lunes, 3 de marzo de 2014

Etapa 04 (246) Platges de Cavallería-Arenal d'en Castell

Etapa 04 (246) 06 de junio de 2011, lunes.
Platges de Cavalleria-Cala Tirant-Fornells-Arenal de Son Saura-Arenal d’en Castell.

Despertar en Cavalleria
He pasado frío por la noche, aunque no tanto como en Laga, y me levanto dos veces a orinar. El frío no me ha dejado dormir bien, a pesar de estar tranquilo y en lugar seguro. De madrugada oigo un motor y pienso que será el de alguna motora que realiza tareas de pesca de arrastre, pero ni siquiera abro un ojo para comprobarlo. Un ave ha lanzado una especie de grito estridente. Aunque me despierto para las seis, aguanto dentro del saco hasta las siete, habiendo dormido con intermitencia durante esta hora. A las siete tomo la pastilla, pero espero a que el sol vaya acariciando con sus rayos mi zona para bañarme. El primer baño me lo doy a las 7:45 h. Camino hacia la zona de Poniente, la que ayer comprobé que era más nudista y, antes de regresar, me doy allí un segundo baño. Me voy secando de vuelta a mi sitio. A las 8:15 h tengo todo recogido y estoy ya en marcha. 

 
Saco una foto de despedida de las Platges de Cavalleria y, por el aparcamiento, vuelvo de nuevo a carretera conocida. En ella encuentro, despanzurrado, un erizo de tierra que ha fallecido recientemente y no parece que sea por ningún susto. Todavía se aprecia su carne rosácea sin ningún síntoma de putrefacción.

De nuevo en las ruinas romanas de Sa Nitja
Aunque ayer ya entré a ver estas ruinas, hoy lo hago de nuevo. 
 


Ayer las vi rápidamente, pues quería entrar en el museo y se había hecho demasiado tarde. A pesar de intentarlo, el museo estaba cerrado y el bar también, así que hoy veo los restos recuperados con un poco más de detenimiento. Tras un rato por las dos zonas que se pueden visitar, me dirijo hacia Cala Tirant. Durante este recorrido sólo me encontraré a un hombre con un perro, hacia las nueve. Me dice: “ahora hay pocos turistas. Empezará a venir más gente a partir del 24”. 
 
Voy pasando por playas previas, una pequeñita, de piedra gris y otra, más grande, de las mismas características, aunque algo menos limpia. En el fondo se sigue viendo la Mola que ayer califiqué de cocodrilo. También, si miro hacia el otro lado, el cabo de Cavalleria se va pareciendo a una imagen similar a la de la Mola. De lejos, todavía se aprecia el faro. En unos islotes de la playa grande y gris, observo un trío de cormoranes al acecho. Esperan la llegada de pescado para sumergirse y lanzarse a la caza de algún pez distraído. Tras caminar una hora aproximadamente, ya empiezan a verse las construcciones de Cala Tirant. El que llevo, sigue siendo un buen camino.

Cala Tirant
Cuando llego a la cala, me encuentro a una pareja de Milano, que están buscando la casa de unos conocidos de su localidad. Ya en la playa, me doy dos bañitos y me seco paseando por la orilla. Regresan los de Milano y les saludo cuando pasan a mi lado. Según van llegando otros bañistas, compruebo que la mayoría son turistas italianos. Parece que son más listos que los alemanes que prefirieron Mallorca e Ibiza. Cuando ya estoy seco, me dispongo a buscar un lugar para desayunar. 
 
 Me acerco a la pasarela de madera que está al final de la playa y, desde allí saco una foto en la que vuelvo a recuperar la imagen del Cap de Cavalleria y su faro, que ya ha quedado a considerable distancia, y otra con la playa de Cala Tirant que acabo de abandonar. Una vez arriba del tinglado de madera, veo que hay otra playa menor, que está más próxima a la urbanización y que, por tanto, puede tener algún atractivo acondicionándola. Se ve que la intención del municipio es adecentar está playa para ampliar la zona de baño, dándole más profundidad. Esto es lo que veo que hace un tractor que no para de remover y alisar arena que, en principio, no parece demasiado atractiva para tumbarse en ella.

