Etapa
07 (249) 09 de junio de 2011, jueves.
Calas
de Rafalet-S’Algar-Alcalfar-Punta Prima-Son
Ganxo-Binibeca-Binibèquer Vell-Binissafúller-Binidalí.
Despertar
en casa de payés
Me
levanto a las 5:45 h. El día ya ha clareado y no quiero exponerme
más tiempo a la más que probable llegada del guarda. Con los
manotazos que he dado esta noche, creo que algún mosquito ya habrá
quedado difunto. Me visto y preparo las mochilas sin salir del porche
al exterior.
Salgo hacia el frente del patio para sacar foto de la fachada de la casa de payés y, entonces, se vuelven a encender todas las luces pero, puesto que es de día, ya no llaman tanto la atención. El perro ni sale de su caseta y tampoco hago yo nada por verlo. Dejando todo como estaba, salvo el orín de la planta, me acerco a la verja, la abro y la vuelvo a cerrar. Gracias señores payeses, pero aquí no ha dormido ningún indigente esta noche.
Salgo con intención de buscar el camí de cavalls y lo encuentro con facilidad hasta que, llegando a S’Algar, lo abandono y bajo hacia el mar. He visto indicador de Cala des Rafalet, pero tenía que retroceder dos kilómetros y medio. Seguro que de allí habría visto un bonito amanecer. Antes de S’Algar, me acerco a un hotel.
Salgo hacia el frente del patio para sacar foto de la fachada de la casa de payés y, entonces, se vuelven a encender todas las luces pero, puesto que es de día, ya no llaman tanto la atención. El perro ni sale de su caseta y tampoco hago yo nada por verlo. Dejando todo como estaba, salvo el orín de la planta, me acerco a la verja, la abro y la vuelvo a cerrar. Gracias señores payeses, pero aquí no ha dormido ningún indigente esta noche.
Salgo con intención de buscar el camí de cavalls y lo encuentro con facilidad hasta que, llegando a S’Algar, lo abandono y bajo hacia el mar. He visto indicador de Cala des Rafalet, pero tenía que retroceder dos kilómetros y medio. Seguro que de allí habría visto un bonito amanecer. Antes de S’Algar, me acerco a un hotel.
En el
hotel Sant Lluis, me dicen que el desayuno es de buffet y que cuesta
7 u 8 € y en el siguiente me dicen que 8 o 10 €, pero no abren
hasta las ocho. Para coger el camí de cavalls, un hombre me dice que
baje a la playa y que, desde allí, está bien indicado hasta Punta
Prima. Ya en la costa, un hombre que me recuerda en su aspecto al
protagonista masculino de London River, me dice: “puedes llegar por
las rocas hasta Alcafar”.
Va con una carretilla, haciendo tareas de limpieza. El paseo es bonito y ya me parece ver a lo lejos la torre de Alcafar y el faro de Punta Prima. Pero resultará que Punta Prima no tiene faro y el que estoy viendo es el que está en la Illa de l’Aire. Llego a una zona en la que están haciendo un agujero y, entre el hoyo y las casas que llegan hasta el borde de la ría, no puedo pasar. Para hacerlo, debo subir al pretil de un recinto privado y, de allí, saltar a la carretera.
Surgirán más inconvenientes que no debieran estar permitidos por la ley de costas y, de nuevo, tendré que seguir por la carretera. Se va acercando la hora de desayunar, si es que en este viaje mío, el desayuno tiene una hora concreta, y pregunto a niño con perro. Me dice que vaya a pie de puerto. Pero, cuando llego, está cerrado.
Dos hombres que preparan barca y remos, me dicen: “no abren hasta las ocho”. El camino vuelve a ser bueno, pero lo malo son los charcos producidos por la lluvia de la noche anterior. Luego sale a la costa y paso por zona protegible Na Foradada, con arena, rocas y arbustos marítimos. El acercamiento a la cala y torre Alcafar es bonito, realzado por el faro de la isla del fondo. Poco a poco, voy entrando en población y la cala que se forma en Alcafar es muy urbana.
La torre queda al otro lado y me acerco hasta ella. Tiene muy buenos accesos. Cuando aviste la población de Punta Prima, que también tiene su torre, y que no tiene nada que ver con Punta Nati, donde todo era un desierto rocoso sin ninguna construcción. Saco varias fotos de la illa de l’Aire que, al igual que estos núcleos poblados de costa, pertenece a Sant Lluis, que está a mitad de camino entre esta costa de la que ahora disfruto y de Maó.
