Etapa
06 (248) 08 de junio de 2011, miércoles.
Platja d’Es
Tamarell-Es Grau-Sa Mesquida-Maó-Es Castell-Cala des Rafalet.
Hoy es el
cumpleaños de mi hermana Sagrario
Tormentas
nocturnas
Se
puede considerar que la tormenta ha sido sólo una, pero las
precipitaciones han sido varias, en distintos momentos de la noche.
La única vez que me había llovido durante mi vuelta a la península,
había sido en Portugal, en la playa de Amoreira, en el Algarve, la
noche anterior a conocer en Odeceixe a José António Cerejo, que
hace periodismo de investigación en Público y que en 2013 fue
acreedor del Premio Gazeta por unos artículos sobre el caso
Tecnoforma, uno más de tantos de corrupción que se producen en el
mundo, publicados entre los meses de octubre y diciembre de 2012.
Allí, en Amoreira, me llovió estando ya cercana la hora de levantarme. Un socorrista me había obligado a abandonar el único
espacio con techo de toda la playa. Esta segunda vez, ha sido peor. No puedo decir la hora exacta en que se ha puesto a llover. Ha
empezado con ganas y, en cuanto me doy cuenta, cojo la rafia
abandonada, que había dejado preparada doblada y cercana a donde
duermo, y me la echo por encima. Inicialmente parece que cumple su
función, que me protege, pero al poco rato, empieza a entrarme agua
por los pies. Los encojo, pero me empieza a entrara agua por las
rodillas. Menos mal que, a los diez o quince minutos, para de llover.
Veo cómo los rayos se van desplazando hacia Favàritx. Miro al cielo
y compruebo que la mitad está estrellado y, la otra, cubierto. Pero
empiezan a entrar nubes por el Este y la franja de cielo estrellado se
va estrechando. Al mismo tiempo observo que los rayos tormentosos se
van alejando, puesto que el tiempo que transcurre entre el resplandor
que veo de los rayos, el relámpago, y el sonido que me llega de los
truenos, cada vez va siendo más amplio. Al menos he salido del
centro de la tormenta. Los rayos no los puedo ver, puesto que me los
tapan las rocas más próximas. Poco a poco, los relámpagos van
perdiendo intensidad y la luz que me llega se va pareciendo más a
los haces de luz que me vienen del faro de Favàritx. Pasa un rato y
los rayos vuelven a ser más intensos. No bajo la guardia y estoy muy
atento, pues se me ha humedecido la parte central del saco y cambio
de postura para proteger mi estómago. El cielo no acaba de darme
tranquilidad y me siento impotente y temeroso de que vuelva a llover.
He dejado de lado la rafia, para que escurra el agua que la ha
empapado, pero me resisto a salir de mi saco. Como me entran
ganas de orinar, no tengo más remedio que salir de él. Al entrar de
nuevo, con mis pies, meto más arena dentro, que irá al fondo del saco. Esta parte baja del
saco, además, está ya empapada. Hacia las cinco de la madrugada, empieza a
llover de nuevo. El inicio es tímido, pero pronto lo hará con más
intensidad. Durará veinte o veinticinco minutos, que a mí se me
hacen eternos. ¡Qué impotencia! Estrategia que empleo: 1º Doy
vuelta a la esterilla autohinchable, pues el lado azul se me había
empapado con la primera lluvia, y la parte que estaba del lado de la
arena, la cara negra, había permanecido seca. 2º De nuevo, me echo
la rafia por encima. 3º Encojo cuanto puedo las rodillas, tratando
de meter bajo la rafia los pies. 4º Cuando empieza a correrme agua
por las rodillas y a formarse como un río hacia el centro, coloco la
mano derecha bajo el abdomen (estoy tumbado lateral del lado
izquierdo), para protegerlo de un probable enfriamiento. 5º Cuando
ya no tengo otra posibilidad, puesto que el lado negro de la
esterilla también se ha empapado, me arrodillo, con el fin de
cubrirme con la rafia y presentar a la lluvia la menor área mojable posible. Y 6º Cuando
para de llover, extiendo la rafia en el suelo, me pongo de pie sobre
ella y, con el airecillo que se ha empezado a levantar, y que viene
del mar, se me va secando el saco y cada vez queda más empapada
la zona de los pies. También se me ha mojado la toalla y la
extiendo bamboleándola como bandera al viento, aunque poco es lo que
consigo que se seque. No miro el interior de mi mochila, confiando en
que no se me haya mojado la ropa seca. Alternando, de pie y de
rodillas, así estaré entre 5:30 h y las siete de la mañana.