Desayuno en Es Cactus
Me acerco al hotel y, como ya son las diez, me dicen que a esa hora ya no me van a dar de desayunar y que vaya al chiringuito. Me acerco, pero el chiringuito no está abierto aún y me dicen que vaya al bar del hotel. Pero en el bar del hotel no tienen nada de bollería. Bollería la encuentro en el supermercado, pero allí no hay cafetería. Ellos me orientan hacia Es Cactus y allí desayuno dos tostadas con tomate y un café con leche (3,35 €). Luego, mientras escribo el diario, tomaré una tónica (1,50 €). Me ayudan a organizar mi viaje, asegurándome que no tendré problemas para comer hasta llegar a Port d’Addaia. Son las 12:45 h cuando acabo de escribir, cojo agua, a la que añado los trozos de limón de la tónica, orino y me voy agradecido por la información y el tiempo de ocupación de mesa. He estado más de dos horas en Es Cactus. Al pagar, compruebo que Cala Tirant pertenece ya a Fornells. 
 
Mientras estoy escribiendo, preparan todas las mesas para la hora de comer; la única que ha quedado pendiente ha sido la que yo ocupo. Un matrimonio que alquila piso por Internet, me pide clave para entrar en mi blog; “de momento, sólo podréis ver mi camino del norte de la península y poco más”, les digo. Compruebo en el periódico los resultados de los equipos extranjeros y los comparo con mi quiniela; he acertado todos menos el empate entre Inglaterra y Suiza. La última jornada de la Liga con los equipos de segunda, no aparece en el periódico y, un señor, desde la barra, me va dando los resultados. El Barcelona B vence al Rayo y también vencen Celta y Betis. El Salamanca pierde y desciende. Lo siento por mi amigo el barman del Josune, que hace unos días, antes de venir a Baleares, me regaló dos huevos; bueno, se los pedí y no me los quiso cobrar. Mirando mi quiniela en su conjunto, me quedo sin premio. 


El camarero parece recién llegado al establecimiento y la dueña, con gran delicadeza, le va dando instrucciones: cómo actuar con los clientes, los tiempos entre pedido y servicio, los tiempos entre finalización del plato, retirada del mismo y servicio del siguiente. Me admira este trato de superior a inferior, sin dar apariencia de serlo; cada uno en su puesto, pero con respeto a las peculiaridades del subordinado. No será hasta ver en la práctica el comportamiento que se puede considerar idóneo, puesto que no todos los clientes demandan lo mismo. Los dueños de Es Cactus son de Ferreries y, cuando salgo, ella me dice que siga por la carretera hasta el final de la urbanización y que me meta por ella para salir al camino que me llevará a Fornells. “Es el camí de toda la vida; olvídate en este tramo del camí de cavalls”

Fornells
Caminando, llego hasta la última urbanización y una pareja de extranjeros me orienta por un camino que me ha indicado poco antes un joven que está haciendo reparaciones en una construcción. El extranjero, como la dueña de Es Cactus, me dice que entre en la urbanización y, por los jardines descendentes iré bajando hacia una puerta abierta en una tapia. Una vez fuera de la urbanización, el camino discurre por acantilados suaves, que suben y bajan. Subiendo y bajando, llegaré a Fornells. 
 

Una mujer, que ha salido para echar la basura al contenedor, me dice: “No te pierdas la bocana de salida del puerto al mar y, de paso, párate en la Torre” y, me añade: “para comer, en La Guapa”. Continúo la calle hacia la Torre de Fornells y me voy asomando a los acantilados. Así llego a la bocana. Un matrimonio nórdico está sentado en el banco, con sus dos hijos rubitos, en el momento en que un ave emprende su vuelo. 
 

