lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 01 (243) MENORCA Ciutadella-Cala Morell




M E N O R C A



Etapa 01 (243) 03 de junio de 2011, viernes.
MENORCA-Ciutadella-Cala N’Forcat-Cala en Blanes-Punta Nati-Cala Morell.






Advertencia previa
Como sabéis, mi intención es dar la vuelta a cada una de las islas Baleares, lo más próximo a la costa que pueda. Con esa intención inicio la marcha por la isla de Menorca pero circunstancias, que en su momento explicaré, me llevan a visitar Ferreries, que no figuraba en el plan, y Alaior, que tampoco.

Desayuno en El Diamante
Salgo del puerto caminando y hago unas fotos según me voy alejando del Balearia. Pasamos una zona porticada y José María piensa que allí nos retendrán para trasladarnos en algún vehículo al exterior, pero lo que él cree no se cumplirá y saldremos andando. A él le espera alguien, pues ha alquilado un coche y, aunque me invita a subir, le agradezco y nos despedimos definitivamente. El lugar de salida es confuso, todavía está en obras y, aunque la ciudad ya la estoy viendo, hacia el Norte, entre las carreteras que veo no acabo de saber y decidir cuál es la que debo coger. 
 

Finalmente, decido ir bordeando el acantilado. Después de sacar algunas fotos como despedida del Balearia, saco una hacia la ciudad, hacia una torre vigía; un castillete circular (luego comprobaré que no lo es) que creo está entre los puertos y más próxima al viejo que, por el lugar en el que está ubicado, es un puerto mucho más bonito que el actual, aunque sea de menor calado. 
 


No puedo continuar por el acantilado hacia la torre, pues un entrante de mar me lo impide. Este brazo de mar culmina en una playa. El camino que va por las rocas es bastante bueno, pero cuando estoy a punto de llegar a la playa, casi se malogra, pues se pierde por las últimas rocas. A pesar de ello, logro bajar a la arena. 

He sacado fotos de los dos lados del brazo de mar, una especie de fiordo, pero en pequeño. Unas las oriento hacia el centro, para que se vea la anchura y las plataformas que hay a ambos lados para que los bañistas se puedan tirar desde arriba y para después acceder a las rocas amables cuando se quiera salir del agua. El agua está limpísima y no se observan desperdicios ni elementos flotantes. Se ve que los usuarios cuidan la costa que la naturaleza les ofrece. 
 
 

Otras fotos las oriento hacia la salida al mar y otras hacia la playa, que es de peor arena que la que de lejos se podía sospechar. Pasada la playa ya estoy entrando por entre calles. Una madre joven que viene con el coche de su niña, se las ve y se las desea para pasar por la acera, ya que un árbol plantado en ella apenas le deja el paso suficiente. Le ayudo y pasa. Es ella la que me orienta hacia El Diamante. 
 

Me siento en la terraza y pido descafeinado con leche, croissant y, ¡cómo no!, ensaimada (3,50 €). Cuando Miquel me habla del camí de cavalls, ya no me suena a música celestial, puesto que ya es la segunda vez que lo oigo mencionar en esta mañana. Cuento un poco de mi proyecto, pago, prometo visitarles al regreso de la vuelta a su isla y me voy hacia Información, que está camino de la Catedral.


Visita rápida a Ciutadella. La Catedral
Primero, una mujer me orienta hacia la pirámide que, interpreto, se refiere al obelisco del tipo reina Hatchepsut (como el de la Concordia de París o el de Trafalgar Square en Londres, pero de menor tamaño). En información me ofrecen plano de la isla, por el que no me queda más remedio que pagar 1 €. No me arrepentiré, pues me va a guiar muy bien.


Es un mapa que me gusta, en el que aparecen la mayoría de las playas; las mixtas con letra en color marrón y las nudistas en color negro y/o verde. Había otro mapa gratuito pero estaba peor indicado. 

 



Llego al ajuntament que es un edificio interesante y que visitaré al salir de la ciudadela. A la entrada se ven otros edificios nobles. 
Junto a la torre Saura, me meto en la ciudadela y visito la catedral por dentro. Las calles no son muy anchas, pero luego se irán estrechando más, hasta llegar a una plaza. Este año, al no llevar cámara analógica, voy más tranquilo, pues no tendré que comprar rollos de diapositiva, ni tampoco tendré necesidad de mandar paquete a mis hijas con los rollos impresionados con las imágenes del viaje, como tuve que hacer en mi vuelta a la península: Luarca, Caldas da Raina, Adra e Igualada. 
 