Continúo hacia Punta Prima donde, al entrar, hablo con un contratado por los propietarios que quita los hierbajos adheridos a un muro. Aunque le gustaría que le contratara el ayuntamiento, está contento porque, al menos, tiene trabajo. Me desea buen viaje. Llego a la playa que veía de lejos, y me doy un baño. La playa está vacía. El mar rompe con olita fuerte, pero sin peligro.
Doy un par de brazadas, salgo refrescado y me seco al aire. Aparece una pareja. Ella se acerca a la orilla. Dos sudamericanos colocan sombrillas junto a las hamacas. Ellos están sólo a su trabajo. Cuando estoy dando mis paseos hasta secarme, se aproxima un extranjero a la orilla y se queda mirando, como si le sorprendiera mi naturalidad, y se queda allí, quieto, mirando como sin mirar y sin decir nada. Ya seco, se acerca un chico haciendo entrenamiento a la carrera y ni mira, ni saluda. Me visto y me dispongo a subir la cuesta, para ver si hay algo abierto para poder desayunar. Veo hotel con buffet y ni me acerco. Un poco más arriba hay otro bar cerrado. Una mujer que barre me dice que hay bares abajo, cerca de la playa, pero le respondo que están cerrados. Me dice que vaya a un hotel o al bar que está enfrente y, cuando llego de nuevo a la playa, veo que está abierto Sa Cantonada. Es allí donde entro a desayunar.
Va con una carretilla, haciendo tareas de limpieza. El paseo es bonito y ya me parece ver a lo lejos la torre de Alcafar y el faro de Punta Prima. Pero resultará que Punta Prima no tiene faro y el que estoy viendo es el que está en la Illa de l’Aire. Llego a una zona en la que están haciendo un agujero y, entre el hoyo y las casas que llegan hasta el borde de la ría, no puedo pasar. Para hacerlo, debo subir al pretil de un recinto privado y, de allí, saltar a la carretera.
Surgirán más inconvenientes que no debieran estar permitidos por la ley de costas y, de nuevo, tendré que seguir por la carretera. Se va acercando la hora de desayunar, si es que en este viaje mío, el desayuno tiene una hora concreta, y pregunto a niño con perro. Me dice que vaya a pie de puerto. Pero, cuando llego, está cerrado.
Dos hombres que preparan barca y remos, me dicen: “no abren hasta las ocho”. El camino vuelve a ser bueno, pero lo malo son los charcos producidos por la lluvia de la noche anterior. Luego sale a la costa y paso por zona protegible Na Foradada, con arena, rocas y arbustos marítimos. El acercamiento a la cala y torre Alcafar es bonito, realzado por el faro de la isla del fondo. Poco a poco, voy entrando en población y la cala que se forma en Alcafar es muy urbana.
La torre queda al otro lado y me acerco hasta ella. Tiene muy buenos accesos. Cuando aviste la población de Punta Prima, que también tiene su torre, y que no tiene nada que ver con Punta Nati, donde todo era un desierto rocoso sin ninguna construcción. Saco varias fotos de la illa de l’Aire que, al igual que estos núcleos poblados de costa, pertenece a Sant Lluis, que está a mitad de camino entre esta costa de la que ahora disfruto y de Maó.
Continúo hacia Punta Prima donde, al entrar, hablo con un contratado por los propietarios que quita los hierbajos adheridos a un muro. Aunque le gustaría que le contratara el ayuntamiento, está contento porque, al menos, tiene trabajo. Me desea buen viaje. Llego a la playa que veía de lejos, y me doy un baño. La playa está vacía. El mar rompe con olita fuerte, pero sin peligro.
Doy un par de brazadas, salgo refrescado y me seco al aire. Aparece una pareja. Ella se acerca a la orilla. Dos sudamericanos colocan sombrillas junto a las hamacas. Ellos están sólo a su trabajo. Cuando estoy dando mis paseos hasta secarme, se aproxima un extranjero a la orilla y se queda mirando, como si le sorprendiera mi naturalidad, y se queda allí, quieto, mirando como sin mirar y sin decir nada. Ya seco, se acerca un chico haciendo entrenamiento a la carrera y ni mira, ni saluda. Me visto y me dispongo a subir la cuesta, para ver si hay algo abierto para poder desayunar. Veo hotel con buffet y ni me acerco. Un poco más arriba hay otro bar cerrado. Una mujer que barre me dice que hay bares abajo, cerca de la playa, pero le respondo que están cerrados. Me dice que vaya a un hotel o al bar que está enfrente y, cuando llego de nuevo a la playa, veo que está abierto Sa Cantonada. Es allí donde entro a desayunar.
