lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 10 (252) Platges de Binigaus-Macarella

Etapa 10 (252). 12 de junio de 2011, domingo.
Platges de Binigaus-Cala Excorxada-Cala Fustam-Cala Trebalúger-Cala Mitjana-Cala Santa Galdana-Macarella.

Hoy será día de paseo de cala en cala. De dormir en Binigaus, pasaré a dormir en Macarella, aunque las condiciones serán peores, en cuanto a comodidad, que donde he despertado. ¡A caminar!


Amanecer en Binigaus
Un día extraordinario. Me encuentro como soy, como suelo estar después de pasados los primeros días de adaptación al viaje. Y hoy es ya el décimo. Estoy más receptivo. ¡Qué sensación de estar haciendo un viaje genial! 
 

Me he levantado a media noche a orinar. Me despierto antes de las seis, pero aguanto sin salir del saco todo lo que puedo, hasta que la necesidad de orinar de nuevo me obliga a ello. De cara al control de la próstata, todo va bien. Una sola micción nocturna es muy buen síntoma. No estoy en condiciones de hacerme un análisis del PSA, que rubricaría el diagnóstico, ni llevo urólogo a mano que me haga un palpo rectal y ¿de qué me serviría que yo me metiera el dedete por el culete? Cambio todo lo que llevo y lo pongo al otro lado de la roca, con el fin de recibir de frente los primeros rayos solares. El día ha amanecido nublado, pero intuyo que pronto va a despejar. Durante la noche no he conseguido localizar a mis estrellas favoritas: las de la Osa Mayor. Me he vuelto a meter en el saco, y no me levanto hasta poco antes de las siete. Tomo la pastilla, con un traguito de agua, de la que me queda un poco y que todavía conserva algo del sabor del limón de Marga. A nadie le amarga un dulce. Estoy ocurrente esta mañana. Confío en no pasarme de gracioso. Recojo todos mis pertrechos, paso las rocas y retrocedo al lugar primero de este espacio donde ayer me bañé, frente a la cueva de Tomeu.

Primeros baños entre Binigaus y Adeodat.  
Tomeu, Luis y otros
He llegado desnudo al lugar donde pienso iniciar el camí litoral. Tomeu arrastra su kayak y se mete en el agua. Hay un perro y le pregunto si se lo va a llevar. Me responde que sí, pero no sé lo que me ha entendido, porque el perro allí se queda y él se va. Hasta me había parecido ver, en el artilugio flotante, una plataforma apropiada para llevar al perro. Probablemente mi deseo era que se lo llevara y que no me lo dejara conmigo en la playa. A veces les encanta, a los perros, acercarse a mi mochila y echar la meadita. Tomeu se adentra poco en el mar y no le veo trazas de ponerse a remar, ¿a qué habrá ido allí? Paseo hacia el Este. 


Al regresar, me encuentro con un niño en pijama acuclillado en la arena. Luego sabré que ha salido de la cueva y es hijo de Tomeu. Le saludo y no me responde. Está absorto observando a su papito. El perro se le acerca, pero no muestra ningún interés por el del pijama ni, a la recíproca, el niño por el chucho. Veo paseantes que van y vuelven por la orilla y por el camino. Un hombre que va hacia las platges de Binigaus, ni saluda al pasar. ¡Que le den! No tengo intención de seguirle, pero recuerdo que me he dejado junto a las rocas las dos bolas de aluminio con el que me habían envuelto ayer el bocadillo y las patatas fritas para que se conservaran más calientes. Así que retrocedo al lugar. Justamente el hombre, que no ha saludado al pasar, se ha parado y desnudado en el lugar en que yo he dormido. Todavía está la huella de mi esterilla, y se lo hago saber. Entonces reacciona cogiendo su ropa para trasladarse a otro sitio y yo casi le obligo a que se quede donde está. Recojo las dos bolas de lámina de aluminio pero, antes de irme, charlamos. Su conversación da poco juego y sus respuestas son lacónicas, monosilábicas, así que me vuelvo al lugar donde está mi equipaje que, de nuevo, he dejado abandonado. Es curiosa la confianza con que actúo, y eso que allí está todo lo que poseo: vestimenta, dinero, Visa, documentación… Cuando llego, me doy el primer baño de la mañana, pues el sol ya empieza a calentar. A la vez que yo entro al agua, lo hace el perro, pero se queda en la orilla. ¡Menos mal! Lo peor es que, cuando sale se sacude, para desprenderse de las gotitas de agua, junto a mis mochilas. Por suerte no es tanta como para mojarlas. ¡Han quedado indemnes! Me paseo al Este y al Oeste y, en una de las vueltas, me percato de que el kayak de Tomeu ya no está en el mar. Al poco rato veo a Tomeu que regresa de su cueva con aparejos de pesca y un sargo. Para mí que es una dorada, pero Tomeu me explica que, más bien, es una mezcla entre ambas especies. “¿Puede ser un híbrido natural, sin manipulación genética?”, me pregunto para mí, y no recibo ninguna respuesta, ni humana, ni divina. Claro está que la segunda tampoco la espero y, si hubiera llegado, me habría dado un síncope. Miro cómo limpia Tomeu el pescado y ya le veo ojos y lengua relamiéndose de lo rico que va a estar cuando se lo coma. Aunque, como me dice, “probablemente se lo comerán mis hijos”.


