viernes, 11 de abril de 2014

Etapa 28 (270) Punta Negra-El Toro

Etapa 28 (270) 30 de junio de 2011, jueves. San Marcial.
Punta Negra-Palmanova-Magaluf-Cala de Cap Falcó-Cala Bella Dona-Cala Portals Vells (El Mago)-Cala Figuera-Cala Rafeubetx-El Toro-Porto Adriano-Platja de El Toro.

Amanecer regado en Punta Negra
Aunque todavía falta una semana para los Sanfermines, me levanto para las seis. No me baño porque estoy sobre zona rocosa. Recojo todas mis pertenencias y dejo las hamacas donde estaban cuando llegué.   
 
Luego veré que están en zona prohibida, pero algunos clientes se saltan las 
prohibiciones con total impunidad. 

¡No sé para qué está el equipo de seguridad! De momento sé lo que uno de ellos intentó anoche: no dejarme entrar, sólo por la apariencia, porque no le parecí digno para cenar en tan exclusivo lugar. Menos mal que el personal del restaurante no sólo no fue tan excluyente, sino que demostró ser muy acogedor. Han empezado a funcionar los aspersores. Así está de verde la yerba. Tengo la fortuna de que el agua riega hasta unos centímetros de donde he dormido. ¡Me he librado por pelos de un suave remojón! 
 
El aire, que ha soplado durante toda la noche, también ayuda y empuja el agua hacia el Sur. Cuando me pongo en marcha, lo hago por el jardín entre la piscina y la costa marina. Esquivo como puedo las espitas de aspersión. Sin salir del recinto hostelero, encuentro el cartel que indica cómo la Ley de costas prohíbe sacar del recinto ningún útil de playa. Es lo que me demuestra que las hamacas que han sido mi dormitorio esta noche, están en situación de fuera de la ley. He dormido en hamaca ilegal.

Escapando del hotel sin pagar la estancia
Cojo un camino costeante que me saca con éxito del recinto del hotel. Paso por terreno delantero de una casa que no sé si pertenece o no al hotel, donde un hombre duerme sobre una hamaca. Paso por delante de él sin despertarlo y enseguida estoy en el lugar donde ayer llegué con Toni. 

 
Lo que demuestra que he dormido muy cerca de donde habíamos previsto entre los dos. La playa elegida está justamente detrás de mi atalaya. Cuando paso la verja de ayer, se enciende una luz potente pero ya inoperante puesto que tengo una buena luz diurna. También, como ayer, me aferro al tronco retorcido de un árbol que me sirve para continuar en un lugar de paso complicado. Cuando ya estoy fuera, en la carretera, regreso al lugar donde ayer el segurata intentó repeler mi presencia del entorno en que él era responsable de seguridad. Probablemente su actuación habría que calificarla de intento de abuso de poder, pero no tengo conocimiento de qué órdenes explícitas recibe de sus superiores, para poderlo juzgar. Es muy probable que cumpliera con su deber. Cuando llego a la garita del de seguridad, ya no está el mismo de ayer tarde, pues ya se ha producido el cambio de turno. Cuando me acerco a preguntar, el responsable de hoy se dirige a mí de una forma tan intimidante y de tan mala educación, que permanezco mudo ante él, y tras un rato de mirarle y no decirle nada, me doy la vuelta y me voy. ¡Qué podía decir a semejante energúmeno! ¿Qué vigile mejor el cumplimiento de la Ley de costas en el recinto del hotel que él vigila?, ¿Qué esta noche ha dormido un menda en los jardines del hotel y ni se han enterado tan cumplidores vigilantes? Si hubiera estado el compañero de ayer, a él sí le habría preguntado por las razones que le llevaron a no dejarme entrar, le habría comentado lo de las hamacas y mi dormida, pero al nuevo, hubiera tenido que explicarle demasiadas cosas. Cuando lo comente después con Santiago, me dirá que el propietario del hotel es un alemán y probablemente sea él el que les de instrucciones muy estrictas.

Palmanova. Santiago. Xurxo
Aprovechando que acaba de pasar un coche, aprovecho la gran verja abierta para salir a la carretera, sin preocuparme de que me abran la de peatones. Saliendo del entorno hotelero, me encuentro con Santiago, que está haciendo su recorrido mañanero antes de que empiece al calor. Tiene intención de hacer el Camino de Santiago, pero siempre lo va posponiendo porque nunca se considera con la suficiente preparación para abordarlo. Quiere empezarlo en Roncesvalles (Orreaga) y yo le recomiendo Saint Jean Pied de Port. Le estoy contando lo de los seguratas, y me comenta lo del dueño alemán. 
 