Voy bajando vera mar y una parejita que come en el pretil me dice que puedo bañarme en una explanada que hace de espigón con escalerilla de acceso al mar y que la veré al dar el siguiente recodo. Cuando llego, veo que me va a ser difícil bañarme desnudo sin ser visto y decido buscar La Guapa en el carrer Major. Un hombre me dice: “coges el carrer major y al llegar a la Iglesia...” Una chica, a la entrada de la calle, me indica el lugar exacto donde está La Guapa.




Comida en La Guapa. Regalo pan
Cuando llego, una comensal cántabra se está trasladando del sol a la sombra, mientras su amiga, de Bilbao, ha desaparecido y aún no ha vuelto cuando le han traído el plato solicitado. Aparece cuando yo ya estoy comiendo mi milhojas de tomate y bonito. Yo como y callo. Ella come y habla. Mientras lo hace, salen nombres de la tierra, Leire, Itziar, Estibalitz, lo que confirma la procedencia y me dará pie a entrar en conversación con ella. Cuando la cántabra y la bilbaína se han cambiado de sitio, han desplazado al cartel anunciador oferta de La Guapa: “Tapa y cerveza, 2€”. Cuatro jóvenes extranjeros se han sentado alrededor de una mesa interesados por la oferta que conocen pero que ahora no ven. Esta oferta es para la hora de tapeo, a la hora de la comida la suele hacer desaparecer pero, como el cartel había quedado puesto en la terraza, aunque La Guapa ya está harta de servirla, no le queda otra alternativa que llevarles lo que piden y ella ofrece. Ya se han comido la tapa y uno de ellos, el melenas (por identificarlo, sin menospreciarlo), impregna la punta del palillo en el resto de la salsa y lo rechupetea. Yo tengo al melenas delante, pero dándome la espalda. Frontal a mí y a él está un compañero, al que le hago gesto de darle algo del pan que a mí me sobra, para que su amigo unte la salsa. Y bien, o lo hago muy mal y no me entiende, o le parece mal mi oferta, o es un memo, el caso es que no le dice nada. 


Termino el tomate y, mientras espero el arroz caldoso, me levanto y me acerco al melenas y le ofrezco el cestillo de pan. Acepta y quiere coger todos los panes, pero le digo que sólo coja uno. Unta y come con deleite y yo me vuelvo a sentar y a esperar. Para cuando el grupo de cuatro se va, ya estoy hablando con cántabra y bilbaína. Llega el arroz caldoso que, aunque nada tiene que ver con el de Can Tipa, me lo como muy a gusto. Contiene, además del arroz: dos almejas, un mejillón, una cigalita y un langostino (que es lo mejor). Me termino el pan untando el caldo que ha llegado cubriendo hasta arriba la cazuela de barro. La oferta de postre me hace dudar entre cuajada con miel y profiteroles; ella me recomienda la cuajada, cuya miel ya está ajustada, y está rica. Antes de marcharse mis vecinas hemos estado hablando de un pescado que oferta La Guapa. Por lo que dicen, intuyo que pueda ser la crabarroca, pero no será hasta que yo mencione el cabracho, que la cántabra lo confirme. Es el nombre que dan en Cantabria a la crabarroca. Más tarde me entrarán dudas de si no se referían al perlón. Ambos son rojos, chatos, feos y con espinas pinchosas en la cabeza, en el lomo y a lo largo del cuerpo. Un pinchazo del espinazo puede producir una infección si no se está atento y no se ponen los medios antisépticos necesarios. Una pareja que ha llegado después que yo, pero que ha terminado antes, sale a la terraza para comer el postre y tomar el café, así que es una buena ocasión para entrar en conversación. Están de vacaciones en Cala Blanca, a Poniente, al Sur de Ciutadella. Están haciendo un recorrido por varias playas que yo ya he visto y de las que me puedo permitir el lujo de opinar. Ahora quieren ir a una de ellas para echar la siesta bajo el sol. Les enseño mi dibujo de ayer en Cala Pregonda. Ella hace ya mucho tiempo que hizo el camino de Santiago y me dice: “no subí a las cubiertas de la Catedral”. Probablemente entonces todavía no se subía. Me dice que a una compañera le robaron las botas. Les digo que esta noche he pasado frío durmiendo en las platges de Cavalleria. 
 
