lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 08 (250) Binidalí-Son Bou

Etapa 08 (250) 10 de junio de 2011, viernes.
Binidalí-Es Canutells-Calescoves-Cala en Porter-Llucalari-Son Bou.


Cuando pase por Calescoves será muy temprano para quedarme a dormir, pero acabaré en Son Bou, durmiendo en cueva, muy acompañado.

Amanecer en Binidalí
Me despierto a las seis. Me levanto a orinar con idea de volver a meterme en el saco. He dormido bastante bien y tranquilo. Quité anoche las dos o tres orugas que vi, para que no se me metieran dentro del saco y, por la mañana, veo cómo se aleja otra de mi entorno. En vez de volver al saco, para las 6:15 h ya estoy haciendo el equipaje y para las seis y media ya estoy en marcha. Subiendo la cuesta tras los arbustos, saco foto de la playa con su bocana de salida al mar. El caminito estrecho me saca a la parte alta del acantilado. Cuando llego arriba, trato de continuar la carretera hasta el final, aunque hay un indicador que pone: “carretera cortada”. 

Una vez llego a la rotonda del fondo y ver que no hay posibilidades de seguir por el acantilado, me meto por camino asfaltado entre dos casas y llego a bar con piscina y un cartel, en medio de propiedad particular. Me meto en la zona de piscina y me tienta el baño, pero desisto por si me crea problemas, ya que es una piscina privada y próxima a casas. Sigo por las casas hasta que no tengo posibilidad de continuar. 
 

Cuando me estoy haciendo a la idea de deshacer todo lo andado y volver a la carretera general, veo un microbús al otro lado de las casas, así que abro la sencilla puerta de una de las propiedades y salgo por su parte trasera. Llego al otro lado en el momento en que el microbús se va. En el lugar al que llego, encuentro dos caminos: el primero me vuelve a llevar a las casas, así que no me interesa. El segundo me conduce hasta un cobertizo que parece prestar cobertura a las tareas de labranza y, el tercero, me saca a la carretera. Voy un rato por ella y, pronto, me aparece el camí de cavalls.



Una alquería, que no es la de Stepantchikovo
El camí me lleva hasta un gran caserón, una granja. A lo mejor no es más que una casa-torre de payés pero, al llegar a ella, me viene a la mente la palabra: alquería. Así como la de Stepantchikovo, de Fedor Dostoievski, tenía seiscientas almas, ésta menorquina, está totalmente vacía cuando llego. No está ni tan siquiera Foma Fomitch. 
 

La casa tiene una torre y unos espacios que muy bien podrían ser caballerizas, aunque tampoco encuentro ningún caballo, y tiene una balaustrada de tipo pasillo, también muy curiosa. Saco varias fotos del lugar. Vuelvo a encontrar el camí de cavalls y paso por una especie de abrevadero o pesebre que quizás sirva para dar de comer y beber al ganado equino.

Es Canutells
El camí me volverá a sacar a un complejo residencial en Es Canutells. 
 

Cuando me dirijo hacia la playa, me encuentro con dos chicas que realizan tareas de limpieza en la urbanización. Una es sudamericana y la otra conoce bien el entorno y no cree que, en la zona, haya ningún talayot. La playa es mínima y hay barquitas en el puerto. Aunque ya son las 8:15 h, el bar no está abierto. Paso junto a unos patos que ni se menean y entro con cuidado porque la arena tiene una consistencia de barro o fango, y mi pie se hunde un poco. Voy hacia la mitad de la playa, la que me parece que tiene mejor la entrada al agua. 


Dejo las mochilas en terreno que está algo húmedo, me desnudo y me baño. Cuando me estoy secando al aire, haciendo un ejercicio de Chi-Kun, baja las escaleras un hombre con un perro, se mete en un local que tiene un gran portón, sale con el perro y habla con otro hombre que está preparando su barco para salir a pescar. Cuando me seco, me visto y vuelvo al bar, que todavía sigue cerrado. Así que retomo el camí de cavalls por el que voy muy bien y es muy variado y, antes de llegar a Calescoves, paso por un espacio umbrío y muy húmedo, pero sin charcos, que también me resulta muy agradable. Saco foto también de un cobertizo o alpendre. En otro momento del día, más al atardecer, a lo mejor me habría servido como cobijo nocturno pero, a esta hora de la mañana, sólo lo fotografío para el recuerdo de una posibilidad.

