miércoles, 9 de abril de 2014

Etapa 25 (267) Cala Pi-Cala Blava

Etapa 25 (267) 27 de junio de 2011, lunes.
Cala Pi-Cala Carril-Cap Blanc-Tolleric-Eldorado-Maioris-Bellavista-Cala Blava.


Amanecer en la platja de Cala Pi
Durante la noche, los mosquitos han campeado a sus anchas. No estaba durmiendo cómodo sobre las hamacas y, cuando me he levantado para orinar, he tirado al suelo esterilla y saco y allí he seguido durmiendo. He corrido el riesgo de que me entraran en él hormigas y otros bichejos. Luego me tengo que volver a levantar a mear. Christofer también ha salido una vez a orinar durante la noche, pero sólo veo su sombra detrás de su tienda naranja. Durante la noche le he oído roncar y me ha resultado hasta grato, sabiendo de quién venían los ronquidos. No era un ronquido estridente. 
 


Cuando me he levantado la primera vez, he podido ver la Osa Mayor, al Sur, como decía Christofer. 

A primera hora de la mañana oigo las voces de Jan y de su padre. Me despierto a las 6:15 h y aguanto hasta la media. Salgo del saco y me doy el primer bañito del día. El agua está como una balsa y es el día en que más caliente me parece que está. Probablemente sea por contraste, debido a que fuera todavía no hace calor. Me seco con toalla. Me ha visto llegar al agua el limpiador de playa y nos saludamos. Vuelvo al lugar, recojo todo y me visto.

Despedida de Christofer, Jan y Nil
Jan quiere salir de la tienda y su padre le deja. El niño se va hacia la orilla. Al rato vuelve y quiere volver a entrar. Como Nil duerme les saco foto a los dos asomándose. 

El padre se esconde dentro. Luego sale desnudo para explicarme por dónde tengo que continuar para salir por encima del acantilado pero ya por el lado de Poniente. De esta forma me evito chupar carretera. Me despido de Christofer con la sensación de dejar a un hombre universal. Su tranquilidad, su voz cadenciosa y su saber estar en el mundo y con sus hijos. Me recuerda a amigos como Hasan y Peter Roberts. Creo recordar que me ha dicho que es austriaco, pero no lo puedo asegurar. ¡Adiós amigo para siempre! Me desea también él que mi camino continúe bien, como hasta ahora. 

Me acerco al limpiador de playa, para despedirme también de él, y continúa recogiendo plásticos y demás porquerías, tirados o traídos por el mar. “¡Buen viaje!”, me desea.

Aflorando por el acantilado de Cala Pi
A las siete, ya estoy en marcha. Pateo por los embarcaderos y me meto por detrás para alcanzar el camino. Tengo que trepar y, luego, me doy cuenta que lo podía haber cogido de forma más suave empezándolo de más atrás. Ha sido un arranque con error leve, que he podido subsanar. 
 


Cuando llego a bonita altura, saco fotos hacia la bocana y hacia la playa donde he dormido, aunque mi rincón ya no se ve, sólo algunas construcciones del embarcadero por donde he empezado a caminar. 

Anclados en este brazo de mar con ramificaciones que es Cala Pi, se ven varios veleros con alto mástil. En el lado contrario de la bocana, al que no pude llegar ayer por llegar la urbanización hasta el borde del acantilado, veo que hay una torre. La fotografío desde este lado, puesto que de cerca no pudo ser. 

 




El camino ha empezado atractivo y pronto encuentro otra calita que está dentro del entramado interno de Cala Pi, pero que no culmina en arenita. 


El entrante es bonito, pequeño, ¡lástima que culmine en piedras! Rodeo sin dificultad este pequeño entrante de mar. Saco fotos para el recuerdo pero, por la dificultad de acceso al agua y por no quererme dañar mis pies con las piedras, no me baño, aunque el agua está apetecible.