Cuando le estoy hablando de mochilas y calzado para el camino de Santiago, aparece Xurxo, que me saluda. Al principio lo confundo con Manu, el que estaba con Lita en Cala Blava, y que se comprometió a echar al buzón la postal para Toni, aunque no pillo ni la fabla aragonesa ni la galega. Se aclara el malentendido enseguida, en cuanto le pregunto por Lita y me dice que su pareja se llama Alicia. Tengo que hacer un vertiginoso retroceso a la playa de Es Trenc y rememorar el rato que charlamos allí, los baños y el desayuno en Ses Covetes. 
 
Xurxo va a trabajar y le acompaño hasta el hotel en que trabaja, tienen horario flexible y todavía no están en la temporada álgida y no hay mucho trabajo. Ha sido una sorpresa muy agradable volverlo a ver, y no será la última. Manu, el de la postal, vivía en Palma y Xurxo por aquí cerca, en Palmanova. Al despedirnos, me dice que actuarán con el grupo de canto mañana en Peguera. No prometo nada, puesto que ni sé dónde está Peguera, nos damos un abrazo y saludos para Alicia de mi parte. Hemos pasado las dos primeras playas de Palmanova y nos despedimos en la tercera. Luego pasaré a Magaluf.

Magaluf. Un rabo descomunal
La playa aparece partida en dos por un malecón. Me sitúo en el inicio y, en cuanto salgo de la zona de sombra de los edificios, me doy un rico bañito en bolas. En el agua, una pareja joven se baña. Parece que están también desnudos, pero se ve en ella una sombra azul. Él, por detrás, descubre sus melones que afloran como dos boyas flotantes, y simula que se la está metiendo por el berenguti. Un juego más entre parejas que es permitido, en especial en horas tan tempranas. Salgo y vuelvo a tirarme al agua tras una pequeña carrera. El agua está deliciosa y salgo para secarme al aire y al sol, paseando por la orilla. Algunos noctámbulos dormitan en las hamacas de la playa. La pareja lleva ya mucho rato en el agua pero no sale. Finalmente él se decide a salir y ella se queda sola en el agua. La salida del muchacho es apoteósica pues lo hace con el rabo erizado y con un gesto en la cara muy especial, entre avergonzado y orgulloso de poseer semejante aparato. Se lo agarra, en un intento de ocultamiento, pero se vuelve hacia el mar para mostrárselo de lejos a su chica, mientras ella se ríe. No sé si ella no quiere salir del agua, por miedo de lo que pueda intentar él o por vergüenza. Luego sabré por qué: sólo lleva una camiseta corta azul y se niega a salir hasta que su chico le lleve una prenda blanca. Cuando él se la lleva, ya salen los dos, aunque ella intentando ocultar su ausencia de bragas. Al muchacho ya se le ha bajado algo la hinchazón peniana pero, sin estar flácido, aún muestra un hermoso pene. 
 
Llegan y se sientan en la arena, un grupo de turistas extranjeros jóvenes que le miran entre extrañados y envidiosos. Solamente uno de ellos se baña con bañador y hace comentarios jocosos desde el agua, aunque en idioma que yo no entiendo. Lo de jocosos lo sé por el tono y por las risas que provoca en sus compañeros. Ya seco, me visto y me voy y, al pasar junto al joven liberal estrecho su mano dándole la enhorabuena por su desinhibición. Si hubiera sido en otra hora más tardía, no le habrían dejado estar así en la playa y, probablemente, lo habrían detenido. Pero la hora es propicia y a mí y al grupo nos ha proporcionado un espectáculo gratuito. No sé si a los otros, pero a mí no me ha ofendido. Quizás porque soy nudista y me ha parecido una muestra de liberalidad. El problema es que se relacione esta práctica con el nudismo familiar de otras playas, donde el sexo no se practica a la vista. 
 
A primeros de abril de 2014 se ha estrenado en Donostia una película, El desconocido del lago, que se desarrolla en el espacio natural de un lago nudista. Todo se presenta con naturalidad, los nudistas se presentan tal cual ante las cámaras, sin esas muestras típicas de demostrar sin mostrar o poniendo elementos varios delante de las partes pudendas. Es lo mejor de la película, ofrecer nudismo sin complejos. Pero en esta playa sólo hay hombres y el ambiente es de encuentros homosexuales. Ya estamos hablando de algo más que nudismo. La escena que he presenciado hace unos momentos, nada tiene que ver con lo que normalmente se ve en una playa nudista. Además, ésta de Magaluf no lo es ni lo será nunca, puesto que es muy urbana. Al fondo de la bahía está la isla de Sa Porrassa.