Desayuno
en Sa Cantonada
Una
empleada limpia con esmero todas las sillas que son como de cestería,
pero con entramado plástico para que resistan mejor la humedad en
caso de lluvia. La imitación es tan buena que dan el pego y parece
que son de mimbre. Dos empleados desayunan. Uno se levanta y me
ofrece dos trozos de bizcocho, uno de piña y otro de manzana y un
gran vaso de leche con sobre descafeinado, por el módico precio
de 4,95 € que pago sin rechistar. Escribo el diario y el chico me
orienta para el tramo que viene a continuación. Lo peor del lugar es
la corriente que se forma y la música, cuyo altavoz lo tengo casi
pegado a mi oreja buena, la que mejor oye y que, en este momento,
preferiría que fuera sorda. Tengo ganas de terminar y salir para
coger calorcito solar. A ver si tengo suerte con las playas y
encuentro alguna nudista. La playa de Punta Prima tiene una arena
finísima; hacía mucho tiempo que no cataba algo igual, ni en la
península. Esta arena me trae a la memoria otra playa de arena igual
de fina, Santa Comba, entre San Xurxo y Ponzos, todas ellas playas
próximas a Ferrol. Antes de salir de Sa Cantonada, relleno de agua
mi botellín, para que se mezcle con la de limón que no he terminado
de consumir y que me vuelve a recordar a Marga, que me exprimió el
limón. En el servicio, me afeito. Me despido agradecido por la
atención prestada y me voy cuesta arriba.
La torre de Son Ganxo
Subo
hacia la torre y puedo llegar a ella por carretera. De allí sale un
camino no señalado que, durante un rato, me va llevando por el
litoral. En el arranque, me encuentro con madre e hija, inglesas, que
nunca habían oído hablar del camí de cavalls. Les siembro la
curiosidad para que lo hagan. Cabe la posibilidad de que tal cosa
ocurra. Toda esta parte de la costa tiene un buen camino, pero la
parte que da al mar es un pedregal poco apto y nada apetecible para
darme un baño.
En la medida en que me vaya acercando a Biniancolla, las piedras sueltas van desapareciendo y son sustituidas por un roquero precioso. Ya entramos, y así será a lo largo de lo que queda de mañana y de la tarde, en el litoral Sur, donde los topónimos de lugar empiezan por “Bini”.
En la medida en que me vaya acercando a Biniancolla, las piedras sueltas van desapareciendo y son sustituidas por un roquero precioso. Ya entramos, y así será a lo largo de lo que queda de mañana y de la tarde, en el litoral Sur, donde los topónimos de lugar empiezan por “Bini”.
Binibeca
y Binibèquer
Hay
una zona que de lejos me parece una hermosa playa, pero también será
de piedras. La única parte que tiene arena, está repleta de gente,
lo que la hace menos apetecible. Se trata de la playa Torret. La
plataforma del chiringuito también está hasta los topes.
El nombre de la playa me trae a la memoria la Terrot que tenía mi padre y de que quien más disfrutaba con ella era mi hermana Sagrario que, siempre que se la pedía, él se la dejaba para dar una vuelta. No sé si ya lo traía en los genes pero, de los tres hermanos, es la única que conduce vehículos a motor. Ni Lucía, ni yo hemos sido amantes del volante.
Torret es la playa de Torret de Baix y de Binibeca. Al leerlo, me acuerdo de que mi hija Sara me dijo que Binibeca tenía algo de especial. Desde luego, la playa, aunque es de arena fina, no es nada del otro mundo y, con tanta gente, menos. Más tarde llego a Binibèquer Vell y este poblado, con su urbanización de casitas blancas singulares, ya tiene más gracia. Me supongo que yo, de la información recibida de mi hija Sara, había confundido Binibeca con Binibèquer. Saco tres fotos que dan una idea de cómo está construida esta urbanización que, basándose en un tipo de construcción antiguo y propio de la isla, tiene más visos de Neu que de Vell. Con esta afirmación, no quiero decir que alguna de las casas no pueda ser antigua. Binibèquer no tiene playa.
El nombre de la playa me trae a la memoria la Terrot que tenía mi padre y de que quien más disfrutaba con ella era mi hermana Sagrario que, siempre que se la pedía, él se la dejaba para dar una vuelta. No sé si ya lo traía en los genes pero, de los tres hermanos, es la única que conduce vehículos a motor. Ni Lucía, ni yo hemos sido amantes del volante.