En aquellas ocasiones, aproveché para incluir en el paquete el Moleskine completo (como ocurrió en Adra con el primero) y folletos y planos de provincias que ya había usado. En casi todos los casos pude desprenderme de aproximadamente un kilo de peso. Ahora, las imágenes no pesan y sólo tengo que preocuparme de cargar la batería cuando la Olympus empieza a reclamar más energía. 







Muchas veces lo haré en los albergues o lugares varios bajo techo donde pernocte, pero en ocasiones la necesidad de carga me sobrevendrá cuando estoy caminando, para lo cual no son malos los establecimientos hosteleros donde desayune, coma o cene. En este viaje, siendo en verano, es poco probable que pueda cargar la batería de mi cámara digital mientras esté durmiendo en las playas. ¡Como no lo enchufe en mi nariz! Pero continuemos por la ciudad de Ciudadela, valga la casi redundancia.



Salgo de la Catedral, que está en un espacio relativamente abierto. Como decía, las calles ya se empiezan a estrechar. 




Algunas tienen espacios porticados encalados, que añaden luminosidad al paisaje y que ofrecen espacios en claroscuro que lo hacen bello o, al menos, de tonalidades gris-azuladas, que a mí me agradan. 

 


Algunos pórticos en cuyos bajos no hay establecimientos comerciales, están expeditos para poder caminar por ellos pero, cuando hay tiendas, los comerciantes aprovechan estos pórticos para exponer su mercancía y meterla por los ojos a turistas y autóctonos, algo propio de la sociedad de consumo en la que nos vemos obligados a vivir y que, en la mayoría de las ocasiones, al ocupar espacio público, hacen incómodo el deambular peatonal. 

 



En estos lugares, en donde la cantidad de agua de lluvia que se recoge es escasa, estos pórticos cumplen más función de protección solar. Pero, sea para la protección del agua o del sol, estos espacios debieran estar libres de tenderetes de exposición de mercancías. 
 
 



El que necesite comprar algo, que vaya dentro de la tienda, pero entre que los comerciantes quieren vender y los ayuntamientos quieren recaudar más impuestos por la ocupación del espacio público, las terrazas de los bares no son más que otro ejemplo, los que pagan los platos rotos son los viandantes, pues resulta muy difícil deambular por las ciudades. Reflexión a la que me lleva esta visita a Ciutadella.




Ajuntament y salida por el puerto antiguo
Regreso por el mismo camino y, como decía, ahora me recreo más en el Ajuntament y entro hasta donde me lo permitan. Así veo una bonita escalinata y llego al salón, que puede ser de plenos o de casorios, o de ambas cosas a la vez. Le llaman la Sala Gótica. 


Como en muchas otras ciudades importantes de España y Ciutadella lo es, no en vano fue la capital de Menorca, antes de que intereses foráneos trasladaran la capitalidad a Maó que, dentro de unos días, visitaré. 


Salgo del ayuntamiento y me dirijo, descendiendo, hacia el puerto y, desde este descenso, consigo otra visión del edificio donde toman decisiones los ediles locales. Antes, desde arriba, he sacado una foto de la última dársena portuaria.


 



 
Ya abajo, la visión que me reporta el puerto, una vez liberado de los barcos de gran calado que ahora ya recalan en el nuevo, como el Balearia que me ha traído, es que la mayoría de barcos que veo son pequeños yates deportivos, algunos veleros. 




Sigo bajando y llego al puerto, desde donde saco alguna foto. El gran muro inclinado que, de alguna manera, soporta el ayuntamiento, llega hasta el puerto. 


Alejándome hacia la bocana, los dos edificios más imponentes que destacan en la meseta son: la Catedral y el Adjuntament; todos los demás, aún habiendo otros importantes, forman parte de la amalgama de edificios propios de una ciudad intramuros. 

 

Cuando llego a la Terminal Portuaria, saco una foto del conjunto y me voy despidiendo de la ciudad a la que tardaré doce días en volver. 


Ya fuera del puerto, veo una escultura maciza que representa una especie de entre leona y oso, pero que no podría asegurar qué animal es; ciertamente da una sensación de fortaleza, de caminar seguro, de saber a dónde se dirige. Yo también. 

 
Llego a la altura del Castell de Sant Nicolau y, luego me dirijo hacia la bocana de salida del puerto al mar y compruebo cómo la torre que, al llegar, me había parecido redonda y con almenas, propio de una torre vigía, ahora veo que es de planta poligonal, probablemente en forma de octógono o de cuadrado con las aristas truncadas o achaflanadas, de tal forma que los chaflanes son muros más estrechos que los otros cuatro. 


Pero, para asegurarlo, necesitaría una visión aérea que el caminante no puede conseguir, aunque sin volar, su imaginación vuela y, si no vuela realmente, no será por falta de ganas. Sólo lo puede conseguir en algunos sueños y suele ser un vuelo rasante, no de altos vuelos. La experiencia de Ícaro quizás le invita a la represión de esos impulsos juveniles.



