martes, 1 de abril de 2014

Etapa 17 (259) Font de sa Cala-Port Verd

Etapa 17 (259) 19 de junio de 2011, domingo.
Font de sa Cala-Punta Es Morrás-(a Capdepera en coche)-Cova d’Artà-Cala Canyamel-Cala Rotja-Torre de Canyamel-Platja des Pins-Port Vell-Port Nou-Port Verd- (en coche, para telefonear, a Platja des Pins, Cala Bona y regreso)-Port Verd.


Hoy va a ocurrir algo que no suele ser habitual en mi viaje. Serán dos recorridos en coche. El primero, en las primeras horas de la mañana, viene derivado de la imposibilidad, al menos yo no la encuentro y me aseguran de que no la hay, de pasar por la costa desde Punta des Morrás hasta la Cova de Artá, por lo que acepto la invitación de Miquel de llevarme, con sus dos perrazos, de nuevo a Capdepera. El otro recorrido en coche se producirá a última hora de la tarde. Como no encuentro cabina telefónica entre Sa Costa des Pins y Port Verd, Pedro me invita en su coche a llevarme a Cala Bona y, tras la llamada a mi cuñado Jon y a mi hermana Lucía, devolverme a Port Vell. No estaba mi sobrino Mikel, que era el objetivo de mi llamada, para felicitarle en su cumpleaños. 

Por la tarde también me he tenido que meter hacia el interior por no haber o no encontrar camino costero entre Cala Rotja y Cap des Pinar, pero este recorrido lo hago a pie, rodeando un campo de golf. Creo que el golf es el causante de la desconexión entre ambos puntos geográficamente tan próximos.

Despertar en Font de sa Cala
Me despierto a las seis y, como no tengo intención de bañarme en lugar con tanto riesgo, con rocas tan punzantes, recojo todo, me visto y para las 6:05 ya estoy en marcha. 


Hoy tengo una obligación y un deseo que cumplir. Felicitar en su cumpleaños a mi sobrino Mikel que vive en Londres. Deshago el camino de ayer y salgo a la carretera y sigo por ella hacia el Sur de la isla. 

 





Las referencias de la chica de limpieza del hotel eran este hueco que da paso a las escaleras de acceso a la playa en que he dormido y estos contenedores.
 

Llego a una rotonda terminal que no sirve más que a los coches para que den giro y poder retroceder, ya que sólo conduce a una gran villa que no permite acceder a la costa por ningún resquicio. Continúo carretera por arriba y llego a otro lugar que tampoco permite continuidad.

El sol sale entre los árboles.

Me asomo al acantilado y veo el lugar donde he dormido. Un hueco de arena entre las rocas. Ahora veo que por encima había una casa.


Punta es Morrás
Me meto por caminos que me crean inseguridad, aunque tienen un buen comienzo, pero después de aquel camino que me llevaba a Betlem que, en realidad, me llevó por la calle de la amargura, me muestro muy precavido. 

 
Por uno de ellos consigo salir a rocas muy próximas al mar y, sin descender mucho, compruebo que toda esa costa es rocosa. Por la posición en que estoy y que, según mi mapa, sería la Punta es Morrás, me da la impresión de que la otra punta que veo más al Sur sería la montaña que contiene la cueva d’Artà, donde ya estuve hace muchísimos años en visita con mi exmujer, mis hijas y los amigos con los que viajábamos en vacaciones familiares de Ovac. Pero si es la de Artà o no, no tengo argumentos, ni nadie que me lo diga, para asegurarlo. 


Retrocedo, buscando alternativas que me lleven hacia allí y, al volver a la carretera que allí finiquita, veo un camino con muy buen aspecto que intuyo me llevará hacia la cueva d’Artà. Justo en ese lugar encuentro como un bunker, o quizás un talayot casi totalmente cubierto de tierra, del que asoman algunas piedras que construyen un semicírculo. Lo fotografío, sigo adelante y se va manteniendo un camino magnífico. Oigo ladridos de perros que se van acercando. Cuando los veo son perros de raza conocida, muy similar al Foc que tuvimos en nuestro piso de Padre Larroca en Donostia-San Sebastián, cuando aún yo no había cumplido diez años, y un tercero, más pequeño. Miquel es el dueño que los ha sacado para dar su paseo mañanero, como hacía mi aita cuando llevaba su perro a cazar o a dar un paseo por el monte cerrado, en Altsasu.