Torret es la playa de Torret de Baix y de Binibeca. Al leerlo, me acuerdo de que mi hija Sara me dijo que Binibeca tenía algo de especial. Desde luego, la playa, aunque es de arena fina, no es nada del otro mundo y, con tanta gente, menos. Más tarde llego a Binibèquer Vell y este poblado, con su urbanización de casitas blancas singulares, ya tiene más gracia. Me supongo que yo, de la información recibida de mi hija Sara, había confundido Binibeca con Binibèquer. Saco tres fotos que dan una idea de cómo está construida esta urbanización que, basándose en un tipo de construcción antiguo y propio de la isla, tiene más visos de Neu que de Vell. Con esta afirmación, no quiero decir que alguna de las casas no pueda ser antigua. Binibèquer no tiene playa.
Nudismo
en roquedal. Dos camareras, Pepe, el bombero y Alberto, el matemático
Pregunto
a unos obreros y me orientan para salir hacia el mar. Cuando llego a
la carretera, el mar está después de una masa rocosa, más o menos
plana. Veo salir de esa zona a una chica que me dice que hay una
playa de arena aproximadamente a un kilómetro. Cuando me dirijo
hacia el lugar indicado, me animo a asomarme a las rocas de las que
salía la chica, pues observo que el mar tiene algún entrante por
entre ellas. Veo saltar algunas olas por entre las rocas.
Encuentro a varias personas desnudas y voy en esa dirección. El primer tramo al que llego, con cuatro personas, prácticamente está ya completo. Avanzo hacia otro sitio, pero salta el agua y reculo y busco acomodo donde los otros. Después llega otro chico que se desnuda y se queda junto a la primera chica. Hay dos chicas con perro, que están con un chico, pero Alberto está tumbado al sol en un saliente rocoso que es azotado por el mar por delante, izquierda y derecha; de vez en cuando le salpica el agua, pero se ve que le agrada. Yo no estaría muy cómodo donde él. Bajo a la plataforma, casi pasando por encima de la primera chica, y me baño. Quizás por estar el agua entre rocas y muy protegida del mar, me parece que está más templada que los días anteriores, así que estoy más tiempo bañándome que lo que es habitual en mí. Cuando salgo, pido a las chicas que me hagan un hueco en su espacio. Su perro parece que quiere hacer buenas migas conmigo y, en un momento en que me descuido, me pisa la mano. Estoy un rato tumbado y me doy otro baño. Se está bien. Las chicas se sacan fotos y hablo con ellas. Una esta trabajando en hostelería en la zona y conoce al último que ha llegado. Dice que el primer año hay que trabajar duro, darlo todo y ganarse el puesto y, así, se tiene asegurado trabajo para el futuro. La otra, la que saca las fotos, llegó ayer de Barcelona y ha venido también en busca de trabajo. Su amiga le va a ayudar. Cuando llega Pepe, se desnuda, se pone gafas y tubo y pregunta: “¿hay medusas?” Tiene una marca producida por ellas en el lado izquierdo, junto al ombligo. Como se tira desde la roca, tiene que hacerlo con mucho impulso, para no herirse con ellas y, a la vez, algo en plancha, para no pegarse con el fondo, por lo que al llegar al mar, levanta una gran masa de agua que salpica a Alberto. Es motivo suficiente para ponerme a hablar con Alberto y, cuando sale del agua, con Pepe, que nos cuenta su viaje a Cuba. Fue con la intención de enterarse bien de lo que pasó en Sierra Maestra y tratar de entender por qué Silvio compone esas canciones con esas letras que a Pepe tanto le gustan. Se propuso hacer un recorrido por la isla, pidiendo a los camioneros que le llevaran de aquí para allá. Nos cuenta cómo organizan allí el transporte urbano, que hace que el coche no sea necesario para desplazarse. La solidaridad es de verdad y a él le ayudaron todo lo que pudieron. Le llevaron a sus casas y él trató de corresponder invitándoles según sus posibilidades. Cuando me echo al agua, Pepe está explicando a Alberto que, en el tiempo que le queda libre de su trabajo como bombero en Maó, mantiene un huerto ecológico, donde cultiva toda clase de verduras. Por el entusiasmo con que lo cuenta, ¡dan ganas de probarlas! Ha puesto mucho empeño en este huerto a partir de volver de Cuba. Tras el baño y estar un rato de cháchara cubana con nosotros, Pepe se va. Me quedo con el otro y las chicas. A Alberto también le gusta viajar, pero así como yo no llevo en la mochila más que ropa y calzado, él siempre lo hace con hornillo y utensilios para cocinar. Todos los días cocina lentejas o arroz. No sale de esos productos. Tiene un trabajo en la zona bastante cómodo de cuatro horas (de 20:00 a 24:00 horas), así que tiene tiempo para disfrutar, bañarse y estar con los amigos, y gana lo suficiente como para llevar una vida holgada. Es matemático, es decir, acaba de terminar la carrera de Matemáticas y ha solicitado una plaza para hacer un Master en la UPV, en Bilbao. Si consigue que le den la beca, irá. Sus padres le ayudan en lo que haga falta. No me parece mal su filosofía de vida. Trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Me despido de los tres y me voy en busca de sitio para comer. Me dicen que un poco más adelante hay un chiringuito.