Buscando el camí de cavalls. 
Primer baño en Menorca
Ya estoy saliendo del puerto, ya me voy alejando de la ciudad, y me encuentro con un hombre que me dice que asesoró para el trazado del camí de cavalls. Le pidieron su opinión y él la dio y siente cierto orgullo por el resultado. Me desea suerte. Ya estoy a deseo de darme un baño y, con tantos entrantes y salientes de mar, me voy fijando en todos los recovecos para encontrar un lugar discreto. Pero la carretera pasa muy próxima a estos pequeños acantilados y no acabo de ver el lugar más conveniente para refrescarme un poco. 
 

En una de las revueltas, dos chicas ascienden a la carretera; suben del mar. Me parece que el lugar es discreto y me animo a bajar. Un chico que está con bañador en la zona de arena, me informa de que hay medusas. Veo algo de gelatina flotando pero ninguna medusa viva. Me desnudo y me doy un baño en bolas. Cuando me estoy secando veo, en la zona de boyas amarillas del otro lado, cómo un chico se ha echado al agua, nada y luego se ha puesto a secar y tomar el sol enfrente de donde estoy yo. Una vez seco, me visto y me voy. Subo a la carretera por la misma escalinata por la que he bajado. Estoy buscando el arranque del camí de cavalls. Las ciudades, a veces, suponen una ruptura del camino y suele ser costoso encontrar el arranque del correcto para continuar.



Este es el caso pues, cuando creía que lo había encontrado y ya voy cantando victoria, me encuentro con unos edificios costeros que se apropian del acantilado y no permiten el paso. Lo intento, pero en vano, y no me queda más remedio que retornar a la carretera, después de haber pasado por entre muretes privados y pequeños precipicios. Ya he dejado atrás el faro de Ciutadella y me sitúo a la altura del puerto en que quedó amarrado el Balearia que me ha traído a Ciutadella. 
 
Ahora, las nuevas mansiones que se enseñorean desde encima del acantilado, que ya empieza a ser potente, al menos, permiten un amplio espacio de roca bastante lisa, por el que se puede caminar sin peligro. Me queda la duda de si es espacio privado o público, puesto que las mansiones tienen sus piscinas muy a la vista y francas para que pueda acceder a ellas cualquier merodeador. No seré yo quien lo intente, puesto que donde tenga mar me sobran todas las piscinas del mundo mundial. Una vez pasada la zona construida, el acantilado se presenta ya en todo su esplendor, pero lo que era roca más o menos plana, ahora empieza a tener aristas con altibajos que me llevarán a hacer un combinado de paseo por roca y por carretera. 



Vista la geografía costera desde el acantilado, no se puede predecir en qué momento el entrante de mar desemboca en playa. Esto no ocurre hasta que no se está encima y, aún así, a veces resulta muy difícil encontrar el lugar adecuado para acceder a ellas. Cuando llego a la Cala en Blanes, serán unos socorristas los que me ayudarán para indicarme por dónde están las escaleras que me llevarán hacia la Cala en Brut. Por allí, llegaré a la playita primera y, por detrás, a la punta más exterior del lado Norte. Todavía estoy en el Poniente de la isla. El Balearia ya navega por la costa. Se va acercando la hora de comer, entro en urbanización y veo menús asequibles, pero me acerco a la siguiente cala para darme otro baño antes de la comida.

Cala N’Forcat
Cala N’Forcat es una pequeña cala que pertenece al conjunto poblacional de Cala en Blanes. Veo que salen por un camino tres chavales que vienen con el bañador mojado, así que me dirijo hacia el lugar de donde ellos vienen. En una rampa, que tiene algo de musgo, me doy un rico baño. Se oyen voces cercanas de niños, pero donde estoy oculto nadie me ve. Me seco al sol. Enfrente, al otro lado del entrante de mar, hay un hotel, pero está lo suficientemente alejado como para que nadie se moleste. 
 



Un hombre baja la cuesta y se va a meter al agua por la rampa, sin darse cuenta de que está musgosa y se puede resbalar. A duras penas, haciendo una especie de danza, consigue mantener el equilibrio y no caer; así entra en el agua. Una vez seco, me visto y asciendo una pequeña colina, desde donde veo como se bifurca, o trifurca, la cala en estrechos canales, y también a los niños a los que antes sólo oía su voz y otras familias. Se trata de la cala N’Forcat. 