Luego, veo jugando con un balón a tres niños, dos son similares, morenitos (uno al que ya había visto en pijama) y, el otro, muy distinto y rubito. No sé si los tres son hijos de Tomeu o si alguno es primo o amigo de los niños. Hablo con el padre de mi viaje y me dice que van a llegar unos amigos a su cueva, que están haciendo un recorrido en bicicleta por la isla y que, con ese vehículo, iniciarán dentro de unos días el Camino de Santiago por la costa. Les están esperando para darles el desayuno. Me ofrezco para darles algunas ideas, puesto que yo ya lo hice a pie, también por la costa. Pero, por lo que me dice Tomeu, creo que mi opinión va a caer en saco roto, pues son de los que van con GPS y se ajustan matemáticamente a las indicaciones del camino que ponen en todos los libros habidos y por haber que llevan en sus faltriqueras. Sube a su cueva, que la tiene en sitio estratégico y que está perfectamente camuflada. Me habría gustado verla y así poder comparar con la que conocí ayer, la del cura prestada a los de Ciutadella. Pero no he dicho nada a Tomeu, pensando en que cuando vengan los amigos ciclistas ya tendré ocasión. Aunque la cueva está muy próxima al punto donde se bifurcan los caminos: el de cavalls y el litoral, ninguno de ellos pasa junto a ella. La señal rústica, donde pone dirección Cala Escorxada, pareciera que la hubiesen puesto ellos para desviar el tráfico y nadie se meta en sus posesiones. Este dato tampoco lo puedo confirmar, es pura intuición. 
 
Hay dos señales flecha de estas características en el entorno. Este tipo de señales no las he visto hasta ahora, ni tampoco las veré en las siguientes entradas y salidas a calas. Si es cierto lo que pienso, estos trogloditas son listos y se evitan merodeadores. Cuando todavía estoy en la playa, pero ya haciendo planes para empezar a caminar por el camí litoral, pasa Luis, de Valencia, que está aquí de vacaciones, mientras su mujer se ha quedado en casa. Luis prefiere madrugar y darse un paseo por la orilla, porque es la hora en que más le gusta la playa. Cuando regresa, le acompaño hasta la zona de rocas que ya se meten en Sant Adeodat. Cuando regreso, ya veo que llegan algunos de los ciclistas que van a hacer el Camino de Santiago. 
 

Luego veo cómo un hombre baja de la cueva y se baña. Al salir del agua, le pregunto si él es de los que va a Santiago y me dice que no, que él ha llegado corriendo y por eso ha bajado a bañarse, que los de Santiago son los de las bicicletas y se han puesto a desayunar. Como ya ha pasado mucho tiempo desde que los ciclistas han llegado, Tomeu no da señales de vida y, parece, no tienen intención de invitarme a desayunar, decido vestirme y marcharme hacia Cala Escorxada.


Cala Escorxada
El sistema de señalización es distinto que el del camí de cavalls. Un tocón cilíndrico, cortado por la mitad en su parte superior, formando un semicírculo y que, en su cara más visible, lleva una flecha que se orienta en las dos direcciones, así que queda claro que es un camino de ida y vuelta. La orientación de cada flecha es clave para seguir el camino que uno desea, sobre todo al llegar a una encrucijada. 