Buscando desayuno
Saliendo de la playa, un poco más adelante, veo un bar, pero no abren hasta las nueve y todavía no son más que las 8:10 h. Había preparado la pastilla y la había metido en el bolsillo del pantalón, pero se me ha perdido y saco otra y me la tomo a las nueve. En la playa veo a un chico borracho y rebozado en arena. Doy una vuelta y acabo en un bar, sin darme cuenta que era el mismo que he visto antes pero al que ahora accedo por distinto sitio. 
 
Unos hombres esperan en la calle. Son camareros de un hotel, a los que obligan a llevar pañuelico rojo y que me traen recuerdos de San Pedro, San Marcial y San Fermín. Y se da la circunstancia de que ayer fue la romería de San Pedro en Altsasu y hoy el alarde de San Martzial en Irun. El borracho es jovencito, sube como puede las escaleras y se mete en las cocinas del hotel. Voy saliendo de Magaluf en dirección a las calas Vinyes y del Cap Falcó. Segunda visión de Illa de sa Porrassa.

Cala Vinyes
Esta primera cala la veo desde las inmediaciones del Hotel Barceló. Saco una foto entre los pinos, que sólo me permiten ver un trocito de arena, que podría ser de cualquier playa. Saco otra desde una atalaya y orientada hacia el hotel y el mar. Todavía asoma sa Porrassa. 

 


Como las personas que están pasando ahora, yo he caminado por la pasarela que dispone de una trama acristalada. Se ve que todo el tinglado, aunque parece que está hecho recientemente, ya ha ido fallando y ahora hay operarios reconstruyendo el desaguisado. La están reforzando con elementos metálicos. Entre las cintas preventivas, los obreros y los materiales para la reparación, el paso de los peatones no resulta nada cómodo. 

 
Una vez visto todo desde arriba, ni me molesto en bajar a la Cala Vinyes, puesto que ya me he bañado en Magaluf y me gustaría desayunar, pero ni me molesto en pedir precio en el Hotel Barceló y voy siguiendo por arriba hacia la cala siguiente. Para llegar a ella tendré más problemas. Dejo y cojo nuevos caminos y carreteras mal asfaltadas. Cuando vuelvo a salir a la costa, veo un acantilado irregular con pino bajo y con entrantes poco claros. A pesar de no ver nada claro, la siguiente cala está a mis pies y en cinco minutos ya estoy abajo. Será aquí donde desayunaré.

Cala de Cap Falcó
Ya desde arriba del acantilado se veía un islote que ahora, desde la propia playa, se ve más nítido en mi foto hacia la bocana. Parece desgajado del continente. El descenso a la playa ha sido fácil, primero por buen camino y finalizando por un tramo de escaleras que bajan de más arriba. También será muy suave la entrada al agua, en un no demasiado largo brazo de mar, que permite el acceso desde las rocas laterales que van desde la playa de arena hasta la bocana. 

La cala me parece preciosa, solitaria, en la parte interior, al fondo, hay un chiringuito y un hombre limpia las hamacas. Como en la zona de la orilla no hay nadie, me baño en bolas y, cuando me seco al aire, me visto y voy hacia el chiringuito. La distribución es de un parasol de paja seca por cada dos hamacas de los que habrá una veintena como mucho. Cuarenta personas prácticamente llenarían la playa. A pesar de que ayer cené bien, hoy, quizás porque ya llevo andadas unas cuantas horas, me decido a hacer un desayuno potente. 

Tomo zumo de naranja, un plátano, un vaso de leche con descafeinado y un trozo de ensaimada gigante rellena de una especie de crema de huevo que muy bien podría decirse que es crema catalana. Está muy rica. Me cuesta 11 € y me acuerdo que he olvidado sacar dinero en cajero en donde podía haberlo hecho: Palmanova o Magaluf. Es tarde para regresar y mi lamento llega a destiempo. 
 
Hablo con todos, con la mujer de la barra, con el que cocina y con el que limpia. Cuando estoy escribiendo el diario aparece por la playa Adrián.

