangente. Seguro que este camino no lo conocía el chico que me mandaba hacia Cala Magrana. Hablo un rato con Gabriel que, aunque ya se ha terminado la hora de visita a las cuevas, aún le queda tarea por hacer, hasta que se produzca el cambio de turno. De momento, tiene la noche por delante.

Cala Murta
Bajo por distintos senderos, que dan a plataformas y cruzan caminos. Llego a un muro, del que desciendo por una escalera. No está nada claro hasta que llego al camino definitivo que ya me orienta hacia la cala. Pero apenas inicio el descenso y no sigo adelante, puesto que desde arriba ya veo que es una cala sin arena y, parece, con algo de posidonia. También veo que el sol, en su descenso, ya no da en el agua. Y sólo queda un espacio soleado en la parte alta de la roca, donde ya hay una persona que, de lejos, no sé si es hombre o mujer. La cala, vista desde arriba es bonita, pero no cumple mis expectativas. Adivinando más que viendo, la persona que veo, podría ser una chica con perro. Esta cala no me sirve ni para bañarme, ni para dormir. Tras la foto, sigo adelante, pero no veo forma de continuar hacia la costa. El camino me va metiendo de nuevo en el recinto de las Coves y acabo volviendo donde Gabriel.

Gabriel de nuevo
Le digo que ya he visto la cala Murta, pero que quiero continuar por la costa. Ahora le cuento el viaje que estoy haciendo y le encanta. Se enrolla bien conmigo y muestra la envidia que le doy. “Es algo que todo el mundo debiera hacer para conocer bien la isla”, me dice. Me orienta hacia Cala Magrana y Porto Cristo Novo que, según me dice: “es la misma cosa”. Me despido de Gabriel con la sensación de llevarme una parte de él, quizás su parte más espiritual, la que le va a hacer soñar con mi viaje y, quizás, la que me va a acompañar por la isla. Voy más despreocupado, como si me acompañara Gabriel, mi ángel arcangélico de la guarda.
Hacia Cala Magrana
Ya he salido del recinto de Coves del Drac y voy por el camino señalado por Gabriel. Ahora lo hago por carretera. Pronto aparece un camino de bicicletas paralelo a su izquierda y es un bidegorri de mucha anchura. Un matrimonio va por delante y trato de darles alcance pero, cuando estoy a punto de pillarles, se paran a hablar con dos mujeres que vienen en sentido contrario y decido continuar. Dudo un momento entre esperarles o no, pero sigo avanzando solo. Mi sueño de ir acompañado un tramo de mi camino con alguien que me pudiera haber informado del lugar, se ha esfumado en unos segundos. Entro en una urbanización y empiezo a temblar, pues a veces son recintos cerrados y no tienen salida. No será éste el caso. Veo anuncio de restaurante, y hacia allí me dirijo. Un chico muy corpulento y guapetón, ha pasado antes en dirección contraria haciendo ejercicio. Ahora, al volver, le pregunto, y me dice que el restaurante está a unos 200 metros. Cuando llego y veo enseguida que, el único restaurante de la zona, hoy está cerrado. “¿Qué hago?” me cuestiono. Dos chicos vienen de repartir propaganda. Todavía les quedan 2 o 3 para completar el reparto. Uno de ellos me dice que es mejor que vaya a Cala Mandía y me recomienda retroceder. El otro ofrece su coche y dice: “cuando termine de repartir te llevaré”. Añade que, por allí, ya no encontraré otro sitio para cenar. Yo no suelo coger coche pero, en esta ocasión, accedo, puesto que de lo que se trata es de retroceder. Pero, cuando todavía no se han ido los chicos, frente al restaurante cerrado, veo una flecha en la que pone: Playa. Les pregunto, y me dicen: “Por ahí también puedes bajar”. Me despido de ellos y bajo las escaleras. Enseguida empiezo a oír la ruptura de la ola al romper cerca de la arena y encuentro una playa preciosa: Cala Anguila.


Cala Anguila. Mujeres ejercitando autoestima
Es una playa de un tamaño no muy grande, aunque mayor que las que he visto en las últimas horas de la tarde: Morlanda y Petita. Me acerco al restaurante. Tres personas hablan alrededor de una mesa y una mujer me dice que el restaurante ya está cerrado y que encontraré otro en la siguiente playa, que se encuentra subiendo y bajando por el acantilado Sur. Es subir las escaleras, andar un tramo corto y bajarlas por el otro lado. La mujer me dice: “es una playa muy parecida a ésta”. No sé cómo puede haberme dicho tal cosa. Quizás, en cuanto a tamaño y orientación, son similares, pero ésta, Cala Anguila, es mucho más tranquila y, cuando vea Cala Mandía, decidiré que esta primera que veo será donde vuelva a dormir tras la cena. El único inconveniente que sufriré mañana es que, a pesar de estar en el lado Este de la isla, el sol no penetrará con sus rayos hasta tarde. En la playa hay un grupo de mujeres. Hacen un ejercicio de autoestima, o que yo interpreto como tal. Es un conjunto como de adoración, de dar gracias, y de apoderarse de la energía solar antes de que el astro rey llegue a su ocaso. Esas manos, esos brazos, que se han llenado de sol, son los que abrazan el propio cuerpo, como una forma de asimilar esa energía física y de quererse. Se oye una musiquilla cadenciosa y el grupo, que estaba compacto y posicionado en círculo, ahora, con el ejercicio que he explicado, se dispersa por la playa como desintegrándose en individuos, cuando el grupo ya ha cumplido su papel, los acordes van bajando y desapareciendo. Cuando estoy subiendo las escaleras hacia Cala Mandía, algunas de las mujeres, en su dispersión, ya se han acercado a la orilla. Pero yo no veo lo que hacen después, ya que pierdo de vista Cala Anguila. Voy pensando que, lo que yo habría hecho, como colofón de un ejercicio tan potente, habría sido desnudarme y darme un baño en bolas. Sería una forma de volver placenteramente a la realidad.