El camino es sendero, cuando puede, pero en ocasiones es de rocas, cuando toca y, a veces, están escalonadas, con los escalones labrados en vivo y en directo, “in situ”. ¡Me gusta este camí litoral! Saco foto de los dos sistemas de señalización. En granate, el camí de cavalls y en mádera, más rústico, el camí litoral. Aquí, las señales de las calas Galdana y Mitjana, no están nada bien orientadas y se prestan a confusión pero a mí, que ahora me encamino por el litoral, no me afectan. Creo recordar que la distancia a la siguiente cala es de 2,5 km, pero escribo de memoria. La parte inicial del camí litoral me va llevando por encima del acantilado. Paso pues por encima de la playa de Binigaus. Un nudista está entrando en el agua. El camino va cogiendo altura, pero luego irá bajando y subiendo, según lo que le obliga el terreno. Paso por un lugar en que puedo sacar una foto, donde ya se ve el alejamiento paulatino de las platges de Binigaus. Y, al fondo, el peñón donde están las cuevas y que, por la parte de atrás, que no podemos ver desde aquí, la cala de piedras Llucalari. Otra foto en donde se ve una roca que se ha convertido en piscina natural, pero que tiene una formación que muy bien pudiera no serlo, como aquellos corralitos que pude ver en Cádiz, hechos con intención de que quedaran allí atrapados los peces al bajar la marea. Tampoco esto me lo puede confirmar nadie. 


Ni siquiera un italiano con el que me cruzo y que me dice: “Molto bella”, ni un grupo de dos mujeres y un hombre a los que ya he visto pasar esta mañana por el sendero y que, ahora, regresan. En otro de los pequeños entrantes de mar, se puede observar lo límpido y azulado de estas aguas menorquinas. Tras un rato y no mucho caminar, llego a la bocana de entrada a la cala Escorxada. Una muestra de las señales del camí litoral, otra de una valla protectora para la seguridad del caminante pero, a la vez, invitadora para apoyarse el observador, y un velero, sin vela desplegada al viento, que sale hacia alta mar. 
 

Cuando bajo a la playa, tres mujeres que están en bikini se preparan para marchar. Pareciera que el baño ya se lo han dado. En el mar, hay un barco velero al fondo, el que yo creía en marcha y saliendo de la bocana, cuando lo he visto al llegar y, a poniente, una motora, con una mujer y un hombre desnudos. Leen la prensa. También hay una lancha neumática. 



Las tres mujeres me dicen que han estado hablando con las dos italianas, que son muy majas y que se han podido entender bien. Una de ellas es una mujer que habla mucho, a las otras dos ni les deja opción y las mantiene casi mudas. Para colmo, ella tampoco escucha. Tengo que repetirle que por la mañana las he visto pasar por Binigaus. Me dicen que en la cala Fustam hay unas cuevas muy bonitas, que no deje de verlas. Se van las tres. Alguien ha construido sobre la arena una escultura de piedras y, como adorno, ha puesto dos peras. Ni corto ni perezoso, las cojo y me las como. Serán mi desayuno de hoy. Doy gracias al dadivoso. 

Llegan y saludo a las dos italianas, pero no me paro a hablar y me doy el primer bañito en Escorxada. La playa es bonita, como un trozo de corona, no muy larga, y con una duna protegida en el perímetro más interior. Cuando me estoy secando, las italianas se van paseando, parece que muy interesadas en la flora del lugar, flora dunar. Cuando estoy seco y tumbado sobre mi toalla, decido ir también yo a investigar la flora, por si encuentro algo de interés.  Estando en la zona de duna que, teóricamente, está protegida por un grueso cordel, llega una motora con tres chicas y dos chicos. Veo cómo se van lanzando al agua para llegar a la playa. Primero, para dar ejemplo de machos, se lanzan los dos chicos; luego dos de las chicas. La tercera se resiste, argumentando que el agua está muy, pero que muy, fría. Por fin acabará echándose al mar. Grita como reacción al frío que parece sentir. Un gritito que más parece para llamar la atención que por otra razón. Una de las chicas le ha esperado y llegan, parsimoniosamente, a la orilla. 


Cuando los chicos están llegando a la arena, les digo: “¿y las toallas?”. “No hacen falta”, me responden, y se tumban directamente en la arena. Al rato de estar allí tumbados, se vuelven a su motora y, más tarde, les veré en cala Fustam. Regresan las italianas y, la mayor, se desnuda y se baña en el mar. La otra no, pero antes de bañarse, hablo con ella. La que está en el agua no dice ni palabra. Mientras ellas se bañan, yo me voy desnudo por el camino que parte de la duna y que está perfectamente delimitado por los pivotes y el grueso cordel.


Cala Fustam. Sandra y Mariano
El camino entre cala Escorxada y cala Fustam sigue la tónica del anterior; es también muy bonito. Como hay poca distancia entre ambas calas, llego enseguida. La primera visión de la bocana ofrece un arco en el roquedal más próximo al mar por el lado de poniente, pero que al bajar a la playa ya no lo volveré a ver. 
 