 


Caminando por el alto acantilado
Desde el pequeño brazo de mar, asciendo a la cima del acantilado, cuyo camino sigue siendo magnífico, tanto cuando va por roca plana y limpia, como cuando va por senderos más o menos amplios. Saco foto de esta segunda bocana. Para las 8:30 h las chicharras ya me achicharran con su canción. Lo más bonito de este acantilado es precisamente la distancia que separa la cima del mar. 
 

Será un camino pedregoso o en bancales, donde no me quedará más remedio que salir a carretera. Pero aquí, las piedras van a servir para algo. Aquellos monumentos que se construían apilando piedras sobre piedra, sin una finalidad más que la puramente estética, decorativa, ahora se ponen en pie con un orden, y sirven para guiar al caminante. Siguiéndolas, no se pierde el camino.  


Encuentro los restos de una construcción derruida, pero no sé si son o no de alguna torre vigía, de base rectangular, puesto que cilíndrica no es. 

 




 Cuando salgo a carretera y antes de llegar a Cala Carril, encuentro una flecha hecha con piedras indicando la dirección que hay que tomar si se desea continuar disfrutando de la belleza del acantilado. No le hago caso, pues prefiero continuar llaneando un poco más.


Cala Carril
Esta cala tiene unas paredes tan escarpadas, tan a propósito para hacer ejercicios de escalada, que me supongo que ni Julià sería capaz de acceder desde arriba al mar, como lo hacía ayer cuando daba la sensación de caminar sobre las aguas. Estas paredes, en su zona más próxima al agua, no dejan ni un resquicio para tomar el sol. 
 

Son espacios muy adecuados para que las embarcaciones los ocupen, accediendo a donde las personas de a pie no pueden llegar. Sin embargo, la realidad suele ser que amarran o echan el ancla, en los lugares a donde más gente va. ¡Contrasentidos de la vida! En este entorno solitario, donde estoy admirando el acantilado, las gaviotas reidoras, más que reír, chillan, para que me aleje, en su afán de defender sus huevos y sus polluelos. Saco foto con redes pescando solas en el mar. Supongo que un barco vendrá pronto a recoger el pescado atrapado. La última vez que me asomo al acantilado, veo ya muy cercano el torreón. Pero no puedo cantar victoria, ya que un nuevo obstáculo me lo va a impedir.

Stop. Zona Militar
He atravesado una puerta de las típicas de baleares, por las que tantas pasé en Menorca, de los caminos con servidumbre de paso. He dejado de ver el torreón pero ya sé que tengo que estar cerca. 

 


 
El torreón está cerca del faro, así que ya casi canto victoria, cuando, ¡mi gozo en un pozo!, encuentro un cartel que me obliga a retroceder. En él pone: “Stop. Zona Militar”. Está protegido por murete bajo y alambre de espino en su parte superior.  

El camino va bordeando el murete espinado y yo lo sigo, pero me choco contra otra tapia que ya no me deja continuar. Hay un hueco en la alambrada por el que me asomo. Al otro lado hay un terreno muy amplio, sin ningún cultivo en su interior pero que, si lo sigo rodeando, me va alejando mucho del faro y tampoco me da ninguna garantía de que después me lleve a buen puerto. 
 

El suelo del prado es amarillento. Al doblar la tapia, observo que en la alambrada hay un hueco que propicia un paso estrecho y, para acceder a ese hueco, hay metidas en la base pétrea dos estacas que pueden servir de apoyo a los pies. Pienso que está todo preparado para evitar que pueda escapar por allí ganado pero que, al caminante, le dan facilidades de acceso, sin infringir normas de paso. 
 
Al otro lado hay otras maderas y el camino interior, por el que ahora voy, es muy bueno. Veo correr, huyendo, algún que otro conejo. Sin embargo, las instalaciones militares que veo al pasar parecen obsoletas, como si allí no hubiera ni alma. Saco foto para constancia de mi presencia en el recinto militar aunque, en realidad, creo que de él me separa otra tapia infranqueable. No lo puedo asegurar pero, ciertamente, sigo sin ver a nadie. 