Adrián, masajista argentino
Añora a sus padres que los tiene en Argentina y a los que en nueve años no ha visto más que una sola vez. Su padre tiene 69 años y está con la salud muy deteriorada. Dice que lo mejor que pudo hacer es venir a España, pero le gustaría traérselos. Tiene trabajo en la playa con clientes bastante estables y le digo que me da mucha pena no hacerle trabajar, ya que no le puedo pagar. Me dice que me lo puede dar gratis cuando vuelva de nadar. Se pone gafas de agua y me dice que tardará unos 20 o 30 minutos y, si no me he ido me vendrá a buscar. Se va. Tengo diario para rato. Cuando regresa todavía me queda un rato de escritura. Coge sus útiles de masaje y nos vamos hacia el lateral derecho de la playa donde tiene preparada la cama. Me quedo en calzoncillos y me da un masaje genial. Empieza por las piernas y le comento mi rotura de peroné en 2009. “Todavía tienes nódulos en la pierna izquierda”, me dice. Su acción en el hombro izquierdo me duele, pero me hace bien. Le cuento lo que me pasó, pero me dice: “en una sola sesión no te puedo curar”. El calor final en el cuello y en el culo produce sensación placentera. En dos momentos de su masaje, he perdido la noción de mi cuerpo y me he evadido de este mundo. 
 
Cuando termina, me dice que si quiero playa nudista la tengo a diez minutos en la cala Bella Dona. Menos mal que es separado (bella mujer), pues todo junto (belladona) sería un veneno. Agradecido por el masaje y sin dinero para darle (hasta la tarde no encontraré un cajero de La Caixa), me vuelvo a mi sitio para seguir con el diario. Son las 14:10 h cuando termino, recojo y me voy. Adrián está dando un masaje a una mujer. Me acerco para despedirme pero lo veo tan concentrado en su tarea que no me atrevo a distraerlo. En poco rato me ha hecho dos regalos: un masaje que me ha dejado mejor si cabe de lo que ya estaba, y la información de playa nudista próxima. Muchísimas gracias amigo Adrián.

Cala Bella Dona
Salgo por el camino indicado que me lleva, sin dudas, a la playa buscada. Bella Dona es peor playa que la cala de Cap Falcó. Sólo hay margen para una persona tumbada entre las piedras, los arbustos y la ruptura de la ola. Es imposible hacer dos filas; quizás en el rincón, con algo más de espacio en el ancho pasillo de la entrada, donde se pondrán tres argentinos con su perro. 

Nada más llegar, un trenecillo tipo txu-txu muy corto, no sé si uno o dos vagones, se lleva a dos mujeres con algún niño, y no sé si a alguien más que ya estuviera montado. Los lleva hacia el hotel, que pone un servicio periódico con horario fijo, haya o no clientes, y que está incluido en el precio del hotel. Me ha venido bien que se hayan ido nada más llegar yo, así me puedo desnudar y bañarme tranquilo. Pero vienen dos jovencitas que llegan y se meten al agua antes de que yo lo haga. En las rocas de la derecha hay dos chicas que leen y, un poco más hacia la bocana, dos chicos, uno hasta con camiseta y que busca para esconderse la sombra de la cueva. 

Más tarde llega otro amigo con atuendo para pesca submarina. Entretanto, el amigo que estaba al sol se ha bañado. Por el otro lado, una pareja se está vistiendo para marchar. Observo para ver qué camino toman y poderlo coger yo luego. Van por un camino que continúa por una escalinata. Luego lo seguiré. Otra parejita ha quedado en su zona: leen y se bañan. Él pasea luego por la zona. Ya ha regresado el tren txu-txu, y el conductor está subido sobre una roca detrás de mí. Otea el horizonte. “No me puedo dar un baño en horario de servicio”, me dice. Como no conoce la zona, no me puede orientar. Los vecinos, que se han puesto a mi lado, tampoco. 
 





Los argentinos, menos. Hablo con ellos. Conocen a Adrián, ella lo ve casi todos los días: “me despediré de él de tu parte”, me dice. Después de otro baño, cuando ya me voy a marchar, llega un habitual de la playa, que no sé si es nudista o no, y se coloca en el espacio que yo abandono. Me confirma que la salida de la playa es subiendo la escalinata por la que él ha bajado. Con esta seguridad, abandono la cala Bella Dona.

Sol de Mallorca y Cala de Portals Vells
Subidas las escaleras y ya en la cima, encuentro a un chico que va a montar en su coche tuneado. Le ha puesto unos alerones que casi rozan el suelo. “Cuando lo pongo en marcha, asciende”, me dice. Y cuando lo hace, puedo reafirmar que es cierto. 

Me dice: “sigue hasta el Casino y, al bajar, encontrarás la Cala de Portals Vells”. Ya al otro lado veo un puerto muy abrigado y el conjunto del entrante de mar. Se trata de una cala con tres o cuatro ramales (dibujando una mano con tres dedos). 

