lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 09 (251) Son Bou-Platges de Binigaus

Etapa 09 (251) 11 de junio de 2011, sábado.
Son Bou (cueva)-Torre d’en Gaumés (¿Galmés?)-Alaior-Son Bou-Platja d’Atalis- Sant Tomàs-Platja de San Adeodat-Platges de Binigaus.

Amanecer bajo el toldo de la cueva frente a Son Bou
Durante la noche, se ha levantado algo de viento y el toldo se bambolea. Hace un chasquido que no resulta molesto. Durante la noche, alguien se ha levantado. Oigo sus pisadas pero, ¡qué tranquilidad da estar a buen recaudo y con gente de confianza! Ni siquiera abro un ojo para saber quién merodea. Total despreocupación. Nadie me va a robar ni la mochila, ni el dinero. He dormido bien. No sé qué hora podría ser cuando me he levantado para orinar y, al volverme a meter al saco, noto cómo algún animalillo del campo se pasea por mi tripa. Tanteo, lo atrapo y lo aplasto con mis dedos. Al levantarme por la mañana sabré que es una de las orugas peludas inofensivas, pero ya es cadáver. 

La primera que se levanta es una de las mujeres, con la que apenas hablé ayer. Hablé más con la más gruesa y que todavía no es abuela. Solamente uno de los matrimonios tiene una nieta. Creo que con otra que hablé fue con la mujer de Fel, pero no tengo certeza, puesto que no logré saber cuál estaba casada con quién. Mientras los hombres bebíamos licores, las mujeres bebían moscatel (que no Mistela). Más tarde aparece otro de los hombres y Fel y charlo con ellos mientras recojo saco, esterilla y completo la mochila. Me informan que yendo hacia Alaior me encontraré con un interesante talayot. Cambiando “i” latina por “y” griega, Alaior y Talayot, tienen las mismas vocales. 
 

Me despido del resto y Fel me acompaña hasta pasar un puente sobre la carretera, de forma que así salgo mejor orientado. Gracias Fel y a todos los demás por vuestra hospitalidad. Cuando Fel me ha dado su e-mail, al llegar a la @ (arroba), me ha dicho: “ensaimada”. Me ha hecho mucha gracia. Ya no me sorprenderá cuando lo vuelva a oír.



Buscando talayots y taules
Voy en dirección Alaior, aunque no veré indicador alguno, para visitar el talayot que me han dicho que encontraré en Torre d’en Gaumes. Me han dicho que está a unos 6 kilómetros. Creo que ayer entre la vega de Cala en Porter y Llucalari, estuve bastante cerca de un talayot. ¡Qué pena que no habilitaran un camino para llegar a él! Marcho bien por carretera, pero llevo jersey, puesto que hace fresco. 
 


En el cielo hay más nubes que sol. Llego a un cruce y, a la derecha, veo indicador: Torre d’en Galmes. En mi mapa pone Gaumes y lo escribiré indistintamente. No sé cuál es el término más correcto y no quiero liar más mi discurso. Siguiendo la carretera, llego hasta el centro de interpretación.

Talayots en Torre d’en Galmes
Cuando llego son las ocho, pero no abren hasta las nueve. Husmeo por los alrededores, pero no veo nada, así que me acerco hacia un lejano caserón. Veo dos indicadores y uno me introducirá dentro del poblado prehistórico. 
 
Veo primero lo que queda de sus casas y su distribución interior, también tres talayots y una taula que, en realidad, fue pórtico religioso y el dintel, caído, lo tienen formando una especie de ara de altar. Doy vuelta al circuito, sacando fotos, y salgo del recinto. Para cuando llega el que va a abrir el Centro de Interpretación y que me podía dar una lección de historia, yo ya me dispongo a marchar. No demasiado alejado, veo un pueblo que me parece importante. Pregunto a Vicent por su nombre y me dice que es Alaior y que está a unos tres o cuatro kilómetros. Aunque me había hecho el propósito de no ir, ahora, al verlo tan cercano y que se echa encima la hora de desayunar, decido acercarme. Vicent me recomienda un camino más bonito, pero yo no me atrevo y me resulta más seguro llegar a Alaior por carretera. No hay mucha circulación siendo sábado y a estas horas tempranas.