Cuando finalizo el camino, me encuentro con una verja cerrada con candado, pero ya no me asusto. Me ocurrió lo mismo al salir de las calas de Magraner, Virgili y Bota. En el lateral izquierdo hay un arbusto y una montaña de piedras apiladas, símbolo de dirección, que van dando pistas al caminante y, por detrás, encuentro la salida que busco. La tapia está rebajada para que se pueda pasar. ¡Por fin estoy en la carretera que lleva al faro! 


Paso relativamente cerca de la torre, pero la red metálica y las dos líneas de alambre de espino no me dejan acercarme más.







El faro de Cap Blanc
Me encuentro una nueva puerta de acceso al acuartelamiento militar. Sigo sin ver a nadie dentro. La carretera finaliza en un nuevo “prohibido el paso”, pero aquí hay ya un claro camino lateral que me lleva a un hueco abierto en un muro, que me permite acceder al pie del faro.

Voy sacando fotos de acercamiento al faro, atravieso el muro por la parte derruida, y me coloco en el propio faro. 

 





 Lo que ya tengo claro es que no me podré acercar a la torre que ha quedado al Este, la que veía desde Cala Carril, y por la que tan cerca he pasado.  


Cuando llego, tres abubillas revolotean y se van. La última, en su huída del peligro del humano intenta, sin conseguirlo, atrapar un insecto con su pico. Hace una pirueta extraña y algo que, en circunstancia normal habría sido tarea fácil, ahora no lo es. Prima más escapar de mí que comer. Estando en este punto, lo prioritario para mí es buscar un lugar para desayunar y el acantilado que se me ofrece hacia el Noroeste, no me da garantía alguna de encontrarlo. 

 




 Es un altísimo acantilado, muy alejado del mar y en mi mapa no ofrece más que puntas y cabos y un Caló de s’Arena que no veré. 

El acantilado ofrece una imagen majestuosa, pero decido salir a la carretera, que quizás me pueda ofrecer un bar, un restaurante o un parador de montaña. No ocurrirá tal cosa y la hora de mi desayuno se retrasará. Antes de salir a la carretera, el primer tramo lo hago por el borde del acantilado y así voy llegando a una casamata militar que, como la mayoría, ha quedado obsoleta, pero el lugar en que está enclavada es realmente estratégico. Tras una foto a la casamata, vuelvo a sacar otra del acantilado, que sigue siendo magnífico.

Buscando desayuno
Salgo a la carretera que va, aunque alejada del mar, lo más pegada posible a la costa.








Cuando llego a Punta d’en Llobera, una carretera se dirige hacia Llucmajor, donde está el núcleo de población al que pertenece toda esta costa. Todavía tendré que andar un montón de kilómetros sin encontrar ni una casa. 
 
Cuando las empiezo a ver, a lo lejos, es llegando a la desviación que indica Sa Llapassa. Dudo si meterme por esa carretera, que también continúa hacia el núcleo municipal ya mencionado, y me alegro de no haber tomado esa decisión, ya que está muy alejada de la costa. Ya son más de las 10:30 h. Llevo andando más de tres horas y media sin desayunar, cuando entro en zona habitada.

Tolleric
Entrando en Tolleric, un chico me consuela: “enseguida tienes un barucho, donde podrás desayunar”, me dice. Le agradezco la información pero, al llegar, el bar está cerrado. En realidad no es un bar, sino la Asociación de Vecinos, pero abren de martes a domingo. Parece que sabían que yo iba a llegar en lunes. Pasan unos extranjeros, a los que les cuesta entender que quiero desayunar. Cuando lo entienden, me dicen: “Hotel” y me señalan la dirección. Si no hay otra cosa, tendré que ir al hotel. Ahora se trata de ir cuesta abajo. Cuando llego al comedor del hotel, unas chicas me dicen que los desayunos ya los han terminado de dar y que ahora tienen que preparar las mesas para la comida. Subo a recepción. Como no puedo desayunar, pongo énfasis en mi deseo de comer lentejas. Parece que estoy ablandando el corazón a la recepcionista, que me escucha. Hay posibilidad de comer lentejas pero, “hasta que no abran el comedor a la una, tienes que esperar”, es la respuesta del jefe. Me informan de que tengo un pequeño supermercado. Pregunto a unas chicas y me mandan al bar de la piscina. Al barman, ni le pido desayuno y le hablo de las lentejas y me dice que allí sólo tengo bebidas. Le pregunto si puedo ir al supermercado a comprar algo y comérmelo allí y él no tiene ningún inconveniente. Agradezco y voy a hacer lo que procede. En el Supermercado Retursa compro: 20 palmeritas, 1 Milka, 1 litro de zumo de manzana y un botellín de Cacao-lat y pago 6 €.