En la primera de las subcalas, compro bocata. La chica que me lo prepara es muy agradable. Tardará bastante, puesto que hace el pan en el momento (unos 8 minutos). Me da agua en un vaso. 

 




 Bebo parte del agua que me ha dado y, el resto, lo echo a mi botellín. Cuando está hecho el bocadillo de tortilla de patata con tomate (4,50 €), le pido que me lo corte por la mitad y, así, guardo medio y me voy comiendo el otro medio por el camino. Para cuando llego a la siguiente subcala, ya me lo he terminado de comer. 
 

Paso por una zona donde el acantilado de arenisca, por efecto del agua y el viento, ha producido una especie de cueva natural abierta. Esta segunda cala se llama El Mago pero no sé si es porque así se llama el chiringuito de la playa, o el chiringuito se llama así porque es el nombre de la playa. Tanto en la arena como en las rocas, la mayoría de la gente está desnuda, pero la cala no me gusta. 
 
Hay poco sitio para todos los que estamos y está llena de piedras. Menos mal que las rocas amables laterales, del lado izquierdo, permiten acceder al agua, y así no se hace necesario entrar por la arena pisando piedras. 
 

Tras el segundo baño y casi sin sitio en la arena para secarme al sol, me desplazo para andar desnudo por las rocas. Llego hasta el tontorro (punta, cabo) que me permite ver la primera playa. 

De regreso, pregunto a un cuarteto (dos parejas). Sólo uno de los dos chicos está desnudo, y es el que me da información sobre un camino que estamos viendo enfrente. 

 





Me recomiendan que visite las cuevas, se interesan por mi recorrido y me desean buen viaje. Vuelvo a mi sitio, me visto y me voy hacia las cuevas. 
 



El camino, de lejos, parecía que iba al ras de las rocas, pero va por más arriba. Al llegar frente a las dos parejas, les saludo de lejos con la mano y una de las mujeres me responderá con efusión con las dos manos. Es a la que más le ha emocionado mi viaje. Terminan saludando los cuatro. Me siento observado y feliz, como si su mirada fuera un compañero de viaje que me arropa y acoge. Visito las cuevas que me parecen más grandes de lo que imaginaba en la distancia. Son enormes y me meto dentro para sacar alguna foto que resulte más interesante. Lo logro a medias. Salvaré al menos una para complementar la que he sacado del exterior. 
 
Para salir de la Cala de Portals Vells, asciendo desde las cuevas por un camino lateral que abandona el principal para asomarse al acantilado. Hay veces que da la sensación que me mete hacia el interior separándome de mi objetivo costero, pero la realidad es que me acerca y aleja de la costa según me voy aproximando al Cap de Cala Figuera. La verdad es que se va complicando llegar a él.


Cap de Cala Figuera
Con este cabo se acaba la Badia de Palma y pasaré a la parte Sudocidental de la isla mallorquina. Pero aún tendré que bregar. Me encuentro con jóvenes con un atuendo verde de camuflaje, que no sé si son militares o forestales. Como no les pregunto, me quedo con la duda. 

 


Al que pregunto, me responde que siga siempre el sendero más costero, que es el que me llevará al faro del cabo de Cala Figuera. 

 









En varias ocasiones me parece que lo tengo ya a tiro de piedra, pero serán espejismos producidos por las ganas de llegar. 
 
Algunos entrantes de mar, con su garganta de torrentera, me obligan a dar más rodeo que el deseado. 

 





En uno de ellos encuentro fondeado un yate grande y unos jóvenes dan vueltas en una motora menor. Parece que están haciendo alguna investigación hacia las rocas del acantilado de la bocana de la rada.  
Por fin, avisto el faro y es ahora cuando empezarán las verdaderas dificultades. Son los espacios protegidos los que no me dejan avanzar. Se ve que algunos faros son más estrictos que otros para permitir acercarse a ellos. ¿Dependerá del valor estratégico militar?, me pregunto. Este faro está sobre una pequeña península y hay tapias previas que me dificultan el paso. Tapias y Bunkers con antena que también fotografío. 
 
En vista de la dificultad de acceso, me limito a fotografiarlo lo más próximo que puedo y continúo mi camino. Un poco hacia el Oeste y, luego, ascendiendo hacia el Norte. 

Abandonado el faro, inicio la ascensión hacia un torreón que, de primeras parece en buen estado de salud y que, por detrás, comprobaré que está en fase de demolición natural, si no hay alguien con poder y dinero público que evite el previsible desaguisado. 
 