Frontal a mi playa, se encuentra otra que está en la Illa d’en
Colom.
Un baño
para festejar el fin del diluvio
Con
estos avatares, no se puede decir que haya descansado mucho y bien,
pero siento la sensación de que, al menos, no he cogido una neumonía
y, para festejarlo, me doy un baño gratificante. Me seco al aire
paseando a lo largo de la playa, más corriendo que al trote, y
termino de secarme con lo poco que queda seco de mi humedecida toalla.
Me visto con la ropa que estaba protegida al fondo de la mochila, puesto que la que llevaba: camiseta, pantalón y jersey, se me ha mojado parcialmente. Con tanto trajín, olvido tomar la pastilla. Empiezan a caer nuevas gotas y me alejo corriendo, sin acercarme a ver cuál es el nombre de la playa que, alguien me dirá más tarde, es la playa Tamarell. Según corría hacia Es Grau para secarme, dejo la rafia donde la había encontrado, en esta playa que ha resultado tan fatídica.
Me visto con la ropa que estaba protegida al fondo de la mochila, puesto que la que llevaba: camiseta, pantalón y jersey, se me ha mojado parcialmente. Con tanto trajín, olvido tomar la pastilla. Empiezan a caer nuevas gotas y me alejo corriendo, sin acercarme a ver cuál es el nombre de la playa que, alguien me dirá más tarde, es la playa Tamarell. Según corría hacia Es Grau para secarme, dejo la rafia donde la había encontrado, en esta playa que ha resultado tan fatídica.
Es Grau
El
camino lo hago a escape. Paso junto a dos entraditas de mar que no me
inspiran ningún interés y avisto Es Grau, a lo lejos. Cuando bajo a
la playa no me atrevo a seguirla para llegar al pueblo, no vaya a
haber algún obstáculo, algún desagüe de la albufera cercana, y
prefiero seguir las señales del camí de cavalls. Pero las señales
me llevan precisamente hacia la Albufera y, no es que no me interese,
lo que no quiero es mojarme más. Con todo, saco foto del camino,
para tener una imagen de agua encharcada que dé noticia gráfica del
agua que ha caído esta noche.
Cuando llego a Es Grau, es muy temprano para desayunar. Menos mal que el bar tiene un porche a cubierto que me protege de la lluvia, todavía amenazante. El bar Tamarindos todavía está cerrado, y espero bajo su tejavana a que deje de llover y hasta que aparezca por allí alguien para preguntar.
Cuando llego a Es Grau, es muy temprano para desayunar. Menos mal que el bar tiene un porche a cubierto que me protege de la lluvia, todavía amenazante. El bar Tamarindos todavía está cerrado, y espero bajo su tejavana a que deje de llover y hasta que aparezca por allí alguien para preguntar.
Can
Bernat d’es Grau
Un
hombre llega en su coche, le pregunto por algún bar abierto y me
acompaña al Can Bernat, donde hay mucho movimiento. El acompañante no
quiere que le invite a nada y pido al barman un vaso de agua
caliente, un limón y miel. Es mi forma de prevenir un incipiente
resfriado. El barman me saca un limón partido por la mitad, que
tiene mucho jugo, y que yo exprimo sobre el agua caliente y la miel
me la saca en un envase invertido. El agua caliente me la ha sacado en
una jarrita. Es ahora cuando tomo la pastilla contra la hipertensión.
Son las 7:40 h cuando desayuno: Un vaso de leche con sobre
descafeinado, ensaimada y croissant (4,50 €). Un cliente me informa
del nombre de la playa en la que he dormido: Es Tamarell. El barman fuma y, para que salga el humo, abre
la ventana. Un cliente protesta. Entra un grupo grande. La mayoría
son mujeres (6) y dos hombres y uno se encarga de pedir descafeinado
para todos, pero una de las mujeres quiere café con leche normal. Se
arma un pequeño lío. Es difícil que llueva a gusto de todos. Ha
venido una camarera y les dice: “Los paraguas, dejarlos fuera”.
Llega gente con las camisas mojadas por la lluvia. ¡Síntoma de que
ha vuelto a empezar a llover! Se empiezan a ver paraguas por la
calle. El que estaba en la barra, ahora juega con un cliente al
backgammon. Cuatro hombres inician una partida de dominó, con el
consiguiente ruido que acompaña el golpeteo de las fichas al
ponerlas sobre la mesa. Tele: Las Mañanas de Televisión Española.