Encuentro a varias personas desnudas y voy en esa dirección. El primer tramo al que llego, con cuatro personas, prácticamente está ya completo. Avanzo hacia otro sitio, pero salta el agua y reculo y busco acomodo donde los otros. Después llega otro chico que se desnuda y se queda junto a la primera chica. Hay dos chicas con perro, que están con un chico, pero Alberto está tumbado al sol en un saliente rocoso que es azotado por el mar por delante, izquierda y derecha; de vez en cuando le salpica el agua, pero se ve que le agrada. Yo no estaría muy cómodo donde él. Bajo a la plataforma, casi pasando por encima de la primera chica, y me baño. Quizás por estar el agua entre rocas y muy protegida del mar, me parece que está más templada que los días anteriores, así que estoy más tiempo bañándome que lo que es habitual en mí. Cuando salgo, pido a las chicas que me hagan un hueco en su espacio. Su perro parece que quiere hacer buenas migas conmigo y, en un momento en que me descuido, me pisa la mano. Estoy un rato tumbado y me doy otro baño. Se está bien. Las chicas se sacan fotos y hablo con ellas. Una esta trabajando en hostelería en la zona y conoce al último que ha llegado. Dice que el primer año hay que trabajar duro, darlo todo y ganarse el puesto y, así, se tiene asegurado trabajo para el futuro. La otra, la que saca las fotos, llegó ayer de Barcelona y ha venido también en busca de trabajo. Su amiga le va a ayudar. Cuando llega Pepe, se desnuda, se pone gafas y tubo y pregunta: “¿hay medusas?” Tiene una marca producida por ellas en el lado izquierdo, junto al ombligo. Como se tira desde la roca, tiene que hacerlo con mucho impulso, para no herirse con ellas y, a la vez, algo en plancha, para no pegarse con el fondo, por lo que al llegar al mar, levanta una gran masa de agua que salpica a Alberto. Es motivo suficiente para ponerme a hablar con Alberto y, cuando sale del agua, con Pepe, que nos cuenta su viaje a Cuba. Fue con la intención de enterarse bien de lo que pasó en Sierra Maestra y tratar de entender por qué Silvio compone esas canciones con esas letras que a Pepe tanto le gustan. Se propuso hacer un recorrido por la isla, pidiendo a los camioneros que le llevaran de aquí para allá. Nos cuenta cómo organizan allí el transporte urbano, que hace que el coche no sea necesario para desplazarse. La solidaridad es de verdad y a él le ayudaron todo lo que pudieron. Le llevaron a sus casas y él trató de corresponder invitándoles según sus posibilidades. Cuando me echo al agua, Pepe está explicando a Alberto que, en el tiempo que le queda libre de su trabajo como bombero en Maó, mantiene un huerto ecológico, donde cultiva toda clase de verduras. Por el entusiasmo con que lo cuenta, ¡dan ganas de probarlas! Ha puesto mucho empeño en este huerto a partir de volver de Cuba. Tras el baño y estar un rato de cháchara cubana con nosotros, Pepe se va. Me quedo con el otro y las chicas. A Alberto también le gusta viajar, pero así como yo no llevo en la mochila más que ropa y calzado, él siempre lo hace con hornillo y utensilios para cocinar. Todos los días cocina lentejas o arroz. No sale de esos productos. Tiene un trabajo en la zona bastante cómodo de cuatro horas (de 20:00 a 24:00 horas), así que tiene tiempo para disfrutar, bañarse y estar con los amigos, y gana lo suficiente como para llevar una vida holgada. Es matemático, es decir, acaba de terminar la carrera de Matemáticas y ha solicitado una plaza para hacer un Master en la UPV, en Bilbao. Si consigue que le den la beca, irá. Sus padres le ayudan en lo que haga falta. No me parece mal su filosofía de vida. Trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Me despido de los tres y me voy en busca de sitio para comer. Me dicen que un poco más adelante hay un chiringuito.