Alaior
Al llegar, lo primero que hago es rodear la iglesia. Un hombre me recomienda que compre bollería en un sitio (donde dan dos por uno) y luego lo coma en cafetería. Aunque esta fórmula la utilizaré los dos años próximos en mi ruta por la costa atlántica francesa, en los establecimientos de venta de tabaco y apuestas, aquí no me atrevo. En Francia, en esos establecimientos, no hay bollería pero, cuando entro en Ca na Divina, veo que la tienen, así que pido: descafeinado con leche, ensaimada y pastel de albaricoque (4 €). 
 
Una cría de pájaro está en el suelo, sin poder volar, aunque le aviso, un hombre, sin querer. le da una patada y lo desplaza; un extranjero lo coge y lo acoge. Escribo y me olvido del pájaro y su futuro. Tengo mucho para escribir hoy. Han dado las once y me dispongo a recoger. No hay tienda MoviStar. Mi hermana no me llama. ¿Veré a los vendedores ambulantes que conocí en el Cabo Caballeria? ¡Tarea imposible! Por la carretera he visto antes un HDT (Hadita o idiota con h). Voy al servicio, hago una deposición consistente, me afeito (tras tres días sin hacerlo), cojo agua y pregunto a los de la barra y me dicen que, a partir de la próxima semana, sólo pondrán mercadillo en Alaior los miércoles. Me dicen que hoy toca en Cala en Porter o en Maó, así que me olvido de encontrar a mis amigos artesanos ambulantes.

Protectoras de animales
Unos municipales me confirman que había mercadillo cuando ellos han patrullado por Cala en Porter. Me añaden que en la plaza de abajo han puesto una mesita, pero que eran chicas. 



Cuando las veo, me dicen que no venden nada, sólo recogen firmas para la protección de animales maltratados. Aprovechan que está el Circo Roma en la zona, para echar un cable a los pobres elefantes. Creo que lo vi montado en Maó, antes de llegar a Es Castell. Estas chicas, con su petición, me descuadran un poco. Me quieren convencer de algo que ya estoy convencido y les doy argumentos peregrinos. Lo que en realidad me preocupa es que se ocupen tanto por los animales cuando, en esta época, hay tantas personas que lo están pasando mal: mucha gente en paro, explotación de personas con bajos sueldos, contratos inseguros, cuando nos viene encima un gobierno del PP que lo primero que va a hacer es congelar nuestras pensiones y cargarnos de impuestos que nos pondrá más alto el coste de la vida, siempre protegiendo al capital y perjudicando a los más débiles. Les está bien empleado a los que les han votado, pero pagaremos el pato todos. A pesar de todos mis argumentos, plasmo mi firma en el último renglón de su folio. Les cuento mi viaje, les doy mi blog para que se entretengan y ¡hasta otra!

Regreso hacia Son Bou. Fotógrafos
La primera parte del retorno, lo voy haciendo por carretera conocida. Al inicio, lo hago por el lado correcto pero, cuando se acaba el arcén, paso al lado contrario, puesto que hay un especie de acera. Paso el cruce de Galmes/Gaumes y los seis kilómetros entre Alaior y Son Bou los hago en poco más de una hora. 

 

Antes de descender la montaña, saco una foto para muestra de otras cuevas habilitadas como vivienda vacacional. Cuando llego a la zona de playa, trato de localizar en la montaña el toldo de la cueva de los ciutadellanos, pero no lo logro. Habrá que esperar a poner más atención cuando las vea en el ordenador. Al meterme hacia la playa, veo un restaurante y un chino. Encuentro a dos fotógrafos que se sacan la manduca fotografiando en la playa. Uno me dice que no siga al fondo, hacia el Este, porque la playa es familiar y nadie hace nudismo. “¿Y si quiero que me fotografíes desnudo aquí?”, le pregunto, y me responde que no se puede. “¿Ni pagando?”, “¡claro!” es su respuesta. A pesar de lo que me han dicho, voy hacia el lado Este de la playa. Desde allí, saco foto de otras cuevas en la ladera de la montaña. A pesar de lo que me han dicho los fotógrafos, al inicio de la playa, veo posibilidad de bañarme desnudo en la zona próxima a las rocas, pero no me apetece ponerme en riesgo teniendo la nudista a poco más de diez minutos. De regreso, vuelvo a encontrarme con uno de los fotógrafos. Me dice: “ahora poco pero, en verano, mucha gente quiere volver con una buena foto de recuerdo de sus vacaciones, de mejor calidad que las mediocres que obtienen con sus móviles”.