Son las 11:30 h y llevo aquí más de cuatro horas. He puesto tarde
a cargar el móvil. Esta mañana estaba totalmente difunto y hoy lo
necesito para felicitar a mi hermana. Le llamaré por la tarde, salvo
que encuentre una cabina por la mañana. Si escampa y
llego a Maó, le llamaré desde allí. Y, si llego a comer allí,
después llamaré a Marga y le invitaré a tomar café. Cuando recojo
el móvil, ya cargado, tengo un mensaje de mi hermana, dándose por
felicitada. Veo cómo sale de mi mochilita una araña.
Hacia la Caleta de Binillautí. Arañas cazadoras
Salgo
por carretera y, al rato, el camino me mete por “el imperio de los
arácnidos”. La araña que ha salido de mi mochilita no era más
que un preludio de lo que iba a venir. Encuentro tal cantidad de
telas de araña, con sus correspondientes tejedoras, algunas enormes,
que hacen muy desagradable mi camino. Las arañas están al acecho,
muy atentas a que caiga alguna presa en sus redes. Esperan algún
insecto volador despistado y lo que menos desean es al humano
destructor, pero resulta casi imposible soslayarlas. ¡Son tántas las telas que
me encuentro! Es una lástima, porque el camino en sí es precioso.
Fotografío una planta exótica, una euforbia.
Un rebaño de ovejas viene por un prado y al llegar al borde, donde empezará el descenso, se asoman las conductoras primeras. Voy bajando por varias calas, pero todas son de piedras. A la que llego ahora tiene alguna construcción en su zona Norte. Es la caleta de Binillautí, donde encuentro un pozo. Saco una foto con mi reflejo en el agua del fondo y otra, para que se vea bien el pozo, desde el exterior.
Un rebaño de ovejas viene por un prado y al llegar al borde, donde empezará el descenso, se asoman las conductoras primeras. Voy bajando por varias calas, pero todas son de piedras. A la que llego ahora tiene alguna construcción en su zona Norte. Es la caleta de Binillautí, donde encuentro un pozo. Saco una foto con mi reflejo en el agua del fondo y otra, para que se vea bien el pozo, desde el exterior.
Sa
Mesquida
Para
llegar a Sa Mesquida, pierdo el camino y, como el terreno está
encharcado, prefiero dar un rodeo por la playa. Tres piragüistas, en
la playa, han abandonado sus embarcaciones en la arena y juegan al
balón.
Intentan retenerlo pero, finalmente, se irá al agua. Me da la sensación de que es de cuero, pero parece no importarles demasiado que se moje. Hablo con el socorrista, pues tiene poco trabajo. Sólo están en la playa los tres piragüistas reconvertidos en futbolistas y no hay nadie más; por supuesto, nadie en el agua. Me desea suerte para el resto de mi viaje. Saco foto a una torre que, pienso, pudiera ser una mezquita. Pero “los cristianos se cargaron todos los vestigios de la cultura árabe”, me dirá más tarde Marga.
Avanzo hacia el edificio que pudo parecerme mezquita y lo sobrepaso. Llego a una parte en que avanza el mar y que hace como una plataforma que pudiera ser un pequeño embarcadero para pequeñas embarcaciones de pescadores de la zona. Abandonado desde hace rato el camí de cavalls, ahora camino por carretera; primero por acera, luego por arcén y, cuando éste desaparece, por la calzada asfáltica. Toda la carretera es muy peligrosa, sobre todo en las curvas. Los vehículos se arriman demasiado y, algún conductor, se asusta cuando me ve, estando casi ya encima de mí, y da un volantazo. Entrar en Maó me va costando más tiempo del que yo hubiera deseado.
Intentan retenerlo pero, finalmente, se irá al agua. Me da la sensación de que es de cuero, pero parece no importarles demasiado que se moje. Hablo con el socorrista, pues tiene poco trabajo. Sólo están en la playa los tres piragüistas reconvertidos en futbolistas y no hay nadie más; por supuesto, nadie en el agua. Me desea suerte para el resto de mi viaje. Saco foto a una torre que, pienso, pudiera ser una mezquita. Pero “los cristianos se cargaron todos los vestigios de la cultura árabe”, me dirá más tarde Marga.
Avanzo hacia el edificio que pudo parecerme mezquita y lo sobrepaso. Llego a una parte en que avanza el mar y que hace como una plataforma que pudiera ser un pequeño embarcadero para pequeñas embarcaciones de pescadores de la zona. Abandonado desde hace rato el camí de cavalls, ahora camino por carretera; primero por acera, luego por arcén y, cuando éste desaparece, por la calzada asfáltica. Toda la carretera es muy peligrosa, sobre todo en las curvas. Los vehículos se arriman demasiado y, algún conductor, se asusta cuando me ve, estando casi ya encima de mí, y da un volantazo. Entrar en Maó me va costando más tiempo del que yo hubiera deseado.