Calescoves
Cuando llego a la playa, resulta decepcionante, aunque en un marco precioso de cuevas enormes y chicas. Me acerco a su lado más hacia el Este, para ver la bocana de salida al mar y veo que hay gente pescadora al otro lado, en sus garitos, probablemente aprovechando las cuevas, y me acerco a preguntar. 
 


Me dicen que puedo llegar hasta la otra playa, más bonita, continuando por el borde de la roca y que, si quiero ir hacia Cala en Porter, no tengo necesidad de retroceder para volver a coger el camí de cavalls donde lo he dejado. Lo puedo coger saliendo por camino que parte del fondo de la playa. Con esta información, me voy por las rocas centrales, entre las dos playas, y voy sacando fotos para que ilustren mi camino. 
 

Sacaré ocho fotografías que ya veré cómo las voy intercalando en mi relato. Equivoco el camino y, cuando me doy cuenta de que el nuevo me aleja de la playa, voy retrocediendo y cojo el correcto. Bajo, y allí veo flotando una lancha neumática gris, sin nadie, y fuera se ven utensilios marineros. Me entra el apretón, me desnudo, y dejo una muestra para el recuerdo. Me limpio con una servilleta naranja, que será lo más llamativo de mi paso por el lugar. La deposición sigue siendo consistente. 
 

Todo el borde de piedras y arena está prácticamente cubierto por la posidonia semiseca y voy entrando al agua sin daño para mis pies. Pero la sensación es poco grata, puesto que mis pies se hunden más a medida que avanzo y, luego, ando y ando, pero no acaba de llegarme el agua al pito. El fondo, al ser pisado, produce una sensación rara de inestabilidad. Esa falta de firmeza no me resulta nada grata, y acabo echándome al agua, caminando con mis manos en el fondo, sobre rocas que tienen unas hojitas diminutas de color verde clarito y, hasta que no cubre un poco más, no podré nadar. Los pies se me hundían hasta la rodilla. Después de nadar un rato, la salida la hago por el extremo de piedras que no tiene posidonia, y en donde hay dos montones de redes listas para la pesca de arrastre y otros útiles que seguramente necesitarán los pescadores. Me doy un paseo por la zona. En el barco velero, el que está más alejado, hay varias personas trabajando para ponerlo a punto y salir a alta mar y, en los barquitos más próximos, no hay nadie. Me tienta volver desnudo por el camino pero, estoy descalzo no me atrevo y vuelvo a mi sitio. 



Hago un poco más de Chi-Kun. Llega un inglés por la zona de barro, y le recomiendo que vaya por detrás. Viene de Cala en Porter y le explico por dónde debe coger el camí de cavalls, tanto si quiere continuar como si quiere regresar. Se va con su libro y yo me visto y me voy siguiendo la flecha roja, que acabará por llevarme al mismo sitio. Sigo por el camino de más arriba pero vuelvo a dudar, pues el que me podría llevar por encima del acantilado, pasa por un lugar de peñas altas, que me parece peligroso, y por el que me podría despeñar. Regreso al que llevaba y enlazo con el camí de cavalls que, sin mayor zozobra me meterá en una urbanización.

¿Cómo se llama la urbanización?: "Cala en Porter"
Cuando el camí de cavalls se acaba no hay ninguna indicación de qué nombre tiene el lugar al que he llegado. Cojo por una calle que, por la sensación que percibo del fondo, tiene todo el aspecto de que me va a llevar hacia el mar. En ese momento sale de una casa un inglés con una bolsa de basura y se dirige a un contenedor para tirarla. “¿Dónde estoy?”, le pregunto y él me rsponde: “eskiusmi, inglis”. “Si te crees que con esa respuesta te vas a librar de mi, tan fácilmente, vas dado”, pienso y le digo: “this is’nt London, this is’nt Madrid, this is…” y su respuesta es tan divertida que me hace soltar la carcajada: “this is Menorca”. Saber que estoy en Menorca ya lo sé; no he caído del cielo. Y cuando le pregunto: “¿this tawn?”, por fin, me dirá el lugar donde me encuentro: “Cala en Porter”, que era el objetivo de mis pesquisas. “Thank you very mach” le respondo, contento de haberle forzado a decir algo que quería saber y que yo sabía que él sabía. No me vale la salida por la tangente de los extranjero que eluden que les preguntemos cosas, que se escudan en que no conocen nuestro idioma, que no hacen ningún esfuerzo por aprender el mínimo para comunicarse en su entorno más próximo, frases de saludo, frases de politesse, para una mínima convivencia ciudadana. Cala en Porter ya pertenece a Alaior. Entre Calescoves y Cala en Porter, me he comido un biobanan y me ha dejado suficientemente saciado.