Son Bou nudista. Dani de Donostia
Poco más adelante, comienzo a ver personas desnudas, pero están con discreción al fondo de la playa, al pie de la duna. Prefiero seguir adelante, a ver si encuentro lugar donde el nudismo se muestre con total naturalidad. Veo ya desnudos que pasean y se bañan, así que, descargo mis mochilas, me desnudo, rebozo en arena mi camiseta para que absorba el sudor y se seque, y espolvoreo arena seca y fina por encima. Luego me doy un baño delicioso en un mar asombrosamente azul. Pocos se bañan y, los que lo hacen, entran y salen rápidamente. Se va acercando el verano y yo ya me estoy acostumbrando y aguanto más tiempo que días pasados. Paseo para secarme con el aire y, abandonando mis pertenencias al albur, me alejo hasta la zona que considero límite, donde los nudistas de la duna. Comento lo del límite con Dani, que viene vestido pero adivino que se va a desnudar. Dani opina que debiera ser toda la playa nudista y le voy acompañando hacia Poniente. Está en Cala Blanca, en la costa Oeste, y muy próxima a Ciutadella, aunque algo más al Sur que la antigua capital. Llegó ayer y no le ha gustado mucho el sitio que ha elegido para pasar las vacaciones. Por eso, hoy está de inspección buscando lugares mejores. Hablamos y resulta ser de Donostia y trabaja en el Amarako Abadía, antiguo Jaizkibel, de la calle Autonomía, frente al Topo y la plaza Easo. Ya lo conozco y la mejor referencia para hacerlo creíble son los libros que cubren las paredes del comedor, probablemente el único lugar de Donostia en que tal cosa ocurre. Muchos de los libros que allí se exhiben los tengo yo en mi casa. Ya me he alejado mucho de mis mochilas y él se va a meter por entre las dunas, así que nos despedimos. No sé si lo veré al marchar. Allí me doy otro baño y me voy secando de regreso hacia mi sitio. Cuando llego, me tumbo sobre la toalla, pero no estaré mucho tiempo. Nuevo baño, nuevo paseo y me visto para ir a comer.

Comida en el restaurante chino de Son Bou
Ya lo he visto al llegar y, aunque no hay ningún comensal, me siento y pido la carta. El nombre es Hong Kong y hago una comida clásica: ensalada china, arroz tres delicias, ternera chop-suey, y té de flores. Me cobra 9,50 € y le pido un chupito de licor chino (no recuerdo si era licor de lagarto) y no me lo quiere cobrar, así que le dejo el resto de propina hasta los 10 €. Escribo mi diario. A las 15:45 h voy al retrete y vuelvo a cagar consistente y copioso. ¡Qué bien me encuentro! ¡Viva la regularidad! Me despido y me voy tras alimentarme suficientemente.

Tarde de nudismo en Son Bou. El chico de Vigo
En vez de volver por la playa, ahora lo hago por una calle más interior que va dejando un espacio intermedio que, más lejos, se volverá dunar. Mi intención es cruzar las dunas y llegar a la playa por los caminos por los que he visto que llegaba la gente a la arena. Algunos entraban por pasarelas. Pero veo que estas pasarelas comienzan desde un camino intermedio entre la playa y el que yo llevo, así que, tras recorrer medio kilómetro, debo retroceder casi hasta el punto de partida y salir a la playa por detrás del chiringuito, donde no he querido comer. Ahora, de nuevo, voy por la orilla, por terreno conocido y me paro en un lugar similar al de la mañana. Entra antes que yo otro chico al agua pero, yo ya me he adentrado, nadado un rato y estoy saliendo, cuando el otro aún no ha pasado de mojarse la cintura. Es una razón suficiente para entrar en conversación. Es de Vigo y le cuento aquel día en que comí en el lugar del transeúnte como si fuera un indigente cualquiera. Por si acaso, le pregunto si conoce en Vigo a una uruguaya, mi amiga Sara Volpe. No la conoce. Habría sido mucha casualidad. Le cuento dónde, cuándo, cómo la conocí. Salgo del agua, me paseo, me seco al aire, me tumbo y observo que, cuando sale del agua el vigués, también se tumba para tomar el sol y está solo. Pero no cometo la indiscreción de trasladarme a su lado, aunque habríamos tenido conversación para rato. Cuando decido marcharme, me acerco a él para despedirme y continúo playa adelante. Al llegar a las dunas, subo y echo un vistazo, por si veo por allí a Dani, pero no se ve a nadie aunque quizás haya gente, puesto que las hierbas de duna son bastante altas.