Bien es verdad que las rocas más próximas, entre la arena y el mar, también ofrecen entrantes, salientes, cuevas y pequeños desfiladeros. Lo peor es que en estas zonas hay posidonia seca que tiene, por el contrario, la bondad de sujetar la arena y que no se la lleve el mar con el oleaje. Cuando he llegado a la playa, hay un pequeño yate anclado, que pronto se marchará.  

También han llegado los cinco de la otra playa y, ahora, han lanzado una lancha neumática roja, que puede servir para acercar sus pertenencias a la playa o, como ahora, para que se tumbe y flote una de las chicas. “¿Dónde la teníais escondida?”, les pregunto y, sin darme respuesta, me saludan y se van nadando. Se ve que ésta cala les ha gustado más que la Escorxada. Ahora acaban de llegar en su pequeña motora, Mariano y Sandra. 

Sandra ya está en tierra, preparando el lugar donde colocar sus toallas y, Mariano, estira y suelta las amarras de su motora, me supongo que, para que quede mejor sujeto el anclaje. He hecho el camino desnudo, por lo que no tengo más que descargar mi equipaje en la orilla, evitando la posidonia, y me vuelvo a bañar. Hago mis pesquisas por las cuevas, una de ellas con fondo de piedras y otra, más bonita, a través de la cual se ven islotes y la parte del acantilado del Este.

Ya he cumplido la recomendación de las tres mujeres en bikini de cala Escorxada. Aunque es una playa bonita, no creo que esté aquí mucho rato. Estando en el agua, he saludado al grupo de los cinco y, tras saludar a Sandra y Mariano, me voy a hacer la inspección del lugar. Mientras veo las cuevas, la pareja se dedica a recoger plásticos y demás desperdicios. Me ha gustado lo que hacen y es algo que debieran hacer todos: “Llévate lo que trajiste y algo más”, decían al salir de la costa granadina y entrando en las primeras playas de Almería. Pero, mejor que recoger lo que otros dejan, es mejor que nadie deje nada. No hay nadie desnudo, pero ni me corto un pelo, ni me importa ser singular. A pesar de que hay mucha posidonia, también hay bastantes claros de arena. Cuando Mariano se acerca a las cuevas de mi lado, al lado contrario de donde ellos se han colocado, me pongo a hablar con él. Lleva emparejado con Sandra tres años. Ambos son separados y tienen cada uno dos hijos del primer matrimonio. Lo tienen bien organizado ya que, han hecho coincidir la semana en que les toca tener a los hijos y, de esa forma, disfrutan la otra ellos solos. Bueno, no tan solos, pues en común acaban de traer al mundo un perrillo que, ahora, está con ellos en la playa. Es tan discreto que ni me había dado cuenta. Hablo con Mariano de mi vuelta a Menorca y mi proyecto de hacer el perímetro de las otras baleares y también de mis otros viajes por la península ibérica. Se interesa por mi blog y me promete que entrará a verlo. Va donde Sandra y yo me doy el último baño. Al salir del agua, hablo con los dos y tenemos una muy grata conversación. Siguen cogiendo basura arrastrada por el mar o abandonada por desaprensivos, cuando yo me preparo y me despido de ellos. Unas veces la dejan recogida en un lugar determinado para que la recojan limpiadores de playa, y otras veces se la llevan ellos en su motora. Les menciono el cartel sobre lixo (basura) encontrado en Portugal, pero lo mezclo con el de Almería. Todo vale. Tras la despedida, continúo desnudo por el camino señalado.

Cala Trebalúger: Marc, Claudio y Víctor
Nada más subir un poco el acantilado, veo cómo acaba de llegar una barca más grande que descarga gente en la orilla. Lo siento por la pareja, se les acabó la tranquilidad a Sandra y Mariano. Ahora el camino a recorrer es más largo y, para colmo, el acantilado obliga a subir un gran repecho. Es muy vertical hasta llegar a la cima, pero tiene el aliciente que, desde arriba, se domina muy bien toda la playa de Trebalúger. 