La cala es muy bonita, caprichosa, pero tiene el inconveniente de tener sobre ella el hotel que antes he visto desde mi lugar de baño. Supongo que el mayor inconveniente será que, este hotel, en las horas del amanecer y las primeras de la mañana, cuando el sol tiene menos firmeza, dejará sin sol esa parte de la playa. Esta cala, en sus ramificaciones más extremas, tiene zonas de arena muy fina, especial para estar con niños pequeños que chapotean pero que todavía no han aprendido a nadar. La parte principal de la playa es más arenosa. Subo unas escaleras, paso junto al hotel y me acerco al Café de Ponent.


Comida en el Café de Ponent
Continúo en Cala en Blanes. Cuando me siento a comer, todavía no sé que voy a pasar más de 24 horas sin probar bocado. En el Café de Ponent me ofrecen un bistec con patatas fritas, ensalada, pantumaca, tiramisú y bebo una cerveza; pago 17 € y dejo uno de propina. La ración de tiramisú es más grande de lo que suele ser habitual. La camarera que me sirve es argentina, pero lleva ya muchos años en Barcelona. Cuando acabo de comer, me cambio de mesa para ver mejor el partido Nadal-Murray, pues desde donde estaba no distinguía bien los números del tanteo (pasarán menos de dos veranos y en las costas francesas del norte, belgas y holandesas, ya tendré que ir acompañado de gafas y las de repuesto en su funda, un inconveniente que se añadirá a mis viajes futuros). 
 
Además de ver el partido de tenis intermitentemente, también empiezo a contar en mi diario lo que me va ofreciendo el viaje que acabo de iniciar y que ahora, más de dos años después, os narro. Nadal ha ganado el primer set 6-4, pero en el segundo van empatando y Nadal está cometiendo grandes fallos. Mañana, leyendo el periódico en Ferreries (¡qué pinta Ferreries en un camino costero!”, diréis. Pues, mañana, lo sabréis), me enteraré de que Nadal ganó los tres sets y que Federer ganó también a Djokovic. ¡Un bonito regalo de cumpleaños! Escribo hasta ponerme al día y continúo en un combinado de acantilados y carretera.

Últimos acantilados de la costa de Ponent.
Cuando voy por el acantilado, encuentro a padre e hijo pescando. El padre me dice: “no hay nada que pescar”. El joven no habla y el pescador se queja de las barcas que echan sus redes y arrasan con todo. Me señala una boya con un banderín y a la barca que está rodeándola para retirar de la red los pescaditos que se hayan quedado adheridos a ella. Me dice: “a veces, algo se les escapa y pica en nuestro anzuelo”. Llego a una zona en que el acantilado abrupto se suaviza y ofrece unas rocas inclinadas. Son las cuatro y empieza a llover. Tres jóvenes del lugar que, aunque no son madrileños, se esconden bajo protector para que las cuatro gotas de lluvia no les mojen. Al decirles “madrileños”, ponen una cara que podría dar a pensar que alguno lo fuera. Por lo que parece, nunca habían oído esa expresión. Yo la empleo para designar a los finolis de cualquier capital, desde la opinión que de ellos tiene el procedente de cualquier pueblo rústico. Pasado este tramo inclinado, el acantilado vuelve a tomar la forma anterior con su magnificencia, a la vez que las nubes dejan de soltar agua. Ha sido una falsa alarma pero, por la noche, me llevará a buscar cobijo bajo roca.

Hacia Punta Nati. Recolectores de alcaparras
Sigo adelante en una costa que sigue mostrando más abruptos acantilados y nuevos entrantes de mar, que empiezan a ser menos accesibles. Por el interior voy dejando en lo alto la Torre del Ram, a la que ni me acerco. Finalmente llego a una verja con indicador expreso de “prohibido el paso” pero, de lejos, he visto cómo entraban por allí Hugo con sus hijos, niño y niña. Todavía no estoy en el camí de cavalls y esto me empieza a preocupar. Para informarme trato de dar alcance al trío, pero están muy lejos y me costará llegar hasta ellos. Como veo que en la costa hay pescadores, pienso que ellos irán a lo mismo, a pescar, pero veo que se paran y comienzan a recoger algo de unas plantas que crecen entre las piedras. Al parar ellos, les doy alcance y compruebo que recogen unos frutos verdes que, me dicen, son alcaparras. Hugo y sus dos chavales son mexicanos y recogen alcaparras para obtener una ayuda que mejore su economía. Aunque la mayoría de la gente que las recoge, como luego veré, encurte las alcaparras en casa para su propio consumo, supongo que estos mexicanos, que quieren subsistir y mejorar las condiciones de vida que tenían en América, tendrán quienes se las compren. Me informan que se cogen las de tamaño mediano, ni muy pequeñas, ni muy grandes ya que, estas últimas, están a punto de convertirse en flor, una flor que, como veréis en las fotos, tienen unos pétalos blancos muy livianos, y que se abren como si fuera una explosión algodonosa de sépalos y con tintes púrpura, podrían compararse con el plumón de ordenadas pequeñas plumas de ave. Conocida la planta y sus frutos, ya no se me olvidarán y las reconoceré en los distintos lugares en que me las vuelva a encontrar a lo largo de mi viaje y en las distintas islas. No sé si estos mexicanos conocen o no la técnica del encurtido, ni si venden sus alcaparras encurtidas o al natural. Tampoco es lo que más me interesa, ya que es un producto que nunca compro y que, si alguna vez me han aparecido en algún plato condimentado fuera de casa, trato de apartarlas o de comérmelas al inicio, por ser una de las cosas que menos me agradan. Supongo que es cultural, debido a mi falta de costumbre y que, para los que las consumen desde niños, por hábito familiar, serán de degustación exquisita, si no, no habría tanta gente recogiéndolas, como luego veré. Lo que me interesa es saber por dónde va el camí de cavalls, algo que ellos ignoran. Les pregunto si la prohibición de paso es para coches o peatones y Hugo me dice que es para todos. Me despido de ellos y continúo. 