Club Eldorado. Chanchi (otro Antonio). Todo incluido
Es cuando me entero de que todo esto corresponde a un Club de vacaciones que se llama Eldorado. Para conseguir un vaso que me pueda permitir beber el zumo y el cacao líquido, pido en el bar un vaso de leche grande. El barman me lo da, pero no me lo deja pagar y me dice: “no tengo lentejas, pero esto sí te puedo dar”. Hablo en la barra con un hombre que, como yo, estamos en el lado de los clientes y resulta ser el dueño o el gerente del Club Eldorado. Le cuento y le gusta lo que estoy haciendo. Le doy las gracias y me siento en una mesa. Me pongo a desayunar las palmeritas y las bebidas que he comprado. Cuando estoy en ello, me viene el barman a decir que, si quiero, puedo comer algún trozo de pizza que está ofreciendo a los clientes. Es gratis. Le digo, “pero si antes me has dicho que sólo dabas bebidas” y me responde: “a partir de las once, salen las pizzas”. El Club Eldorado funciona con el sistema “todo incluido” y la clientela está todo el día "en un pienso", aunque pensando muy poco. ¡Benditas vacaciones! Cuando termino mi banquete, me asomo al lugar donde están las pizzas; tienen muy buen aspecto, pero no tengo estómago para meter nada más. El barman me invita a Seven-up y, me añade, “si quieres cerveza la tienes que pagar”. Acepto la especie de agua azucarada con burbujas y luego, el chico que le ha sustituido, me dará otro Seven-up. He estado escribiendo y observando el comportamiento de los clientes de Eldorado y ya son las 14:15 h cuando se me ocurre la posibilidad de ducharme. Le pido agua para mi botellín y me la da fresquita; pero sabe igual que la del grifo, aunque, al estar fresquita, entra bien.

Un aseo en Eldorado de Llucmajor
Le pregunto si puedo afeitarme y Chanchi, que es como llaman a Antonio, el barman, me responde: “Haz lo que quieras. Estás en tu casa”. Con esa autorización, saco de la mochila la toalla, el jabón y la Phillips, y me voy hacia el baño. Lo primero que hago es cagar; es la segunda del día pues la primera la he hecho al salir de la playa de Cala Pi, subiendo hacia la cima del acantilado. Allí me ha pillado sin papel y me he tenido que arreglar con hojas verdes que he encontrado. Ahora no es el caso, y menos mal, puesto que he hecho una deposición ligera, sin llegar a ser diarrea. Repongo papel higiénico en mi mochilita. Me ducho con agua fría y, como me empieza a salir templada, le doy a la fría a tope y me quedo como nuevo. Se me olvida rellenar el frasquito con el jabón de manos. “¡Otro día será!”, me digo, pero no tendré muchas ocasiones tan buenas como ésta. Salgo y agradezco a Chanchi todo: la leche, los 7up, la ducha; todo menos las lentejas que hoy estaba obsesionado y convencido de que las iba a comer. Le digo: “Lo pondré en mi blog con el título: Todo incluido”. El jefe ha vuelto a aparecer para tomar café y le saludo de nuevo.

