martes, 1 de abril de 2014

Etapa 21 (263) Cala Mitjana-Cala Santanyí

Etapa 21 (263) 23 de junio de 2011, jueves.
Cala Mitjana-Cala Serena-Cala Ferrera-Cala Esmeralda-Cala Gran-Platja d’Or-Puerto Cari - Portopetro - Caló des Homes Morts-Sa Torre-Cala Barca-Cala Borgit-Cala ses Fonts de n’Alis-S’Amador-Cala Santanyí.

Despertar en Cala Mitjana. Un sueño
Hoy será día de muchas calas. Me despierto a las seis, me levanto y me doy un baño. He soñado con Andoni Urreizti, mi amigo fallecido hace años y con cuyo hijo coincidí en las playas del Cabo de Gata. Había otros amigos, pero Andoni era el principal en mi sueño. Como los sueños tienen su apoyatura física en acontecimientos, es muy probable que el último Antonio de la playa, esperando amoroso a su primogénito, haya despertado en mí al Andoni de mi sueño. Este Andoni, me recriminaba porque había afirmado alguna inconveniencia en relación a la ideología nacionalista. Me castigaba dándome un cómic en blanco y negro, donde se demostraba mi ofensa. No sé cómo interpretar el sueño.

Organizo mi equipaje y empiezo a borrar llamadas y mensajes de mi móvil. Así me voy aprendiendo y acostumbrando a hacerlo. Poco a poco le voy cogiendo el tranquillo al nuevo móvil. Así que, hasta las 6:30 h no me pongo en marcha.

Saliendo por camino obligado
Ya conocía el inicio, pero veo que el camino continúa bien señalizado y hora ya sé que no puedo salirme de los límites establecidos por la cordada. 


Saltan dos conejos: uno salta una tapia y el otro se esconde en su madriguera. Oigo un revoloteo y veo a una treintena de pardales que me alegran la mañana, a la que dan vida. Veo casas curiosas y observo la diversidad. Fotografío tres recintos diferentes. En el primero, no se ve la casa, pero el muro delimitador de la propiedad privada es tosco y la puerta es de madera, del mismo estilo, aunque ésta más grande y de doble hoja, que las con servidumbre de paso menorquinas. 
 
La segunda dispone de muro menos tosco, pero la puerta es ya una verja más impersonal. La casa está muy a la vista. En la tercera la delimitación es de un terreno de labrantío y el muro es de piedras bajas y muy fáciles de penetrar. 



 
Así he llegado a una salida a la carretera con indicaciones: A Cala Serena y a Cala Ferrera. El barman de un hotel me orienta por donde seguir hacia las dos, aunque, yendo a la primera, el camino me llevará a la segunda, sin necesidad de seguir las instrucciones que me ha dado.


Cala Serena
Esta cala es pequeñita, coqueta, y muy solitaria pero prácticamente se la ha apropiado el hotel, que dispone de salida directa y todas sus hamacas están ocupando el recinto playero. Es como si la cala fuera una continuación del hotel y viceversa. Llego, no hay nadie, me desnudo, me baño y me seco paseando por la orilla de la mínima playa. Un hombre se asoma a su terraza, me ve, hace como que no me ha visto y se va. Aunque el día ha salido nuboso, me seco sin toalla. 


He sacado una foto desde la playa donde se puede apreciar la poca distancia que se puede correr por la orilla. No saco foto hacia las hamacas, hacia el hotel. Me acerco a las rocas de la derecha y avanzo un poco por ellas, con el fin de que en la foto salga más nítida la bocana. Todas las playas siguientes en su bocana seguirán el mismo patrón que ésta. En el lado izquierdo hay algunas bajadas al mar, unas son de escalera metálica del tipo piscina, alguna baja al agua directamente de la vivienda. Hay escaleras de acceso que no sé si vienen de espacios privados o públicos.

Cala Ferrera
Ya vestido y cargado con mis mochilas, salgo de la playa y, a 300 metros, me encuentro con Cala Ferrera. Aunque la cala es similar a Serena, esta playa es algo más grande y casi encima de ella se encuentra un hotel que la convierte en nada discreta. Miro a la balconada que es normal en la mayoría de habitaciones del hotel, pero que en unas pocas son en forma de arco, para ver si veo asomarse a Daniella y Antonio, los futuros papás, para saludarles pero, ni siquiera sé si están hospedados en este hotel o en cualquier otro. En la arena el recinto de hamacas y parasoles está muy bien delimitado en la zona más interior. 
 