Llego a un lugar en que no puedo seguir adelante, pues parece un lugar municipal para el tratamiento de residuos y un hombre, que está haciendo tareas de mantenimiento, me dice que siga hacia la ladera y, por allí, detrás de un murete de piedra, encontraré el camino que busco. Agradezco la información, salgo del recinto, atravieso el portón de la verja por la que he entrado antes y que indicaba la prohibición de paso y, por primera vez en mi primer día en Menorca, doy con el camino recomendado. Hugo y sus niños ya se han pasado a la falda de la loma para seguir recolectando en sus bolsas las alcaparras que les darán bienestar económico, que no alimento. Pregunto a Hugo si le puedo sacar una foto en plena faena, con sus hijos, y me deniega; se ve que no se considera fotogénico. Me autoriza a que la saque de espaldas y con los niños a lo lejos, en plena recogida de alcaparras y me parece que la fotogenia que Hugo rechazada, nos ofrece de él algo menos fotogénico. Vosotros opinaréis.

El camí de cavalls. Sa Falconera
Al encontrar el camino deseado, recibo una buena impresión, aunque esta primera parte, sea un sendero ascendente y a mí lo que me gusta es llanear. Se ve que el camino viene de más atrás y, probablemente, desde Ciutadella, pero allí no pregunté y la segunda información sobre él me ha llegado estando ya en marcha. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena! El tramo en el que estoy viene de Ciutadella y va hacia Punta Nati, según van marcando los indicadores y las distintas señales que ya van a hacérseme familiares a lo largo de toda la vuelta a la costa menorquina. 



Cada 25 o 50 metros, encuentro unos pivotes, con señales que guían el camino y que, sin ser muy llamativas, se observan a larga distancia marcando el trazado. Por ellas me entero de que estoy en el GR-223 y una flecha me informa que ando muy próximo a Sa Falconera que, por el nombre, parece referirse a algo relacionado con los halcones aunque ¿qué ocurría aquí, en este alto, con estas aves cazadoras?, no lo sabré. Ya en la cima, disfruto de un panorama amplio hacia el Norte, donde ya, a lo lejos, se vislumbra, más que se ve, el faro de Punta Nati, que será el siguiente objetivo a visitar. 


Varias de estas puntas, Punta Galera, Punta Espardina, que en realidad son cabos, voy viéndolas con sus dársenas correspondientes. Esta costa es bellísima pero, sus acantilados son tan altos y con una cortada tan pronunciada que no podré, ni intentaré, darme un baño. ¡Todo no puede ser! El sol va haciendo un bonito juego de iluminación y penumbra según se oculta o asome por entre las nubes; unas veces ilumina una punta y, otras, otra. ¡Ostras! Cuando llego a un lugar o a alguna de estas flechas indicadoras, aparece la distancia en kilómetros que hay a los lugares anteriores o siguientes. Lo que no informa es de los lugares en los que pueda encontrar establecimientos hosteleros y éste será un problema que tendrá consecuencias.


Descenso de Sa Falconera. Lluvia
El camí empieza a descender. Encuentro a un lugareño que coge alcaparras para su consumo, saludo, me dice: “va a llover”; le digo que no, sigo adelante y saco más fotos. A las cinco de la tarde, empieza a llover; caen gotas gordas y de mucha intensidad. No tengo ningún resquicio donde guarecerme, ya que estoy en un descampado. Me acerco a una de las muchas tapias que encontraré en el camino, delimitadoras de terrenos, pero no me protegen de la lluvia. Es mejor continuar. Todavía no han aparecido los primeros talayots, aunque parecen vislumbrarse algunos en la distancia y, hacia ellos me dirijo. 