Un paseo por el Dorado y Tolleric
No quiero marcharme de aquí sin asomarme al mar. Así que, después de estar mucha parte de la mañana y el inicio de la tarde cerca de la piscina, desciendo y encuentro otra mucho más grande y con gentío. Hay muchas casitas bajas que son los dormitorios de los clientes del club de vacaciones. 

 


Me meto por entre unas de estas casitas y fotografío una bonita buganvilla. Enseguida veo escaleras descendentes que utilizan otros bañistas para bajar al mar y los de la Escuela de Buceo. 

 

Son más de trescientos escalones y me limito a bajar el primer tramo. Dos chicos están subiendo. Son de cerca de Xátiva, y me dicen que están de vacaciones y que 8 días, todo incluido, y con escuela de buceo, les cuesta unos 300 €. “¡El buceo es una gozada!”, me dicen. 

 



Cuando les cuento el viaje que estoy haciendo, no se lo creen pero, poco a poco, van comprendiendo que es verdad. Me dicen que las habitaciones pueden ser para 2, 3 o 4 personas. Dicen que su desayuno lo suelen hacer entre las 5 y las 7 de la mañana y que es una hora en que les viene muy bien, pues desayunan cuando salen de la discoteca. Otro grupo, tiene como hora tope las diez. Me despido de ellos y, al poco me llaman: “¿quieres que te pidamos un sándwich?”, me ofrecen y les respondo que no, que estoy a tope. 

 

Aunque no he comido, tengo reservas con lo mucho que he desayunado. Me he asomado al acantilado y he visto la zona en que suelen ir a nadar y donde hacen prácticas de buceo. Toda esta costa es de rocas y el acantilado sigue siendo altísimo. Compro postales pero se me olvida anotar lo que he pagado por ellas.

Saliendo por otra urbanización 
hacia Cala Blava
Asciendo hacia la Asociación de Vecinos, cuya cafetería continúa cerrada. La abrirán mañana, que ya será martes, y saco foto para el recuerdo. He tenido suerte. Lo que yo creía negativo al llegar y leer “cerrado lunes”, en realidad ponía “abierto de martes a domingo”, ha resultado todo lo contrario. 
 

Si hubiera estado abierta no habría bajado a Eldorado y no me habría beneficiado de tantas atenciones. Cuando voy a salir a la carretera, se me ofrece un camino que sale a la izquierda y que me parece que me invita a seguirlo. continuándolo, entro en sa Badia Gran y acabaré saliendo por sa Badia Blava. Son urbanizaciones que siguen perteneciendo a Llucmajor. En la segunda parte hay como una pedanía de dicho ayuntamiento, algo lógico si tenemos en cuenta que el núcleo de población de interior es poco mayor que éste de la costa. 

 

Cuando salga de los sa Badia, el recorrido que haré será por acera, pero pegado a la carretera. Una preciosa y larga buganvilla me alegra la vista.  


Pero llega un momento en que la acera se acaba en un murete curvo y tengo que salir y continuar por el arcén. Es el vial principal y hay una considerable circulación de vehículos. La carretera es descendente, lo que me hace pensar que el acantilado va siendo menor y que encontraré pronto playas. Indicadores de carretera me anuncian ya relativamente cerca s’Arenal y Palma.

Maioris. Capitán Cook. Amanda
Llego a un lugar llamado Maioris, también costa de Llucmajor, y entro en un Eroski-City. Compro ciruelas, albaricoques y dos plátanos. Me como un plátano, alguna ciruela, algún albaricoque y acabo con el segundo plátano. Guardo 3 ciruelas y el resto de albaricoques, pues están poco maduros y ácidos. He pagado 2,72 €. No ha servido de nada pasar la tarjeta de cliente de cuota. Salgo a comerlos al bar de al lado, que está cerrado. Me acerco al Capitán Cook, donde ofrece, entre otros, mojito sin alcohol que llaman de Tamarindo. Este nombre y el de mojito los asocio a lo mojado que salí de la platja des Tamarell, la noche de la tormenta cerca de Es Grau, cuando me pilló al raso en Menorca. La menta, la lima y la piña están todas trituradas y se nota la falta de alcohol. Me atiende Amanda y me cobra 2,75 €. No creo que este negocio tenga mucho éxito. Me sirve para no repetir experiencia. Sin embargo, lo mejor de esta parada es el interés que presta Amanda al viaje que le estoy contando. Me dice que las calas que hay en este tramo son de ir, visitarlas y volver, pues no se comunican entre sí y no se puede hacer un recorrido continuado por la costa. Es una buena información. También me dice que s’Arenal es playa grande pero copada por alemanes. Me viene el recuerdo de Cala Agulla, y es bueno saberlo. Pero que, entre Cala Blava y s’Arenal hay también posibilidades de playa. Quizás sea en este espacio donde trate de buscar sitio para dormir. Escribo una postal a Toni, con intención de echarla en alguna oficina de correos para que se la entreguen antes de que llegue yo. Será misión imposible. La postal elegida es una de la cala de s’Almunia (s’Almoina), que el me recomendó. Amanda es valenciana, del lado interior de la albufera, la parte que no visité al pasar. Es la que me ha hecho el mojito. 
 

Me despido de ella, agradecido por toda la información que me ha dado, y me voy hacia el Eroski, para sobrepasar el pretil por el mismo lugar por donde he entrado. Sentadas en el suelo está un grupo de estudiantes. Lo digo en femenino pues, salvo cuatro, la mayoría son chicas. Es el género que más pesa en la balanza y me horroriza cuando emplean “das/dos” o “@”, aunque la arroba de aquí sea ensaimada (ens@im@d@). Están pasando unos días de vacaciones, tras haber terminado el curso. Son gerundenses, de Girona. Uno de los chicos tiene una hermana que estudia Arquitectura en Girona, pero es un dato insuficiente y sería mucha casualidad que conociera a Jaume Farrés, de Ripoll que, además de estar acabando la carrera, también es buen jugador de hockey y que conocí en la platja del Senyor Ramón el día anterior a romperme el peroné en 2009. Estaba con Enric. Les cuento a grandes rasgos mi caminata y me voy.

Buscando buzón para echar la postal de Toni
Para que no se me olvide, la llevo en la mano. Sigo carretera adelante. Al rato pasa el grupo de Girona en bicicleta y me van saludando con la mano. Les devuelvo el saludo. Cuento hasta 14, que son exactamente los que estaban sentados en la hierba a la sombra de un árbol. Veo al otro lado de la carretera una gasolinera y paso con la intención de que, si algún conductor va en dirección Palma, me la eche allí mismo. Y si es en Correos, mucho mejor. 
 
Para que no piensen que lo que quiero es que me lleven, voy mostrando la postal, una estrategia que me puede dar buen resultado, ¿o no? Pero de todos los que pregunto, ninguno va hacia Palma. Un chico que ahora va a trabajar, me dice que mañana va a Palma y se ofrece. Le agradezco, pero mañana ya habré llegado yo. Finalmente la echará Manu, de Zaragoza, que vivió en Burgos y ahora vive en Palma, pero es tema que se resolverá más tarde. De momento me quedo con la postal en mis manos. Saliendo de la gasolinera, veo otra preciosa buganvilla.

Bellavista
Salgo ¡por fin! de la carretera que va indicando Palma y s’Arenal y, siguiendo indicación de Amanda, me meto en la indicación Cala Blava, que también indica Bellavista. En lugar de bajar hacia las calas sin continuidad, prefiero ascender y coger algo de altura para apreciar esa belleza que el nombre ofrece de la Badia de Palma. Detrás de un seto, oigo hablar a alguien. Me asomo por entre el ramaje del seto y veo a una joven montada en un columpio que está hablando sola. Me acerco a la par del lugar donde está ella y le hablo desde detrás. Se lleva un susto pero, una vez recuperada, se muestra dispuesta a informarme. Para no hablar a través del alto seto, propongo que nos acerquemos a la puerta bajita por la que he pasado antes. 
 

Así que retrocedo y ella hace lo mismo para hablar conmigo. Me dice que tengo que bajar la calle y me añade: “ten cuidado con el perro, que hace ¡guau, guau!” y ladra con voz estridente. Observo que es una joven con algún tipo de deficiencia, hiperactiva y con un buen nivel de lenguaje. Le agradezco su información, y sigo adelante por donde ella me ha dicho que baje. Al doblar una casa, oigo a un hombre y una mujer que conversan y, cuando veo al hombre, le pregunto. Se acerca, sale de su portón y me indica por dónde llegar a un lugar, “donde tendrás la vista a suficiente altura de la bahía de Palma”, me dice, “y si retrocedes, encontrarás una calita que es el punto de llegada al mar de una torrentera, que nada tiene que envidiar al Caribe”. 

También me dice cómo tengo que hacer para comunicarme entre calas, aunque alguna me obligará a salir por entre casas y entrar en la siguiente. Primero me acerco al acantilado y, de allí, ya veo una parte de la Badia de Palma y un tramo de calitas rocosas hacia s’Arenal, aunque esta zona no la veo porque me la tapa el Cap Enderrocat. Saco dos fotos de la bahía, donde ya se ven los altos edificios de la capital, Palma. Por detrás, muy hacia el fondo, ya se ve recortada en gris la Serra de Tramuntana.

Caló des Cap d’Alt. Lita y Manu
Tras ver la bahía de Palma, bajo por unas escaleras a una zona de rocas. Me acerco a dos chicos que están en las rocas. Con el que hablo, está con bañador y al otro no se lo veo pues me lo tapa una roca ya que está sentado con las piernas colgando hacia el agua. Me dicen que la cala de la torrentera que busco está un poco más hacia el Sur, hacia Tolleric. Agradezco la información y asciendo de nuevo las escaleras que había bajado. Sigo un poco por zona de casas, bajo otras escaleras y llego al empedrado propio creado por la torrentera, que termina en una bocana muy bonita. Supongo que es la que me dijo el hombre, aunque no tiene ningún parecido con el Caribe. Se llama Caló des Cap d’Alt. Cuando llego, cuatro personas se están marchando y una mujer se está metiendo al agua por las rocas de la bocana. Siguiendo por el lado derecho, deslumbrado por el sol, pregunto a un chico que me dice: “un poco más adelante se suelen poner desnudos”. Sigo por las rocas y llego a un lugar donde Manu está desnudo, con Lita en topless. Les cuento con cuántas ganas llego de baño, tras el único que me he dado a las 6:30 h de la mañana en Cala Pi, de donde vengo andando. Ya es suficiente esta entrada para entrar en conversación. Manu me dice el lugar en que está la mejor entrada al agua, aunque a él le gusta tirarse de cabeza desde encima de la roca. Lo hace con confianza, puesto que sabe que hay una profundidad de unos cuatro metros. Si me voy a tirar, me dice que no le importa tirarse él primero para que yo lo vea pero, como le digo que prefiero entrar suavemente al agua, ni se tira, ni se baña en todo el rato que estoy con ellos. 
 

Ni Manu, ni Lita tampoco. Manu ha hecho varios tramos del Camino de Santiago y me habla de otro del que no había tenido noticia jamás: el Camino del Cid, entre Vivar y Valencia. Yo le hablo del Lebaniego, que no he hecho nunca pero que sé que va de Santander a Santo Toribio de Liébana. Le cuento mi combinación de caminos de Santiago que inicié con Camino Francés, seguí por el de la Costa, aunque con variantes, hasta Ribadeo, luego hice varios tramos del Inglés, durmiendo en dos de sus albergues: el de Neda y el de Miño, y acabé con albergues del Camino Portugués de los interiores de las Rías Baixas: Padrón, Pontevedra, Redondela, finalizando en Tui. 
 

Les hablo del encuentro con Toni en la Badia de Alcúdia, nuestra estancia en Artà, nuestro reencuentro en Cala Torta y les enseño la postal que le he escrito y les invito a leerla. Manu se compromete a depositarla hoy en un buzón de Palma. Me indica un lugar que él considera idóneo para dormir esta noche en playa, bajo unos árboles y, si quiero cenar antes me dice que salga ya, pues se está acercando la hora de la puesta de sol. Me despido de ellos, agradezco su información y que me echen la postal. Después de mi intento en la gasolinera, me ha salido un voluntario solvente en el que confío.

Cala Blava
Paso primero por Caló Fort. Camino por carretera hasta llegar a un Hotel de apartamentos que Manu me ha indicado de colores blanco y amarillo y, por allí, llego enseguida al lugar indicado, pero no veo nada de arenita. Cuando me dirijo por escaleras para llegar a otra playa, llega una mujer a la que pregunto por restaurante y me manda hacia uno que acaban de cambiar de dueños. También me dice que si quiero dormir tranquilo vaya al lugar de donde ella viene. “Protégete de los mosquitos”, me dice. Tomo nota de todo.

Pilindrin
Me dice que llegaré a una plaza tras subir unas escaleras. Con la incertidumbre de la cena, olvido la recomendación de Manu de ver la puesta de sol, porque los ocasos hacia Palma son de color naranja. Subo las escaleras y me dirijo hacia Pilindrín. La cena es como para olvidar. Pido gazpacho, que aparece en la carta, y me dicen que no hay. Entonces, salmorejo, que tampoco y como una ensaladilla rusa con poca gracia y muy empalagosa. Como dos sepias y, lo mejor, una ensalada de productos variados. 17,80 € que pago con Visa. La camarera rubia es de Chequia y, tiene tantos deseos de mostrarse simpática que se pasa y me resulta tan empalagosa o más que la mahonesa de la ensaladilla. La otra, mayor, es muy seca y también se pasa de seca. Me viene la letra y la música de la canción que dice: “una vieja seca seca seca seca se casó, con un viejo seco seco y se secaron los dos”. La media entre las dos camareras no resuelve nada. He bebido dos cañas y, como ya he dicho, cena para olvidar. Cala Blava y s’Arenal también forman parte del municipio de Llucmajor.

Noche en Cala Blava
Bajo por las mismas escaleras y llego al lugar de encuentro de la mujer que me ha informado. Me voy acercando hacia la cala de donde ella venía y veo, entre las rocas, más altas en el lado del mar, y el pretil, un espacio breve con arena. Bajo y resulta algo dura, pues la base es de roca plana. Decido quedarme aquí. No me acerco a la playa pues veo que hay gente y alguien con luz, probablemente de linterna, quizás de algún pescador o de alguien que también está buscando acomodo para dormir. Me acuesto con la pena, pensando en mañana que, al ser zona de rocas, no me daré el baño al levantarme. Antes he visto una rampa de acceso al mar, con especie de pantalán embarcadero de cemento, que habría sido un buen lugar para el baño. Mañana me lo pensaré. En toda la noche, sólo me levanto una vez para orinar. En el momento de acostarme, tengo a la Osa Mayor hacia Palma y la luna presenta un ligero filete en forma de graciosa barca.

Balance del día
Sin ser día brillante, no ha sido mal día, quizás si haya sido uno de los más solitarios. Tras abandonar a Christofer con sus hijos en Cala Pi, la experiencia con Chanchi en Eldorado Club, los buenos deseos de Amanda en Maioris y la colaboración postal de Manu y Lita. Otros encuentros como el de los estudiantes ciclistas, la mujer que me ha informado en Cala Blava, también me han sido de utilidad y el del señor que me ha orientado hacia el Caribe. La chavalita con nivel intelectual bajo ha intentado ayudarme en Bellavista. Bonitos los abruptos acantilados entre Cala Pi y Tolleric. Lástima que no haya visto el ocaso naranja de Palma.

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