Con la comida, he bebido dos cervezas y la cuenta asciende a 14,96 €, que pago en efectivo. Son las 15:45 h cuando salgo de La Guapa, bien comido y con fuerzas para seguir la marcha. En el bar de enfrente, unos jóvenes hablan de fútbol. Uno dice: “Todos los jugadores del Madrid son unos gilipollas”. Me acerco y le digo: “al menos, salva del insulto a Iker Casillas y a Xabi Alonso”; el muchacho recula y se muestra acorde con mi opinión y, también, alaba mi gusto por el Barcelona, que también es el equipo que a él más le gusta.

La rada Port de Fornells
Una mujer dibuja de memoria. Hace una abstracción de una palmera, basándose en su tronco, que tiene enfrente. Me dice que la que está en el otro banco es su profesora, que ahora está con otra alumna. Me acerco y veo cómo dibuja un paisaje con pastel acuarelable, que mojará luego. Se le ve más calidad que a la primera y me enseña su cuaderno con dibujos ya acuarelados y algún acrílico. Voy adentrándome hacia el Sur, obligado por el golfo que es un refugio perfecto para este gran puerto de Fornells. Durante todo el camino voy fijándome en la orilla del otro lado, la que lleva hacia La Mola de Fornells, siempre dudando si ir o no por ella, si ir u olvidarme de Cala Tusqueta. Dejaré que la decisión la tome llegado el momento. Por ahora, sigo pasando por el puerto deportivo. No hay muchos barcos; menos de los esperados. 

Continúo camino próximo al entrante de mar y veo en el agua a un grupo de windsurfistas, jóvenes aprendices, que están recibiendo clases de sus monitores. Alguno ha caído al agua y es cuando me doy cuenta de que apenas cubre. Cuando caen de la tabla, apenas les llega el agua a las rodillas. En pocas ocasiones ocurre esto cuando están en cualquier mar del Atlántico. Quizás sea esta circunstancia la que me resulta más sorpresiva. 

Tampoco hace mucho viento, lo que produce que muchas de las velas estén hundidas en el agua y muchos jóvenes de pie en el fondo del poco profundo mar. Aunque el viento es escaso, los aprendices avanzan y el monitor se va quedando atrás. Esto hace que tenga que gritar para que llegue su voz al oído de sus alumnos. Abandono la Escuela de Windsurf y veo otros deportistas que navegan con velas en pequeños veleros y otros deportes náuticos. Continúo hasta llegar a unas caballerizas: “Estància d’en Garrafó”, leo. Un hombre se acerca, con la comida en un balde, para alimentar a su caballo negro azabache. El équido espera inquieto. No me quedaré a ver cómo come. Mi intención es la de no abandonar la orilla del mar, para no perder mi referente más valioso, pero las circunstancias harán que me pierda por el interior. Son las instalaciones náuticas las que me obligan a ello. Acabo saliendo a la carretera. 



Me meto por un lugar que pienso me puede volver a sacar al golfo pero, tras andar un rato por mal camino, llego a una casa que está construida sobre una loma y cuyo espacio privado ya no me permite continuar por la costa. La fotografío para que conste. Será uno de los pocos obstáculos que encuentro por este camino del Norte de Menorca que, pronto, va a empezar a ser Este. En realidad, entre el Cap de Pantiné (que no veré) y el Cap de Favàritx (que sí veré), podemos considerar que estamos en el Nordeste.