Saco una foto en la que, cuando llegue a casa, tengo que comprobar si ya están en la playa los amigos que voy a hacer: Marc, Claudio y Víctor. En principio y visto desde arriba, me da la impresión de que no hay ningún nudista. Los que se bañan están también con bañador, y en los dos extremos ocurre lo mismo, así que desciendo hacia la playa dudando si vestirme o no. Me da mucha rabia tener que vestirme en contra de mi voluntad, siendo estas playas no urbanas y propicias al nudismo, pero dudo. Cuando llego a la playa, camino desnudo por la orilla. Todo el mundo está con bañador y, antes de llegar al centro de la playa, descargo mis mochilas y me echo al agua. Es desde el agua, al nadar hacia el centro de la playa, cuando observo que alguien más está desnudo en la arena. Veo una pareja y a tres chicos, así que salgo del agua con más tranquilidad, sabiendo que no soy el único nudista. Aunque he comido las dos peras, me gustaría llegar a cala Galdana a tiempo para comer, a una hora prudencial, ya que en estas playas no hay ni chiringuito, pero veremos cómo se desarrolla el encuentro con los muchachos. ¡Uno propone y el azar dispone! Son tres jóvenes treintañeros. También saludo al matrimonio nudista, ella se muestra más receptiva al recién llegado con sus mochilas. Luego ella nos sacará las fotos: dos con mi cámara y dos con la de Víctor. Claudio es cordobés y en cala Mitjana nos cantará y tocará la guitarra. Marc y Víctor, catalanes de Barcelona. Víctor está en paro, por lo que dispone de más días de vacaciones, aunque su dinero escasee, y los otros trabajan en Cataluña, Marc con un trabajo en precario, que se lo tendrán que pelear en equipo en la próxima licitación, ya que depende de Servicios Sociales del Ayuntamiento y, con la crisis, están haciendo muchos recortes. De Marc ya hablaré más tarde. Inicialmente, Marc se muestra el más receptivo, también Claudio; el que menos, va a ser Víctor, pero hasta que los otros se vayan al agua y yo me quede charlando con él. Cuando esto ocurre, le cuento anécdotas de mi viaje y de la vuelta a la península. Continúo cuando los otros dos regresan de darse el baño. Se ve que están a gusto conmigo y yo también lo estoy con ellos. ¡Por fin un rato desnudo con otros nudistas! Si no fuera por mi deseo de comer, me quedaría toda la tarde con ellos. Les cuento la anécdota del inglés de Cala en Porter y sueltan la carcajada. Claudio es Mediador en Conflictos. Pertenece a una empresa compuesta por cuatro miembros, y están actualmente contratados por el Ayuntamiento de Barcelona. Es un ayuntamiento muy sensibilizado con los temas sociales pero, con la entrada del PP, menos sensible con estos temas, temen que van a tener problemas para la renovación. El trabajo que hace le gusta a Claudio.  
 
Víctor se acaba de quedar en paro. Pertenece al gremio de hostelería y le ha tocado hacer de todo. Trabajaba en un hotel pero, al cambiar de director por una mujer, a la que han asignado una función ingrata, despidos a barullo, la gente está muy descontenta. Tenían mucho contratado estable a los que tenían ya que hacer contrato indefinido, por llevar más de un año, así que, a todos, los han ido echando poco a poco. No está preocupado. Piensa seguir en el paro unos meses y, después, intentará encontrar trabajo en Menorca, que prefiere a Barcelona. Le cuento a Víctor el uso que hacía el franquismo de su nombre como símbolo de Victoria, y le hablo del Víctor que había en las islas Cíes y que ya habían desmochado cuando pasé por allí. Me dijeron que en setiembre de 2006 lo iban a quitar. ¿Lo habrán quitado ya? Lo ilustré en mi blog con un recorte de foto de un periódico. Víctor es el que mejor conoce la isla y es el que va proponiendo a sus amigos los lugares a visitar, los mejores para disfrutar. Hoy tienen intención de ir a darse barros a cala Pilar, donde disponen de cuevas para dormir. Va a ser su última cena en que estarán juntos y tienen que aprovisionarse de alimento y bebida en el supermercado. Apenas les queda un tomate y sólo 10 € a cada uno para gastar. Así que no creo que tengan para lanzar cohetes. Podrían gastarse algo más, pero se han propuesto ser frugales. Mañana Claudio y Marc se vuelven para Barcelona. Víctor se queda en la isla. Mientras estaba hablando con Víctor y los otros dos se bañaban, han aparecido por el lado de poniente, unos deportistas con sus kayaks que se ve que han hecho un descenso por el río. Luego se verán las consecuencias. ¡Se está tan bien tumbado en la playa! ¡Los baños son tan gratos! ¡El agua está tan deliciosa! Sin embargo, estando dentro del agua, llegan ráfagas de agua más fría, como si hubiera filtraciones de agua dulce o corrientes extrañas. Al marchar veremos que hay un entrante de agua dulce a poniente, que deberemos pasar para salir de la playa por aquel lado. En un momento dado, pienso que puede haber entre ellos algo más que cariño de amigos, quizás alguna relación homosexual, y me lo niegan rotundamente. Yo lo acepto, puesto que no tengo ningún argumente que lo avale y, además, porque me merecen toda la credibilidad. No sé si ellos van a poder llegar hasta cala Pilar, donde me bañé, pero no encontré ni agua dulce, ni barros. En uno de los baños, pregunto a Marc por su profesión. Es informático y su trabajo consiste en tener en perfecto estado todo el sistema de ordenadores de la Universidad de Barcelona. Este trabajo, cada vez le gusta menos y estar todos los días ocho horas haciendo un trabajo a disgusto no es para entusiasmar. Para colmo hace tres semanas que rompió con su novia, porque tampoco su relación era como para echar cohetes. Así que los tres amigos están en un momento álgido de sus vidas, un momento muy importante de cambio y toma de decisiones. Lo que más claro tienen es su deseo de mantener su amistad y quizás es lo que más me ha emocionado de este grupo de amigos. Es evidente que se quieren. Estoy tan a gusto con ellos, que ya he renunciado a comer a mediodía; comeré cuando pueda. Comparto con ellos mi experiencia de vida, de pareja, de padre con dos hijas, de mis nietos que, desde 2009, ya son cuatro y ellos comparten sus dudas, que son tan universales y que, el momento de crisis mundial, económica y de valores, tampoco es el que mejor ayuda. Tienen dudas de cómo completar el día, su día de despedida. Tienen claro que la compra de algo para cenar en el supermercado la tienen que hacer y que no hay otra solución que ir a cala Mitjana, puesto que allí han dejado aparcado el coche. La duda está en decidir a qué playa del norte les conviene más ir. Tienen claro que ha de ser a una con cuevas donde guarecerse, pero pudiera ser cualquier otra donde pudieran aparcar cerca el coche, que les serviría de cobijo. Inicialmente habían pensado en cala Pilar, pero, poco a poco, va ganando fuerza la opción Algaiarens. 