Miquel me retorna a Capdepera
Esto supondrá desandar lo andado. Miquel me asegura que ese camino, aparentemente tan magnífico, no tiene continuidad. Que se lo apoderaron unas casas particulares y el golf. ¡Me cabreo! ¿Tengo razón o no para cabrearme? Si quiero continuar por la costa hacia el sur, debo volver hasta Capdepera y hacer un recorrido por el interior. Miquel se ofrece a llevarme en su coche y, yo que normalmente rechazo este tipo de ofrecimientos, como se trata de hacer en coche un recorrido que ya he hecho a pie, acepto la invitación y subo a su vehículo. Primero hay que acondicionar el espacio y que entren los perros, luego subo yo me siento al lado del conductor. En coche, el trayecto se hace en un santiamén.

De nuevo en Capdepera. Desayuno en “Ca Nostra”
Me despido de Miquel, que sigue más adelante con sus perros, agradecido por el acercamiento. Me ha dejado bastante arriba y voy hacia la plaza para ver si ya hay algo abierto. Veo luz dentro de L’Orient Café y me asomo. La chica que está haciendo la limpieza, me dice que no abren hasta las 8:30 h. Como todavía no son más que las 7:30 h sigo adelante y veo que el Club de Jubilados ya está en marcha. Como cuatro paquetitos de panecillos y uno de galletitas, que acabaré untando en un café con leche en vaso (3 €) y a lo largo de la mañana beberé dos botellines de zumo de piña (2 €). En total, un desayuno de 5 €. Entre que desayuno, hablo con el barman, con los clientes y escribo mi diario, pasarán cuatro horas y media. El barman se queja de que la vida es mala y yo le llevo la contraria. Acabaremos dándonos la mano. Cuando estoy intentando mandar un mensaje a mi hermana, me sale conexión con ella y no sé si soy yo o es ella la que me llama. Cuelgo, y me vuelve a llamar Sagrario, que dispone de tarifa plana. El mensaje que yo le mandé por la tarde y que quedó inscrito como llamada perdida (sería por falta de cobertura), por lo visto, se lo transmitieron a las 00:00 horas. Hoy es el cumpleaños de nuestro sobrino Mikel y tienen intención de celebrarlo con sus padres y su novia. Han pasado dos años y ya no hay noviazgo. Cuento a mi hermana mi cena de garbanzos y mi noche en Artá con la nobleza aristocrática hispana. Le digo que todo va bien en las islas. No tiene ninguna intención de mirar mi blog, lo que llevo escrito de mi vuelta a la península. Parece que toda la familia teme lo que pueda escribir en él. Después hablo con la mujer del barman de “Ca Nostra”, quien se queja de que con su marido no puede hablar durante el día y, por la noche, llega a casa muy cansado, y tampoco. Por eso prefiere salir con las amigas para, al menos, poder comunicarse con alguien. Me invita a un vasito de cava. Han abierto la botella para un cliente y luego la terminarán ellos durante la comida. Le pido la chapa para Mauri: ARESTE, Sant Sadurní d’Anoia. España. Me dicen cómo salir hacia Canyamel y la cova d’Artà, y que tendré que pasar una barrera por el campo de golf. También algo me cuentan sobre un túnel que también deberé pasar. Agradezco y me despido del matrimonio.

Hacia la cova d’Artà. 
El golf privado que interrumpe camino público
Bien desayunado, más los zumos y el vasito de cava, salgo a la aventura por interior y con intención de retornar a la costa, más al Sur. Al salir fotografío la fachada de la casa donde vive Alejandro y las escaleras, la puerta y la ventana a través de la que estuvimos charlando ayer tanto rato. Y eso que él llegaba con deseo de una buena ducha relajante tras una larga e intensa jornada laboral. Cuando llego a una rotonda, en unos indicadores se lee: Artá y Cova d’Artà. Me encuentro espeso y dudo, aunque no debiera dudar, puesto que a Artà ya no quiero volver. Por fin paro a un extranjero y al verbalizarlo me voy aclarando. Todo se complica cuando otro extranjero, en inglés, me pregunta por una playa tranquila a donde quiere llevar a sus padres. Él duda entre Son Moll y Mesquida y yo le recomiendo que, un poco más allá de Mesquida, tiene una mejor y más tranquila en Cala Torta. Le desaconsejo especialmente Cala Agulla, por estar llena de borrachos alemanes. ¡Vaya ejemplo que nos envían quienes pretenden ser líderes de Europa! Sigo la carretera que va teniendo cada vez un poco más ancho el arcén. 
 