El paseo que se puede hacer por la orilla es más largo que en Serena, aunque tiene un primer tramo de rocas semitapadas por la arena, que obliga a fijarse dónde se pisa. La particularidad de esta playa es que a ambos lados de la cala se pueden ver unas cuantas cuevas, que me serían muy útiles para dormir en caso de que lloviera y que fuera otra la hora en que estuviera aquí, aunque la proximidad al hotel y a la zona urbana me las desaconsejaría. Una mujer se baña y yo no lo hago porque lo acabo de hacer en playa más discreta. Una vez que abandone esta playa y la urbanización correspondiente, se acaba Felanitx y comienza Santanyí. Hago una tontería siguiendo a Cala Gran, ya que Ferrara y Esmeralda, como Serena y Ferrara, están también conectadas por camino fácil y están relativamente próximas.


Cala Gran
Ya he entrado en el enorme centro urbano de Cala d’Or que, como dije ayer, ocupa más zona urbana que el centro de Felanitx y, muchísimo más que el Ajuntament propio de Santanyí. Se ve que Santanyí está volcado al turismo y se desborda hacia la costa por aquí y por Cala Llombards, que veré mañana. 




Como me he metido en el centro urbano, el orden en que veré las calas no es el natural que me hubiera ofrecido la geografía si hubiera continuado por el acantilado pero, estas variaciones suelen ocurrir cuando en las diferentes horas y, concretamente en esta, lo prioritario empieza a ser buscar un sitio para desayunar. Así que primero llego a Cala Gran. Como su nombre lo indica, es la más grande de Cala d’Or, tiene una ancha bocana, una mayor entrada por arena al agua y, por tanto, permite algo más de paseo por la orilla que las demás. En la parte más próxima a la zona urbana en la arena se ve también mayor oferta de productos para la diversión en el mar.

Cala Esmeralda
Salgo de Cala Gran y camino por zona urbana algo alejada del borde del mar. Un chico habla por su móvil y espero a que acabe la conversación. Cuando sale del coche y le pregunto, me dice que no deje de ver Cala Esmeralda, que es bonita. Así que dejo para luego Cala d’Or y retrocedo hacia Esmeralda. Cuando llego, me parece más de lo mismo y saco una foto hacia la bocana. No tengo ganas de bañarme porque ahora lo prioritario va a ser desayunar. Me acabo de acordar de que aún no he tomado la pastilla para mi hipertensión que, supongo, después de tres semanas caminando ya no estará tan tensa.