Cuando salimos de la playa, nos despedimos de la fotógrafa y comento con su marido sobre la suciedad que esta entrando de la zona de Poniente, como proveniente de agua estancada y que va amarilleando la orilla y lo que era blanco de la espuma de las olitas. Resulta poco grato, más bien desagradable.

Despedida en cala Mitjana
Ellos se visten, pero yo me resisto a hacerlo, mientras no lleguemos a la siguiente cala, que será más urbana.  


Salimos de cala Trebalúger por el lado de Poniente pero, para subir a la roca de la que parte el camino, es necesario atravesar la desembocadura del río que viene del interior y que nos permite observar que es el causante del ensuciamiento del agua de mar. Pasamos de un salto el riachuelo y lo fotografío para ilustrar esta desgracia. 





Al pasar al otro lado, rebobino, y me acuerdo de los paletistas de los kayak, los que han llegado cuando hablaba con Víctor, lo que me hace pensar que, al pisar ellos el agua estancada que se acumulaba en la bocana del río, es esa agua verdecida la que está amarilleando la orilla del mar. Probablemente la marea alta haya contribuido a que se extienda. Arrancamos por el camino y será un bonito paseo. 
 

Cuando nos cruzamos con algún grupo que va en dirección contraria a la que nosotros llevamos, me camuflo entre los tres que van vestidos para evitar problemas. Cuando bajamos hacia la cala Mitjana, hacemos una parada para la toma de decisiones final, Claudio desenfunda su guitarra y toca y canta una canción que me resulta muy agradable. 



Él dice que todavía no ha aprendido a tocar muy bien la guitarra, pero sus amigos y yo no compartimos la misma opinión. A mí me parece que suena genial y muy bien armonizado lo tocado con lo cantado, pero, en este momento, ya no recuerdo ni la música, ni la letra de la canción. ¡Qué memoria tan frágil! Continuamos el paseo, que ha sido un bonito colofón al precioso encuentro, y llegamos a la cala Mitjana donde, como es una playa muy familiar, ya no tengo otra opción que vestirme. En el aparcamiento, me despido con un par de besos y un abrazo a cada uno de ellos y, con mis mejores deseos de que no pierdan tan bonita amistad, que acierten en las decisiones transcendentales que están a punto de tomar, y nos decimos adiós. ¡Hasta siempre! Pero no nos intercambiamos dirección de correo alguna. Si por un casual entráis en este blog, amigos, hacerme algún comentario al final de esta jornada. Me gustaría mucho saber qué va siendo de vuestras vidas. Yo continuaré buscando amigos por Europa.