Maó, un
puerto muy bien refugiado
La
situación geográfica de este entrante de mar, tan estratégico,
quizá sirva por sí solo para justificar que Maó se convirtiera en
Capital, en detrimento de Ciutadella. Parece que la decisión no fue
de los autóctonos, sino más bien de los conquistadores externos
llegados a Menorca. Ingleses con más experiencia marinera, aunque no hicieron ascos algunos maoneses. Yendo
todavía por la carretera, ya veo algunos grandes barcos atracados en
el muelle, lo que me va dando idea de la situación del puerto y
justifica de alguna forma que me vaya escorando hacia el Oeste para
soslayarlo.
Como la hora de la comida se va acercando, hago caso omiso de los indicadores hacia Sa Mola y la Punta de S’Esperó, y me dirijo hacia Maó. Ya veo la capital al otro lado, por encima del atracadero portuario. He dado la vuelta al extremo occidental del puerto y, por un paseo, encuentro a un hombre adormecido en un banco, quien me recomienda para comer el Restaurante Andaluz.
Con este referente, empiezo a ascender hacia el núcleo poblacional, abandonando abajo el puerto. Según voy subiendo la cuesta, saco foto de la iglesia, arriba, y los barcos del puerto, abajo. La iglesia tiene un ábside interesante, por donde más tarde pasearé con Marga. Una sudamericana me dice que El Andaluz está siguiendo todo recto, al frente. No doy con él y otro chico me orienta hacia la Plaza de Colón, a la que accedo por un pasadizo.
Allí me encuentro con las tiendas de campaña de “los airados”, que se revelan contra la crisis económica orquestada por las élites de las finanzas mundiales. Protestan manifestando así su disgusto y creando problemas a los que quieren las ciudades limpias y a los mantenedores de la apariencia de orden. En Palma, paseando con Toni, volveré a encontrar otro grupo de “airados”, que si no ese día, pocas jornadas después, serían desalojados por la policía, los encargados del mantenimiento de este desorden ordenado. Las tiendas de campaña que me encuentro en Maó están vacías y sus moradores están al inicio del paseo, sentados en el suelo. Pregunto en un bar y la de la barra me da las instrucciones exactas. Como la calle es larguísima, me voy asegurando preguntando, y un hombre muy alto, me lo confirma. Cuando llego a la Casa de Andalucía, veo que la oferta es de tapas. Ofrece albóndigas, que sería mi opción más probable, pero no hay nada potente de primer plato, que es lo que más deseo. Entro, y no hay nadie en el mostrador, nadie en la cocina, nadie en la puerta enrejada de abajo. Así que salgo por donde he venido y me voy con la música a otra parte.
Como la hora de la comida se va acercando, hago caso omiso de los indicadores hacia Sa Mola y la Punta de S’Esperó, y me dirijo hacia Maó. Ya veo la capital al otro lado, por encima del atracadero portuario. He dado la vuelta al extremo occidental del puerto y, por un paseo, encuentro a un hombre adormecido en un banco, quien me recomienda para comer el Restaurante Andaluz.
Con este referente, empiezo a ascender hacia el núcleo poblacional, abandonando abajo el puerto. Según voy subiendo la cuesta, saco foto de la iglesia, arriba, y los barcos del puerto, abajo. La iglesia tiene un ábside interesante, por donde más tarde pasearé con Marga. Una sudamericana me dice que El Andaluz está siguiendo todo recto, al frente. No doy con él y otro chico me orienta hacia la Plaza de Colón, a la que accedo por un pasadizo.
Allí me encuentro con las tiendas de campaña de “los airados”, que se revelan contra la crisis económica orquestada por las élites de las finanzas mundiales. Protestan manifestando así su disgusto y creando problemas a los que quieren las ciudades limpias y a los mantenedores de la apariencia de orden. En Palma, paseando con Toni, volveré a encontrar otro grupo de “airados”, que si no ese día, pocas jornadas después, serían desalojados por la policía, los encargados del mantenimiento de este desorden ordenado. Las tiendas de campaña que me encuentro en Maó están vacías y sus moradores están al inicio del paseo, sentados en el suelo. Pregunto en un bar y la de la barra me da las instrucciones exactas. Como la calle es larguísima, me voy asegurando preguntando, y un hombre muy alto, me lo confirma. Cuando llego a la Casa de Andalucía, veo que la oferta es de tapas. Ofrece albóndigas, que sería mi opción más probable, pero no hay nada potente de primer plato, que es lo que más deseo. Entro, y no hay nadie en el mostrador, nadie en la cocina, nadie en la puerta enrejada de abajo. Así que salgo por donde he venido y me voy con la música a otra parte.