En Cala en Porter con Abel y Josué
Pregunto a un chico, que está descansando apoyado contra una pared junto a la acera, por dónde se baja a la playa y me dice que primero tengo que pasar por supermercados y que luego tire hacia abajo. Al pasar por el primero, entro y compro plátanos, de los que yo llamo de segunda mano, muy maduros exteriormente, razón por la que están rebajados, pero que están muy sanos por dentro, y un racimo de uva (2 €). Esta compra me hace recordar a la médica, profesora del curso “Comida Sana”, doctora nutricionista, que nos decía que había que comer frutas de colores. ¡A ver si compro más fruta variada! Pregunto a la cajera dónde hay una fuente para lavar las uvas. La ventaja del plátano es que no hay que lavarlo. 
 

Me indica por dónde está la fuente y, al salir, me encuentro con Abel y Josué, pareja que no quiere que pase mucho tiempo sin casarse, puesto que llevan conviviendo entre cuatro y cinco años. Abel nació en Holguín, en Cuba, que está fuera del trazado turístico y Josué, que es el que va a llevar la voz cantante en la conversación, es de Segovia, aunque viven en A Coruña. No recuerdo muy bien la profesión que me dijo Josué, pero puede ser dentista, mecánico dentista u odontólogo, u otra profesión similar. Abel es operador de MoviStar. “¡Esos pesados a los que odio!”, le digo, y se me olvida preguntarle cómo quitar el contestador automático que tengo operativo en mi móvil. Ha sido mi mejor oportunidad para anularlo. Mi hermana Sagrario fue la que me dijo que era mejor que lo quitara y me dio la fórmula **002*, pero a mí no me funcionó. 


Con la botella de agua que ellos han comprado, me rellenan la mía. Ellos acaban de desayunar, y yo como uvas y un plátano, que junto a la barrita energética que ya me he comido antes, será mi desayuno. Hablamos de mi viaje y del suyo. Llegaron ayer en avión. Estuvieron a punto de cancelarlo. Cuando ya tenían pagado el vuelo, tuvieron que llevar su coche al desguace y comprar otro, con lo que el presupuesto que tenían para estas vacaciones se les esfumó. En el hotel les devolvían el dinero adelantado, pero el vuelo lo perdían, así que decidieron venir, aunque fueran unas vacaciones poco espléndidas, puesto que tienen que hacerlas lo más económicas que puedan. Pasa una extranjera y le pedimos que nos saque una foto. Con colchonetas de playa detrás de los tres protagonistas, Abel, Josué y Javier, resulta una foto muy colorista. “Muy gay”, dirá Josué, que asume de maravilla su condición sexual. Hablamos de Segovia y Josué me asegura que todavía el acueducto está en su sitio. “¿No lo llevará la especulación?”, pienso. 
 



De la capilla de La Vera Cruz, la de los Templarios, también hablamos. Pasamos a Soria, Ávila y llegamos a Oleiros, donde dormí la noche en que pasé antes de A Coruña, en la casa de cultura de Perillo. Luego de As Combouzas y de Barrañán, Caión, Laxe, Malpica… Ellos viven en Barrañán y me dicen que es zona algo insana, aunque los vientos se llevan los malos humos de las chimeneas de las fábricas contaminantes de la zona. 