Tramo por interior y carretera
Vuelvo a salir a la carretera y ésta va escorándose hacia la izquierda, lo que me da buenas sensaciones. Pregunto a un hombre que está arreglando la cerradura de la puerta de una verja y, como no puede dar respuesta a mi pregunta, me remite a un chico que me dice que vaya hacia un cartel. Cuando voy hacia él, veo una cabina telefónica, y le llamo a Vera: le comento las llamadas sin cobertura de Sagrario y que voy bien. No me sale a botepronto el nombre de Fornells, para decirle dónde estoy, así que se quedará sin saberlo. Ella me dice que todos los míos están bien (0,95 €). Todos con los que me cruzo y hablo coinciden en decirme que, por la península que dudo en si ir o no, no hay camí de cavalls, ni de ninguna otra clase y no me la recomiendan. El letrero al que me ha remitido el chico, se refiere a la fauna del litoral marítimo y no me sirve para lo que yo quiero. Antes de volver a la carretera, hago otro intento de salir al mar que, de nuevo, resultará baldío. Sigo la carretera hasta un cruce y allí veo indicador de camí de cavalls que me orienta a seguir la carretera adelante. Así llego a una rotonda en que el lugar importante más próximo será Es Mercadal. También leo: Ciutadella y Maó. Ya estoy más cerca de Maó que de mi punto de partida, por esta carretera principal de la isla, que une la capital actual con la que fue. De todas las direcciones, en este momento, la única que me vale es la dirección Maó y hacia allí me dirijo y, al poco de cogerla, me saca por la izquierda a un camino muy bonito. Pronto llego a un indicador que pone Xarxa.

Basílica Paleocristiana de Xarxa
El indicador informa parcialmente y se deja lo principal para el viajero de a pie. No pone a qué distancia en kilómetros está la basílica. A pesar de ello, me arriesgo y voy en su búsqueda. Tengo suerte, pues está allí mismo pero, tan abandonada, tan llena de hierbas y matorrales, que apenas permite ver algo de ella. Comparativamente Sa Nintja era una maravilla y tenía un nombre menos rimbombante que el de basílica. Regreso al cartel anunciador y está mejor en plano dibujado que en lo que luego se puede ver “in situ”. El nombre que recibe es el de Basílica Paleocristiana d’es Cap des Port, y lo de Xarxa no sé a qué se refiere.


Segundo encuentro con Marga Benassar
En vista de que esta basílica no me ha aportado nada en el conocimiento de la cultura Paleocristiana, sigo camino adelante que va pasando entre preciosos pinares. Hay caminos prohibidos y, otros que van por propiedades privadas, pero con servidumbre de paso. Dudo si coger alguno de los prohibidos, pero me pueden llevar hacia Cala Rotja, que está en la península no recomendada, así que me dejo llevar por lo seguro. Llevo ya un rato sin encontrar a nadie. Por fin, a lo lejos, veo que se acercan dos mujeres. Las recibo con la ilusión y el placer que me produce encontrarme con dos seres humanos y soy incapaz de reconocer en ellas a Marga y Paz. Son ellas las que me recuerdan el encuentro en Binimel’là al inicio de la tarde de ayer, cuando me orientaron hacia Cala Mica. Con este precedente, nos ponemos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida. Les cuento mi programa balear y compartimos nuestro gusto de viajar caminando. 

Les doy la referencia para entrar en mi blog, que Marga lo anota en su móvil y ella me da su teléfono, que escribo en un papel que, mañana, incorporaré a mi diario. Me dice que vive en Maó y que, cuando llegue, si quiero o si lo necesito, le llame por la tarde, puesto que, por la mañana, trabaja en un instituto con alumnos de 1º y 2º de Bachiller. Ellas suelen hacer tramos del camí de cavalls y me dicen que, la costa que me queda hasta el Cap de Favàritx, me va a encantar. Cuando estamos hablando, pasa en coche un hombre. Ellas me dicen que es un guarda contratado por los propietarios para que nadie entre en sus terrenos y que los caminantes se limiten a ir por el camino marcado. De esa forma lo que consiguen es que las playas de esta costa se conviertan en playas privadas. ¡Me cabreo! Me despido de Marga y Paz hasta la siguiente, que será dentro de dos días. Saco foto, para el recuerdo, del camino en que se ha producido el encuentro.