Una carretera de quinto orden me habría evitado tanta carretera con más circulación, pero no lo sabré hasta que vuelva a topar con ella a mi izquierda. Un alemán, con gran mochila, me hace pensar que pueda estar haciendo un camino similar al mío, pero me responde que está recorriendo el entorno de Canyamel. Pienso que para ir a la playa tendré que retroceder después de ir a la cueva de Artà, pero este alemán me asegura que no. La carretera pasa cercana a los campos de golf. 
 
Esos campos que, junto a las casas de que me ha hablado Miquel antes de llevarme en coche a Capdepera, se apoderaron de caminos inmemoriales y no respetaron la servidumbre de paso. ¡Habría que colgarlos! A los que lo hicieron y a los que les dejaron hacer. Hay campos de golf a los dos lados de la carretera. Los fotografío. En el lado derecho, un seto de buganvilla, lila o morada, los oculta durante un largo trecho. 
 
Todo el rato voy por carretera bastante paralela a una montaña cuya ladera que da a este lado voy viendo y que pienso que, hacia el otro, está el mar que me he visto obligado a abandonar por imposición del golf, de los golfistas, de los que lo construyeron y de los que lo dejaron construir. No consigo evitar el enfado. Cuando llego a Canyamel, anuncian a 1.200 m la cova d’Artà.



Cova d’Artà
La playa de Canyamel no tiene ningún aspecto de que pueda ser nudista, vista desde la distancia. Por detrás hay un río que no llega a desembocar en el mar. Hay un puente para poderlo cruzar. La costa que va ahora hacia el Norte, hacia la cueva, parece muy abrupta, con rocas junto al mar, pero da la impresión de que sin playas. 

 




Sin embargo, poco antes de llegar a la cueva, se forma una pequeña playa escondida que, al regreso fotografiaré. Tiene un acceso por escaleras a la roca pero, para llegar a la arena, se precisa dar un gran salto o mojarse en el agua. Ni siquiera intentaré llegar allí. A lo mejor la escalera también es privada. No me extrañaría. La playa de menos de 10 metros, como para familia bien avenida, está vacía. No deja de ser una alternativa para el caso de que no encuentre otra mejor. Llegando cerca de la cueva, me encuentro con un matrimonio de Valencia. Hablo con ellos en castellano. Llego a la cueva de Artà. 

 


No conservo ningún recuerdo de ella, pero sí la certeza de que entré con mi familia y amigos. También estuvimos en las de Génova, más próximas a Palma, hacia el Sudoeste, y recuerdo que, siendo menores en importancia y grandiosidad, tenían un guía con capacidad de explicarlas con lenguaje asequible a los pequeños y que nos emocionó a los mayores. Quizás fueran las cuevas de Génova las que con mayor gusto he visto en mi vida. ¡Y mirad que he visto cuevas! 
 
Ciertamente éstas de Artà, como ya las tengo vistas, no tengo ningún interés en revisitarlas, pero como no veo que haya nadie controlando a lo largo de la gran escalinata ascendente y que el control de visitantes con entrada pienso que se hace más arriba, decido penetrar en la cueva todo lo que pueda. Así consigo sacar unas fotos, no sólo del exterior, sino también del interior y de dentro hacia fuera. Se puede apreciar también que la escalinata es muy empinada. 
 
 Después de subir hasta la parte más llana, donde ya no hay escaleras y de sacar las fotografías, volveré a bajar la escala que, en el descenso, resulta más fácil, como no es difícil de comprender. Aunque hay gente a la que le resulta más sencillo subir que bajar. Quizás en el descenso se muestren más inseguros. Cuando bajo de la cueva, saco una foto hacia Canyamel, su playa y el Cap des Pinar, por donde me gustaría continuar luego, para seguir bajando hacia el Sur. 
 