Me acompañan hasta la Cova d’en Xoroi, a la que han añadido un acceso y la han convertido en discoteca nocturna, para sacarle rentabilidad pero, por el día, también cobran por entrar y dan una consumición: un refresco. Por las noches cobran tres veces más, pero con derecho a una copa o una combinación. Ahora lo que nos piden son 7 € y no estoy por la labor. Ellos, tampoco, aunque quizás alguna noche se dejan caer por allí. En vista del éxito obtenido en Xoroi, me meto por una puerta del camí, así ellos se enteran de que estas puertas son públicas, y nos acercamos lo más que podemos al acantilado pero, por mucho que nos asomamos no conseguimos ver nada de la cova. Volvemos y nos despedimos. Ellos hacia el otro lado y yo hacia la playa. 
 


El día está poco brillante, bastante cubierto pero con buena temperatura. A Josué le parece que son demasiadas las escaleras que hay que bajar y, lo peor, luego subir, para ir a la playa. Me han dado su correo electrónico, pero en más de dos años, la comunicación será escasa. Alguna invitación a algún evento musical, algún comentario cuando entraron en mi blog y poco más.

El Club Menorca en reparación
Entro en este edificio que está colgando del acantilado y, aunque lo están reparando y el espacio está muy destartalado, desde él se aprecian preciosas vistas, sobre todo de la playa y hacia poniente. Me paseo por dentro del club y todo está patas arriba, pero hay una musiquita que invita a bailar y dos sofás que invitan a tumbarse. Y no hay nadie. ¡Qué tentación! “¿Y si me quedo dormido?”, pienso. Un extranjero baja a la primera terraza y, detrás, su pareja. Les digo invitador: “Es curioso el dancing de abajo”. Me voy sin saber lo que van a hacer: si bajan o no, si bailan o no, si se echan en el sofá o no.

Comida en Apartamentos Bahía Park. Marcela
Sigo descendiendo y llego a aun complejo, con entrantes, patios, entradas y salidas y veo un restaurante y Marcela me dice que tienen menú. Me parece bien lo que ofrece por 12 € y elijo: ensalada mixta (amplia y completa) y medio pollo asado, que como casi en su totalidad; sólo dejo un trozo de pechuga, que es lo que más seco suele quedar y que más me cuesta engullir. También dejo alguna patata asada. El ajo, asado en entero, está reblandecido cuando le quito la piel, lo aplasto con las patatas y me lo como junto a las vainas y guisantes. Queda un acompañamiento del pollo muy completo y rico. De postre como pudding de la casa, que también está bueno y, después de haberme comido el segundo plátano, me sorprendo que lo haya comido todo con tanto apetito. He acompañado la comida con dos cañas de cerveza a razón de 1,05 cada una y, con Visa, pago 14,10 €. Marcela ha sido muy atenta, se ha interesado por mi caminata y me ha facilitado alguna información que me será útil. Cuando se va a marchar, viene primero a despedirse y me desea suerte. Le enseño el dibujo de Pregonda, cuya cala ya conoce. Para pagar, me ha evitado subir a recepción, y ella me ha traído el recibo para la firma. Cuando llega el camarero que la sustituye, no me enrollo con él. Una pareja con niño que ha comido en mesa cercana a mi espalda, ahora, padre e hijo, se bañan en piscina pequeña. Ella le llama a él para que se suba el bañador, aunque nada más se le insinúa el inicio del culete. Ese detalle me hace casi asegurar que no practican nudismo. Voy a cagar y me sale negra y no muy consistente, pero no me produce preocupación alguna. Van a dar las cinco de la tarde y reanudo mi bajada a la playa, iniciada ya hace unas horas.

La playa de Cala en Porter
Voy bajando buscando bonita posición para foto en que salga la playa y la bocana al mar, pero no lo logro hasta llegar a las escaleras de acceso. Para confirmar la información de Marcela y evitarme subir de nuevo las escaleras, pregunto a una mujer joven que vende artículos varios y de playa, cuyo establecimiento está allí mismo, y me confirma que el camí de cavalls sale exactamente por detrás del aparcamiento de coches que está también al fondo de la playa. Con esa tranquilidad bajo, contándolas, para comparar con lo dicho por Josué, las escaleras tan pesadas que él decía. Cuento 145 escalones. ¡No son tantos, amigo Josué! Probablemente la Torre de Hércules tenga otros tantos o más. 
 