Hacia Platja d’Atalis
Sigo desnudo y cargado con las mochilas hacia la playa de Atalis y continúo igual por los caminos y por los senderos. Así llego hasta las dunas de Sant Jaume, un promontorio que sale hacia el mar y desde donde se me permite ver bien la playa de Son Bou, que ha quedado atrás. La foto que saco desde allí, permite apreciar bien las dimensiones de esta larga playa, textil en el inicio, nudista en la parte final, y mixta por el medio, así como la posición de las cuevas habitadas en lo alto de la montaña, en la zona final del acantilado. 
 

Con la distancia, es imposible apreciar el lugar donde he dormido esta noche. También, desde estas dunas, se pueden apreciar las costas con que me encontraré a continuación, hasta las playas de Binigaus, donde voy a dormir esta noche. Parece una costa sin playas porque las rocas salen hacia el mar, pero tras ellas se encuentra algún puerto y bonitas playas, aunque menos largas que la de Son Bou. Entre la flora dunar de Sant Jaume, destacan unas altas cebolletas marinas, como se puede ver en la primera foto.

En Sant Tomàs, toca vestirse. 
Sergi, el socorrista
Suena raro decir San Tomàs, cuando en mi tierra siempre lo llamamos Santo Tomás. El día del santo es un día de feria en Donostia-San Sebastián y también se celebra con pintxos y bocatas de txistorra en el resto de la provincia de Gipuzkoa. Al llegar a la platja de Sant Tomàs, me pongo el calzoncillo, pues ya veo de lejos que sube gente por el camino. Observo las primeras rocas de la playa, para ver si tienen posibilidad para un baño placentero, pero veo que son poco accesibles para llegar al mar y, las siguientes piedras que vienen a continuación, tampoco. Me acerco al pretil con rampa de descenso al agua para embarcaciones. Dejo las mochilas sobre el pretil, me despojo del calzoncillo y me meto al agua en un espacio protegido que se forma entre el pretil con las rocas y la rampa. Cuando llega la ola, me permite nadar un poco. La propia ola me ayuda a salir del agua y me tumbo en el pretil, para secarme tumbado sobre él cara al sol y sin separarme del calzoncillo por si tuviera que ponérmelo rápidamente. Así es como me ha visto Santiago. Me lo dirá más tarde cuando me lo encuentre en las platges de Binigaus. Yo creía que estaba en posición discreta y que la sombra que formaba mi cuerpo podría simular un bañador, pero Santiago me afirma lo contrario: “era evidente que estabas desnudo”, me dirá. Bajo las piernas y las dejo colgando del pretil y, cuando ya estoy seco, me pongo el calzoncillo, cuelgo las sandalias de la mochila y me voy andando por la playa. Llego al puesto de socorro en el momento en que el socorrista, Sergi, cierra el punto de vigilancia y va a guardar algo en el siguiente. Es cuando le abordo: “¿ya has terminado la jornada?” y, con esta pregunta, ya es suficiente como para entrar en conversación. Son las 18:30 h y me dice que le espere, que va a coger su mochila y que luego continuará conmigo. Sube al siguiente puesto de vigía, pues es arriba donde está su mochila y se despide de uno que está sentado abajo: “¡hasta mañana!”. Seguimos conversando sobre mi viaje alrededor de la isla. Parece que le está interesando lo que le cuento. Ya me han informado que, si me voy a quedar a pasar la noche en Binigaus, puedo comprar bocata en Sant Tomàs o en Sant Adeodat, pero Sergi me recomienda que lo haga en el primero. “¿Tienes comisión?”, le pregunto pero, aunque no me responde, creo que me conviene más cogerlo aquí, no vaya ser que en Sant Adeodat, no lo consiga. 
 