También saco foto del lado norte de la cueva, el lado por el que no he podido pasar viniendo de la punta de Morrás. Este lado se encuentra en una costa más abrupta y que baja muy vertical desde lo alto de la montaña que alberga la cueva, pero no deja de ser un acantilado bellísimo. Bueno, ya he llegado a la cueva, la he visto todo lo que he podido sin necesidad de pagar entrada, y ahora retrocedo por la misma carretera hacia Canyamel. 

 



Al pasar por la playita que antes os he mencionado, la fotografío. Se ve el tamaño, la escalerita y la dificultad del acceso. No es probable que vuelva a ella.


Platja de Canyamel. Restaurante El Mesón
Al volver entro en un sitio de alimentación, en el que ofrecen comida preparada para llevar. Tiene buen aspecto todo lo que ofrecen y también hacen bocadillos. La chica que lo lleva es muy amable, pero le digo que voy a comer algo con más fundamento, para coger fuerzas para la caminata que estoy haciendo y que le empiezo a contar. Si no encuentro nada mejor, todavía tengo margen para volver, pues tardará en cerrar. 
 

Al principio, la chica no se ha creído mi camino, pero luego sí. Al pasar hacia la playa pregunto en otro restaurante, pero no tienen ni potaje, ni menú del día. Me remiten al Mesón que es a donde, en principio, me dirigía. También me dan otra opción más arriba. Paso por el puente que cruza el río que no desemboca en el mar y, desde el centro, saco foto hacia los dos lados. El río, hacia el interior, dispone al otro lado de accesos, pero me parece que puede ser un agua estancada que no sé cada cuanto tiempo se renovará y, a este lado, de donde vengo, tiene la vegetación propia de ribera fluvial: cañaveral, carrizo y espadaña, y es de imposible acceso. 

La otra foto, que muestra bien hasta dónde llega el río, es ya una foto de la platja de Canyamel en su zona más fluvial y, probablemente, más mosquitera al atardecer. El Mesón ofrece gazpacho. Le digo al dueño si no tiene algo de más consistencia para un caminante de largo recorrido y añado: “el gazpacho es como agua”. Con esta frase le he dado una puñalada en el corazón. A él que lo hace con tanto mimo, poniendo toda su alma para que le salga exquisito. Lo hace con tanto cariño y le veo tan dolido, que le doy la mano para calmarlo y darle la explicación de por qué se lo he dicho. Acabará perdonando mi atrevimiento. Me ofrece un poco de gazpacho para probar lo que me ha dicho, pero pido macarrones, que vienen con mucha carne, y sepia con ensaladilla, que no podré terminar. “¿Se me estará encogiendo el estómago con tanto desorden de comidas?”, me pregunto. Unos días no como, otros no ceno… De inicio me han sacado una aceitunas rajadas que están riquísimas y no dejo ninguna. De postre tomo dos bolas de helado: avellana y limón. Pago 10,35 € con Visa. Muy buena relación calidad-precio. No recuerdo qué fue lo que bebí. Con el dueño, hablo de mi camino y él me habla de los suyos. Sus caminos a Santiago nunca fueron de tanta duración. El más largo fue desde Braga al Camino Portugués. Acabada la comida, me pongo a escribir. Ya ha pasado de las cuatro, cuando voy a rellenar la botella de agua, a la que he echado unas gotas de limón y antes quiero pasar por el retrete. No me vienen ganas de hacer del cuerpo y me limito a orinar. Al salir, el camarero me dice dónde hay una pequeña playa nudista y la voy a tratar de encontrar. Me despido agradecido y me voy.