Saco al torreón de frente, de costado, por detrás. En una se ve su desmoronamiento por la base. En otra se está desmoronando por la cabeza. En mi mapa veo una carretera que llega al faro, pero no la encuentro por ninguna parte. 
 




Según lo que veo es una carretera inexistente, salvo que esté camuflada. No me fío y continúo el camino que va por encima bordeando el acantilado. Paso por un espacio alambrado pero que no intercepta el camino y me permite continuar por el acantilado que, pronto, se abre en forma de gran rada que será la de Cala Rafeubetx.
Acantilado hacia la Cala Rafeubetx
Es una cala impresionante por la altura de su farallón. El camino es bueno y continuamente me saca al acantilado. Me lleva hacia el interior y me vuelve a sacar. Me hace disfrutar de la vista pero se me va haciendo muy largo, larguísimo, interminable. Los elementos que me van interesando son: los islotes que empiezan a aparecer de Es Banc d’Eivissa y que culminan en Illa del Toro, donde aparece otro faro al que no podré acercarme, pues lo tendría que hacer a nado; un barco con turistas y altavoces potentes que perturban la tranquilidad silenciosa del abrupto lugar; y un bunker, que me recuerda al que vi en Cap Blanc. 

Hasta que no llegue a El Toro, no voy a saber si estoy o he salido de la zona presuntamente militar.¿Cuándo doblaré la isla del Toro?, me pregunto, pero aún tardaré un buen rato. Entretanto, he visto acercarse al barco excursionista hacia la rada y observo como se detiene al pie del acantilado y el altavoz que emite un vocerío abominable. 

Si a mí que estoy lejos me llega tan fuerte, probablemente por el efecto bocina del propio acantilado, ¡cómo estará poniendo la cabeza a los que están más cerca! Desde arriba, aunque camuflado por el brillo reflejado del sol en los rizos marinos, me da la impresión de que los excursionistas se están tirando desde el barco y bañando en el mar. No lo puedo asegurar. 
 

Empiezo a ascender hacia la parte más alta del acantilado, que tiene cuevas debajo, por la parte más próxima al mar. Saco foto hacia la isla de El Toro, antes del bunker y otra después. 

 

El camino ya ha empezado a descender. Empiezo a ver una posible carretera, pero se trata de una carretera militar abandonada y muy deteriorada, que me conduce hasta un portón que, por la derecha, me permitirá pasar por un hueco desalambrado. 

 

 Ahora ya sé que, definitivamente, he salido de la Zona Militar, pues al salir veo un cartel en el suelo, herrumbroso y desvencijado que pone Stop Zona Militar. Me he bebido toda el agua y suspiro por una cerveza.





El Toro. Bar Snooker. Filóloga eslovaca
Me encuentro ya al otro lado de es Banc d’Eivissa e illa del Toro. En un mirador a propósito para disfrutar de este fenómeno que alarga la ínsula hacia el Sur, quizás más hacia el Sudoeste, hacia Ibiza (Eivissa). Madre e hijo también se asoman y les pregunto. Él me dice que siga por la segunda calle y que, al final, en la rotonda, encontraré un bar. Escucho perros ladradores al pasar junto a las casas. Llego al bar Snooker. Dan comidas pero, ni con monedas, mis caudales llegan a 10 €. Pido cerveza y me sabe riquísima y pago 2 €. La chica que me la sirve es eslovaca. Lleva poco tiempo aquí, de hecho, esta misma mañana ha tenido que ir a Palma para presentar los papeles de la Seguridad Social. Después ha vuelto, comido, preparado las mesas y se ha echado dos horitas de siesta. Ahora, cuando habla conmigo, ya está descansada del trajín mañanero. Pasan por delante de mis narices platos apetitosos. La dueña controla sus pasos para que no se entretenga tanto conmigo, que busco conversación, y haga bien su trabajo. Es normal, ella le paga por hacerlo. Así, nuestra conversación se irá produciendo de forma bastante entrecortada. No compartió gusto por la división de su país, “¡después de tantos años juntos!”, me dice. “Fueron los checos los que más pujaron por que se separaran”, añade, “y ahora también tienen problemas con las minorías húngaras”. Me dice que le encanta Praga y, en menor medida, Budapest. Los estudios que tiene son los de filología, en los que está graduada, pero le faltan dos años para completar la carrera. Le gusta mucho la poesía y el teatro de Federico García Lorca, pero empezaron con Machado, cuya poesía también le gusta. Hablamos de la dificultad añadida que tienen los traductores de poesía para conservar la música de las palabras, la adecuación al otro idioma, sin perder ni rima ni contenido, obligados a cambiar las palabras, sin desvirtuarlas. La edición bilingüe es una solución, pero lo traducido requiere presentar varias visiones, muchas variables: la literal, la intención del poeta, la búsqueda de equivalentes anclados en el ideario colectivo del idioma original y del del idioma a que se traduce. A pesar del control de la dueña, hemos podido compartir e intercambiar acerca de una parte de su interés por la filología. Le deseo suerte en Mallorca y que pueda terminar los dos cursos que le quedan para ser filóloga. Ella a mí me desea éxito en la culminación del bonito viaje que estoy realizando. Hablo también con la dueña del Snooker, que lo regenta desde hace 25 años. Es inglesa. Lleva casada 40 años con un belga y tienen un hijo mallorquín. “No me puedo quejar”, me dice. Tras despedirme de eslovaca, inglesa y belga, sigo mi camino.