Me despido del socorrista y me desea buena conclusión del viaje. Creía que estaba en Sant Tomàs, pero estoy en Malibú. Una sudamericana me deja la carta de bocadillos y, creyendo que es frío, le pido el más adecuado con el lugar, el que lleva el nombre de Sant Tomàs. Es caliente y, cuando lo coma frío, habrá perdido toda la gracia, sobre todo, el queso de cabra que se ha fundido y, peor aún, las patatas fritas, que van aparte. Eso me pasa por no preguntar. Pago 8,05 € y, un bocadillo de salchichón me habría gustado más y costado menos. Sigo adelante por la playa y ni me entero de cuando paso y dejo Sant Adeodat.

Platges de Binigaus. Santiago
He llegado a una confluencia de caminos, donde mañana a primera hora volveré a disfrutar de baños, y en donde dejo las mochilas para bañarme ahora. Aquí se juntan el camí de cavalls y el camí litoral. El de cavalls se mete hacia el interior, mientras que el litoral, como bien indica su nombre, continúa por la costa y, viendo el arranque ahora, mañana no tendré ninguna duda de cuál de los dos me conviene más. Dejo las mochilas en la arena a la altura y enfrente de la cueva de Tomeu, al que conoceré mañana. Me doy un baño y me voy paseando por la playa. Probablemente éste sea el lugar donde coinciden la playa de Sant Adeodat y las de Binigaus. Voy observando el terreno y tengo la impresión de que, al final de estas playas, antes de que las rocas se metan en el mar y la dejen sin arena, será un lugar adecuado para dormir tranquilo esta noche. Lo que más tengo que vigilar es hasta qué altura va a subir la marea. Es, cuando llego al final de esta playa, cuando encuentro a Santiago. Se dedica al mueble, aunque no apuro tanto la información como para saber si diseña, fabrica, comercializa, o todas a la vez. Me habla de la Feria del Mueble de Valencia, donde suele tener un stand para mostrar el mobiliario que ofrece y vende. Es un hombre con una filosofía de vida muy peculiar, en algunos aspectos, muy similar a la mía. Muy espiritual, pero más religioso que yo. Me dice que, en Menorca, hay más monumentos por km2 que en ninguna parte, lugares de energía emergente. No le gusta su nombre, por estar asociado a la guerra, a un grito guerrero: “¡Santiago y cierra España!” Está de vacaciones con su mujer y, no sé seguro, si una hermana o una cuñada (hermana de su mujer). A ellas les gusta más charlar tranquilas y a él le gusta más pasear. Pero debe volver pronto, pues ha pasado mucho rato desde que las ha dejado. Le digo que tengo las mochilas en la otra playa, al otro lado de las últimas rocas y me voy hacia allí para recuperarlas y traerlas a este sitio que me ha gustado para dormir. Cuando estoy volviendo, pasando las primeras rocas, Santiago ya se está poniendo el bañador para marchar. Le digo: “después de haber estado hablando contigo, tengo la sensación de que no es la primera vez que hemos compartido ideas y opiniones”. Me responde que no cree que nos hayamos visto antes, que él es de Maó, que normalmente no viaja por la costa y que en Gipuzkoa sólo tiene un cliente en Azpeitia. Bueno, será mi gusto por compartir experiencias el que me ha hecho familiar el encuentro con Santiago. Me despido y me desea que mi viaje finalice bien.

Atardecer en Binigaus. Dos amigos nudistas
Me sitúo en lugar híbrido, en tierra de nadie. Me gusta uno en que, al fondo, hay una especie de cuevas que, en el caso de lluvia, pudieran servirme como refugio pero, a la vez, pienso que puede ser lugar propicio para intercambios sexuales y desisto de ir allí. Veo otro lugar, con una roca delantera que me puede servir como protectora de viento, y me gusta más, pero esperaré a ir hacia allí a que se vaya el chico que ahora la ocupa. Dos chicos me han visto cuando he ido por las mochilas y, ahora, han pasado paseando hasta el final de la playa. Yo ya he dejado mis mochilas en el sitio provisional que he comentado y, cuando pasan de regreso, me pongo a hablar con ellos. Muestran su asombro por ver cómo el mar va cambiando la configuración de la playa. Dicen que estuvieron aquí hace unos días y la playa llegaba hasta mucho más lejos. Pienso que lo que ha ocurrido es que la vieron en marea baja y hoy está a punto de producirse la pleamar. También me dicen, y yo también lo he observado al bañarme, que la entrada al agua se hace con normalidad pero, luego, te encuentras con un banco de arena, donde apenas te cubre, por el que avanzas a pie y, una vez superado, puedes seguir nadando mar adentro. 
 