Cala Rotja
Salgo a la platja de Canyamel y, como preveía, no hay nadie desnudo en el extremo más Sur. Tampoco en las rocas. Voy hacia la roca más alta y, allí, me entra dolor de tripa y, asomando el culo al abismo, hago una evacuación ligera. Adorno el precipicio descendente con flores, para ocultar el desaguisado. Se secará o se lo comerán los insectos o los pajarillos. Regreso de las rocas y cojo un camino que tira hacia el monte y yo, como una cabra más, hacia allí me dirijo. Llego a una finca que no me permite continuar. Regreso y no tengo otra opción que continuar por carretera. Por ella, llego a una urbanización con indicador de sin salida. Es la urbanización de Cala Rotja. Llego a un restaurante que lleva el mismo nombre y a unas playas mínimas. De la primera paso a la segunda, pero la tercera es de rocas. Me dirijo hacia el lado contrario, y también es playa de rocas. No me decido a bañarme y así voy pasando el día completo sin baño. Lo que más me gusta del viaje, estar desnudo y bañarme, hoy se quedará sin cumplir. Y los encuentros tampoco es que sean como para echar cohetes. No sé si la playa que me ha dicho el camarero estará entre Canyamel y Cala Rotja, pero no me atrevo a retroceder para investigarlo. Hacia el Sur tampoco me deja continuar, lo que me hace pensar en que también hay desconexión entre esta Costa de Canyamel, en la que está Cala Rotja, y Sa Costa des Pins. Lo mismo que ocurría entre Font de sa Cala y Cova d’Artà.

Sa Torre de Canyamel. Antonio, el guarda
Empiezo a deshacer el camino y antes de salir de la urbanización, encuentro a dos mochileros jovencitos ingleses que no saben qué hacer. “¿Os puedo ayudar?” Pero no saben lo que quieren. Al poco retoman la dirección que llevo yo pero, en el cruce, deciden ir hacia Canyamel. Mi intención es llegar a Sa Costa des Pins por el interior, ya que por la costa no puedo así que, creyendo que voy hacia allí, pronto llego a sa Torre de Canyamel. Ya que estoy allí, entro para verla. Aquí no hay bar y el restaurante está cerrado. Veo salir de una puerta a Antonio, que es el guardián de esta torre del s. XIII. Hablo con él y me cuenta: “Empecé a trabajar con doce años y ahora tengo 86 y continuo aquí. Estoy jubilado, pero los herederos de la hacienda, los hijos de los amos que tuve desde el principio, quieren que continúe aquí hasta que me muera y, como el trabajo es cómodo y me exigen poco, o nada, aquí sigo. 

Estoy acostumbrado a la casa y al lugar, en otro sitio no me hallaría. Vivía en compañía, pero mi mujer murió y ahora vivo solo”. Antonio, desdentado, que va perdiendo vista, es un hombre sonriente y encantador. Le comento que me di la vuelta a Menorca y ahora vengo andando desde Alcúdia que, en realidad por carretera, no son muchos kilómetros. Me pregunta si ahora voy a Alcúdia. Le digo que sí, pero pasando por el Cap de Ses Salines, Palma, Dragonera, Tramuntana y Pollença. Él me insiste en que es mejor que continúe por Artà. Al hombre, en su lógica, no le falta razón. Si quiero ir a Alcúdia ¿a qué demonios dar tanta vuelta? Luego, al poco de dejar a Antonio, me encontraré con un letrero: A Artà 4 km. Y pienso: “va a hacer tres días que salí de allí, ¡sólo para avanzar cuatro kilómetros!” Sólo lo entendemos aquellos que sabemos que en el camino lo importante no es llegar, sino todo el proceso de caminar y encontrarse con gente y hablar, como lo estoy haciendo, ahora, disfrutando con Antonio y lo que me cuenta. El resumen de toda una vida de esfuerzos y trabajos, en la que se ha sentido querido y de la que todavía ofrece su mejor sonrisa, sin dientes pero preciosa. Me despido de Antonio deseándole que su vida, que ya ha sido larga, le siga propiciando momentos de felicidad y libres de dolor. No me gustaría que este hombre tuviera que sufrir. Nos vamos juntos del recinto del castillo y nos despedimos definitivamente.

Túnel de’s Vidriers
Salgo hacia Son Servera. Cuando veo las señales de distancia a Artà, como ya me lo ha dicho Antonio, ya no es ninguna sorpresa. Se van a cumplir cinco días andando por Mallorca, desde que salí del puerto de Alcúdia. En la siguiente recta, ya me encuentro frente al túnel que me habían indicado en Capdepera los jubilados, pero que no acababa de llegar. Túnel de’s Vidriers, 270 m. Durante mi recorrido por estos 270 metros sólo me pasan seis coches. Uno al inicio y con luz exterior, dos estando hacia la mitad y dos en el tramo final, también con luz exterior. Un poco antes de entrar en el túnel he visto una señal de monumento: Es Claver des Gegant. Esta mañana he visto también un indicador con el mismo nombre, pero la valla de entrada estaba cerrada. ¿En qué consiste este gigante, si lo ofrecen pero no facilitan la entrada? Ni siquiera explican en qué consiste.

Pula
Llego a una desviación en que indican: Hort de Pula. Me parece que lleva una buena dirección hacia la costa, pero no me atrevo a cogerla, no vaya a ser que me vuelva a obligar a retroceder. Por el camino cojo y como una ciruela roja madura y riquísima. Temiendo que estuviera verde no he querido coger ninguna más y, ahora, no me apetece retroceder para coger otras. Hoy no tengo necesidad, puesto que he comido bien. Más tarde encuentro otras, más chiquititas y menos sabrosas. Recuerdo aquellas mandarinas pésimas que comí con Toni entrando en Artà. “¿qué será de él?, ¿habrá terminado su recorrido en bici?, ¿habrá llegado a Palma?”, me pregunto y, al recordarlo, empieza a germinar en mí la idea de visitarle al llegar a la capital de la isla. Le pedí las señas para mandarle las fotos, pero también podrían servir para visitarle. Por carretera veo una desviación y, a lo lejos, un pueblo de interior: Son Servera. No tengo intención de acercarme a él, si no es en caso de necesidad.

Costa de Son Servera
Paso un cruce donde veo un bar y restaurante y me acerco a la costa. Si tengo necesidad de volver para cenar ya lo haré. Llego a una zona de costa que pertenece a Son Servera y retrocediendo hacia el Norte, llego a Sa Costa des Pins, a la platja des Riveli. En esta playa queda ya poca gente y el bar ha cerrado. 
 
El sudamericano que barre me dice que no me puede servir ni una cerveza porque tiene cerrada la caja, hecho el arqueo del día y el sistema ya no se lo permite. “¡Son mallorquines –me dice- ya sabes cómo son!”. No creo que todos los mallorquines controlen así todos sus negocios, como para que el sistema burocrático no les permita vender algo. Creo que habrá fórmulas menos herméticas. Digo adiós al sudamericano. Tampoco es que una cerveza me sea, en estos momentos, algo absolutamente necesario. No me apetece darme un baño, por la arena seca se camina mal y vuelvo por la misma carretera hasta el cruce por donde he llegado.

Es Cruce
En este cruce, el restaurante tiene un nombre muy original: Es Cruce y me siento a cenar. Lo que elijo de lo que me ofrecen es: ensalada mixta, caracoles y dos cervezas, todo por 17 €. Después de haber comido potentes macarrones, ahora no me importa hacer una cena más ligera y tampoco tengo ningún problema en comer ensalada, aunque haya tenido una deposición también ligera. Si persiste, me preocuparé pero, de vez en cuando, me parece que el cuerpo reacciona con sabiduría, y manda al carajo lo que le estorba. Hablo con el jefe y le pregunto que me confirme que los caracoles son del cementerio. Siempre se ha dicho que son los más sabrosos, los que más calcio tienen. 

Con esta entrada algo macabra, le voy contando mi viaje. Para pagar, prefiere metálico a tarjeta, porque la ganancia se la lleva el banco en su comisión. Recojo todo y voy a teléfono público que he visto por allí cerca, para llamar a Luchy y felicitar a mi sobrino Mikel. El teléfono público admite monedas, pero no emite sonido alguno. Así que, tras una llamada sin oír llamada, cuelgo a buscar otro. En Es Cruce no saben que haya otro, así que si no lo encuentro, llamaré desde el móvil, aunque es algo que no me conviene, así lo reservo para llamadas que me quieran hacer. Me despido de los de Es Cruce y voy en busca de otra cabina telefónica.