A los diez minutos, para de llover. ¡Menos mal! Llego a las construcciones que pienso pueden ser talayots, pero aunque tienen forma de pirámide escalonada truncada, no me atrevo a decir que lo sean, sobre todo si lo comparo con el talayot que veré camino de Alaior. Quizás, basados en similar sistema constructivo, de piedras amontonadas, éstos pueden ser refugios para guardar aperos o ganado. Nadie me lo dirá, puesto que aquí no encuentro a nadie a quien pueda preguntar. Continúo andando, mientras el aire y la buena temperatura, me van secando por el camino. 


Cuando ya estoy casi totalmente seco, comienza de nuevo a jarrear, pero durará sólo tres minutos. ¡De buena me he librado! Ya no lloverá más en lo que queda de día. Encuentro otra planta de alcaparras con sus flores blancas y me parece que ésta va a ilustrar mejor lo que os vengo contando. Son flores que yo ya había visto en alguna otra ocasión, me habían llamado la atención y gustado, pero desconocía el nombre de la planta y el fruto a los que correspondían. Ahora, ya lo sé. Saco también foto de una muestra de los pretiles pétreos que delimitan las propiedades y me acerco, de nuevo, a la costa. Cada vez está más cerca Punta Nati y el faro se va viendo ya cada vez más nítido.

Punta Nati
Poco antes de llegar al camino-carretera que lleva a Punta Nati y al faro, empiezo a ver ya más gente cogiendo alcaparras. Me paro a hablar con un hombrachón que me da muchas explicaciones. Él las coge para consumo familiar y se encarga de encurtirlas. Las ha degustado desde niño, y le gusta el sabor que da a las ensaladas y a algunos guisos. Cada año coge las suficientes, las que calcula que van a consumir hasta la siguiente temporada. Yo le doy mi opinión y mi disgusto cuando me las encuentro en alguna comida, no es un sabor de mi niñez, le digo. 





El hombre lleva un balde pequeño y, sin tenerlo lleno, calcula que con ellas ya va a tener suficiente para todo el año y no cogerá más. Me explica por qué coge sólo las de tamaño intermedio, que las grandes son las que están a punto de reventar en flor. Aquí, con él, observo mejor las flores blancas que tienen sépalos morados y tonalidades lilas en sus finísimos filamentos que, lo que yo creía corola de pétalos, como plumas, en realidad son los estambres. 
 

Al inicio he visto pocas flores, pero ahora se ven muchas más. Hay que darse prisa en recoger porque ya están en pleno proceso de maduración. Me dice que lo curioso es que esta zona sea la ideal para recogerlas, que es donde más se producen, entre Cala en Forcat (Cala en Blanes) y un poco después de Punta Nati. Cuando voy a cruzar la langa para entrar en el camino-carretera que lleva al faro, llegan en un coche un hombre con dos mujeres, una de ellas muy frescachona, con camiseta de tirante fino y temiendo que haga frío y llueva más, según comenta. Quiero hacer una foto de la recta que lleva al faro, sin más elementos que el faro y los cuatro edificios, pero alguien ha aparcado su coche en la zona final. No queda otro remedio que sacar la foto con el vehículo y no tengo intención de utilizar ninguna herramienta del ordenador para eliminarlo. 



Cuando me acerco veo que lleva la matrícula M, Ahora no hay nadie a la vista para llamarle “madrileño”, pero me lo pienso. Pareciera que no había otro sitio más estratégico para aparcarlo. Una vez superado el coche, quiero sacar foto del faro ya de cerca. Es entonces cuando llega un matrimonio, de Madrid, con el que charlo un momento. Cuando ya se van y voy a sacar otra foto, observo cómo la máquina empieza a dar señales de que apenas le queda batería. Aguantará así hasta mañana al mediodía, en que la pondré a cargar en Ferreries, que está más próximo a la costa Sur que a la del Norte, que es donde ya estoy pero, las circunstancias que ya adelanté, y mañana contaré, me obligarán a ello. 


Me acerco al faro, a cuyo recinto está prohibido acceder. Por el exterior pasea una pareja con la que no hablo y, más cercanos, otra de italianos, a los que tomo el pelo diciendo que los cañones del bunker estaban orientados a la defensa de los ataques de Musolini. “Sí, en la güerra mundiale”, me dice él, siguiendo la broma. Ya saben que España no participó y, en todo caso, Franco hubiera apoyado a los fascistas. En la zona siguiente, aparecen construcciones escalonadas, que parecen derivar de los talayots, aunque aquí cumplen una función de vigía o de defensa. Subo a ellas, también lo hacen los italianos y me despido de ellos. Ya saben que mi pretensión es dar la vuelta, no sólo a esta isla, sino también a las otras, a las principales, al menos. Me gustaría contarles más cosas pero la hora va avanzando, ya son más de las seis y media, y no quiero dormir a la intemperie, en este espacio rocoso y rodeado de ganado ovino, así que me voy alejando de Punta Nati.