Cala d’Or. Cristal d’Or. Raquel
En cala de oro, cristal de oro también. Entro en esta cafetería, tomo la pastilla y pido tostada con tomate y aceite, croissant y descafeinado con leche en vaso grande. Pongo a que se vaya cargando la batería de la Olympus, que ya me estaba avisando de que iba a tener problemas para la siguiente foto, pero me ha ido dejando sacar una tras otra, con el consabido descanso de los intervalos entre fotos. Escribo el diario. Un hombre se sienta a mi lado. No dice nada. Cuando vuelvo de dejar cargando la cámara, ya se ha marchado. Se ha dejado sobre la mesa tabaco y mechero. Me hace pensar que piensa volver pero, por si acaso, se lo digo a la camarera. En ese momento miro a la mesa y ha desaparecido lo olvidado. O bien el hombre ha vuelto o ha llegado alguien más rápido que él y se los ha llevado. Comento con la camarera acerca de mi paso por Estreta y Mitjana y es ella la que me habla de los Fierro y los Franco. Pago 3,85 € y voy al retrete. Me afeito, lavo, cago y así doy tiempo a que se vaya cargando la máquina de fotos. Ha sido un fallo haber tomado la pastilla tan tarde. Es conveniente hacerlo a primera hora de la mañana. He cogido agua y me sabe mal, la de Santanyí es peor que la de Felanitx. Escribo postales a Abdu (mi "sobrino" marroquí de Tánger), a Marga (la de Maó) a Félix (que me llamó ayer al móvil cuando estaba en Cala Brafi) y a Virginia (de Bilbao, amiga desde la Universidad; hace más de dos primaveras). La camarera, Raquel, me dice que eche las postales al correo en el buzón de Spar y me explica muy bien cómo llegar a Platja d’Or y, luego, al puerto. Un hombre que llega de la calle pregunta por el servicio. Le piden un euro, no lleva suelto y se va. Me parece muy caro, pero Raquel me da la explicación de por qué lo hacen. Me dice: “Lo tenemos cerrado porque, como está de paso para la playa, la gente lo aprovecha para cambiarse” Me cuenta cómo, en alguna ocasión, llegó un grupo de amigas que se quedó fuera. Una de ellas, se sentó a tomar un café y fueron entrando una a una todas en el servicio. Además de dejarlo todo sucio, lleno de arena, se quejaban a la camarera de la suciedad que ellas habían producido. Esta es la razón de pedir un euro. Lo hacen como medida disuasoria. Con lo del euro se desaniman. Un día una chica exigió a Raquel que limpiara el baño porque estaba sucio. Me enseña la botella donde depositan los euros recogidos: Sólo tiene tres. La medida ha resultado eficaz y los clientes pueden disponer de un servicio limpio como el cristal. Cuando lo he usado he podido comprobar que el baño estaba limpísimo, es amplio y con tres secciones diferenciadas: Retrete, urinarios y lavabo, donde me he afeitado y para enchufar la máquina he tenido que desenchufar el secador de manos. Terminadas todas las operaciones, lo he vuelto a enchufar, he cerrado la puerta y devuelto la llave. Como la luz no se apaga, se lo digo a la mujer de la limpieza y me dice que se apagará automáticamente. Recupero la Olympus y agradezco a Raquel su información, lo limpio de los servicios y lo bien que me ha atendido.

Platja de Cala d’Or
Sigo el camino señalado por Raquel, pasando por Spar, para echar las postales al correo. Llego a la playa de Cala d’Or. Como hay mucha gente, me escoro por las rocas de la derecha, según se mira hacia la bocana, por su parte más Sur. Son rocas a poca altura y, cuando no hay camino, son fáciles para caminar. Cada cierto trecho se ven plataformas para tomar el sol y escaleras para bajar al agua, puesto que aquí ya no hay arena, salvo la del fondo marino no muy profundo. 
 
Llego a una plataforma blanca que dispone de escaleras también blancas y muy limpias. Me parece un lugar adecuado, suficientemente alejado de los bañistas y donde creo que voy a estar solitario y tranquilo. Me desnudo, bajo las escaleras y me baño. El agua está deliciosa y, una vez refrescado, subo me seco al sol y me tumbo sobre la toalla. Sin ella, el suelo pica el culete. Me seco al aire, me visto y me voy. Cuando he llegado a la playa, he sacado una foto hacia la bocana de salida al mar. Seguimos con más de lo mismo. Ahora, desde la posición donde me he bañado y tomado el sol, saco otra hacia la platja Cala d’Or. El orden natural de las playas que he recorrido esta mañana debiera haber sido: Mitjana-Serena-Ferrara-Esmeralda-Gran-d’Or. Confío en no equivocarme o que haya alguna otra intermedia que a mí me haya pasado desapercibida.


Cala d’Or. Centro ciudad y Puerto
Después del rico baño, secado y vestido, salgo hacia el centro de la ciudad. Un indicador me orienta. Paso junto a una iglesia encalada en blanco y luego voy bajando hacia el puerto. Es un gran puerto, pero intuyo hacia dónde puede estar la bocana, y cojo esa dirección, aunque la propia ciudad y el entrante de mar donde se ubica el puerto me resultan muy enrevesados. Dudo y pregunto a un alemán, quien me confirma que voy bien encaminado. Y “¿Centre City?”, le vuelvo a preguntar, y me señala hacia arriba. 
 

Dudo si subir, pero continúo por el puerto. Acaba un ramal del puerto y ya me coloco al otro lado y, ahora, en dirección contraria a la que llevaba y que me da mejor impresión de ir bien. Un chico que sale de un barco habla con otro sobre comer en plan “Fast-food”. No es el tipo de comida que a mí más me interese, pero les pregunto para que me orienten. 




Me recomiendan el Piscis, en Porto Cari. Ninguno de los dos conoce las calas por las que pasé ayer, ni por las que he pasado esta mañana, “pero sabéis dónde comer que, ahora, es lo que me importa”, les digo. Y se ríen, me río, nos reímos y me despido agradeciéndoles la información.