Con dinero. “Hola Don Pepito”
Sigo bajando la calle de El Toro que finalizará muy próximo a la playa. Un hombre espera en la calle a que se libre el cajero automático. Me fijo bien y leo: ServiRed, así que espero yo también y saco 300 € con una comisión de 40 céntimos para La Caixa. Un niño que va con su papá canta: “Hola don Pepito, hola don José” y yo continúo: “¿Pasó usted ya por casa? Por su casa yo pasé…” El niño se muestra vergonzoso y se esconde tras parapeto publicitario. Me asomo y le doy un pequeño susto. Su papá me sigue el juego y el niño va cogiendo confianza y me provoca, de nuevo, con su canción. Ya sabe que ha sido lo que ha dado origen a nuestro juego. Finalmente, ellos y yo seguimos nuestro camino. En lugar de seguir hacia la playa, doblo hacia el puerto.

Porto Adriano
Es el puerto de El Toro. Pero cambio de opinión y primero me dedico a observar qué lugar de la playa me va a convenir más para dormir. Ayudada por la construcción del puerto y del dique que lo contiene, se ha creado esta playa que resulta muy artificial. Probablemente algo de arena ya habría antes de la construcción del puerto, pero la de ahora es una hermosa playa. La arena se acumula gracias al espigón. Esto que digo es una especulación derivada de lo que veo, pero no está basada en nada de tipo histórico o de ninguna información que reciba de los lugareños. 
 

En función de cómo iluminen la playa, elegiré el lugar que más me convenga para dormir. Ahora no lo puedo saber. Salgo de la playa hacia el puerto y saco fotos. Me llama la atención un largo arriate de campanillas blancas, del tipo de las petunias, aunque también pueden ser de otra planta similar que echa flores más en cascada y que no recuerdo su nombre. Tras sacar dos fotos con el arriate sano y florido y los yates y veleros amarrados en el puerto, me voy por el espigón y saco fotos de la playa de El Toro. 

Una rampa de acceso al mar a embarcaciones, está delimitada por otro pequeño espigón. En la foto se puede apreciar las dimensiones de la playa, las construcciones de altos pisos en la cima del acantilado que está sobre ella y, a la izquierda, varias construcciones hoteleras. 

Se ve que El Toro ha crecido por aquí al arrimo de Porto Adriano. Como está lejos de los hoteles, me voy haciendo a la idea de que el mejor sitio para dormir será el extremo contrario de la playa, pero la decisión la tomaré después. Desde el otro lado de la rampa y ya en el dique principal, saco foto de otro gran edificio que no sé si es hotel, apartamentos o viviendas. Por suerte, este complejo ya queda más alejado del lugar de la playa que he elegido, aunque está más a nivel de mar y, por tanto, ofrece más accesibilidad a la playa.

Cena en El Faro de El Toro. Xabier Castilla
De regreso, me acerco y veo la carta de La Canasta. Me apetece comer un buen pescado, pero en la carta no aparecen animales marinos, así que me inclino por un gazpacho y una hamburguesa. Cuando llega el camarero a anotar la comanda, le pregunto: “en el puerto y ¿no ofrecéis ningún pescado?” y, muy amable, sin preocuparle perder un cliente, me dice: “si quieres comer pescado, sigue un poco más adelante y cena en El Faro”. Tenía que ser así, la noche de San Marcial debía acabar en el restaurante de un irunés: Xabier Castilla. 
 