Costa abrupta entre Punta Nati y Cala Morell
Tras acercarme a la costa, intento encontrar el camino que me lleve hacia Cala Morell, pero lo busco en vano. Me acerco a la Cala es Pous, que es un entrante de mar con rocas y que no finaliza con arena. No me apetece darme un baño aquí. En su parte final, este brazo albergó unas construcciones que, parece cumplían funciones auxiliares a pescadores. No es un sitio demasiado limpio y, además, han desaparecido las cubiertas. Dudo si quedarme o no pero acabo desestimando el lugar por las malas condiciones expuestas para pernoctar. 



Siguiendo más adelante encuentro varios rebaños de ovejas que se alimentan de lo que encuentran en la zona, que es poco más que las plantas de alcaparras. Seguro que a ellas les encantan, ni se preocupan del tamaño y no se molestan en apartarlas, como hago yo en el restaurante. Es muy probable que se coman hasta las flores. A lo mejor, sin encurtir, son más ricas. Pero ellas no me lo aclaran. 



Como el camino no da muestras de aparecer, voy bordeando la costa. El faro de Punta Nati ya va quedando a lo lejos y saco foto de despedida hacia la luz de Poniente. A esta zona de la costa le llaman el Codolar de Torrenova y voy disfrutando de una costa accidentada pero con un mar tranquilo: entrantes, salientes, islotes, embellecen el paisaje y yo voy disfrutando de éste que ya se me está haciendo largo para ser el primer día de marcha. Me suele gustar empezar más suave pero, las circunstancias del lugar, no me animan a parar y quedarme. 
 
Entre los entrantes de mar de este codolar, aunque no sé qué quiere expresar esta palabra nueva para mí, trato de encontrar alguna playita con arena que me parezca buena para dormir, que esté abrigada. Hay que tener en cuenta que estoy en el Norte y a primeros de junio. Pero no encuentro ninguna playa. De pronto, doy con el camino que, en este lugar, se ha aproximado a la costa y, ahora, trataré de no perderlo ya. Tras estar mucho tiempo mirando al mar, dirijo mi vista hacia la tierra y veo a lo lejos una construcción que podría ser otro talayot pero, al estar tan alejado de la costa, ni me acerco. Mi intención es tratar de llegar a Cala Morell. 


Continuando el camí de cavalls, llego al Codolar d’en Bou, que es de características similares al de Torrenova, con nuevos entrantes y salientes pero que, llegando cerca de Cala Morell, ofrece un cabo que se llama Punta de S’Escullera, formando una rada o pequeña bahía, muy peculiar. El camí de cavalls obliga a pasar unas puertas de madera, cuyo cierre también es del mismo material. Están bien encastradas en los muros de piedra. En algunos tramos, estos muros disponen de construcciones piramidales escalonadas, como la de Zoser, en Egipto, también podrían ser asociadas a los zigurat, con una rampa ascendente que recuerda a la Torre de Babel, tal como nos la ilustraban en la Historia Sagrada. Al rodear estas construcciones, se observa que por el otro lado están cortadas perpendicularmente y, generalmente, con una puerta de acceso. Así que, como mucho, habría que considerar que es media pirámide. Al no ser muy espaciosas, no sé que función cumplen y si sólo sirven como refugio. Ya al final de Punta de S’Escullera, se observa que aparecen las primeras casitas de Cala Morell.


Cala Morell, pueblo de veraneo
Continuando por la costa, llego a la primera casa. Me da mucha rabia, porque empezamos mal. Esta casa está tan asomada al acantilado, que hace imposible continuar por él. No sé si antes de construirla había algún camino por allí, pero está claro que ahora no hay quien pueda pasar. Un murete disuasorio lo prohíbe y me enfado. Voy bajando por el lado trasero de las casas y continúo rodeando el pueblo. 
 


El camino me va alejando, hacia Poniente, y me da la sensación de que me obliga a retroceder más de lo deseado. ¡Me voy cabreando más! Por fin, el camino sale a carretera, en una curva, donde hay un mapa indicativo que informa del camí de cavalls. Allí se acaban las señales. No sé si tengo que continuar por la derecha o por la izquierda y, opto por esta última, que será la errónea y, tras asomarme a nuevas construcciones que están en la parte alta del acantilado de Poniente, y llegar a un círculo que hace las veces de rotonda, no me quedará más remedio que retroceder a la curva. 
 