Baño en Pedreres de Mares
Después de una tarde tan bonita con Claudio, Marc y Víctor, por respetar el orden que me marca el alfabeto, me quedo solo en cala Mitjana. En principio, paso de esta playa tan familiar y me voy hacia el lado más a Poniente, que también es más rocoso, pero donde todavía hay algo de arena seca. 

Bajo por las rocas, me desnudo, me doy un baño y me seco protegido por entre las rocas. Entre dos rocas más grandes, están charlando un joven blanco con otro negro. Están tumbados en el hueco que queda. Tienen una postura bastante inverosímil y el cuerpo casi retorcido, mientras que a uno casi le llega el agua a los pies. Una vez seco, me visto y sigo adelante.

Cuando estoy subiendo por la roca, una pareja de asturianos, chica y chico, me preguntan si sé cómo se llama esa playeta y, como no sé otro nombre, les digo que tendrá el mismo que la cala, Mitjana, y que dará nombre a toda la cala. Pero, cuando llego arriba, leo un cartel en el que dice: Pedreres de Mares. Así que mi baño no ha sido en cala Mitjana, sino en Pedreres de Mares.
Cala Santa Galdana
El camino sigue siendo bueno. Pero pronto llego a zona urbanizada, zona de casas y me encuentro a un hombre joven que pasea a su niño en una sillita. Aparece también la madre de la criatura que acaba de asomarse a un mirador que permite ver el panorama marino. Me informan del lugar por donde puedo bajar hacia la playa, pero primero me asomo al mirador para contemplar el paisaje. Saco una foto del panorama playero, que es como un semicírculo. 
 

Luego me enteraré que esta cala pertenece a Ferreries y, a partir del hotel que está en el fondo, a Ciutadella. Así que me voy acercando a terreno conocido y que ya me es familiar. Oigo llamar: ¡Ibon! Vuelvo donde la pareja con niño y resulta que son de Bilbao, llegaron ayer, siendo hoy su primer día de vacaciones. Me dicen que, pasado un hotel, que va desde el paseo en que estamos y baja hasta la playa, encontraré unas escaleras que me llevan directamente al paseo marítimo. Acierto que Ibon tiene dos años por la referencia que tengo de mis dos nietos menores, Gari y Jokin, el primero nacido en 2008 y el otro en 2009. Me despido de ellos y sigo sus instrucciones para llegar a la playa. La playa de Cala Santa Galdana está muy animada pero lo más urgente para mí es comer un tentempié que me mantenga vivo hasta la hora de la cena, pero tengo la fortuna de encontrar un lugar donde ofertan comida durante todo el día. ¡Qué genialidad! ¡Cómo echaré en falta estas fórmulas cuando camine por tierras francesas!

Es Passeig (Ferreries). Comida-cena
Esta circunstancia me obliga a reconocer que todo me ha salido bordado. He podido disfrutar con los amigos en la playa de Cala Trebalúger y llego a Galdana a mesa puesta. Pido berenjena al estilo menorquín, que casi parece una lasaña con su capa de queso fundido y gratinado y que me sirven en cazuela de barro, dos huevos fritos con seis tajadas finas de tocineta, y un entrecot sangrante, que sangrará poco y con unas patatas fritas con un sabor raro, como si estuvieran primero cocidas y luego fritas y el salero que me dan tiene una sal que no sala. No hay postres caseros y las fresas que me ofrecen no van con nata sino con helado, así que prefiero pedir melón, aunque no me aseguran que esté muy dulce. Me acuerdo de Luisa y del dicho de que, "por la noche, mata" pero, como no es de noche y de aquí a la hora en que me voy a acostar todavía va a transcurrir mucho tiempo, ni me preocupo. Tendré tiempo de sobra para mearlo y no me producirá indigestión alguna. ¡Eso espero! Cuando estoy comiendo la carne (ahora dudo si era entrecot o bistec), avanza por el paseo Conchi, una actriz amateur donostiarra, compañera de teatro de mi amiga Maxi, y que actúan juntas con el grupo Berpiztu. Dejo de comer y le saludo. Va con su marido. Le cuento lo que estoy haciendo y siguen su paseo. Cuando vuelvan a pasar me volverán a saludar. Mientras como, he dejado al jefe que ponga mi móvil a cargar. Me dice que a las seis sale de trabajar y que tiene un par de horas libres y vuelve a las ocho. Pero hoy no será cierto que sea eso lo que haga, ya que el trabajo le impide ausentarse hasta las 19:30 h, así que sólo tendrá tiempo para darse una ducha y volver. La camarera se ha ido antes y, esta media hora última sólo se quedará el camarero, un chaval joven, que es el que me ha traído los platos y el que me ha explicado lo que es la pomada: ginebra menorquina con gaseosa. A lo mejor pido una cuando termine la media de tinto. Me cambio de mesa porque la mía ya se ha quedado en sombra y siento frío, y me traslado hacia poniente, a lo que dure el sol. Pido la pomada y la cuenta y pago con Visa 39,40 €. Pienso en los catalanes y me avergüenzo de que, yo solo, me he fundido más que el presupuesto de los tres. Esto confirma que los dos pagos más fuertes que he efectuado en esta isla, en hostelería, los he hecho en Ferreries. La pomada está buena, pero menos que el gin tonic de Beefeather, pero espero que siente mejor a mi cuerpo y no me afecte al sueño por la ausencia de quinina. ¡Que así sea! Y ¡Así será!