Piscis de Porto Cari
Siguiendo instrucciones de los dos jóvenes, en Porto Cari, encuentro el restaurante Piscis. Si voy a comer en Piscis, soy Tauro, espero que no me den gato por liebre, ni pescado por carne de buey, o de toro. Primero me ha atendido una camarera, pero acabo preguntando a un camarero que, probablemente sea el dueño del local, a juzgar por lo que luego narraré. Como un plato de spaghetti y tomate con gambas, calamares y mejillones. Está muy rico. Sabe a fideuá pero con tropiezos. Y luego el plato del día, hoy es tortilla individual pero está sequísima. Me la como a duras penas y menos mal que he dejado la ensalada para el final. Con dos cañas pequeñas, pago 15,90 € y los pago en metálico. 


Mientras estoy comiendo, llega la familia del que me ha servido y se ponen todos a comer en mesa al fondo, preparada para ellos. Han venido de la playa: su mujer, sus dos hijos y un sobrino. El mayor de los hijos comerá sin dejar de mirar a su ordenador. Totalmente enfrascado en la pantalla. ¡Qué horror! Si ese es el futuro que me espera con mis nietos mayores, habrá que buscar solución antes de que sea demasiado tarde. Me despido del hombre y su familia y me voy satisfecho del Piscis, a pesar de la seca tortilla. Como hoy ya he escrito mucho en Cristal, aquí lo dejo pasar.


Portopetro. Varadero
Salgo de Porto Cari por carretera hacia Portopetro. Llegaré a él por una carretera que rodea el final del puerto, y un chaval que baja la basura y que, al oír cómo cae la bolsa al interior del contenedor y el ruido de vidrios rotos que hace al dar con el fondo, me sirve para confirmar que aquí tampoco recicla bien nadie. Espero al chaval y le pregunto. Me dice también por dónde se va a Cala Mondragó. Cuando llego al entrante de mar que forma Portopetro, saco foto hacia la bocana. 


Tanto ésta, como la de Cala d’Or, son menores que la de Portocolom. Subiendo una cuesta, llego a restaurante Varadero donde al pasar, de refilón, me ofrece una propuesta de confortabilidad. Como ya he comido, no tengo necesidad de mirar la carta, así que me limito a regodear la vista con su estructura. Para que quede constancia, saco tres fotos de los espacios que este restaurante ofrece, no todos, pues no he visto el comedor y me supongo que estará acorde con estos tres espacios que veo. En primer lugar, y es lo que más me ha llamado la atención al pasar, aparece una carta invitadora y un pasillo descendente, amplio que, me supongo, conduce al comedor.  

Ya este espacio produce sensación de nobleza, es cálido e invita a entrar o, al menos, a husmear y preguntar. Yo no pregunto por lo ya dicho y sabido. Ya he comido suficientemente bien. En los laterales de este largo pasillo, veo dos salones que, tras la comida, podrían servir para tomar café y estar un rato de cháchara con los comensales, familiares y/o amigos. Probablemente, es fácil que haya otras dependencias similares donde ya no entro y no veo. En la primera que fotografío, hay una mesa como para seis u ocho comensales, que me hace pensar en que este espacio no sólo sea para conversar. Un sofá de tres plazas y cuatro sillones de una, todos de mimbre, lo mismo que la mesita baja y con los cojines que parecen bien mullidos. 

El espacio está aislado por cortinas sencillas blancas, pero parece que puede estar nada aislado. Como para conversaciones intranscendentes, poco íntimas. Todo resulta muy entrañable y acogedor. En el otro salón, más de lo mismo, aunque la mesita sólo será para cuatro comensales. Abandono Varadero y me voy para Mondragó, de donde Toni me habló tan bien.


 
Porto de Portopetro
Sigo adelante. Se me ofrecen dos alternativas para ir hacia Mondragó, y pregunto a dos que encuentro por la calle. Son un adulto y un joven que están hablando y les interrumpo la conversación. A veces soy poco respetuoso con los demás, pero no se lo toman a mal. Una ruta parece que la ofrecen a los coches y la otra a peatones y bicicletas. En principio yo he cogido esta última alternativa, pero ellos me ofertan otra tercera que, según me dicen, es más colorista y más costera. No lo dudo y es la que voy a hacer. Dejo atrás el puerto deportivo y me voy hacia la dirección recomendada. Agradecido por la orientación.