Como me había apetecido gazpacho y aquí también lo tienen, es lo que pido. Me lo sirven en cazuela de barro y está riquísimo. De segundo, y por primera vez en mi vida, como Carpaccio de atún. Está exquisito. Es la única forma que conozco de comer un atún jugoso y sin perder sabor. Llega acompañado de unas poquitas verduras gustosas, que al final aliñaré y comeré, y de limón y pimientas varias para macerarlo. Normalmente el atún, en el País Vasco, lo comemos a la parrilla, sin pasarnos de tiempo, o con tomate o en marmitako con patatas y algún pimiento. Rara vez ha salido jugoso; casi siempre muy seco. Por esa experiencia he podido disfrutar tanto de este atún crudo de hoy. He tomado un vaso de sangría. Pago 23,50 € con Visa y Xabier me ha perdonado el alioli y el pan y me ha obsequiado con un chupito de un alcohol rosado. Está rico también, y lo bebo de un trago. Exprimo el limón en mi botellín y Xabier me vierte de su agua mineral hasta llenarlo. El agua del grifo me ha salido caliente. Me da sus tarjetas, de éste y otro restaurante de igual nombre en Santa Ponsa. 
 

También se dedica a organizar excursiones por el mar con Planet Sea Rescue y me dice que vive en Puigpunyent, por si le necesito cuando pase por la Serra de Tramuntana. No habrá lugar a ello, puesto que yo iré mucho más próximo a la costa, a partir de mi visita a sa Dragonera. Lo más cercano a su domicilio que estaré será cuando llegue a Estellencs. Muy agradecido por su invitación, su información y sus deseos de buena continuación, me despido de Xabier, habiendo rememorado el día del alarde de su pueblo, en el Irun de mis desvelos.

Mi nieto Lander
Al escribir sobre mi cena de El Toro, me viene el recuerdo de una comida familiar en Donostia-San Sebastián, del pasado 2013, invitados por mi hermana y mi cuñado que viven en Londres. Habían venido de vacaciones y nos quisieron obsequiar a hermanos, sobrinos y sobrinos nietos en un restaurante de Riberas de Loiola. Mi nieto Lander, que cumplió 9 años en diciembre, es el que más amplitud de comidas admite, y no nos sorprendió cuando eligió gazpacho como entrante. Yo no recuerdo qué otra cosa había pedido. Cuando sacaron a Lander el gazpacho, se quedó desagradablemente sorprendido y, al preguntarle, nos dijo: “yo lo que quería comer era Carpaccio”. Como Carpaccio no había en la oferta y los entrantes estaban servidos, intercambiamos nuestros platos. Lander se comió el mío y yo el gazpacho.

Noche en la playa de El Toro
Salgo del puerto de Porto Adriano por camino conocido y me dirijo hacia la playa. Puesto que la zona más próxima al puerto está más iluminada, me voy por la orilla hacia el otro extremo de la arena. Una chica se baña y se sienta en la orilla. Según me voy acercando, se va deslizando cual sirena, se sumerge en el mar y desaparece en las profundidades. Más que en sirena pienso en una serpiente viperina o en el monstruo del lago Ness. 

Me acerco a la última pared y noto que todavía está caliente. Se ve que le ha dado de pleno el sol del atardecer. Con este dato, cambio de orientación y coloco las mochilas contra el muro de rocas y con la cabeza hacia el mar. Durante la noche sólo tendré dos focos lejanos que no me molestan y que me vienen de la parte derecha. Las del puerto me quedan en un lateral y a mi espalda. Ya está oscuro, me desnudo, hago mi almohada con la ropa que me he quitado y preparo esterilla y saco de dormir. A unos 20-30 metros, un hombre habla alto con su móvil. El cielo está poco estrellado y a las 12:15 h descubro la Osa Mayor, que parece como si se quisiera incrustar en mis rocas. Orino y me vuelvo a dormir. Hoy las mochilas están a buen recaudo, apretadas por mi cuerpo contra las rocas. Duermo bien.

Balance del día tras salir de la Badia de Palma
Tras cuatro jornadas caminando al borde de la bahía de Palma, hoy ha sido un día variado. El reencuentro con Xurxo, el show del extranjero empalmado de Magaluf, el magnífico masaje de Adrián en la cala de Cap Falcón, los baños en Bella Dona y Portals Vells. Algo penoso el recorrido antes del Cap de Cala Figuera y, después, hasta llegar a es Banc d’Eivissa, y el barco vocifereante de Cala Rafeubetx. La bonita charla con los dueños y la camarera filóloga eslovaca del Snooker, ya en El Toro. La buena orientación del camarero de La Canasta, ya en Porto Adriano, que me ha permitido finalizar la jornada con una cena apropiada al día de San Marcial, en restaurante de un irunés y acabando con un placentero descanso en la arena de El Toro, que no es lo mismo que dormir en el coso taurino.