He intuido mal, aún no me he desprendido del urbanita que llevo dentro. Desde arriba he visto las carreteras que llevan a la playa y esta visión me sirve para orientarme cuando esté abajo. Todos los carrer llevan nombre de constelaciones. Lo mismo comprobaré mañana cuando vaya por el otro lado, el de Levante. Hoy ya no saco ninguna foto más.

La Playa de Cala Morell. 
Mi primer dormitorio en la isla
Paso una barrera de prohibición de acceso a la playa, pintada con rayas rojas y blancas. Se oyen voces en una de las casas, pero no logro ver a nadie. La mayoría de las casas y un hotel que está al frente, parecen vacíos. La playa de arena no me gusta para quedarme a dormir, pues está demasiado cerca de la carretera y de una especie de pequeñísimo puerto y, porque el día, mejor dicho, la noche, puede acabar con lluvia. Siguiendo la playa hacia el mar, por debajo de algunas casas que pudieran considerarse colgantes, hay plataformas a distintas alturas que parecen a propósito para tomar el sol, con y sin hamacas. Hay piedras desprendidas que han caído sobre alguna de las plataformas, pero tal circunstancia no me arredra y decido quedarme al final de la plataforma más próxima al mar, junto a una pequeña cueva que, en caso de lluvia, me ofrece cobijo. En el interior del covacho hay unos agujeros algo inquietantes, pero no me lo pienso dos veces. Ya es tarde, he andado mucho para ser mi primera etapa aunque, si medimos los kilómetros que hay por carretera entre Ciutadella y Cala Morell, sobrepasarán poco de la media docena. Organizo mi cama, extiendo mi media esterilla autohinchable y, sobre ella, el saco de dormir. Dejo todo recogido dentro de la mochila, menos la bolsa de la máquina de afeitar en la que van también las pastillas que me protegerán de la hipertensión. Como ya he comido bien y traigo reservas de mi vida urbana, no me preocupa no cenar hoy. Ni siquiera lo he intentado, ya que no me he acercado al núcleo urbano, que lo tengo por encima de mi cabeza. "Mañana haré un buen desayuno" y, con ese pensamiento, me acuesto. Una vez tumbado, veo como viene de la zona del mar un animalillo y se esconde en uno de los agujeros de la cueva próxima. Pienso que puede ser un ratoncillo y, sin hacer más pesquisas, cierro los ojos para dormir. Ya hay muy poca luz. Por la mañana comprobaré que los que se guarecen en la cueva para dormir son unos cangrejos planos, escapando del borde del agua. Corren como diablos con el alma en pena. La esterilla, en el último soplido para acabar de inflarla, se hincha como un globo en la parte central. Fue un fallo meterla en la secadora y ahora pago las consecuencias, pero todavía está en buen estado de uso y tendrá que durar unos años. Lo peor es que, sobre esta plataforma de cemento, lo que se deshincha por la noche se nota más que sobre la arena y, a pesar del cansancio de la jornada, no duermo tan bien como esperaba. Durante la noche, solamente me levanto una vez, desnudo, para orinar. Hoy, en la carretera, he visto un coche matrícula HDP y no se me ocurre otra palabra que hidepu. No quiero ser más explícito y, además, no tengo motivos para aplicarlo a nadie. Será obsesión, pero será la matrícula que más veces veré durante el recorrido de este verano.

Balance de la jornada
A pesar de quedarme castigado sin cenar, el balance que hago de la jornada ha sido positivo. Aunque no he pasado por ninguna playa nudista, en los dos lugares que me he bañado lo he hecho sin bañador (tampoco me lo podría poner, puesto que no lo he traído). La costa menorquina me está pareciendo preciosa y, aunque me ha costado encontrar el ansiado Camí de Cavalls, al fin he dado con él. Mañana fotografiaré una de sus puertas de acceso a propiedades privadas con servidumbre de paso, algo que aquí se respeta. No ocurrirá lo mismo ni en Mallorca, ni en Ibiza. También aprecio el haber conocido la planta que produce las alcaparras y las explicaciones que me han dado. La lluvia caída por la tarde ha sido escasa y he tenido suerte de que no ha llovido por la noche. Ciutadella me ha gustado y el viaje en el Balearia me ha resultado algo pesado, pero menos mal que uno está joven y aguanta lo que le echen. La primera comida en el Café de Ponent ha sido suficiente para llegar hoy con fuerza a destino. Cuando regrese a Ciutadella, me tengo que acordar de acercarme a El Diamante, para dar noticia de mi experiencia alrededor de esta preciosa isla de Menorca.

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