Binissafúller:
comida en el Club Náutico
El
Club Náutico, donde como, está en Binissafúller y pertenece también a Sant
Lluis. Hay sitio para mí puesto que quedan dos mesas libres. Como
media ración de ensaladilla, mejillones, chuletillas y dos cervezas
y me cobran 26,90 € que pago con Visa. Esta comida, algo tardía,
servirá también de cena. Al entrar en el retrete para lavarme las
manos, tengo que coger un cubo amarillo que está delante. Dentro no
hay enchufe, así que pesaré otro día más sin afeitar la parte de
cara que me deja libre la barba. Una camarera fuma su porro (quizás
tabaco de liar) fuera. Será la que luego me cobre pero, como no hay
cobertura, tendrá que alejarse hacia Ciutadella para poder coger
línea. He anulado una ensalada de verduras moradas y no tomo ni
postre, ni café. Cuando voy a empezar a escribir, aparecen Jara,
Carol y Alberto que han considerado suficiente el sol que han tomado. Saludan
y se ponen a mi espalda. No sé si comen o beben. Sólo el saludo pero ahora
no hablamos. Cuando se van a marchar se despiden de mí y me desean
suerte en lo que me queda de islas. A Jara le deseo que mantenga su
trabajo y, a Carol, que lo consiga. A Alberto que logre la beca para
la Universidad del País Vasco. También saludo a la cocinera, que es
de Bilbao y, antes de las cinco, ya estoy prosiguiendo el camino. Los
nombres Carolina y Alberto, entran dentro de los previsibles, pero el
de Jara me trae el mal recuerdo de la jara, aquel arbusto que tantos
problemas me trajo en el Sudoeste portugués, en el entorno de Vila
do Bispo. Me ha dicho la cocinera que hay más empleados vizcaínos,
uno de Baracaldo, pero que están en otro turno.
Biniparratx
y Binidalí
Salgo
y sigo la carretera y, a la derecha, veo el camí de cavalls. Si lo
cojo, me va a alejar de la costa y, aunque una señal orienta hacia
Cala en Porter, que está en el litoral, pienso que ese camino tiene
intención de llevarme todo el rato por el interior, así que decido
continuar por carretera, mientras ésta vaya más próxima al mar. Lo
primero que veo es Es Caló Blanc, un conjunto de acantilado con
pequeñas casitas bajas, que me resulta muy grato a la vista. Como ejemplo os muestro esta coqueta casita blanca con su terraza y embarcadero.
Estas casitas, tan próximas al mar, en entrante muy protegido, suponen un lugar perfecto para vivir y disfrutar. Me encuentro con casas a la derecha y a la izquierda, con pocas posibilidades de poder salir al acantilado. Las casas se han apoderado de él y, la Ley de Costas, de nuevo, ¡se ha ido al carajo! Por fin, salgo al acantilado, junto a mansiones con amplios jardines y piscinas y que, muy protegidas por el interior, sin embargo pueden ser abordadas fácilmente por el acantilado marino.
Las piscinas están muy accesibles al caminante. Tampoco hay muretes ni plantas con pinchos disuasorias, para evitar entrar a los merodeadores. La roca del acantilado es bastante horizontal pero resulta dificultoso avanzar por ella, pues exige mucha atención para ver dónde se pisa. Me asomo al acantilado y desde allí ya se ven los entrantes de mar que indican las posiciones de Biniparratx y Binidalí, a cuyas playas iré acercándome. Acabo saliendo, de nuevo, a la carretera.
Estas casitas, tan próximas al mar, en entrante muy protegido, suponen un lugar perfecto para vivir y disfrutar. Me encuentro con casas a la derecha y a la izquierda, con pocas posibilidades de poder salir al acantilado. Las casas se han apoderado de él y, la Ley de Costas, de nuevo, ¡se ha ido al carajo! Por fin, salgo al acantilado, junto a mansiones con amplios jardines y piscinas y que, muy protegidas por el interior, sin embargo pueden ser abordadas fácilmente por el acantilado marino.
Las piscinas están muy accesibles al caminante. Tampoco hay muretes ni plantas con pinchos disuasorias, para evitar entrar a los merodeadores. La roca del acantilado es bastante horizontal pero resulta dificultoso avanzar por ella, pues exige mucha atención para ver dónde se pisa. Me asomo al acantilado y desde allí ya se ven los entrantes de mar que indican las posiciones de Biniparratx y Binidalí, a cuyas playas iré acercándome. Acabo saliendo, de nuevo, a la carretera.