Comida en
Bracafé
Una
mujer me orienta hacia la plaza donde, me dice, ofrecen platos
combinados, y me pasa tres cuartos de lo mismo. Acabo comiendo en la
plaza de Colón, donde están los jóvenes airados, en la Cafetería
Bracafé. Como spaghetti boloñesa, ensalada mixta y alitas barbacoa,
dos cervezas y dos mentas-poleo. La cuenta ascenderá a. 26,90 € que
pagaré cuando venga Marga. La comida no me la sacan en el orden solicitado. Primero como
las alitas. La ensalada tendré dificultades para aliñarla, ya que
el aceite, cuando cae, lo hace gota a gota. El camarero intenta
solucionármelo pero será en vano. Finalmente me ofrece la
posibilidad de desenroscar el pitorro y echar aceite a chorro. Lo
hago con medida. Finalmente, llegan los spaghetti boloñesa, que
resulta ser una ración escasa y que me como en un santiamén. En
mesa larga comen bocadillos cinco chicos y cuatro chicas de
Villafranca del Penedés. Están en viaje de fin de ESO (17 años). Son del grupo de los repetidores. Hoy han venido a visitar
a una amiga menorquina. Los monitores les dejan tiempo libre aunque,
en otros aspectos, suelen ser muy estrictos. Tres toman café y luego me
encontraré al resto comprando helados. Es una terraza con mucho
movimiento y, sin pedir postre, dejo las mochilas en la silla y me
voy a llamar por teléfono a Marga y a Sagrario. Digo a Marga dónde
estoy y me dice que enseguida llegará y a mi hermana no la localizo
pues todavía no ha llegado a casa de Vera, donde le esperan algo más
tarde. Hablo con mi yerno, Mikel, quien me dice que llame a Alsasua
que, a lo mejor, todavía no ha salido. (0,75 €). Como no está en
casa, luego la llamaré de mi móvil, que tiene una tarifa de MoviStar draconiana
si se me ocurre llamar antes de las cuatro de la tarde. Cuando vuelvo
a la terraza del Bracafé a sentarme, sólo están los dos alumnos
repetidores. Además de los nueve ya mencionados, hay otros
compañeros que merodean.
Tercer
encuentro con Marga
Esta
vez, el encuentro no es casual. He hecho uso de su invitación a que
le llamara, por dos razones: Una, por el propio gusto de estar con
alguien conocido y, otra, por necesidad de recibir ayuda. En este
segundo aspecto, debo decir que a Marga le sobra generosidad. Llega al Bracafé y nos besamos. Parecemos amigos de toda la vida. Paz está en
casa, enferma desde el último día en que nos vimos. Tiene algo en
el estómago que rechaza todo alimento que ingiere, así que lleva
dos días sin probar bocado, pero no quiere ir al médico.
Tras bebernos la menta poleo y pagar con Visa, nos vamos hacia casa de Marga. Beso a Paz, postrada en cama y acepto la oferta de hacer una colada. Ponemos en marcha la lavadora para luego poder secar la ropa en su terraza, el saco y la esterilla empapados por el agua nocturna. He sacudido como he podido la arena en su jardín. Por el camino, he contado a Marga, la tormenta de esta noche y cómo estaba yo a la intemperie y sin techo protector. Su ofrecimiento de lavadora ha sido espontáneo. Como tiene casa unifamiliar de tres pisos y con terraza tendedero, programa un lavado corto y, tras colgar la ropa a secar, nos damos un paseo por el centro de la ciudad.
Tras bebernos la menta poleo y pagar con Visa, nos vamos hacia casa de Marga. Beso a Paz, postrada en cama y acepto la oferta de hacer una colada. Ponemos en marcha la lavadora para luego poder secar la ropa en su terraza, el saco y la esterilla empapados por el agua nocturna. He sacudido como he podido la arena en su jardín. Por el camino, he contado a Marga, la tormenta de esta noche y cómo estaba yo a la intemperie y sin techo protector. Su ofrecimiento de lavadora ha sido espontáneo. Como tiene casa unifamiliar de tres pisos y con terraza tendedero, programa un lavado corto y, tras colgar la ropa a secar, nos damos un paseo por el centro de la ciudad.