Caló des Homes Morts
La primera que veo es el Caló des Homes Morts. Esta playa y las dos siguientes son de similares características. En la de los Hombres Muertos no hay ni alma en la playa. Seguramente que estarán todos muertos. Un hotel como de apartamentos ocupa el lado izquierdo, un gran yate varado y rocas. No tiene mal aspecto, pero, teniendo buena referencia de Mondragó, no quiero entretenerme mucho.

Cala sa Torre
Me ocurre tres cuartos de lo mismo. Pronto llego a la cala sa Torre y compruebo que todas se parecen. Pero en ésta, la mayor anchura y que no se vea la bocana al mar, se convierte en un punto negativo. Las rocas laterales de la izquierda albergan un edificio vacío que parece obsoleto. Para más INRI, los desperdicios depositados en la arena la presentan más sucia. A pesar de ello, dos niños chapotean a gusto en la orilla. Me voy tal como he venido.

Cala Barca
Esta playa es más estrecha y quizás la más bonita de las tres. De hecho, atrae a más playeros y bañistas. Me viene bien encontrar servicios, donde cago y me aseo un poco. Cuando bajo a la orilla, veo que tiene alternativa de camino por las rocas del lado Sur. Encuentro una pequeña ensenada sin gente, con una bajada a roca blanca y redondeada, que permite fácilmente bajar y subir. Allí me baño placenteramente. Me quedo sobre el acantilado. Pasa un extranjero que no vuelve. Luego un vejete con su pareja femenina que, ni por edad, ni por el calzado que lleva, van por el sitio más adecuado para ellos. Les veo dar traspiés y creo que no tiene sentido hacer tanta peripecia para quedarse allí cerca vestidos. Tras secarme al sol y vestirme, retomo hacia Mondragó. Tenían razón los de Portopetro en recomendarme este itinerario.

Parque Natural de Mondragó. Borgit
Aunque me llevaré una decepción, me encamino hacia el parque. Hay un gentío impropio de un parque natural. Hay hoteles, chiringuitos y hasta la carretera entra hasta aquí. Si esto es un parque natural, que venga Dios y lo vea. Es todo lo más opuesto a un parque natural y el nudismo, que sería lo más natural, aquí resulta inexistente. ¡Toni, de nudismo nada! Ninguna de las calas por las que voy pasando es nudista y ni se me va a ocurrir intentarlo. Paso por Borgit, ses Fonts de n’alis y s’Amarador. Son muy familiares y en ninguna hay nadie desnudo. ¡Mi gozo en un pozo! Había pensado quedarme aquí pasando una tarde tranquila. Paso sin pena ni gloria por Borgit y me encuentro con un camino ancho muy transitado. Parece una avenida.

Ses Fonts de n’alis
Llego a la siguiente y me encuentro con los socorristas quienes, para no variar, me dicen lo de siempre: “aquí no te puedes desnudar”. ¡Rollo patatero! Uno me dice: “Entonces tú no votas al PP” y me comenta que en algún municipio han llegado a algún acuerdo entre IU y el PP. Como no sé el caso, no puedo opinar. “A veces -les digo- es necesario negociar, perder en algo, para conseguir alguna mejora en Servicios sociales, por ejemplo”, pero como no sé en qué han podido negociar, me abstengo de dar más opiniones. Visto lo visto, me voy hacia s’Amarador, aunque los socorristas ya me han adelantado que allí tampoco podré. Ellos me mandan donde el playero, quien me podrá decir dónde está la playa del Moro. Pero resulta que en Cap des Moro lo que hay es una urbanización. En realidad donde me quieren mandar es a s’Almoina, playa que también me había recomendado Toni. A s’Almoina también la llaman del Moro, pero ése será ya tema para mañana. Si no, esta confusión de nombres no me va a permitir continuar el relato de esta tarde que se está volviendo tan complicada para baño nudista. ¡A ver si las siguientes me ofrecen algo con más éxito que el que he tenido hasta ahora!