Cala Mandía
Subiendo la escalera que parte de Cala Anguila, una familia se aleja hacia el acantilado intermedio entre las dos calas. La mujer lleva zapatos de tacón, que yo considero lo más inapropiado para ir por donde van. La playa que avisto desde arriba, Cala Mandía, es similar a la anterior, pero casi el doble de grande; tiene mucha más profundidad de arena. Un grupo juega a Petanca. Si en Anguila se veían pocas casas, la ladera del acantilado Sur, está repleta de construcciones y lo que oigo mientras ceno será argumento suficiente para volver a dormir a Cala Anguila.

Restaurante Cala Mandía
El restaurante tiene dos opciones, una más protegida y otra en terraza. Me inclino por la primera. Anuncian potaje. Pregunto y me dicen: “es una sopa con muchas verduras y hortalizas”. No lo dudo y la pido. Los mejillones que me ofrecen no son al vapor, pero me aseguran que su salsa marinera es muy rica. (Mañana, cuando esté escribiendo esto en el diario, se me acabará el segundo bolígrafo). Pido lo que me han ofrecido. La sopa está exquisita, es nutritiva y lleva muchos sabores; además me la sacan en cazuela de barro que se mantiene caliente hasta el final. La ración de mejillones es generosa; no los cuento, calculo más de treinta, pero la salsa de tomate que lleva está muy acuosa y me la como con cuchara, como si fuera sopa. Me acabará empalagando. Menos mal que me lo arreglan 3/8 de Rioja y me dejan bien entonado. No tomo postre y acabo con una menta-poleo. Pago 18,70 € en metálico. Al volver del baño veo una tarta de Santiago sin empezar. Seguro que si la veo antes, habría pedido una ración. Oigo una conversación de españolitos, marido y mujer, con una alemana, que están en la mesa de al lado. Me pone malo. ¿De qué presume esa mujer? Se cree muy culta. Me viene la playa de Agulla a la cabeza. Ya le diría yo algo de los jóvenes alemanes que vienen a España a emborracharse porque en Alemania los tienen muy bien controlados. ¡Hipócritas! El hombre que me ha atendido, no sé si dueño o camarero, está próximo a la jubilación. Además, también se encarga de hacer de guía de un grupo de montaña. Me dice que haga la ruta por los senderos de la Serra de Tramuntana y, si me gusta tanto el mar, no deje de hacer salidas a todos los acantilados que pueda. Me desea que culmine bien el viaje por Mallorca y las otras dos islas que me faltan por rodear.

Retorno a Cala Anguila. Noche placentera
Regreso por donde he venido. Paso por la urbanización Punta Reina. Se oye el jaleo propio de este tipo de propuestas de entretenimiento turístico y, como todas, muy vociferante. Entre escaleras, me encuentro con una pareja de Venecia. Les digo que me gusta más la cala Anguila que Mendía, pero ellos se dirigen hacia la fiesta. Hoy acaban de comenzar sus vacaciones. Les deseo que lo disfruten. Bajo a la playa. Ahora, el grupo de mujeres vuelve a estar compacto, entre las hamacas centrales, alrededor de una mesa. Una mujer habla dirigiéndose al grupo. No logro descifrar el idioma y me voy hacia la ladera Norte. Dependiendo del aire que haga elegiré el lugar donde dormir. Una pareja tumbada sobre sus hamacas, observa el firmamento. En otra hamaca una pareja hace arrumacos. Una tercera, elige lugar para colocar sus hamacas. Al pasar al lado Sur, me da la impresión de que allí hace menos aire, así que yo también cojo una hamaca y la traslado allí. Por la mañana la retornaré al sitio de donde la he cogido. No hincho la esterilla, y me penará, pues me habría reducido algo el frío de la noche. Me doy Aloe-Vera, sobre todo en la ampolla grande que me reventé hace dos días. También me doy Relec, aunque no veré ni oiré ningún mosquito en toda la noche. Duermo muy bien, pues estoy despreocupado en esta playa tan tranquila. El único inconveniente será el frío que paso. El firmamento sin la Osa Mayor, que podría haber sido poco arrullador, no me crea problemas. Un foco ilumina parte de la playa, pero no me molesta. Tampoco la media luna. El foco lo apagarán a las 6:30 h, aunque para las seis ya no hacía falta puesto que el amanecer ya iluminaba suficiente. Se podían haber ahorrado media hora de luz eléctrica.

Balance del día
Aunque el amanecer no ha sido brillante y pronto he perdido el primer par de sandalias, que casi ya estaban para tirar, el día ha sido muy variado. Hoy he hecho dos fotos atípicas, impropias de mi viaje: la negra que hacía peinados exóticos y el hombre-buda que dormitaba sentado en el pretil, ambos en el paseo marítimo de Arenal de Son Servera. El paso por las torres de n’Amer y la de los Falcons, han sido con encuentros poco relevantes. Aunque Cala Morlanda no ha sido muy brillante, he estado a gusto con los de Krakovia y con el ecologista examinador. Más bonito el encuentro con Gonzalo en Cala Petita y con mi ángel de la guarda en Coves del Drac. Cena grata en Cala Mandía y noche también grata de regreso a Cala Anguila, donde funcionaba un grupo terapéutico que se quería querer. Noche fría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario