lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 12 (254) Platja Son Xoriguer-Ciutadella

Etapa 12 (254) 14 de junio de 2011, martes.
Platja de Son Xoriguer-Cala en Bosc-Cap d’Artrutx-Cala Blanca-Cala Santandria-Ciutadella.


Hoy completo el recorrido periférico de la isla de Menorca y mañana navegaré a la de Mallorca y haré el recorrido Ciutadella-Alcúdia. Hoy, en la elección de hotel para dormir, se empezarán a poner las bases para mi viaje del próximo 2012. París será la clave.


Amanecer en terraza de Son Xoriguer
He dormido relativamente bien sobre la hamaca, así me he evitado la dureza del suelo. Estando acostado, han pasado algunos niños y adolescentes, que estaban jugando a buscarse y a cogerse. La última niña que pasa, me ve tumbado, y ya no ha aparecido ningún niño más por allí. Duermo sin preocupación por las mochilas, aunque la terraza es muy accesible y puede subir cualquiera, pero el hecho de estar allí invitado por el dueño del edificio, me da absoluta confianza. 
 

Me he cubierto la cabeza con el saco, puesto que los mosquitos no entienden de la diferencia entre usurpador de un espacio e invitado. Pican igual. No sé ni la hora en que me despierto, ni la que me levanto. Cuando estoy organizando mis mochilas y colocando en su sitio el mobiliario utilizado, superadas las barreras del paisaje costero que dejé atrás ayer, el sol se muestra con todo su esplendor por el horizonte.

Paseo por Son Xoriguer
Me visto y doy un paseo por las instalaciones del complejo urbanístico. Anoto los nombres de los establecimientos que me han sido más propicios: Bigfoot Summer/Cressi, que está abierto de 9:00 a 19:00 horas y, mentalmente, pienso en Jose y Juan Pablo y les deseo suerte en el negocio que han montado, “¿atraerán a los usuarios necesarios para obtener alguna rentabilidad?”, me pregunto. Restaurante Neptuno: “¡Gracias Ángel hospitalario!”. Sa Barbada, donde cogí agua, etcétera… Si doy dos pasos en dirección al horizonte ya estoy en la playa pero, por el mar, está entrado bruma y no me resulta apetecible darme un baño. Dan las siete y ya estoy en marcha hacia Ciutadella, a donde pienso que hoy llegaré sin dificultad. Voy un rato por el paseo marítimo que, en Son Xoriguer, no pasa de ser una acera un poco ancha y saco foto para el recuerdo. Lo que más me llama la atención es la baldosa del paseo; son semicírculos que bien pudieran semejar las escamas de un pescado dibujadas como cuando yo lo hacía de niño.


Rachel y Ferran
Siguiendo el paseo, me encuentro con Raquel y Ferran que están, como yo, dando la vuelta a la isla. Pero ellos lo hacen en kayak. A lo mejor fueron ellos los responsables de ensuciar la playa de Trebalúger anteayer. Están preparando su desayuno. Tienen un infiernillo de butano, en el que están calentando agua. Rachel me escribe su nombre, pues no se lo entiendo bien cuando me lo dice (entiendo reichel) pero, al verlo escrito, es claro y fácil. Les hablo de mi viaje y de cómo hoy pienso terminar la vuelta a la isla a pie. Parecen hospitalarios y me sorprende que no me inviten a nada, pero es muy probable que lleven el equipamiento alimenticio justo como para sobrevivir los días en que se han propuesto bordear la isla. Llevar una tercera taza habría sido un exceso y es probable que hayan intuido que yo también habría declinado la invitación. Me informan que entre el Cap d’Artrutx y Playa Blanca hay unos entrantes de mar muy bonitos, muy propicios para darme un baño y me los recomiendan. Les dejo desayunando y, ya por camí de cavalls, llego a Cala en Bosc. Nada más asomarme a la rada, lo que más destaca, y será una constante durante un buen rato de la mañana, es el faro, que ya aparece en el extremo Sudoeste, del cabo de Artrutx.

Cala en Bosc. Primer baño del día
Dos chicos organizan la playa, que ya ha quedado limpia, y colocan las hamacas, bajándolas de donde están apiladas. Bajo a la playa desde el camino que viene por encima de rocas bajas y voy andando por la orilla hacia el centro. Allí descargo mis mochilas, me desnudo y me doy el primer baño de la mañana. 
 

Será un baño corto y me paseo para secarme al sol. Apenas camina nadie por el paseo, solamente jóvenes haciendo deporte, que continúan o vienen por el camino que he dejado, y un hombre que se sienta en las rocas de enfrente para sacarse una piedrecilla que se le ha metido en la zapatilla. Los jóvenes corredores, aunque llevan buen calzado deportivo, corren algún riesgo de torcerse el tobillo, puesto que el camino es muy irregular. 
 
No es un camino de rosas. Tiene piedras sueltas y otras puntiagudas ancladas. No sé cuáles son más peligrosas. De hecho, los jóvenes deportistas, prestan mucha atención a dónde pisan. Del otro lado de la playa, una mujer baja del hotel mirando continuamente para atrás. Yo no veo a nadie que venga por detrás de ella, pero se paraliza en la orilla. Me ha visto desnudo y retrocede. 
 

Una vez seco, me visto y me acerco a saludar a los playeros que están colocando las hamacas. Ellos siguen con su tarea. Me alejo con mis mochilas para sacar foto de la playa. Lo hago ya desde la zona delantera del hotel, al lado de Poniente, una vez abandonada la playa. Sigo por las rocas, por donde va un sendero que me llevará hasta la bocana. He dejado a un lado el hotel y otros edificios y, ahora, enfilo hacia el puerto.

Canal para que entren los barcos al puerto
Cala en Bosc, además de la playa, tiene un puerto bien refugiado, al que se accede por un canal. Llegado yo al extremo más oriental, ahora ya no tengo más remedio que discurrir por el lateral hasta que encuentre un puente que me permita pasar al otro lado. Camino por paseo entre la urbanización y el canal. Luego dejo a un lado el puente y continúo hasta el puerto. Como por ese lado no veo ningún sitio que esté abierto para desayunar, retrocedo, paso el puente, que advierte de su altura, como aviso para navegantes. 
 


Saco dos fotos desde arriba del arco póntico, una hacia el puerto y otra hacia la bocana, y paso al otro lado. No es un puente romano de medio punto, sino algo más gótico, apuntado en el centro, pero no deja de ser un puente moderno. Nueva foto para el puente que me ha evitado dar toda la vuelta al puerto deportivo. En él se lee: 6,80 m de altura máxima. 


Veo un supermercado que acaban de abrir, pero busco otro sitio más confortable para desayunar. Me dicen que hay uno que abrirá a las diez. Acaban de dar las ocho, así que me pongo a la cola de algo que creo es un bar, tras dos hombres que esperan y a la par del tercero, que acaba de llegar, y que es el que está abriendo el establecimiento. Cuando abre, veo que es otro super-market. La única bollería que tienen es sobrante de ayer. Le digo que, si me hace rebaja, cogeré algo. Promete hacerlo. He cogido una herradura y otro bollo alargado pero, como él me dice que tiene dentro una salchicha, en frío no me apetece y la vuelvo a dejar en su sitio. Cojo otra herradura, así una es de crema y la otra de chocolate. Su precio de ayer era 1,10 o 1,20 € y me deja das dos por 1,50 €. Compro un tetrabrik de cacao con leche (una especie de Cacao-lat) de ½ litro que, como viene del extranjero, me costará más que un litro de La  Asturiana, que cuesta 1,60 €, así que no lo dudo. Me redondea y me cobra todo 3 €. Todos estos ahorros en el desayuno me los gastaré con creces en la comida. Voy bien alimentado, pero no deja de ser un desayuno frío. Me lo voy comiendo y bebiendo por el camino y ya estoy enfilando hacia el cap d’Artrutx.

Con Christopher hacia Artrutx
Por delante de mí va un joven al que veo cansado, como si hubiera pasado la noche en vela. De vez en cuando se tropieza con el suelo, por no levantar suficientemente las suelas de sus zapatillas, que las lleva todas pisadas (l,a lona, pues las suelas es normal, son para pisar). 

Además de su andar cansino, tiene algún otro problema en una de las piernas, que le hace cojear, luego me lo dirá Christopher, que vive en unas casitas que están antes de llegar al faro. Al pasar por una caleta de rocas, me dice que ese es uno de sus lugares de baño: “No es peligroso y sólo hay que tener cuidado de las medusas”. Al llegar a su casa, se despide, deseándome que llegue hoy bien al lugar de destino. “Adiós Cristopher, que duermas bien tras la noche de juerga”, le deseo. Estoy en zona de celebraciones. Ayer fue el último día de Cincugema. Yo creía que se llamaba así sólo al lunes pero, por lo visto, Cincugema ha sido todo este largo fin de semana.


Far y Cap d’Artrutx
Para cuando llego al faro, ya he terminado de desayunar y reciclo. Bolsa de papel al contenedor azul, tetrabrik de cacao, al amarillo. Este es un faro al que se puede acceder, pero hoy está cerrado el paso con candado. Es el único que veo con pequeño restaurante y con menú en la entrada en que estoy. Menú que ni miro, puesto que acabo de desayunar. Saco la foto más cercana y comienzo a alejarme, siguiendo la carretera y por una acera ancha, que va paralela a una franja de acantilado. 
 
En la curva, encuentro a dos trabajadores de la construcción que descargan sacos de su camioneta con su pequeña grúa, probablemente sean sacos de cemento. Están trabajando y no les entretengo. Justamente les saludo al pasar. La puerta de entrada a la finca, al número 115, también es de sistema similar al de camí de cavalls. Llego donde un hombre que me dice que, en la siguiente curva, encontraré de nuevo la indicación de camí de cavalls. 
 
Efectivamente, a lo lejos veo a un hombre de azul al que intento alcanzar para ir en compañía y me informe del lugar, pero mi acelerón será en vano. Por detrás, un extranjero viene corriendo con su perro, y le sostengo la liviana puerta, del tipo de las que han sido el pan mío de cada día durante muchos tramos del camí.  

 

Ahora, el acantilado, que no es muy elevado, me va permitiendo ver la costa hacia el Norte. Ciutadella queda algo escondida en el golfo y lo que se ve más a lo lejos es Cala en Blanes, hacia el Cap de Bajolí. Es muy probable que Calespiques lo oculte. 


Encuentro un refugio que, por el lugar en que está, pienso puede ser un refugi de pescadors. Siguiendo por el acantilado veo, a lo lejos, una construcción pétrea que da la impresión de ser una muralla, pero no puedo adivinar su función. Cuando me acerco veo que tiene unos cimientos y pudieran cumplir función de bunker, pero sería demasiado adivinar. Se ve que está bien construido y deja huecos como sótanos o refugios antibombardeos. Ese muro me obliga a meterme algo al interior.

Marina de Son Olivaret. 
Miguel un pastor pescador
Al rato de ir por el camí, encuentro un cartel similar al de ayer en la Cova dels Pardals, en el que pone: Marina de Son Olivaret, que también, como aquel, comprende una vasta extensión de terreno y, en una de mis asomadas al acantilado, encuentro a Miguel, que está pescando. Hace tres meses que se ha jubilado y está en periodo de adaptación al cambio. Por ahora, lo que está haciendo es lo siguiente: por la mañana pesca y por la tarde pasea. 


Ha sido pastor toda su vida, pues heredó la profesión de su padre y, ahora, la continúa un hijo suyo. Y a saber las generaciones anteriores… Pastor, una profesión que ellos llevan en sus genes. Miguel ha pastoreado muchos años por la zona de Cova dels Pardals, pero no ha llegado a la jubilación con tan buena salud física que yo, puesto que tiene tres hernias de disco. La última se la produjo por accidente y le afectó a una pierna. Se temían lo peor, pero se ha ido recuperando, así que, cuando camina, lo tiene que hacer con medida. Ha pescado unos pececillos pequeños, pero dice que estarán sabrosos. Le dejo pescando, me despido de Miguel y sigo mi camino. 


Pronto encuentro a nuevo pescador en el momento en que eleva del mar con su caña otro pececillo esmirriado. Le comento la coincidencia con Miguel y me dice que en esa costa no hay peces de mayor tamaño. Sigo adelante por el acantilado y encuentro más salientes y entrantes. Me topo con otra puerta de las típicas del camí de cavalls muy bien conservada y que se cierra ella solita con su sistema peculiar. Ya será de las últimas que abra y cierre. Ahora el acantilado va propiciando zonas en que las rocas ya no están en caída abrupta al mar, sino que bajan haciendo plataformas que permiten un acceso suave al agua y en las que ya empiezo a intuir la posibilidad de darme un baño sin peligro para salir.

Alfonso trabajador de lavandería industrial
Me empiezo a acordar de los entrantes de mar que me han dicho Ferrán y Rachel cuando, a lo lejos, veo a un hombre que desaparece entre las rocas. Observo mientras me voy acercando al lugar en el que lo he visto por última vez. Veo alguna bajada al mar suficientemente asequible y acabo encontrándolo. Alfonso está tumbado en el mejor lugar de la zona, en una roca que tiene la forma de una hamaca, bien es verdad que pétrea y, por tanto, dura. Alfonso está desnudo. Le saludo al llegar y me desnudo también. Cuando estoy bajando por las rocas al mar para darme el baño, él se levanta para mostrarme la mejor forma de acceder al agua. Alfonso hace de monitor y guía, hasta el lugar en que él considera idóneo para tirarme. Me dice que, a veces, él tiene la precaución de otear el horizonte, por si hubiera alguna medusa. Dice también que, el pasado año, una le flageló, se le quedó adherida y le hizo ver las estrellas. Yo le enseño la marca que me dejó la del año pasado, de la que ya apenas queda nada, y me dice: “si te toca y no se te pega, no hay ningún problema”. Tras mi baño y secado bajo el sol, seguimos conversando. Le cuento a grandes rasgos mi camino, el que he venido haciendo años anteriores y el que estoy haciendo y pretendo concluir el próximo mes. Alfonso trabaja en una lavandería industrial y esta semana, como tiene turno de tarde, disfruta en este lugar por la mañana. Me dice que toda esta zona la llaman Aguadulce y, como luego tendré oportunidad de ver, los fondos marinos son de un azul y de una pureza increíbles. Le alabo el gusto. Me cuenta que, como su mujer está trabajando, no puede venir con ella. Que su mujer trabajó en el Susy de Macarella y que conoce bien a la familia que regenta el bar y el huerto donde cosechan los productos hortofrutícolas de los que se abastecen en verano. También me habla de los hermanos de Susy y del cuñado. En la lavandería, Alfonso tiene privilegios, porque es el más veterano y en su discurso voy recuperando nombres que ya se me estaban olvidando de cuando trabajé en Gureak, en Oiartzun, junto a la Lavandería industrial Goiar (Gureak Oiartzun abreviado). Me habla del túnel de lavado, de las secadoras, de la calandra, plegadoras de sábanas, el doblado manual de las toallas que ya salen secas. Alfonso nació en Jaén pero, teniendo nueve años, se fue toda la familia a vivir a Barcelona, así que él lleva ya más de veinte años en la isla. Ni andaluz, ni catalán, se siente más balear que otra cosa. Me doy cuatro baños; al tercero también se baña él. Luego le pido que me saque una foto estando en el agua, pero no sé a qué pulsor le ha dado que el caso es que no hay ninguna foto mía allí. Estoy muy a gusto y feliz y a él parece que también le agrada conversar conmigo, puesto que se le pasa la hora. Me ha hablado de la competencia de las pequeñas lavanderías. Ellos no lavan todo lo que podrían, pues están lavando del orden de 6.000 kilos al día y tienen capacidad para 14.000. 



Él se tiene que ir, y yo me visto a la vez y le acompaño por el camino hasta que se tiene que desviar para llegar al aparcamiento donde tiene el coche. Primero tiene que ir a Ciutadella, comprar la comida y cocinarla. Creo que me ha dicho que tiene dos hijos, pero el tiempo ha sido limitado y no he tenido tiempo de profundizar más en temas de familia.




Más que Aguadulce, yo lo llamaría Aguazul. Los italianos
Tras despedirme de Alfonso, llego a un pozo que tiene una buena factura pétrea. Camino por los preciosos bordes de la cornisa y disfruto de ese mar tan traslúcido que tienta para tirarse a él de cabeza. 




¡Qué transparencia!, ¡qué azules! Me encuentro con unos italianos y les digo el nombre del lugar: Aguadulce. Un hombre bastante mayor, Marino, se ha casado con Grazia y les acompaña Gabriella y vendrá en busca de ellos su marido, Mario. Antes de que nos encontremos a Mario, ya muy cerca de Cala Blanca, vamos charlando por el camino que va próximo al acantilado. Vamos los cuatro hablando de mi viaje y les hablo de Il Duomo di Milano. Me adivinan artista, por mi concepción del viaje, y les enseño mi cuaderno de dibujos. Marino tiene unos meses más que yo y conserva la línea y Grazia me parece muy joven para él. ¿Lo podríamos definir como un asalta cunas? Nos paramos en otra zona de costa con sus fondos claros en contraste con el azul del mar. 

Me ha dicho Alfonso que se llama Aguadulce porque allí se producen filtraciones del agua que llega de la montaña, y se lo hago saber a los tres italianos. El espectáculo sigue siendo bellísimo. Continúo con los italianos y nos separamos cuando aparece el cuarto, Mario, pues han llegado a su hotel que está entrando en Cala Blanca. Allí están sus hamacas, delante del canal de entrada a la playa.



Cala Blanca. Javier
Desde el momento que me despido de los italianos, compruebo que la playa es enana y que no me va a permitir baño desnudo. Me acuerdo de Dani, el donostiarra al que conocí en la playa de Son Bou y que se perdió en la duna. No me sorprende que prefiriera aquello que esto. 
 


Cruzo la playa y prosigo bordeando el camino que va por el acantilado, con la esperanza de encontrar un resquicio resguardado y solitario, y me encuentro con Javier, que ha estado viviendo en México D.F. durante seis años. Él tampoco conoce la zona, pues está en casa de amigos, que viven por allí cerca, y pronto abandonaré su compañía.


Cala Santandria. Raquel y Raúl
Sigo caminando por el borde del acantilado. Continuándolo, veo la bocana de la cala Santandria y, un poco antes, encuentro una bajada preciosa al mar. Hay también un letrero que indica a Ciutadella, 6,8 km. En el entorno, hay casas bajitas, pero no me preocupan lo más mínimo. Bajo las escaleras primeras, me desnudo y dejo todo mi equipaje y la ropa bien agrupado. El agua está deliciosa y nado hasta la roca de enfrente, que está llena de plantas marinas que adquieren la forma y dan la sensación de pisar una alfombra bien mullida. ¡Es genial caminar por ella! 

Veo cómo una mujer asoma su cabeza, y me vuelvo a echar al agua. Salgo por donde tengo mis cosas y paseo por el borde bajo de la roca, que tiene el mismo mullido alfombrado, regreso y me doy el tercer y último bañito. Mi estancia en este pequeño golfo será breve pero ha sido intensa. Me visto y me acerco a la entrada principal, al lado Este de la bocana del brazo de mar que culmina con la playa de Cala Santandria. En el lado frontal al mío se ve gente tumbada, tomando el sol, que me da la sensación de estar desnuda. 



Sigo adelante y oigo un chapoteo producido por un cuerpo al caer al mar. Alguien que se ha tirado, se zambulle en el agua y le veo nadar. En el momento en que llego al lugar, Raquel sale desnuda del agua y, a continuación lo hace Raúl. Viven por allí cerca y no tienen duda de que es una gozada disponer de un lugar donde poderse bañar desnudos tan próximo a su casa. Estoy un rato charlando con ellos, hablándoles de mi viaje y acabo bañándome con ellos. Cuando salgo, lo hago por donde veo salir a la pareja y me pincho con las púas de un erizo. Me miran el pie, pero he tenido la suerte de que no se me ha clavado ninguna púa. Así que, ¡sin problemas! Me visto, me voy y la pareja se queda allí. Un poco más adelante encuentro a una parejita textil tomando el sol. Él dice que no se atreven a tomar el sol desnudos. “¡Dad tiempo al tiempo!”, les digo, y continúo mi camino.

Playa Santandria. 
Hotel Bahía, José Miquel y Pilar
Como la de Cala Blanca, cuando llego a la playa, compruebo que, ésta de Santandria, también es muy pequeña y tampoco hay nudistas. Busco un sitio para comer y encuentro la terraza del Bahía. Aunque no tienen menú, me proponen uno improvisado por 19 € que consiste en: mejillones al vapor, salmonetes, ½ de vino blanco (Penedés René Barbier). Paro lo que es la comida, resulta algo cara. 
 

Los mejillones son muy pequeñitos y apenas me sirven una veintena, menos mal que están ricos. Los salmonetes son tres y quedan bastante sequitos y apenas tienen sabor, menos mal que con el acompañamiento mejoran. Mientras espero mi comida, en otra mesa, de matrimonio con dos hijos, han sacado un pescado con buen aspecto y con una presentación muy lucida. Pido permiso a los comensales para fotografiarlo y me lo dan. 
 


Aquí tenéis la muestra del plato que ha atraído mi atención. Después de comer, me enrollo con Pilar y José Miquel. Acabamos bebiendo una botella de cava, que pagamos a medias. Pilar pide la chapa, así que mi amigo Mauri Viles, se quedará sin ella. Son muchos los catalanes que tienen afición a coleccionar chapas de sus adorados cavas. La camarera me ha atendido con interés y le pregunto si tiene chapas de otros cavas que hayan abierto y me dice que no, que las tiran todas a la basura. 
 

La pareja está con cinco días de vacaciones, ya se les van acabando y no sé si ha sido por el blanc o por el brut, el caso es que no recuerdo nada de lo que hablamos. Seguro que habrá sido de mi viaje, de las calas, de algunas anécdotas y encuentros, en especial los dos tan bonitos de esta mañana, primero con Alfonso y, hace un rato, con Raúl y Raquel. Sin molestar a la familia con dos hijos, que están en la mesa del rincón, saco foto del brazo de mar con el islote y la bocana al fondo. 

El chico que nos ha servido el cava me ha ofrecido un tatín de manzana con helado que está muy rico y entraba en el precio del menú ofertado. Con el cava, acabo pagando una cuenta de 37,50 €. Pago con Visa. Considero un extra para festejar el regreso, sano y salvo, a Ciutadella. Todavía me falta un poco para llegar al punto de partida. En mis notas aparece el nombre de Pilar Vilaller y me sorprende porque casi nunca suelo apuntar los apellidos. Nos despedimos deseándonos el buen fin de nuestras respectivas vacaciones, aunque las mías sean ya perpetuas.

Socorristas sin prejuicios
Me despido del Bahía, donde he disfrutado también con la buena compañía, y bajo a la playa. En ese momento, los socorristas están a punto de plegar, pues van a dar las seis. Uno a uno, se van despelotando los tres para quitarse el equipo uniformado y ponerse el atuendo de calle. Me sorprende y agrada la naturalidad con que lo hacen. Les digo que estoy terminando de dar la vuelta a Menorca y me despido de ellos. Siguiendo por el borde del mar, encuentro a un chico que está cogiendo erizos. Me dice que hay muchos.


Sa Caleta. El que meta gol, folla
En la siguiente playa, que creo es ya Sa Caleta, unos chicos juegan a meter el balón entre los palos que sujetan un letrero. Hay poca distancia entre los palos que soportan el letrero. Apenas logran aproximarse. 
 



El juego consiste en una ensoñación de un premio: “el que la meta ahora, la podrá meter por la noche”. ¡Un gran premio!, quizás un premio improbable o imposible. Sabiéndolo, es casi seguro que, inconscientemente, han puesto una portería tan angosta. Parece cierto que ninguno follará esta noche.


 
Acercamiento al nuevo puerto de Ciutadella
Desde Sa Caleta, salgo por el borde marino. Una construcción circular la han situado al otro lado de la bocana. Un nuevo entrante de mar, me presenta a una familia nadando en la intimidad. Se ve que huyen de la compañía de los playeros bulliciosos y del balón de los futbolistas. Desde aquí hasta el nuevo puerto, la costa se vuelve abrupta, con rocas al mar y sin playas. Pocas posibilidades de bajar al agua sin correr riesgos. 



Así que sigo caminando por el camí y por encima del acantilado. En el puerto no se ve barco alguno. En las proximidades encuentro dos trailers de Eroski, donde destaca el rojo. Saco foto a los camiones que están a la espera de barco que les transporte. En uno de ellos leo “Eroski amb tu” y traduzco: “Eroski contigo”. 
 
Puede ser otra alucinación mía, pero pienso que Eroski está conmigo. O, al menos, yo sigo comprando productos Eroski. Me parece suficiente para mis pretensiones la relación calidad-precio que su marca ofrece, y sus dependientas de Irun siempre me han atendido bien, como socio de cuota, por intermediación de mi hermana. Veremos qué pasa el día en que esto se acabe.

Preparando el viaje de mañana
Como el puerto está tan alejado de la ciudad, aprovecho que paso cerca de él, para entrar y sacar billete para el barco de mañana. No sé si lo haré por Balearia, ni si tendré otra posibilidad. De momento una valla, muy rudimentaria pero eficaz, intercepta el camino por el borde del mar. Sigue sin haber ningún barco en el puerto comercial. Por fin, entro en las instalaciones portuarias. Me quiero informar también de algún lugar económico para dormir esta noche. Para viajar mañana, me remiten a la taquilla de Iscamar, pues las de Balearia están cerradas hasta las 19:30 h y todavía no son las siete. Intento sonsacar al taquillero de Iscamar el precio que me costaría si lo hiciera con Balearia, pero él no me puede dar los precios de la competencia. Me dice que, viajando con ellos, me costará 47 €. Me parece muy caro, ya que la distancia es muy corta en relación con los 73,40 € que pagué por el pasaje Barcelona-Ciutadella. A pesar de ello y para tenerlo seguro, tanto el billete como la hora, saco el billete y lo pago con Visa. Mañana preguntaré precio en Balearia y me habría costado más de sesenta, así que mi decisión intuitiva ha dado resultado. A los isleños les sale más económico. A ellos les ofertan ida y vuelta por 21 €. Ya con el plan de viaje para mañana resuelto, me voy en busca de los hoteles más baratos para pasar esta noche. En una gran ciudad no me gusta dormir en la calle, y no voy a ir a dormir a Cala Morell, como hice el día de mi llegada a Ciutadella.

Hombres de Sahara Occidental
De la lista de hoteles que me dieron, selecciono Sa Prensa y París, por ese orden de preferencia. Cuando estoy volviendo del puerto, paso por una casa rústica y deteriorada, de la que salen tres saharauis, de la República Democrática del Sahara y Río Muni. Durante el día tienen allí su domicilio y Cáritas les da la comida todos los días y les acoge en un albergue. Me pongo a hablar con ellos del viaje, cuya primera parte acabo de terminar en el puerto, con esta vuelta a Menorca que he dado en 12 días. Hablamos también de su situación en el Tinduf. De mi intento de ir allí, que me resultó fallido. De mi viaje por Marruecos y el del sur de Argelia, perdidos en puertas del desierto del Teneré (Níger). También hablamos de los pecados de nuestro catecismo y del Dios que nos vendieron, y de sus prohibiciones, que aún son más, del Corán y de su Alá o, más bien, de quienes ostentan el poder religioso que se está convirtiendo en poder político. Hablamos que si se rebelan contra su situación en Tinduf y se enfrentan al ejército marroquí tienen todas las de perder. Ellos dicen que algún día se producirá este enfrentamiento, fruto de la desesperación. Agradecen el préstamo de la tierra argelina, pero es más fuerte el deseo de volver a vivir en su país. Dicen: “No podemos cambiar el mundo, pero podemos intentarlo”.

Hostal París. Inés de Baracaldo
Me despido de los saharianos y, ya en zona más civilizada, veo a un hombre muy grueso en el espacio abierto de su casa. De donde estamos, me dice, el hotel más próximo de los dos es el París, y me acompaña un tramo hasta colocarme en la calle donde me lo encontraré. Al hombre le he dicho que acabo de terminar la vuelta a Menorca y que busco la ínsula de Barataria. Me responde: “¡Que no te pase como a Sancho!”. Me ha agradado esta respuesta, una respuesta que considero inteligente. Llego y me recibe Inés, de Baracaldo, quien es todo allí: dueña, madre y chica de la limpieza. Nos ponemos de acuerdo en el precio, pero a Inés no le funciona el MODEM y no me puede cobrar con tarjeta. Le pago en metálico y me da para elegir entre dos habitaciones. El baño está fuera y es a compartir, pero estoy yo solo en el hostal. Por el mismo precio, elijo la habitación más exterior. Meto dentro mesa y silla de plástico, puesto que tengo mucho para escribir. También me trae Inés una lámpara que no encenderé. Lavo camiseta, calzoncillo y pantalón y los tiendo, para secar, en la barra del balcón que me separa del de la otra habitación. No hace viento y espero que no se me vuele durante la noche. Me ducho iniciando en caliente y acabando en fría y me voy a cenar al centro de la ciudad. Ya son las nueve de la noche. En el hall, Inés expone unas cerámicas, modeladas de arcilla por ella, que me gustan. Me da la llave para entrar de la calle cuando vuelva, si llego tarde y ella ya se ha acostado.

C’an Nito
Voy por el lado más próximo a la costa, con intención de asomarme a El Diamante, el lugar donde desayuné el primer día al bajar del Balearia. Me equivoco de calle y no lo veo, pero mañana sí lo veré. Voy, bastante bien orientado, a la plaza y me siento a cenar en C’an Nito. En el menú más económico, ofrecen lentejas y se me ponen los ojos como platos (de lentejas), pero se les han acabado, así que me acojo al segundo menú y pido: chipironcitos en tempura fritos, que tienen poco sabor, y cordero con patatas fritas y verdura con jamón, que estará un poco fuerte. No tomo postre dulce, pero sí naranja que, no estando muy dulce, al menos, está jugosa. Pago 16,90 € con Visa y regreso.

Noche en París
Vuelvo al hostal sin ninguna dificultad, mejor que cuando he venido al centro. Llego a la habitación y lo primero que hago es cargar la batería de la cámara, pues se me ha descargado con la última foto en la cena del C’an Nito. Hoy tampoco se carga ni me funciona el móvil, así que mañana, antes de que vaya al puerto, tendré que buscar una tienda MoviStar para solucionarlo. Guardo la colcha y duermo bien, suficientemente abrigado, con la sábana. Sueño que nunca consigo llegar a destino, que vuelvo a estar donde estaba y que hay que volver a empezar. Es un sueño bastante acorde con mi realidad y muy bien asentado en acontecimientos de la víspera. Sólo me levanto una vez en toda la noche para orinar. Este París, no será el único París de Baleares. Habrá otro en el Puerto de Pollença y serán determinantes para mi viaje de 2012 que, si no me llevará a París, sí, al menos, al mismo paralelo en Bretaña.

Balance de otra bonita jornada
La hospitalidad de Ángel en Son Xoriquer, los breves y bonitos encuentros con Ferrán y Rachel, los que dan la vuelta a Menorca en kayak; con Christopher, el joven de Faro d’Artrutx; y con Miguel, el pescador recién jubilado; el más largo y con baño con Alfonso, el lavandero industrial; los italianos; en Santandria con Raquel y Raúl, vecinos del lugar; en la comida, con Pilar y José Miquel, en la que nos hemos bebido una botella de cava, quizás festejando ya mi colofón de la primera isla balear. Los azules y transparencias de Aguadulce y de la cala Santandria. Y en París, muy tranquilo con Inés. En conjunto, un día muy completo en cuanto a encuentros y paisajísticamente.

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