S’Amarador. Michael, allendista
El paso de ses Fonts de n’alis a s’Amarador es fácil. Lo hago ladeando por entre rocas, pero los bañistas que hay son los mismos textiles de siempre. Bordeo por la orilla, como en la anterior y los únicos desnudos que veo son algunos niños. Algo es algo, por lo menos que ellos disfruten de la libertad, pues no a todos los niños les dejan estar desnudos. Me acerco al chiringuito del fondo y pido una lata de cerveza y me dan un vaso de plástico. Pago 2,20 €. Debía haber pedido uno de cristal, pues lo iba a beber allí, y no tenían que preocuparse de prevenir rotura de cristales en la playa, que es lo que está prohibido. Michael ha pedido bocadillo y coca-cola. Cuando se está comiendo el bocata, pide mahonesa. Pero la coca-cola no la abre. Por lo visto, le está esperando un amigo en la playa. Hablamos y le cuento mi viaje. Alucina, al igual que la mujer que está detrás de la barra. A Michael le llamo Allende, porque es chileno y allendista. Me ayuda con las respuestas que sabe y puede decirme. Después llega a la barra otro chico que me aclarará alguna otra duda. Me despido del chileno y del otro y subo unas escaleras. A Michael Allende le he dado dirección de mi blog viajedejavi.blogspot.com, advirtiéndole que puede ser letal. “Es un diario de viajes -le digo- y cuento el día a día”.


Parque natural de Mondragó (II parte). 
Patricia
Así llego a una explanada en la que aparcan coches. Pone: “Parquing”. Apoyada en un medio murete, encuentro a Patricia. Tiene una cajita de pulseras, que ella confecciona, y otros objetos de artesanía. Hablo con ella. Cuando no vende, sigue trabajando. Ella tiene vocación de forestal, ha estado un tiempo en hostelería y ahora se dedica a estas manualidades. Una señora se acerca y le compra tres pulseras por 9 € (3+3,50+2,50). No contenta con el precio bajo que le pide, la señora trata de conseguir más rebaja. Se aprovecha de la necesidad ajena. A veces, muy pocas veces, le dan propina. Esta vez, no. Le saco foto mientras hace un ganchito de fieltro. Cuento a Patricia algo de mi viaje, le digo que mi hija Vera también hace artesanía y feltrería, cuando no tiene trabajos de restauración. Se pueden ver sus productos en www.coloretes.blogspot.com Me despido de ella deseándole suerte en este trabajo de verano y que encuentre puesto estable en lo que le gusta, lo forestal. Ella me desea a mí lo mismo.

Ca Na Muda
Ca Na Muda es una casa que también está en el parque natural de Mondragó. Es una construcción especial que fotografío por dentro y por fuera. Pero la foto de interior, resulta fallida y no os la puedo presentar. Habrá que contentarse con esta visión de la fachada principal. Tampoco os puedo decir qué funciones cumplía, puesto que no me he podido enterar. Lo siento.


Hacia Cala Santanyí
Después andaré muchos kilómetros por carretera. Llego a una bifurcación que no ofrece ninguna dirección, ningún nombre, ninguna señal. Oigo ruido de niños jugando en piscina y saco a un hombre del agua. Me informa que siga hacia un cementerio. Agradezco y será un cementerio que nunca veré pero, al menos, me orienta. Llego a otro lugar que me ofrece dos posibilidades: Santanyí o Cala Figuera. 

Dudo sobre lo que más me conviene. Quizás en Santanyí, al ser de interior y menos turístico -que no lo sé- haya más posibilidades de conseguir alguna pensión barata, puesto que desde Artà voy con la misma ropa y convendría hacer un lavado como el que hice allí o en Maó. Bien es verdad que, al estar tanto tiempo desnudo, la camiseta no se suda tanto. 



Pero decido que Cala Figuera es mi dirección hacia la costa. Llego a otro cruce donde se me ofrece retroceder hacia Cala Figuera o continuar hacia Cala Santanyí y opto por la segunda. Por una información que recibiré esta noche, mañana retrocederé para ver Cala Figuera.