Veo difícil el baño en bolas y me acerco al socorrista. Él me dice que no puedo y yo le doy las razones para quitársela. Es receptivo a mis argumentos. El playero encargado de las hamacas, como falta media hora para las seis, le pide el favor de que le retire las únicas dos hamacas que están alquiladas y que las apile con las otras que ya están recogidas, antes de irse. Parece que se hacen favores mutuamente, aunque no sé qué favor puede hacer el playero al socorrista. Me despido de ellos y me encuentro con un inglés que no tiene ni idea de “horse’s way”. Me dice que tiene una hija de 40 años y poco más es lo que le entiendo.


Por la vega de Cala en Porter
Empiezo el camino bien y será muy variado. La vega por la que estoy caminando es un vergel, con varias granjas o casas de payés en las que destacan sus árboles frutales: perales, nísperos de verano, higueras, granados, y vides. 
 


Paso por una cueva que, en otro momento, podría convertirse en un buen refugio para pasar la noche, si no estuviera tan cercana al camino. A su lado, casi pegada a la roca, crece una alcaparra. Esta planta, después de Punta Nati, ya no se me despista. Aquí la veo en flor y ya no tiene frutos verdes. 

También paso junto a una valla típica, que aquí hace función de protección, más que de límite, con tornillos y tuercas metálicos en sus uniones. Sorprende el plateado de los metales. Un chico arregla un tejado y se muestra de acuerdo conmigo cuando le digo que el valle es un vergel. 
 

Paso por una construcción circular. Se trata de un depósito para la recogida de aguas pluviales. Juanto a él, una señal del camí de cavalls. Todo el rato he venido por el lado derecho, pero el camino me lleva al lado contrario del valle y, al abordar por el lado izquierdo, al enfilar una recta, veo caminando en el mismo sentido de mi marcha a una tortuga. Como es lógico alcanzo enseguida a Ulises, que es como me apetece llamar a esta tortuga, en su retorno a Ítaca. 
 

Es una tortuga de tierra y volveré a ver otra en Mallorca, saliendo de la bahía de Alcúdia, en momentos complicados para mí. Al oír mis pasos, la tortuga se repliega. Yo me quedo quieto y ella, creyendo que el peligro ya ha pasado, avanza para perderse por el lado derecho hacia la vegetación. Tiene tonalidades marrones y amarillentas y me parece hermosa y bonita. No es de gran tamaño. Por la noche, Fel y su mujer me dirán que por aquí hay muchas y que no corren peligro de extinción porque se las respeta. En China, harían sopa de tortuga. A mí, lo que creo que me quiere decir esta tortuga es: "vete tranquilo, no corras". 
 
El camino sigue muy variado. Me cruzo con dos ingleses que vienen rojos de sol y, aunque tarde, se están poniendo protector. Les informo de que, en la siguiente recta, pueden encontrar alguna tortuga. No sé si tendrán suerte de verla o si, para cuando lleguen, ya se habrá escondido del todo. Ahora, después de la tortuga, me encuentro con una oveja y su corderito. La oveja madre lleva un manchón rojizo en su lomo, señal que le ha asignado su propietario para ser reconocida; se ve que el cordero todavía no ha sido señalado como de la familia, pues no lleva ningún distintivo. El camino vuelve a coger trazas de salir de nuevo hacia el mar y se pone especialmente bonito.


Cala Llucalari
Cuando llego a la cala, ésta me produce decepción. No tiene playa y el acceso al agua es a través de rocas grandes redondeadas, como cantos rodados pero a lo bestia. Muy mal acceso para darme un baño. Alguien o muchos se han dedicado a hacer pequeñas esculturas apilando piedras, unas sobre otras. 
 
Algo que puede ser útil para señalar camino, como en Punta Nati, pero que aquí sólo tiene una finalidad ornamental. Es de piedras y rocas con una casa cueva con una cortina abierta. Dentro está bastante sucio y prefiero elegir un sitio entre las rocas para dormir. Sólo, en caso de que llueva, recurriré a la cueva. A pesar de que el lugar me disgusta, decido quedarme. En la entrada hay dos sillas de plástico y una mesa.  