Son Saura
Sigo el camí de cavalls hasta que me saca a la carretera que me llevará hasta el Arenal de Son Saura. Me encuentro con una desembocadura de un río y no me quedan más que dos opciones. Una de ellas es continuar por la orilla hasta el final y la otra, cruzar por un puente que se dirige hacia las dunas, que son montañas de arena protegidas y en las que se ven cabras. 



Son éstas las dunas que dan a Son Saura el prenombre de arenal y las que hacen que la playa tenga algún interés. Ya queda poca gente en la playa y yo me voy hacia el fondo, en el momento en que una mujer, que está con su hombre, se está poniendo la braga. Yo, por discreción, miro para otro lado. No me parece que sean nudistas. Regreso hacia la mitad, pues no quiero bañarme ni muy cerca de ellos, ni del río que está al otro lado. 
 

Me desnudo, me baño y paseo por la orilla para secarme al aire. Los únicos que cruzarán por donde yo estoy, son la pareja de la braga y luego coincidiré arriba con ellos, cuando se disponen a coger su coche. Una vez seco y descansado, me visto y salgo de la playa en dirección a Arenal d’en Castell, no sin antes haber sacado alguna foto. Lo más curioso del lugar, además de las imponentes dunas, son los sedimentos rojizos que arroja el mar a la orilla. En ella se va dibujando una filigrana como de volantes, como de una anchísima falda de traje de faralaes. No logro saber cuál puede ser la procedencia de dicho producto rojizo y, cuando me he bañado, no me ha dado la sensación de que sea algo contaminante. La verdad es que el baño me lo he dado muy tranquilo.


Algo que debí hacer en Irun o Barcelona
Como ya he dicho, al salir de la playa me encuentro a los otros que la compartían conmigo en el momento en que la pareja se dispone a montar en su coche para partir. Como en Fornells he pasado a mediodía, el comercio estaba cerrado, y no podía comprar nada, aprovecho ahora que estoy en zona comercial de Son Saura, para entrar en una farmacia y comprar cuatro barritas energéticas de Biobanán (a 1,40 la barra) y que me las venden sueltas. Pago por ellas 5,60 €. Después entro en un supermercado para comprar más, y comparar precios, pero el cajero, que me las ha ido a buscar, no las encuentra. O no las tenían, o el hecho es indicativo de mala organización, aunque la disposición del muchacho haya sido encomiable.


Cabrones de Son Saura a d’en Castell
No hay gran distancia entre estos dos arenales, pero el paso intermedio es muy bonito y yo ya voy pertrechado para afrontar otras improbables 24 horas sin comer. Los acantilados por los que voy pasando ofrecen pocas playas que, por desgracia, son de piedras. El agua está limpísima y se aprecian y distinguen bien las zonas de rocas sumergidas de las de arena. También son muy bonitas las puntas que se abalanzan hacia el mar. Para muestra de lo que digo, saco dos fotos de estos acantilados, la primera orientada hacia el arenal de Son Saura y la segunda hacia el Arenal d’en Castell, donde cenaré cuando llegue. Pero antes de llegar al lugar que será mi punto de destino del día de hoy, tengo un encuentro diabólico, estos tres machos cabríos, que me esperan agazapados en el borde del acantilado, no sé si presentarlos como una premonición de algo negativo… Como no me ocurrió nada malo y no soy supersticioso, dejémoslo como una anécdota más de mi viaje.


Arenal d’en Castell.
Cuando llego a este lugar veo que, si Son Saura era una urbanización grande, pero que cuidaba y preservaba bien la costa, lo que me sirve para recomendarla, esta zona del Castell está mucho más masificada. Su playa, aunque algo más larga, es muy estrecha. Veo la pizzería White’s bar, pero decido bajar un poco más por el paseo y así veo el lugar donde está la señal para poder continuar mañana. Después de dudar un poco, decido cenar temprano en Sa Paella.