Pizzería La Terraza. Merienda de langostinos
Pero, sin llegar a Cala Santanyí, me paro en la Pizzería La Terraza. Una pizarra en la carretera ofrece gin-fizz. Pregunto el precio y me dicen que 6 €. Como estoy decidido a bebérmelo, no me molesto ni en regatear. Los que regentan la pizzería son alemanes y, cuando estoy tomando el deseado brebaje refrescante, veo cómo ofrecen a alemanes de la mesa de al lado langostinos. Hoy estoy en tarde de capricho y los langostinos también me atraen. Será una ración de 15 € que más la panacota, acabaré pagando 25,50 €, que pago en efectivo con billete de 50 €, pues no me admiten Visa. Una merienda cara e innecesaria. Un capricho para celebrar la víspera de San Juan, la nit de Sant Joan. Espero que la nit sea acorde con el gasto. Un hombre mayor alemán, que más que veraneante parece un bohemio, un vividor, vagabundo o clochard, se ha sentado en la mesa de al lado y hablamos de Asturias. Le gusta el Norte, el País Vasco. Bebe varias cervezas, una detrás de otra, como buen alemán, aunque sin tan oronda barriga. Cuando empiezo con los langostinos, él se irá. También se irán mis otros vecinos, no sin antes querer saber mi opinión sobre el viaje que estoy haciendo. Les hablo de los jóvenes alemanes de Agulla. Estoy siendo algo pesado con el tema, pero me parece bien que, si no lo saben, se enteren del tipo de turismo borrachin hacen sus jóvenes. El gin-fizz que me han servido está muy fuerte y, para rebajar el volumen de ginebra, me exprimen encima otro limón. Junto con los langostinos me han sacado unos panes tostados con ajo-aceite (ali-oli) que han servido para empapar la ginebra con limón. Resulta algo empalagoso pero los he comido con gusto. Han hecho masa para recibir el licor. Como ya he pagado, cuando termino la panacota me despido y me voy. Adiós.

Cala Santanyí. George y Mónica
Noche en la playa. Son las nueve y bajo hacia la playa. A ver que aspecto tiene y qué me ofrece para pasar allí la nit de Sant Joan. Cuando estoy bajando a la playa, ya veo que hoy es la noche menos apropiada para dormir tranquilo en la playa. Todo está preparado para celebrar la nit de Sant Joan. Foráneos y autóctonos. Hay gente sentada en la arena y en sitios estratégicos y con velas encendidas, aunque todavía no ha caído la noche. Hay mucha expectación de extranjeros bajo el hotel, cuya zona más baja llega hasta la playa. Me encuentro con matrimonio adulto alemán. Son Mónica y George. Ella tiene mucho interés en hablar castellano y catalán, puesto que llevan viniendo hace algún tiempo en la isla. Ella prefiere el catalán que se habla en Barcelona, que el Mallorquín que oye por aquí, pues le resulta muy burdo y porque emplean muchos monosílabos. Pone una cara rarísima cuando intenta imitarles. Les cuento mi viaje y anécdotas del mismo. Les enseño el diario, los pocos dibujos y, ¡cómo no!, les hablo de los jóvenes alemanes de Agulla. Compartimos bastantes cosas. Se ríen con la anécdota de Cala en Porter. Mónica enciende varias veces las dos velas que tienen semienterradas en la arena y están sentados sobre esterilla y una especie de alfombra, para que les evite la humedad de la arena y el relente de la noche. George se tumba a menudo. Han llegado niños del pueblo que, en zona cercana al hotel, hacen su numerito musical. Nosotros seguimos en nuestro sitio, alejados del espectáculo. Otros, en otro lugar de la playa, han traído sus instrumentos de percusión, pero no cuadra con la música disco de la playa.