Marga, mi
cicerone por Maó
La
mejor visita guiada y gratuita. Después de una noche tan
tempestuosa, ha quedado una tarde fantástica. Aunque todavía no ha
llegado el verano, la temperatura alcanza cotas de estío y, mientras
paseamos por la capital menorquina, mi ropa se irá secando en la
terraza de la calle Frares, más rápido de lo que yo hubiera
podido prever.
Marga me acerca a una puerta de entrada a la ciudad vieja y luego vamos a la plaza de la iglesia. Calculando que la ropa ya estará seca, no alargamos el recorrido y no bajamos al puerto; nos limitamos a verlo asomados a un balconcillo próximo. Cuando regresamos a su casa, Marga me ofrece pasar la noche, pero pienso que ya tiene bastante con una enferma, y no le voy a dar más trabajo. Ha sido suficiente con el que le he dado ya con la colada. La ropa está seca y sólo queda un poco al saco para secarse del todo. La parte de los pies está todavía algo húmeda pero calculo, que se irá secando dentro de la mochila. Desde la terraza, llamo a mi hermana para felicitarle. Esta vez lo consigo. Está toda la familia para celebrarlo en casa de Vera y Mikel. ¡Zorionak!
Marga me acerca a una puerta de entrada a la ciudad vieja y luego vamos a la plaza de la iglesia. Calculando que la ropa ya estará seca, no alargamos el recorrido y no bajamos al puerto; nos limitamos a verlo asomados a un balconcillo próximo. Cuando regresamos a su casa, Marga me ofrece pasar la noche, pero pienso que ya tiene bastante con una enferma, y no le voy a dar más trabajo. Ha sido suficiente con el que le he dado ya con la colada. La ropa está seca y sólo queda un poco al saco para secarse del todo. La parte de los pies está todavía algo húmeda pero calculo, que se irá secando dentro de la mochila. Desde la terraza, llamo a mi hermana para felicitarle. Esta vez lo consigo. Está toda la familia para celebrarlo en casa de Vera y Mikel. ¡Zorionak!
Sabores de Maó
Tomamos
una infusión de hibiscos y, por fin, Paz ha accedido a tomar otra de
manzanilla. Marga me ofrece, para probar, queso de Maó, pero no me
hace demasiada gracia. Además del queso típico, hablamos de la
salsa mahonesa, de los pantalones azules de Mahón, que se utilizan
de telas que se consideran apropiadas para trabajo, porque son más
fuertes y difíciles de romper que los tejidos normales. De la
palabra Baleares que, según Marga, proviene del latín y no del
vasco. En euskera, balea significa ballena. Ojeamos algunos libros de
historia, que no nos ayudan nada a esclarecer las dudas que
planteamos. Pero el libro nos ofrece unos talayots, que todavía no
he visto al natural. Sólo los dudosos del primer día. Hago la
mochila y, tras un traguito de vino, para empujar el queso. Es un vino que Marga
compra como socia de un club de gourmets. Me voy, esta vez sin
despedirme de Paz, que se ha quedado traspuesta. Antes se ha puesto
una compresa de arcilla sobre la barriga y le estará dando calor y
haciendo su efecto terapéutico. Marga me exprime un limón de su
tierra en el botellín de agua y aguantaré con la mezcla hasta
mañana.
De Maó a
Es Castell Cuando
ya voy a salir de la casa, llega el amigo que acompañaba a Marga y
Paz cuando me los encontré en Binimel’là en la tercera etapa. No
le reconozco, pero es que se ha quitado la barba. Llega con
suministro alimentario. Marga tiene, del primer matrimonio, dos
hijas: una en USA y otra en UK y, del segundo, un hijo que estudia en
Barcelona. Paz, dentro de dos días, vuelve a Barcelona. Es gallega y
algo de Galicia ya hablamos en el segundo encuentro, ya que hoy está
muy apagada. Marga sale conmigo de su casa y me acompaña lo
suficiente como para que ya me oriente hacia Es Castell. Me despido
de Marga agradecido y prometo informarle del fin de mi viaje.
Con el auge de los correos electrónicos, hace tiempo que el cartero no le trae cartas personales y postales, sólo cartas oficiales y facturas. ¡Le hará ilusión recibir alguna postal! Formará parte de mi ya larga lista de direcciones a las que dirigirme al final de mis viajes. Ya sólo por las calles de Maó, un municipal me dará la última instrucción para salir de la capital mahonesa. De momento, el camino me lleva por carretera y es, más o menos, afortunado.