Cena en Sa Paella
Sa Paella tiene dos terrazas y, después de ver las dos, regreso a la primera. José Alberto me elije un asiento en el que él considera que no tendré la corriente que yo me temo y, efectivamente, acierta. Elijo de la carta: verduras plancha y lasaña. Al preguntarle por menú me trae otra en que el precio son 14 € e incluye ensalada de lechuga, postre, pan y mantequilla. Puedo saltarme el postre y, como la bebida no está incluida, el precio me va a salir similar. Hablamos de mi camino. Las verduras las como muy a gusto, pero la lasaña no la puedo terminar. Cuando me la traen está tan ardiente que resulta imposible hincarle el diente pero, según se va enfriando, resulta la crema demasiado empalagosa. Como he tomado dos cervezas, pago 18,10 €. José Alberto me da su e-mail, para cuando de nuevo vuelva a Inglaterra, donde ha estado cuatro meses. Todos los camareros tratan de enrollarse con los clientes, usando el poco inglés que saben, que les resulta suficiente. También hacen carantoñas a la niña disfrazada de sevillana que está comiendo un sorbete. Con la parejita con bebé en sillita que está a mi lado junto con los abuelos. Todos pendientes del bebé. Parece que son de los ingleses que saben comer y no se limitan al archisabido filete, saben pedir y comen bien todos los platos y dan muy buena cuenta tanto del vino blanco como del tinto. El joven padre está cuadrado y, si sigue así, se volverá completamente redondo. Le digo a José Alberto que tengo intención de dormir en la playa y le pido su opinión de cuál considera él el lugar más adecuado. Me recomienda la playita del otro lado de las rocas, a Poniente, y me dice que puedo pasar por las rocas. Cojo las mochilas y me voy hacia allí. Ha empezado otro torneo previo a Wimbledon que le vendrá bien a Nadal para acostumbrarse a jugar en hierba.

Dormida en la platja de Arenal d’en Castell
Bajo a la playa y paso las rocas de Poniente con facilidad. La playita que allí se forma me parece adecuada. Lo malo es que un potente altavoz informa de los números que van saliendo en las bolas para cantar ¡Bingo! Y aún faltarán 3 o 4 partidas más. Menos mal que todo acaba a una hora prudencial. Nadie aparece por esta playa en el tiempo en que yo esté en ella. Puedo asegurar que esto no ha ocurrido, al menos, durante el tiempo que he estado despierto. Mientras dormía, ya no lo puedo asegurar con la misma firmeza. Organizo mi cama, hago la almohada algo mejor que los días anteriores y me coloco junto a las rocas que sobresalen algo por arriba, por si le diera a la noche por llover. Por suerte, las nubes algodonosas que no presagiaban amenaza alguna, acaban por desaparecer. Antes de dormirme, se presenta un cielo nítido y estrellado, aunque no podré encontrar la Osa Mayor. Creo que José Alberto, al escribir su e-mail, se ha quedado con mi bolígrafo, pero no puedo asegurarlo. Lo cierto es que cuando escribo esto, no lo encuentro. El que estoy utilizando ahora, escribe mucho peor. Cuando estoy acabando de escribir, me aparece el bolígrafo que daba por perdido ¡Perdón José Alberto!

Balance de la jornada
Hoy también he dado un buen avance. He disfrutado en los baños matutinos de Cavalleria, Cala Tirant y el tardío de Son Saura. El paseo ha sido bonito e interesante, salvo en el tramo de carretera de Fornells, tras abandonar la costa, a la Basílica Paleocristiana. El desayuno, la comida y la cena han sido buenas (lástima de lasaña) y sobre todo la atención recibida y la ayuda prestada: en Es Cactus, La Guapa y por José Alberto en Sa Paella. Y lo mejor el encuentro con las chicas de Maó, que me ha propiciado un referente para cuando allí llegue, que será con necesidad de ayuda. ¡Gracias Marga!

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