Nit de San Joan
En un momento determinado del anochecer, me levanto del lugar en donde estamos y me acerco. Hay música de baile, pero nadie baila. Pronto empieza a animarse la gente y bailo dos piezas pero, con el hundimiento de los pies en la arena, me canso enseguida. Hacia las doce de la noche, mucha gente se prepara para darse un baño nocturno. Ninguno desnudo, por supuesto. Tampoco durante la noche. Mónica y George ya se han marchado con sus dos velas apagadas. Me han dicho que merece la pena que visite Cala Figuera, que es un pueblo de pescadores con casas que baña el mar en un entrante natural y uno de los puertos más típicos y bonitos de la zona. Entre las doce y media y la una de la madrugada ya casi todo el mundo se ha ido a sus casas. Me dedico a buscar acomodo dándome una vuelta por toda la playa. La zona que había elegido en un principio, la ocupa un gran grupo con barbacoa y me da la sensación de que se van a quedar allí mucho tiempo aún. Y, aunque se vayan pronto, no hay ninguna garantía que el lugar se quede con el mínimo de limpieza necesario. A lo mejor tengo que dormir entre una salchicha y una hamburguesa, así que me olvido definitivamente del lugar elegido. En la zona interior de los parasoles, las hamacas han sido apiladas y encadenadas para que nadie las pueda desmontar y utilizar, así que esa otra opción también queda descartada. Me paseo por el lado de las rocas del lado más al Nordeste, que todavía están calientes pues es donde más tiempo ha dado el sol, pero acaba de llegar una parejita y, a continuación van llegando sus amigos. Me paseo por pasillo junto a bar terraza: un grupo de extranjeros toman sus copas alrededor de una mesa y cuatro, quizás seis, catalanes de más de cuarenta años, se cuecen con sus últimos copazos que, por lo que comentan, les han clavado bien. ¡Viva la nit de Sant Joan! Y yo sin felicitar a mi amigo Joan de Aldover. Van cerrando el chiringuito, pero los catalanes retienen al barman sujetando la persiana en el aire para que no la pueda cerrar. Finalmente todos se van y se apagan las luces interiores y los luminosos focos. También cierran la terraza del hotel. Todo va quedando más o menos controlado. Decido dormir junto a la terraza, entre una palmera raquítica y otra mayor que, al menos, me quita la luz de la luna, que ya ha salido bien entrada la madrugada.

Durmiendo en la playa de Cala Santanyí
Recopilo esterillas que habían esparcido sobre la arena para la representación teatro- musical alrededor de la terraza y las apilo en mi sitio, de forma que me fabrico un alfombrado que haga mi área más amplia. Con ello consigo cubrir el suelo que es de entre arena y hierba y que podría muy bien ser el lugar idóneo para orinar y tapo también un cable que por el lugar asoma. No me cubro de protector contra los mosquitos y hago mal. Tampoco me doy el Aloe-Vera. Extiendo la esterilla mía y me meto en el saco desnudo. Me tumbo boca arriba y apoyo la cabeza en la almohada, que últimamente hago más fina que al inicio, para dormir mejor. De momento, la coloco sobre las dos mochilas, para ver un rato el panorama, antes de cerrar los ojos. Será una noche de carreras, gritos y hablar italiano, como para olvidar. Con todo, no será mala en otro aspecto, no me he levantado ni una vez para orinar. Una razón poderosa para ello, es que me he acostado muy tarde. Creo que habré dormido profundamente entre dos y tres horas. Los distintos grupos, se hacen y deshacen, se recomponen. Algunos individuos se van de uno en uno, otros en parejas. El grupo más próximo, para mantener el fuego de su hoguera, quema el vegetal seco de su parasol. ¡Que graciosos! ¿Por qué no se queman ellos o se inmolan? Siempre estropeando lo de los demás, como si no fuera algo propio. Dos chicos se acercan a donde estoy yo con intención de quemar las pocas hojas que le quedan a mi palmera raquítica. No se si me han visto, pero desisten sin hacerlo y retornan a su sitio. Joan se sienta en el poyo de la terraza, como pensativo, como con sueño, como con ganas de vomitar. No sé en qué acabará el asunto. Van yendo grupos hacia los dos lados de la cala y, finalmente, unos suben las escaleras. Desde arriba ofrecen a los otros algo que no alcanzo a ver. Han venido con un gran botellón que tampoco veo de qué es. Al inicio de la noche he podido ver la Osa Mayor.

Balance de la jornada
Nit de Sant Joan para olvidar, y me duermo pensando en que mañana se acabará el Este y doblaré al Sur por el Cap de Ses Salines. La mañana de hoy ha sido bastante urbana, pero combinando bañitos en playas gratas. En Cristal d'Or, bien atendido por Raquel, y en Piscis, atendido por el dueño, que me han hecho estar cómodo y donde he desayunado y comido suficientemente bien; en La Terraza me he pasado un pelín del presupuesto. Ha sido curioso el rato que he estado con los alemanes en la playa, donde nos hemos quedado a dos velas. También han sido gratos los encuentros con el chileno Michael, allendista, y Patricia, vendedera de sus artesanías. ¡Lástima de noche movida!

No hay comentarios:

Publicar un comentario