Llego a la bocana de salida al mar del profundo puerto de refugio de Maó. Saco una foto del otro lado, donde destaca el faro de Sa Mola y la punta de S’Esperó. Serán los únicos cabo y faro que no visitaré en mi recorrido periférico por la isla de Menorca. Claro está que tampoco visitaré el faro que está en la Illa de l’Aire, aunque sí lo veré cuando pase mañana frente a la isla. Paso también por el Castell de Sant Felip, el pequeño puerto que se ha formado aprovechando la Cala de Sant Esteve y paso cerca también de la Torre d’en Penjat. Toda la tarde caminaré por el Sudeste.
Castell
de Sant Felip
Pregunto
a una pareja que está sentada en un banco, y no me saben orientar.
Son gallegos. Hablamos de Sanxenxo y les digo lo que han
estropeado con el afán especulador, que la han llevado a construir
en exceso. Una chica me dice que siga hacia Sant Esteve y, cuando
llego a un cruce, los guardias civiles me reconducen por carretera.
Por un rato, voy por camí de cavalls, aunque el ramal principal va
por interior, desde Es Castell, pasando por Sant Lluís y con
opciones para finalizar en costa en: S’Algar, Alcalfar o Son Ganxo,
que es el punto Sur más Sur, siendo todavía Este. Llegado a un
lugar, me despisto y, tras ir un rato por camino incorrecto,
retrocedo. Empiezo a preguntar por una cama para esta noche o por una
playa abrigada y encuentro opiniones para todos los gustos. Por una
noche en que me haya llovido, no quiero andar temeroso por dormir en
el exterior a la intemperie.
Dos
vascas me facilitan claves
Una
vasca, que no sabré de donde, está sentada con un palo en la mano
que le sirve de ligero bastón y que dejará olvidado tras la
conversación. ¡Mucho no le haría falta! Le pido información sobre
algún sitio barato para dormir y llama a Lourdes, de
Vitoria-Gasteiz, que es decoradora y está allí de vacaciones. Las
dos alternativas que me ofrece son las siguientes: Me dice que cerca
hay una casa que pertenece a un hombre y que la tiene dedicada a
alquilar por habitaciones. Está dispuesta a acompañarme. La alquila
a jóvenes y ayer hubo juerga hasta bien avanzada la noche. Quizás ésta sea la información que más me lleva a rechazarla, no tanto por
los jóvenes, como por la juerga que me puede llevar a no pegar ojo
en toda la noche y, una segunda noche de desvelos, es lo que menos me
apetece. La segunda opción que me da, de forma confidencial, es que
en una casa aislada, pero en recinto protegido por patio y jardín,
que está más próxima aún, no vive nadie.
Sólo el guarda que la mantiene y que deja un perro de caza amarrado a su caseta, acude por la mañana, no demasiado temprano, y la abandona al atardecer. Para esta hora cree que seguro que está vacía de personal. Normalmente deja la puerta sin cerrar con llave y sólo amarrada por un enganche en la parte alta. Da la sensación de que no les importa que sirva para que alguien se cobije cuando no hay nadie viviendo. Me recomienda que no abandone la casa muy tarde por la mañana. ¡Que me vaya antes de que llegue el guarda!, vamos. “Si te vas para las siete, no tendrás problemas”, me dice la gasteiztarra. Cuando me están acompañando hacia la casa, la otra se acuerda del palo que ha olvidado. Nos despedimos en la puerta y les agradezco la información. Si hubiese sabido lo mal que iba a pasar la noche, habría sido mejor buscar la playa de Rafalet y disfrutar mañana del último amanecer menorquín a Levante.
Sólo el guarda que la mantiene y que deja un perro de caza amarrado a su caseta, acude por la mañana, no demasiado temprano, y la abandona al atardecer. Para esta hora cree que seguro que está vacía de personal. Normalmente deja la puerta sin cerrar con llave y sólo amarrada por un enganche en la parte alta. Da la sensación de que no les importa que sirva para que alguien se cobije cuando no hay nadie viviendo. Me recomienda que no abandone la casa muy tarde por la mañana. ¡Que me vaya antes de que llegue el guarda!, vamos. “Si te vas para las siete, no tendrás problemas”, me dice la gasteiztarra. Cuando me están acompañando hacia la casa, la otra se acuerda del palo que ha olvidado. Nos despedimos en la puerta y les agradezco la información. Si hubiese sabido lo mal que iba a pasar la noche, habría sido mejor buscar la playa de Rafalet y disfrutar mañana del último amanecer menorquín a Levante.