Pienso en el nombre Llucalari y me viene a la mente una versión intermedia a la cala Jutgadora en versión euskaldun. Algo así como Jokalari: “aficionado al juego, o jugador”. Otro día, cuando conozca el Lluc, en Mallorca, el juego me llevaría a otro resultado: “aficionado a Lucas”. Me desnudo y empiezo a dibujar con las pinturas acuarelables, será mi primer intento con esta técnica. No estoy nada contento con lo que me va saliendo y, ¡de repente!, me viene la idea de que, a lo mejor, esa no es la cala Llucalari, así que, dejo el dibujo iniciado, me visto y continúo por el camino.

Una noche en la cueva de amigos de Ciutadella
Cuando llego a la cima, allí veo el cartel que me confirma que la cala en la que estaba era la Cala Llucalari y, desde esa altura, ya se ve abajo, hacia el otro lado, las construcciones de un pueblo importante, que resultará ser Son Bou y a donde llegaré mañana por la tarde. Circunstancias derivadas de orientaciones de estos amigos que ahora encuentro, mañana me llevarán de nuevo por el interior hacia Alaior, otra ciudad que, como Ferreries, no pensaba visitar. Dos hombres hablan encima del camino por donde yo paso, arrimados a una baranda, y me acerco a ellos para confirmar los nombres del lugar, el de la playa que he abandonado y el pueblo que viene a continuación. Los que hablan son Fel y un amigo. 



Están cinco amigos, con sus mujeres, es como decir, diez amigos, en una cueva propiedad de un cura que conocen y se la presta, y donde piensan cenar y pasar el fin de semana. Al volver del viaje tendré contacto con Fel Anglada y Rita Mercadal a través de correo electrónico aunque la correspondencia será puntual y escasa. Pero, volvamos a la cueva. Fel consulta a sus compañeros y me invita a pasar la noche con ellos. Sin dudarlo, acepto la invitación. Ellos dormirán dentro de la cueva, donde tienen las cinco camas literas, y yo prefiero dormir en el exterior. Aunque ya está haciéndose tarde, colocan un toldo en la parte delantera de la cueva, que me vendrá muy bien para quitarme la humedad de esta noche. Les he dado un trabajo extra hoy, pero lo iban a hacer de todas formas mañana. El grupo mantiene la amistad desde que sus hijos empezaron su etapa escolar y han ido siguiendo sus vicisitudes a lo largo de los años; en este momento, los hijos, tienen una media de edad de unos 25 años. Se ve que es un grupo cohesionado, que se quiere, y que ha compartido disgustos y alegrías.  


Hoy es viernes y piensan pasar sábado, domingo y lunes, pues el próximo lunes es un día que no trabaja nadie en Ciutadella y que, aún no siendo fiesta, la celebran metiendo las horas como día recuperable o descontando la jornada de las vacaciones. Están cenando algo de picoteo dentro de la cueva, en la zona de cocina con una mesa grande y me invitan a participar de lo que hay. Torta con tomate asado, cerveza de la isla, pastel de albaricoque y acabamos con un licor mallorquín de la familia de los anises. Luego salimos para poner el toldo, para lo que mi colaboración será mínima. Uno de los amigos asciende a la roca, que pertenece a la fachada y al techo, donde lo aferra para que resista los tres días. Parece sencillo, pero tiene su intríngulis. Este toldo, sobre la explanada delantera de la cueva, les vendrá bien para comer mañana, que se espera va a hacer un día bueno y soleado. Tras colocar el toldo, sacamos mesa y sillas y allí estaremos a la serena hasta pasada la media noche. Orino en el retrete, echo un poco de agua de un cubo y me acuesto. Ellos se van a sus camas-litera. ¡Hasta mañana!

Balance de la jornada de hoy
De Binidalí a Son Bou, salvo el tramo entre Cala en Porter y Llucalari, casi todo ha transcurrido por la costa. Ha sido todo un paseo precioso, incluido el de interior por la vega trasera de la playa de Cala en Porter. En Cala en Porter, ha sido curioso el encuentro con el extranjero que me ha respondido muy serio que estábamos en Menorca, por si yo no lo sabía, y bonito el rato que he charlado con Josué y Abel. Me he ofrecido como padrino para su boda. Me ha hecho ilusión encontrarme y adelantar a la tortuga y, sobre todo, el encuentro con los amigos de Ciutadella, su invitación a cenar y a dormir con ellos en la cueva aunque, finalmente, lo haya hecho en el exterior.

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