Les pregunto si saben hasta dónde sube la marea, pues la luna está en creciente, y me dicen: "no creemos que suba mucho más". No obstante, por prevención, cuando se vaya el vecino de la roca, la aprovecharé para poner barreras protectoras entre roca y pared acantilada. Pondré piedras y las cubriré de arena y en el recinto amurallado coloco mi esterilla, el saco y todos mis bártulos. Toda la noche oiré la rotura de la ola como un arrullo que invita a la dormición. Todo esto lo haré después. De momento, me despido de los dos amigos nudistas, agradezco la información que me han dado, espero a que se alejen y saco una foto, discreta y lejana, con ellos de espalda.

Nocturno en Binigaus. Gabriel
Cuando tengo ya todo organizado de la manera en que he comentado, llega un chico a las primeras rocas, se desnuda, se pone las gafas protectoras y se va a nadar. Todos los demás se han marchado. Somos los últimos de Binigaus. Y, como no tengo cosa mejor que hacer, antes de empezar a comer el bocadillo Sant Tomàs, me acerco a Gabriel, pues ya ha vuelto de nadar y se está secando, y nos ponemos a conversar. Es argentino, de Mendoza. Trabaja aquí la temporada de verano y, en Andorra, en invierno y, de esa forma, disfruta de tiempo libre en las espacios intermedios, primavera y otoño. 



Estaba casado, pero se separó. Fruto del matrimonio, tiene una hija. El año pasado invitó a madre e hija a pasar un mes de vacación en la isla. Mañana es el cumpleaños de su hija. Por la barba le chorrean gotas… de mar… Se pone sentimental. Nos despedimos. En el diario he hecho un dibujito de cómo he hecho mi cama, pero luego he sacado foto, así que ahí van los dos.


Noche placentera en Binigaus
Marchado Gabriel, ya me quedo solo. Voy a mi sitio. La playa de Binigaus ya es toda para mí. Estoy tranquilo y feliz. Ha sido una jornada en que he disfrutado mucho de tranquilidad, baños, encuentros y conversaciones. Me como el bocata, que está menos delicioso que lo deseado. Es probable que a partir de ahora, deteste el queso de cabra, y eso antes de recorrer la costa atlántica francesa, donde me abrumarán con el producto de la chèvre de monsieur Seguin. Lo que más me importa de este bocadillo es que, esta noche al menos, tengo cena y el alimento suficiente como para proseguir mañana por el camí litoral. El Camí Litoral se señala de forma pintoresca: un punto bajo sobre el que se expanden tres rayas, como si fueran los haces de luz de un faro o la representación surrealista de la planta del pie de un plantígrado. Mañana me tendré que ir, poco a poco, acostumbrando a ver esta señal. Para las 9:30 h ya estoy dentro del saco. En todo el día no me ha llamado mi hermana y me temo que, si me llama mañana, ya no me quedará batería. Y esta noche, como no me enchufe el móvil en la nariz… Esta mañana, en Alaior, no había tienda MoviStar, aunque una mujer me ha dicho que en el estanco me podían hacer una recarga. No sabía la mujer que la recarga no era el problema que yo quería resolver.

Balance del día
Hoy ha sido jornada variada, paisajísticamente hablando, puesto que el recorrido matutino ha transcurrido por el interior: talayot y Alaior y después ha sido prácticamente playero. Sin quitar un ápice a lo visto por la mañana, tenía ganas de disfrutar de una jornada desnudo en la playa, y las de Son Bou y Binigaus, han cubierto con creces mis deseos. En cuanto a los encuentros, tras la despedida de la hospitalaria gente de Ciutadella, que tan bien me acogieron anoche en su cueva, los de la tarde también han sido bonitos, curiosos e interesantes: los fotógrafos, Dani, el donostiarra, el de Vigo, Sergi, el socorrista, Santiago, mueblista de Maó, Gabriel, el argentino de Mendoza, y los dos amigos nudistas que se sorprendían de los cambios del mar. Y la noche ofrece tranquilidad, sin sobresaltos.


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