Concierto
musical nocturno en casa de payés
Para
entrar en la casa es necesario levantar un enganche en lo alto y un
pestillo a media altura. Un perro de caza sale de su caseta, pero no
se acerca, ni ladra. Sólo ha ladrado cuando ha entrado el pequeño
perro negro de las vascas, pero enseguida deja de ladrar, en cuanto ellas
lo obligan a salir del recinto. Es un gran y bonito caserón, con un
porche de entrada a cubierto. En el porche hay un sofá de hierro, es
como una cama de lamas sin colchón, donde decido que voy a dormir.
Acompaño a Lourdes a la puerta, la cierro, pero la otra mujer ya no
está. Regreso al porche cubierto. El perro me mira y no hace nada.
Aunque todavía no son las 21:30 h y hay claridad, como estoy
cansado, tras la noche sandunguera, me acuesto sobre las lamas. No he
tenido la precaución de darme repelente, y hay mosquitos, pero lo
peor no será eso. Empieza a sonar una música, una música que yo
calificaría como de banda, algo entre sardana y fallera, que me
trastocará el deseado descanso. Una música machacona, que me
resultará muy desagradable. ¡Y a mí me encantan los conciertos de
la Banda Municipal de Irun!, ¡Pero no a estas horas! Con esa
horrenda música instrumental, lo que pretenden es dar a entender, al
merodeador o posible ladrón, que hay alguien en la casa. Un medio de
disuasión. Otro de los detalles que cumple la misma finalidad, es
que a través de las lamas inclinadas de las contraventanas de un
vano, se filtra el brillo de una bombilla encendida. La luz no
resulta molesta, pero la música es insoportable y, aunque el perro
es manso, cada vez que se mueve, arrastra su cadena de eslabones
metálicos por el suelo y cuando roza con algo metálico de la
caseta, el sonido, si he conseguido dormir, también me desvela. ¡Ha
sido un desacierto total haber tomado la decisión de dormir aquí!,
pero ya no tiene remedio. ¡Toca apechugar!
La
orinada luminosa
A todo
lo anterior, y teniendo en cuenta que el guarda no va a venir, hay que añadir que, cuando me levanto por primera vez
a orinar por la noche, nada más salir del porche para hacerlo sobre
la hierba de fuera, todo el porche, patio y jardín se iluminan. Un
montón de luces se encienden automáticamente. Se ve que es otro de
los elementos de protección ante el posible ladrón, pero también
algo que sirve a la seguridad de los habitantes, cuando los hay, para
no salir al exterior a oscuras. Este mecanismo de encendido
automático, dura unos minutos y luego todo vuelve a estar oscuro.
Pero, yo ya empiezo a dar vueltas a la cabeza, a pensar que esas
luces encendidas se han podido ver en la distancia, que la
luminosidad puede estar acompañada de algún sonido,
como las alarmas que se conectan a centros de seguridad. ¿O tendrá
conexión con la vivienda del guarda? Cuando acabo de orinar me
vuelvo a meter en la cama en la que no logro coger buena postura, las
lamas resultan muy incómodas, pero no quiero ponerme a dormir en el
suelo, por si aparece algún animalucho, algún ratón… Nada más
acostarme, vuelve a quedar todo a oscuras. Me he levantado sobre la
una de la madrugada y no hace frío, pero la segunda vez que me
levante a orinar ya seré más cauto y lo haré sin salir del porche,
sin salir al umbral que detecta el dispositivo luminoso. Un tiesto
con flores será el lugar elegido para la micción. Confío en no
matar las plantas con mi ácido úrico. Sería imperdonable y me
confirmaría como el malagradecido que no soy. He dormido tan mal,
que agradecería a los propietarios que, para otra ocasión, cierren
la verja a cal y canto, para que nadie pueda traspasar el umbral de
su mansión. Cuando la dueña le pregunte al guarda, si ha habido
algún acontecimiento nocturno, que él le responda: “Por lo demás,
señora baronesa, no hay novedad, no hay novedad…”
Otro día
sin dormir bien
Como balance
de la jornada, se acumulan dos noches, si no completamente en vela,
al menos, poco afortunadas para lograr un sueño placentero y
reparador de las caminatas. Salvo esta circunstancia, el paseo entre
Es Grau y Rafalet, ha ido sin problemas. Lo mejor ha sido el
reencuentro con Marga y su ayuda para reponer mi maltrecho equipaje.
Su invitación ha tenido efecto en la logística del viaje y ha hecho
mantener el buen nombre de tantos buenos samaritanos que hay en todo
el mundo, gente acogedora que sabe y quiere ayudar a quien lo
necesita.
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