Tarjeta
con chip EMV
Recibo
mensaje en el móvil de Caja Laboral/Laboral Kutxa: “Ya puedes
recoger en tu sucursal tu nueva tarjeta Visa Caja Laboral con chip
EMV, más cómoda y más segura. Te esperamos.” Tendrá que esperar
a mi regreso. Confío en que, entretanto, la que llevo no pierda
validez.
Sigo por la carretera, me meto por un camino y avisto la playa de Biniparratx desde arriba del acantilado, pero no veo la forma de bajar. Desde el lado en que estoy, veo las cuevas características del otro lado y acabo saliendo de nuevo a la carretera. Llego a un cruce donde indican Campamento y me adentro hasta llegar a un badén, pero como no veo ningún campamento, ni cercano ni a lo lejos, decido volver a la misma carretera.
Habría sido interesante encontrar allí un lugar, un campamento, que me hubiera permitido dormir esta noche, con cierta protección. Pronto aparece la señal de Biniparratx en el camí de cavalls pero, como ya la he visto desde arriba, ni me acerco y continúo hacia la playa de Binidalí.
Sigo por la carretera, me meto por un camino y avisto la playa de Biniparratx desde arriba del acantilado, pero no veo la forma de bajar. Desde el lado en que estoy, veo las cuevas características del otro lado y acabo saliendo de nuevo a la carretera. Llego a un cruce donde indican Campamento y me adentro hasta llegar a un badén, pero como no veo ningún campamento, ni cercano ni a lo lejos, decido volver a la misma carretera.
Habría sido interesante encontrar allí un lugar, un campamento, que me hubiera permitido dormir esta noche, con cierta protección. Pronto aparece la señal de Biniparratx en el camí de cavalls pero, como ya la he visto desde arriba, ni me acerco y continúo hacia la playa de Binidalí.
Atardecer
en la playa de Binidalí
Cuando
llego a la urbanización, el sistema de señalización, que es para
los coches, no es el que más conviene al caminante. Me obliga a dar
una vuelta innecesaria. Los indicadores orientan a los vehículos
hacia el aparcamiento y yo no tengo nada que aparcar. La hora del día
ya es tardía para este tipo de playas que se adentran al fondo de un
macizo rocoso.
El sol de Poniente ya ha dejado mucha parte de la playa en sombra y sólo recibe los últimos rayos la parte de roca que está más hacia el Este. Todavía hay buena luz, pues aún no son las ocho. Consigo llegar a las rampas de bajada a la playa, llego a la arena, me doy un baño, el último de la jornada, y cojo el calorcito de los últimos rayos solares colocándome a secar en las últimas rocas iluminadas por el astro rey. Está decidido, me quedaré a dormir aquí. Estoy cansado, después de dos noches poco gratas: la primera por la lluvia, la segunda por las condiciones de la casa de payés en la que he estado de ocupa. Confío en que aquí dormiré sin sobresaltos. Cuando estoy secándome en las rocas todavía soleadas, alguien se asoma a la cresta sobre la playa, ¿a mirar al caminante? Alguno lo hace persistentemente. Yo levanto mi brazo y coloco mi mano en forma de visera para protegerme de los rayos solares. Nadie baja. Cuando el recorrido del sol abandona mis rocas y se desplaza hacia otras rocas ya inaccesibles para mí, me alejo del lugar y vuelvo a la playa para elegir y acondicionar el lugar donde voy a dormir. La playa tiene bastante cascajo seco de posidonia y también veo que hay gusanos peludos parecidos a los de la procesionaria. Una subsahariana baja por el acantilado que queda en el lado Este, parece que busca y recoge algún tipo de planta que no logro reconocer en la distancia.