Pedro. A la búsqueda de cabinas telefónicas
Me encuentro con Pedro, pero él tampoco sabe de otra cabina por la zona. Me ofrece su tarifa plana para conectarme con Londres por Internet. Pienso que una llamada internacional no le entrará en su tarifa plana y le va a costar caro, así que se lo agradezco y nos despedimos. Doy otra vuelta en vano y le veo salir de su casa. Me llama cuando me ve y me dice que suba a su coche, que nos vamos a dar un paseo de búsqueda de cabinas telefónicas. Primero, retrocedemos a Sa Costa des Pins y no encontramos ninguna. Volvemos al punto de partida y vamos pasando por los Port: Vell, Nou y Verd y no nos queda más que acercarnos hasta Cala Bona y lo encontramos en Cala Millor. Hablo con Jon, que me dice que la novia de Mikel no ha podido ir a la cena y, luego con Luchy. Le digo que felicite a su hijo, le informo por dónde estoy, añado que estoy bien y le cuento mi noche con la aristocracia en Artà. Este tipo de cosas le gustan a mi hermana (1,95 €). Pedro se ha quedado esperándome, así que la conversación ha sido corta. Mi hermana me ha agradecido la llamada de felicitación a su hijo, aunque con él no haya podido hablar. Y me vuelvo con Pedro a su casa, en su coche. Creo que llegamos a Port Vell pero, como están tan próximos, a lo mejor era Port Nou. Me despido de Pedro agradecido por su ayuda y me cuestiono si no le habría salido más barato la conexión vía Internet.

Buscando sitio para dormir en Port Verd
Cargo con las mochilas y comienzan los últimos pasos de la jornada. Veo casas que entran hasta las rocas y que no dejan pasar. Lo cierto es que es una costa con poco atractivo para dormir en playa. Paso por una zona con aguas estancadas, propicia a profusión de mosquitos. Un hombre, desde su terraza, me lo desaconseja. Más adelante, la siguiente playa está inundada de posidonia, pero veo terrazas vacías, de casas sin gente y una hamaca que me resulta atractiva. Me recuerda mi noche en Son Bauló. Si no encuentro algo mejor, retrocederé por ella. Pero llego a dos casas similares que parecen vacías y que disponen de un asiento con balanceo, tipo columpio, y me parece adecuado dormir allí. Hay un muro que eleva la terraza y el mar rompe al entrechocar contra las rocas del fondo. No voy a tener ningún riesgo con el mar, ni con la subida de la marea. Elijo el asiento más alejado a un perro que ladra y no veo. En medio hay una especie de capillita. Se nota por un mínimo altillo con una cruz. Inicialmente me acuesto en el columpio, pero resulta escasamente largo para mi, que antes de encoger medía 1,68 m, y tengo que recoger demasiado las piernas. La cadena hace algún ruido con el balanceo y temo que en algún despiste me voy a venir abajo. Acabaré durmiendo en el suelo y así estaré bien toda la noche. Sólo y sin ruidos. El mar, al romper la ola, resultará arrullante, adormecedor. Las dos cervezas de la cena me obligarán a levantarme dos veces a orinar de noche. Veo sólo el mango del carro de la Osa Mayor. Noche estrellada. Luna menguante.

Balance del día
Lo más destacado del día en cuanto a la geografía, ha sido las dos veces que he tenido que meterme por el interior por desconexión entre urbanizaciones correspondientes a distintos municipios: Font de sa Cala con Canyamel y Costa de Canyamel con Sa Costa des Pins. En ambas ocasiones han sido los campos de golf los que me han obligado a salir a carretera. Es una lástima que las autoridades municipales no les hayan obligado a mantener los caminos con servidumbre de paso que por allí transcurrían desde tiempo inmemorial. Una vez más, un bien privado prevalece sobre el bien público. La visita a la cova d’Artà no ha justificado el esfuerzo, ni el haber tenido que coger el coche de Miquel (primer coche del día), aunque el tiempo de desayuno y escritura con los jubilados de Capdepera, ha merecido la pena. La comida en Canyamel ha estado bien y el empeño del chef en defender su exquisito gazpacho hecho a conciencia. Los caracoles de Es Cruce, tampoco han estado mal. Lo peor del día ha sido que no me he podido bañar, ni he podido disfrutar de nudismo. Las pocas playas por las que he pasado no han sido las más apropiadas para disfrutar. Ligero temor por la descomposición. Lo más emotivo del día ha sido el encuentro con Antonio, el guardés de sa Torre de Canyamel. Muy de agradecer también la ayuda de Pedro (segundo coche del día) para poder llamar a Londres a mi sobrino Mikel para felicitarle por su cumpleaños.


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