Móvil changao
Cuando el hotel que se ve a lo lejos y que ya está en terreno de Ciutadella, me oculta el sol, siento más frío y decido marchar. Agradezco la atención prestada y, cuando voy a sacar una foto en que se ve un ventanal en la roca, me acuerdo de que no he recogido el móvil. Regreso cuando el que me lo ha puesto a cargar ya ha regresado de darse la ducha; me lo da y me guarda el cable en una cremallera de la mochila. Intento conectarlo y, al igual que por la mañana, la almohadilla no me lo habilita para hacer llamadas. A pesar de mi presión, continúa la imagen de la llave, está bloqueado. Lo apago, lo vuelvo a encender, me sale para poner mi número clave, pero no me deja meterlo. Cuando intento apagarlo para que no me gaste la batería, tampoco puedo hacerlo y se pasará toda la noche encendido iluminando el garito del socorrista.

Serpentaria
Voy caminando hacia el hotel que me ha apagado el sol. Cruzo un puente sobre el canal. Unos patos mueven sus patas palmípedas y los inmortalizo para mi blog. No sé si son patos de Ferreries o de Ciutadella. Estoy en terreno híbrido. No me doy cuenta de que el camino orienta del puente hacia la izquierda y continúo ladeando el hotel pero, de regreso, me encuentro con Nano y Silvya, de Gijón, que vienen de la playa de Macarella donde "ya no quedaba casi nadie en la arena y alguno en el bar", me dicen. 
 

Les hablo de mi viaje a Santiago, de Contrueces, de Tapia de Casariego, de las playa de Las Catedrales, donde lo abandoné, en Lugo, de los acantilados más altos del continente europeo y me piden mi dirección del blog. “¡Entraremos!”, me aseguran. Está oscureciendo rápidamente, pero aún puedo sacar alguna foto. El camino es ancho y se puede seguir bien, pues las señales son adecuadas y están en los lugares estratégicos. La luna, ya en forma de balón de rugby, está iluminando en lo alto. Por fin llego a las escaleras de acceso a la playa donde voy a dormir.

Macarella
Trato de fotografiar esa escalera peculiar, de madera, pero no se me acciona el flash y la foto no sale. Me parecía bien diseñada. No sé si me acordaré mañana de regresar antes de marchar hacia Macarelleta. Cuando estoy llegando a la playa, una chica me dice que, cuando ella ha salido, aún había luz en el bar pero, cuando llego, ya no se ve nada. 



Paseo por la orilla para comprobar en qué lado sopla menos el viento pero, finalmente, decido dormir en el puesto del socorrista. Así estaré aislado de la posidonia. Para protegerme mejor del aire, trato de mover el arcón, que está vacío, pero resulta que está fijo. Pongo las mochilas del lado que más sopla el aire, que es la parte frontal, hacia la bocana y que me quitarán el aire del cuerpo y de la cabeza. El suelo resulta más duro que la arena, pero dormiré suficientemente bien. Siento no poder apagar el móvil y cuya batería se me descargará de nuevo sin haberlo podido usar. La luna está muy luminosa, pero no me molesta. El techo del puesto de socorrista, tampoco me dejará hoy disfrutar del firmamento. No orino antes de acostarme, porque ya he meado por el camino. A lo lo.


Otro día genial
Lo mejor del día, no voy a repetir todo, ha sido el encuentro con Víctor, Marc y Claudio. Todo el paisaje y el disfrute desnudo, en las playas en que he estado, también me han permitido gozar de mi gusto por la libertad. El rato en la playa de Binigaus con Tomeu y comentarios con paseantes, también ha estado bien. Escorxada y, sobre todo, en Fustam, con Mariano y Sandra, los ecologistas preocupados por dejar limpia la playa y la comida-cena en Es Passeig de Cala Santa Galdana, donde he podido recobrar fuerzas para continuar, son también algo a no olvidar.


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