El sol de Poniente ya ha dejado mucha parte de la playa en sombra y sólo recibe los últimos rayos la parte de roca que está más hacia el Este. Todavía hay buena luz, pues aún no son las ocho. Consigo llegar a las rampas de bajada a la playa, llego a la arena, me doy un baño, el último de la jornada, y cojo el calorcito de los últimos rayos solares colocándome a secar en las últimas rocas iluminadas por el astro rey. Está decidido, me quedaré a dormir aquí. Estoy cansado, después de dos noches poco gratas: la primera por la lluvia, la segunda por las condiciones de la casa de payés en la que he estado de ocupa. Confío en que aquí dormiré sin sobresaltos. Cuando estoy secándome en las rocas todavía soleadas, alguien se asoma a la cresta sobre la playa, ¿a mirar al caminante? Alguno lo hace persistentemente. Yo levanto mi brazo y coloco mi mano en forma de visera para protegerme de los rayos solares. Nadie baja. Cuando el recorrido del sol abandona mis rocas y se desplaza hacia otras rocas ya inaccesibles para mí, me alejo del lugar y vuelvo a la playa para elegir y acondicionar el lugar donde voy a dormir. La playa tiene bastante cascajo seco de posidonia y también veo que hay gusanos peludos parecidos a los de la procesionaria. Una subsahariana baja por el acantilado que queda en el lado Este, parece que busca y recoge algún tipo de planta que no logro reconocer en la distancia.
Preparando
cama en Binidalí
Además
del lugar elegido, acondiciono un espacio que está cubierto por una
gran piedra, por si durante la noche, a este cielo tan azul, le diera
por regalar lluvia. Igual de azul estaba el día en que dormí en la
playa de Es Tamarell. Trato de poner lo más horizontal que puedo el
suelo, ayudado por algunas piedras, cuyos huecos relleno con otras
más pequeñas, lo cubro todo con cascajo seco de posidonia, para que
esté más mullido y, por encima, lo cubro todo con arena seca, que
hay en montañitas al lado de la improvisada cueva. Es un trabajo
preventivo que no usaré en toda la noche pero, una vez hecho, me da
tranquilidad y seguridad.
Visita de
una pareja que vive en Torret
Por el
lugar por el que yo he bajado, nada más acabar de preparar mi cama a
cubierto, bajan dos personas. Les veo cuando están a media cuesta y,
cuando llegan, veo que una es la camarera que me ha atendido en el
Club Náutico, donde he comido, y que me reconoce, y el otro es su
pareja, un argentino. Viven en Torret, durante estos cuatro meses de
verano y, el resto del año, en Barcelona. Me hablan de su vivac por
la Pampa, del saco de dormir que llevaba y de cómo se iba
desprendiendo de ropa a medida que bajaba hacia el Sur. Parece un
contrasentido, puesto que hacia cabo de Hornos, hacia tierra de
Fuego, cada vez hace más frío, está próximo al Antártico. Estamos un rato de charla y
contándoles anécdotas de este viaje y de mis viajes anteriores y se
van, porque quieren ver la puesta de sol desde arriba. A mí, hoy, me
está vedada si no me voy de la playa y, la verdad, no me quedan
muchas ganas de hacerlo. Ya he perdido hoy la ocasión de ver el
amanecer. No será muy grave perderme el ocaso. No sé si la catalana
y el argentino lo podrán ver hoy, puesto que les he entretenido
demasiado tiempo con mis cuitas. Les he enseñado el material que
transporto en mi mochila. Son ellos los que me dicen que debiera
haber visto el amanecer desde la Cala des Rafalet. También me hablan
de Calescoves, con cuevas que consideran son muy buenas para dormir,
y que ya veré mañana, y me recomiendan la playa de Son Bou, a la
que llegaré dentro de dos días. Una vez se ha ido la pareja, ya me
quedo solo definitivamente.
Noche
plácida en Binidalí
Elimino
de mi entorno cercano todo gusano peludo que encuentro, preparo la
cama, me doy masaje de Aloe-Vera en los pies y ahuyenta mosquitos, al
que se le ha abierto una raja en el plástico, por el que se
desparrama el líquido. ¡A ver si consigo no perderlo todo! Tras
orinar, para las 9:15 h ya estoy dentro del catre. Hacia la una,
tendré que salir de nuevo por necesidad de micción. Ahora las olas
rompen suaves, pero más continuas que al inicio. ¿Se habrá
levantado más viento? Mi roca me protege. Las mochilas están a buen
recaudo, bajo techo y muy próximas a mi cuerpo serrano. El argentino
me ha recomendado que las pusiera lejos, escondidas, para dar trabajo
de búsqueda a los eventuales ladrones pero, para mí, habría sido
peor. Con ellas a mi lado estoy más tranquilo. Habría sido otro
sitio para vigilar. Pero cada maestrillo, su librillo.
Balance
del día
He
llegado a la noche con ganas de descansar y, después de las noches
anteriores tan sandungueras, creo que lo lograré. Los recorridos de
la mañana y de la tarde han sido bonitos. Los encuentros han estado
bien, así como los baños y las comidas. No habrá cena, pero he
comido suficiente.
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